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22 - Junio - 2022
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En 1974, Yves Coppens y otros colaboradores descubrieron el que, probablemente, sea el fósil más famoso del mundo. El paleontólogo francés, que acaba de fallecer a los 87 años, trabajaba entonces en la región etiope de Afar, en una expedición organizada por Louis Leakey a petición del emperador Haile Selassie. En medio de un desierto que mucho tiempo atrás cubrió un lago, se encontraron los 52 huesos de Australopithecus afarensis, una hembra de unos 20 años que ya caminaba erguida hace más de tres millones de años. Aquel hallazgo ofrecía información sin precedentes sobre lo sucedido entre el presente y el momento en que el linaje de chimpancés y humanos se separó, hace algo más de cuatro millones de años, y la forma en que comenzamos a caminar de pie. Solía contar Coppens que, además del valor científico, aquel fósil tan completo, que uno podía imaginar caminando y trepando a los árboles en la reciente sabana, permitió al público acercarse a aquella abuela remota. Además, tuvo la suerte de un bautizo ingenioso. En medio de la celebración por el descubrimiento, sonó Lucy in the sky with diamonds, de los Beatles, y Pamela Alderman, novia del líder de la expedición, Donald Johanson, propuso que la llamaran Lucy. Así se la conoce desde entonces.

Coppens descubrió en 1961, en un yacimiento de Chad, su primer homínido y el que lo dio a conocer: Tchadanthropus uxoris. Después, además de otros restos de antecesores de los humanos, sugirió influyentes teorías sobre los cambios ecológicos que permitieron la aparición de nuestra especie. Un intenso cambio climático hace tres millones de años, y los movimientos tectónicos que crearon el Valle del Rift, crearon las condiciones adecuadas para la humanización.

El ambiente más seco, en África oriental, habría reducido el número de árboles, haciendo más interesante caminar de pie, o al menos, como hacía con Lucy, combinarlo con la vida en los árboles. La transformación también redujo los vegetales disponibles y empujó a aquellos protohumanos a comer más carne. Este alimento proporcionó la energía necesaria para hacer posible la aparición de un gran cerebro. Coppens, consciente de la importancia de los nombres en la paleoantropología, llamó a su hipótesis la East side story; en el oeste del continente, más húmedo y boscoso, la evolución siguió su curso para dar lugar al chimpancé.

Coppens nació en 1934 en Vannes, hijo de un físico y una pianista. Allí, en la Bretaña francesa, se alimentó su pasión por la arqueología. En esa región, según contaba, los fósiles son antiguos y abundantes y es fácil encontrar estructuras megalíticas o líneas de menhires. Todo eso hizo que creciera su interés por reconstruir un pasado profundo, en el que podía repasar la historia que nos separó del mundo animal, desenterrando fósiles con millones de años de antigüedad. “Nuestra historia comienza en la cadera, porque es el elemento clave [para caminar erguidos]”, decía sobre la clave de nuestro origen. “Yves Coppens nos ha dejado esta mañana. Mi tristeza es inmensa. Yves Coppens era un gran sabio, paleontólogo de renombre mundial, miembro de innumerables instituciones extranjeras, pero, sobre todo, profesor del Collège de France y miembro de la Academia de las Ciencias”, ha escrito en Twitter este miércoles su editora, Odile Jacob. “Su amabilidad, su bondad, su humor, su fidelidad, su erudición solo eran comparables a su talento como escritor. [...] Francia pierde a uno de sus grandes hombres”, ha rematado. En su editorial pueden encontrarse 17 libros publicados por Coppens, uno de estudiosos de la evolución humana más relevantes del último siglo.

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Esta es la historia de dos esqueletos. Es la hazaña de un par de antiguos miembros de la familia humana nacidos en Etiopía y apodados Lucy y Ardi. El primero es un ícono de los inicios de la humanidad, mientras que el segundo es menos conocido, pero no por eso menos importante y quizás hasta más revelador. Sus historias revelan mucho sobre la evolución humana temprana y cómo la ciencia que estudia nuestro pasado ha avanzado en este último medio siglo.

Parte del sistema del Rift de África Oriental consiste en una cuenca sedimentaria formada por la separación de placas continentales. Gracias a una geología favorable, sus desiertos abrasados ??por el sol representan un terreno privilegiado para la caza de miembros extintos de la familia humana. El potencial de esta región salió a la luz en la década de 1970 gracias al trabajo pionero del geólogo Maurice Taieb. Después de descubrir que el suelo estaba repleto de huesos petrificados, invitó a científicos franceses y estadounidenses a formar un equipo de investigación, que rápidamente se centró en un área rica en fósiles llamada Hadar. En 1974 el antropólogo Donald Johanson y su asistente Tom Gray encontraron a Lucy, un esqueleto de 3,2 millones de años de antigüedad. Al reconstruirlo, vieron que las piezas conformaban aproximadamente el 40% del esqueleto (o el 70% después de que los técnicos de laboratorio crearan réplicas de huesos que faltaban en el lado opuesto) de una mujer pequeña con un cerebro del tamaño de un simio, quien medía poco más de un metro de altura.

Ardi (izquierda) y Lucy (derecha) son dos antiguos miembros de la familia humana nacidos en Etiopía.

El equipo de Hadar recolectó cientos de especímenes más de la misma especie que luego se denominaría Australopithecus afarensis. Y completó las partes que le faltaban a Lucy, incluido el cráneo, las manos y los pies. Hoy esta especie fósil es una de las más conocidas de toda la familia humana, con más de 400 ejemplares que datan hace entre 3 y 3,7 millones de años.

El descubrimiento del Australopithecus afarensis llevó a la ciencia a avanzar de muchas maneras. Primero, arrojó luz sobre uno de los mayores misterios de la humanidad: ¿por qué se irguieron nuestros antepasados? Los humanos nos parecemos a nuestros primos primates en muchos aspectos anatómicos, pero somos extrañamente únicos cuando se trata de nuestra locomoción sobre dos piernas. Darwin había teorizado que los humanos incorporaron una postura erguida al mismo tiempo en que desarrollaron herramientas de piedra, cerebros grandes y dientes caninos pequeños, pero el Australopithecus afarensis demostró que estos rasgos no evolucionaron como un paquete. En realidad, la locomoción vertical comenzó mucho antes que los cerebros grandes y las herramientas de piedra. En segundo lugar, estos descubrimientos movieron los registros de fósiles humanos más hacia el pasado y establecieron al género Australopithecus como un antepasado viable de nuestro género, Homo.

Lucy, sonriendo sin saber que iba a ser famosa.

Tras profusos debates, quedan pocas dudas de que la especie de Lucy era bípeda. El Australopithecus afarensis tenía el dedo gordo recto, no prensil, y los inicios de lo que sería el pie arqueado de los humanos (a pesar de tener proporciones de pie más primitivas que las nuestras). De hecho, es probable que esta especie sea la responsable de las huellas de aspecto humano encontradas en cenizas volcánicas fosilizadas en Laetoli, Tanzania, y que datan de hace 3,6 millones de años. Esto no significa necesariamente que la especie de Lucy hubiera abandonado los árboles por completo. Conservó características que algunos científicos interpretan como evidencias de su capacidad para escalar, lo que incluye dedos curvos de manos y pies, articulaciones móviles en los hombros y antebrazos largos.

Pero ¿qué sucedió antes de Lucy y cómo comenzó el andar bípedo? Después de los descubrimientos en Hadar, durante dos décadas el registro fósil de aquellos antepasados con más de 4 millones de años ??permaneció casi en blanco. En 1992, en otra parte de la depresión de Afar conocida como Awash Medio, un equipo estadounidense etíope con sede en la Universidad de California en Berkeley recogió las primeras piezas de una especie primitiva más de un millón de años anterior a Lucy. Los primeros hallazgos incluyeron dientes caninos en forma de diamante (distintos a los colmillos en forma de daga de los simios), los cuales marcaron que estas criaturas eran miembros primitivos de la familia humana. En 1994, el equipo de Awash Medio ganó la lotería de forma inesperada: hallaron un esqueleto de 4,4 millones de años de una especie llamada Ardipithecus ramidus. El erudito etíope Yohannes Haile-Selassie encontró un hueso de la mano roto, lo que desencadenó una búsqueda intensiva y el descubrimiento de más de 125 piezas de una hembra antigua que medía aproximadamente 1,2 metros de altura y tenía un cerebro del tamaño de un pomelo de unos 300 centímetros cúbicos. El esqueleto, apodado Ardi, conservaba muchas partes que le faltaban a Lucy (incluidas las manos, pies y cráneo) y tenía 1,2 millones de años más. Los investigadores terminaron encontrando más de 100 especímenes de otros individuos de la misma especie.

El descubrimiento de Ardi fue declarado el logro científico del año en 2009.

Poco después de que el esqueleto de Ardi fuese llevado al laboratorio, el paleoantropólogo Tim White hizo un descubrimiento impactante: el dedo gordo del pie de Ardi indicaba que tenía la capacidad de trepar árboles. Esta revelación llegó junto con otras aparentemente contradictorias, por ejemplo, que los otros cuatro dedos de Ardi mostraban una anatomía similar a la de los bípedos erguidos. Otros hallazgos sumaron a la idea de que Ardi tenía una locomoción híbrida; es decir, trepaba árboles, pero también caminaba erguida. Aunque muy dañada, la pelvis de Ardi mostraba inserciones musculares exclusivas de los bípedos, junto con otra anatomía típica de los simios arbóreos. Como informó más tarde el equipo que hizo el descubrimiento, "posee tantas sorpresas anatómicas que nadie podría haberlas imaginado sin evidencia fósil directa".

Ardi desafió las predicciones imperantes de múltiples formas. Al momento de su descubrimiento, la biología molecular había acumulado pruebas convincentes de que los humanos estaban estrecha y recientemente relacionados con los chimpancés.

En ese entonces, los científicos estimaban que la divergencia de ambos linajes había ocurrido hacía tan solo 5 millones de años (la mayoría ahora piensa que la división fue mucho antes). Por eso muchos investigadores compartían la idea de que, cuanto más antiguo el fósil, más se parecería a un chimpancé o bonobo moderno. Pero Ardi no caminaba con los nudillos como los simios africanos modernos ni tampoco mostraba indicios anatómicos de tener antepasados que caminaran de esa forma. Además, carecía de los dientes caninos en forma de daga de los chimpancés y su hocico era menos prognatoso (con las mandíbulas salientes). Se veía diferente a todo lo que se había visto antes, motivo por el cual sus descubridores la describieron como "ni chimpancé ni humana". Ardi provocó una gran controversia. Algunos científicos se negaron a creer que ella fuese un miembro de la familia humana y, por lo tanto, se negaron a aceptar todas sus inquietantes implicaciones. Otros insistieron en que en realidad se parecía más a un chimpancé de lo que reconocía el equipo que la descubrió. A lo largo de la última década, varios investigadores independientes examinaron los fósiles y afirmaron que Ardi era un hominino (antes llamado "homínido"), una criatura que pertenece a nuestra rama del árbol genealógico tras separarnos de los antepasados de los chimpancés. No todas las afirmaciones sobre ella han ganado una completa aceptación, pero Ardi ciertamente nos obligó a replantear a fondo nuestros orígenes.

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Tim White, padre de Lucy, fichaba por el Cenieh recientemente. El paleoantropólogo que participó en el descubrimiento de la Australopithecus afarensis -y en el de Ardi (Ardipithecus ramidus)-, elige Burgos porque «hay infraestructura, están los mejores investigadores y existen fósiles para comparar».

En el Museo Nacional de Etiopía en la capital, Addis Abeba, se puede ver una replica de Lucy, un fósil que reescribió la historia de la evolución humana. El esqueleto original, que fue descubierto en 1974 en Afar, en Etiopía, se encuentra en el Museo de Historia Natural de Cleveland, Estados Unidos. El museo también ofrece una rica variedad de información sobre Selam y Ardi. Selam es un esqueleto fosilizado e increíblemente conservado de la especie Australopithecus afarensis, de más de tres millones de años de antigüedad, mientras que Ardi, un fósil de la especie Ardipithecus ramidus, fue un homínido que vivió hace 4.4 millones de años y un millón de años más antiguo que Lucy.

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Con el paso del tiempo, el debate dejó de ser si se debía aceptar o no a Ardi en la familia humana y pasó a ser cómo hacerlo.

Ardi provocaba incomodidad porque no encajaba fácilmente en la teoría predominante. A medida que vamos atrás en el tiempo, nuestros antepasados se parecen más a los simios (aunque no necesariamente a los simios modernos) y las pistas que los relacionan con nosotros se vuelven más sutiles y controvertidas. Ardi representaba algo completamente nuevo: un escalador hasta entonces desconocido con un dedo del pie oponible y un andar erguido extraño. No solo era una especie nueva, sino un género completamente nuevo. Por el contrario, Lucy encajó con facilidad dentro del ya existente género Australopithecusporque era una variación más antigua de cuestiones anatómicas bien establecidas. Como consecuencia, Lucy sigue siendo mucho más famosa que Ardi. El descubridor de Lucy, Don Johanson, hizo unas relaciones públicas excelentes, escribió libros de divulgación, protagonizó documentales de televisión y convirtió su esqueleto en un nombre conocido. Por el contrario, el equipo de Ardi, que incluía a varios veteranos del equipo de Lucy, evitó todo ello. Trabajó de forma aislada, tardó 15 años en publicar su esqueleto y se involucraron en numerosas discusiones con sus colegas.

El equipo de Ardi desafió agresivamente las teorías predominantes, en particular la noción de que venimos de antepasados que se parecían a los chimpancés modernos o la creencia de que la expansión de las sabanas africanas desempeñaba un papel crucial en la evolución humana. Tales desavenencias cegaron a algunos investigadores a apreciar el valor científico del esqueleto familiar más antiguo.

El investigador Donald Johanson junto al esqueleto de Lucy en 2013.

Tanto Lucy como Ardi dan testimonio de la importancia de los fósiles. Las teorías y los modelos analíticos son componentes esenciales de la ciencia, pero las pruebas materiales a veces desafían las predicciones. A pesar del despliegue publicitario que a menudo acompaña a los grandes descubrimientos, ningún fósil representa los comienzos de la humanidad, la madre de la humanidad o el eslabón perdido. Más bien, son solo reliquias aleatorias de poblaciones antiguas que tenemos la suerte de encontrar y probablemente una fracción de formas pasadas que han sido borradas por el tiempo. En el cuarto de siglo que pasó desde que se descubrió Ardi, se agregaron más de dos decenas de especies de homínidos, de las cuales tres son más antiguas que ella. La especie más antigua es el Sahelanthropus tchadensis y consiste en un cráneo de al menos 6 millones de años hallado en Chad. Por desgracia ninguna de estas especies más antiguas está lo suficientemente completa como para formar un esqueleto. Pero, afortunadamente, Etiopía siguió produciendo esqueletos de la especie de Lucy. Ejemplos de ello son un niño llamado Selam ("paz") y un hombre que era una cabeza más alto que Lucy bautizado, apropiadamente, Kadanuumuu ("tipo grande"). Otra sorpresa hallada allí fue un homínido con un dedo oponible que vivió hace 3,4 millones de años, es decir, al mismo tiempo que la especie de Lucy, lo que revela que al menos dos tipos coexistían muy cerca: uno bípedo y otro arbóreo.

Chad, oficialmente la República de Chad, es un país sin litoral ubicado en África Central. Limita con Libia al norte, con Sudán al este, con la República Centroafricana al sur, Camerún y Nigeria al suroeste y con Níger al oeste. La inseguridad alimentaria obliga a la junta militar a pedir ayuda a la comunidad internacional mientras Rusia bloquea las exportaciones de alimentos ucranianos.

Mientras tanto, Kenia y Sudáfrica han producido descubrimientos adicionales y han demostrado que nuestros orígenes son mucho más complejos de lo que parecían en los viejos tiempos, cuando había menos puntos para conectar. A medida que se fue dando nombre a más y más ramas, los antropólogos comenzaron a decir que nuestro árbol genealógico se describe mejor como un arbusto. Pero los avances recientes en genómica prueban que ninguna metáfora es del todo correcta. El ADN antiguo muestra que diferentes "especies", como los neandertales y el Homo sapiens moderno, a veces tenían sexo. Debido a que las ramas se vuelven a unir, nuestra familia no se parece a un árbol o a un arbusto, sino más bien a una malla: una mezcla compleja de poblaciones que se dispersaron, se adaptaron a las condiciones locales y ocasionalmente se mezclaron. Nuestros antepasados, incluso los arbóreos, no caben fácilmente en los árboles.

Los nuevos descubrimientos nos ponen ante una paradoja: cuanto más aprendemos, más nos enfrentamos a lo que no sabemos. Hace más de dos siglos, el químico británico Joseph Priestley ofreció una maravillosa metáfora del progreso científico: a medida que el círculo de luz se expande, también lo hace su circunferencia, es decir, la frontera entre la luz del conocimiento y la oscuridad de lo desconocido. Como atestiguan Ardi y Lucy, somos los últimos sobrevivientes de un linaje peculiar y debemos reconstruir minuciosamente nuestra compleja historia hueso por hueso.

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