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Virxilio Viéitez

Está considerado uno de los mejores cronistas de la España rural de la segunda mitad del siglo XX, y su obra deslumbró al mismísimo Cartier Bresson. Pero a pesar de ello, el vasto archivo fotográfico de Virxilio Vieitez sobrevive a duras penas en una buhardilla en la casa de su hija, Keta Vieitez, que pide ayuda a las administraciones para mantener el legado de su padre. Se calcula que hay unos 80.000 negativos guardados en decenas de cajas y latas, a los que hay que sumar numerosas copias en papel, documentos, cámaras y rollos de película sin cortar. Keta hace todo lo posible por mantener el archivo de su padre en las mejores condiciones, incluso ha revelado y digitalizado ella misma parte del material, pero calcula que hay al menos 500 negativos que podrían perderse si no se actúa a tiempo.

Virxilio Viéitez es la figura más influyente de la fotografía gallega del siglo XX. Su manera de mostrar la realidad de la década de 1950, recuerda al concepto cinematográfico y nos muestra una imagen sociológica de mediados del siglo pasado. En tiempos de guerra la expresión "ganarse la vida" cobra más fuerza de lo habitual. Viéitez es un superviviente, un trabajador, un buscavidas que encontró en la fotografía un medio de expresión, de comunicación y de trabajo.

1930 no fue una buena fecha para nacer en España ya que poco después estallaría la guerra, los supervivientes tendrían que enfrentarse a la posguerra y la vida no sería fácil para ellos. Vayamos a ese momento, cuando la contienda ya había acabado y a los españoles aún les quedaba mucha batalla por soportar. Viéitez no conoció a su padre, creció en una aldea rodeado de mujeres, su infancia se desarrolló entre aperos y útiles de campo, el trabajo le apartó de la escuela y él aprendió por su cuenta a leer y escribir, esa forma autodidacta de aprender le acompañaría el resto de su vida.

Entre el portafolio del fotógrafo encontraremos multitud de reportajes de bodas, pero también de entierros y funerales.

Nacido en Soutelo de Montes, Pontevedra, en 1930, en 1946, con 16 años, aprende el oficio de albañil, trabaja en las obras de ampliación del Aeropuerto de Lavacolla, que se pasaría a llamar tras esta remodelación como Aeropuerto de Santiago de Compostela. A los 18 años emigró de su Galiza natal y se fue a trabajar a Catalunya en las obras de construcción de los teleféricos próximos a Panticosa, aquí empieza su "rollo con la fotografía", como el propio autor solía decir. Huyendo del frío emigró poco después a Cataluña y acabó en la Costa Brava, donde tuvo su primer contacto con la fotografía. Allí aprendió a revelar y empezó a hacer fotos a los turistas que venía a disfrutar de las calas y playas de la zona. Hizo mucho dinero porque, sumado a la cantidad de trabajo de aquella época, le pagaban en dólares, en libras y solían darle las vueltas como propina. Aprendió en Palamós lo que era una propina de la mano del fotógrafo Juli Pallí.

Siete años después volvió al pueblo para atender a su madre enferma, y allí se quedó ya el resto de su vida trabajando como fotógrafo a tiempo completo. Empezó a recorrer con su cámara los pueblos y aldeas de la la Galicia más rural para hacer reportajes de prensa, cubrir bodas e incluso inmortalizar velatorios. Así mismo realizó centenares de fotografías para el documento nacional de identidad, que en aquella época empezaba a generalizarse.

Se dice que siempre trabajó por encargo. Una de sus fotos más famosas es la de una anciana posando en la puerta de su casa junto a un gran aparato de radio, que rodea con su brazo como si fuera una persona más. Dorotea, la mujer retratada, encargó la foto para mandársela a su hijo emigrado en Venezuela, que le había dicho que se comprara una radio con el dinero que le mandaba.

De vuelta en Pontevedra Virxilio Viéitez se estableció como fotógrafo, se casó con Julia Cendón, con la que tuvo tres hijos. Su madre no superó la enfermedad por la que el fotógrafo abandonó la Costa Brava, un nuevo parón le separaría de su carrera de manera provisional: "la mili." Tras la vuelta de cumplir con el servicio militar obligatorio, Viéitz recuperó, una vez más, su profesión. Con todos estos parones, no es hasta 1957 cuando consigue un trabajo como como corresponsal en El Pueblo Gallego y la emisora de radio Voz de Vigo. Cambia la cámara Retina por una Rollei y después incorpora una Voigtlander. Como corresponsal recorre cubre la información en varias localidades Pontevedresas como Cerdedo, Soutelo de Monteso Estrada.

Sus inicios en el retrato de estudio quedaron atrás, empezó a buscar nuevas oportunidades en la fotografía social. Sus trabajos en bodas, comuniones y bautizos son un importante legado que ponen de manifiesto la cultura y tradición española de mediados del siglo pasado.

Cientos de historias como la de Dorotea constituyen el legado único de Vieitez, incansable cronista de una España que ya prácticamente no existe. Tras protagonizar exposiciones en Santiago de Compostela, Braga, Amsterdam o Madrid, donde Virxilio conoció a Cartier Bresson con el que mantuvo una estrecha amistad, la figura de Vieitez despertó un súbito interés. Pero pasados los años y tras su muerte en 2008, parece que nadie va a hacerse cargo de su archivo y preservarlo como merece. El caso de Virxilio Vieitez da la razón a los que han reclamado con ahínco la creación de un Centro Nacional de Fotografía, que debería ser un realidad en los próximos años y servir precisamente para proteger y divulgar nuestro patrimonio fotográfico.

Sin quererlo o intuirlo, su trabajo reflejó costumbres, tradiciones, actividades tan cotidianas como ir de paseo al río o a la playa, la de retratar a un animal, la de poner a posar a mujeres con trajes de baños e incluso fue uno de los primeros en dar vida a las imágenes del fútbol en Galicia.

En aquella época los intelectuales y pudientes fotógrafos se inspiraban en las corrientes que llegaban desde el extranjero, lo mejor de Viéitez es que no era un intelectual, ni era rico, era un artesano que aprendió a desarrollar un estilo propio que con el tiempo le llevó a aparecer en el libro 'Mis fotos favoritas' de Cartier-Bresson. Entre el portafolio del fotógrafo encontraremos multitud de reportajes de bodas, pero también de entierros y funerales. La sociedad española de la época era, a la fuerza, tradicional, católica y conservadora, y esto se pone claramente de manifiesto en el tipo de fotografías como las que el fotógrafo pontevedrés estaba realizando en ese período.

En 1944, cuando aún Virxilio era un niño que no había salido de su aldea, se empezó a implantar en España un sistema que pretendía identificar a todos los españoles. En aquella época la implementación de algo como esto no iba a ser rápida, así que cuando se repartieron las zonas de trabajo para los fotógrafos que realizaban el DNI a Viéitez le tocó la suya. Hoy las aldeas están desiertas, pero por aquel entonces estaban llenas de gente y el de los carnés fue un negocio muy lucrativo. Eran otros tiempos, el fotógrafo era la persona que en cierta forma daba fé de que algo había pasado, es fácil imaginar el prestigio y la importancia que tenían en una sociedad como la española a mediados del Siglo XX. Si contemplamos las fotos de la época comprobamos esa liturgia que seguramente existía a la hora de hacer una fotografía. La seriedad con la que la gente se tomaba ir a un estudio, ataviados con sus mejores telas, peinados, con ese aspecto limpio, como si fueran de domingo.

A Virxilio le llegaron varias ofertas para trabajar en algunos estudios de fotografía de otras zonas de Galiza, él no las aceptó, prefería la libertad de quien es su propio jefe y podía trabajar "a su aire". Esto, a la fuerza, le hizo desarrollar un estilo propio, lejos de influencias o mandatos. Sin jefes y con un gusto cada vez más creciente por la fotografía de calle, empezó a realizar cada vez más este tipo de imágenes. Estaba obsesionado por conseguir imágenes nítidas, sin desenfoques.

Conoció al maestro francés en un encuentro fotográfico en Salamanca. Viéitez no sabía entonces quién era, pero charló con él y se hicieron amigos. La complicidad que establecieron pudo deberse a la espontaneidad y la sinceridad del gallego, según su hija, que habla de «amor a primera vista». «Creo que Cartier-Bresson sentía que mi padre le trataba con naturalidad, sin el filtro que todos los demás ponían ante él», asegura Keta Viéitez. Tal era la confianza entre ambos que el gallego se atrevió a decirle al padre del instante decisivo que hacía «fotos desenfocadas y sin luz».

Era metódico y riguroso, pese a que le gustaba la fotografía la veía como un medio de vida, por lo que solo hacía fotos bajo encargo, por pedido, rara vez lo hacía, según dice su hija Keta Vieitez, por amor al arte o por hobbie. Era, que duda cabe, un fotógrafo realista, pero la puesta en escena de sus imágenes nos invita a viajar a un mundo diferente donde se mezcla lo real y lo simbólico, lo evidente con lo metafórico.

Detalle de «Entierro» (1960) y «Niño de primera comunión, Millarada» (1960). Entre 1953 y 1980 Viéitez realizó más de 50.000 instantáneas.

Virxilio es un caso extraordinario y no solo por su calidad sino por su neutra aproximación inicial al oficio. En ese sentido se le podría emparentar con uno de los más célebres fotógrafos por encargo de la fotografía norteamericana, Lewis Hine, con sus series de Ellis Island o los retratos de los niños trabajadores. El hecho de que dos fotógrafos de tradiciones y formaciones tan radicalmente diversas como Cartier-Bresson y Virxilio Vieitez hayan realizado fotografías casi literalmente idénticas sin haber compartido más que el mismo material solo se explica bajo la posibilidad de la existencia de un clima común, de una forma mental colectiva. En un momento de lucidez extrema Simone Weil dio en la diana con una revelación sobre la condición de ciertas obras de arte: “Cuando son buenas, muestran de una manera extraordinaria las peculiaridades del carácter del artista que las ha creado y, sin embargo, cuando son verdaderas obras maestras, su carácter es totalmente anónimo.”

Cuida siempre con atención los fondos y los diferentes elementos que introduce, así como la posición del suelo y la relación entre ellos si son varios. No resulta extraña la inclusión de animales domésticos como la cabra, el gato o el perro, pero lo que sí resulta sorprendente es el modo en que lo hace, mezclándolos con los retratados vestidos de fiesta.

Siguió trabajando hasta los ochenta y murió en 2008. La historia de Viéitez guarda cierta relación con la de Vivian Maier, pero en el caso del fotógrafo gallego la que rescató sus imágenes del olvido fue su hija, también fotógrafa, quien ha documentado, conservado y sacado a la luz el trabajo de su padre, hasta tal punto que en 1998 empezaron los merecidos reconocimientos en la VIII edición de la Fotobienal de Vigo, más tarde en el Museo de Arte Contemporánea MARCO y en en el Museo de Arte Contemporánea MARCO. Además se internacionalizó en la muestra Al gust de Cartier-Bresson en Barcelona, en Ámsterdam y en Nueva York.

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