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28 - Octubre - 2022
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En 2025 se cumpliran 130 años desde que fuese arrestado y encarcelado, el 25 de mayo de 1895. La historia de Oscar Wilde bien nos sirve para recordar cómo ha evolucionado la sociedad desde esa época. El autor de “El retrato de Dorian Gray” y “La importancia de llamarse Ernesto” pasó dos años de su vida en la cárcel, entre 1895 y 1897, por ser homosexual, textualmente por “cometer acctos de grosera indecencia con otros varones”, años en los que aprovechó para escribir “De profundis”.

En esa carta, publicada de manera póstuma bien sea por el revuelo que provocaba su figura entre las clases pudientes británicas, bien por respeto de sus editores, el escritor daba rienda suelta a todo lo que se le pasaba por la cabeza mientras pernoctaba en la cárcel de Reading Gaol. Entendida como una petición de clemencia a sus carceleros, “De profundis” es también el resultado del fin de las labores forzadas a las que se veían sometidos los prisioneros de la época y que solo abandonaban cuando estaban a punto de salir de su encierro.

Tras dos años en los que empeoró gravemente su salud, cabe preguntarse cómo un escritor famoso por soliviantar las bajas pasiones de las clases altas pudo acabar en la cárcel. Para encontrar la respuesta, no hay que irse más lejos que al análisis de la homofobia contextual a su época. No se trata de revisionismo, simplemente hay que ir a la ley inglesa del momento que castigaba cualquier tipo de “sodomía” con trabajos forzados.

Así, cuando en 1895 Wilde fue acusado por el Marqués de Queensberry de “practicar la homosexualidad” tras verle en un club privado en compañía de su amigo (y probablemente pareja) Alfred Douglas, el escritor quiso elevar el pleito hasta lo legal, invocando la Ley de Difamación pública promulgada en 1834. De este modo, Wilde quería probar no solo que él no era homosexual, si no que el propio marqués había contratado varios acompañantes masculinos para sí mismo. Después de una serie de juicios que le dejaron en la bancarrota, los abogados del escritor le aconsejaron dejar la causa.

Fotografía de 1882, tomada por Napoleon Sarony.

No fueron pocos los que intentaron avisar a Wilde de que debía haberse limitado a obviar las acusaciones del marqués, pero el escritor entendía aquella batalla legal por “sodomita” como un juicio a su propio legado y obra que, de declararle culpable, podían quedar manchados. Poco sabía entonces de su poso histórico en la literatura universal. Peores noticias llegaron apenas unos meses más tarde, cuando fue el propio Wilde el acusado de practicar la sodomía por parte del periodista canadiense Robbie Ross, que le acusaba de haber pasado la noche con un hombre en el hotel Cardogan. Bajo el artículo 11 de la Ley de Reforma Criminal de 1885, Wilde fue detenido y se declaró “no culpable”, lo que no evitó que en el juicio se hicieran alusiones a determinados pasajes de sus obras que bien podían leerse como pasajes sobre la homosexualidad.

El 25 de mayo de 1895 y tras un inusitado proceso judicial, extremadamente rápido para los tiempos de la época, Wilde fue sentenciado a dos años de trabajos forzados. Con esto, no fue hasta 2016, 121 años después de su encarcelamiento, cuando por fin el gobierno británico indultó a todas aquellas personas, incluido Wilde, que fueron arrestadas por su inclinación sexual a lo largo de la historia.

La promulgación de la llamada «Ley Alan Turing», una enmienda a la Ley de Vigilancia y Policía, supuso el perdón póstumo a los homosexuales ya fallecidos y un perdón automático a los vivos que hubieran sido condenados por ello, suprimiendo estos antecedentes de sus expedientes.

Alan Turing nos salvó el pellejo. Le dieron boleta por sus preferencias sexuales.

Fueron 50.000 homosexuales, entre ellos uno de los grandes escritores de la la literatura inglesa, Óscar Wilde, condenado a 2 años de trabajos forzados en 1895 por cometer delitos de «indecencia grave», el término legal que se utilizaba para describir la sodomía. Dicha reforma llevó el nombre de Alan Turing, padre de la moderna informática y el hombre que «crackeó» el código Enigma, que utilizaban los nazis para comunicarse durante la Segunda Guerra Mundial y cuya contribución fue decisiva para la victoria. Turing fue condenado en 1952 por un delito de «indecencia grave».

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Fama, nobleza, sexo, diálogos ingeniosos, respuestas chispeantes, intriga política, literatura, giros sorprendentes y cuestiones importantes sobre arte y moralidad, se dieron cita entre los muros del edificio – coronado por la estatua de bronce de la Dama de la Justicia,- ante las pelucas de crin de caballo y las togas de seda. No es pues extraño que estos procesos continúen fascinando más de cien años después de la muerte de uno de los mejores autores y dramaturgos del mundo, autor de obras como El retrato de Dorian Gray, El abanico de Lady Windermere, Salomé, La importancia de llamarse Ernesto, y en un registro mucho más oscuro, De profundis y La Balada de la cárcel de Reading. ¿Por qué un literato famoso acabó realizando trabajos forzados en la cárcel? Porque la homosexualidad estuvo penada en Gran Bretaña hasta que la ley de delitos sexuales (Sexual Offences Act 1967) despenalizó las prácticas consentidas entre mayores de edad y en privado, aunque manteniendo prohibiciones respecto a la sodomía y la indecencia hasta que el 1 de mayo de 2004 entró en vigor la Sexual Offences Act 2003, en la que se eliminaban todas las especificaciones relativas a la homosexualidad de la ley de 1967.

Se anulaba la especificación de estricta privacidad, dejándose de establecer diferencias de orientación sexual de los participantes en cualquier práctica. Los hechos que llevaron a Oscar Wilde al Old Bailey, los juzgados londinenses, comenzaron cuatro años antes de los juicios, en el verano de 1891, cuando el escritor, que entonces tenía 38 años, conoció a un prometedor poeta de 22 llamado lord Alfred Douglas («Bosie»). Los dos se hicieron íntimos. Douglas se complació en el interés que Wilde, una figura literaria importante del momento, mostraba por él. El joven le llamaba «el amigo más caballeroso del mundo».

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El retrato de Dorian Gray es una gran obra universal del siglo XIX, creada por Oscar Wilde, fue llevada al cine por la industria norteamericana en el año 1945. Dirigida por Albert Lewin y protagonizada por Hurd Hatfield (Dorian Gray), Gorge Sanders, (Lord Henry Wotton), Lowell Gilmore (Basil Hallward) y Angela Lansburry, (Sibyl Vane).

Se puede pensar que “El retrato de Dorian Gray” de ese año, es una película totalmente hecha en blanco y negro, pero hay planos en el que el director Albert Lewin introduce magistralmente el color. Justo el momento, en el que el cuadro está terminado y se presenta por primera vez al público, la imagen cambia a color, siendo imperceptible por la audiencia. En ese instante el retrato adquiere mayor importancia, causando un efecto psicológico de gran impacto al público. Por otro lado, se da igual transición cuando se muestra por primera vez en estado decadente y demacrado, encarnando los estigmas de corrupción y las acciones criminales de Dorian Gray. Esto último, valió para Harry Stradling, el Óscar a la Mejor Fotografía.

En ese contexto, Wilde busca la crítica hacia la sociedad victoriana, al enfrentarla por los prejuicios que esta imponía a quienes manifestaban ser homosexuales, tal y como lo hacía Oscar Wilde, siendo un delito grave que involucraba la cárcel. A pesar de su homosexualidad, logra captar la atención del público británico, al exponer en "Dorian Gray", la vanidad, la frialdad, la locura y la enajenación, entre otros temas, a los que sucumbían la sociedad.

La Liga de los hombres extraordinarios. Stuart Townsend como Dorian Gray.

Tras 64 años de la primera versión (1945), se reedita para el 2009 una nueva adaptación para el cine, titulada “Dorian Gray” siendo un fracaso gigantesco. La versión, recibió críticas extremas de los especialistas y de los lectores de la obra de Oscar Wilde. Estas críticas, vinieron de quienes consideraron que el guion, el primero para Toby Finlay, y considerado un excelente escritor, tomó el camino equivocado al violentar la esencia de la novela.

Dorian Gray aparece como personaje a su vez en La Liga de los Hombres Extraordinarios. Una colección de cómics creada por Alan Moore y Kevin O'Neill que comenzó en 1999 y duró hasta 2018. La serie es conocida por estar fuertemente inspirada en personajes literarios. Presenta a celebridades de novelas como Drácula, Veinte mil leguas de viaje submarino y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde. Gran parte de su inspiración también parece provenir del trabajo de H.G. Wells, en forma de innovación científica y viajes en el tiempo. Mientras que muchos de los personajes se basan en material escrito durante la Era Victoriana, hay un par de adiciones posteriores a la Liga que son bastante sorprendentes. Con una adaptación a la gran pantalla.

La importancia de llamarse Ernesto, adaptada en 1952 y 2002, es una película basada en la obra de teatro homónima de Oscar Wilde.

Para 1889, Oscar Wilde inicia "El retrato de Dorian Gray", y en 1890 envía a la revista Lippincott, un manuscrito de 13 capítulos, y que luego de la revisión del editor James Stoddart, este efectuaría tachaduras a ciertos episodios incómodos para la sociedad. Stoddart se mostraría preocupado por ciertas “relaciones homoeróticas" reflejadas por Wilde en su libro, obligándose a la autocensura y a efectuar cambios estructurales a su obra, que incluso lo llevaron a crear una versión final de 20 capítulos y de nuevos personajes.

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Wilde por su parte vio en Douglas no sólo un intelecto vivaz, sino un joven hermoso, un verdadero Adonis, como se aprecia en las fotografías de la época. Wilde no ocultó su interés. Douglas dijo posteriormente que «él continuamente me estaba pidiendo que almorzáramos y me enviaba cartas, notas y telegramas». También colmó a Douglas de regalos y le escribió un soneto. Fueron juntos de viaje, se encontraron en casas de amigos, y su relación se convirtió en un secreto a voces.

En ese momento, Wilde llevaba siete años casado con Constance Lloyd, hija de un consejero de la Reina Victoria, un matrimonio de conveniencia –sobre todo económica- que tenía dos hijos. Wilde, como tantos otros, se veía obligado a simular una vida satisfactoriamente “normal” para poder alcanzar sus verdaderas expectativas sexuales.

Douglas se declaraba entusiasta admirador de la novela de Wilde, El retrato de Dorian Gray. Era un joven delgado, apuesto e impetuoso con una relación muy difícil con su padre. Tuvo relaciones homosexuales con varios compañeros en Oxford, lo que le llevó a sufrir chantaje en la primavera de 1892. Era especialmente irresponsable con respecto al dinero, a menudo insistiendo en que Wilde gastara grandes cantidades en su persona. El padre de Lord Alfred, el octavo marqués de Queensberry (1844-1900), estaba furioso por la relación entre su hijo y Wilde, al que trató de desacreditar en varias ocasiones, una de ellas durante el estreno de La importancia de llamarse Ernesto.

John Sholto Douglas era un noble escocés arrogante, malhumorado, excéntrico y tal vez incluso mentalmente desequilibrado, muy conocido por desarrollar y promover las reglas para el boxeo amateur, conocidas como las «reglas de Queensberry».

Sala de vistas del tribunal de Old Bailey, donde tuvo lugar el juicio.

Los hechos se desencadenaron cuando el 18 de febrero de 1895, el marqués dejó una tarjeta en el Club Albemarle, dirigida «a Oscar Wilde que presume de sodomita». La actividad homosexual era ilegal en Inglaterra, un tema tabú del que no se hablaba abiertamente pues podía acarrear penas de cárcel. A pesar de los consejos de sus amigos, familia y abogados de ignorar la ofensiva nota, Oscar Wilde se empeñó en demandar al padre de su amigo por difamación e injurias, aun sabiendo que una declaración escrita no se considera libelo si lo que en ella se contenía era cierto. El juicio de Queensberry comenzó en el Tribunal Penal Central de Old Bailey el 3 de abril de 1895. Wilde, ataviado con un abrigo a la última moda, con una flor en el ojal, charlaba distendidamente con su abogado mientras el marqués, vestido de cazador, permanecía de pie frente a él. Las ingeniosas respuestas de Wilde no evitaron que su abogado, sir Edward Clarke, le aconsejara retirarse. El letrado esperaba según reveló más tarde, que su defendido escapara del país. Wilde tuvo varias horas para huir pero se quedó a pesar de los consejos de sus amigos. La argumentación de Queensberry obligó a las autoridades a reconocer la culpa implícita de Wilde, que perdió la demanda contra lord Alfred Douglas.

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Dublín, capital de la República de Irlanda, se encuentra en la costa este de Irlanda en la desembocadura del río Liffey. Sus edificios históricos incluyen el Castillo de Dublín, que data del siglo XIII, y la imponente Catedral de San Patricio, construida en 1191. Los parques con atractivos paisajes de la ciudad incluyen el parque St Stephen's Green y el enorme Parque Fénix, que alberga el Zoológico de Dublín. El Museo Nacional de Irlanda explora la cultura y el patrimonio de Irlanda.

Oscar Wilde fue el segundo de los tres hijos de dos destacados miembros de la sociedad angloirlandesa de Dublín. Esto sería esencial en su carrera y obra, como señaló un escritor contemporáneo suyo:

No debe olvidarse que, a pesar de que por cultura Wilde era un ciudadano de todas las capitales civilizadas, de raíz era un irlandés muy irlandés y, como tal, un extranjero en todas partes menos en Irlanda.

George Bernard Shaw.

Uno de los más grandes dramaturgos de la época victoriana tardía de Londres y un excelente escritor de relatos y cuentos, además de haber practicado incursiones en la poesía y el ensayo.

Su padre, sir William Wilde, era el más importante cirujano especialista en otología y oftalmología de Irlanda, además de ser un notable arqueólogo y estadístico. La madre de Oscar, Jane Frances Agnes Elgee, era poetisa. Escribía para los revolucionarios jóvenes irlandeses y era conocida partidaria del nacionalismo irlandés. Escribió utilizando el seudónimo de Speranza («Esperanza» en italiano). Su hermano mayor, Willie Wilde (1852-1899) sería más tarde un destacado periodista para Punch y Vanity Fair, además de editorialista para The Daily Telegraph. Su hermana menor, Isola Francesca (1857-1867), murió de meningitis a los nueve años. Wilde le dedicaría su poema «Requiescat», escrito en 1875 y publicado en su primera antología, Poems (1881).

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El segundo juicio, este por lo penal contra Wilde por «indecencia grave», y con tribunal del jurado, comenzó el 26 de abril del mismo año. Clarke representó de nuevo a Wilde, esta vez sin recibir honorario alguno. La parte más dramática del juicio incluyó un poema escrito por Douglas y titulado «Dos amores”. El cuarto día de prueba, Wilde subió al estrado. Su arrogancia durante el primer juicio había desaparecido. Respondió a las preguntas en voz baja, negando todas las acusaciones de comportamiento indecente. El momento más memorable del juicio fue la respuesta de Wilde a una pregunta sobre el significado de una frase del poema de Lord Alfred Douglas. El fiscal Charles Gill preguntó: «¿Qué es ‘el amor que no se atreve a pronunciar su nombre’?». La respuesta de Wilde fue de tal elocuencia que provocó un fuerte aplauso y algunos abucheos. El autor aludió a Miguel Ángel y Shakespeare, entre otros, como hombres mayores que tenían «afecto profundo y espiritual» por hombres más jóvenes en «la más noble forma de afecto». «El amor que no se atreve a pronunciar su nombre en este siglo es un gran afecto, el de un anciano por un hombre más joven, como existió entre David y Jonatán, como Platón hizo la base misma de su filosofía, y tal como se encuentra en los sonetos de Miguel Ángel y Shakespeare. Es ese afecto profundo y espiritual que es tan puro como perfecto (…) Es hermoso, está bien, es la forma más noble de afecto. No hay nada antinatural al respecto. Es intelectual, y existe repetidamente entre un anciano y un hombre más joven, cuando el anciano tiene intelecto, y el joven tiene toda la alegría de la vida ante él”, dijo Wilde. El discurso probablemente influyó en la incapacidad del jurado para acordar un veredicto unánime y terminó en lo que en inglés se denomina como un «hung jury», jurado colgado. Había que volver a repetir el juicio con otro jurado diferente.

El juicio apareció en gran medida en Illustrated Police News, un tabloide semanal publicado entre 1864 y 1938 que se especializó en descripciones melodramáticas y sensacionalistas de historias de crímenes de la vida real. La ilustración de la portada de este número muestra el desprecio con el que ahora muchos tenían a Wilde: la mafia lo 'abuchea' cuando su carruaje llega a Bow St; otros dibujos lo muestran como 'enfermo en prisión' y sombrío en el banquillo.

El tercer juicio se inició el 22 de mayo. Una vez más, sus amigos le rogaron que huyera del país, pero él escribió a Lord Alfred Douglas que «no quería que le llamaran cobarde o desertor «. La acusación se benefició del fallido juicio anterior y ganó este proceso. Wilde fue declarado culpable de comportamiento indecente con los hombres, por cometer actos de “indecencia grave y sodomía”, un cargo menor pero por el cual recibió la pena máxima en virtud de la Ley de Enmienda a la Ley Penal: dos años de trabajos forzados, que cumplió entre 1895 a 1897. Durante este último año escribió De Profundis (publicado póstumamente en 1905), una larga carta que describe su viaje espiritual a través de sus juicios, en un oscuro contrapunto a su anterior filosofía del placer. Salió de la cárcel derrotado y en bancarrota, pero no amargado. Le dijo a un amigo que «había ganado mucho» en prisión y que estaba «avergonzado de haber llevado una vida indigna de un artista». En su larga carta a Douglas desde la prisión, De Profundis, Wilde dice: «Me convertí en un derrochador de mi genio y desperdiciar una juventud eterna me produjo una alegría curiosa». Y añadió: «Todos los juicios son juicios a la propia la vida, al igual que todas las sentencias son sentencias de muerte y tres veces he sido juzgado. La primera vez dejé el banquillo arrestado, la segunda vez me llevaron detenido y la tercera vez fui a la cárcel durante dos años. «La sociedad, tal como la hemos instituido, no tiene sitio para mí, no tiene nada que ofrecer; pero la Naturaleza, cuya dulce lluvia cae sobre justos e injustos por igual, socavará grietas en las rocas donde pueda esconderme y valles secretos en cuyo silencio pueda llorar tranquilo. Ella se rodeará de estrellas para que yo pueda caminar en la oscuridad sin tropezar y enviará vientos para barrer mis huellas y que nadie pueda seguir mi dolor: Me limpiará con sus inmensas aguas y con hierbas amargas me curará».

La condena de Wilde -que buscaba ser ejemplar- tuvo una gran repercusión y generó un recrudecimiento de la intolerancia sexual y de la persecución a los homosexuales en toda Europa. Estos juicios, traducidos a varios idiomas, se consideran paradigmáticos en el surgimiento de la prensa amarilla en relación a los procesos judiciales (medios nacionales e internacionales siguieron minuto a minuto lo que ocurría en Old Bailey) y uno de los antecedentes más dramáticos en la historia del movimiento gay. Tras su liberación Oscar Wilde partió de inmediato hacia el extranjero, para nunca regresar a Inglaterra o a Irlanda, su tierra natal -entonces formaba parte del Reino Unido-. Durante esos años escribió su último trabajo, La balada de la cárcel de Reading (1898), un largo poema sobre la dura realidad de la vida en prisión. Murió en la indigencia el 30 de noviembre de 1900 en París, a la edad de 46 años.

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Oscar WIlde llegó en enero de 1882 a Nueva York, ciudad donde iba a iniciar una larga gira de conferencias sobre estética por Estados Unidos. Tenía 37 años, y arrastraba tras de sí una gran reputación. Nada más pisar Manhattan, el escritor irlandés se olvidó de agendas, programas y etiquetas y se dirigió a la verdadera razón que le había llevado a cruzar el Atlántico y pasar unas pesadas tres semanas a bordo de un barco, conocer al poeta Walt Whitman. El autor de “Hojas de hierba” era una de esas raras personas que despertaban en Wilde una abrumadora admiración y ansiaba conocer a un poeta que había escrito cosas como:

“Nosotros, buenos muchachos, abrazándonos sin jamás abandonarnos el uno al otro, recorriendo nuestros caminos de extremo a extremo, de Norte a Sur, gozando del vigor, ensanchando los codos, apretando los puños, armados y sin miedo, comiendo, bebiendo, durmiendo, amando, no admitiendo otra ley que la de nosotros mismos”.

Wilde leía desde los once años al poeta del yo acompañado por su madre y era su mayor influencia. Su madre, Speranza, solía leerle en voz alta pasajes de una de las únicas copias que habían llegado sin adulterar de los poemas de Whitman. En Inglaterra, la censura había reducido al absurdo mucho de los pasajes de “Hojas de hierba”, hasta el punto que el bardo norteamericano había dicho “odio el norrible desmembramiento que han hecho de mi libro”. “Dante Rosseti, Swinburne, William Morris y yo hablamos de él todo el rato”, aseguraba Wilde por su parte. En ese momento, Whitman residía en una viejo caserón semi retirado del mundo en la ciudad de Candem, en el estado de Nueva Jersey, que tenía cruzando el río Delaware a la ciudad de Filadelfia. Wilde tenía que hacer allí una lectura el día 17 de enero, así que todo parecía propiciar el encuentro. El editor del autor de “El diario de Dorian Grey” le escribió el 11 de enero una misiva a Whitman para intentar conseguir el ansiado encuentro:

“Oscar Wilde me ha expresado el imperioso deseo de conocerle personalmente. Comerá conmigo el sábado, con lo que sería una delicia que pudiera acompañarnos”.

Walter «Walt» Whitman fue un poeta, enfermero voluntario, ensayista, periodista y humanista estadounidense. Su trabajo se inscribe en la transición entre el trascendentalismo y el realismo filosófico, incorporando ambos movimientos a su obra.

El poeta de “Canto a mí mismo” no pudo más que rechazar la invitación, ya que en esa época no quería abandonar su casa, atravesar el río Delaware, y llegar a Filadelfia e ir a casa del editor, así que se disculpó por carta, dejando abierta la posibilidad de que Wilde pudiese visitarle en su propia casa. La respuesta de Wilde fue inmediata y ese mismo día Whitman escribía otra carta confirmando que acogería con honor al autor de “El abanico de Lady Windermere” en su casa.

El 18 de enero, Stoddart y Wilde cogían un ferry en Filadelfia para visitar al poeta. Wilde estaba excitado como un niño, según recordaba su editor. Llegaron a la casa de poeta a media mañana y Stoddart dejó solos a los dos escritores durante poco más de dos horas. Esto es lo que explicó el escritor inglés al diario “The Boston Globe” el 29 de enero:

“Tuve el día más fabuloso y encantador que haya pasado nunca en América con él. Es el hombre más grande que haya visto nunca. La más simple, natural y fuerte personalidad que haya conocido nunca. Siento que es uno de esos maravillosos y completos hombres que haya vivido nunca en la Tierra. Fuerte, verdadero y perfectamente sano, lo que más se ha aproximado a la Grecia clásica en esta era moderna."

Filadelfia, cuna de los Estados Unidos.

El propio Whitman escribió a Stoddard dos días después para agradecerle la visita y contar lo que le había parecido WIlde, preguntándole ansioso si había tenido más noticias de él o si éste le había explicado algo de su encuentro: “Pasamos una tarde fascinante. Es un buen joven, alto y atractivo. Tuvo un gran sentido común al mostrarse tan elegante conmigo”. Mucho se ha especulado con lo que ocurrió en aquellas dos horas en que dos grandes poetas pasaron juntos y se dejaron deslumbrar mutuamente. Como escribe Neil McKenna en el libro “La vida secreta de Oscar Wilde”, el encuentro no fue en ningún momento frío y encorsetado, típico de dos hombres que se acaban de conocer:

“Oscar se presentó con humildad ante Whitman, saludándole con estas palabras: “Vengo a usted como uno que lo conoce prácticamente desde la cuna”. Wilde era un hombre joven, elegante y amanerado. Whitman, al contrario, era un hombre que ya había pasado los 60, tenía su característica barba blanca, y era fuerte y robusto”.

Lo que sí se sabe es que Whitman abrió una botella de vino y al acabar, según manifestó Wilde, le ofreció enseñarle la casa y subir a las habitaciones del segundo piso. Las especulaciones se acaban aquí. Lo único cierto es que Wilde confesaría a a su regreso a Inglaterra: “Una de las primeras cosas que le dije es que le llamaría Oscar”, explicó Whitman a un periodista, “Me encantará, me dijo, y puso su mano en mi rodilla. Me pareció un esplendido gran chico”, continuó. Hablaron de poesía, por supuesto, de Tennyson, de Browning, y de problemas que Whitman estaba intentando superar en su propia obra. “Vosotros, jóvenes, que estáis intentando hacer para apartar los ídolos establecidos a un lado”, le preguntó Whitman. Al regresar a Inglaterra, Wilde contó a su amigo George Cecil Ives: “Aún tengo los besos de Walt Whitman en mis labios”. Este día internacional de la lucha contra la homofobia está bien recordar el día en que dos icónicos escritores como Wilde y Whitman pasaron una tarde para la historia:

“Nosotros, dos buenos muchachos... navegando, fanfarroneando, robando, amenazando, alarmando a los avaros, villanos y sacerdotes, respirando el aire, bebiendo el agua, danzando sobre la hierba o sobre la arena en las playas, perturbando las ciudades, despreciando las buenas costumbres, burlándonos de las constituciones, persiguiendo la apatía, llevando al éxito nuestra aventura”.

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