La relación de Irlanda con sus mejores escritores
no es, digamos, una balsa de aceite. A la mínima que pudo,
James Joyce, por ejemplo, escapó de un país asfixiante por
su atraso social y su sometimiento a una recalcitrante Iglesia
católica. Sin embargo, con una dedicación obsesiva, desde
el autoexilio empleó toda su literatura en retratar la vida
cotidiana dublinesa, las pequeñas miserias de sus ciudadanos.
Es por eso que el Bloomsday, el 16 de junio, resulta una fecha
imbatible para el turismo cultural. Porque frente a los museos
polvorientos, ¿Qué cosa hay mejor que visitar un rosario de
pubs y tomarse una, o dos, buenas pintas a la memoria del
provocador Joyce?
No ha tenido tanta suerte Oscar Wilde, un autor
incombustible, tan popular o más que Joyce. A Wilde, ingenioso
y brillante pero a la vez mordaz y venenoso, también le movió
una inquina similar por su tierra, que abandonó gustoso a
los 20 años para instalarse en Oxford y poco después en la
metrópolis para convertirse en la estrella absoluta del West
End londinense, el escritor de moda. Ahora, cuando se cumplirán
en noviembre 125 años de su muerte en París, Dublín, su ciudad
natal, celebra la fecha en octubre quizá para dejar claro
de una vez por todas la cuestionada ‘irlandesidad’ de un autor
que, quizá, todavía tiene que hacerse un hueco en el reconocimiento,
la memoria y el amor de sus compatriotas. Al autor, primero
lo consideraron un snob dedicado al menosprecio de su país
de origen y después, país conservador como pocos, completaron
ese odio con el rechazo absoluto a su abierta homosexualidad,
temeraria para los tiempos que corrían y más tarde sancionada.
Dedicamos un monográfico al Ulises de
Joyce.
También en la sección de tochos.
Parece mentira, pero las primeras acciones de
desagravio a Wilde datan de los años 90 del pasado siglo.
Todavía hoy, buscar las huellas de su paso por su ciudad natal
es una tarea no especialmente sencilla, quizá porque los irlandeses
han glorificado el consumo bullicioso de cerveza hasta mitificarlo
y Wilde, aunque no era abstemio, fue un consumidor de alcohol
(pero no de la vulgar cerveza) bastante responsable, si se
exceptúan sus dos últimos años de caída libre vital. Una estatua
del autor sentado en un banco en la puerta del céntrico pub
Kennedys rememora su paso por el local como cliente (como
un intento de ‘alcoholizarlo’). Es uno de los enclaves de
la ruta Wilde y se asegura que trabajó allí de adolescente,
pero cuesta mucho imaginar al arrogante futuro escritor ensuciándose
con un oficio manual. "El elegido vive para no hacer nada",
escribió sabiéndose único.

Interior de la Oscar Wilde House, en Dublín.
La patria del autor pone en marcha una ruta turística y cultural
por el país con dos festivales, 'Oscariana', en su Dublín
natal, y 'In ours dreams', en la actual Irlanda del Norte,
donde realizó sus estudios secundarios durante siete años.
Los ninguneos a su escritor más incombustible
proliferan en Dublín. En el MoLi, el moderno museo de Literatura
de Irlanda cuyo nombre es todo un guiño a la Molly Bloom de
Joyce, apenas se le dedica un plafón informativo en la colección
permanente, aunque el desprecio quede compensado por una instalación
temporal que puede visitarse hasta principios de octubre,
en la que diversos artistas, autores y activistas LGTBIQ+
leen ‘De profundis’, la desgarradora carta que el autor escribió
desde su encierro en la británica cárcel de Reading a su amante
lord Alfred Douglas, ‘Bosie’, responsable indirecto de que
acabara condenado por “sodomía”, después de que el padre de
este (creador de las reglas del boxeo y fervoroso 'varón dandy'
del XIX) le denunciara. En ese centro, y con el mismo afán
de reparación, todos los domingos de julio y agosto un espectáculo
teatral evocará sus últimos años de decadencia y silencio
tras la salida de prisión, cuando era despreciado por todos.
Su título, ‘El trabajo es la maldición de las clases bebedoras’,
una de sus más ingeniosas sentencias en una trayectoria plagada
de ellas. Qué modernas nos parecen aún hoy sus frases.
En el trayecto dublinés, mucho más significativa
es la Oscar Wilde House, que comparte sus dependencias con
el American College que compró y restauró el edificio en 1994,
mientras el Estado irlandés miraba para otro lado. Hijo de
un reconocido oftalmootorrinolaringólogo -un tanto mujeriego
a quien persiguieron sus hijos ilegítimos y la acusación de
violación por parte de una señorita de la buena sociedad dublinesa
y de una ferviente nacionalista que cultivaba la poesía y
las tertulias artísticas-, Wilde no nació en esa bonita casa
georgiana de Merrion Square, sino a la vuelta de la esquina,
pero se trasladó allí a los pocos meses y desde la ventana
de su habitación en su niñez podía contemplar el pequeño parque
de la plaza, que durante algún tiempo estuvo cerrado a la
ciudadanía.
Esa idea le sirvió para escribir ‘El gigante
egoísta’, uno de sus cuentos infantiles más celebrados, aunque
quizá hoy haya quedado un tanto trasnochado. Lo que se ve
actualmente en la plaza es la estatua multicolor de un Wilde
socarrón recostado sobre una roca que fue colocada solo en
1997, y hoy es un imán para los turistas.

Estatua de Oscar Wilde en Merrion Square, en
Dublín.
La casa fue también el centro de las veladas
literarias que convocaba la madre del autor, Jane Wilde, en
arte Speranza, donde acudieron figuras señeras de la cultura
irlandesa como W. B. Yeats, George Bernard Shaw y un joven
Bram Stoker, vecino a Merrion Square y muy amigo de Oscar,
hasta que el padre de Drácula acabó casándose con Florence
Bascombe, por la que Wilde se había interesado previamente.
Ese desencuentro acabó distanciándolos. No deja de ser curioso
que en la Marsh Library, la biblioteca pública más antigua
de Irlanda, con una visita más que recomendable, conserven
en su libro de registros la firma de Stoker y no la de Wilde,
que también la frecuentó. Martin Burns, director de la Oscar
Wilde House, trabaja sin ayuda institucional por la recuperación
de la memoria dublinesa del autor, a quien desde hace dos
años se le dedica el festival 'Oscariana', que en los próximos
16 a 19 de octubre, reunirá actividades musicales, cine, lecturas
y una visita guiada por los lugares de la capital vinculados
al escritor. “Esta actividad tiene tanto éxito que nos estamos
planteando ampliarla al resto de la temporada turística”,
explica Burns, quien lamenta tener que organizar estos eventos
a golpe de voluntarismo durante su tiempo libre.
El siguiente enclave wildeano se sitúa en el
corazón de la ciudad y suma una nueva decepción. El Trinity
College, la universidad de Dublín, no conserva el menor rastro
de del paso del autor por allí dos años antes de partir hacia
Oxford. No hay estatua ni placa que recuerde su estancia y
saber que se hospedó en la zona de Botany Bay, un lugar apartado
junto a las pistas de tenis del recinto donde dedicó buena
parte de su tiempo a pintar, es una información solo para
los muy entendidos, porque las estudiantes que trabajan como
guías en el lugar, ignoran por completo el dato. Y no es que
el joven Oscar pasara desapercibido allí, porque con sus vestimentas
coloridas ya tenía absolutamente consolidado el estilo extravagante
y dandi que lo caracterizaría y lo daría a conocer en el gran
Londres. Fue también en aquellos tiempos del Trinity donde
el joven Wilde haría un gran esfuerzo por desprenderse del
fuerte acento irlandés que tenía y que le alejaba, a su entender,
de su ideal estético, la ‘received pronuntiation’ típica de
Oxford que él acabaría llevando a las cumbres de la afectación.
Como explica Loïc Wright experto en cultura y literatura irlandesa,
el destino volvió a poner en su camino a Edward Carson, un
antiguo compañero de clase en el Trinity, que jamás renunció
a perder su acento irlandés, y acabó siendo su némesis al
defender a Queensberry, padre de Bosie, y propiciar la caída
en desgracia del escritor. “Para los ingleses el acento irlandés
era de cosa de paletos y Carson durante el juicio, más que
ganar, quería demostrar a los británicos y a su antiguo compañero
que con ese acento se podía ser inteligente”.
Ese resquemor nacionalista está en muchos de
los comentarios recabados en Dublín respecto al ‘traidor’
Wilde, quien a pesar de asegurar que siempre llevo Dublín
“en su corazón”, a las primeras de cambio hizo todo lo posible
por dejar atrás sus orígenes. Inscrito como Oscar Fingal O’Flahertie
Wills Wilde, una ristra de nombres en la que Speranza quiso
reunir sus ansias patrióticas, y de los que él, poco amante
de la mitificada grandeza irlandesa, fue desprendiéndose poco
a poco.

El hotel Shelbourne, hacia 1900.
Y sin embargo, los lazos de sus orígenes no
se deshicieron de forma automática. El hotel Shelbourne, un
cinco estrellas de lujo elegante y en el que es fácil trasladarte
al pasado, completa los lugares de la ruta wildeana. Allí
fue donde Wilde se alojó en los viajes a Dublín en las 'tournées'
en las que impartía sus codiciadas conferencias -las malas
lenguas decían que Wilde más que un escritor era un charlista-
pues se le acogía, especialmente en Estados Unidos, como a
una estrella del pop. Pero más íntimo y trascendente fue el
viaje a Dublín en el que acudió a la pedida de mano de la
que sería su esposa y madre de sus dos hijos, Constance Lloyd,
hija de irlandeses radicados en Londres. En el salón de la
casa de la abuela de esta, en Ely Place, se concretó la propuesta.
En el Shelbourne aprovecharon el dato el año pasado para hacer
una oferta gastronómica por San Valentín con los nombres de
Oscar y Constance, aunque habida cuenta de cómo acabó aquel
matrimonio no parece el mejor modelo para celebrar la fecha.
El próximo aniversario wildeano parece consolidarse
como la fecha definitiva para el reencuentro del autor de
‘La importancia de llamarse Ernesto’ con su país natal. Una
mirada superficial revela desamor por ambas partes, pero en
la actualidad no pocas voces advierten que el núcleo duro
del ingenio del autor no puede ser más irlandés. Según Colm
Tóibyn, la literatura irlandesa siempre se ha preocupado por
plantear y distorsionar las cosas y desarrollar su elocuencia.
“Esa es la razón por la que a Wilde le encantaba encontrar
las verdades aceptadas y darles la vuelta radicalmente”.

Si te animas a asistir a los actos de conmemoración,
aprovecha y date un paseo por el Anillo de Kerry.
Pásate por Paisajismo >> Senderismo
>> Largo recorrido V.
Los actos conmemorativos del 125º aniversario
de la muerte de Oscar Wilde tienen un interesante 'bonus track'
en Irlanda del Norte, donde en esta ocasión sí han contado
con subvenciones oficiales por parte de la corona. El escritor
residió allí desde los 9 a los 17 años en la Portora Royal
School de Enniskillen, un buen internado para los alumnos
que pretendían entrar en el Trinity College y que en la época
se publicitaba, con una cierta exageración, como el Eton irlandés.
La escuela, hoy pública y sin el relumbrón del pasado, sigue
siendo un majestuoso edificio junto al río Erne donde los
alumnos, hoy por fortuna chicos y chicas, siguen practicando
el remo, un deporte que Wilde no apreciaba demasiado. En el
lugar, esta vez sí, se honra la memoria del autor mediante
una placa, junto a otra que también recuerda que su compatriota
Samuel Beckett también estudió allí. En el auditorio, se ha
vuelto a incluir el nombre del autor de ‘El retrato de Dorian
Gray’, de una lista de alumnos ilustres esculpida en una lápida.
Fue borrado durante el escándalo de sus juicios, cuando pasó
de ser el más admirado al más denigrado. Del 16 al 20 de octubre
Enniskillen acogerá el festival ‘In our Dreams’ dedicado a
Wilde, en el que se ha volcado toda la ciudad. En el centro
de su bonito parque, la estatua del general Galbraith Cole,
que participó en la guerra de la Independencia española y
en la campaña de Egipto contra Napoleón, inspiró otro de los
patéticos cuentos de Wilde, ‘El príncipe feliz’. Recordando
el amor del personaje de piedra por una golondrina, entre
otros muchos actos, se organizará una ruta para avistar las
bandadas que por aquellas fechas escapan a tierras más cálidas.
Mientras tanto, otras golondrinas, pequeñas y de metal, están
colgadas en muchos de sus edificios desde hace meses, acompañando
a murales que reivindican su figura. Seán Doran, promotor
del festival, indica que en Irlanda del Norte en los últimos
tiempos se han multiplicado las actividades culturales donde
en el pasado hubo conflicto. Es un “win win” para el país,
para los lectores y sobre todo para Oscar Wilde.
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Hay un antes y un después en la vida de Oscar
Wilde marcado por una minúscula tarjeta de visita. En ella,
el padre de su amante, lord Alfred Douglas, Bosie, le tilda
de sodomita, es decir de homosexual. Para defenderse de esa
acusación, penada a finales del XIX por la justicia británica,
Wilde llevó ante el juez al marqués de Queensberry, un tipo
bastante brutal que pasó a la historia, entre otras cosas,
por establecer las reglas del boxeo. El autor de El retrato
de Dorian Gray, es sabido, perdió ese juicio y dos más que
lo condujeron a la cárcel y a vivir sus últimos años, alejado
de su familia, una existencia miserable. Los hijos de Wilde,
Vyvyan y Ciril --este último murió en la primera guerra mundial--,
adoptaron el apellido de soltera de la madre, Holland, para
esconder la vergüenza frente al escándalo. Merlin Holland,
hijo de Vyvyan (Londres, 1945), no puede negar que es el nieto
de Wilde. En un salto genético de más de un siglo, lleva los
rasgos de su abuelo, a quien nunca llegó a conocer, impresos
en la cara: "Cuando tenía 20 años no me parecía en absoluto.
Ha sido la cocina y los buenos vinos los que nos han acercado",
dice, risueño.
Holland, biógrafo y editor de la correspondencia
de Wilde, descubrió en el 2000, centenario de la muerte del
autor, la transcripción literal íntegra del primero de los
juicios, un texto perdido hasta el momento que ahora, bajo
el título de El marqués y el sodomita, publica Global Rhythm
--el libro estará en las librerías la próxima semana--. "En
1912 se hizo una edición de los tres juicios en un texto muy
condensado. No sé de dónde se sacó el material, quizá de alguna
transcripción perdida como ésta y bastante material periodístico
de la época, teñido de sensacionalismo".

El Wilde que asoma a estas páginas es menos
arrogante y mucho más humano que en los textos biográficos
que describen ese momento. "Es curioso, los diarios ingleses
solo se preocupaban por lo que de escandaloso podría haber
en este texto. En Francia, Alemania y España me hablan de
lo emocionante que supone su defensa de la literatura en el
estrado". ¿Era consciente Wilde de que acusando al marqués
cavaba su propia fosa y se convertía en un mártir de la homosexualidad?
¿Y si lo era, por qué lo hizo? Su nieto apunta varias razones:
la arrogancia que le daba su éxito literario, el querer congraciarse
con su amante que odiaba a su padre y, ¿por qué no?, armar
una fenomenal obra de teatro --el acta ahora publicada no
deja de ser eso-- con un final que solo el destino pudiera
escribir. "No creo que quisiera convertirse en un icono, por
lo menos no conscientemente y no al principio. Pero llega
a este convencimiento cuando en el segundo y en el tercer
juicio intuye que no va a ganar. Sabe que aquello acabará
mal y se da cuenta de que tiene que hacerlo con estilo. Es
entonces cuando da un discurso muy famoso, en el que habla
del amor que no puede decir su nombre, es decir el amor homosexual,
y todo el mundo en la sala le aplaude".
Pero eso fue solo ante el tribunal. El último
brillo antes de la caída que para el nieto tiene visos de
tragedia griega. La vida para los Holland también fue dura.
Merlin recuerda a su padre, que le tuvo ya muy mayor, y se
vio obligado a enfrentarse a perder a su padre dos veces:
"Cuando murió su madre, los parientes que le acogieron le
mintieron, dijeron que Oscar Wilde había muerto, cuando no
era así. Más tarde, el director del colegio donde estudiaba
le informó de que había fallecido, esta vez de verdad, en
Francia".
En 1961, Vyvyan Holland hizo leer a su hijo
su libro de memorias, Hijo de Oscar Wilde cuando Merlin tenía
15 años: "Yo sabía que mi abuelo era escritor, pero desconocía
su homosexualidad y para mí fue como perder la inocencia.
Por suerte, mi madre, que era una australiana sin prejuicios,
ayudó a mi padre a enfrentarse a ese secreto y a su dolor
acumulado". De ahí que el heterosexual Merlin Holland dedique
buena parte de sus esfuerzos a luchar contra la homofobia
que dio al traste con su familia. "¿Por qué no he recuperado
mi apellido? Es una forma de acusación permanente a la moral
victoriana, pero sobre todo es que soy más el hijo de mi padre
que el nieto de mi abuelo".
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