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15 - Diciembre - 2021
>>>> Planeta Tierra > Grandes simios

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Antes de que Darwin pusiera la foto de un simio en nuestro álbum familiar pasaron muchas cosas. Después, también. De Aristóteles a la genética, este es un recorrido por una de las aventuras más fascinantes de la historia de la ciencia. Ha sido un viaje, muchas veces sin rumbo y lleno de miedos sí que, sólo a finales del siglo XX empieza a aclarar su destino, descubrir el lugar del hombre en la naturalez a y su relación con los otros grandes primates. Desde muy antiguo hemos observado a estos curiosos e inteligentes seres con la misma soberbia con la que un niño superdotado, caprichoso y malcriado, contempla a sus compañeros de clase. Durante dos milenios las preguntas han sido las mismas, pero las respuestas han ido cambiando. Cercano el año 2000 y con la explosión de los nuevos conocimientos, el papel de estos espejos peludos que llamamos chimpancés, orangutanes, bonobos o gorilas cambiaba totalmente. Este es un repaso a la sugerente historia que empezó el mismo día en que un humano cruzó la mirada con uno de sus primos primates.

Última semana de octubre de 1998, viernes. La prestigiosa revista científica "Science" presentaba una información que decía: "Dos macacos de la especie rhesus demuestran que, para conseguir comida, son capaces de contar hasta nueve. Sus habilidades matemáticas, comprobadas en la Universidad de Columbia, prueban que el pensamiento matemático no requiere lenguaje y no es exclusivo de los humanos". Dos pequeños primates, de la misma especie que había dado nombre al Rh de la sangre humana, habían vuelto a sorprender a los científicos. Tenían nombre dramático, "Madcuff" y "Rosencratz", y parecían poseer el ingenio de auténticos Shakesperares de los primates. Aquellos dos monos demostraban que las actitudes matemáticas y lingüísticas evolucionan de manera independiente y, además, ponían en evidencia a Descartes, que había asegurado que no podía existir pensamiento sin lenguaje. Una nueva investigación genética, realizada por el Museo de Historia Natural de Chicago y conocida en aquellos días, también aseguraba que "sólo 50 genes separan las funciones cognitivas de chimpancés y humanos". Era era la continuación de otros trabajos que ya habían demostrado que el ADN, el software de todo ser vivo, de un chimpancé y de un ser humano, eran idénticos en un 98,4 %. Aquellas investigaciones planteaban nuestra relación con los otros grandes primates y se vieron reforzadas en febrero de 1999 cuando se demostró científicamente que el origen del SIDA estaba en los chimpancés de África central. Aquellas sorprendentes investigaciones hablaban, desde varios puntos de vista, de las similitudes en de todo tipo que existían entre humanos y grandes primates. Eran nuevos capítulos de una fascinante historia que empezó el año 470 a.C. en la cubierta de un barco cartaginés que exploraba las costas de África occidental al mando de un marido llamado Hanón. "Había otra isla poblada de hombres salvajes -escribió Hanón según transcribieron los griegos-. Las mujeres eran horrorosas y peludas. Nos dijeron que eran gorilas. Pudimos coger a 3 hembras. Como mordían y arañaban hubo que matarlas. Las despellejamos para llamar su piel a Cartago". La palabra gorila aparecía por primera vez en un texto occidental y, aunque por las latitudes que visitó Hanón es difícil que aquellos animales fueran gorilas, era el debut de uno de los viajes más sugerentes en la gran aventura del conocimiento humano. Desde aquel día, multitud de humanos han mirado a los ojos de un primate y se han preguntado: ¿Cuál es nuestra relación con esos seres tan parecidos a los otros?

El factor Rhesus (Rh) es una proteína heredada que se encuentra en la superficie de los glóbulos rojos. Si tu sangre contiene esta proteína, eres Rh positivo. Si tu sangre carece de esta proteína, eres Rh negativo. Rh positivo es el grupo sanguíneo más frecuente. La abreviatura «Rh» se usa en referencia a la palabra rhesus, la cual significa mono en griego. Su origen se encuentra en 1937, cuando Karl Landsteiner junto con Alexander Solomon Wiener, descubrieron un antígeno en los hematíes al que bautizaron como factor Rh, al haber sido hallado en el suero de conejos inmunizados con sangre procedente de un mono de la India de la especie Macaca mulatta.

Más de 2.000 años antes de que Darwin pusiera la foto de un mono en nuestro álbum familiar, Aristóteles ya reflexionó sobre la curiosa ambigüedad del rostro de los monos conocidos en su época, los del norte de África. Aristóteles que decía que moscas y gusanos nacían de las aguas putrefactas, explica en su "Historia animalium" que "algunos animales tienen una naturaleza intermedia entre los hombres y los cuadrúpedos, por ejemplo los monos. Su cara ofrece muchos rasgos de parecido con la del hombre". Durante siglos, citas cómo está navegaban en un océano de ignorancia. Los científicos antiguos, que eran capaces de medir con sorprendente precisión la circunferencia de la Tierra casi no disponían de información de primera mano sobre primates más allá de la que traían los viajeros de la época. Entre la antigüedad y el renacimiento no se progresó mucho en el conocimiento de los simios. De hecho, las descripciones de Aristóteles y las de la "Historia natural" de Plinio fundamentan de manera general la noción que se tiene de los primates hasta el siglo XVII. Fueron años en los que San Agustín, en su "De civitate dei", aseguraba: Si no supiéramos que los simios no son seres humanos sino bestias, podrían con orgullo colocarse entre nosotros como diferentes tribus de hombres". Albertus Magnus escribe , una gigantesca obra con con 26 volúmenes dedicados a las ciencias naturales en las que se afirma que los monos comparten con el hombre un diseño anatómico similar, pero difieren considerablemente en términos de alma y en el que el hombre es el único que posee razón. Para Daniel J. Boorstin, "una gran metáfora dominó y obstaculizó los esfuerzos de aquellos estudios por descubrir el lugar del hombre en la naturaleza: el concepto de la gran cadena del ser". Está cadena del Ser concibía el universo natural como una jerarquía estática e inamovible de todos los organismos, desde el más pequeño hasta la forma más perfecta de la creación, el ser humano. Pero ¿Cuántos eslabones formaban aquella cadena? y, sobre todo, ¿En qué medida se diferenciaba un eslabón (el hombre) de otro más bajo (el mono). Las respuestas a estas preguntas eran imposibles, no sólo porque presuponían una sabiduría total, improbable, sobre la naturaleza, sino porque aquel conocimiento, en aquella época, era una prerrogativa exclusiva de Dios. Los primates pequeños -chimpancés, gorilas y orangutanes aún no habían hecho su aparición en escena porque no habían sido descubiertos- llegan al renacimiento disfrazados de monstruosas caricaturas de los humanos.

Aristóteles fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al norte de Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de Occidente por más de dos milenios.

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Considerado el creador de la clasificación de los seres vivos o taxonomía, Linneo desarrolló un sistema de nomenclatura binomial (1731) que se convertiría en clásico, basado en la utilización de un primer término, con su letra inicial escrita en mayúscula, indicativa del género y una segunda parte, correspondiente al nombre específico de la especie descrita, escrita en letra minúscula. Por otro lado, agrupó los géneros en familias, las familias en clases, las clases en tipos (fila) y los tipos en reinos. Se le considera como uno de los padres de la ecología.

"Le pido a usted y a todo el mundo que me muestre un solo carácter genérico que permita distinguir al hombre de un simio antropomorfo". En 1747, Carl Von Linne replica a otro científico con su clasificación de los primates.

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En el siglo XVII, con la navegación y los grandes descubrimientos, uno curiosa variedad de bestias simiescas comienza a aparecer en la literatura de la época, los relatos de viajeros, comerciantes y exploradores en busca de riquezas por las costas selváticas de África y Asia aunque aún muy fantasiosos, empiezan a ser precisos más precisos en las descripciones de los primates. Durante muchos años los escritores continuaron mezclando sus experiencias personales con relatos tradicionales de los pueblos que visitaban o conquistaban. Un buen ejemplo de ello es un compendio de relatos de aventureros ingleses que se publica en 1625 con el título de "Purchas his Pilgrimes". Una de las historias más sorprendentes explica los viajes de Andrew Battelli y ofrece la primera descripción completa de dos antropoides de apariencia semihumana que viven en las selvas del actual Angola, en la que Batelli había sido encarcelado por los portugueses. Aquellos dos seres de los que habla Battelli, probablemente el chimpancé y el gorila, son denominados "pongo" (chimpancé) y "engeco" (gorila).

Explica Battelli que el pongo "es muy grande y de cara humana, su cuerpo está recubierto de pelo y se desplaza en grupo". Unos años después, en 1630, llega a Europa el primer gran primate del que ha quedado constancia escrita. Se trata de un orangután traído de Asia, y su llegada a Holanda para formar parte de la colección de animales del príncipe Frederik Hendrik de Orange confirma definitivamente la existencia de aquellas bestias peludas de apariencia humana sobre las que durante siglos se había fabulado. Holanda se convierte, gracias a sus colonias, en el centro de la primatologia la época. En 1641, Nicolás Tulp, un doctor de Ámsterdam que fue inmortalizado por Rembrandt en su cuadro ""Lección de Anatomía", pública en su libro "Observationionum medicarum" la que parece ser la primera representación pictórica de un chimpancé en la cultura occidental. Tulp lo confunde con un orangután y latiniza su nombre , "orang-outan" (hombre de la selva, para llamarlo "Homo sylvestris". En 1658, Jacob de Bondt, un físico holandés, corrige el error de Tulp y deja constancia escrita de la utilización correcta de la palabra orangután para referirse al gran simio pelirrojo.

El hombre, para descubrir cuál es su lugar en la naturaleza, debía empezar a saber cómo y cuándo habían aparecido las diferentes especies de simios, y, una vez reconocida la apariencia casi humana de los grandes primates, necesitaría ver cómo el interior de sus cuerpos también era similar. Edward Tyson, un médico inglés nacido en el seno de una familia rica, estaba, por su espíritu, llamado cambiar el rumbo de la historia y convertirse en el pionero de la primatologia moderna. "Cada día -dijo- llegan a nosotros descripciones de países desconocidos que nos obligan a alterar los mapas". A principios de 1698, Tyson encaró el mayor reto de su vida: realizar, por primera vez en la historia, la autopsia a un chimpancé. Era una cría que un marinero había llevado a Londres desde Angola. Aquel pequeño chimpancé permitió a Tyson empezar a recorrer los tortuosos caminos que llevaban hasta el origen del hombre. Un año después de aquella necropsia, realizada en su casa, Tyson público una obra de 165 páginas con el sugerente título de "El orangután Homo sylvestris. Anatomía de un pigmeo comparada con la de un mono, un mono antropoide y un hombre". Tyson se limitoó, sin especulaciones filosóficas, a enumerar rigurosamente las similitudes y diferencias entre la estructura interna del chimpancé y la de los seres humanos que había estudiado. Nunca antes de Tyson se había podido demostrar, de manera científica, que el enorme parecido entre grandes primates y hombres era mucho más que simple apariencia. Tyson encontró 48 similitudes destacadas que iban desde los pelos hasta la conformación del cerebro o las características del páncreas, corazón, vértebras o manos. Tras analizar el cerebro y los órganos del habla dejó perplejos a sus contemporáneos diciendo: "No hay razón para pensar que una agente ejecute tal o cuál acción porque en el se encuentran los órganos adecuados. Si esto fuera así, nuestro pigmeo(chimpancé) sería en realidad un hombre". Tyson concluyó que el chimpancé se parecía más al hombre que a los demás primates conocidos en su época y confesó que "no es capaz" de descubrir la diferencia básica y fundamental que existía entre el hombre y el chimpancé.

Zona montañosa de Angola.

Si Vesalio fue el padre de la anatomía humana, Tyson fue el creador de la anatomía comparada de los simios. Del mismo modo que Copérnico cambio el lugar en el que se encontraba el centro del universo, Tyson cambio el lugar que hasta aquel momento tenía el hombre en la naturaleza y lo puso más cerca que nunca tus primos primates. A medida que el siglo XVIII avanzaba, aumentaba el número de especímenes vivos de grandes primates que llevaban a Europa para ser estudiado exhibidos. Los relatos novelescos de los viajeros empezaron a dejar de ser la única fuente de información e incluso Jean Jacques Rousseau en su "Discours sur l´inégalité" se atrevió a declararse "impresionado por el exacto parecido" del orangután con el hombre. En 1735, Carl Von Linne, en la undécima edición de su "Sistema natural", con el que trataba de poner orden y nombre a los seres vivos, explicó:"Es extraordinario que el mono más estúpido difiera tan poco del hombre más sabio".

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Linne bautizo al hombre como "Homo sapiens", el hombre sabio, y dio uno de los pasos más audaces de la ciencia al clasificarlo como una especie animal más. Como Tyson unos años antes, Von Linne quedó impresionado por la dificultad que planteaban aquellos extraños seres que no ofrecían zonas fronterizas definidas que lo separan de los humanos. El escocés, James Burnett, lord Monboddo, fue todavía un poco más allá. Coloco al orangután en la misma categoría del hombre y se convirtió en otro de los pioneros de la nueva primatologia. En 1774 anticipo algunas de las teorías actuales sobre los primates y se atrevió a decir qué "tal y como hizo el Papa con los indios americanos, deberíamos declarar al orangután como humanos". Para algunos estudiosos como Alan Barnard, "las visiones de Monboddo representan de hecho el nacimiento de la primatologia más moderna desde el momento que incluye al orangután en la categoría del hombre, de la misma manera que hoy incluimos al hombre en la misma categoría que los primates.

Eran años de gran confusión y muchas preguntas de difícil respuesta. "¿A qué distancia del hombre -se preguntó el francés George Buffon a mediados del siglo XVIII- debemos situar a los monos antropoides, que se parecen tanto en la conformación del cuerpo?" Buffon también estaba sorprendido por el parecido físico entre aquellos grandes primates y los humanos, pero reprochaba duramente a Linne y Monboddo que no hubieran puesto más atención en el hecho fundamental que separaba a hombres y animales: la posesión de la razón. Casi cinco siglos después de los trabajos medievales de Albertus Magnus, Buffon se encontraba otra vez en el mismo punto de partida, apelaba a la razón como elemento básico de separación entre ellos y nosotros y como la característica "más noble" de nuestra especie. Hasta Johan Friedrich Blumenbach no hubo una distinción específica entre lo que llamó "troglodytes" (chimpancé y el "satyrus" (orangután). Él, que probablemente nunca vió un orangután vivo, y que sólo en 1807 durante una misión diplomática en París tuvo la oportunidad de contemplar en directo en chimpancé cautivo en el antiguo zoo del Jardín de Plantas de París, tuvo que empezar a poner orden en la nomenclatura de la incipiente ciencia de los grandes primates

San Alberto Magno (Lauingen, Baviera, 1193/1206-Colonia, 15 de noviembre de 1280) fue un obispo de la Iglesia católica, un destacado teólogo, geógrafo, filósofo, químico y en general, un polímata de la ciencia medieval. Se caracterizaba por su nobleza y liderazgo.

¿Yel gorila? Prácticamente desde que Andrew Battell hablo en 1625 de aquel gran simio de nombre "engeco" nadie había vuelto a hablar de él. El más grande de los grandes simios no fue descubierto por la ciencia occidental hasta 1847 a partir del trabajo realizado por el anatomista Jeffries Wyman con un esqueleto localizado en un pueblo de las selvas africanas por el misionero norteamericano Thomas Savage. El gran gorila fue llamado "Troglodytes gorilla" por los científicos de la época. De esta manera se recuperaba, más de 2000 años después, aquel hombre "gorilla" que había sido utilizado por el navegante cartaginés Hanón.

Tantos parecidos no podían ser casuales. La mayoría de los científicos empezaba a tener muy claro que la naturaleza no avanzaba, de ninguna manera, a saltos. La convicción de que la relación con los otros grandes primates era muy real crecía de manera imparable. Esta idea ya había sido planteada por primera vez por Jean Baptiste Lamarck en 1802 a partir de las ideas de un desconocido naturalista francés llamado Jean Claude Delamétherie, que a finales de 1780 había escrito con gran atrevimiento: "El hombre pertenece a la familia de los simios".

En la primera mitad del siglo XIX el debate se había convertido, como en tantas ocasiones, en un pretexto para reflexionar por el ser humano, pero la bomba que destruiría el entramado que durante más de dos milenios había definido la relación con los otros grandes simios primates estaba a punto de estallar en forma de libro. En 1859 Darwin, un científico británico al que Gustave Flaubert definiría con ironía como "ese que dice que descendemos del mono", publicaba "Ell origen de las especies". Desde entonces ya nada sería igual. Tal y como escribió hace unos años George B. Schaller, uno de los estudiosos del comportamiento animal más destacados de este siglo, con el texto de Darwin "la humanidad fue bruscamente sacada a empujones del centro del Universo y obligada a codearse con los simios".A a la larga, muchos aceptaron aquella relación que planteaba Darwin, aunque al principio los especialistas quedaron perplejos, inseguros y confundidos por lo que planteaba aquel hombre que había navegado por medio mundo para descubrir los secretos de la evolución. Desde ese momento y, como explico años después Thomas Henry Huxley, uno de los seguidores de Darwin los humanos "deberíamos tragarnos nuestra vanidad para empezar a contemplar a los simios como nuestros semejantes".

Nuestra bibliotecaria reseñó la celebre obra de Darwin en Octubre de 2020.

El hombre, animal político, constructor de utensilios, animal cultural y racional, animal que habla y animal inteligente, empezaba a ser, por primera vez en la historia del conocimiento, uno más, muy especial, pero uno más al fin y al cabo. Esta idea no acabó de ser bien recibida por muchas instancias culturales, científicas y religiosas. En 1880, por ejemplo, todavía se editó en París un libro que, con el sugerente título de "La creación natural de los seres vivos", incluía a los negros, pero no los blancos, dentro de la categoría de simios, junto a gorilas, chimpancés y orangutanes.

100 años después, el eco de aquel libro todavía resonaba en un artículo de la prensa sudafricana que reproducía las palabras de un político del decadente régimen racista del "apartheid" que aseguró: "Si dejamos votar los negros, al final los chimpancés acabarán conduciendo los autobuses de Pretoria". Está claro que Darwin nos acercó para siempre a los otros grandes primates, pero para algunas mentes "prodigiosas" ese acercamiento fue mayor para un determinado tipo de hombres -el negro- que para otro -el blanco-.

El nombre primates estuvo en discusión durante muchos años después de la publicación de El origen de las especies. Después de acalorados debates, en 1869, puso fin a una polémica tan viva como decisiva para el futuro de la investigación científica. Paul Broca, dando la razón a los principales textos de Huxley, escribírá que el lugar del hombre en la naturaleza estaba decidido. De común acuerdo, la Sociedad de Antropología de Francia lo califica en 1870 como "el primero de los primates, el primero de los primeros". El l panorama científico empezaba aclararse y algunas de las preguntas que lleva cientos de años sin respuesta empezaron a tenerla. Incluso muchos investigadores científicos optaron por cambiar radicalmente la perspectiva de investigación que se debía realizar con los grandes primates. Entre 1890 y 1893, el zoólogo norteamericano Robert Carner penetran en las selvas de África occidental para encerrarse en una jaula con intención, por primera vez, de estudiar los gorilas y chimpancés en su hábitat silvestre sin capturarlos o cazarlos. En su época fue considerado todo un revolucionario. Abrió un camino que acabo construyendo, ya en pleno siglo veinte la primatología tal y como la conocemos en la actualidad. Proezas como la de Robert Jerkes, un psicólogo norteamericano que en los años 20 creó el primer centro de estudios de primates, el descubrimiento en 1928 en las selvas del antiguo Congo Belga del bonobo, el último de los grandes simios conocidos, o el atrevimiento de Henry Niessen, que en 1943 publicó el primer compendio sobre la "inteligencia" de los chimpancés, que son otros los capítulos más recientes de esta impresionante aventura de la ciencia. En poco más de 60 años de este siglo la primatologia ha pasado de la noche al día y su evolución parece no tener fin. Primero, con los trabajos de campo realizados a partir de finales de los años cincuenta por auténticos pioneros como George B. Schaller o Diane Fossey (con gorilas de montaña), Jordi Sabater Pi (con chimpancés y gorilas de llanura), Jane Goodall (con chimpancés) o Birute Goldikas (con orangutanes).

El Congo belga en tiempos de colonialismo. Pásate por los destacados, Junio 2020.

Ellos son la clave del progreso actual de esta joven ciencia y fundamentan las actividades actuales de M. Fay, G.Teleki, C. Boesch o C.Tutin, algunos de los investigadores más prestigiosos de la actualidad. Las historias de primates que nos cuentan hoy estos científicos bien poco tienen que ver con los relatos de hace unos siglos. Después de más de dos milenios de miedo e ignorancia, se impone un nuevo paradigma en la relación con los otros grandes simios. De esto discutieron en el Parlamento de Nueva Zelanda, una nueva ley sobre los grandes primates para otorgar derechos humanos, libertad individual, una vida digna, prohibición de cautiverio, torturas y experimentos a chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos. Después de siglos de comprensión, esta ley neozelandesa era según sus creadores, el primer paso explícito para un reconocimiento internacional más amplio por parte de la ONU. Con esa idea trabajan los creadores del Proyecto Gran Simio, una iniciativa internacional de científicos, filósofos y juristas, en su mayoría anglosajones, encabezados por Peter Singer y Paoula Cavalieri y que cuenta con el apoyo de científicos tan prestigiosos como los británicos Jane Goodall o Richard Dawkins. Para ellos, han pasado el tiempo de hablar de los otros grandes primates con simpatía y condescendencia y ha llegado el momento de crear "una comunidad de iguales" en la que se trate con todo el respeto que merecen estos maravillosos e inteligentes seres. Este es el nuevo reto en el viaje que se inició con Hanón. En el fondo, puede que después de tantos siglos de incomprensión sólo sea una deuda de familia que habrá que saldar.

Por qué es revolucionario el hallazgo de un simio con brazos de mono y "piernas humanas".

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En las ramas del árbol de la evolución, como en los antiguos mapas de territorios ignotos, existen grandes espacios en blanco que impiden trazar una línea clara que relacione la evolución de los grandes simios. Se sabe que el hombre no desciende de los grandes primates actuales y también que desde hace varios millones de años ellos y nosotros formamos parte de ramas evolutivas paralelas pero diferentes. Es más que evidente, por ejemplo, que la especie humana se distingue de los otros primates en sus particulares adaptaciones anatómicas, que le han conferido unas ventajas impresionantes. La abundancia de la especie humana, poco habitual para un animal de su tamaño, y su distribución por todo el globo atestiguan este éxito evolutivo.

Según el Dr. Robert D. Martin, uno de los principales expertos en primatología evolutiva, los humanos diferimos de nuestros primos primates en tres cuestiones principales:

El cerebro humano, con un volumen medio de 1230 centímetros cúbicos, es unas tres veces mayor que el de los grandes primates. El chimpancé tiene 385, 405 el orangután y 495 el gorila.

La marcha bípeda es una auténtica singularidad dentro del reino animal. Este tipo de forma de caminar ha liberado las manos y ha comportado la aparición de notables diferencias funcionales entre los humanos y los demás grandes simios. Algunos especialistas afirman que ser bípedos nos ha hecho humanos.

Las mandibulas y los dientes han sufrido cambios muy destacados. Los humanos hemos perdido los caninos con aspecto de daga cortante que tienen gorilas y chimpancés.

¿Algunas cosas que nos unen? Una larga gestación asociada a un desarrollo en la placenta de la madre previo al nacimiento, un largo periodo de inmadurez en el que son necesarios los cuidados y la ayuda de los progenitores, así como una gran longevidad han sido fundamentales a la hora de entender el desarrollo social de todos los grandes primaes. Un cerebro dividido en dos hemisferios con formas y funcionnes diversas y complejas, una gestualidad y expresividad facial muy elaboradas, así como una gran variedad de capacidades comunicativas asociadas a todos los sentidos ( vista, oido, fonación, tacto y olfato) son generales a todas las especies de esta curiosa gran familia evolutiva.

"Durante el siglo XXI, si los grandes primates silvestres no desaparecen, se podrá conquistar algunos de los territorios más importantes de la primatologia." La frase de un reconocido primatólogo nos habla del futuro de una joven disciplina científica en expansión que hace tan sólo 50 años aún no había realizado ningún estudio de campo con grandes primates en libertad. Las investigaciones de primatologia y evolución se han convertido en actividades muy influyentes que reciben gran atención de los medios de comunicación y de un público cada vez más amplio. La hostilidad del pasado contra las explicaciones biológicas del comportamiento humano (sexo, violencia o política) ha sido reemplazada por la fascinación que producen los resultados de unos estudios realizados con esos animales que comparten con nosotros una parte de su psicología social y de su ir a su comportamiento.

En los años sesenta, la británica Jane Goodall fue muy criticada por cruzar palabras como amistad, obligación, cultura, amor, placer, odio o miedo con primates. Hoy, estas palabras han dejado de ser para usos exclusivo entre humanos. Con objeto de reflexionar sobre el significado de estas palabras entre los grandes simios en 1999 se dieron cita en la Universidad de Emory, Estados Unidos, algunos de los nombres más prestigiosos de la primera traje actual. Con el apoyo de Edward O. Wilson -el biólogo más influyente del siglo XX- se reunieron allí Richard Wrangham, Dorothy Cheney, Steve Pinker, William McGrew y Frans de Waal. Todos ellos han realizado aportaciones fundamentales al estudio de los primates que resultan de gran interés en el análisis de la realidad humana. Desde la Doctora Cheney que con su libro "Cómo los monos ven el mundo" panteó las similitudes y diferencias entre nuestra manera de entender el universo y la de los otros grandes primates, hasta el Dr Wrangham, que en su estudio "Machos demoniacos: los simios y el origen de la violencia humana" analiza las bases de la violencia y el destacado papel que tiene el sexo y los machos tienen en ella. Estos estudios primatológicos están reescribiendo muchas páginas de la historia de la ciencia y están llamados a convertirse en nuevos referentes para el análisis de la evolución biológica, social y cultural.

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