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03 - Diciembre - 2022
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El 3Arena de Dublín ha acogido conciertos de U2, Mariah Carey, Britney Spears y Arcade Fire, pero este octubre 5.000 personas se dieron cita para ver un espectáculo muy diferente. Decenas de políticos irlandeses se subieron al escenario, de los partidos gobernantes y de la oposición, y lo único que hicieron fue hablar. Largos discursos sobre las pensiones, la sanidad, los impuestos, la política social, los acuerdos constitucionales... Temas tan importantes como soporíferos para el público. Sin embargo, los asistentes permanecieron atentos en sus asientos, parecían interesados en cada palabra.

El auditorio estaba lleno de energía porque cada discurso articulaba un deseo colectivo que antes se consideraba una fantasía sin esperanza y que ahora tiene alguna posibilidad, el deseo de una Irlanda unida.

“Juntos, aspiramos a una Irlanda más allá de la partición”, dijo Mary Lou McDonald, líder del Sinn Féin, ante la multitud. “Re-imaginemos el futuro de nuestro país, debatamos nuestras ideas para una Irlanda unida y un mañana que recoja todo el potencial y las inmensas oportunidades de esta isla. Nos hemos reunido en este recinto unidos por el espíritu de la ambición. Para aprovechar el momento”. Hizo una pausa y elevó el tono de su discurso: “Amigos, nos hemos reunido para construir nuestra nación de nuevo”.

McDonald terminó su discurso entre vítores y una ovación. Todavía quedaban más momentos apoteósicos: en su discurso de apertura, el actor James Nesbitt, protestante norirlandés de origen unionista, declaró que era el momento de una “nueva unión de Irlanda”, que diera cabida a todas las identidades y lealtades. “Estamos en un momento clave de la historia de las islas”, dijo. El público gritó y ovacionó de nuevo. Salieron al sol de otoño con la confianza de que la historia estaba por fin de su lado, de que las fuerzas demográficas y políticas se estaban alineando para borrar la frontera.

“Estamos más cerca que nunca de alcanzarlo”, dijo Mary Grne, de 63 años, del oeste de Belfast. Wally Kirwan, de 78 años, un alto cargo jubilado que solía asesorar a los gobiernos irlandeses sobre Irlanda del Norte, apoyó la idea de una Irlanda unida. “Si vivo unos años más, puede que esté allí para ello”.

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Claves de la ley con la que Johnson quiere reescribir el protocolo de Irlanda del Norte, el punto más polémico del Brexit.

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Estos eran los convencidos, personas que habían pagado unos siete euros para asistir a la conferencia organizada por Ireland's Future (el futuro de Irlanda), una organización sin ánimo de lucro que aboga por la unificación. Pero no son los únicos. Los políticos británicos son cada vez más proclives a hablar del rumbo que puede tomar Irlanda. “Parece más probable que, en un futuro no muy lejano, la provincia pase a formar parte de la república”, escribió recientemente en el Daily Telegraph Norman Tebbit, un ministro thatcherista herido en el atentado del IRA contra la conferencia del Partido Conservador en el Grand Hotel de Brighton en 1984. Shaun Woodward, último representante del Gobierno laborista para Irlanda del Norte, declaró a la BBC que se acercan las condiciones para convocar un referéndum: “Estamos bastante cerca”. Peter Kyle, político laborista y ministro en la sombra para Irlanda del Norte, dijo que convocaría un referéndum, también conocido como “sondeo fronterizo”, si se cumplen ciertas condiciones. “No voy a ser un obstáculo si se dan las circunstancias”, dijo.

El hecho de que la idea de una Irlanda unida sea tomada en serio es un giro dramático a una situación que empezó un siglo atrás. Los rebeldes liderados por Michael Collins pusieron fin al dominio británico y consiguieron la autonomía de 26 de los 32 condados de Irlanda en 1921. Los británicos separaron seis condados del norte como un estado para los protestantes que querían permanecer en el Reino Unido. En este nuevo territorio, Irlanda del Norte, los protestantes superaban a los católicos en una proporción de dos a uno, asegurando una mayoría unionista que, aparentemente, era permanente. La discriminación de los católicos alimentó el conflicto norirlandés, que reavivó el IRA y los sueños republicanos de unificación. Más tarde, el acuerdo de Viernes Santo de 1998 consagró el principio de que no se puede hacer ningún cambio constitucional sin el consentimiento de la mayoría. Si un secretario de Estado (el ministro del Gobierno británico encargado de Irlanda del Norte) cree que la mayoría está a favor de la unificación, debe convocar un referéndum. Durante dos décadas, esta posibilidad era remota, ya que la mayoría de los habitantes de Irlanda del Norte, incluidos muchos católicos, eran partidarios de mantener el statu quo. Significaba estabilidad, mantenerse en el Sistema Nacional de Salud (NHS) y una subvención anual estimada en 10.000 millones de libras (unos 11.500 millones de euros) de Londres.

Una protesta en Belfast contra el Protocolo de Irlanda del Norte, en junio de 2021.

El sueño de la unificación se quedó congelado. Sin embargo, en los últimos seis años, poco a poco, se ha ido despertando. Lo que ha provocado los comentarios de Tebbit, Woodward y Kyle fueron los resultados del censo de Irlanda del Norte de 2021. De los 1,9 millones de habitantes, los católicos superan ahora a los protestantes: 45,7% frente al 43,48%. La inclinación demográfica era esperada -la brecha se ha ido reduciendo cada década-, pero no deja de ser un hito. El difunto reverendo Ian Paisley, fundador del partido Unionista Democrático (DUP), temía ese cambio y llegó a decir que pasaría porque los católicos “se reproducen como conejos y se multiplican como alimañas”.

Quizá el dato más significativo del censo sea la pérdida de la llamada identidad británica. Un 32% se identificaba solo como británico, un 29% sólo como irlandés y un 20% solo como norirlandés. En 2011, las cifras eran de un 40% de británicos, un 25% de irlandeses y un 21% de norirlandeses. Las huellas del Brexit están presentes en esta disminución del sentimiento de pertenencia a Reino Unido.

La mayoría de los habitantes de Irlanda del Norte, al igual que los de Escocia, votaron en 2016 a favor de permanecer en la UE y se quejan de que los ingleses les obligaran a salir de ella tras el Brexit. No se trata solo de mercados y viajes. El éxito del acuerdo de Viernes Santo dependía de la difuminación de las identidades: en Irlanda del Norte uno podía sentirse británico, irlandés o ambas cosas. Al resucitar el debate sobre las fronteras, el Brexit ha revivido una cuestión existencial: ¿de qué lado estás? En una encuesta de LucidTalk realizada en agosto, el 48% se mostró partidario de permanecer en Reino Unido, frente al 41% que se inclinaba por la unión con Irlanda. Una encuesta de la Universidad de Liverpool realizada en julio reveló que ambas partes estaban empatadas en aproximadamente un 40%.

El Sinn Féin, antaño portavoz del IRA y paria político, está ahora en alza. En las elecciones a la asamblea de mayo, superó al DUP como mayor partido de Irlanda del Norte, un hito que hace que Michelle O'Neill pueda ser primera ministra. Lidera la oposición, está aumentando su popularidad y parece dispuesta a liderar el próximo Gobierno, una propuesta antes impensable. Los líderes del Sinn Féin dieron la bienvenida al rey Carlos III a Irlanda del Norte con una impecable muestra de respeto republicano -otro hito- que impresionó incluso a algunos unionistas. Mientras los defensores de la unidad irlandesa pulen sus credenciales, los defensores de Irlanda del Norte en Reino Unido pierden credibilidad. El DUP se ha alejado de los protestantes liberales al oponerse a las uniones entre personas del mismo sexo, al derecho al aborto y otros cambios sociales. Ha hecho fracasar el reparto de poder para protestar contra el protocolo de Irlanda del Norte, dejando a la región sin rumbo en medio de una crisis del coste de la vida y reforzando la sensación de que Irlanda del Norte, como entidad política, simplemente no funciona, un objetivo largamente acariciado por el IRA.

La viceministra principal de Irlanda del Norte, Michelle O’Neill.

Mientras tanto, los tories del partido Conservador y Unionista han priorizado el Brexit en detrimento de la unión. En una encuesta de YouGov de 2019, el 59% de los miembros del partido dijeron que aceptarían que Irlanda del Norte abandonara Reino Unido como precio del Brexit. El ex primer ministro Boris Johnson exhibió la misma actitud al aceptar el protocolo que pone una frontera comercial entre Irlanda del Norte y Gran Bretaña para evitar una frontera dura en la isla de Irlanda. El nuevo Gobierno de Rishi Sunak se muestra más abierto a negociar con la UE y el primer ministro dijo que está confiado en encontrar una solución de aquí a abril, cuando se celebra el 25 aniversario de los acuerdos de Viernes Santo.

“El referéndum vuelve a estar sobre la mesa porque Gran Bretaña ahora mismo nos da vergüenza”, dice Malachi O'Doherty, el autor de Can Ireland Be One? (¿Una única Irlanda es posible?). “Si voto a favor de la unificación, será por no querer ser gobernado por una Pequeña Inglaterra dirigida por tories imbéciles hasta el fin de los tiempos”.

Parece que cada mes aparece otro libro sobre el tema: United Nation: the Case for Integrating Ireland (Nación Unida: el argumento a favor de la integración de Irlanda) de Frank Connolly; Northern Protestants: On Shifting Ground (Protestantes de Irlanda del Norte: En terreno movedizo) de Susan McKay; Making Sense of a United Ireland (El sentido de una Irlanda unida) de Brendan O'Leary. Ben Collins, exjefe de prensa del Gobierno británico que hizo campaña por el partido unionista del Úlster, detalla su conversión a la causa en Irish Unity: Time to Prepare (Unidad irlandesa: Es hora de prepararse). Rosemary Jenkinson también ha publicado la novela Extraordinary Times (Tiempos extraordinarios), un thriller sobre Belfast en vísperas de un referéndum.

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Jim Sheridan abandonó Irlanda en los años 80, y sin embargo, su cine siempre ha girado en torno a su país. Lo ha hecho desde lo autobiográfico, como en En América, donde narraba su propia peripecia cuando llegó a EEUU y la nostalgia hacia la tierra dejada atrás; pero también abordando el conflicto en el norte del país que, como bien cuenta en forma de comedia la serie Derry Girls, acabó alcanzado a todos de alguna manera.

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La marea parece implacable, inevitable. Los defensores de la unidad se esfuerzan por evitar el triunfalismo. No hay tricolores irlandeses ni baladas rebeldes en los actos de Irlanda del Futuro. Gerry Adams sigue entre bastidores. El mensaje es: la unidad está llegando, los unionistas serán bienvenidos, discutamos los detalles. “El cambio constitucional requerirá planificación y preparación. No se trata de imponer un resultado predeterminado a nadie”, dice John Finucane, diputado del Sinn Féin. Lo cierto es que la unificación no es inevitable. El ascenso del Sinn Féin, y los resultados del censo, son en cierto modo engañosos. El partido es popular en el sur porque promete medidas de gasto público de izquierdas para la crisis de la vivienda y otros problemas no relacionados con una Irlanda unida. Los sondeos de opinión sugieren que el apoyo a la unificación en la república es amplio, pero poco profundo, y que sólo el 22% está dispuesto a pagar más impuestos para financiarla.

Se espera que un Gobierno liderado por el Sinn Féin priorice el acceso a la vivienda, los ingresos y el bienestar. Su aumento electoral en el norte se produce a expensas del Partido Socialdemócrata y Laborista (SDLP), que también está a favor de la unificación. En las últimas elecciones, el voto nacionalista global se ha estancado en torno al 40%, al igual que el voto unionista global. Un referéndum dependerá de aquellos votantes que se encuentran en una zona gris, aproximadamente el 20% del electorado. “No es una cuestión de Naranjas (unionistas, protestantes) o de Verdes (nacionalistas, católicos): es una cuestión de clases, se trata de si puedes calentar tu casa”, dice Niall Carson, de 23 años, camarero de Belfast.

Belfast (del irlandés Béal Feirste, que significa «el vado arenoso en la desembocadura del río») es la capital y ciudad más grande de Irlanda del Norte en el Reino Unido y la segunda de toda la isla de Irlanda, después de Dublín.

El partido que más crece en Irlanda del Norte es la Alianza, que se muestra indiferente ante cualquier consulta sobre la frontera y dice que decidirá su posición si se produce. “La cuestión constitucional no es lo que me hace salir de la cama por la mañana. Son las cuestiones de fondo: el clima, la justicia social”, dice Eóin Tennyson, de 24 años, miembro de la Alianza en la Asamblea. Señala que a los jóvenes les molesta que se les empuje hacia posiciones tribales. “Si eres ateo, te dicen: 'Sí, ¿pero ateo protestante o ateo católico?'”. Los votantes juzgarán un posible Estado unido en función de cómo afecte a la sanidad, las pensiones y otras preocupaciones pragmáticas, dice Tennyson. “Se habla mucho de la necesidad de centrarse en los detalles, pero parece que nunca llegamos a eso”. Tiene razón. Los estudios sobre la unificación tienden a llenar las lagunas de la investigación con ilusiones y suposiciones discutibles. Los ponentes del evento de 3Arena lo reconocieron tácitamente cuando dijeron que era necesario trabajar seriamente para dar cuerpo a lo que sería una Irlanda unida. Convencer a los votantes para que se lancen a algo nuevo no es fácil, como comprobaron los nacionalistas escoceses en 2014, cuando la mayoría de los votantes rechazó la independencia de Escocia en referéndum. Es probable que sea aún más difícil si el atribulado Gobierno conservador da paso a un Gobierno laborista estable. Los nacionalistas irlandeses pueden descubrir que Irlanda del Norte, a pesar de todas sus disfunciones, no es lo suficientemente disfuncional como para influir en los votantes indecisos. Disfrutan de un coste de la vida relativamente bajo, de oportunidades de trabajo y de una vibrante escena artística.

Edimburgo, capital de Escocia, es, seguramente, una de las ciudades más encantadoras de Europa. Sus calles transportan a la Edad Media a los viajeros y estos, a cada paso que dan, se encuentran con lugares fascinantes. Museos, edificios históricos, patios. Edimburgo está repleto de sitios emblemáticos y otros que no lo son tanto, pero que de igual modo merecen ser descubiertos.

“Este lugar ofrece cosas buenas, emocionantes y llenas de posibilidades”, dice Anne McReynolds, directora ejecutiva del Metropolitan Arts Centre de Belfast, más conocido como el Mac. En su opinión, el Teatro Lírico de la ciudad, la Gran Ópera y otros lugares prosperan a pesar de los drásticos recortes en la financiación de las artes. El barrio de la catedral se ha transformado en un centro artístico y hostelero que atrae a multitud de estudiantes. “Antes no había nada, salvo algún cadáver y algún terrorista al acecho. Este lugar tiene una gran vitalidad, está lleno de vida”, dice Damien Corr, responsable de la mejora de los negocios de la zona.

El otro factor que frena el cambio constitucional es que la situación se podría complicar, muy rápidamente. La última vez que se introdujo una minoría en un nuevo Estado en contra de su voluntad no funcionó bien. Las promesas de respetar la cultura unionista -quizás adoptar una nueva bandera e himno, volver a la Commonwealth, un debate en torno al papel que desempeña el Parlamento- no tienen mucho éxito en las zonas unionistas de línea dura. Al pasear por Lower Newtownards Road, en el este de Belfast, se ven murales recién pintados que anuncian “la esquina de la libertad” y representan figuras enmascaradas que vigilan un control de carretera. En muchas casas se ven banderas de Reino Unido y carteles de la reina Isabel II. “Somos británicos y vamos a seguir siendo británicos. No queremos una Irlanda unida”, dice una residente, Catherine McCormack, de 64 años. “No queremos que nuestro país esté dirigido por terroristas. Depende de nosotros impedirlo”. Su amiga Agnes, de 68 años, sentencia: “Lo diré claramente, amor. No queremos que el Sinn Féin-IRA dirija el país”. No le impresionó que el Sinn Féin recibiera al rey Carlos III. “Tienen tantas caras como el reloj Albert”. Richard Stitt, de 52 años, antiguo paramilitar de la Asociación de Defensa del Úlster, dice que nunca podría aceptar el Gobierno de Dublín. “Nunca me sometería al Gobierno irlandés, ni al Papa”. La UDA y la Fuerza de Voluntarios del Úlster, un grupo paramilitar rival, siguen dispuestos a defender la identidad británica. “Si hay un referéndum, todos empezarían a pelear de nuevo, volverían a disparar. Siguen recogiendo armas”, señala.

Bajo el liderazgo político de Gerry Adams y Martin McGuinness, el Sinn Féin adoptó una política reformista, que finalmente condujo al Acuerdo del Viernes Santo.

La policía coincide en que los grupos siguen armados y son peligrosos. Malachi O'Doherty dice que algunas zonas unionistas podrían exigir su propia policía, tribunales y soberanía. “Los unionistas del norte tienen un territorio, un territorio definido que afirmarían con murales, banderas, desfiles, quizá con armas. Sería una piedra muy dura de roer para una Irlanda unida. Estás creando una región potencial de ser el Donbás”. Shane Ross, ex político irlandés y autor de Mary Lou McDonald, una nueva biografía de la líder del Sinn Féin, comparte el pronóstico. “Una Irlanda unida es una especie de nirvana muy peligroso. Resucitará todos los fantasmas del pasado”.

La multitud presente en el 3Arena se encogió de hombros calificando esas palabras de alarmismo y derrotismo. Había una nueva nación que construir. Sin embargo, Nesbitt terminó su discurso de apertura con lo que parecía una advertencia en clave. “Os dejo con una tradicional y apropiada bendición irlandesa”, dijo. “Que tengáis la retrospectiva de saber dónde habéis estado, la previsión de saber a dónde vais y la perspicacia de saber cuándo habéis ido demasiado lejos”.

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