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Novela corta.
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7-Abril-2022

De la colombiana Piedad Bonnett a las mexicanas Brenda Navarro y Fernanda Melchor, de las españolas Eva Baltasar y Esther García Llovet al uruguayo Pedro Mairal, los catálogos literarios viven el auge de la 'nouvelle' en el que destacan las mujeres. Escritoras y editores cuentan su experiencia con este formato tan exigente como el de la novela larga.

La novela corta vive un momento de esplendor en la literatura contemporánea en español. Un momento inédito debido, sobre todo, a las escritoras de todas las generaciones de América Latina y España. De la colombiana Piedad Bonnett a la española Sara Mesa, de la mexicana Brenda Navarro al guatemalteco Eduardo Halfon, y al maestro de este formato, el argentino César Aira. Una treintena de títulos recientes están en las mesas de las librerías. Muchos escritores descubren o redescubren la belleza y eficacia que aguarda en la nouvelle que compensa a quienes arriesgan y se entregan a ella con gran sensibilidad. Estas joyas de la literatura, en predios fronterizos entre el cuento largo y la novela, exige a sus autores no solo un argumento sólido e interesante, sino también un despliegue de calidad literaria y emociones. Si en el cuento prima un tema y argumento increscendo en pocas páginas que puede terminar en todo lo alto, y la novela permite extenderse en lo anterior y profundizar en sus personajes y crear varias líneas argumentales, la novela corta no admite muchos meandros intelectuales ni pirotecnias verbales ni estilísticas.

César Tomás Aira González es un escritor y traductor argentino. Ha publicado más de cien obras, sobre todo novelas cortas, a las que define como «cuentos de hadas dadaístas» o «juguetes literarios para adultos».

Y ofrece un obsequio adicional: una buena novela corta logra una empatía especial con el lector que siente cariño por ella porque crea una conexión especial. El motivo de este auge puede estar en la naturaleza de estos tiempos, aventura Piedad Bonnett, que acaba de publicar Qué hacer con estos pedazos (Alfaguara), y en 2013 Lo que no tiene nombre, una narración maestra de 131 páginas sobre el suicidio de su hijo Daniel: «Si hablo desde el lector, pienso que la proliferación de este formato puede ser un gusto por lo corto, por pasar de una cosa intensa a otra de la que se espera mucho”.

Es una verdadera experiencia para el autor y el lector. Como autora, Bonnett aclara que “uno no escoge la longitud. Esa la dicta el tema y la forma en que queremos abordarlo. Yo duré dos años escribiendo la mía. Y fue difícil. No creo que sea más fácil escribir una novela una corta que una larga”. Las novelas largas suelen llevar implícita cierta importancia en el imaginario de los lectores. Aunque no hay que olvidar que las primeras formas narrativas fueron, sobre todo, cortas, acorde a sus tiempos, como época y como concepto, y a las herramientas que estos ofrecían, y que lo conocido como novela corta habría surgido en la Edad Media en esos relatos más largos que el cuento tradicional. Es en el siglo XIX, sobre todo, cuando la novela se hace larga, se puebla de más y más personajes y varias líneas argumentales, no tanto porque sea concebida así por el autor, sino porque muchas de ellas nacen como folletines en la prensa y el autor las alarga para retener a los lectores y ganarse el pan.

Es aquí donde entronca la reflexión de Piedad Bonnett, sobre el auge de la novela corta con su «creo que son los tiempos» impulsados por lo vertiginoso del ciberespacio y la sobreoferta cultural en la red. Un paso más allá va José Ovejero, cuya reciente obra Humo (Galaxia Gutenberg) pertenece a ese universo privilegiado, que habla del ocaso de un modelo: «Hubo un tiempo en el que novelas desbordantes, como muchas de Thomas Pynchon, de David Foster Wallace y alguna de Roberto Bolaño, parecían el modelo a seguir; y parecía también que una obra ambiciosa debía tener también una extensión ambiciosa. Pero no creo que Humo sea menos ambiciosa que novelas mías tres o cuatro veces más extensas; sólo que la ambición apunta en otras direcciones. La divagación, la mezcla de materiales y de géneros, la erudición nerd, las obras que se remiten a otras obras y les hacen eco, todo eso que nos pareció que ampliaba el espacio de lo literario ahora empieza a sonar a gesto cansado, a repetido, a déjà vu y, sin que desaparezca ese tipo de libros -en literatura nada desaparece ni pierde validez- hay mucha gente explorando otras posibilidades. No creo que sea más que eso”.

Hija, nieta y hermana de maestros, Piedad Bonnett nació en el municipio antioqueño de Amalfi en el seno de una familia muy católica. Con 14 años ya escribía y leía poesía. Estudió en un internado y más tarde se licenció en Filosofía y Letras de la Universidad de los Andes, donde ha ejercido como profesora en filosofía y lenguas y donde ocupó la cátedra de literatura desde 1981.

Son tiempos en los cuales casi han desaparecido esas novelas que aspiran a mundos totalizadores y abarcadores de vidas y tiempos largos. Los autores se centran, cada vez más, en vidas o en espacios más modestos que reflejan y contienen el mundo entero. Episodios que iluminan la existencia sin la épica y grandilocuencia pasadas.

Brenda Navarro, que tras su debut exitoso con Casas vacías acaba de publicar Ceniza en la boca (Sexto Piso), tiene claro que «una obra literaria es obra literaria sin importar su extensión. Quiero creer que la novela corta es una etiqueta más y que no deberíamos de pensar que esto afecta en términos de valor literario«.

Un autor y maestro de la novela corta, toda su vida, es César Aira, uno de los más prolíficos del español con más de cien libros, y que acaba de publicar El jardinero, el escultor y el fugitivo (Literatura Random House). Tantas obras breves y en cada una ha intentado variar, así es que admite que “es probable que esté escribiendo siempre la misma novela creyendo escribir cosas muy distintas”, dijo en una entrevista a WMagazín. Un Balzac o Proust de la Comedia humana acorde a estos tiempos. Tres autores que tienen como una de sus marcas la brevedad son el argentino Edgardo Cozarinsky cuyas novelas no superan las 150 páginas (salvo Lejos de dónde) con títulos como Turno noche (Tusquets); el chileno Alejandro Zambra con títulos como Bonsai y La vida privada de los árboles (Anagrama) o libros como Mudanza; y el guatemalteco Eduardo Halfon cuya última novela es Canción (Libros del Asteroide) quien asegura que no planifica sus novelas así: «Una novela corta se lee o se debe leer con la intensidad y trepidación de un cuento”.

Eduardo Halfon Tenenbaum es un escritor y profesor guatemalteco, seleccionado en 2007 por el Hay Festival y Bogotá Capital Mundial del Libro como uno de los treinta y nueve escritores latinoamericanos menores de 39 años más importantes. En 2018 obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país.

El proceso de cómo surge una novela corta lo cuenta José Ovejero, a partir de la experiencia con su libro más reciente: “Cuando empiezo a escribir Humo (Galaxia Gutenberg) no lo hago con la intención de escribir una novela corta. Sencillamente me pongo a escribir lo que creo que va a ser una novela, pero es verdad que enseguida me doy cuenta de que no será larga, porque la estoy escribiendo un poco como escribo cuentos; con una sensación de inmersión que no se puede mantener mucho tiempo; la estructura sencilla, la falta de explicaciones, las escenas breves e intensas… todo ello me lleva hacia un género que nunca había cultivado, pero, ya digo, de forma no premeditada”. Caso contrario es el de la mexicana Fernanda Melchor. En Páradais (Literatura Random House), cuenta, “quería escribir algo breve, directo, contundente, que pudiera leerse de un tirón, pero que, además, poseyera una poderosa corriente subterránea que se ocultara debajo de la narración”. Ese es uno de los aspectos que más le atraen a Melchor del formato: “su semejanza con el cuento, la forma que su arquitectura y su economía permiten dos narraciones en una, una explícita y otra secreta”.

En este esplendor de la novela corta las escritoras tienen un papel protagónico. Aunque Eva Baltasar, cuya reciente novela Mamut, escrita en catalán acaba de editarse en español por Literatura Random House, no tiene una respuesta sobre el por qué de este renacer de la novela corta, y menos que sea cultivada por mujeres explica su experiencia: «Tal vez la brevedad de mis novelas se deba a que me he formado como escritora, durante más de quince años, escribiendo poesía, y esto hace que precisamente trabaje muchísimo el lenguaje para conseguir mostrar con pocas imágenes algo que tal vez hubiera necesitado páginas para contar o describir. Hay en mi trabajo sobre el lenguaje esa búsqueda de la esencia, de cierta austeridad con un componente estético y poético importante. Es una austeridad que también hago extensiva al argumento. Valoro especialmente los personajes desnudos, las tramas sencillas, que no simples, para que de esta forma la historia y las palabras se acompañen de la mejor forma posible para servir a la obra y al lector».

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Brenda Navarro tambíén reconoce que no había reparado en la presencia fuerte de las escritoras en este formato. Recuerda que «hay una generación de escritoras que están teniendo mayor relevancia en los medios y que tiene que ver más por la historia que cuentan y el impacto que tienen en lectores y lectoras que por la extensión de la misma. Lo defiendo así. Ahora bien, como lectora, si me pones enfrente una obra como It, de Stephen King, que tiene más de mil páginas, la leo sin problema. O la novela de Céline Curiol, Las leyes de la ascensión, de otras mil páginas, también la leo. Pero porque me interesan, no porque crea que por su extensión tenga mayor virtuosidad. Creo que todo tiene que ver con este canon absurdo que ya no corresponde a los nuevos tiempos».

La novela corta es un universo con varias galaxias que ha encontrado en las editoriales un aliado. Si el miedo a publicar libros de cuentos, al menos en España, desaparece, poco a poco, los sellos grandes y medianos han recibido con interés estas nouvelles. A la vez que otros sellos se han creado bajo su luz y crecen con estos libros. Es el caso de editoriales como Tránsito, Altamarea o Tres Hermanas con autores en español y otros idiomas. Igual sucede con Minúscula, decana en este formato, aunque su excelente catálogo es sobre todo de nombres en otros idiomas. Periférica es otra editorial que ha publicado buenas novelas cortas de autores en español y traducido magníficas de otras lenguas y tiempos. La lectora y la editora de obras cortas ideal vive en Sol Salama, de Tránsito: “Yo publico cortos porque es lo que más leo. Desde hace tiempo los libros de trescientas páginas me cuestan más porque la vida, el ritmo que nos marca la sociedad y al que estamos irremediablemente sometidos, va deprisa, está acelerado”. Y da otra clave, como editora: “Igual que publico lo que me gusta, publico lo que yo leo. También, los costes de traducción/imprenta serían mucho más altos, con lo cual, lo dejo para cuando me enamore de un tocho en cuestión. Habría de estar muy segura”.

El catálogo de novelas cortas publicadas en lo que va de 2022 es importante:

Esther García Llovet con Spanish Beauty (Anagrama).

Bárbara Blasco con Dicen los síntomas y la recuperación de La memoria del alambre (Tusquets).

Silvia Hidalgo con Yo, mentira (Tránsito).

Natalia Carrero con Otra (Tránsito).

Isabel Alba con La ventana (Acantilado).

Eva Baltasar con Mamut (Literatura Random House).

Pilar Quintana con La perra (Alfaguara).

Aroa Moreno con La bajamar (Literatura Random House).

Estos escritores expanden el universo de la novela corta en español que en 2021 y 2020 completaron autores como:

Edgardo Cozarinsky con Turno noche (Tusquets).

María Folguera con Hermana (Placer) (Alianza).

Lorena Salazar Masso con Esta herida llena de peces (Tránsito).

Alejandro Morellón con Caballo sea la noche (Candaya).

Jacobo Bergareche con Los días perfectos (Libros del Asteroide).

Andrés Barba con Vida de Guastavino y Guastavino (Anagrama).

Marbel Sandoval Ordóñez con Conjuro contra el olvido, que réune tres novelas cortas (Punto de Vista). Sara Mesa con Un amor y Cara de pan (Anagrama).

Milena Busquets con Gema (Anagrama).

Paula Farias con Fantasmas azules (adn).

Julieta Valero con Niños aparte (Caballo de troya).

Luis Felipe Fabre con Declaración de las canciones oscuras (Sexto Piso).

Sin olvidar a Pedro Mairal que con la exitosa La uruguaya (Libros del Asteroide) en 2016 contribuyó a poner la novela corta en primera línea en España Y Latinoamérica.

El último de los Thaûrim, una novelette sobre el alzhéimer. Vaalir regresa de los reinos de Enheled, la diosa de los muertos, para vencer a Daja Dek Bagon, el gran brujo que está arrasando todos los reinos de Ethirim. Sin embargo, en este segundo asalto contará con la ayuda de Magog, su criada, a quien han mutilado durante la ausencia de su señor. Pero deben darse prisa: Vaalir no ha vuelto solo. El humo lo acompaña y amenaza con borrar todos sus recuerdos antes de cumplir su misión. 'El último de los tha-rim' forma parte de Proyecto Válidas, una iniciativa para mostrar protagonistas con incapacidades. Vaalir encarna a los pacientes de Alzheimer y cómo la enfermedad les arrebata su identidad.

Todos estos autores enriquecen la tradición que han creado clásicos en este formato como Miguel de Cervantes con sus famosas Novelas ejemplares; Goethe con Las penass del joven Werther; Fiodor Dostoievesky con Memorias del subsuelo y Noches blanas; Leon Tólstoi con Tormenta de nieve o La muerte de Iván Illich; Joseph Conrad con El corazón de las tinieblas; Albert Camus con El extranjero; Antoine Saint-Exupèry que se convirtió en long seller de todas las edades con El principito; Franz Kafka con La metamorfosis; Thomas Mann con La muerte en Venecia; Marguerite Duras con El amante; Katherine Mansfield con La bahía; Henry James con Otra vuelta de tuerca; Ernest Hemingway con El viejo y el mar; Francis Scott Fitzgerald con El gran Gatsby; Gabriel García Márquez con títulos como El coronel no tiene quien le escriba, Crónica de una muerte anunciada y Del amor y otros demonios. Y tantos otros autores.

Y si como escribe Piedad Bonnett al comienzo de Qué hacer con estos pedazos “A veces basta tirar una piedra sobre un tejado para que una casa se desmorone”, a veces, basta leer una novela corta para querer construir una biblioteca con todas las demás.

8-Abril-2022

“De mañana, muy temprano. Aún no se había levantado el sol, y la bahía entera se escondía bajo una blanca niebla llegada del mar. Al fondo, las grandes colinas recubiertas de maleza, aparecían sumergidas. No se podía ver dónde acababan, dónde empezaban las praderas y los bungalows”: En la bahía (1922). Hace cien años, Katherine Mansfield, una de las cuentistas más importantes del siglo XX, publicó una de sus novelas cortas por la que sería recordada. Un ejemplo de su sensibilidad para crear una literatura como cuadros impresionistas que mostraban la belleza de la vida cotidiana de personas y sociedad de la clase media, pero detrás de esa hermosura narraba con sutileza y elegancia maestra la tragedia, el dolor, el egoísmo, la crueldad, lo inesperado… “Hoy ha muerto mamá. O quizá ayer. No lo sé. Recibí un telegrama del asilo: ‘Falleció su madre. Entierro mañana. Sentidas condolencias’. Pero no quiere decir nada. Quizá haya sido ayer”: El extranjero (1942).

Así empieza la primera novela de Albert Camus. Entró por la puerta grande de la literatura con una narración corta, una nouvelle, de tan solo 120 páginas convertida en una de sus obras más emblemáticas, más destacadas de la literatura del siglo XX y cada vez más vigente por su temática de la apatía, indolencia y falta de motivación del ser humano contemporáneo en quien algunas cuestiones morales se difuminan. “Allá arriba, junto al camino, en su cabaña, el viejo dormía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho estaba sentado a su lado contemplándolo. El viejo soñaba con los leones marinos”: El viejo y el mar (1952). Así termina la novela más famosa de Ernest Hemingway. Con una novela corta, de unas 140 páginas, y obra de ficción más importante se despediría de la literatura. Un referente de la creación literaria para lectores y escritores que ven en ella una obra maestra por estilo y hondura de una historia en la que la perseverancia y la motivación interior desempeñan un papel esencial en la vida, entre el desafío y el triunfo, entre el riesgo y el fracaso, pero donde gana el sueño, la ilusión.

Como esta gran narradora neozelandesa y los dos premios Nobel de Literatura, el francés de origen argelino y el estadounidense, son muchos los escritores que han creado novelas cortas, o, mejor, se han arriesgado. Se trata de un formato o género en sí mismo que supera la extensión del cuento, pero no llega a tener el tamaño de una novela tradicional, y, a cambio, surge una obra de gran profundidad, literatura destilada. La novela corta ocupa un territorio intermedio de difícil salida airosa para el escritor, pero de gran éxito, reconocimiento y recordación si este logra su objetivo. Además, del cariño que la gente le suele profesar a estas novelas breves. Sus páginas oscilan entre las 70 de El principito, de Saint-Exupéry; y las 170 de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad, y 180 de El gran Gatsby, de Francis Scott Fitzgferald. Ese modelo de aspiración de una narración profunda y bella que no se va por los meandros de la novela en busca de un gran impacto temático y narrativo ha adquirido este siglo XXI un papel relevante en los autores contemporáneos de todas las generaciones.

Emerge como un formato acorde a estos tiempos de rapidez, de inmediatez, de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas, de anhelo de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor tiempo posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de intermitencias. Antes de desplegar un panorama por buenas novelas cortas recientes, rendimos homenaje a algunos títulos clásicos del género. Justo en estos años se celebran varias conmemoraciones de estas obras: el centenario de En la bahía, de Manfield, los 80 de El extranjero, de Camus, y los 70 de El viejo y el mar, de Hemingway. En 2021 fueron los 60 de El coronel no tiene quién le escriba y los 40 de Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel García Márquez, y en 2023 serán los 75 de El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, uno de los libros más vendidos todos los años en España. Este homenaje es con el comienzo de varias de esas novelas cortas en donde ya se aprecia la calidad de la misma y apuesta de su autor, hoy Miguel de Cervantes, Fiodor Dostoievski, Joseph Conrad, Katherine Mansfield, Albert Camus, Antoine de Saint-Exupéry, Ernest Hemingway, Juan Rulfo, García Márquez y Marguerite Duras.

Marguerite Duras, seudónimo de Marguerite Germaine Marie Donnadieu, fue una novelista, guionista y directora de cine francesa.

Los comienzos.

Novelas ejemplares (1613), de Miguel de Cervantes Saavedra, El amante liberal: “-¡Oh lamentables ruinas de la desdichada Nicosia, apenas enjutas de la sangre de vuestros valerosos y mal afortunados defensores! Si como carecéis de sentido, le tuviérades ahora, en esta soledad donde estamos, pudiéramos lamentar juntas nuestras desgracias, y quizá el haber hallado compañía en ellas aliviara nuestro tormento. Esta esperanza os puede haber quedado, mal derribados torreones, que otra vez, aunque no para tan justa defensa como la que os derribaron, os podéis ver levantados. Mas yo, desdichado, ¿qué bien podré esperar en la miserable estrechez en que me hallo, aunque vuelva al estado en que estaba antes deste en que me veo? Tal es mi desdicha, que en la libertad fui sin ventura, y en el cautiverio ni la tengo ni la espero”.

Memorias del subsuelo (1864), de Fiodor Dostoievsky: “Soy un enfermo. Soy un malvado. Soy un hombre desagradable. Creo que padezco del hígado. Pero no sé nada de mi enfermedad. Ni siquiera puedo decir con certeza dónde me duele. Ni me cuido, ni me he cuidado nunca. Pese a la consideración que me inspiran la medicina y los médicos. Además, soy extremadamente supersticioso…».

El corazón de las tinieblas (1899), de Joseph Conrad: “El Nellie, un bergantín de considerable tonelaje, se inclinó hacia el ancla sin una sola vibración de las velas y permaneció inmóvil. El flujo de la marea había terminado, casi no soplaba viento y, como había que seguir río abajo, lo único que quedaba por hacer era detenerse y esperar el cambio de la marea”.

El principito (1943), de Antoine de Saint-Exupéry: “Cuando yo tenía seis años vi una vez una lámina magnífica en un libro sobre el Bosque Virgen que se llamaba Historias Vividas. Representaba una serpiente boa que se tragaba a una fiera. He aquí la copia del dibujo”.

Pedro Páramo (1955), de Juan Rulfo: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría, pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo. «No dejes de ir a visitarlo -me recomendó. Se llama de este modo y de este otro. Estoy segura de que le dar gusto conocerte.» Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle que así lo haría, y de tanto decírselo se lo seguí diciendo aun después de que a mis manos les costó trabajo zafarse de sus manos muertas”.

Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno fue un escritor, guionista y fotógrafo mexicano, perteneciente a la Generación del 52. Es considerado uno de los escritores hispanoamericanos más importantes del siglo XX.

Crónica de una muerte anunciada (1982), de Gabriel García Márquez: «El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5.30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo. Había soñado que atravesaba un bosque de higuerones donde caía una llovizna tierna, y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió por completo salpicado de cagada de pájaros. ‘Siempre soñaba con árboles’, me dijo Plácida Linero, su madre, evocando 27 años después los pormenores de aquel lunes ingrato. ‘La semana anterior había soñado que iba solo en un avión de papel de estaño que volaba sin tropezar por entre los almendros’, me dijo”.

El amante (1984), Marguerite Duras: “Un día, ya entrada en años, en el vestíbulo de un edificio público, un hombre se me acercó. Se dio a conocer y me dijo: ‘La conozco desde siempre. Todo el mundo dice que de joven era usted hermosa, me he acercado para decirle que en mi opinión la considero más hermosa ahora que en su juventud, su rostro de muchacha me gustaba mucho menos que el de ahora, devastado».

10-Abril-2022

Celebramos algunos aniversarios de obras clave de autores como Katherine Mansfield (En la bahía, 100 años), Albert Camus (El extranjero, 80 años), Camilo José Cela (La familia de Pascual Duarte, 80 años), Ernest Hemingway (El viejo y el mar, 70 años) y Gabriel García Márquez de quien aún se conmemoran los 60 años de El coronel no tiene quien le escriba (1961) y los 40 de Crónica de una muerte anunciada (1981).

El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita. Retiró la olla del fogón, vertió la mitad del agua en el piso de tierra, y con un cuchillo raspó el interior del tarro sobre la olla hasta cuando se desprendieron las últimas raspaduras del polvo de café revueltas con óxido de lata”: El coronel no tiene quien le escriba (1961). Es el comienzo de esta novela corta de Gabriel García Marquez cumplió 60 años en 2021. Es una de sus obras más redondas y queridas por sus lectores y críticos. Un ejemplo de alto interés temático, literatura despojada de arandelas, complicidad y empatía del lector a través de la humanidad con que es tratada la vida del coronel, y su esposa, que espera el cheque de su pensión. Una joya. El año pasado, también, se conmemoró otro aniversario de una obra del Nobel colombiano: Crónica de una muerte anunciada.

Con El coronel no tiene quien le escriba, escrita por García Márquez en París e inspirada en uno de sus abuelos, continuamos este especial sobre la novela corta, un formato muy exigente que cuando el autor acierta crea una joya literaria. Forma parte de la segunda entrega del especial de Homenaje a la novela corta como preámbulo al reportaje sobre la gran relevancia que ha adquirido este formato en español. Escritores contemporáneos de América Latina y España exploran en estos predios. Buscan ese lugar luminoso entre el cuento y la novela que ha sido visitado por casi todos los más grandes escritores. Es un formato acorde a estos tiempos de rapidez, de inmediatez, de eficacia, de ansiedad de tocar varias cosas, de anhelo de simultaneidad, de búsqueda de impacto en el menor tiempo posible sin olvidar la calidad literaria. Tiempo de intermitencias.

París, 1965.

La muerte de Iván Illich (1886), de Leon Tólstoi: “En el gran edificio del Palacio de Justicia, durante un receso de la vista del proceso Melvinski, los magistrados y el fiscal se reunieron en el despacho de Iván Yegórovich Shébek y se pusieron a comentar el célebre caso Krasovski. Fiódor Vasílievich defendía acaloradamente que la sala no era competente para juzgarlo, Iván Yegórovich insistía en su punto de vista, mientras Piotr Ivánovich, que desde un principio se había desentendido de la discusión, hojeaba La Gaceta, que acababan de entregarles.

—¡Señores! —dijo—. ¡Iván Ilich ha muerto!”.

El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hide (1886), de Robert Louis Stevenson: «Utterson, el notario, era un hombre de cara arrugada, jamás iluminadapor una sonrisa. De conversación escasa, fría y empachada, retraído en us sentimientos, era alto, flaco, gris, serio y, sin embargo, de alguna forma, amable. En las comidas con los amigos, cuando el vino era de su gusto, sus ojos traslucían algo eminentemente humano; algo, sin embargo, que no llegaba nunca a traducirse en palabras, pero que tampoco se quedaba en los mudos símbolos de la sobremesa, manifestándose sobre todo, a menudo y claramente, en los actos de su vida».

El diario de Adán y Eva (1906), de Mark Twain: “LUNES. – Este animal nuevo, de larga cabellera, está resultando muy entrometido. Siempre merodea en torno mío y me sigue a donde yo voy. Esto me desagrada. No estoy acostumbrado a tener compañía. Debería quedarse con los demás animales. El día está nuboso y sopla viento del Este; creo que tendremos lluvia. ¿Tendremos? ¿Nosotros? ¿De dónde he sacado yo esto de nosotros? Ya caigo. Así es como habla el animal nuevo”.

El gran Gatsby (1926), Francis Scott Fitzgerald: “En mis años mozos y más vulnerables mi padre me dio un consejo que desde aquella época no ha dejado de darme vueltas en la cabeza. ‘Cuando sientas deseos de criticar a alguien’ -fueron sus palabras- ‘recuerda que no todo el mundo ha tenido las mismas oportunidades que tú tuviste’. No dijo nada más, pero como siempre nos hemos comunicado excepcionalmente bien, a pesar de ser muy reservados, comprendí que quería decir mucho más que eso”.

Francis Scott Key Fitzgerald fue un novelista y escritor estadounidense, ampliamente conocido como uno de los mejores autores estadounidenses del siglo XX, cuyos trabajos son paradigmáticos de la era del jazz. Fitzgerald es considerado miembro de la Generación Perdida de los años veinte.

Reflejos en un ojo dorado (1941), de Carson McCullers: “Un puesto militar en tiempo de paz es un lugar monótono. Pueden ocurrir algunas cosas, pero se repiten una y otra vez. El mismo plano de un campamento contribuye a dar una impresión de monotonía. Cuarteles enormes de cemento, filas de casitas de los oficiales, cuidadas e idénticas, el gimnasio, la capilla, el campo de golf, las piscinas… todo está proyectado ciñéndose a un patrón más bien rígido. Pero quizá sean las causas principales del tedio de un puesto militar el aislamiento y un exceso de ocio y seguridad; ya que si un hombre entra en el ejército sólo se espera de él que siga los talones que le preceden”.

Rebelión en la granja (1945), de George Orwell: “El señor Jones, de la Granja Solariega, había echado llave a los gallineros antes de irse a dormir, pero estaba tan borracho que se había olvidado de cerrar las trampillas. Haciendo bailar de un lado a otro el anillo de luz del farol, se tambaleó por el patio, se quitó las botas junto a la puerta trasera, se sirvió un último vaso de cerveza del barril de la trascocina y subió a la cama, donde ya roncaba la señora Jones”.

La casa de las bellas durmientes, (1961), de Yasunari Kawabata: “No debía hacer nada de mal gusto, advirtió al anciano Eguchi la mujer de la posada. No debía poner el dedo en la boca de la muchacha dormida ni intentar nada parecido”.

Aura (1962), de Carlos Fuentes: “Lees ese anuncio: una oferta de esa naturaleza no se hace todos los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado. Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial. Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés, preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre”.

Seda (1998), de Alessandro Baricco: “Aunque su padre hubiera imaginado para él un brillante porvenir en el ejercito, Hervé Joncour había terminado por ganarse la vida con un oficio insólito, al cual no le era extraña, por singular ironía, una característica tan amable que traicionaba una vaga entonación femenina. Para vivir; Hervé Joncour compraba y vendía gusanos de seda. Corría el año de 1861. Flaubert estaba escribiendo Salambó, la iluminación eléctrica era todavía una hipótesis y Abraham Lincoln, al otro lado del océano, estaba combatiendo en una guerra de la cual no vería el fin. Hervé Joncour tenía 32 años. Compraba y vendía. Gusanos de seda”.

13-Abril-2022

«Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas»: La familia de Pascual Duarte (1942). Con esta novela, a los 26 años, debutó Camilo José Cela, y entró por la puerta grande de la literatura en español. Una obra en la frontera de la novela corta que no alcanza las 190 páginas. La familia de Pascual Duarte inaugura el llamado tremendismo levantado sobre la novela social de los años 30. Solo que Cela muestra la vida sin máscaras ni filtros a través de un narrador con una voz potente entre la descripción más cruda sobre la violencia y sordidez de lo que ve y vive y ecos existencialistas. La novela se publica en el comienzo de la posguerra civil española (1942) con todas las connotaciones que esto significa en un país arrasado física, emocional y psicológicamente por la guerra bajo la dictadura de Francisco Franco. En ese comienzo del túnel publica Cela su novela. Situada en la Comunidad de Extremadura, narra la vida de Pascual Duarte, su rosario de desdichas en un mundo que parece ensañarse con él y que, a su vez, él decide alimentar odios. Se aprecia cómo el entorno cincela el carácter y la vida de los individuos, pero siempre queda el libre albedrío por si alguien quiere salirse de su destino trágico. Es la viaje o la huida de una persona ante la hostilidad de la vida que lo lleva a andar entre sobras. Y esa oscuridad tan humana es la que muestra el Nobel español de manera excepcional.

Las penas del joven Werther (1774), de Johann Wolfgang von Goethe: «Libro Primero. 4 de mayo de 1771 ¡Cuánto me alegro de haber marchado! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, cuando tanto te amaba, cuando era tu inseparable, y hallarme bien! Sé que me perdonas. ¿No estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía pensar que mientras las graciosas travesuras de su hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…? ¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí?».

Johann Wolfgang von Goethe fue un dramaturgo, novelista, poeta y naturalista alemán, principal representante del Clasicismo de Weimar. Ejerció una gran influencia sobre el Romanticismo, especialmente sobre el Círculo de Jena. Fue el principal miembro del movimiento Sturm und Drang.

Otra vuelta de tuerca (1889), de Henry James: «La historia nos había tenido en suspenso, alrededor del fuego, pero aparte de la obvia reflexión de que era siniestra, como esencialmente debe serlo toda extraña historia contada una noche de Navidad en una vieja casa, no recuerdo que sobre ella se hiciera ningún comentario, hasta que alguien aventuró que era el único ejemplo, a su parecer, de un niño que hubiera soportado semejante prueba. Se trataba, lo digo al pasar, de una aparición en una casa tan vieja como aquella en la cual estábamos reunidos, aparición, de horrible especie, a un niñito que dormía en el aposento de su madre; aterrorizado, aquél despertó a su madre, y ésta, antes de haber disipado la inquietud del niño para conseguir que durmiera nuevamente, se encontró de pronto, ella también, frente al espectáculo que lo había trastornado».

La metamorfosis (1915), de Franz Kafka: «Al despertar Gregorio Samsa una mañana, tras un sueño intranquilo, se encontró en su cama convertido en un monstruoso insecto. Se hallaba echado sobre el duro caparazón de su espalda, y, al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades, cuya prominencia apenas si podía aguantar la colcha, que estaba visiblemente a punto de escurrirse hasta el suelo. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia. –¿Qué me ha sucedido?».

El baile (1930), Irène Némirovsky: «Aquella noche, Antoinette, a quien la inglesa llevaba a acostarse por lo común al dar las nueve, se quedó en el salón con sus padres. Entraba en él tan pocas veces que examinó con atención los artesonados blancos y los muebles dorados, como cuando visitaba una casa desconocida. Su madre le mostró un pequeño velador donde había tinta, plumas y un paquete de cartas y sobres».

Irène Némirovsky fue una escritora nacida en el Imperio Ruso que vivió en Francia desde su juventud y escribió en francés. Fue deportada a Alemania bajo leyes raciales por su origen judío, aunque se había convertido al catolicismo en 1939, y murió en Auschwitz a los 39 años.

La invención de Morel (1940) Adolfo Bioy Casares: «Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro. El verano se adelantó. Puse la cama cerca de la pileta de natación y estuve bañándome, hasta muy tarde. Era imposible dormir. Dos o tres minutos afuera bastaban para convertir en sudor el agua que debía protegerme de la espantosa calma. A la madrugada me despertó un fonógrafo. No pude volver al museo, a buscar las cosas. Huí por las barrancas. Estoy en los bajos del sur, entre plantas acuáticas, indignado por los mosquitos, con el mar o sucios arroyos hasta la cintura, viendo que anticipé absurdamente mi huida. Creo que esa gente no vino a buscarme; tal vez no me hayan visto. Pero sigo mi destino».

El túnel (1948), de Ernesto Sábato: «Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne; supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona. Aunque ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente, ni por qué. En realidad, siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una forma de defensa de la especie humana. La frase «todo tiempo pasado fue mejor» no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que —felizmente— la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos».

La presa (1957), de Kenzaburo Oé: «Mi hermano pequeño y yo estábamos hurgando con unos palos en la tierra blanda, que apestaba a grasa y a ceniza, del crematorio improvisado y de lo más sencillo: un mero foso casi a ras del suelo en un calvero abierto en medio de una espesa vegetación de arbustos. La bruma del crepúsculo, fría como las aguas subterráneas que manan en los bosques, ya llenaba el fondo del valle; pero sobre la pequeña aldea donde vivíamos, agrupada alrededor de la carretera sin asfaltar, en la falda de la colina, descendía suavemente una luz color vino púrpura. Me incorporé, al tiempo que un débil bostezo llenaba mi boca. Mi hermano también se incorporó, bostezó y me sonrió».

Activista destacado, pásate por >> Ser humano.

Pura pasión (1992), de Annie Ernaux: «Este verano he visto por primera vez una película clasificada X en la televisión, por el Canal +. Mi televisor no tiene descodificador, las imágenes en la pantalla eran borrosas y, en vez de diálogos, se oía una banda sonora extraña, chisporroteos, chapoteos, una especie de lenguaje diferente, suave e ininterrumpido. Se distinguía una silueta de mujer en corsé y medias, y a un hombre. La historia era incomprensible y no se podía anticipar nada, ni los gestos ni los actos».

(2012), de Jean Echenoz: “Como el tiempo se prestaba a ello de maravilla y era sábado, día en que su cargo le permitía holgar, Anthime salió a dar una vuelta en bici después de comer. Sus proyectos: aprovechar el espléndido sol de agosto, hacer un poco de ejercicio, respirar el aire del campo y seguramente leer tumbado en la hierba, pues llevaba amarrado a la máquina con un pulpo un libro demasiado gordo para el portabultos de alambre. Una vez salió de la ciudad a rueda libre, y tras pedalear sin esfuerzo durante una decena de kilómetros de llano, tuvo que subir en bailón al presentarse una colina, balanceándose de izquierda a derecha y comenzando a sudar. No es que fuera una colina muy escarpada, ya se sabe la altura que alcanzan esas lomas en la Vendée, apenas un altozano leve pero lo bastante prominente para que pudiera uno disfrutar de la vista”.

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