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2-Febrero-2022

Cuando se piensa en una vida volcada hacia las letras lo primero que se viene a la cabeza es el oficio de escritor, aunque existen muchas otras profesiones que comparten esa pasión, entre ellas el noble trabajo de editor. A veces, incluso, estas ocupaciones pueden confluir en una misma persona, aunque hay quien dice que es preferible no mezclar quehaceres porque se pierde objetividad. Estoy seguro de que a muchos les sonará la figura del escritor que, hastiado de ir de acá para allá con su manuscrito bajo el brazo, abre una pequeña editorial independiente para publicar su propia obra. Independientemente de la opinión que merezca, esto no es un invento de antes de ayer nacido al calor del nuevo modelo editorial. Nada más lejos de la realidad: la idea ya la puso en práctica, entre otros, Virginia Woolf en 1917.

En marzo de ese mismo año Virginia y su marido, Leonard Woolf, compraron una pequeña prensa de mano por 19 libras -lo que equivale a unas 900 libras en la actualidad- y la instalaron en el salón de la casa en la que vivían por aquel entonces, Hogarth House, situada en el barrio londinense de Richmond. Así nació el sello independiente Hogarth Press, cuya primera obra, publicada en julio bajo el título Publication No. 1. Two Stories, incluía dos relatos del matrimonio Woolf en una tirada de 150 ejemplares, «La marca en la pared» de Virginia y «Tres judíos» de Leonard. Lo que empezó como un pasatiempo fue creciendo en los siguientes meses hasta convertirse en un negocio rentable. En noviembre compraron una segunda prensa de mano y contrataron a una empleada. Además de obras propias, entre las que destaca una cuidada edición en 1921 del relato «Lunes o martes», Hogarth Press publicó obras de algunos de los miembros del Círculo de Bloomsbury.

En 1922 la editorial de los Woolf publicaría la novela Demonios, de Dostoyevski, traducida por la propia Virginia. Sin embargo, el mayor éxito tendría lugar un año después, con la publicación de la primera edición británica de La tierra baldía de T. S. Eliot con una tirada de 450 ejemplares. La amistad entre el poeta norteamericano y el matrimonio Woolf venía de años atrás y Hogarth Press ya había publicado algunos de sus poemas en 1919. En abril de ese año los tres escritores compartieron una cena en la que Eliot leyó varios fragmentos de su poema que embelesaron a Virginia. Aunque, para ser francos, Virginia no siempre tuvo el mismo buen ojo: en 1918 rechazó tomar parte en la publicación del Ulises de Joyce, que finalmente sería editado bajo el sello parisino Shakespeare & Co. Años más tarde Virginia, cuyo carácter depresivo estaba lleno de altibajos, acabaría desinteresándose por el negocio y en 1938 cedió su parte al poeta John Lehmann, que junto a Leonard Woolf seguiría gestionando la editorial hasta 1946, año en que pasó a convertirse en una compañía asociada a la editorial Chatto & Windus. En esta segunda etapa Hogarth Press se especializó en libros de psicoanálisis, publicando obras de Freud y de Lacan. Hasta ese año la pequeña editorial llegó a publicar 527 títulos. Chatto & Windus siguió funcionando como editorial independiente hasta 1969 y en 1987 pasó a formar parte del grupo Random House, que es a quien pertenece hoy en día el sello fundado por Virginia Woolf.

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A pesar de sus diferencias, aunque las literarias no eran tantas, un dato interesante de ambos escritores: los dos nacieron y murieron en el mismo año (Woolf nació el 25 de enero de 1882, y Joyce el 2 de febrero de 1882; ella murió el 28 de marzo de 1941, y Joyce el 13 de enero de 1941). Ninguno de los dos llegó a los 60 años. Pero en 1982 se celebraron sus respectivos centenarios a la vez. Es igual al caso, sobre el que ya había escrito en un artículo anterior en este mismo espacio, entre otros dos grandes contemporáneos No se conocieron personalmente.

Además de utilizar el mismo recurso del monólogo interior, las dos obras maestras de los escritores, tanto Ulises como La Señora Dalloway, trascurren en un solo día. En ambas obras la geografía local cumple un papel preponderante y celebran a sus respectivas ciudades de origen (Dublín y Londres). Curiosamente dos países hermanos que cuentan con sus respectivas historias de similitudes y antagonismos (Irlanda e Inglaterra).

El “Ulises” Joyce eleva a un nivel más alto el uso del monólogo interior. Virginia Woolf también fue pionera en el uso de ese recurso. Y si comparamos la publicación de las dos obras cumbres de ambos escritores: “Ulises” (1922) - “La señora Dalloway” (1925) y si tenemos en cuenta que Woolf leyó el manuscrito de la obra de Joyce y la rechazó, podemos tener una mejor idea de lo que pudo estar detrás de la reacción de la escritora británica. No solo fue una referencia, Woolf se encargó de hablar mal de la novela de Joyce en varios espacios y hasta le dedica algunos apartes en su propio diario.

La señora Dalloway es la cuarta novela de Virginia Woolf, publicada el 14 de mayo de 1925. Detalla un día en la vida de Clarissa Dalloway, en la Inglaterra posterior a la Primera Guerra Mundial.

Cuenta la leyenda que Woolf abandonó “Ulises” en la página 200 (y creo que alcanzó a leer bastante). Al parecer su amigo, el escritor T.S Elliot, fue quien se lo recomendó con efusivo entusiasmo. Woolf abandonó su lectura de “En busca del tiempo perdido” de Proust para adentrarse en las páginas de la obra de Joyce. En sus diarios salen algunas de sus reacciones de la novela: “¡Qué cansino es Joyce! Con lo que estaba disfrutando a Proust y tuve que dejarlo a un lado para esto. Sospecho que Joyce es uno de esos genios perdidos, a los que uno no puede olvidar, ni silenciar sus gemidos, sino que tiene que ayudar a encontrarles la salida, con gran coste personal”. “Ulises es la obra de un escritor autodidacta, egoísta, insistente, teatral, y en última instancia, nauseabundo. Si puedes cocinar la carne, ¿por qué comerla cruda?”. Muchos estudiosos se han atrevido a ahondar en los comentarios de Woolf sobre “Ulises” y han concluido que fueron una reacción a la fuerte competencia que sentía la escritora frente a ese escritor que se acercaba tanto a su estilo y con quien se enfrentaba en la llamada “batalla modernista”.

Hay otra versión que dice que Woolf sí apreció la obra de Joyce, pero que no pudo publicarla en su imprenta debido al lenguaje y a los pasajes demasiado eróticos de Joyce, entre otros temas. Pero lo que escribió en su diario es incontrovertible.

Aunque se utilicen similares recursos y tengan tantas coincidencias, ambas tienen una característica especial del respectivo género de sus autores. Ulises es una novela muy masculina, aunque reserve un maravilloso capítulo final enteramente para la mujer y su perspectiva. Y La señora Dalloway es una obra muy femenina, que evitaba recorrer algunos recovecos transitados por Joyce, considerados polémicos y causantes de censura.

El escritor Anthony Burgess en uno de sus escritos sobre literatura, aborda el tema de ambos escritores así:

“Virginia Woolf era resueltamente opuesta a las limitaciones de la narrativa tradicional. Lo mismo le pasaba a Joyce, pero ella no fue capaz de verlo. Joyce consideraba la trama narrativa como vulgarmente periodística, interesada por el sensacionalismo de la acción y el clímax, y la vida real no era así. Virginia Woolf estaba de acuerdo, pero creía que había llegado a esa conclusión por sí misma: Mrs. DalIoway, lo mismo que Ulises, cuenta buena parte de su historia mediante el monólogo interior, pero, a diferencia de Ulises, evita esas traicioneras áreas de la mente donde el ello freudiano emite sus mensajes cloacales o lúbricos. Ulises tiene toda la honestidad de una creación masculina que reconoce la importancia de los aspectos más groseros de la vida del cuerpo. En Virginia Woolf, el espíritu vuela sobre el esperma y la orina. Esto constituía una limitación, impuesta menos por su sexo que por su buena crianza. Era demasiado señora como para permitirse recoger en sus obras los olores del callejón de la parte de atrás o las inmundicias de los albañales”.

Demasiado “modernos”. Creo que los dos tienen obras más complejas que otras, ambos tienen también cuentos hermosos y ensayos emblemáticos como “La habitación propia” de Woolf, tan importante para el movimiento feminista, que en esa época aún no existía. Pero también ambos eran genios que tenían el pleno convencimiento de que la narración literaria podía ser algo más que la narrativa tradicional. En 1922, el mismo año que se publica “Ulises”, Virginia publica “El cuarto de Jacob”, que a la vez fue la primera gran novela de su propia editorial, una obra muy experimental también, llena de metáforas, símbolos y de monólogos interiores. Lo que no se puede negar es que ambos fueron grandes escritores y ambos revolucionaron como nadie la narrativa del Siglo XX.

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“¿Qué hace ese idiota bajo tierra? ¿Cuándo piensa salir? Está vigilándonos todo el día.” Lucía Joyce no podía creer la muerte de su padre James Joyce. El muy célebre y poco leído escritor irlandés falleció el 13 de enero de 1941, en Zúrich, uno de sus tantos y perpetuos exilios, alejado de la patria. Lucia fue una bailarina alabada por Isadora Duncan y pareja de Samuel Beckett, quien se distanció del noviazgo ante los primeros síntomas de enfermedad mental en que le serviría de musa a Joyce para algunos pasajes del 'Finnegan’s Wake', esa Babilonia léxica, políglota e inabarcable escrita por un tirano hipnótico de trato amable. El clan era incondicional a su estrella, plegándose a sus designios sin una sola protesta. Giorgio, el hermano mayor, quiso ser cantante y terminó como un borracho, más bien lamentable. Incluso su hermano Stanislaus recogió esta dictadura bienquerida en unas memorias en torno a la sombra del ídolo, lúcidas por plasmar sin idealizaciones esa realidad, hasta cierto punto similar a la de Pablo Picasso y sus allegados, todos ellos víctimas de finales dramáticos, como si el mundo sin el pintor fuera inhabitable.

Inhabitable lo fue para Virginia Woolf el 28 de marzo de 1941, fecha de su suicidio, ahogada en el río Ouse vistiendo un abrigo lleno de piedras en sus bolsillos. Aquejada de trastorno bipolar, antes de tomar su último camino escribió una nota para su esposo Leonard, donde confesaba estar a las puertas de enloquecer y que “si alguien podría haberme salvado habrías sido tú. Todo lo he perdido excepto la certeza de tu bondad. No puedo seguir arruinándote la vida durante más tiempo. No creo que dos personas puedan haber sido más felices de lo que lo hemos sido tú y yo.”

En 'La muerte de Virginia' (Lumen), parte de la autobiografía de Leonard Woolf, esta se evoca serena, en sintonía con la relación de ambos, felices quizá desde un amor apasionado más allá de los tópicos, fraternal en el mejor sentido de la palabra, ambos asimismo socios en la Hogarth Press, sello editorial de gran prestigio. Virginia leyó poco más de doscientas páginas del 'Ulises' y rechazó publicar la nueva novela del señor Joyce, ninguneada por otros impresores de Londres y provincias. La novela era el 'Ulises', publicada en 1922 por la librera Sylvia Beach, de la parisina Shakespeare and company. La odisea del manuscrito daría para tantas tesis como su contenido, dieciocho formas de novela en una que es un viaje polifónico, un caleidoscopio urbano, la virtud de un estilista y el acople de espacio y tiempo, ese 16 de junio de 1904, cuando conoció a su esposa Nora Barnacle, con quien intercambió tórridas cartas de alto voltaje erótico festivo, polémicas ante la negativa de los herederos de Joyce para que una de ellas, adquirida en una subasta, viera la luz.

El no de la Hogarth al 'Ulises 'y su publicación, en coincidencia del cuadragésimo cumpleaños del literato, por una americana en París, donde Joyce, además de en su interior, se envolvía de un microcosmos existencial como si estuviera en una isla. Entre las anécdotas más inmortales figura la de su regreso en el taxi de Marcel Proust tras asistir a una cena en una habitación privada del Hotel Majestic el 9 de mayo de 1922, con Picasso y Stravinsky entre los asistentes. Ninguno había leído al otro. El francés era asmático. El dublinés fumaba como un carretero.

La nota de suicidio de Virgina Woolf. Los dos titanes murieron en 1941 después de sendas y fascinantes trayectorias literarias.

Virginia Woolf se hermanaba con su némesis en la vanguardia anglosajona por un aislamiento más altivo, cobijado en el Círculo de Bloomsbury, reflejado desde el lirismo en 'Las Olas', donde muchos rasgos de los seis, marionetas de esa narradora adepta a merodear en el mar, son un quién es quién de ese grupo de amigos e intelectuales entre los que cabe mencionar a Lytton Strachey, un sepulturero de lo victoriano, el Nobel T.S. Eliot, John Maynard Keynes, Roger Fry o E.M. Forster, reuniéndose en fincas particulares o retiros campestres. Si el tormento de Virginia, manifiesto en sus 'Diarios' , recuperados en España por Tres Hermanas ed., es hacia adentro, el de Joyce, propulsado por la fe en sí mismo, es exterior, de una rebeldía muy determinada por acatar sus ostracismos a Irlanda. Este ir a la contra, sin olvidar lo surrealista de la efeméride, lo desarrolla John McCourt en 'Los años de esplendor' (Turner), donde documenta el arribo del jovencísimo isleño a la chisporroteante y crucial Trieste, en 1904 puerto franco del Imperio Austrohúngaro y foco de revueltas desde el irredentismo italiano.

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Los muertos, es un relato del escritor irlandés James Joyce, incluido en su colección Dublineses. Es el más extenso y elaborado de los quince relatos que componen Dublineses, siendo considerado además el más significativo literariamente de todos.

La película “Los muertos” de John Ford, inspirada en el relato, fascina por esa atmosfera, por esa belleza y por la enorme melancolía de los personajes.

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Joyce salió de la Estación Central y entre impaciencias en la estatua de Sisí, asesinada en 1898 por el anarquista Luigi Lucheni en Ginebra, se mezcló con el ambiente de la Piazza Grande al lado del mar y así inauguró su idilio con la Bora, un huracán eólico, según algunos vinculado durante la contemporaneidad con el ingente número de suicidios de esa ciudad archipiélago, italiana pero sin nación, un municipio independiente sin bandera, tampoco echada de menos al exhibirse su idiosincrasia en pequeños detalles cotidianos. Pese a tener fama de esquizofrénica, Trieste puede ser un extraño remanso de paz, y Joyce, con algunos años de ausencia, residió a la vera del Adriático desde ese 20 de octubre de 1904, cuando su energía se desparramó hasta, cuentan los lacónicos lugareños, acabar entre rejas. En cambio, Virginia y sus amigos adoptaron otra performance, mucho más mediática, cuando en 1910 se disfrazaron de príncipes abisinios y burlaron a la Royal Navy, recibiendo infinitos parabienes hasta visitar el acorazado Dreadnought, rodeados de guardias de honor y vestimentas de gala. Al no estar disponible el estandarte etíope se enarboló el de Zanzíbar y las trompetas hacían sonar el himno del país africano. La farsa cautivó a la prensa, relamiéndose ante el cóctel de mofa al ejército y show de Monty Python 'avant la lettre'.

'Tres Guineas' otorgó a la prosista de 'Al faro', otro peldaño más de su increíble escalera a caballo entre los años veinte y treinta, el sosiego de ser libre al depositar un testamento pacifista, socialista y feminista, trilogía de adjetivos como un guante en su pensamiento, aunque reacios en el mismo al odiar a los ismos, proclives a deformar el lenguaje y monopolizar emociones desde un credo irracional. Un problema de la época reciente es la caricaturización de un sinfín de íconos culturales, caras con frase para camisetas o memes de la red, despojándolos de su trascendencia. Virginia Woolf se manosea desde imágenes promocionales, vaciándola de contenido. En su trayectoria flota una constante obcecación, y como Joyce está en la recámara no está de más que 'Miss Dalloway' diga que ella misma comprará las flores, pues esta novela, quien sabe si una respuesta al 'Ulises', se emparenta con la epopeya dublinesa de Dedalus y Bloom en su duración de una jornada de junio, el flujo de conciencia y su enmarcarse dentro las transformaciones urbanas del primer tercio de la pasada centuria, más visibles durante el periodo de entreguerras, de 'Manhattan Transfer' de John Dos Passos a 'Berlín, sinfonía de una ciudad', de Walter Ruttman.

El Gran Canal de Trieste (en italiano, 'Canal Grande di Trieste') es un canal navegable situado en el Borgo Teresiano, en pleno centro de esta ciudad italiana, entre la estación de trenes y la Piazza Unità d'Italia, que desemboca en el Porto Vecchio.

El 'Ulises' arrastra la rémora de ser un monumento, cuando uno de sus logros en esta prosa ciudadana es trasladar al papel escenas con trucos cinematográficos entre masturbaciones y petardos en la playa, alucinaciones en burdeles y un calculado vagar de los personajes, polichinelas del titiritero, omnipresente hasta en el monólogo interior de Molly y sí dije sí quiero sí. El 'Ulises', con las minucias significantes de las calles de ese 16 de junio recobradas con preguntas de Trieste a Dublin, no decretó ninguna muerte de la novela. El espíritu competitivo predominante a veces confunde la evolución de un género. Un antes y un después no supone desolar los alrededores, donde quedan muchas sendas a explorar por otros coetáneos como Franz Kafka o su viejo amigo triestino, Italo Svevo, redescubierto por Joyce y Larbaud con 'La Conciencia de Zeno'. Virginia Woolf transitaba por su propio trayecto, afín al de sus colegas masculinos por progresar al no imitar pese a trazar todos sus textos preocupaciones de su época. En 'Miss Dalloway' la simultaneidad de pasado, presente y esas vidas cortocircuitadas en el Londres de posguerra, 'Clarissa' en la placidez de su jardín, Septimus Warren Smith con su deriva hacia el abismo, desvaneciéndose su inteligencia por los efectos de la pesadilla en las trincheras mientras las horas avanzan y cada uno opta por enmudecer sus miserias desde perspectivas diametralmente opuestas.

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De 'Dalloway', 'Al Faro', 'Orlando' y 'Las Olas' son, salvo por su esplendor, un cuarteto sin aparente totalidad, una etapa en sí comprendida entre 1924 y 1932. Durante la misma, en otra categoría dentro de este crecimiento, ofreció la tipificada 'Una Habitación propia', de una brillantez sin urgencia de pancartas, tan aficionadas a rebajar los múltiples mensajes de este ensayo, corpus feminista sin sacar pecho junto a 'Tres Guineas'.

Las novelas de este decenio son fascinantes por la exposición, una vez leído el conjunto, de las dudas de una voz, y cada cavilación se conjuga con la poética de una prosa divirtiéndose con las coordenadas espacio temporales, las máscaras y la confección de una escritura comprometida desde una visión artesanal, no por ello silenciosa a su tiempo, en lucha desde una cierta altura en los áticos de la torre de marfil.

En Tres guineas, Virginia Woolf emplea la expresión “las extrañas” para referirse a las mujeres en cuanto individuos excluidos de una sociedad en la cual los derechos y los privilegios los detentan únicamente hombres.

Tras el 'Ulises' Joyce se mojó en otros barros. La vitola de genio y el mecenazgo de Harriet Weaver lo amparaban y se concentró en 'Finnegan’s Wake'. La jornada en la capital de Irlanda es accesible al gran público, basta con no lanzarse sin tener buenos fundamentos previos. La obra en construcción, así la bautizó, debió ser en su imaginación la Biblia de la Modernidad sin concesiones a la industria de productos culturales. Su patrocinadora se retiró espeluznada por lo homérico de la empresa y su despropósito si quería ser leído. 'Finnegan’s Wake' tiene renombre y acumula polvo en estantería, quien sabe si por ese pavor al pronunciar James Joyce, a quien conviene introducir sin faltar a la cronología de sus libros, porque 'El retrato del artista adolescente' y 'Dublineses', luminoso en sus matices, son antídotos ante esa resistencia enconada, sin mácula en lo relativo al 'Finnegan’s Wake', más esquinado si cabe como meta, no sólo para escritores, al ser demasiado colosal para nuestra desmedida velocidad 24/7/365 aún con toque de queda, poco mitigada por la pandemia. Las últimas obras de Virginia Woolf, 'Los años' y 'Entre actos', no gozan de la popularidad de la rigurosa biografía del Cocker Spaniel Flush, perro de la poetisa Elisabeth Barrett, fina disección victoriana. Los dos se enrocaban en sus islas, si bien la de ella era muy intuitiva y miraba más allá del ombligo y el horizonte. Los dos no navegan rumbo a la deriva; la conmemoración del octogésimo aniversario de sus decesos ha tenido un eco escuchimizado, acorde a su mercantilización. En Trieste Joyce, homenajeado con una ruta de placas y una estatua en el Canal Grande, es un souvenir, imán de nevera o chapita para el abrigo. Virginia es un perfil global, más de pared que de tinta.

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Sylvia Beach, nacida Nancy Woodbridge Beach (Baltimore, Maryland; 14 de marzo de 1887-París, Francia; 5 de octubre de 1962), fue una librera y editora estadounidense, y una de las principales figuras entre los expatriados de dicha nacionalidad que vivieron en París entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Sylvia Beach era hija de un pastor presbiteriano y vivió en Baltimore y Maryland. En 1901 la familia se trasladó a París cuando su padre fue llamado a la Iglesia Americana en París. La familia se mantuvo allí hasta que su padre fue trasladado a Princeton en 1905. A partir de esa fecha, Sylvia Beach hizo varios viajes de ida y vuelta por Europa, vivió dos años en España y trabajó en la Cruz Roja y en la International Commission on the Balkan Wars. Sylvia Bach se mudó a París en 1916. En la década de 1920, Beach regentaba la librería Shakespeare and company, en París. En 1922 fue la primera editora de la importante novela Ulises, del irlandés James Joyce, que no había encontrado editorial interesada hasta entonces. En su librería se reunían los más destacados escritores e intelectuales anglosajones de la época que, a la sazón, vivían en París: Man Ray, Ezra Pound, Ernest Hemingway, Samuel Beckett, el mencionado Joyce, además de los franceses Valery Larbaud, André Gide, Paul Valéry y el psicoanalista Jacques Lacan. En 1941, durante la ocupación alemana, la librera rehusó vender la primera copia de la novela Finnegans Wake, de James Joyce, a un oficial alemán. Fue arrestada e internada en un campo durante seis meses y la librería se cerró.

Nunca más volvió a abrirse en su localización primitiva (12 rue de l'Odeon), aunque se abrió años más tarde una librería con el mismo nombre como homenaje en otro lugar, junto al río Sena. En 1956, Beach escribió Shakespeare and Company, libro de memorias de entreguerras que detalla la vida cultural del París de la época. El libro contiene información de primera mano acerca de grandes personajes como James Joyce, D. H. Lawrence, Ernest Hemingway, Ezra Pound, T. S. Eliot, Valery Larbaud, Thornton Wilder, André Gide, Léon-Paul Fargue, George Antheil, Robert McAlmon, Gertrude Stein, Stephen Benet, Aleister Crowley, John Quinn, Berenice Abbott, Man Ray y muchos otros. Beach murió en 1962 en París. Aparece en el documental Les heures chaudes de Montparnasse, de Jean-Marie Drot.

La edición original del "Ulises" fue publicado por la propietaria de la famosa librería parisina Shakespeare and Company.

La escritora francesa Laure Murat, afirma en su libro Passage de l'Odeon. Sylvia Beach, Adrienne Monnier et la vie littéraire à Paris de l'entre-deux-guerres, que la actual librería Shakespeare and Company, ubicada en la rue de la Bûcherie, de París, y muy frecuentada por la generación beat en su día, «no tiene nada que ver con la original de la rue de l'Odeon», y que su propietario (George Whitman) «no puede considerarse el heredero legal, ni moral ni espiritual de la señora Beach» (folio, 2003, p. 178). Sylvia Beach es principalmente recordada por su apoyo a Joyce y a otros escritores emergentes en los años 1920.

La librería Shakespeare and Company de París, en 2004.

Está enterrada en el cementerio de Princeton. Sus papeles se hallan archivados en la Princeton University.

Nota de prensa, Marzo 2022:

He intentado mostrar el corazón de la mujer que fundó la librería Shakespeare & Co en París”, dice, al otro lado de la pantalla, desde su casa en las afueras de Boston (EE.UU.), la californiana Kerri Maher. Su novela La librera de París (Navona), que se puso ya a la venta, reconstruye la peripecia vital de Sylvia Beach (1887-1962), a caballo entre la historia de amor, la épica de construcción de una librería mítica a contracorriente y finalmente la desintegración de toda esa energía vital. Con secundarios de lujo como Hemingway, Joyce, Scott Fitzgerald, Gertrude Stein ... y su pareja, la también librera Adrienne Monnier. Cuando Maher era estudiante de Filología Inglesa en la Universidad de California, en Berkeley, “estaba obsesionada con los años 20. En una caja llena de libros de segunda mano que instalaba una librería frente a la facultad, encontré las memorias de Sylvia Beach, que compré por un dólar. Me fascinaron, esa fue la primera vez que supe que había abierto la librería en París en 1919, y que había publicado el Ulises, la novela de James Joyce. La historia se quedó en algún rincón dentro de mí y, muchos años después, ya convertida en novelista histórica, con otros libros publicados, sobre la familia Kennedy o Grace Kelly, se me ocurrió que era una excelente idea convertirla en protagonista de su propia novela”.

Sylvia Beach, contra la censura en Estados Unidos e Inglaterra.

En el proceso de investigación, le sorprendió descubrir muchos detalles de su relación sentimental con la librera Adrienne Monnier. “Beach escribió sus memorias en los años 50 cuando las relaciones entre personas del mismo sexo se veían de manera muy diferente a la de los años 20, que fueron extremadamente liberales. Por ello, Beach no habla mucho sobre Adrianne. Eran mucho más que librerías. “Podríamos decir que hacían de conserjes o de punto de información de todos aquellos letraheridos que llegaban a París. Sylvia permitía a sus clientes que usaran la dirección de la librería como apartado de correos donde recibir cartas y paquetes. Les encontraba apartamento, les hacía de guía, les ponía en contacto con los clientes de la librería de Adrienne, es decir, intelectuales franceses. Fue epicentro también de aquellos que llegaban huyendo de la Unión Soviética”.

El personaje de la librera está tratado novelísticamente: la vemos hablar, pensar, en un montón de gestos y momentos de su vida cotidiana y privada. “Investigué hasta donde pude, por ejemplo leyendo sus cartas, y el resto es ficción –responde la autora– pero creo que es una construcción muy realista: la describían como alguien que hablaba muy rápido, de un modo casi pajaril. Le encantaban los juegos de palabras, tenía mucho humor, era alegre y tendía a mirar el lado positivo de las cosas. Ella misma se definió como aventurera, se veía así”.

Kerri Maher.

La historia de ese establecimiento “es la de los años 20 y 30, de toda la increíble energía, el entusiasmo y el optimismo que hubo tras la primera guerra mundial, creían que iban a renovar la literatura y a rehacer el mundo a partir de los escombros y las cenizas de la guerra. El Ulises de Joyce fue prohibido por las fuerzas conservadoras que dominaban Estados Unidos e Inglaterra y, en ese momento, París grita: ‘¡Aquí somos libres, lo editaremos nosotros!’. Eso es muy emocionante, así se sentían los parisinos en los años 20”. También se ocupa de la edición pirata de la obra que publicó Samuel Roth en EE.UU.: “Hablé con su nieta, me dijo que él nunca tuvo una conciencia de estar haciendo nada ilegal sino difundiendo una obra que no podía publicarse legalmente, Aunque sacó de sus casillas a Beach y Joyce, que dejaron de ingresar mucho dinero, hay que reconocerle el mérito de haber convertido una obra difícil, experimental, rabiosamente moderna, en un producto de masas”.

“Lo bueno fue hablar de todos esos escritores que no eran aún famosos, como Ernest Hemingway, F.Scott Fitzgerald, Gertrude Stein, James Joyce ... Es el momento en que adquieren fama y atraen a más autores a la ciudad. En los años 30, con la depresión y la locura de Hitler, todo cambió”. A diferencia de entonces, Maher cree que “EE.UU. goza hoy de plena libertad de publicación, con leyes que protegen la libertad de expresión, pero en cambio se observa un recrudecimiento de la censura en las escuelas y en el acceso a los textos por parte de ciertas comunidades, por considerarse ciertas obras ‘inapropiadas’ como ha sucedido con el cómic Maus de Art Spiegelman”. Sobre sus secundarios de lujo, la ilustre clientela de la librería, apunta que “algunos tomaron sendas oscuras en la parte final de sus vidas, como Hemingway, que se suicidó, o Ezra Pound, que abrazó el fascismo, pero entonces eran hombres jóvenes, llenos de excitación y fe en su trabajo”. A todos ellos, en su narración, los baja del pedestal, como cuando vemos a Joyce destrozado porque su mujer, Nora, lo abandona volviendo a Irlanda sin él. “Son los dioses de la literatura en inglés, pero de jóvenes, con solo unos libros publicados, no eran más que personas”. La celebridad era Beach, a la que iban a ver todos los escritores y aspirantes a serlo, algunos con una carta de recomendación de algún autor famosos, como Sherwood Anderson, “para que ella les hiciera un poco de caso”.

Maus se convierte en número 1 en ventas en Amazon tras su prohibición por la junta escolar de Tennessee. Hablamos de ese y de otros casos en La bibliotecaria >> Prohibidos.

La obra se ocupa de la pelea entre Beach y Gertrude Stein cuando esta se entera de que van a publicar el Ulises de Joyce y, escandalizada, acude en persona a la librería, para devolver su carnet de clienta. “Stein volvió al cabo de un tiempo, y retomaron su amistad donde la habían dejado”, matiza Maher. Si bien en los años 20 “los cabarets y bares gay eran los lugares más a la moda en la noche de Nueva York, Chicago, Berlín o París, técnicamente solo eran legales en Francia porque habían despenalizado las relaciones entre personas del mismo sexo. París era el lugar más liberal del mundo”.

Hoy en día, las librerías ya no cumplen semejantes funciones, con algunas excepciones (y salvando las distancias), como la City Lights en San Francisco o el caso de la barcelonesa Finestres (que cuenta con habitación para alojar escritores). La actual Shakespeare & Co en París no tiene nada que ver con la original, ni en la propiedad ni en la ubicación pero, como apunta Maher, “sí es continuadora de su espíritu, por ella han pasado (y pernoctado) muchos de los grandes escritores de EE.UU. Abrió en 1951, diez años tras el cierre de la original a causa de la ocupación nazi, y lo hizo bajo el nombre de Mistral. Su dueño, George Whitman, se hizo amigo de Beach, una de las habituales del lugar, y la rebautizó como Shakespeare & Co en 1964, dos años tras la muerte de Beach”.

City Lights Booksellers & Publishers es una librería y editorial independiente de San Francisco, que está especializada en literatura del mundo, artes y política progresista. También acoge la fundación sin ánimo de lucro City Lights, que publica obras relacionadas con la cultura de San Francisco. Interior de la librería City Lights La librería fue fundada en 1953 por el poeta Lawrence Ferlinghetti y Peter D. Martin (que abandonaría dos años después). Tanto el local de la librería como la editorial se hicieron famosos con motivo del juicio a Ferlinghetti por obscenidad, al publicar el influyente poema Howl and Other Poems (City Lights, 1956) de Allen Ginsberg. Nancy Peters empezó a trabajar allí en 1971 y se jubiló como directora ejecutiva en 2007. En 2001, City Lights fue incorporado a la lista oficial de lugares históricos de San Francisco. La librería se encuentra entre los barrios de North Beach y Chinatown (avenida Columbus con Broadway).

James Joyce acabó enfrentado a Beach por temas de derechos de autor. “Él quería que su obra pasara a un gran editor estadounidense. Para Beach, la amistad y el libro eran la misma cosa. Sylvia creyó que publicar Ulises la acercaría más que nunca a Joyce y fue lo contrario”.

Adrienne Monnier. Su amante y socia. “Mantuvieron a la vez una relación romántica y una especie de sociedad comercial, pues Monnier era la propietaria de la cercana La Maison des Amis des Livres, funcionaron como una sola tienda, una vendía libros en inglés y la otra en francés”.

Ernest Hemingway se presenta siendo un desconocido en su librería, con una recomendación de Sherwood Anderson. Le dice: “París es el mejor sitio para un escritor, es decir, el más barato. Así que me las arreglé para convencer al Toronto Star de que me pagara para hacer de corresponsal”.

Hemingway en Paris, 1924.

Gertude Stein acuñó el términode "la Generación Perdida" para referirse a sus amigos Ernest Hemingway, F. Scott Fitzgerald o John Dos Passos. La serie “The Paris Wife" de la productora Ileen Maisel, que ha colaborado en la producción de películas como “La Brújula Dorada” o “Corazón De Tinta”, llevará al cine las vivencias parisinas en los años 20 de los escritores estadounidenses de aquella generación.

El talento y la fiesta de aquellos días han sido inspiración para películas como Medianoche en París (2011), de Woody Allen. En la cinta Hemingway lo encarna el actor Corey Stoll y Gertrude Stein está interpretada por la actriz Kathy Bates. Además, aparecen representados los pintores españoles Pablo Picasso y Salvador Dalí.

Pásate por Séptimo arte >> París.

Giselle Freund, la mítica fotógrafa, entra en la librería como amiga de Walter Benjamin. Mientras Beach está de viaje en Estados Unidos, en 1937, Adrienne Monnier se convierte en pareja de Freund, lo que hace que Sylvia se mude a vivir en el piso de arriba de la librería.

Walter Benjamin, filósofo, vive en París un exilio autoimpuesto. Íntimo amigo de Giselle Freund y buen cliente de la Shakespeare & Co, aconseja a Beach, en los momentos de crisis, que no venda acciones, a diferencia de lo que piensa Joyce.

Francis Scott Fitzgerald, tímido y con escasas habilidades sociales, el autor de El gran Gatsby se acerca a ella temerosamente en la librería y le dice, emocionado: “No puedo creerme que esté ante la famosa Sylvia Beach”.

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Un escritor cómico que tenía un gran sentido del humor, según Diego Garrido, el traductor de ‘James Joyce. Cuentos y prosas breves’.

La revista VIAJAR se suma a las celebraciones por el centenario de la publicación del 'Ulises' de Joyce, que dieron el pistoletazo de salida el día 2 con un acto en el Ateneo de Madrid. Lo hace con un artículo que el prestigioso escritor e hispanista Ian Gibson ha escrito en el número de febrero sobre el Dublín de Joyce, coincidiendo con el rediseño de la revista.

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El 9 de noviembre de 1927, Salvador Dalí se encontraba en su Figueres natal. En ese momento el pintor ha trabajado codo con codo con Lorca en los decorados y figurines para su obra «Mariana Pineda» que se había estrenado ese verano en Barcelona de la mano de Margarita Xirgu. Precisamente en ese tiempo, el poeta granadino había pasado unos días junto con su amigo en Cadaqués y Barcelona, reforzando una amistad que, como diría el mismo Dalí poco antes de su muerte, «fue un amor erótico y trágico».

Dalí tomó una postal con una elegante imagen del actor británico House Peters. En el reverso, el pintor redactó unas líneas en las que hablaba de lo que denominaba como «fotografía artística de House Peters» añadiendo a continuación «mueran los conflictos interiores, las complicaciones morales. ¡Lo más interior y profundo es siempre una epidermis aún! Las cosas no significan nada fuera de su estricta objetividad». Tras estas palabras, Dalí iniciaba una lista de nombres encabezados por James Joyce y su «Ulises». ¿Cómo podía saber Salvador Dalí de la existencia del gran libro teniendo en cuenta que aún tardaría mucho, demasiado, en ser traducido al español? No fue hasta 1945 en el sello Santiago Rueda Editor de Buenos Aires y adaptado por José Salas Subirat. A España no llegaría hasta 1976 cuando Esther Tusquets en Lumen publicó la traducción que unos años antes había encargado a José María Valverde del texto de Joyce.

No parece que en 1927 Dalí tuviera ejemplar alguno de la primera edición aparecida en 1922 de la mano de Shakespeare & Co. No hay indicios de ello en lo poco que ha sobrevivido de lo que fue la biblioteca personal del pintor en esos años y luego, tras ser expulsado del hogar familiar, dispersa para siempre. La explicación a la duda nos hace trasladarnos a una semana antes de que Dalí escribiera a Lorca. El 1 de noviembre de 1927 aparecía el nuevo número de «La Gaceta Literaria», la publicación cultural dirigida por Ernesto Giménez Caballero, el muy controvertido hombre de vanguardias. Gecé, como también se hacía llamar, estuvo siempre muy atento a todo lo nuevo que se hacía literariamente dentro y fuera de España en los años veinte. Por eso no es de extrañar que en la página 3 de la revista apareciera un artículo titulado «La Nueva Literatura Inglesa. James Joyce». Lo firmaba el autor francés Yvan Goll quien había conocido a Joyce en 1920. Previamente ambos habían coincidido en la estación de tren de Zúrich y se habían vuelto a encontrar en Sèvres. En el momento en el que Goll y Joyce se vieron en la ciudad suiza, también era uno de sus residentes Lenin. «Fue esa la primera vez quizá que esos dos nombres se encontraron enlazados por el azar. ¡Quién sabe si el provenir no reserva la percunidad [sic] en tal unión! Pues de hecho: Joyce, durante la misma época, realizó igual revolución dentro de la poesía que Lenin en el mundo político. Pues se sabe que Joyce trabajaba entonces en su “Ulysses”, esa obra que la Humanidad algún día encuentre quizá superior a la gran fuerza». Goll, que llegó a ser secretario del escritor irlandés, calificaba a Joyce como «el Homero de nuestro tiempo».

Primera estancia del poeta en Barcelona.

Además del citado artículo, «La Gaceta Literaria» también publicó un pasaje de «Ulises» en traducción de Giménez Caballero. Era la primera vez que se reproducía un pasaje de la novela en español y, muy probablemente, la revista lo hizo sin autorización de su autor. «Mr. Leopold Bloom tenía la fruición de alimentarse con los órganos internos de los mamíferos y los pájaros. Le gustaban las espesas sopas de menudillos, las mollejas con sabor de avellana, el corezuelo asado y relleno, lonchas de higadillo fritas y empanadas, huevas de bacalao bien tostadas», dice el inicio del fragmento escogido y que cayó en las manos de Salvador Dalí en los primeros días de noviembre de 1927. Por su parte, Federico García Lorca, en aquellos momentos, en cartel en el Teatro Fontalba de Madrid su «Mariana Pineda». Fue allí donde recibió la postal en la que su amigo ampurdanés añadía: «James Joyce, Ulises, psicología-casos laberínticos, alma, complejos, Freud, todo eso a la mierda».

A Dalí no le gustó el pasaje escogido por Giménez Caballero sobre las andanzas de Leopold Bloom, el antihéroe de James Joyce en su «Ulises». Todo ello lo quiso hacer contrastar, en la citada postal, con «cabeza de pescado, mediodía de Cadaqués, burro frenéticamente podrido. ¡Alegría!» . Son palabras que parecían ser una versión daliniana de lo escrito por Joyce, pero que el pintor usaba para recordar al poeta sobre sus obsesiones en esos días. Una de ellas, el burro podrido, era una manera de nombrar cierta poética, la personificada por Juan Ramón Jiménez, y que Dalí no quería que siguiera Lorca. James Joyce le sirvió como excusa para ello cuando escribió la peculiar nota.

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