www.juezyverdugo.es --- contacto@juezyverdugo.es

 

13 - Agosto - 2019
>>>> Destacado

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

Muere la escritora Toni Morrison, primera afroamericana en ganar el Nobel de Literatura y una de las voces literarias más combativas a favor de los derechos civiles, que además recibió el Pulitzer en 1988.

En Syracuse, una ciudad al Norte del Estado de Nueva York, recién divorciada y madre de dos hijos, durante el día Toni Morrison trabajaba como editora para Random House. Era mediados de la década de 1960, y por la noche, con los niños acostados, solitaria y aburrida en una ciudad de provincias de inviernos gélidos, escribía su primera novela. Durante cinco años esculpió «Ojos azules», un tiempo durante el que Random House le ofreció otro puesto editorial en la ciudad de Nueva York, en el que se afanó por sacar a la luz autores, como ella, negros: Angela Davis, Toni Cade Bambara, Gayl Jones, Henry Dumas, Wole Soyinka, Chinua Achebe. Además de Mi propia historia, la autobiografía de Muhammad Ali como El libro negro (1974), antología de fotos, ensayos y otros documentos de la vida negra en los EEUU desde la esclavitud hasta los 70.

«Me fijé mucho en la ficción negra porque quería participar en el desarrollo de un canon de la obra negra», diría años después. Mientras tanto, escondió su propia creación en secreto de sus compañeros y de su editorial. Escribir era «algo privado», dijo en una entrevista a «Paris Review» en 1993 sobre aquellos años. «Quería que fuera algo mío. Porque una vez que lo dices, otra gente empieza a participar de ello».

La decisión de romper su cascarón literario fue el comienzo de una de las carreras decisivas en la literatura estadounidense del siglo XX. Morrison murió el lunes por la noche en su casa de Nueva York, reconocida como columna central de ese canon que buscó formar, la gran voz literaria de la América negra, el registro de la experiencia afroamericana, con la sombra duradera de la esclavitud y de las tensiones raciales y la luz de su cultura, tradiciones y lenguaje.

Era una realidad que apenas existía en el mundo literario de EE.UU. «Ojos azules», su debut literario, publicada en 1970, es la historia de una chica negra, Pecola, obsesionada por tener los ojos azules, en un país donde su cuerpo, su imagen, no eran celebrados. Su padre acaba por violarla para demostrarle de la manera más trágica que sí puede ser deseada y la embaraza. Acaba siendo un despojo en su propia cultura, loca, creyendo al final que realmente sí tiene esos ojos azules. En una entrevista de 2014 con la revista del Fondo Nacional para las Artes, la autora aseguró que escribió «Ojos azules» «porque quería leerla. Creía que ese tipo de libro, ese tipo de personaje -las niñas negras más vulnerables, menos atendidas, menos tomadas en serio- nunca habían existido realmente en la literatura. Como no pude encontrar un libro que lo hiciera, pensé bueno, lo escribiré yo y después lo leeré».

Morrison tenía 88 años y falleció en su casa de Grand View-on-Hudson, un coqueto suburbio neoyorquino a las orillas del río Hudson. Las complicaciones derivadas de una neumonía fueron la causa. «Ojos azules» mostraba gran parte de las líneas centrales de la que sería la obra de Morrison. Personajes en busca de su lugar en el mundo -la mayoría de ellos, femeninos-, cuya experiencia vital muestra la tragedia y la riqueza de las comunidades negras en EE.UU., en historias repartidas por el tiempo, desde los primeros esclavos del siglo XVIII hasta hasta situaciones contemporáneas, que tejen la existencia negra en el país.

«Sula» (1973) y «La canción de Salomón» (1977), sus dos siguientes, consolidarían su reputación entre los críticos -fue el primer libro escrito por un autor negro seleccionado por el club Book-of-the-Month desde 1940, y anticiparían el éxito total de «Beloved» (1987). Considerada su obra maestra, es el libro que le encumbró tanto entre los críticos como entre el público general, en un caso poco habitual en el que ambos convergen. Se inspiró en una historia real, la de Margaret Garner, una esclava del siglo XIX que escapó de su plantación junto a su hija. Antes de ser capturada, prefirió matar a su hija que condenarla a una vida en esclavitud. En la novela, después adaptada al cine e interpretada por Oprah Winfrey, el fantasma de la hija reaparece en la vida de la esclava, que por fin ha alcanzado su libertad.

Es uno de los muchos ejemplos de la presencia de la magia, el mito, la superstición transmitida por tradiciones orales en las comunidades afroamericanas y que Morrison escuchó y vivió de niña en su infancia en un pueblo obrero de Ohio. En su obra, esas tradiciones se cuelan en forma de historias, pero también en una prosa luminosa, desbordante por la que la llegaron a comparar con los autores del realismo mágico hispanoamericano. «Fue como una inundación escribir ese libro», dijo sobre «Beloved» en 2012 a ‘Interview’.

Fue un éxito nacional e internacional que, sin embargo, no se veía respondido con premios. Cuando «Beloved» quedó fuera de los finalistas al National Book Award, 48 escritores enviaron una carta de protesta. Cinco meses después, le otorgaron el Pulitzer. En 1993, se convirtió en la primera mujer negra en recibir el Nobel de Literatura. Su carrera se extendió mucho más allá, con un total de once novelas, varios ensayos, literatura infantil, el libreto de una ópera y una presencia continua en la opinión pública en conferencias y en medios de comunicación. Siempre empeñada en encontrar su propio camino, en elevar la experiencia de una minoría racial dejada en las cunetas, como explicó una vez a «The New York Times»: «Escribir sin la mirada blanca».

Nació en una familia de clase trabajadora. Adoptaría el nombre literario Toni Morrison, tomando el de su apodo familiar y el apellido de su marido, el arquitecto Harold Morrison, con quien estuvo casada (desde 1958 hasta 1964) padre de sus dos hijos. En 1949 comenzó estudios en la Universidad Howard en Washington D. C. y continuó en la Universidad Cornell, se graduó en Filología inglesa en 1955. Ese año comenzó a trabajar como profesora en la Texas Southern University en Houston, continuó en la Universidad Howard y en otros centros académicos a lo largo de los años. En 1964, comenzó a trabajar como editora literaria en la casa Random House de Nueva York.

Deja una impecable actividad académica. Profesora de inglés en la Texas Southern University (1955-57). Profesora en la Universidad Howard. Profesora en la Universidad Estatal de Nueva York (SUNY) en Albany. Profesora Robert F. Goheen de Humanidades en la Universidad de Princeton. Miembro de la Academia Americana de las Artes y las Letras. Miembro del Consejo Nacional de las Artes.

Su primera novela apareció cuando contaba casi 40 años: Ojos azules narra la historia de una niña negra, Pecola, que quiere tener los ojos del color de las muñecas de las niñas blancas. La canción de Salomón, publicada en 1977, es un relato sobre la reunión del materialismo y el poder del amor, y logró un rápido éxito popular. En 1981 publicó Tar Baby, traducida como La isla de los caballeros. Beloved relata la historia de una esclava que encuentra la libertad, para descubrir que hay distintas formas de esclavitud posibles. Jazz y Jugando en la oscuridad fueron éxitos de ventas. Love narra la historia de odio entre dos mujeres que aman al mismo hombre. Una bendición, es el título en castellano para la historia de una joven afroamericana en el siglo XVII, en la que trata temas como la esclavitud, el racismo, la segregación; como trasfondo de una historia de amor y amistad. Home, publicada en 2012, es una novela ambientada en los años '50, y narra la historia de Frank, un soldado en la guerra de Corea, y de su regreso desde un Ejército integrado a su tierra natal, aún segregada.

En 1998, cuando el entonces presidente Bill Clinton fue enjuiciado con motivo del Escándalo Lewinsky, Morrison declaró: «Clinton es el primer presidente negro de los Estados Unidos», dando a entender que estaba siendo maltratado por lo que se consideraba su «negritud»:

Hace años, durante la investigación por el caso Whitewater, se oían las primeras murmuraciones: a pesar de su piel blanca, este es nuestro primer presidente negro. Más negro que cualquier negro verdadero que pudiéramos ver electo en nuestras vidas. Después de todo, Clinton tiene casi todos los atributos de la negritud: hogar monoparental, nació pobre, clase trabajadora, toca el saxo, y es un chico de Arkansas al que le gustan McDonald's y la comida basura.

Quizas por ser la primera que descubrí, siempre recomiendo Beloved. Tan soberbio como duro. Cargado de párrafos que muchos escritores desearían haber escrito. Una novela que refleja, de manera tan cruda como bien escrita, una realidad pasada y sufrida por muchos que te hará parar de leer muchas veces para recuperar el aliento y aceptar que lo que acabas de leer sucedió no hace tanto tiempo.

Durante la Guerra de Secesión Americana, una esclava afroamericana de nombre Sethe y embarazada de su amo, trata de escapar de la esclavitud junto a su otra hija dirigiéndose a Cincinnati, Ohio. Tras 28 días escapando, es solicitada por el amo la orden de recuperar a ambas, basada en la Ley de esclavos fugitivos, ley por la cual el propietario puede perseguir y recuperar sus esclavos más allá de las fronteras estatales. Sethe, bajo el terror de tener que regresar a la esclavitud bajo su amo y dar el mismo doloroso final a su hija de dos años, decide matarla. Sin dinero alguno, se ve forzada a vender su cuerpo al encargado de la funeraria si quiere grabar en la lápida de su hija alguna palabra.

Diez minutos para escribir “Beloved”, veinte minutos para “Dear beloved”.

El párrafo en donde se narra este momento es inolvidable por su dureza, por su carga emotiva y cómo te encoge el corazón, y por la admirable capacidad narrativa de Toni Morrison.

Muchos años después, y tras el final de la guerra civil estadounidense, en el “124” de las afueras de Cincinnati, Sethe vive con su hija Denver y un viejo amigo que fue también esclavo y de nombre Paul D. Todos tratan de vivir enterrando el pasado, ignorando los recuerdos y abusos sufridos, aunque eso sólo suponga no cicatrizar las heridas. Pero la casa tiene un inquilino más, que espanta y asusta a los vecinos que afirman que la casa está encantada y maldita.

Todo comenzó cuando un día apareció en la puerta de la casa de Sethe una chica de unos 20 años, sentada, sonriendo, y de nombre “Beloved”. Para muchos, ella es un demonio, pero para Sethe ese fantasma es la hija de dos años que ella asesinó, pero con la edad que tendría de no haberla matado. La culpa que siente Sethe por su crimen provoca que intente mimar y darle a Beloved, exigente y continuamente enojada, todo lo que quiere, convirtiéndose en el centro de su mundo. Y aunque Paul D y Denver intentan hacer ver a Sethe que Beloved le está arrebatando la única posibilidad que tiene de enterrar el pasado y comenzar un futuro nuevo junto a ellos, la idea de perder de nuevo a Beloved sumirá a Sethe en una lucha interna que aporta el apogeo del tercio final de la novela, enfrentándola a sus seres queridos y a su comunidad por esa extraña chica que se aparece en la casa.

Novela densa que mezcla constantemente el pasado y el presente, con continuas metáforas y una clara influencia del realismo mágico, que nos hará descubrir poco a poco las piezas de un puzle, de un misterio, que nos sorprenderá si prestamos la atención profunda y adecuada que esta novela requiere por parte del lector.

Decía que su bisabuela “era negra como el alquitrán”. La escritora Toni Morrison sabía lo que significaba ser de origen afroamericano en EEUU. “Descubrir a tan temprana edad en qué consiste ser inferior por ser otro no me impresionó, supongo que porque era extraordinariamente arrogante”, escribe en el libro El origen de los otros (2018). En aquellos ensayos, Morrison, nacida como Chloe Ardelia Wofford, rememora su infancia, como lo hizo en gran parte de su obra. En la ficción lo demuestra desde su primera novela, Ojos azules (1970) protagonizada por una niña llamada Pecola. Hasta la última, La noche de los niños (2015), donde la pequeña Bride sorprende a todos al nacer de piel negra, a diferencia de su familia de piel clara. El padre la abandona. “La raza ha sido un criterio constante de diferenciación, lo mismo que la riqueza, la clase y el sexo, tres categorías determinadas por el poder y la necesidad de control”, apuntó en sus textos de no ficción.

“El futuro de la literatura de Estados Unidos depende de estas minorías étnicas, que ganan terreno en el panorama norteamericano”, señaló Toni Morrison luego de recibir el Nobel, en 1993. El eco de sus palabras se reflejan hoy en obras de autores como Colson Whitehead (El ferrocarril subterráneo) y N. K. Jemisin (La quinta estación).

“Pelo sin peinar, zapatos cubiertos de tierra. La habían mirado con grandes ojos sin comprender. Ojos que no cuestionaban nada y preguntaban todo. El fin del mundo yacía en sus ojos”, señaló Morrison sobre la protagonista de su primera novela al diario The Washington Post. En su segunda novela, Sula (1973), las niñas Sula y Nel crecen juntas en un barrio de negros. Morrison muestra cómo viven las familias pobres y afroamericanas en Norteamérica. Pero también desarrolla la amistad, la traición y la violencia al interior de las comunidades. Su ambición fue aún mayor en su tercera novela, La canción de Salomón (1977), que recorre el pasado de cuatro generaciones y ofrece la perspectiva de un afroamericano que reniega de sus raíces para ser aceptado por los blancos. El ejemplar obtuvo el Premio National Book Critics. Una historia superior ante la tragedia es Beloved (1987). Ambientada después de la Guerra de Secesión Americana, en el siglo XIX, una esclava llamada Sethe mata a su hija de dos años para evitarle una vida de abusos y sin libertad. Ganadora del Premio Pulitzer en 1988, una década después la novela fue adaptada al cine por el director Jonathan Demme, producida y adaptada por Oprah Winfrey.

La millonaria conductora de televisión aparece también en el recién estrenado documental Toni Morrison: The Pieces I Am (2019). Además en la cinta, estrenada en Sundance en enero y en salas de EEUU el 21 de Junio, habla su amiga Angela Davis, entre otros. La propia Toni Morrison, confiesa en el documental que muchas veces se hartó de sólo leer literatura de autores blancos en Random House. Fue a esas alturas de su vida que decidió darle voz a los autores negros, transformándose en la mujer que facilitó la publicación de los escritores nigerianos Wole Soyinka y Chinua Achebe en Estados Unidos. Es la época en que también les dio páginas a jóvenes creadores afroamericanos, a inicios de los años 70, entre ellos Toni Cade Bambara, Gayl Jones o la propia Angela Davis. También facilitó la publicación del malogrado poeta Henry Dumas, muerto tras recibir un balazo de un oficial de policía en Nueva York en 1968 y a quien ella llamó “un absoluto genio”.

“Soy muy, muy inteligente temprano en el día”, dice Morrison a la cámara en The Pieces I Am , refiriéndose a su rutina de escritura. En un hábito que adquirió desde que comenzó a escribir y trabajar con dos hijos pequeños, comenzaba su día a las 5 am y se concentraba en sus proyectos literarios hasta el mediodía.

En una reciente entrevista con Publishers Weekly, el realizador Timothy Greenfield-Sanders se refería al trabajo de Toni Morrison desde su escritorio en Random House, donde fue la primera mujer afroamericana en llegar a ocupar una posición importante en el departamento de ficción. “Ella fue capaz de romper ‘la torre de marfil’ del mundo editorial”, contaba Greenfield-Sanders, amigo personal de la ganadora del Nobel. “Lo hizo al mismo tiempo que escribía sus increíbles novelas, enseñaba en la universidad y criaba a sus dos hijos como madre soltera”, agregó.

Toni Morrison con la Directora Sandra Guzman al acabar el documental.

www.sandraguzman.com

El tono ameno y amable del documental se debe en gran parte a las propias palabras de Toni Morrison, siempre dispuesta a recordar anécdotas y contar historias con una innata capacidad narradora. Tal vez uno de los pocos momentos ingratos es cuando se recuerdan ciertas críticas negativas a su obra en los años 80, entre ellas una de The New York Times que habla de la “estrechez” de sus historias al centrarse exclusivamente en personajes negros. También, increíblemente, se mencionan reacciones contrarias tras recibir el Premio Nobel de Literatura en 1993. Pero pese a las opiniones en contra de algunos críticos y escritores, ella nunca dudó de su trabajo: “Yo era más interesante que ellos”, dice Morrison en el filme. “Sabía más que ellos”. Hoy, las controversias han quedado en el olvido. La voz de Morrison, como en este documental, es la melodía dominante.

Clicka en la foto para ver el documental.

Este año Morrison publicó el ejemplar The Source of Self-Regard, selección de ensayos y discursos desde Martin Luther King a James Baldwin. “Puedo aceptar las etiquetas, porque ser una escritora negra no es un lugar superficial, sino un lugar rico para escribir. No limita mi imaginación; la expande”, dijo a The New Yorker en 2003. Criada en un ambiente pobre, en años de segregación racial, Morrison fue una de los cuatro hijos de un obrero del acero y una ama de casa. Cuando tenía dos años, el arrendador de su familia prendió fuego a la casa en la que vivían, porque sus padres no habían pagado el arriendo.

"Silencioso como si estuviera oculto, no había caléndulas en el otoño de 1941. En aquél momento pensamos que las caléndulas no crecían porque Pecola iba a tener el hijo de su padre". Así comienza The Bluest Eyes (1970) -traducida como Ojos azules en España- sobre una niña negra, solitaria y poco querida que sueña con tener unos ojos como los de Shirley Temple. La autora neoyorquina se atrevió a irrumpir con tal dureza debido a su trayectoria como editora en el gigante Random House, igual o más importante que su labor como literata. Allí descubrió un punto ciego en el mercado norteamericano y, lo más importante, le puso luz y lo empequeñeció.

"Lo que me llevó a escribir fue el silencio: tantas historias sin contar y sin examinar", le dijo al New Yorker en 2003. Pero lo que hizo grande a Toni Morrison fue saber que el vacío no se aplaca con una sola voz y por eso invirtió su tiempo en Random House en rodearse de colegas que la acompañasen en esa empresa. Angela Davis no fue la primera, pero quizá sí la más importante de todas ellas. En una entrevista cruzada realizada por el periodista Dan White en 2014, ambas le contaron cómo se fraguó una de las colaboraciones más importantes de la literatura reciente. "Toni me contactó. Pero yo no estaba interesada en escribir una autobiografía. Era muy joven, creo que tenía 26 años. ¿Quién escribe una autobiografía a esa edad?", reconoció Davis.

Corría el año 1972 y Davis, por muy bisoña que se creyese, ya había viajado por gran parte de Europa y Estados Unidos, había leído a todos los existencialistas franceses, se había relacionado con los Panteras Negras y afiliado al Partido Comunista. El FBI le había señalado como uno de los criminales más buscados, ella se había dado a la fuga y Reagan le había vetado en todas las universidades de Norteamérica. Sin duda, su vida tenía material para una autobiografía y Morrison lo sabía. "Toni puede ser muy, muy persuasiva, y no pasó mucho tiempo antes de que me convenciera de que podía escribir un libro que sería más un relato político que una autobiografía individual". Y la joven accedió.

La camara de Jill Krementz capturó a las dos mozas en 1974.

Davis tenía las experiencias y Morrison el olfato. Esta última le hacía las preguntas precisas para que la primera plasmase en palabras la imagen mental que todos los lectores querrían conocer: "¿Cómo era la celda? ¿A qué olía?".

Durante esos meses, Angela se mudó con su editora y quedó fascinada por la capacidad de Morrison, que por entonces tenía dos niños pequeños, para encargarse de su biografía, de sus hijos, de la casa y de sus propios escritos. "A menudo viajaba con ella a Random House desde su casa, lo que implicaba cruzar el puente George Washington. Cada vez que había tráfico, sacaba un bloc de notas y garabateaba algo. A menudo, estaba cocinando la cena para sus hijos, se daba vuelta y escribía algo en el bloc de notas. Más tarde me di cuenta de que escribía Canción de Salomón. Me impresionó su capacidad de habitar varios mundos diferentes a la vez", recordó su pupila sobre la tercera novela de Morrison. Angela Davis: Una autobiografía vio la luz bajo un gran sello en 1974, un momento de ligera disminución de la violencia y en el que las ideas de Davis fueron acogidas como un vademécum del black power.

Pocos saben que aquella biografía temprana le debe su trayectoria a Toni Morrison, quien en palabras de la propia activista "fue una editora fenomenal. Prestó mucha atención a los detalles, pero no insistió en que mi trabajo se convirtiera en un reflejo de sus propias ideas". De aquella colaboración surgió una enorme amistad que se ha mantenido hasta los últimos días de la mentora.

Morrison, además, descubrió a algunas de las feministas más importantes en el movimiento afro de Estados Unidos, como Toni Cade Bambara y Gayl Jones, así como algunos clásicos a la altura de The Greatest, de Muhammad Ali o The Black Book, de Middleton Harris. Pero ella no se refugiaba en la mirada de los demás, solo se dejaba inspirar. Mientras publicaba algunos de los mejores retratos de la América xenófoba, sembraba con sus propios libros tanto respeto como recelo por la violencia salvaje, el sexo explícito y el sincero antirracismo que imprimía en todos sus escritos. De hecho, su novela Paradise (1997) fue prohibida en ciertas prisiones por temor a que pudiese incitar una revuelta.

"La Historia siempre ha demostrado que los libros son la primera trinchera en la que se libran ciertas batallas", escribió en The Pieces I Am, su autobiografía. Siempre fiel a esa premisa, Morrison se despidió a medias de la literatura en 2010, tras la muerte de su hijo, después en 2015 y cuatro años más tarde lo hace por tercera vez. Menos mal que, como dijo Angela Davis, "su trabajo desafía las ideologías predominantes y ofrece a las personas formas de entender el mundo que son radicales, que son transformadoras". Y no importan las despedidas definitivas, porque eso seguirá haciéndolo para siempre.

Cumplidos los 75 años, la filósofa y activista afroamericana Angela Davis habla con calma y firmeza y ensancha su sonrisa cada vez que puede. Sus tesis, expuestas en sus libros y las conferencias que imparte alrededor del mundo, siguen vigentes como ya lo estuvieran en 1981, cuando vio la luz su célebre Mujeres, raza y clase. Davis es uno de los máximos exponentes de la interseccionalidad y el feminismo antirracista. Un feminismo que, en tiempos de debate, ella defiende inclusivo, amplio y lo más espacioso posible. Un feminismo total que ensanche los márgenes para que quepan todas. Así, se refiere a este movimiento en auge como "una estrategia no solo para superar la opresión de género, sino también el racismo, el fascismo y la explotación económica". Por ello, no entiende un feminismo que no sea antirracista y anticapitalista y que no ponga en el centro todas las opresiones. Habla de mujeres, de personas racializadas, de hombres, de personas trans, de medio ambiente y de animales, de prisiones, de pobreza, de esclavitud... Lo que ella llama un feminismo "holístico" e "integrado".

Siempre activista y certera, Angela Davis cuestiona el racismo escondido en la categoría "mujer" que suele equipararse a "mujer blanca" y celebra los discursos e ideas que lo disputan: "Es importante que dejemos muy claro que la categoría 'mujer' no es unitaria". También en su feminismo hay sitio para las personas trans, refiriéndose a un debate, el del sujeto político del feminismo. "Han elevado nuestra comprensión sobre lo que podría hacer falta para que haya justicia porque el activismo trans no solo aborda cuestiones de identidad de género, sino también relacionadas con lo que se considera la normalidad, por ejemplo, la estructura binaria del género. La comunidad de mujeres trans es un gran objetivo de la violencia de género".

Toni Morrison, que publicó con el apellido de su ex marido, el arquitecto jamaicano Harold Morrison, tiene un hueco reservado en la historia.

Novelas: Ojos azules (The Bluest Eye, 1970). Sula (Sula, 1973). La canción de Salomón (Song of Solomon, 1977). La isla de los caballeros (Tar Baby, 1981). Beloved (Beloved, 1987). Jazz (Jazz, 1992). Paraíso (Paradise, 1997). Amor (Love, 2003). Una bendición (A Mercy, 2008). Volver (Home, 2012). La noche de los niños (God help the child, 2015).

Obras de teatro: Dreaming Emmet, 1986.

Ópera: Libreto de la ópera Margaret Garner (representada por primera vez en mayo de 2005).

No ficción: The Black Book (1974) Jugando en la oscuridad (Playing in the Dark, 1992). Remember:The Journey to School Integration (2004).

Premios: Premio de la Crítica (National Book Critics Award) por La canción de Salomón de 1977. Premio Pulitzer por Beloved, 1988. National Humanities Medal, 2000. En 1993, aunque no tenía más que seis títulos publicados, ganó el Premio Nobel de Literatura, fue la primera mujer negra en recibirlo. Hubo voces que cuestionaron su obtención del Nobel. “Espero que este premio la inspire a escribir mejores libros”, dijo el poeta afroamericano Stanley Crouch. Hay, esos celillos ... De todos modos, su obra encontró respaldo en autores como John Irving o Margaret Atwood. En 2012, en la Casa Blanca, Barack Obama le otorgó la Medalla de la Libertad. Ambos de origen afro. Era una conquista. Morrison sonreía entre sus rastas plateadas.

Disfruta del discurso antirracista y feminista de Toni Morrison al recoger el Nobel de Literatura:

«Había una vez una mujer anciana. Ciega pero sabia». ¿O era un hombre anciano? Acaso era un gurú. O un griot calmando chicos inquietos. Yo escuché esta historia, o una exactamente como esta, en el saber popular de varias culturas.

«Había una vez una mujer anciana. Ciega. Sabia».

En la versión que conozco la mujer es hija de esclavos, negra, americana y vive sola en una pequeña casa afuera del pueblo. Su reputación respecto de su sabiduría no tiene par y es incuestionable. Entre su gente ella es a la vez la ley y su trasgresión. El honor y el respeto que le tienen va hasta mucho más allá de su pueblo; llega hasta la ciudad donde la inteligencia de los profetas rurales es una fuente asombrosa.

Un día a la mujer la visitan unos jóvenes que vienen con la intención de desaprobar su clarividencia y poner en evidencia el fraude que creen que ella es. Su plan es simple: entran en su casa y le hacen una única pregunta, cuya respuesta manifiesta la diferencia que tienen con ella, una diferencia que ven como una profunda ineptitud: su ceguera. Se le paran enfrente y uno le dice: «Anciana, tengo en mi mano un pájaro. Dígame si está vivo o muerto».

Ella no contesta y repiten la pregunta: «¿Está vivo o muerto el pájaro que tengo?»

Tampoco contesta. Es ciega y no puede ver a sus visitantes, mucho menos lo que tienen en sus manos. No sabe el color de su piel, de dónde vienen ni si son hombres o mujeres. Solo conoce sus motivos. El silencio de la mujer es tan largo que los jóvenes tienen dificultad para aguantar la risa.

Finalmente habla y su voz es suave, pero severa. «No sé», dice, «no sé si el pájaro que tienen está vivo o muerto, lo único que sé es que está en sus manos. Está en sus manos».

Su respuesta puede ser tomada así: si está muerto, ustedes lo encontraron de este modo o lo mataron. Si está vivo, todavía pueden matarlo. En caso de que lo dejen vivo, es su decisión. En todo caso, es su responsabilidad.

Por querer burlar los poderes y la impotencia de la anciana, los jóvenes reciben una reprimenda, porque son responsables no sólo del acto de burla, sino también por el pequeño manojo de vida sacrificado para conseguir sus fines. La anciana deja de prestarles atención a las aserciones de poder para centrarse en el instrumento mediante el cual ese poder es ejercido.

La especulación de qué podría significar ese pájaro-en-la-mano (otra que su propio cuerpo frágil) siempre fue algo atractivo para mí, especialmente ahora, pensando, como lo vengo haciendo, acerca del trabajo que me ha traído ante ustedes. Por eso elijo leer al pájaro como el lenguaje y a la mujer como a una escritora con práctica. Ella está preocupada por cómo el lenguaje con el cual sueña y que le fue dado al nacer es manejado, puesto al servicio de diversos intereses, incluso apartado de ella con nefastos propósitos. Siendo una escritora, considera al lenguaje en parte como un sistema, en parte como una cosa viviente sobre la cual se tiene control, pero sobre todo como una operación, un acto con consecuencias. Entonces, la pregunta que los chicos le hicieron, «¿Está vivo o muerto?», no es irreal porque ella piensa en el lenguaje como algo susceptible de muerte, de erosión. Desde luego, expuesto al peligro y salvable solo por un esfuerzo de la voluntad. Cree que si el pájaro en las manos de los visitantes está muerto, los custodios son responsables por el cadáver.

Para ella, una lengua muerta no es solo aquella que no se habla o no se escribe más, sino la obstinada lengua que se contenta con la admiración de su propia parálisis. Como una lengua estática, censurada y censuradora. Despiadada en su actividad policial, no tiene deseos ni otro propósito que mantener el campo abierto de su propio narcisismo narcótico, su exclusividad y dominio. Por más moribundo que esté, no queda sin efecto ya que frustra activamente el intelecto, ahoga la conciencia, suprime la potencia humana... Inmune a las preguntas, no puede formar o tolerar nuevas ideas, armar nuevos pensamientos, contar otra historia, llenar los desconcertantes silencios. Una lengua oficial, fragmentada para sancionar la ignorancia y preservar los privilegios, es una armadura pulida para dar brillo, una cáscara de la cual el caballero escapó tiempo atrás. Y, sin embargo, ahí está: tonta, predatoria, sentimental. Excitando la reverencia en las escuelas, dando resguardo a los déspotas, reuniendo falsas memorias de estabilidad y de armonía entre la gente.

Ella está convencida de que cuando el lenguaje muera, a causa del descuido, el desuso, la indiferencia y la falta de estima, o sea, asesinado por una orden, no solo ella, sino todos los hablantes y creadores serán responsables de su muerte. En su país, los chicos se sacaron la lengua a mordiscos y usaron balas para no repetir la voz sin habla, la voz de un lenguaje lisiado y golpeador; ese dispositivo para luchar con significados que los adultos abandonaron, y que podría proveerlos de una guía o expresar amor. Pero ella sabe que sacarse la lengua no es solo una opción de niños. Es muy común entre las infantiles cabezas de Estado y los comerciantes del poder, cuyos vaciados lenguajes les dejaron sin acceso a lo que queda de sus instintos humanos, dado que solo hablan a aquellos que obedecen o, en todo caso, hablan para forzar obediencia.

El saqueo sistemático del lenguaje puede ser reconocido como la tendencia de sus hablantes a renunciar a sus matizadas, complejas y mayéuticas propiedades para usarlo como medio de amenaza y subyugación. El lenguaje opresivo hace más que representar la violencia: es violencia. Hace más que representar los límites del conocimiento, lo limita. Sea el oscuro lenguaje de Estado o las tergiversaciones de los insensatos medios; sea el maligno lenguaje de la ley-sin-ética, o aquél designado para el alienamiento de las minorías, escondiendo sus saqueos racistas debajo de un maquillaje literario. Todo esto debe ser rechazado, alterado y expuesto. Es el lenguaje que chupa sangre, que se ajusta la bota fascista con crinolinas de respetabilidad y patriotismo, al tiempo que se mueve implacablemente hacia el último y más oscuro lugar de la mente. Lenguaje sexista, lenguaje racista, lenguaje teísta son todas formas típicas de las políticas de lenguaje del dominio, que no pueden y no permiten nuevos conocimientos ni el encuentro de nuevos intercambios de ideas.

La anciana es profundamente conciente de que ningún intelecto mercenario, ningún dictador insaciable ni político a sueldo o demagogo ni ningún periodista impostor serían persuadidos por estos pensamientos suyos. Hay y habrá un lenguaje que excite a los ciudadanos a mantenerse armados, asesinando y siendo asesinados en los «shoppings», juzgados, correos, plazas, cuartos y bulevares; un lenguaje agitado, conmemorativo, que enmascara la pena y el gasto de una innecesaria muerte. Va a haber un lenguaje diplomático que apruebe la violación, la tortura, el asesinato. Hay y seguirá habiendo más lenguajes seductores, mutantes, designados para estrangular a las mujeres, hacer de sus gargantas un paté con sus propias palabras transgresivas e imposibles de decir; va a haber más lenguajes de vigilancia disfrazados como investigación; de política e historia, calculados para someter al silencio a millones de personas que sufren; un lenguaje glamoroso para maravillar a los insatisfechos para que asalten sus barrios, arrogantes lenguajes pseudoempíricos maquinados para encerrar a las mentes creativas en jaulas de inferioridad y desamparo.

Debajo de la elocuencia, el glamour, las asociaciones aprendidas de memoria, por más seductoras o incitantes que sean, por debajo, el corazón de ese lenguaje está languideciendo o quizá ya no late más… Si el pájaro ya está muerto.

Ella pensó en cómo podría haber sido la historia intelectual de cualquier disciplina si no se hubiera insistido en el gasto de tiempo y vida que las racionalizaciones y representaciones de la dominación requirieron; pensó cómo podría haber sido si esa disciplina no hubiera sido metida a la fuerza en los letales discursos de exclusión que bloquean el acceso al conocimiento, tanto al guardián como al prisionero.

La convencional enseñanza de la historia de la Torre de Babel es que ese derrumbe fue una desgracia. Fue la distracción o el peso de tantas lenguas lo que precipitó la fallada arquitectura de la torre. Ese único y monolítico lenguaje hubiera dado curso a la construcción y el paraíso hubiera sido alcanzado. ¿El paraíso de quién?, ella se pregunta. ¿Y de qué tipo? Quizás alcanzar el Paraíso hubiera sido una cosa prematura y un poco apresurada, si nadie se podía tomar el trabajo de entender otras lenguas, otras miradas, otros períodos narrativos. Si así hubiera sido, es posible que ese paraíso lo hubieran encontrado a sus pies. Complicado, demandante, sí, pero sería una visión del paraíso como vida, y no como vida más allá.

Ella no quisiera dejar irse a los jóvenes con la impresión de que el lenguaje debe ser forzado a mantenerse vivo para que meramente sea. La vitalidad del lenguaje reside en su habilidad para pintar lo actual, las vidas imaginadas y posibles de sus hablantes, lectores, escritores. Aunque a veces su equilibrio esté en desplazar la experiencia, no ser el sustituto de ella. Se extiende y arquea hacia donde el significado puede estar. Cuando un presidente de los Estados Unidos pensó en el cementerio en el que su país se había convertido, dijo: «El mundo apenas notará ni recordará por mucho tiempo lo que digamos ahora. Pero nunca va a olvidar lo que acá pasó». Sus simples palabras son estimulantes en cuanto a sus propiedades para mantener la vida porque se negaron a encapsular la realidad de 600.000 muertos de una catastrófica guerra racial. Negándose a monumentalizar, desdeñando la «palabra final», el conteo preciso, reconociendo su «pobre poder para sumar o apartar», sus palabras señalan deferencia hacia lo incapturable de la vida que llora. Es esa deferencia lo que mueve a la anciana, ese reconocimiento de que el lenguaje nunca puede coincidir completamente con la vida. Cosa que tampoco debería. El lenguaje nunca puede fotografiar la esclavitud, el genocidio, la guerra. Ni debería lamentarse por la arrogancia de poder hacerlo. Su fuerza, su felicidad radica en lanzarse hacia lo inefable.

Grandiosa o escasa, excavando, estallando o negándose a santificarse, aunque se ría en voz alta o llore sin un alfabeto, la palabra elegida, el silencio elegido, el sereno lenguaje surge y se dirige hacia el conocimiento, no hacia su destrucción. Pero, ¿quién no sabe de literatura prohibida por ser cuestionadora, desacreditada por ser crítica, borrada porque invierte? ¿Y cuántos son violentados por el pensamiento de un idioma que se autodestruye?

Ella piensa que el trabajo con las palabras es sublime porque es generativo, toma un significado que asegura nuestra diferencia, nuestra humana diferencia del modo en que no somos como ninguna otra vida. Morimos. Ese puede ser el significado de la vida. Pero nosotros hacemos el lenguaje. Esa puede ser la medida de nuestras vidas.

«Había una vez…». Unos visitantes le hacen una pregunta a una anciana. ¿Quiénes son esos chicos?, ¿qué hicieron de ese encuentro?, ¿qué escucharon en esas palabras finales: «El pájaro está en tus manos»? ¿Una oración que gesticula alguna posibilidad o una que deja caer un picaporte? Quizás lo que los chicos escucharon es: «No es mi problema. Soy vieja, mujer, negra, ciega. Lo único que sé ahora es que no puedo ayudarlos. El futuro del lenguaje es suyo, no mío».

Están parados ahí. ¿Y si suponemos que no hay nada en sus manos? Supongamos que la visita no fue más que una astucia, un truco para que les hablaran, para ser tomados seriamente como nunca lo habían sido anteriormente. Una oportunidad para interrumpir y violar el mundo adulto, su discurso de miasma acerca de ellos, para ellos, pero nunca dirigido hacia ellos. Urgentes preguntas están en juego, incluyendo la que hicieron: «¿Está vivo o muerto el pájaro?» Quizá la pregunta quería decir: «¿Alguien podría decirnos qué es la vida, qué la muerte?» Ningún truco, ninguna tontería. Una pregunta directa que vale la atención de alguien con sabiduría. Y experiencia. Pero si quien tiene experiencia y sabiduría y ha vivido una vida y enfrentado la muerte no puede describir ni una ni la otra, ¿quién, entonces?

Ella no lo hace, se guarda su secreto, la buena opinión que tiene de sí misma, sus pronunciamientos de gnomo, su arte sin compromiso. Mantiene su distancia, la refuerza y se retrae en su singularidad y desolación, en un espacio sofisticado y de privilegio. Nada, ninguna palabra sigue a su declaración de transferencia. Ese silencio es profundo, más profundo que el significado disponible en las palabras que ella ha dicho. Tiembla ese silencio y los chicos, enojados, lo llenan con un lenguaje inventado en el momento.

«¿No hay discurso o palabras» –le preguntan– «que pueda usted darnos para atravesar su historial de fracasos, atravesar la enseñanza que nos acaba de dar, que no es tal cosa porque le estamos prestando mucha atención tanto a lo que acaba de hacer como a lo que dijo? ¿No hay palabras para atravesar la barrera que usted levantó entre la generosidad y la sabiduría?»

«No hay ningún pájaro en nuestras manos, ni vivo ni muerto. Solo la tenemos a usted y a nuestra impotente pregunta. ¿Es la nada en nuestras manos algo que no soportaría contemplar, ni siquiera adivinar? ¿No recuerda su juventud cuando el lenguaje era mágico sin significado, cuando lo que podía decir podía no significar, cuando lo invisible era lo que la imaginación se esforzaba por ver, cuando las preguntas y demandas de respuestas quemaban tanto que temblaba de furia al no conocer? ¿Tenemos que llegar a ser adultos y conscientes luchando esa batalla que héroes y heroínas como usted ya pelearon y perdieron dejándonos con nada en nuestras manos, salvo lo que ustedes imaginaron que había? Su respuesta es un hábil artificio y nos avergüenza y debería avergonzarla a usted. Su respuesta es indecente en su autocomplacencia. Es un guion hecho para la televisión, que no tiene sentido si no hay nada en nuestras manos. ¿Por qué no se estiró para tocarnos con sus dedos suaves, para retrasar el sonido de la mordida que es esta lección, hasta que supiera quiénes éramos? ¿Tanto despreció nuestro truco, nuestro modus operandi que no vio lo deslumbrados que estábamos por querer llamar su atención? Somos jóvenes. Inmaduros. Toda nuestra corta vida escuchamos que debemos ser responsables. ¿Qué puede significar eso en la catástrofe en que este mundo se ha convertido? Donde, como dijo el poeta «nada necesita ser expuesto porque todo ya está descubierto». Nuestra herencia es una afrenta. Usted quiere que tengamos sus viejos, ciegos ojos y que veamos sólo la crueldad y la mediocridad. ¿Se cree que somos tan estúpidos como para romper las promesas que nos hicimos una y otra vez, por la mera ficción de una nacionalidad? ¿Cómo es que se atreve a hablarnos del deber cuando estamos hundidos hasta la cintura en la toxina de su pasado?»

«Usted nos banaliza y vuelve trivial el pájaro que no tenemos en las manos. ¿Acaso no hay contexto para nuestras vidas, ninguna canción, literatura o poema lleno de vitaminas, ninguna historia conectada con la experiencia que nos pueda pasar para ayudarnos a empezar con más firmeza? Usted es una adulta. La anciana, la sabia. Deje de pensar en salvar su pellejo. Piense en nuestras vidas y cuéntenos su particular mundo. Invente una historia. Narrar es algo radical que nos crea al mismo tiempo que creamos. No le vamos a culpar si su alcance excede su comprensión, si el amor así enciende sus palabras, se transforman en llamas y nada queda de ellas salvo su combustión. O si, con la reticencia de la mano de un cirujano, sus palabras suturan solo en los lugares donde la sangre podría brotar. Sabemos que nunca podría hacerlo del todo bien así, de una vez y para siempre. La pasión nunca es suficiente, ni la habilidad. Pero intente. Para que ni nosotros ni los suyos olviden su nombre en las calles, díganos qué fue para usted el mundo en los lugares oscuros y en los luminosos. No nos diga qué creer, qué temer. Muéstrenos los amplios ámbitos de la creencia y la costura desde la cual se desenreda la membrana del miedo. Usted, anciana mujer, bendecida con la ceguera, puede hablar el lenguaje que nos dice aquello que solo el lenguaje puede: cómo ver sin pinturas. Solo el lenguaje nos protege del terror de las cosas sin nombre. Solo el lenguaje es meditación».

«Díganos qué es ser una mujer, así podemos saber qué es ser un hombre. Lo que es moverse en el margen. Lo que es no tener casa en este lugar. Ser puesto a la deriva y lejos de los que uno conoce. Lo que es vivir al borde de pueblos que no soportan su presencia. Cuéntenos acerca de los barcos alejados de la costa para Pascua, la placenta en los campos. Cuéntenos de los vagones cargados de esclavos, de cuán suavemente cantaban, de modo que no podían distinguirse de la nieve cayendo; de cómo sabían, por la curvatura del hombro más cercano, que la próxima parada sería la última; de cómo, con las manos juntadas en sus sexos, pensaban en el calor, y después en el sol, levantando sus caras como si estuviera ahí para tocarlo. Girando como si estuviera ahí para tocarlo. Paran en una posada. El conductor y su compañero entran en ella con una lámpara, dejándolos susurrando en la oscuridad. El vapor que sale de los resoplidos del caballo llega hasta la nieve debajo de sus patas, y ese silbido y la nieve derritiéndose son la envidia de los congelados esclavos. La puerta de la posada se abre: una chica y un chico se asoman desde ese adentro iluminado. Trepan al vagón. El chico tendrá un arma en tres años, pero ahora lleva una lámpara y una jarra con bebida tibia. Se la pasan de boca en boca. La chica ofrece pan, pedazos de carne y algo más: una mirada rápida a los ojos de aquellos a los que iba sirviendo. Uno para cada hombre, dos para cada mujer. Y una mirada. Ellos devuelven la mirada. La próxima parada será la última. Pero no esta. En esta hay calor».

Está todo en silencio cuando los chicos terminan de hablar, hasta que la mujer lo rompe: «Finalmente», dice, «confío en ustedes ahora. Confío en ustedes con el pájaro que no está en sus manos porque lo han atrapado verdaderamente. Miren. Qué hermoso es, esto que hemos hecho juntos».

"Silencioso como si estuviera oculto, no había caléndulas en el otoño de 1941. En aquél momento pensamos que las caléndulas no crecían porque Pecola iba a tener el hijo de su padre".

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

NUBE DE

ETIQUETAS

LIBRERÍA

RELACIONADA

FILMOGRAFÍA

RELACIONADA

NOVEDADES EDITORIALES