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2-Febrero-2022

James Joyce, el famoso escritor de comienzos de siglo XX, se quedó ciego porque padecía sífilis. Según el académico de la Universidad de Harvard, Kevin Birmingham, el autor de «Ulises» perdió su visión y padeció múltiples dolores durante su madurez debido esta enfermedad de transmisión sexual. James Joyce escribió en 1931, al ver que su visión empeoraba, una frase que hasta ahora había pasado más o menos desapercibida, pero que refleja su desosiego ante la enfermedad. «Me merezco todo esto a causa de mis muchas iniquidades», dijo. Según este académico, James Joyce estaba tratando de confesar que él sufría sífilis, lo que podría alterar las teorías en torno a los últimos años de vida del autor de ficción . Según Kevin Birmingham, profesor de historia y literatura en la Universidad de Harvard, la gama de síntomas que Joyce describe a los destinatarios de sus cartas demuestra que el autor padecía esta dolencia. Joyce habla de un gran «hervir en el hombro», incluso de la discapacidad de su brazo derecho. Además, el efecto psicológico de la enfermedad «provocó sus desmayos periódicos su insomnio y sus colapsos nerviosos», explica Birmingham. Según este académico, el autor lo fue insinuando en alguno de sus textos. En una parte de «Dubliners», Joyce escribe sobre la muerte de un sacerdote cuya enfermedad «afectó su mente», que es uno de los síntomas últimos de esta enfermedad. «Todas las noches, mientras yo miraba por la ventana me dije en voz baja a mí mismo la palabra parálisis», dice en otro fragmento su narrador. En su obra «Nighttown» nombra la enfermedad y dice que Dublín y sus «mujeres de mala fama» son «una trampa mortal para los compañeros jóvenes».

Birmingham, cree que su diagnóstico «nos da una visión muy diferente» del autor. «Si no tuviera esos síntomas, sus cartas le harían parecer un hipocondriaco o alguien que simplemente no es particularmente saludable. Lo cierto es que él tenía unos dolores bastante fuertes», valora el académico. «Él sufrió profundamente y en privado, y entre el abismo de su aflicción privada y su vida pública ayudó a dar forma a la manera en que escribió».

The Quays Irish Restautant, Dublín.

Dublín, capital de la República de Irlanda, se encuentra en la costa este de Irlanda en la desembocadura del río Liffey. Sus edificios históricos incluyen el Castillo de Dublín, que data del siglo XIII, y la imponente Catedral de San Patricio, construida en 1191. Los parques con atractivos paisajes de la ciudad incluyen el parque St Stephen's Green y el enorme Parque Fénix, que alberga el Zoológico de Dublín. El Museo Nacional de Irlanda explora la cultura y el patrimonio de Irlanda.

Irlandés de pura cepa, se aferró, sin embargo, al pasaporte británico hasta el final porque se sentía «asfixiado» en su país, según ha revelado su biógrafo, Gordon Bowker. En 1930, cuando tuvo que renovar su pasaporte en París, donde vivía, acudió a la embajada británica y un funcionario le dijo que debía ir a la legación de Irlanda, que había proclamado mientras tanto su independencia, pero él insistió en que quería renovar el británico, según relató él mismo a su hijo. El autor de «Ulises» se sentía «asfixiado por el catolicismo» de su patria, «su madre era una católica muy beata» y él mismo estudió en un colegio de jesuitas, pero cuando cumplió los dieciséis, «descubrió los deleites de la carne y también a Ibsen», explicó el biógrafo. El gran dramaturgo noruego le fascinó al punto de que Joyce, que tenía un don para las lenguas, aprendió por su cuenta ese idioma escandinavo para poder leer en el original al autor de «Casa de Muñecas».

Cuando estalló en 1919 la revolución antibritánica en Irlanda, Joyce no cambió de parecer, aunque era dublinés hasta la médula, porque él y su familia no eran «independentistas» sino «autonomistas» (partidarios del llamado Home Rule o autogobierno). Además de sus problemas con el catolicismo, Joyce creía que los independentistas querían devolver al país al pasado, entre otras cosas imponiendo al país el idioma irlandés o gaélico cuando él sentía que «su pasaporte al mundo» era el inglés, dijo su biógrafo. El biógrafo contó también que, después de salir el «Ulises» en París en 1922, su esposa, Nora, se sintió de pronto tan harta de las adulaciones a su marido, a quien todos querían conocer de pronto para rendirle pleitesía, que huyó con sus hijos a Irlanda para reunirse con su familia, pero se encontró en medio de la guerra civil. Los soldados irrumpieron en su hotel de Galway y colocaron incluso una ametralladora en la ventana de su habitación y cuando más tarde Nora se trasladó con sus hijos a Dublín para regresar a París, su tren fue tiroteado por el camino y todos tuvieron que hacer el resto del viaje tendidos en el suelo. Todo ello enfurecería al escritor cuando finalmente se enteró de lo ocurrido.

Dublín al atardecer.

James Joyce, de cuya novela ‘Ulises’ se cumple este año el centenario de su publicación, fue un escritor cómico que tenía un gran sentido del humor, según Diego Garrido, el traductor de ‘James Joyce. Cuentos y prosas breves’ (Páginas de Espuma).

Garrido compara al escritor irlandés con Cervantes por su humor, «aunque el autor del Quijote ha sido demasiadas veces asociado a los refranes o los diccionarios, lo mismo que le ha ocurrido a Joyce con su fama de ilegible».

«Se ha enfocado mal el talento de Joyce, porque se ha tendido a decir que sus méritos eran la dificultad y la ilegibilidad, lo que no es ninguna virtud, el valor que tiene son los momentos en que uno le comprende, que son muchos. Además, en este libro el lector se va a reír bastante», explica.

Los Cuentos y prosas breves se acaban de publicar y reúnen por primera vez en español en un solo volumen Las epifanías, El retrato de un artista, Dublineses, Giacomo Joyce y Finn’s Hotel, aparte de tres cuadernos de notas y fragmentos de un borrador del Retrato del artista adolescente. «Este libro nos da una idea de cómo fue Joyce desde el principio hasta el final, cómo evolucionó, su estilo y su vida, en un solo vistazo y viene a ser como el reverso de las novelas», afirma el traductor. El corazón son los cuentos de Dublineses, que a Garrido es el libro que mas le gusta de todos, «porque Joyce lo escribe cuando todavía no era famoso y aunque él era un hombre muy obsesivo, no se obsesionó porque tenía que terminarlo para dar de comer a su familia».

«Joyce tenía el problema de que cada vez que revisaba una galerada empezaba a añadir, y al final el texto se le iba de las manos y con Dublineses tuvo que acabarlo pronto y eso influyó positivamente», añade. Lo que más le ha costado traducir ha sido el Finn’s Hotel, que es la que mas se parece a Finnegans Wake, porque ha tenido que sustituir los neologismos en inglés por otros en español, aunque aclara que los cuentos que aparecen en el libro no están escritos en el idioma del Finnegans Wake son mas sencillos.

Tren por la costa de la capital irlandesa.

Joyce inventó una lengua para el Finnegans Wake, una obra que «se puede traducir comprendiendo esa lengua y luego inventándose otra, pero no va a ser una traducción, sino una aproximación». Para este joven traductor de 24 años, que cambió sus estudios de cine por la traducción y la literatura tras leer a Joyce, «empezar leyendo Ulises es el mayor error que comete la mayoría de la gente, porque habría que leer antes Dublineses o El retrato del artista y luego seguir con Ulises. «Al leer Ulises primero hay que pensar lo que dijo Joyce de que cuando se despejase toda esta confusión critica puede ser el momento en que la gente entienda la obra como lo que es, una obra cómica», señala. En su apunte biográfico de Joyce, Diego Garrido escribe que fue el escritor mas vengativo junto a Dante de la historia de la literatura, en concreto con un amigo que se inventó que había desflorado a su mujer y otro que le disparó con una pistola para gastarle una broma. «Se marchó de Irlanda bastante neurótico y dijo que escribiría una novela diez años después donde retrataría a su odiada Irlanda y sus enemigos, y justo diez años después publica el «Retrato del artista adolescente» pero considera que hay gente de la que no se ha vengado lo suficiente», afirma Garrido. Entonces se pone a escribir el Ulises, entre Trieste, Zúrich y París, pero al final solo se venga de esos dos amigos y no de Irlanda, país al que fue queriendo más en la distancia.

Más conocido por su narrativa, lo primero que escribió Joyce, sin embargo, fue un poema. El Cuenco de Plata publicó en 2018 un tomo con la poesía del autor de Ulises y Dublineses con traducción y prólogo de Pablo Ingberg. Aquí van tres muestras de aquellos versos del maestro irlandés.

Según consigna Pablo Ingberg, su traductor en esa edición de James Joyce, lo primero que escribió el autor de Dublineses fue un poema. Estaba dedicado a la muerte de un caudillo político irlandés admirado por su padre, e iba a ser el primero de una serie de poemas que se abultarían en su adolescencia. Apenas fragmentos sobrevivieron de las dos colecciones de juventud que escribió, y ellos se sumaron a otros tantos poemas dispersos en el resto de su vida, entre cuentos, novelas, ensayos y una abundante correspondencia. Aquí compartimos algunas piezas de ese tomo citado.

De Música de cámara.

XXI.

Quien ha perdido la gloria y quien

No encontró para su alma una contigua,

Entre enemigos con ira y desdén

Ateniéndose a su nobleza antigua,

Ese alto consorte no tendría: Es su amor su compañía.

De Pomas a un penique.

Solo.

Mallas lunares de oro gris han convertido

Toda la noche en un velo,

Arrastran los faroles en el lago dormido

Zarcillos de codeso.

Los juncos pícaros susurran a la noche

Un nombre -el nombre de ella-

Y toda mi alma es un deleite y goce,

Un desmayo de vergüenza.

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El escritor James Joyce, fotografiado en Zúrich en 1938.

10 cosas que quizás no sabías del 'Ulises' de James Joyce.

Los 100 años de ‘Ulises’: ¿Cómo acercarse al famoso libro de James Joyce?

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Se trata de uno de los escritores más celebrados y quizá menos leídos en su propio país. Esta es solo una muestra de la complicada relación de Joyce con su patria, de la que migró joven por motivos ideológicos. El mítico escritor fue a aparar a Zúrich (Suiza), en donde, de hecho, descansan sus restos, por fin en paz, en una tumba junto a la de su esposa, Nora, y su hijo Giorgio.

Y se dice que están ‘por fin en paz’ porque, en los últimos años, varias iniciativas han hecho campaña para lograr que las autoridades suizas devuelvan su cuerpo a Dublín, esa ciudad con la que mantuvo un intenso vínculo de amor y odio, y a la que retrató en clásicos como Ulises, Retrato del artista adolescente, Finnegans Wake o Dublineses. Entre esos esfuerzos, casi toma vuelo el de dos concejales del ayuntamiento de la capital irlandesa que en 2019 plantearon la posibilidad de “repatriar” a Joyce y a Nora a través de canales diplomáticos. Paddy McCartan (democristiano) y Demot Lacy (laborista) llegaron a promover una moción en tal sentido, alegando que respondía a los últimos deseos expresados por el escritor y su esposa, quien falleció diez años después. El guante lanzado por los ediles lo recogió el académico Fritz Senn, director de la Fundación James Joyce, que él mismo estableció en Zúrich hace más de 30 años.

Aunque ha reconocido en varias ocasiones que no está claro cuáles fueron los últimos deseos al respecto, Senn recuerda que el autor nunca quiso adquirir la nacionalidad irlandesa cuando se creó el Estado Libre Irlandés en 1922, tras la independencia del Reino Unido. De hecho, Joyce (1882-1941) rechazó en dos ocasiones la oportunidad de obtener el pasaporte ‘verde’, según han confirmado sus biógrafos. Eso quiere decir que murió siendo británico, aunque se lo recuerde como irlandés. Senn ha señalado que este asunto, que bautizó con humor como la “batalla de los huesos”, plantea otras dificultades.

Zúrich guarda semenjanzas con Dublín.

Junto a las tumbas de Joyce, Nora y Giorgio también están enterrados en el cementerio de Friedhof Fluntern la segunda esposa de éste último; el hijo del escritor, Asta Osterwalder, quien, por supuesto, no tiene relación alguna con Irlanda. “La ciudad está muy orgullosa de tener esta tumba. Es una reacción normal. Zúrich fue el último refugio de Joyce”, declaró Senn el pasado año.

De momento, la “batalla de los huesos” la ganan los suizos, después de que los dos concejales hayan parado definitivamente la citada moción. Lo que parecía ser una puja llena de tensión tiene un desenlace incluso amigable, que no se esperaba. “Al final la hemos retirado porque se trató de un error por nuestra parte”, le explicó Dermot Lacy a Efe, en un giro de guion inesperado, surrealista y hasta cómico, propio del mismísimo Joyce en, por ejemplo, Finnegans Wake, una de las novelas más extrañas de la literatura universal. “Alguien cercano a la familia” del escritor, prosigue, “nos llevó a creer” que “entre sus últimas voluntades” figuraba el deseo de regresar a Irlanda junto a Nora Barnacle, cosa que se veía un poco paradójica a las luces de las posiciones que tenía el escritor en vida.

“Después constatamos que no era así”, señala Lacy, y aclara que todo se trató de un truco o engaño. “Una persona de nuestra circunscripción, que no voy a nombrar, se había puesto en contacto con nosotros para plantear la cuestión. Cuando presentamos el proyecto, esa misma persona nos criticó después públicamente y, tras obtener más información, lo dejamos”, expone el político.

Sea como fuera, “aún existe división al respecto”, pues diferentes expertos, precisa Lacy, “sostienen que fue Nora quien declaró que su marido quería ser enterrado aquí”, con sus parientes dublineses. En ambientes culturales irlandeses se han criticado estos y otros intentos acometidos por las autoridades para reforzar (o forzar quizá) los lazos del escritor con Dublín, al considerarlos “oportunistas y mercantilistas”, según reflejó entonces un editorial del diario Irish Times.

Dermot Lacey (nacido el 11 de febrero de 1960) es un político del Partido Laborista irlandés. Es miembro del Ayuntamiento de Dublín en Dublín, Irlanda.

Aunque, de cierta forma, es comprensible que desde Irlanda quisieran recuperar la memoria de un artista de su cuna cuando Joyce adquirió la prominencia que hoy tiene en el mundo de las letras universales. Influencia para grandes autores como Borges o T. S. Eliot, el autor de Ulises se convirtió en uno de los escritores fundamentales del siglo XX y una referencia del tamaño de Shakespeare o William Blake para entender la literatura británica. Ante tal recepción y el gran legado del autor, a quien la historiografía literaria ubica al lado de Kafka, Faulkner, Proust o Pessoa, Irlanda quiso recuperar a su genio.

Pero la realidad es que Joyce mantuvo una relación compleja con su país, que abandonó muy joven en 1904 para instalarse en Trieste (Italia), en París y, finalmente, en Zúrich. No siempre fue profeta en su tierra, pues su obra maestra, Ulises, publicada en 1922, no empezó a venderse libremente en las librerías del país hasta la década de los 60, debido a las trabas impuestas por las autoridades de aquella Irlanda controlada con mano de hierro por la Iglesia católica, que tachó el texto de “obsceno” y “antiirlandés”. Un ensayo de Jessica Traynor, comisaria del Museo de la Inmigración Irlandesa, recuerda que Joyce “condenaba el pietismo y conservadurismo de la sociedad irlandesa”, así como su “nacionalismo ciego”.

Joyce con Sylvia Beach en la Shakespeare & Co en Paris, 1920.

Cómo París ayudó a dar forma a James Joyce.

En partes iguales, Joyce odió y amó a Dublín, ciudad con la que “mantuvo un compromiso espiritual y artístico” hasta “el final de su vida”, hasta el punto de que, cuando vivió en París –escribe Traynor–, “su pasatiempo favorito era buscar turistas” dublineses para que le “recordaran los nombres de tiendas y pubs” de sus calles favoritas. Y es que su distancia con Irlanda se debía a una cuestión política, que no cultural o identitaria. Gordon Bowker, autor de una biografía publicada en 2011, aporta más datos: “Lo que pasa con Joyce es que siempre amó la Dublín de su juventud, incluso cuando los británicos estaban al mando, y realmente nunca estuvo cómodo con la nueva Irlanda que emergió después”. Joyce falleció el 13 de enero de 1941 en Zúrich tras sufrir una perforación ulcerosa duodenal. Los dos diplomáticos irlandeses radicados en Suiza no asistieron a su funeral. Tenían otro encargo. El Ministerio de Exteriores les pidió que enviaran por cable “detalles de la muerte de Joyce” y, de ser posible, que averiguaran si “murió como católico”.

James Joyce tenía una relación tensa con la ideología política que llevó a Irlanda a separarse de Inglaterra. Por ello partió muy joven de Dublín. La nueva Irlanda, católica y conservadora, distaba mucho del discurso anglicano predominante en el este de Gran Bretaña. Esa lejanía de su patria provocó que, durante algún tiempo, se leyera poco y no se reconociera en su ciudad natal. Paradójicamente, Joyce amaba su ciudad y su cultura. Lo más contradictorio es que sus obras son las que retratan con más neutralidad, fidelidad y profundidad la identidad dublinesa de principios del siglo XX.

El mismo Leopold Bloom, protagonista de Ulises, recorre las calles de la capital irlandesa de una manera odiseica. En la compleja estructura de la novela, su obra maestra, están mencionados lugares específicos de la ciudad con los que el personaje se relaciona. Hay también exploraciones identitarias en otras obras. Así sucede en Dublineses, una colección de 15 relatos que hacen cuadros naturalistas y cotidianos de ciertos sectores de la sociedad de la capital.

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Una novela sobre la epopeya de la fundación y apogeo de una de las librerías más míticas del mundo. Un canto emocionante al oficio de librero y a la literatura universal. Cuando Sylvia Beach, una joven americana amante de los libros, abre Shakespeare and Company en una tranquila calle en el París de 1919, no tiene ni idea de que cambiará el curso de la literatura. Shakespeare and Company es mucho más que una librería. Hemingway y muchos de los escritores de la Generación Perdida la consideran su segunda casa. Allí también se forjan algunas de las amistades literarias más importantes del siglo XX, como la de James Joyce con la misma Sylvia. Cuando la controvertida novela de Joyce, Ulysses, es prohibida, Beach decide publicarla bajo la protección de Shakespeare and Company.Pero el éxito y la fama que conllevan publicar la novela más controvertida e influyente del siglo tiene unos costes muy altos: la rivalidad de otros editores que quieren a Joyce para ellos. Sus relaciones más queridas son puestas a prueba mientras París cae en la Gran Depresión. Ante una gran crisis personal y financiera, Sylvia debe decidir qué significa para ella Shakespeare and Company. Con La librera de París Kerri Maher ha logrado construir un fresco inigualable de una librería, una ciudad y una época esenciales para entender de dónde venimos y hacia dónde vamos.

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“La he escrito para mantener ocupados a los expertos en literatura durante los próximos trescientos años”, afirmó James Joyce justo después de publicar Ulises (1922), una de las novelas en las que se fundamenta la literatura contemporánea. No ha pasado una tercera parte de este tiempo y los críticos siguen indagando en los engranajes de uno de los primeros textos en traducir al lenguaje escrito los mecanismos del inconsciente. James (1882-1941) fue el mayor de diez hermanos. Su padre, John Joyce, funcionario y aficionado a la bebida, malgastó el rico patrimonio familiar (levantado por el tatarabuelo del escritor) y alcanzó la cima de la saga en inversiones fallidas. La familia se veía obligada a cambiar de casa casi cada año y los niños, de escuela. Pero John adoraba a su hijo y pasaba largas horas con él hablando sobre nacionalismo irlandés; incluso le compraba libros cuando apenas tenían para comer.

Su madre, Mary Jane Murray, hija de un comerciante de licores, se refugió en la fe católica. Así, nacionalismo y religión guiaron la vida del escritor hasta la edad adulta. De hecho, James se educó siempre en centros jesuitas. En ellos incubó el complejo de culpa que le acompañaría y sufrió la represión de la sexualidad que convertiría posteriormente en literatura. A los diecisiete años ingresó en el University College de Dublín, regentado por la misma orden religiosa, para estudiar lenguas modernas. Allí fue cuando rompió definitivamente con la fe cristiana. Ni siquiera su madre, agonizando en su lecho de muerte pocos años después, logró recuperarlo para la Iglesia. Ni James ni su hermano Stanislaus –a quien estuvo siempre muy unido– la complacieron en este doloroso trance. A cambio, los remordimientos le acompañarían siempre.

El autor junto a la librera Sylvia Beach, su principal apoyo para publicar su Ulises en Paris.

Tras graduarse, Joyce conoció a Nora Barnacle, una humilde chica irlandesa que había viajado a Dublín para servir. Ella nunca le comprendería intelectualmente. “No he leído ninguno de tus libros, pero tendré que hacerlo. Deben de ser buenos si se venden tanto”, le dijo cuando ya era un escritor consagrado.

Sin embargo, Nora dio a Joyce todo lo que necesitaba, incluso se convirtió en la musa de la que se nutrieron sus protagonistas. Las cartas que Nora escribió a Joyce, por ejemplo, sin puntos ni comas, son un calco del monólogo final de la ficticia Molly Bloom en Ulises. Nora habría querido una vida más convencional, pero a los pocos meses de conocer a Joyce aceptó acompañarle en sus viajes para convertirse en gran escritor. Primero fue Zúrich, después Trieste, Londres, Roma, París... Joyce parecía haber heredado de su padre las dificultades para echar raíces; también su talento irlandés para explicar anécdotas y ser la atracción de los cafés.

Durante más de una década, la pareja y sus dos hijos, Giorgio y Lucia, vivieron en la miseria, a menudo mantenidos por Stanislaus. Joyce sobrevivía como profesor de inglés, aunque gastaba su sueldo emborrachándose, amargado por sus dificultades para publicar. A pesar de ellas, muchos seguían viendo en él a un escritor muy prometedor y algunos empezaron a enviarle dinero, a veces de forma anónima, como en un principio la socialite estadounidense Edith Rockefeller McCormick.

En 1917 Joyce pudo concentrarse en la escritura, aunque aquel año también empezaron sus problemas con la vista, que le exigirían más de diez operaciones quirúrgicas y el característico parche en su ojo izquierdo que lució desde 1926.

Fotografiado en 1918. Nuestra bibliotecaria lo incluye en el monográfico de libros prohibídos.

Lo más duro para él fue, no obstante, la esquizofrenia de Lucia. Se desató tras el matrimonio de sus padres (por el que Lucia se sintió relegada) y tras recibir el rechazo sentimental del dramaturgo Samuel Beckett, uno de los últimos grandes amigos del escritor. Beckett visitaba a Joyce casi a diario. Este le dictaba Finnegans Wake, su última obra. Algunos críticos consideran que Joyce y su hija eran almas gemelas, aunque él supo canalizar su excentricidad hacia la literatura. La enfermedad de Lucia y su propia ceguera, que le impidió seguir escribiendo, le sumieron en la depresión. Una úlcera duodenal perforada acabó con su vida en enero de 1941 en Zúrich. Fue enterrado en el cementerio de esta ciudad suiza.

Las dificultades de Joyce para publicar fueron una constante a lo largo de su vida. Sus obras, hoy reconocidas como esenciales en la revolución de la literatura moderna, vivieron uno y mil rechazos hasta que pudieron ver la luz:

Retrato de un artista adolescente: veinte impresores de Inglaterra y Escocia se negaron a componer esta novela autobiográfica, ya que la ley de la época les daba la misma responsabilidad legal que al autor y al editor. La historia apareció por episodios en la revista londinense Egoist entre febrero y septiembre de 1915.

Dublineses: la primera impresión inglesa (de 1906) de este volumen de cuentos fue destruida. La segunda (de 1912), también; esta vez por parte del editor, George Roberts, y del impresor. Solo se salvó un ejemplar de mil. El libro salió a la luz en Londres el 15 de junio de 1914 gracias a Grant Richards. Atrás quedaban una inversión de 3.000 francos, 40 rechazos de editores, tratos con siete abogados y 120 publicaciones.

Ulises: Joyce comenzó la redacción de esta novela en 1906, en Roma, donde viajó para trabajar en un banco. La revista estadounidense Little Review empezó a publicarla por entregas en 1918. Sus propietarias, Margaret Anderson y Jane Heap, recurrieron a un impresor de origen serbio que casi no entendía inglés. La Sociedad para la Supresión del Vicio de Nueva York, que consideró el material inmoral y pornográfico, detuvo la publicación en 1920.

Antes, algunas entregas ya habían sido confiscadas y quemadas. Las editoras fueron condenadas a pagar 50 dólares por cabeza. La librera norteamericana Sylvia Beach editó la obra en París en 1922 con una artimaña repetida: un impresor de Dijon que no entendía inglés. En Estados Unidos el veto no se levantaría hasta 1933. En 1934 apareció la primera edición, dos años antes que la inglesa.

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