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5 - Septiembre - 2021
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Al igual que la mafia en Italia y Estados Unidos y las triadas en China y Hong Kong, la sombra de la yakuza planea sobre la vida económica y social de Japón. Pero, al contrario que las otras dos, no copa tantos titulares salvo sonadas excepciones como la de Satoru Nomura y su banda Kudo-kai, radicada al suroeste del país en la prefectura de Fukuoka. Por su salvaje violencia, Nomura, de 74 años, ha sido condenado este martes a pena de muerte junto a su lugarteniente, Fumio Tanoue, de 65 y sentenciado a cadena perpetua. Tras un largo juicio que empezó en octubre de 2019, y en cuyas 62 vistas orales han declarado casi un centenar de mafiosos y policías, ambos han sido condenados por cuatro crímenes cometidos entre febrero de 1998 y mayo de 2014. El primero fue la muerte a tiros del líder de una cooperativa pesquera de Kita-Kyushu, importante puerto cercano a la ciudad de Fukuoka, sobre la que había puesto sus ojos el clan de Nomura. Casi dos décadas después, en 2014, un pariente de la víctima, que era dentista, fue apuñalado para amedrentar a la familia.

Entre medias hubo otros dos intentos de asesinato que el fallo judicial también atribuye a la banda de Kudo-kai. En abril de 2012, un antiguo agente de Policía de Fukuoka fue tiroteado y sufrió heridas en las piernas y, en enero de 2013, apuñalaron a la enfermera de una clínica donde había sido tratado el 'padrino' Nomura. Mientras la Fiscalía sostiene que el primer ataque fue una represalia por la investigación contra el clan Kudo-kai abierta por la Policía de Fukuoka, el segundo se trató de una venganza personal del gánster por el trato recibido en la clínica. Al parecer, ni siquiera se molestó en ordenar a sus hombres que «pareciera un accidente». Y ahí está la base de la sentencia. Aunque los autores materiales de estos ataques habían sido ya condenados, la justicia ha castigado ahora a Nomura y su lugarteniente por ordenarlos, ya que ambos dirigían la cadena de mando de la banda Kudo-kai. Esta estructura de la yakuza, reconocida en todos los juicios menos en el del asesinato del líder de la cooperativa pesquera, es la que ha servido para encausar y condenar a Nomura y Tanoue, contra quienes no había pruebas directas.

Clamando por su inocencia, ambos han protestado contra el fallo del Tribunal del Distrito de Fukuoka. «Pedía un juicio justo, pero no lo ha sido. Lamentará esto el resto de su vida», advirtió el 'padrino' Nomura al juez Ben Adachi tras leer la sentencia, según informa el periódico 'Asahi'. «¡No he estado implicado ni en lo más mínimo!», gritó Tanoue. Junto a sus respectivas condenadas, ambos tendrán que pagar una multa de 20 millones de yenes (155.221 euros).

Además de por la circunstancialidad de las pruebas, el caso ha suscitado una fuerte polémica por ser una de las pocas penas de muerte contra un jefe de la yakuza. En esta ocasión, el tribunal ha justificado que la condena sea la más dura posible porque las víctimas de los ataques ni siquiera eran mafiosas de bandas rivales, sino gente corriente. «Estos incidentes no tienen precedentes en la atroz naturaleza de los crímenes perpetrados por las bandas organizadas», argumentó la Fiscalía, que alertó de que «ciudadanos ordinarios se habían convertido en el objetivo de los ataques, lo que supone una amenaza directa a la sociedad». Con esta pena de muerte, la justicia nipona da un escarmiento a la yakuza, que suele moverse en la sombra para controlar sus negocios sobre las drogas, el juego y la prostitución, pero también en la construcción y los puertos. En 2008, otro jefe mafioso fue condenado a muerte por asesinar al alcalde de Nagasaki, un caso que también enfureció a la opinión pública. Desde septiembre de 2014, la Policía de Fukuoka intenta desmantelar el violento clan Kudo-kai, que llegó a tener más de 1.200 miembros en 2008 y contaba con unos 430 a finales del año pasado.

Con esta sentencia, el 'don' Satoru Nomura se suma al centenar de presos que esperan en el 'corredor de la muerte' en Japón, uno de los pocos países avanzados que sigue manteniendo la pena capital pero donde está ampliamente aceptada por la sociedad. Además, se sigue aplicando con el método medieval de la horca pese a ser el país del 'high-tech'. Con unas 2.500 familias repartidas por todo el archipiélago nipón, la yakuza divide sus orígenes entre la tradición de los descendientes de los últimos samuráis del siglo XVII y los delincuentes surgidos al amparo del «milagro económico» tras la II Guerra Mundial. Conocidos también como los «8-9-3», en honor de las cartas inútiles del Black Jack, los tatuados mafiosos de la yakuza combinan su estricto código de honor con su despiadado carácter sanguinario.

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¿Quién diría que un miembro de la Yakuza japonesa invitaría a un té verde a un periodista americano en señal de confianza? Nadie; ni siquiera el propio Jake Adelstein lo habría adivinado durante su adolescencia, antes de mudarse a estudiar Literatura Comparada a Japón y, por supuesto, mucho antes de ser contratado como redactor en el Yomiuri Shimbun: el diario más influyente del país nipón. El norteamericano recogió en ‘Tokyo Vice’ sus experiencias durante más de dos décadas de profesión en 2009 y ahora Ediciones Península lanza la versión en castellano. “Pensé que publicarlo sería una gran idea a pesar de las complicaciones. Mi esperanza era que se tradujera al japonés y se publicase a la vez que en inglés para que Yamaguchi gumi (sección más importante de la mafia) matase a un pez gordo de la Yakuza. Pero por desgracia eso no pasó”.

Terminó como periodista de sucesos en una ciudad dormitorio de Tokio. Crímenes sin resolver y periodismo de calle. Las décadas de los 90 y los 2000 fueron el terreno de juego de Adelstein, periodo en que la Yakuza todavía mantenía su apariencia imponente y se ganaba el respeto de quienes rodeaban al entorno. Ahora HBO estrena la serie homónima el próximo año. “Me he mantenido fuera de la creación del guion porque confiaba plenamente en el showrunner, mi amigo de la infancia y admirable dramaturgo”. ¿Qué ha sido de la banda criminal más relevante de Japón en tiempos de covid? Los líderes del terror tatuados -aunque cada vez marcan menos su piel- empiezan a dejar entrever inestabilidad entre ellos y las autoridades japonesas han tomado cartas en el asunto tras décadas de silencio.

La Yakuza tiene sus orígenes en el siglo XVII; en tiempos de samurái, aparentar la sabiduría, templanza, quietud y prestigio de los antiguos guerreros era una cuestión de espíritu. Los tatuajes les caracterizaban: tradicionalmente, se recurría a la técnica Tebori. Esculpir la piel con agujas y colores en un ritual simbólico. Cuantos más, mejor; dejando entre el pecho un hueco para el nombre del ‘Oyabun’ -líder de la banda- que les ordena.

Shirai, que fue el líder del clan Yamaguchi-gumi, arrestado.

La mafia buscaba mantener el orden creando desorden. Tenerlo todo controlado a base de amenazas. Pero funcionaba; la policía y el entorno político estaban a su merced. Había incluso quienes compraban el argumento de la banda: sembrando el miedo, recoges calma y civismo. Nadie se atrevía a incitar al caos donde la moneda de cambio podría conllevar cavar tu propia tumba (literalmente).

La banda se autodefine como "un mal necesario para el país" basado en la extorsión, trata de personas, negocios inmobiliarios, estafas telefónicas o el tráfico de drogas, entre otros. ¿Por qué se les ha tolerado todo este tiempo? Porque les convenía. El periodista apunta en su obra que “tienen lazos profundos, si bien turbios, con el partido que gobierna el país: Partido Liberal Democrático. Robert Whiting señala que el PLD se fundó con dinero de la Yakuza.” En los últimos años ha aumentado el descrédito de la organización y las actuaciones policiales contra las bandas. “Cuando la Yakuza empezó a amenazar el fundamento de la economía japonesa, comenzó a espiar a la policía y a desafiarla. Habían ido demasiado lejos, eran demasiado poderosos y había que hacer algo".

Optaron por retarles. Si a esto le sumas el fraccionamiento de Yamaguchi-gumi, la banda más numerosa (40.000), los problemas se multiplican. En agosto de 2016, cuando la división de Yamaguchi provocó cuatro asesinatos y 976 detenciones, se desató la inestabilidad. Desde entonces, el número de miembros ha disminuido con creces: “Había 86.000 personas en la Yakuza en 2009 y ahora hemos bajado a menos de 10.000”, nos explica Adelstein.

La industria de los videojuegos.

Para más inri, el pasado 25 de agosto un tribunal de Fukuoka condenó a muerte Satoru Nomura, un ‘Oyabun’ de 74 años. ¿La razón? Fuentes señalan que apuñaló al personal médico que le había realizado un insatisfactorio alargamiento de pene. Aunque no lo parezca, lo más llamativo no es esto, sino que era la primera vez que un jefe de tal calibre era sentenciado de tal forma. Aldestein apunta que “el ex-primer ministro japonés, Shinzo Abe, contrató a los Yakuzas para desacreditar a un rival político. No les pagaron y la banda bombardeó su casa. Uno de los motivos por los que el líder de Kudo Kai (organización yakuza) tuvo la amenaza de muerte es porque tienen enemigos políticos muy poderosos. El primer Ministro Suga dimitió este mes y tiene una larga lista de asociaciones con la Yakuza, incluyendo donaciones políticas.” Las detenciones hasta ahora habían sido diluidas con sobornos y prestaciones económicas. El problema no es solo que los miembros de la Yakuza se hacen mayores, sino que no consiguen atraer jóvenes talentos del crimen.

La pandemia no ha beneficiado en absoluto a la mafia. Debido al cierre de los establecimientos para evitar el contacto entre ciudadanos, la yakuza dejó de recibir dinero de su fuente de ingresos más predominante: los honorarios y extorsiones a cambio de ‘protección’ a los comercios. Los ‘mikajimeryo’. Impuestos que, además, eran inútiles: nadie llamaba a la Yakuza si se producían altercados en un establecimiento porque podían aumentarles la cuota defendiendo que hacían uso de sus servicios. Un círculo vicioso. En 1992 se aprobó una ley antimafia y en 2011 se condenó hacer negocios con la misma. El declive llama a las puertas de la Yakuza, pero sigue sin ser ilegal pertenecer a la misma.

Jake Adelstein escribió un artículo en Vice en 2014 donde publicaba una fotografía del Vicepresidente del Comité Olímpico de Japón junto a un miembro de la Yakuza. Se temía que las relaciones con la organización criminal pudiese perjudicar los juegos de Tokio 2020. ¿Qué ocurrió al final? “Hubo una investigación malísima. La Administración de Abe (ex Presidente) lo acalló. El vicepresidente, discretamente, dimitió. Pero ayer, de hecho, entraron en la Universidad en la que trabaja y le están investigando por cargos de corrupción”, explica Adelstein a este medio. Existía el miedo de que la Yakuza pudiese beneficiarse del encuentro deportivo internacional. “Los Juegos costaron 3 veces más de lo que dijeron. Eso viene por la corrupción y porque la Yakuza se llevó parte del dinero. Ha habido contratos sospechosos. Es normal si tienes un Gobierno corrupto donde se destruyen documentos y no pasa nada.”

Polémica fotografía de un antiguo vicepresidente de la COJ y un Yakuza.

El declive de la organización anda de boca en boca desde hace años y la ficción nunca se queda atrás. Además de la serie ‘Tokyo Vice’ basada en la realidad vivida por su autor, las películas - ‘Yakuza y familia’-, los videojuegos -con el personaje de Kazuma Kiryu- y las revistas proyectan la visión decadente de la mafia. Adelstein nos muestra un fanzine yakuza de 2018 con un discurso sustento en el honor; nos explica que “dejó de publicarse en 2019, ya no interesaba”.

Además, una cadena de comida japonesa ha adoptado el nombre de la mafia. La decadencia se hace evidente cuando un restaurante de sushi se apoda de forma homónima. ¿Dónde queda el honor samurái cuando un local de yakisoba se llama igual que una banda criminal? Poco queda de la Yakuza, al menos como la conocíamos hasta ahora. “Las organizaciones seguirán existiendo pero de manera ceremonial. Una especie de cuestión cultural relacionada con la tradición. Yo probablemente termine abriendo un Museo de la Yakuza. Se están extinguiendo como las tribus amazónicas y necesitan algún tipo de conservación histórica. Será gratuito y al final habrá un buzón con donaciones con dos ex yakuzas. Sea la aportación que sea, siempre incitarán a pagar más (se ríe).”

Pero no todo han sido desgracias. Adelstein agradece su libro a los que denomina ‘Yakuzas buenos’. “En una sociedad sociópata, hay buenas personas que son el resultado de malas elecciones vitales. Hay quienes son realmente consecuentes con cierto código de honor que viene de la Yakuza. Sí, hay gente honorable ahí dentro, a lo mejor un 2%.” Los hombres de traje y gafas de sol han sido partícipes de causas sociales, como la colaboración ciudadana tras la tragedia del tsunami en 2011. Fueron los primeros en ayudar; todo por Japón. Al fin y al cabo, ¿qué habría hecho un samurái? Si mereció la pena todo aquello -las amenazas, poner en riesgo a su familia, enfrentarse a los magnates de la mafia, policías, políticos, perseguir la noticia por encima de todo- es algo de lo que el autor, a veces, duda. “Si miro atrás, probablemente me arrepentiría de cada día. Lo que yo pensaba que eran decisiones valientes, no era más que la mejor estrategia. Si tienes problemas con la Yakuza, o bien les enfrentas con algo que es un problema más grande para ellos que tú o encuentras un enemigo común y te ganas un aliado”. Ahora es budista, medita y hace ejercicio. Existe la calma después de la mafia japonesa.

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El crimen organizado siempre ha suscitado interés en la población, y si es proveniente de un lugar tan fascinante y exótico como Japón, más si cabe. La yakuza ha servido de inspiración para miles de mangas, animes y libros provenientes del país del sol naciente, y su sombra es tan alargada que aún a día de hoy, en el siglo XXI, está mal visto tatuarse la piel porque es un símbolo indicativo de pertenecer a la mafia.

Su origen está en el siglo XVI y se trata de la organización más temida del país, compuesta por diferentes clanes con muchos miembros. Aunque sus inicios están más relacionados con los ronin o mercenarios ambulantes, desde el siglo pasado se hicieron con el control de apuestas, contrabando, lavado de dinero y espectáculos, también eran conocidos por su extorsión y tráfico de drogas y armas. Tras la II Guerra Mundial también se dedicaron a extorsionar a algunos grupos políticos. Se adoctrinan a través del sistema senpai-kohai (algo así como profesor y alumno), lo que significa que dan mucha importancia a la obediencia y la lealtad es tan fundamental que, según se cuenta, el castigo clásico es la amputación de un dedo meñique en caso de traición.

Pero aunque las películas de Kurosawa nos hagan pensar en hombres rudos y asesinos despiadados, siempre hay algo en lo que no solemos pensar cuando hablamos de mafia en general: las mujeres. Sin embargo, existen. El problema principal es que nunca puedes pronunciar la palabra 'yakuza' en público, como explica en 'BBC' la fotógrafa Chloé Jafé, a la que le fascinaba el mundo detrás de esta mafia milenaria, tanto que decidió viajar en 2013 a Japón para documentar justamente eso de lo que nadie se atreve a hablar; las mujeres y esposas que deciden abandonarlo todo por pertenecer al crimen organizado.

'El ángel ebrio', Akira Kurosawa (1948).

"Estaba muy interesada en el papel de la mujer en la sociedad japonesa", explica. "Pero también sabía que para sumergirme por completo en su mundo tenía que hacer cosas que jamás hubiera hecho. Me convertí por tanto en una 'hostess' (la traducción más adecuada sería quizá azafata), una mujer que tiene que encargarse de sus clientes, les sirve sake y da conversación, así podía hacer fotografías mientras me encontraba con ellos". Al estilo de las antiguas geishas no existe una relación carnal con los clientes, simplemente deben entretener. "Fue como conocí las reuniones que llevan a cabo los yakuzas", relata.

Explica que uno de los días el jefe del grupo llegó y le ofreció tomarse una cerveza con él. Por aquel entonces ella no sabía quién era ese hombre, pero aceptó, mientras hacía fotografías. "Era como una fiesta, había muchísima gente, incluso un policía, fue él quien me explicó que aquel señor era jefe yakuza. Fue entonces cuando decidí que continuaría averiguando cosas sobre ellos y es lo que he hecho durante seis años", cuenta.

Fotografiar a sus mujeres era mucho más difícil, puesto que para acceder a ellas primero tenía que ganarse a los maridos."Tienes que ganarte su confianza. La mujer del jefe del clan con el que yo estuve no sabía qué pensar de mí, ¿estaba interesada en su marido? ¿En su dinero? Le costó mucho dejar sus prejuicios a un lado y dejarme fotografiarla".

La vida de la esposa de un yakuza, según Jafé, es como la de cualquier ama de casa japonesa. "La diferencia es que la mujer de un mafioso siempre está preocupada, porque no sabe si su marido volverá a casa con vida por la noche. Una mujer no puede pertenecer por sí sola a la organización, pero si se casa con un miembro de la mafia forma parte absoluta del grupo. Aunque es un sistema bastante patriarcal, la mujer de un jefe de la yakuza (por ejemplo) tiene mucho predicamento, se encarga de las finanzas y es consejera", añade.

Shoko Tendo, autora de 'Yakuza Moon', un libro de memorias, posa para una entrevista.

"Si has pertenecido a la mafia, es muy complicado reintegrarte en la sociedad. Especialmente para las mujeres, una vez que deciden dejarlo todo por sus maridos ya no podrán volver atrás", cuenta la fotógrafa. "Le dan su vida a ellos, literalmente". En muchas ocasiones las ha fotografiado desnudas, para poder retratar los tatuajes que recorren sus pieles. Desde las piernas a los brazos, pasando por la espalda, son lienzos en movimiento. Tienen una gran simbología, pues se trata de 'omamori' o amuletos protectores que las ayudarán en su vida. Son bellos, pero no están hechos para ser mostrados, sino para mantenerse en el anonimato, como los propios miembros.

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