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20 - Diciembre - 2021
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Veinticinco jefes militares, políticos y funcionarios japoneses fueron juzgados por haber dirigido y perpetrado una guerra de agresión y haber cometido u ordenado crímenes de guerra, crímenes contra la paz y haber consumado terribles atrocidades contra la humanidad. El conocido como "el proceso de Tokio" acabó con varios dirigentes condenados a morir en la horca el 12 de noviembre de 1948.

El debate en torno a los conocidos como Juicios de Tokio comenzó ya desde su inicio. ¿En qué consistieron dichos procesos? ¿Se trataba de una serie de juicios justos por "daño infligido a los intereses de los pueblos amantes de la paz"? ¿o en realidad se trataba de los "juicios de los vencedores", los Aliados, contra los líderes de los vencidos, es decir Japón? De hecho, en este caso tanto jueces como fiscales formaban parte del mismo bando con lo que la posibilidad de un veredicto final objetivo quedaba muy lejana.

A pesar de que Japón había firmado el Pacto de París por el que se condenaba la guerra como forma para resolver los conflictos entre Estados o las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907 relativas al uso de armas químicas, el Imperio del Sol Naciente fue acusado de brutalidad. La acusación incluía la matanza de civiles y prisioneros, la experimentación con seres humanos, los trabajos forzados y el uso de armas químicas que provocaron la muerte de millones de personas.

Si en los juicios de Núremberg no se pudo juzgar a Adolf Hitler como máximo responsable de las atrocidades cometidas por los nazis porque se suicidó en su búnker de Berlin, en el proceso de Tokio tampoco se pudo juzgar al emperador Hirohito, ya que se llegó a un acuerdo con el general estadounidense McArthur para librar al emperador de la horca. MacArthur intuyó que ejecutar al emperador no ayudaría a controlar la situación y a apaciguar los ánimos, sino que podía volver a encenderlos. El general sorprendió en la Casa Blanca con una propuesta para eximir a Hirohito de toda responsabilidad y utilizarle en sus proyectos de normalización del país. De hecho, en el proceso tampoco se juzgaron los experimentos del escuadrón 731 o la masacre de Nankín.

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El Escuadrón 731 fue un programa encubierto de investigación y desarrollo de armas biológicas del Ejército Imperial Japonés, que llevó a cabo letales experimentos médicos sobre humanos vivos durante la segunda guerra Chino-japonesa en el marco de la Segunda Guerra Mundial.

Shiro ishii, criminal de guerra japonés. Este médico japonés fue uno de los personajes más controvertidos de la Segunda Guerra Mundial. Sin importarle lo más mínimo la dignidad humana, se valió de la creación del Escuadrón 731 para provocar terribles infecciones bacteriológicas a los prisioneros de guerra que tenían la desgracia de caer en sus manos.

Se convirtió en un equivalente aproximado del SS nazi. Promovió la creencia en la supremacía racial japonesa, teorías racistas, contraespionaje, investigación, sabotaje político e infiltración en las líneas enemigas. También ha sido ligado con la policía militar de Manchukuo, el servicio de inteligencia manchú, la policía manchú ordinaria, Comités Manchúes, partidos nacionalistas manchúes regionales y el destacamento del Servicio Secreto Japonés en Manchukuo.

La Masacre de Nankín, conocida también como la Violación de Nankín, se refiere a los crímenes cometidos por el Ejército Imperial Japonés en la ciudad de Nankín, por entonces capital de la República China, durante la Segunda guerra chino-japonesa.

El ejército japonés se trasladó hacia el norte tras capturar Shanghái en octubre de 1937, y conquistaron Nankín en la batalla de Nankín, el 13 de diciembre de 1937. El gobierno chino, encabezado por Chiang Kai-shek y los comandantes del ejército nacionalista chino (Kuomintang), abandonaron la ciudad antes de la entrada del ejército nipón, dejando atrás a miles de soldados chinos atrapados en la ciudad amurallada. Muchos de ellos se quitaron sus uniformes y escaparon a la llamada Zona de Seguridad preparada por los residentes extranjeros de Nankín. La masacre ocurrió durante un período de seis semanas posteriores a la ocupación de la ciudad. Durante este período, los soldados del Ejército Imperial Japonés asesinaron a decenas o cientos de miles de combatientes desarmados y civiles chinos, y perpetró violaciones y saqueos generalizados. El evento sigue siendo un tema político polémico y un obstáculo en las relaciones chino-japonesas. La controversia en torno a la masacre también sigue siendo un tema central en las relaciones de Japón con otras naciones de Asia oriental, como Corea del Sur.

Víctimas de la masacre en la costa del río Yangtze, con un soldado japonés cerca.

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Muchos de los responsables acusados prefirieron suicidarse antes que ser detenidos y juzgados. Por ejemplo, el general Anami Korechika, ministro de la Guerra, prefirió "expiar su gran culpa" y recurrió al seppuku, el ritual de suicidio japonés; el vicealmirante Onishi, el creador de los kamikaze, se suicidó al no poder honrar ni a su pueblo ni a su emperador. A estos siguieron otros generales, veinticuatro miembros el Daitó Juku (Instituto para el Gran Oriente) que cometieron seppuku tras haber desfilado por las calles principales de la capital. Dos días después de la rendición, otros doce miembros de la Meiró Kai (Asociación del Sol Esplendoroso), con su líder Hibi Waichi a la cabeza, se suicidaron delante del palacio imperial.

Quien había sido primer ministro y ministro de la Guerra japonés, Hideki Tojo, considerado como el "arquitecto" de la guerra del Pacifico, comprendió que suicidándose conseguiría atribuirse por entero la culpa de la derrota, evitando el deshonor a la familia imperial y a las máximas jerarquías niponas.

El Primer Ministro de Japón en 1945, Hideki Tojo, momentos después de su intento de suicidio.

Ante su inminente detención, muchos periodistas acudieron a entrevistarlo. A una de las preguntas, Tojo afirmó: "Hay una diferencia sustancial entre la dirección de un país en guerra y ser considerado un criminal de guerra". Tras la llegada de la policía militar norteamericana a su casa, y una vez comprobadas sus credenciales, el primer ministro Tojo se retiró a sus habitaciones, cogió una pistola que guardaba para tal fin y se disparó en el pecho por encima del corazón. Tras varias horas esperando a un médico norteamericano, y después de suturarle la herida, Tojo salvó la vida puesto que no se disparó con demasiada firmeza.

La Academia de Guerra de Tokio fue el lugar escogido para llevar a cabo los juicios ya que era uno de los pocos edificios que aún seguían en pie al terminar la contienda. El tribunal militar fue presidido por el australiano sir William Flood Webb, que sería el encargado de dirigir las 417 sesiones que concluirían con siete condenas a muerte, seis cadenas perpetuas, una condena de veinte años y otra de siete.

McArthur, aceptando las sentencias, sostuvo: "Nadie es infalible en sus decisiones, pero, sin embargo, hace falta confiar en el procedimiento seguido en el curso del proceso". Las ejecuciones se dispusieron para la semana siguiente, el 25 de noviembre, pero fueron suspendidas porque los abogados defensores de Doihara, Hirota, Tojo, Kido, Oka, Sato y Shimada presentaron un recurso al Tribunal Supremo de Estados Unidos. Japón entero esperaba en tensión. Tras examinar el recurso, el Tribunal Supremo dio a conocer su decisión el 20 de diciembre con un conciso comunicado: "El general McArthur ha sido elegido y actúa como Comandante Supremo de las fuerzas aliadas. El Tribunal Militar ha sido instituido por el general McArthur en su calidad de órgano ejecutivo de las fuerzas aliadas. Por lo tanto, el Tribunal Supremo de los Estados Unidos no tiene poder ni autoridad para revisar, confirmar, rechazar o anular la sentencia. De aquí que la petición sea desestimada".

Kamikazes, entre el fanatismo y las dudas.

Así, tras ser desestimado el recurso, los siete condenados a la horca pasaron sus últimos días de vida en la cárcel de Sugamo, tranquilos y resignados a su suerte. Hideki Tojo, que fue el primer acusado en subir al patíbulo, rehusó las raciones militares norteamericanas y solicitó platos tradicionales japoneses. La víspera de la ejecución, fijada para la medianoche del 22 de diciembre de 1948, los acusados solicitaron hablar con un sacerdote budista y escribieron cartas a sus familias. A las 23,40 del 22 de diciembre, un oficial estadounidense acompañado por una escolta armada despertó a los siete condenados que, tras haber asistido a un brevísimo servicio religioso, fueron conducidos al patíbulo en compañía del sacerdote budista y un capellán de la prisión.

El primer grupo de condenados, Tojo, Doihara, Matsui y Mulo, accedieron a la llamada "cámara de la muerte", donde en el centro, muy iluminada, les esperaba una plataforma en la que se habían levantado cinco horcas. La prensa no estuvo autorizada a asistir a la ejecución y hubo muy pocos testigos a excepción de los responsables de la prisión y de un oficial británico, un norteamericano, un chino, un soviético y un médico militar.

Tojo se acercó al patíbulo vistiendo un descolorido uniforme de auxiliar del ejército, sin grados ni condecoraciones, y con paso firme subió el primero a la horca donde el verdugo le cubrió la cabeza con un capuchón negro y ajustó el nudo corredizo a su cuello. Una vez los cuatro acusados estuvieron encapuchados, el silencio se rompió con un inesperado grito de "¡Banzai!" (grito de guerra de los soldados japoneses). Las cuatro trampillas se abrieron a la vez. Tras la ejecución, los cuerpos fueron cargados en camiones de la policía militar y llevados al crematorio de Kubyama. Las cenizas se trasladaron a un destino secreto y los periódicos publicaron una poesía que Tojo había dictado antes de morir: "Adiós a todos, hoy atravesaré las montañas terrenas, y gozosamente entraré en los campos de Buda".

Tras las ejecuciones, y para rebajar la tensión entre los diferentes representantes de los acusados y los fiscales, un miembro de la defensa proclamó: "Ahora la paz debe reinar entre nosotros. Los horrores de la guerra deben ceder el paso a la colaboración entre los pueblos. Los Estados Unidos deberán olvidar Pearl Harbor y nosotros, los japoneses, olvidaremos Hiroshima y Nagasaki".

Pásate por esta sección >> Hongo nuclear.

Pásate por esta sección >> Agosto 2020.

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Por desgracia, muchos fueron los crímenes cometidos por ambos bandos en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial, pero también es cierto que algunos de ellos destacan por su grado de brutalidad extrema. Ese es el caso de los abusos cometidos por el ejército Imperial japonés contra las mujeres de los países ocupados, muchas de las cuales fueron víctimas de maltrato y vejaciones cometidos contra su dignidad e incluso su humanidad. Estas mujeres fueron definidas por los nipones como ianfu, palabra que significa "mujeres de confort" (el término coreano para referirse a ellas es eianbu). De hecho, miles de mujeres y niñas procedentes de numerosos países asiáticos, como Corea, China y el propio Japón, fueron secuestradas y obligadas a actuar como esclavas sexuales en prostíbulos militares japoneses durante toda la contienda.

Pero la figura de las llamadas "mujeres de confort o de consuelo" surgió mucho antes de que Japón participase en la Segunda Guerra Mundial. En el país, esta práctica se llevaba a cabo desde la Edad Media como una medida implantada para impedir que los soldados, en el transcurso de operaciones de conquista y asalto, violaran sistemáticamente a la población civil femenina. Lo habitual era que fueran las propias autoridades de las poblaciones ocupadas las que se encargasen de organizar servicios sexuales con prostitutas profesionales (karayuki-san) como medida de protección hacia el resto de mujeres. Aunque, de hecho, el tráfico organizado de mujeres en el continente asiático empezó alrededor de 1870, no sería hasta 1919 cuando, tras la abolición de la prostitución por parte del gobierno japonés, la práctica del trafico de mujeres para ejercerla se convirtió en una autentica lacra para el país.

Mujeres y ninñas de origen chino y malayo esclavizadas por los japoneses en Penang durante 1945.

El historiador alemán Bernd Stöver, especialista en temas de la Segunda Guerra Mundial, cree que el número de mujeres secuestradas para estos fines antes del conflicto pudo ser de 200.000, pero después ese número pudo haberse incrementado hasta alcanzar las 400.000. Las víctimas de este horrendo tráfico eran sobre todo mujeres y niñas de entre doce y veinte años procedentes de Vietnam, Taiwán, China, Malasia, Filipinas y Corea, que, engañadas con falsas promesas, eran subidas a barcos mercantes para acabar hacinadas en burdeles denominados eufemísticamente "estaciones de consuelo" o "centros de solaz". Tras la salvaje actuación del ejercito imperial japonés durante la masacre de Nanking en 1937, donde miles de muchachas de todas las edades fueron violadas y torturadas, el mando militar japonés decidió traer desde Japón a profesionales del sexo para intentar poner freno a la brutalidad de los soldados con las civiles chinas. Pero descontentos por no poder excederse con las mujeres traídas desde Japón, los soldados japoneses decidieron no acudir a estos prostíbulos "oficiales" y prefirieron salir de nuevo a la calle a seguir violando a mujeres chinas a cambio de perdonarles la vida.

Con la situación desbordada y el prestigio del ejercito japonés seriamente dañado, el alto mando decidió tomar una decisión que afectaría gravemente a los derechos más elementales de las mujeres de los países ocupados: convertir a miles de ellas en esclavas sexuales. Estas mujeres, obligadas a ejercer la prostitución contra su voluntad, y cuyas vidas se vieron completamente destruidas, tuvieron que soportar además insultos y vejaciones por parte de los militares japoneses que las calificaron de "retretes públicos". De todos los países afectados, China fue el país ocupado que más sufrió la política de las "mujeres de confort". En el gigante asiático se sucedieron secuestros y amenazas de muerte a los familiares de las jóvenes. Muchas eran seleccionadas tras la masacre de alguna de aldea, y sus condiciones de vida eran absolutamente infernales. Además de verse sometidas a actos sexuales ignominiosos y vejatorios, eran torturadas hasta extremos absolutamente inhumanos.

También Indonesia, tras su ocupación en el año 1942, se vio seriamente afectada por la prostitución forzosa. La población femenina del archipiélago sufrió, así, la misma espantosa suerte que la de otros países conquistados por los japoneses. Fueron numerosos los burdeles distribuidos por todo el país, algunos ubicados en hoteles de lujo y clubes nocturnos, e incluso hubo uno, el prostíbulo de Kalijati, camuflado en un aeródromo. Muchos de estos prostíbulos fueron regentados por hombres de negocios occidentales, que vieron en estos establecimientos una oportunidad de oro para enriquecerse. Debido a la alta tasa de mortalidad causada por la malaria en Indonesia, cada soldado japonés destinado en el archipiélago recibía un manual titulado Libro de bolsillo de higiene de áreas tropicales en el que se explicaba cuál era la mejor manera de no enfermar y de escoger a una prostituta.

Un oficial del ejercito brita´nico entrevista a una nin~a china tras su liberacio´n de un prostíbulo.

Tampoco las mujeres europeas que vivían en las áreas ocupadas por el ejército imperial japonés estuvieron exentas de tales vejaciones. Por ejemplo, los japoneses quedaron fascinados con las mujeres holandesas que vivían en Indonesia, muchas de ellas rubias y con los ojos azules, a las que consideraron sumamente exóticas. Por este motivo algunas recibieron un trato especial y fueron consideradas "prostitutas de lujo", lo que conllevó un mejor trato: comida más abundante y baños con agua caliente. Pero no todas recibieron ese trato. Muchas eran deportadas a campos como los de de Ambarawa y Semarangm, al norte de Java, donde se las obligaba a ejercer la prostitución, y en muchos casos eran violadas y asesinadas. La mayoría de mujeres que fueron forzadas a prostituirse no vivieron para contarlo. Muchas de ellas fueron asesinadas por sus captores, e incluso llegaron a suicidarse para dejar de sufrir. Una mujer que tuvo la suerte de salir con vida de aquel infierno fue la coreana Ok-Seon Lee, quien quiso narrar su historia para dar visibilidad a las atrocidades sufridas por mujeres como ella. Tras ser secuestrada por dos hombres mientras iba por la calle, Ok-Seon pasó toda la guerra de prostíbulo en prostíbulo viviendo en condiciones infrahumanas. La superviviente de aquel horror dijo de aquellos centros que "no eran un lugar para humanos, eran un matadero".

Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, aquel terrible capitulo de la historia fue uno de los que fueron juzgados por los tribunales en el conocido como Juicio de Tokio, y décadas más tarde fue denunciado por numerosas organizaciones defensoras de los derechos humanos. Pero aun a día de hoy se desconoce el número real de mujeres que sufrieron aquellas humillaciones. La principal razón de este desconocimiento se debe a que, ante la inminencia de la derrota, el ministro de guerra japonés ordenó quemar cualquier documento que pudiese resultar incriminatorio para su país. Con ese objetivo, el 14 de agosto de 1945, el comandante del Kempentai, la policía militar japonesa, envió las instrucciones pertinentes para que se procediera a la destrucción de cualquier documentación que pudiera involucrarles en esos casos.

Contrato de reclutamiento para "mujeres de confort" emitido el 4 de marzo de 1938.

El 28 de diciembre de 2015, los ministros de Relaciones Exteriores de Japón, Fumio Kishida, y su homólogo coreano, Yun Byung-se, alcanzaron un acuerdo mediante el cual Japón se comprometía a entregar mil millones de yenes (unos 7,5 millones de euros aproximadamente) al gobierno de Corea del Sur, una suma que debería servir para la creación de un fondo de ayuda para las mujeres víctimas de la esclavitud sexual durante la guerra. Pero este acuerdo no satisfizo a todo el mundo. Según el Consejo Coreano de las Mujeres Reclutadas para la Esclavitud Sexual del Ejército, "Corea del Sur y Japón firmaron un acuerdo que carece de las apropiadas disculpas y compensaciones. Al fin y al cabo, este acuerdo es simplemente económico y solo sirve como soborno para que el gobierno coreano silencie el tema. Japón ni siquiera ha pedido disculpas a las víctimas".

Estatuas conmemorativas en Hong Kong dedicadas a las miles de mujeres que fueron esclavizadas sexualmente durante la Segunda Guerra Mundial.

En la actualidad existe en Japón una corriente de pensamiento, que algunos ha llegado a calificar de "revisionista", que trata de desmentir cualquier acusación vertida contra la actuación japonesa durante la Segunda Guerra Mundial. En su mayoría, esta corriente es seguida por jóvenes japoneses que dicen estar cansados de tener que pedir perdón a China y a Corea por todo lo que sucedió en el transcurso de la guerra. Incluso políticos como Shinzo Abe (primer ministro japonés hasta septiembre de 2020) han negado tanto la existencia de esos centros como el hecho de que miles de mujeres fueran obligadas a mantener relaciones sexuales en contra de su voluntad. Por su parte el gobernador de Osaka, Toru Hashimoto, sin negar la existencia de esos centros de prostitución forzosa, dijo en 2007 que fueron necesarios para que mantener la disciplina de los soldados, y el exjefe de las fuerzas aéreas de Japón, Toshio Tamogami, afirmó en su momento que las atrocidades cometidas por las tropas niponas solo son "mentiras e invenciones". Es evidente que no siempre resulta fácil reconocer el pasado.

Las «mujeres de confort» y la incomodidad de reconocer el pasado.

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