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12 - Septiembre - 2020
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Cuando se publica alguna noticia de una especie en peligro de extinción no se suelen contar buenas noticias. Normalmente se trata de una especie que está desapareciendo, de arduos trabajos de conservación que van dando fruto poco a poco o son avisos a la población para que respeten la fauna. Hoy por suerte podemos contar un caso de una especie que estaba al borde de la extinción y que ahora cuenta con más de 1000 ejemplares. La tortuga de techo birmana (Batagur trivittata) es una tortuga acuática endémica de Myanmar. Se encuentra entre las 25 especies de tortuga con mayor peligro de extinción, según la UICN. Se trata de uno de los reptiles más sonrientes del planeta, se creía extinta hasta que en 2002 fue redescubierta. Afortunadamente los esfuerzos de conservación han permitido aumentar, con éxito, la población hasta los 1.000 ejemplares en cautividad. Incluso algunos de ellos han sido liberados a la naturaleza en los últimos cinco años.

El trabajo de la Sociedad para la Conservación de la Vida Silvestre (WCS) y la Turtle Survival Alliance es uno de las tareas de conservación de especie más exitosas que existen. Su trabajo ha sido publicado en la revista Zootaxa. “Estuvimos tan cerca de perderlos”, explica Steven G. Platt, herpetólogo de la Wildlife Conservation Society. “Si no hubiéramos intervenido cuando lo hicimos, esta tortuga simplemente se habría ido”.

La tortuga de techo birmana es la segunda especies de tortuga más amenazada del planeta. A principios del siglo XX cientos de ejemplares se extendian por la desembocadura del río Irrawaddy al sur de Yangon, la ciudad más grande de Myanmar. A mediados del siglo XX, la intensificación de la presión pesquera y las técnicas de captura indiscriminada estaban matando a muchas tortugas adultas, mientras que la sobreexplotación de huevos impedía que la población se pudiera reponer.

Durante décadas, en occidente nadie sabia si la especie continuaba existiendo, ya que Birmania estaba cerrada para los extranjeros, pero incluso tras su reapertura en los años 1990, los científicos no hallaron indicios de su existencia y la dieron por extinta. No fue hasta 2001 cuando los investigadores encontraron el caparazón de una tortuga muerta recientemente en una aldea cerca del río Dokhtawady en Myanmar. Poco después, un recolector de tortugas estadounidense encontró una tortuga viva en un mercado de vida silvestre en China.

La educación y concienciación, factores imprescindibles.

Alentados por estos hallazgos, los investigadores realizaron estudios de campo para encontrar las poblaciones silvestres. Sin embargo, la población se había reducido drásticamente. ”La mayor amenaza es que quedan muy pocos en la naturaleza y, por lo tanto, si hay un accidente, perdemos una gran parte de la población”, asegura Platt. “De lo contrario, es principalmente pesca. Me preocupa que se enreden en los artes de pesca y se ahoguen. Y si no monitoreamos, se recolectarían los huevos “.

En un esfuerzo por sacar a la tortuga de techo birmana del borde de la extinción, WCS y la Turtle Survival Alliance (TSA), en colaboración con el Ministerio de Conservación Ambiental y Silvicultura de Myanmar, comenzaron un programa para impulsar la especie en 2007. Investigadores y técnicos recolectaron huevos de tortugas salvajes para un programa de cría en cautiverio. Ahora, las tortugas se crían, incuban y crían en condiciones a salvo de la depredación de grandes peces, aves y lagartos, caza furtiva y recolección de huevos.

Los esfuerzos de conservación también se centran en las tortugas que aún quedan en estado salvajes: de cinco a seis hembras adultas y tan solo dos machos que viven en un tramo remoto del río Chindwin. Sus nidos son monitoreados y los huevos se recolectan e incuban en una instalación segura. Ahora la población en cautiverio se acerca a las 1000 tortugas y la especie parece correr poco peligro de extinción. El objetivo es finalmente liberarlos de nuevo en su hábitat salvaje en el río Chindwin.

El programa de cría en cautividad ha producido alrededor de 170 tortugas al año durante los últimos dos años. Entonces las tortugas son biológicamente seguras. No se van a extinguir.

Las afiladas espinas que apuntan hacia atrás en la cresta ósea del caparazón de la tortuga de techo birmana se vuelven desafiladas a los tres años y desaparecen a los cuatro años.

La parte negativa de esta maravillosa noticia es que las tortugas son una de las especies con mayores riesgos de extinción de cualquier grupo de animales, con más de la mitad de las 360 especies del planeta incluidas como amenazadas. La crisis es más aguda para las especies asiáticas, que se ven afectadas tanto por la pérdida de hábitat como por los altos niveles de caza para obtener alimentos, medicamentos y el comercio de mascotas.

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Las tortugas sobrevivieron a los dinosaurios y han vagado por la Tierra durante más de 200 millones de años. Pero en la actualidad, estos longevos reptiles se encuentran entre los animales más amenazados de la Tierra, por delante de las aves, los mamíferos, los peces o incluso los anfibios. La destrucción de su hábitat, la sobreexplotación de estos animales como mascotas, las enfermedades y el cambio climático son algunas de las razones que les han llevado a esta situación extrema en todo el mundo. ¿Pero qué perderíamos si desaparecieran todas las tortugas?

En un estudio, publicado en la revista Bioscience, un equipo de científicos estadounidense ofrece la primera síntesis de las consecuencias ecológicas de la continua disminución y extinción de especies de tortugas y muestra los diversos roles que cada una de ellas aportan a los ecosistemas, como mantener sanas las redes alimentarias, dispersar semillas o crear hábitats necesarios para otras especies.

“Nuestro propósito ha sido informar al público de los muchos roles ecológicos esenciales que las tortugas realizan a escala global y concienciar sobre la difícil situación de estos animales emblemáticos”, explica, Whit Gibbons, profesor emérito de Ecología de la Universidad de Georgia (EE UU) y coautor del estudio. Según los científicos, las tortugas contribuyen a la salud de muchos ambientes, como los desiertos, los humedales, los entornos de agua dulce y los ecosistemas marinos. “Su declive puede tener efectos negativos en otras especies, incluidos los humanos, que pueden no ser visibles ahora”, indica Jeffrey Lovich, científico del Servicio Geológico de EE UU y autor principal.

Una tortuga verde en la Gran Barrera de Coral.

Las tortugas pueden ser herbívoras, omnívoras o incluso carnívoras, por eso desempeñan importantes funciones en las cadenas alimentarias. Sus hábitos de alimentación influyen en la estructura de otras comunidades con las que comparten el hábitat, sobre todo si las poblaciones son muy numerosas. Las grandes masas de tortugas y sus huevos son alimento para otros animales. Por otra parte, algunas especies de tortugas pueden ser los principales agentes de dispersión de semillas para ciertas plantas, ya que no todas las semillas son destruidas por el tracto digestivo.

Tortuga golvina desovando en la playa de Escobilla, Mexico

Además, si desaparecieran tortugas como la del desierto de Agassiz en el suroeste de EE UU y la tortuga Gopher en el sureste del país, ciertas arañas, serpientes, anfibios, conejos, zorros, u otros reptiles, no tendrían ‘hogar’. Estas especies cavan grandes madrigueras moviendo importantes montículos de tierra que son reutilizados por otros animales o plantas. “La importancia ecológica de las tortugas, especialmente las de agua dulce, está poco valorada, y en general poco estudiada por los ecologistas”, recalca Josh Ennen, investigador del Tennessee Aquarium Conservation Institute. “La alarmante tasa de desaparición de las tortugas podría afectar profundamente al funcionamiento de los ecosistemas y a la estructura de las comunidades biológicas en todo el mundo”, concluye.

Trece millones de toneladas de plástico acaban cada año en el agua y las costas de los océanos y mares del planeta, una amenaza que afecta a la mayoría de especies de tortugas marinas. La mitad de las tortugas marinas del mundo han comido desechos plásticos durante su vida, y por lo menos mil ejemplares mueren cada año por culpa de la contaminación por plásticos o al quedar atrapadas entre estos desechos.

Los residuos que más afectan a las tortugas marinas son productos de pesca, como las redes o cuerdas de nailon y plástico. Los animales quedan enredados en estos hilos y deben arrastrar cargas mucho más grandes que su propio cuerpo. Algunos ejemplares no pueden remolcar este peso hasta la superficie y acaban ahogándose.

Los productos de pesca biodegradables, que se deshacen en el agua al cabo de un tiempo, serían una opción más segura para los animales marinos.

Otro tipo de residuo que afecta gravemente a las poblaciones de tortugas son los envases de plástico, como los anillos de las latas, los vasos de plástico o las pajitas. Estos envases atrapan a las tortugas, a veces durante toda su vida, haciendo que su cuerpo crezca con malformaciones o partes amputadas. Se trata de productos que utilizamos durante pocos minutos pero que en el mar perduran durante décadas. Las bolsas de plástico también suponen una grave amenaza para las tortugas, ya que las confunden con uno de sus alimentos favoritos: las medusas. Los animales se tragan las bolsas, que quedan atascadas en sus intestinos y les da la sensación de estar siempre llenas. Como consecuencia, las tortugas dejan de comer y se desnutren hasta morir.

En los océanos y mares de nuestro planeta existen siete especies de tortuga marina, seis de las cuales están clasificadas como vulnerables, en peligro o en serio peligro de extinción. La supervivencia de estas especies está amenazada por actividades humanas como la pesca furtiva de los animales y sus huevos , la destrucción de su hábitat y el aumento de la temperatura del agua, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF). La supervivencia de estas especies cuelga de un hilo y la muerte provocada por los residuos plásticos podría implicar la desaparición de comunidades enteras.

La única solución para recuperar las poblaciones de tortugas marinas y asegurar su supervivencia es eliminar el plástico de los océanos, aunque de momento el primer paso es reducir la cantidad de residuos en el agua. La reutilización y el reciclaje son la mejor respuesta para que los productos plásticos no acaben en el mar, pero el remedio más eficiente es dejar de usar este material.

Científicos del Departamento de Medio Ambiente y Ciencia del Gobierno de Queensland (DES) y del Great Barrier Reef Fundation han conseguido capturar unas imágenes únicas donde se puede ver miles de tortugas verdes congregadas en la Gran Barrera de Coral de Australia para anidar en las playas que las vieron nacer.

Pudieron capturaron las imágenes con un dron en la colonia de tortugas verdes más grande del mundo situada en la Isla Raine, un cayo de coral con vegetación a unos 620 kilómetros al noroeste de la ciudad australiana de Cairns.

Miles de tortugas verdes congregadas en la Gran Barrera de Coral para desovar en su lugar de origen.

Las tortugas verdes (Chelonia mydas), llamadas así por el color de sus cartílagos y grasas, se encuentran principalmente en aguas tropicales y subtropicales, y migran largas distancias entre las zonas de alimentación y las playas donde emergieron como crías, unos 35 años después de su nacimiento. Estas criaturas están reconocidas como en peligro de extinción por la UICN y la CITES. La caza, la recolección excesiva de sus huevos, la pérdida de sitios de anidación y quedar atrapados en los aparatos de pesca, son los principales peligros que deben enfrentar. Por eso, su explotación está protegida en casi todos los países del mundo y es ilegal capturar, dañar o matar tortugas de esta especie.

Raine Island es la mayor colonia de tortugas verdes del mundo, una especie catalogada como en peligro de extinción por las amenazas que debe enfrentar.

”Nos dimos cuenta de que, aunque existen estas agrupaciones masivas, la reproducción real no está funcionando tan bien”, asegura Andrew Dunstan, del DES, en declaraciones a la CNN. Los científicos han notado que las tortugas se caían de los acantilado, se quedaban atrapadas en la arena, el calor les afectaba y se inundaban sus nidos. Después de implementar una serie de intervenciones para ayudar a las tortugas en dificultades, los científicos buscaron rastrear a la población. En una investigación realizada en diciembre y publicada en la revista científica PLOS ONE, descubrieron que usar drones, o vehículos aéreos no tripulados (UAV), era la forma más precisa de documentar las criaturas marinas en peligro de extinción.

Cuando intentaron contar las tortugas desde el bote, descubrieron que salieron con resultados sesgados. Para mayor precisión y facilidad, los científicos desplegaron drones para filmar a las criaturas. ”Intentar contar con precisión miles de tortugas pintadas y sin pintar desde un bote pequeño en condiciones climáticas difíciles fue complicado. Usar un dron es más fácil, más seguro, mucho más preciso, y los datos se pueden almacenarse de manera inmediata y permanente”, dijo Dunstan.

Con los drones el equipo pudo contar hasta 64.000 tortugas nadando alrededor de la isla esperando llegar a tierra para desovar.

”Estábamos subestimando esta técnica. Estamos contando 1,73 veces más tortugas con el dron que cuando utilizábamos los recuentos de observadores”, dijo Dunstan a CNN, y agregó que el equipo ahora puede regresar y ajustar la población histórica estimada. Los investigadores planean usar estos resultados para comprender y ayudar esta población de tortugas, y esperan que en el futuro puedan automatizar los recuentos de las imágenes de video utilizando inteligencia artificial.

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