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20 - Noviembre - 2020
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El tribunal que juzgó entre noviembre de 1945 y octubre de 1946 a los 22 principales dirigentes del Gobierno y el Ejército alemanes capturados en los estertores del Tercer Reich, así como a las instituciones vinculadas al régimen, pasa por ser el primer gran precedente del Tribunal Penal Internacional, constituido en 1998 en La Haya. Y ello pese a tratarse de un tribunal militar de excepción, creado ex profeso y marcado desde su inicio por las serias dudas sobre su jurisdiccionalidad, parcialidad y retroactividad. La constitución de una sala que juzgase a los líderes y colaboradores del nazismo fue objeto de una larga discusión entre los aliados, que se inició ya en 1942 en Moscú. La difícil configuración de un juzgado dotado de legitimidad para encausar y condenar a criminales de guerra sin un corpus penal internacional no convenció, en principio, ni a Londres ni a Washington. La presión soviética hizo que los futuros juicios se convirtiesen en una realidad en la Conferencia de Potsdam de 1945, con el argumento de peso de legitimar la posición aliada y, por ende, su política de juzgar y sentenciar a los líderes de los regímenes de los países que quedaron bajo su jurisdicción.

Más allá del proceso a los principales responsables del Holocausto y otros crímenes de guerra, este tribunal de excepción procesó a más de medio millar de militares, profesionales y empresarios que contribuyeron a la comisión de todo tipo de crímenes inspirados o relacionados con el nazismo durante la Segunda Guerra Mundial en otros 12 procesos diferentes. En todos los casos, por los delitos que el propio tribunal tipificó como crímenes contra la paz, crímenes de guerra, crímenes de lesa humanidad y conspiración contra la paz, basándose en el Tratado de Versalles (firmado por Alemania en su claudicación tras la Primera Guerra Mundial) y en la Convención de Ginebra de 1907 (en vigor en 63 estados en el inicio de la guerra, entre ellos en Alemania).

Los juicios de Núremberg empezaron el 20 de noviembre de 1945 contra la cúpula nazi. Abajo a la izquierda, con lentes oscuros, está Hermann Göring, seguido de Rudolf Hess, los acusados de más alto rango.

El tribunal contó, además, con el aval de la Asamblea General de Naciones Unidas, que reconoció por unanimidad los principios del derecho internacional recogidos en el Estatuto de Constitución de este autodenominado Tribunal Militar Internacional, así como sus sentencias. Su constitución corrió a cargo de los cuatro países aliados que en ese momento habían ocupado Alemania y ejercían su jurisdicción militar y civil: Estados Unidos, Reino Unido, Francia y la Unión Soviética. De esta manera, la sala se constituyó con los magistrados titulares Geoffrey Lawrence, designado por el Reino Unido; Francis Biddle (Estados Unidos); Henri Donnedieu de Vabres (Francia); y Iona Nikítchenko (Unión Soviética). Cada uno de ellos tenía un juez suplente. Como fiscal jefe actuó el juez estadounidense Robert H. Jackson, con la ayuda de los fiscales Hartley Shawcross (Reino Unido), Román Rudenko (Unión Soviética), François de Menthon y Auguste Champetier (Francia). Los diferentes procesos se abrieron tras los trabajos del Comité para la Investigación y el Enjuiciamiento de los Criminales de Guerra, también constituido excepcionalmente para la ocasión.

Los encausados en este primer juicio fueron Hermann Göring, designado por Adolf Hitler como su sucesor y comandante de la Luftwaffe; Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler; Joachim von Ribbentrop, ministro de Asuntos Exteriores; Wilhelm Keitel, comandante en jefe de las Fuerzas Armadas; Ernst Kaltenbrunner, director de la Oficina Central de Seguridad del Reich, que controlaba la Gestapo, la policía, el servicio militar de inteligencia y la dirección de los campos de concentración; Hans Frank, ministro de Justicia y gobernador general de Polonia; Wilhelm Frick, ministro del Interior; Julius Streicher, editor del semanario antisemita Der Stürmer; Hans Fritzsche, jefe del Departamento de Prensa Nacional del Ministerio de Propaganda y jefe del Departamento de Radiodifusión; Alfred Rosenberg, ministro de los Territorios Ocupados del Este; Albert Speer, ministro de Armamentos y Producción Bélica; Konstantin von Neurath, ministro de Asuntos Exteriores; Martin Bormann, jefe de la Cancillería del Partido Nacionalsocialista, juzgado en ausencia; Walther Funk, ministro de Economía; Hjalmar Schacht, exministro de Economía; Karl Dönitz, comandante en jefe de la Marina; Erich Räder, excomandante en jefe de la Marina; Baldur von Schirach, jefe de las Juventudes Hitlerianas entre 1933 y 1940; Fritz Sauckel, plenipotenciario para la movilización de la mano de obra de 1942 a 1945; Alfred Jodl, jefe del Estado Mayor de Operaciones; Franz von Papen, canciller de Alemania en 1932 y vicecanciller entre 1933 y 1934, y Arthur Seyss-Inquart, canciller de Austria, vicegobernador de Polonia de 1939 a 1940 y comisario del Reich en los Países Bajos.

El Palacio de Justicia de Núremberg (en alemán: Justizpalast) es un complejo de edificios en Núremberg, Baviera, Alemania. Fue construido entre 1909 y 1916 y alberga el tribunal de apelaciones (Oberlandesgericht), el tribunal regional (Landgericht), el tribunal local (Amtsgericht) y la fiscalía (Staatsanwaltschaft). El Monumento a los Juicios de Núremberg (Memorium Nürnberger Prozesse) se encuentra en el último piso del palacio de justicia.

El tribunal debía juzgar también Robert Ley, jefe del Frente Alemán de Trabajo, pero se suicidó tras su detención, y Gustav Krupp, industrial que utilizó el trabajo esclavo y que no fue a juicio debido a su estado casi vegetativo en el momento del proceso. Por otra parte, el tribunal se declaró capacitado para juzgar también penalmente a personas jurídicas como el Gabinete del Reich, junto al Consejo Secreto de Defensa y el Consejo de Ministros, las SS (camisas negras), las SA (camisas pardas), el SD o Servicio de Seguridad e Inteligencia del partido nazi, la Gestapo, el Estado Mayor y Alto Mando de las Fuerzas Armadas Alemanas y el Cuerpo de Líderes Políticos del Partido Nacionalsocialista. Por expreso deseo de los ocupantes británicos y estadounidenses, en su jurisdicción no se investigó ni encausó a los responsables políticos y militares internados en los campos de Dustbin y Ashcan ni a ningún líder italiano, pese a que el tribunal se constituyó formalmente para juzgar a los criminales del Eje. De la misma manera, no se presentó acusación alguna a ningún aliado responsable de los mismos delitos por los que se juzgó a los acusados. Paradigmática en este sentido fue la acusación a Keitel, Jodl y Ribbentrop por la conspiración que precedió a la invasión de Polonia, recogida en el Pacto Molótov-Ribentropp de 1939 firmado por el Gobierno soviético.

Tribunal en sesión del 30 de septiembre de 1946.

El proceso principal se abrió el 20 de noviembre de 1945 en el Palacio de Justicia de Núremberg, que paradójicamente había sido el escenario en el que el Gobierno nazi había aprobado sus principales leyes de segregación racial. El escenario designado fue una imposición del Reino Unido y Estados Unidos, que ocupaba este sector, y contaba con la ventaja de la prisión anexa, donde se trasladó a los acusados. La sesión se inició pasadas las 10 horas y consistió en la lectura de los cargos de cada uno de los encausados, así como en la intervención, por parte de la defensa, de un único abogado, Otto Stahmer. Como era previsible, Stahmer apeló al principio de retroactividad, ya que los crímenes de los que se acusaba a los 22 reos no estaban tipificados antes de la apertura del juicio oral. Las defensas, durante el proceso, también pusieron en cuestión la legitimidad territorial del tribunal y su parcialidad, al estar plenamente compuesto por representantes de los países vencedores. El juicio se desarrolló en 261 sesiones en las que intervinieron los fiscales de la acusación y 27 abogados defensores que convocaron a más de un centenar de testigos en descargo de sus defendidos. Las sesiones se realizaron con traducción simultánea en inglés, alemán, francés y ruso. Se presentaron más de 300.000 declaraciones escritas y alrededor de 3.000 documentos. Las vistas fueron seguidas por 250 periodistas acreditados y cien ciudadanos que accedían a la sala por orden de cola. Durante las sesiones se proyectaron diversas filmaciones inculpatorias.

Las sesiones evidenciaron tanto la postura cerrada de las defensas en su apelación a la falta de legitimidad del tribunal y de las acusaciones –aferrándose en algún caso a la ley alemana– como la descoordinación y politización de los fiscales. Durante el juicio, el fiscal soviético llegó a proponer que el tribunal reflejase que el pueblo soviético –y por ende los pueblos eslavos– había sido la gran víctima del nazismo, y no el pueblo judío, definido de forma abstracta. El juicio quedó visto para sentencia el 30 de septiembre de 1946, cuando los cuatro jueces presentaron sus conclusiones, en las que venían a confirmar los cargos iniciales imputados sobre cada uno de los acusados, con la excepción –para sorpresa del auditorio– de cuatro de los encausados.

Francesc Boix, 2000 negativos como prueba del horror.

El 1 de octubre de 1946 se realizó la lectura pública de las sentencias en presencia de los acusados. Una lectura que se prolongó durante dos sesiones. Declarados culpables de alguno o varios de los cuatro delitos imputados, se sentenció a pena capital a 12 de los acusados (Göring, Ribbentrop, Keitel, Kaltenbrunner, Rosenberg, Frank, Frick, Streicher, Sauckel, Jodl, Seyss-Inquart y Bormann), tres a cadena perpetua (Hess, Funk y Räder) y cuatro a prisión de 10 a 20 años (Dönitz, Schirach, Speer y Neurath). Fueron absueltos Schacht, Von Papen y Fritzsche. Göring se suicidó tras conocer la sentencia con una píldora de cianuro que al parecer le facilitó un oficial estadounidense, creyendo que se trataba de un medicamento que le había dado una desconocida mujer durante la última sesión del juicio. Por otra parte, el tribunal también declaró culpable de alguno de los delitos imputados al Cuerpo de Líderes Políticos del Partido Nacionalsocialista; a la Gestapo y el SD a excepción de su del personal administrativo y taquígrafos, y a las SS, a excepción de los reclutas que no participaron en acciones criminales. Fueron declarados no criminales el Gabinete del Reich, el Estado Mayor y Alto Mando de las Fuerzas Armadas Alemanas y la SA.

La fecha de las ejecuciones, por ahorcamiento, se comunicó a los sentenciados a muerte la noche del 15 de octubre, y se llevaron a cabo un día después en el gimnasio de la prisión, sin público. Los cadáveres fueron incinerados y arrojados a un afluente del río Isar. Bormann, que fue juzgado y condenado en ausencia, había muerto durante la toma soviética de Berlín, como se supo después. Los siete acusados que habían sido condenados a prisión cumplieron sus sentencias como únicos reclusos de la cárcel de Spandau, en Berlín occidental. Salvo Hess, que murió en prisión en 1987, todos fueron liberados, en algunos casos antes de cumplir su condena por problemas de salud.

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Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la devastación fue tan enorme y los crímenes de guerra tan extensos que las fuerzas aliadas victoriosas determinaron que era necesario imponer algún tipo de castigo a los responsables de engendrar esa maquinaria de destrucción y exterminio contra la humanidad. Hubo un tira y afloja entre los aliados sobre qué hacer con los líderes nazis capturados. En un momento dado había quienes abogaban por ejecuciones sumarias, pero al final se consideró que un juicio realizado por un Tribunal Militar Internacional era importante para educar al mundo sobre lo que había sucedido. Esos fueron los juicios de Núremberg, que se iniciaron un 20 de noviembre hace 75 años. Poco se sabe, sin embargo, de un extraordinario proceso de análisis psiquiátrico y psicológico de los prisioneros que se llevó a cabo paralelamente para tratar de encontrar los orígenes de su maldad.

Horas y horas de entrevistas, exámenes y observaciones generaron un sinfín de documentos que quedaron en el olvido y que en 2016 fueron rescatados en un libro titulado "Anatomía de la maldad: El enigma de los criminales de guerra nazis". Su autor, el doctor Joel E. Dimsdale, profesor emérito de Psiquiatría de la Universidad de California en San Diego, habló con BBC News Mundo.

Núremberg fue escogida como sede de los juicios por su valor simbólico ya que esta ciudad en Baviera había sido escenario de los multitudinarios desfiles y mítines políticos de los nazis en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Pero también había una razón pragmática: contaba con un Palacio de Justicia que milagrosamente había sobrevivido al bombardeo aliado y en el que se instalaría el Tribunal Militar Internacional, y una prisión anexa que permitía la segura reclusión y vigilancia de los acusados que serían enjuiciados. El primer proceso fue contra 22 miembros de la cúpula nazi y, aunque los fallos estaban prácticamente cantados (12 de ellos fueron condenados a morir en la horca), también hubo un llamado para realizar una investigación psicológica de los prisioneros para tratar de entender el origen de su maldad y los motivos de los horrores que cometieron.

"Toda prisión cuenta con la presencia de un psiquíatra y un psicólogo para mantener el ánimo de los reclusos con el fin de que estén en capacidad de enfrentar sus juicios y participar en sus defensa", explica el doctor Joel Dismdale. Pero en Núremberg sucedió algo extraordinario: el trabajo conjunto de dos analistas brillantes cuya obsesión, iniciativa y ambición personal los llevaron a emprender una investigación exhaustiva con innumerables horas de entrevistas, observaciones, tests y evaluaciones de cada uno de los acusados. Por un lado estaba Douglas Kelley, un psiquíatra militar, experto de fama mundial en la pruebas Rorschach, un test de evaluación de personalidad basado en la interpretación que hace el paciente de una serie de láminas con manchas. Kelley fue el primero en acceder a los líderes nazis, pero como no hablaba alemán, le asignaron un igualmente brillante psicólogo militar de padres judío-austríacos para asistirle: Gustave Gilbert. "Su trabajo los puso en contacto íntimo con personalidades de tal grado de maldad que algunos pensaban que había algo profundamente dañado en ellos, que tenían algún tipo de disfunción cerebral o enfermedad mental", dice el profesor Dismdale. "Esa preocupación añadida a la magnitud de su maldad fue lo que forjó la investigación de su estado psiquiátrico y psicológico".

Hermann Göring, a quien Hitler había designado como su sucesor, durante el juicio.

A pesar de que Kelley y Douglas eran colegas de trabajo, se detestaban mutuamente y desarrollaron una rivalidad muy competitiva sobre a quién pertenecía el trabajo realizado. También se enredaron en discusiones filosóficas sobre la naturaleza del mal y la interpretación de las pruebas Rorschach. El psicólogo creía que los test demostraban que los acusados nazis eran "otros", seres cualitativamente diferentes al resto de humanos, mientras que el psiquíatra los veía más como unos arribistas profesionales dispuestos a hacer lo que fuera para avanzar su carrera pero sin nada particularmente monstruoso en su comportamiento". Debido a esa competencia y su diferencia de opiniones, los resultados de las pruebas Rorschach quedaron prácticamente sepultados, hasta que el doctor Joel E. Dimsdale recibió una visita inesperada. "Estaba en mi oficina en Harvard cuando llegó este hombre sin cita previa, golpeó y entró con un estuche para cargar armas", cuenta el profesor de psiquiatría. "Me preguntó: '¿Usted es Dimsdale?'. Le dije sí. Se sentó en mi sofá y me dijo 'Soy el verdugo. He venido por usted', y abrió el estuche y salieron una serie de documentos de la Segunda Guerra Mundial". El hombre resultó ser uno de los encargados de las ejecuciones en Núremberg. El doctor Dimsdale había concentrado sus primeras investigaciones en los sobrevivientes de los campos de concentración, pero motivado por este "verdugo", decidió hurgar en archivos ocultos y clasificados sobre los resultados de los psicoanálisis de los criminales de guerra para entender lo que había pasado.

El profesor Joel E. Dimsdale hurgó en los archivos de Núremberg para estudiar a cuatro de los criminales de guerra nazis.

Todos los acusados de Núremberg presentaban casos igualmente interesantes. Pero para su libro "Anatomía de la maldad", Dismdale decidió estudiar a cuatro que eran diametralmente opuestos en términos de sus antecedentes, comportamientos y reacciones ante el juicio al que se los sometió. Estos fueron Robert Ley, líder del Reich y jefe del Frente Alemán del Trabajo; Julius Streicher, fundador del diario antisemita Der Stürmer y parte central del aparato de propaganda nazi; Rudolf Hess, Führer suplente; y Hermann Göring, la figura más poderosa del Partido Nazi y canciller de Alemania tras la muerte de Hitler. Lo que más sorprendió al doctor Dimsdale al estudiar a estos cuatro individuos es que la maldad no es monocromática.

"Se presume que todos estos fueron monstruos de la misma talla, pero el hecho es que tenían diferentes antecedentes, estilos interpersonales diferentes", expresa. "Unos podían ser encantadores cuando les convenía, otros eran tan desagradables que hasta sus propios colegas los despreciaban. Me sorprendió que pudieran ser tan variados pero al mismo tiempo fueran igualmente responsables de hechos tan monstruosos".

Robert Ley era el jefe del Frente Alemán de Trabajo y como tal controlaba el 95% de la fuerza laboral del país. Ordenó el asesinato de sindicalistas que no apoyaran al Partido Nazi y asistió en el establecimiento de fábricas de trabajo forzado. Era fanáticamente leal a Hitler y consideraba al Partido Nazi como "nuestra orden religiosa, nuestro hogar sin el cual no podemos vivir".

"Devoción canina a Hitler". Robert Ley detrás de Adolph Hitler durante un mitin político nazi.

Pero tenía una personalidad compleja, ya que también abogaba por los derechos del trabajador, un salario equitativo para las mujeres y más tiempo de vacaciones. En la Primera Guerra Mundial Ley sufrió una herida en la cabeza que lo dejó con un tartamudeo y tuvo un comportamiento errático por el resto de su vida, siendo propenso a enfurecerse de forma repentina. Sus problemas con el alcohol también fueron legendarios. Durante sus interrogatorios en prisión fue bastante abierto y perspicaz con respecto a la derrota nazi. Aceptó que se le considerara un enemigo, pero se sentía humillado porque lo consideraban un criminal. Al final reconoció su culpa y expresó remordimientos. A pesar de que los prisioneros estaban bajo observación 24 horas y había un control estricto sobre quiénes entraban en contacto con ellos, Ley logró quitarse la vida ahorcándose con una cuerda.

"Se hizo un análisis post mortem de su cerebro para ver si había alguna patología", comenta Dimsdale. "En resumidas cuentas se consideró que tal vez había unos cambios sutiles en el cerebro pero no se halló nada que llamara la atención".

Uno de los acusados más singulares fue Julius Streicher. "Tal vez el más repugnante de los criminales de guerra", dice Dimsdale. Tenía fama de ser el más antisemita en el gabinete nazi -y había mucha competencia para ese título pero él era "lo peor de lo peor". Su presencia en Núremberg no era la primera ante un tribunal. Se jactaba de haber sido enjuiciado múltiples veces por difamación, sadismo, violación y otros crímenes sexuales. No obstante, en sus entrevistas con el psiquíatra Kelley, le dijo que dormía muy bien en la cárcel debido a su "conciencia limpia". Kelly lo consideró paranoico y cuestionó cómo este ser pudo mantener hechizados a miles de alemanes "sensatos". Por su parte, el psicólogo Gilbert lo describió como rígido, insensible y obsesivo. En una ocasión se declaró sionista, dijo que amaba a los judíos y que pensaba que deberían vivir en su propio país, algo extraño en un hombre que durante décadas publicó los discursos antisemitas más violentos y rabiosos. En su libro, Joel Dimsdale dice que en otro contexto, Stricher hubiera sido considerado simplemente como una "mala hierba", argumentativo, violento, corrupto y depravado. Antes de que se les pusiera la soga al cuello, a los condenados se les preguntaba su nombre. Streicher gritó desafiantemente: "¡Heil Hitler! ¡Usted conoce bien mi nombre!"

Julius Streicher era un individuo tan desagradable que hasta sus colegas lo odiaban.

El tercer líder nazi que Dimsdale estudió fue Rudolf Hess, el Führer suplente y uno de dos acusados sobre los que el tribunal dudó si tenía las condiciones mentales para enfrentar un juicio. Hess fue un alto dirigente del Partido Nazi. Estuvo encarcelado con Hitler en los años 20 y le ayudó a escribir "Mi lucha". A pesar de su rara apariencia "cadavérica" y sus excentricidades fue un interlocutor popular en los famosos mítines nazis. El psicólogo Gilbert declaró que "tenía una devoción canina hacia Hitler". Pero su influencia empezó a decaer y al comienzo de la guerra Hess voló secretamente a Inglaterra donde aterrizó en paracaídas con la intención de llegar a un acuerdo de paz con los británicos. Allí estuvo encerrado durante años en un hospital psiquiátrico. Tras su traslado a Núremberg, se quejó constantemente de amnesia intermitente, de sufrir dolores y de que los Aliados intentaban envenenarlo porque estaban controlados hipnóticamente por los judíos. Se comportó de forma tan rara que algunos cuestionaban si estaba fingiendo, así que trajeron a un equipo de psiquíatras de todo el mundo para entrevistarlo. "Algo andaba profundamente mal con Hess", señala el profesor Dimsdale, "pero no tan malo que no pudiera participar en su defensa". El tribunal lo condenó a cadena perpetua en la prisión de Spandau, en Berlín, donde permaneció hasta agosto de 1987, cuando se ahorcó a la edad de 93 años.

Rudolf Hess se quejaba de que lo estaban tratando de envenenar.

Finalmente, Hermann Göring fue el acusado de más alto rango en ser enjuiciado en Núremberg y el cuarto que estudió Dimsdale en "Anatomía de la maldad". Göring fue presidente del Reichstag (Parlamento), fundador de la Gestapo (policía secreta), comandante en jefe de la Luftwaffe (Fuerza Aérea), coordinador de la Conferencia de Wansee (donde se diseño la "Solución Final" para el exterminio de los judíos) y el creador de los primeros campos de concentración. Era altamente inteligente, imaginativo y a la vez brutal, con una completa indiferencia por la vida humana. Un adicto a los opiáceos con una personalidad exuberante, escribe Dimsdale en su libro. "Un hombre disoluto con un gusto por el lujo y el robo" y exageradamente corrupto. Saqueó piezas de arte a diestro y siniestro. Pero también era "simpático, amplio, excéntrico y divertido", indica el autor. Un "psicópata amigable" fue como Gustave Gilbert lo describió. Su reacción hacia este acusado, como hacia los otros, era de "repugnancia", afirma Dismdale. Antes de que fuera sentenciado, Göring le preguntó al psicólogo qué habían revelado sus test de Rorschach, y le contestó: "Sinceramente... aunque demuestran que usted tiene una mente activa y agresiva, no tiene las agallas para enfrentar su responsabilidad... eso mismo hizo durante la guerra, drogando su mente para no enfrentar las atrocidades... usted es un cobarde moral". Douglas Kelly, por su parte, también pudo ver más allá de la encantadora personalidad de Göring, catalogándolo como un "individuo agresivo narcisista... dominado por una fijación en él mismo". Sin embargo, desarrolló sentimientos muy positivos en torno al prisionero, señala Dimsdale. "Se la llevaron divinamente. Göring inclusive le solicitó a Kelley que adoptara a su hija (no lo hizo)". Göring estaba indignado por el hecho de que su ejecución no fuera ante un pelotón de fusilamiento, sino que tuviera que sufrir la humillación de ser ahorcado. Horas antes de subir al patíbulo, se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro. Se especuló con que Kelly pudo haberle pasado el veneno como un gesto de compasión.

El doctor Dimsdale describe a Göring como "un hombre disoluto con un gusto por el lujo y el robo".

Las distintas percepciones de Gilbert y Kelly sobre los acusados pueden ser causadas por la posible "contaminación" que puede afectar a los especialistas por su contacto cercano con el paciente. El fenómeno se llama contratransferencia. "Cuando te sientas con alguien durante horas y horas, algo se te unta como terapeuta", explica el doctor Joel Dimsdale. "Todos tenemos sentimientos cuando interactuamos. Podemos no saber nada del sujeto (que analizamos) pero algo en su voz o cómo se porta nos recuerda a alguien que conocimos en el pasado y hacemos una transferencia de cómo nos hace sentir. Algunas veces son sentimientos positivos, otras veces muy negativos". Como anécdota inquietante, Dimsdale resalta que Douglas Kelly tuvo una carrera bastante activa durante los siguientes diez años después de los juicios. Impartió innumerables seminarios sobre el tema, se destacó como profesor de criminología en la Universidad de California, Berkeley, rodeado de objetos recopilados en Núremberg. Su ritmo de trabajo era intenso, así como su alcoholismo e irritabilidad. En año nuevo de 1958, tras un ataque de furia, se suicidó en frente de su familia con cianuro. "Tuvo que haber algo inusual en sentarse en una prisión con estos criminales de guerra", afirma el doctor Dimsdale. "Eran celdas pequeñas, húmedas, oscuras. Ambos se sentaban en un pequeño catre a hablar interminablemente, en entrevistas, con tests psicológicos y uno apenas se puede imaginar el sentido de horror de estos psicólogos y doctores de estar lado a lado de quienes habían perpetrado actos terribles". No obstante, también les molestó que no hubieran podido encontrar una definitiva "marca de Caín" en estos criminales de guerra, dice el profesor de psiquiatría. "Creo que les sorprendió que no estuvieran sentados al lado de monstruos".

En esta imagen de una dramatización de la BBC de una de las sesiones de Gustave Gilbert con un acusado de crímenes de guerra nazi se aprecia la cercanía entre analista y paciente.

Tal vez por eso y por las conclusiones distintas a las que llegaron Kelly y Gilbert, los resultados de las pruebas de Rorschach de los líderes nazis esencialmente se ocultaron. En épocas diferentes hubo intentos por revivir el interés pero ninguno de los analistas que recibieron las pruebas quiso responder sobre lo que veían. Décadas más tarde, una psicóloga llamada Molly Harrower decidió hacer una prueba ciega con los resultados. Primero borró los nombres que identificaban a qué criminal de guerra pertenecían los resultados y los mezcló con los resultados de otras personas incluyendo pastores religiosos, estudiantes de medicina, enfermeras, ejecutivos y delincuentes juveniles. Luego los envió a expertos pidiéndoles que los ordenaran en grupos diferentes. "Básicamente, en la interpretación ciega, no hubo diferencias palpables entre los criminales de guerra y el resto", contó Dimsdale a BBC Mundo. "El resultado de ese experimento no reveló nada en cuanto a las características psicológicas de los líderes nazis".

Hoy en día, las pruebas de Rorschach no se usan mucho, según Dimsdale. Desde los 80 se hacen entrevistas de diagnóstico psiquiátrico y se cuenta con un Manual de Diagnóstico Estadístico para el estudio y tratamiento de trastornos mentales que se actualiza anualmente.

"En el campo de la neurociencia se realizan trabajos con respecto al cerebro y el comportamiento", comenta el profesor. "Hay imágenes cerebrales que se pueden presentar ante los tribunales como una forma de defensa para argumentar que la persona acusada no es mala pero que tiene un cerebro defectuoso y así lograr algún tipo de clemencia. Este tipo de cosas pasarán más en el futuro, serán tema de debate en los tribunales", afirma. "Hubiera sido más cómodo concluir que había algo absolutamente, definitivamente singular, profundamente malvado, patognomónicamente horrible con estos líderes nazis", dice. "Tienen que ser monstruos. Eso es lo que queremos que sean. Si son algo menos que eso, nosotros tenemos que enfrentar el interrogante de '¿Qué hubiera hecho yo?¿Hubiera llegado tan lejos?' Esa es una muy dolorosa e inquietante pregunta para la gente".

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