Clark Olofsson saltó a la fama en 1973 tras
ser uno de los dos responsables de secuestrar a tres mujeres
y un hombre durante un intento de robo a un banco en Estocolmo.
Su crimen tuvo tanta repercusión que inspiró el nombre del
trastorno psicológico que hace que las víctimas de secuestro
desarrollen afecto por sus captores. La familia de Olofsson
informó este jueves que, tras una larga enfermedad, el hombre
falleció a sus 78 años.
"Dicen que uno puede congelarse del miedo y
yo creo que mi mente se desconectó. Pavor indescriptible".
Así recordaba Kristin Ehnmark el momento más
aterrador de su vida.
En el verano de 1973 fue una de los cuatro rehenes
en el asalto del Kreditbanken, un banco de la plaza Norrmalmstorg
de Estocolmo, perpetrado por Jan-Erik Olsson y Clark Olofsson.
En algún momento Olsson quiso demostrarle a la policía que
estaba hablando en serio, así que escogió a Sven Safstrom,
otro rehén, y le dijo "'te voy a disparar en la pierna, pero
voy a evitar los huesos, para no hacerte tanto daño", le contó
Kristin a la BBC en 2021. En ese momento crucial, Kristin
dijo algo extraño: "Sven, es sólo en la pierna". ¿Por qué
diría algo así? ¿Por qué se puso del lado de un peligroso
criminal? Probablemente crees tener la respuesta, una compuesta
de dos palabras que se unieron tras ese evento hace más de
medio siglo, pero cuando se trata del síndrome de Estocolmo,
no todo es tan claro.
Era un día soleado cuando Kristin, quien entonces
tenía 22 años y trabajaba como estenógrafa en el Kreditbanken,
estaba terminando de escribir una carta. "De repente, oí disparos
y me tiré al piso. El asaltante se metió tras el escritorio
y apuntándonos nos ordenó a mí y dos colegas que nos levantáramos",
le dijo Kristin a la prensa. El robo se frustró cuando la
policía llegó. Pero Olsson, quien acababa de escaparse de
la cárcel, tenía un plan: usar a los rehenes para huir del
país.

Clark Olofsson junto a los tres rehenes durante
el asalto al Kreditbanken en 1973.
El asaltador exigió dinero, un auto y que le
trajeran al banco a un amigo que estaba cumpliendo una condena.
Su nombre era Clark Olofsson y al oírlo Kristin lo reconoció.
"Lo describían como 'extremadamente peligroso'". Tenía 26
años y era uno de los criminales más famosos de Suecia. Robaba
bancos, había estado vinculado al asesinato de un policía
y ya se había escapado de la prisión dos veces. Asombrosamente,
los negociadores accedieron, trajeron a Olofsson y lo dejaron
entrar al banco. Además, les dieron el dinero y estacionaron
un Ford Mustang azul con el tanque lleno de gasolina listo
para que Olsson y Olofsson lo usaran, pero les negaron una
petición: permitir que se llevaran a algunos de los rehenes
con ellos. Los delincuentes metieron a los rehenes en la bóveda.
De repente, un policía que había entrado pasando desapercibido
cerró la puerta, dejando a los cuatro rehenes junto con los
dos delincuentes atrapados. Mientras las autoridades intentaban
controlar la situación, adentro Olsson sentó a una de las
rehenes frente a la puerta, le amarró una bomba a un pie y
apagó las luces. En la oscuridad, lo único que rompía el silencio
era el sonido de Olsson mascando pastillas de cafeína. Con
el paso de las horas, se empezó a poner nervioso y decidió
que tenía que demostrarle a la policía que estaba hablando
en serio. Fue ahí que se le ocurrió dispararle a Sven en la
pierna. Y fue entonces que Kristin empezó a comportarse de
esa extraña manera que sería detallada y debatida durante
los siguientes 50 años.
"A mí realmente me avergüenza lo que dije. No
soy así. Me tomó como 10 años hablar del tema". Los otros
trataron de convencer a Olsson de que no era buena idea disparar,
que no iba a conseguir nada hiriendo a Sven. Kristin tuvo
otra idea peculiar: llamó al primer ministro de Suecia, Olof
Palme. Se identificó con su nombre y como uno de los rehenes
del banco. "La secretaria me dijo que esperara un momento
y luego él habló". Si una conversación entre un rehén y un
primer ministro te parece rara, el mundo más tarde se asombraría
más de lo que ella le dijo. Habló con calidez de sus captores
y dijo que confiaba en ellos más que en la policía. En la
grabación de la conversación, se oye a Kristin diciendo que
está "muy decepcionada" con él.

Sven Olof Joachim Palme fue un político sueco.
Ejerció como primer ministro de Suecia durante 10 años en
dos etapas: desde 1969 hasta 1976, y de nuevo desde 1982 hasta
su asesinato.
El primer ministro estaba estupefacto, sonaba
hasta ofendido. "Intenté de todas las maneras posibles convencerlo
de que dejara que dos de nosotros fuéramos con Olsson y Olofsson
en el auto", le contó a la prensa. Palme le respondió que
era imposible, que le dijera a los delincuentes que entregaran
sus armas; ella le dijo que no lo harían. Esta conversación
se repitió varias veces hasta que el primer ministro, exasperado,
dijo algo que fue borrado de la grabación de esa conversación:
"Pues bien, entonces quizás usted tendrá que morir". Desesperada,
Kristin colgó. El sitio continuó por seis días más. Finalmente,
la policía tomó el banco y, con sus armas listas, le gritaron
a los rehenes que salieran primero. "Jan nos dijo: 'Si salen
antes, nos van a matar'. Así que les dijimos: 'Salgan ustedes
primero'", recordó Kristin. Los rehenes estaban protegiendo
a quienes los habían tenido secuestrados y amenazado sus vidas.
Los delincuentes salieron primero, se detuvieron en la puerta
para despedirse de los rehenes -besos para las mujeres y un
apretón de manos con Sven-. Cuando Kristin salió, trató de
evitar que la acostaran en una camilla; parecía más enojada
con la policía que con los criminales.
Unos días más tarde, el negociador principal,
el psiquiatra Nils Bejerot, le explicó al mundo por qué Kristin
había actuado de esa manera. La causa de su conducta irracional,
aseguró, era un síndrome psiquiátrico al que llamó Norrmalmstorg.
Así nació el síndrome de Estocolmo, que adoptó el nombre de
la ciudad, no de la plaza sueca. "Cuando una persona normal
es secuestrada por un delincuente que tiene el poder de matarla
en cuestión de horas, el rehén tiene una especie de regresión
a emociones infantiles: no puede comer, hablar, ir al baño
sin permiso. Hacerlo es un riesgo, así que acepta que su captor
es quien le da la vida, como lo hizo su madre", explicabó
después el psiquiatra Frank Ochberg, quien definió el síndrome
para el FBI y Scotland Yard en la década de 1970. En 1974
Patty Hearst, la heredera de la fortuna una familia dueña
de un periódico californiano, fue secuestrada por militantes
revolucionarios. Tras meses en cautiverio, se unió a ellos
en un robo. Finalmente fue capturada y en el juicio sus abogados
usaron el síndrome de Estocolmo para defenderla. El síndrome
se popularizó y desde entonces ha reverberado en las ciencias
sociales, no siempre para bien.

Con el caso de Patty Hearst el síndrome de Estocolmo
se hizo famoso.
"Kristin es una de las mujeres más famosas y
menos comprendidas de la psicología", dijo el psicólogo Allan
Wade, terapeuta e investigador enfocado en problemas de violencia,
en conversación con la prensa. "El síndrome de Estocolmo forma
parte de la familia de conceptos usados para representar personas
violadas y oprimidas". Y tiene raíces anteriores al caso de
Suecia. "Básicamente viene de varias líneas de pensamiento
combinadas por Ana Freud en su artículo de 1940 sobre la identificación
con el agresor", señaló Wade. Sigmund Freud trabajó con niños
abusados y Ana, su hija y fundadora del psicoanálisis infantil,
llegó a la conclusión de que un niño tratado violentamente
internalizaba esa violencia y simpatizaba con el agresor.
Para ella, se trataba de un mecanismo de defensa. "La idea
psicoanalítica era que cuando la gente está abrumada por el
miedo, inconscientemente regresa a una etapa infantil y se
empieza a identificar con el agresor, pues es quien les da
vida. Ideas relacionadas con estas pueden encontrarse en algunas
formas de pensamiento marxista para explicar la razón por
la que el proletariado no se levanta contra sus opresores".
En todos esos casos, son las víctimas las que están actuando
irracionalmente en contra de sus intereses. La versión remozada
de estas teorías, el síndrome de Estocolmo, se filtró en muchos
más campos. En la década de 1990 se convirtió en una forma
de explicar la conducta no sólo de rehenes o el proletariado,
sino de las víctimas de abuso doméstico, que no quieren o
pueden dejar a sus agresores. Algo que ha sido vehementemente
rechazado. "Para quienes no entendían por qué una mujer no
actuaba como pensaban que debería hacerlo y tenían una comprensión
muy limitada sobre el abuso doméstico, fue una manera fácil
de explicar una situación increíblemente compleja que puede
tener múltiples y calidoscópicas razones", dijo Jess Hill,
autora del premiado libro "Mira lo que me hiciste hacer".

El crimen cometido por Olsson y Olofsson fue
uno de los primeros en ser televisados en Suecia.
¿Hay otra manera de interpretar la historia
de Kristin Ehnmark? "Las opciones de la policía eran básicamente
'salgan o entraremos a atraparlos', y eso, por supuesto, llevaba
a consecuencias trágicas: la posible muerte de perpetradores,
policías y rehenes", le explicó a la BBC Gary Noesner, exjefe
de la Unidad de Negociadores del FBI. Un estudio publicado
dos años después del incidente en Estocolmo estimó el riesgo
de muerte de rehenes en un enfrentamiento con la policía en
un 79%. Hay que tener en cuenta que, como señala Kristin,
los rehenes estaban supremamente atemorizados. "No dormíamos.
No sabíamos qué iba a hacer la policía. Todo el tiempo trataban
de acercarse. Pensé que quizás terminarían haciendo algo que
me afectaría, porque los ladrones se estaban poniendo nerviosos".
El segundo día del secuestro en el banco, el psicólogo Bejorot
tuvo la idea de traer al hermano de Olsson, quien entró al
banco gritando "No disparen". Olsson abrió fuego. Resulta
que no era su hermano. Cada vez que la policía intervenía,
aumentaba el riesgo para los rehenes. "No es raro que los
rehenes sientan que la policía es un peligro: si empiezan
a disparar, ¿van a morir en el fuego cruzado?", señaló Noesner.
Cuando había pasado casi una semana, el gobierno estaba bajo
presión. "Ese fue el momento en el que taladraron el techo
y echaron gas", contó Kristin. El plan era dormirlos a todos
en la bóveda, entrar y liberar a los rehenes. "Jan nos dijo
que si estaban usando gas, íbamos a sufrir daños cerebrales
y como él no quería que eso pasara, nos iba a matar". Les
puso sogas en el cuello. "Pensé que había llegado mi fin".
La vida de los rehenes pendía de un hilo. Olsson y Olofsson
se rindieron; Kristin y los otros rehenes sobrevivieron. Pero
la policía los había encerrado en una bóveda, les había echado
gas mientras tenían una soga en el cuello, hasta el primer
ministro había dicho que quizás tendrían que morir.
Sin embargo, debido a la forma en la que Kristin
se comportó durante el episodio fue etiquetada con un desorden
psiquiátrico. Y quien lo hizo fue el psiquiatra Nils Bejerot,
el responsable de todas las decisiones que produjeron pánico
entre los rehenes. "Para mí, fue una manera de desestimar
lo que hizo para resistir, preservar su dignidad y proteger
a los otros rehenes", dijo el psicólogo Allan Wade. Lo increíble
fue que nadie se molestó en preguntarle a Kristin su opinión.
"Ninguno de los expertos mundiales en síndrome de Estocolmo
que ganaron mucho dinero hablando del tema jamás conversaron
con ella. Hablaron sobre ella, sin ella, en vez de darle voz
para que articulara su propia experiencia", apuntó Wade. "Siempre
sentí que había hecho algo malo", le dijo Kristin a la BBC.
"Kristin me dijo que hubiera querido que alguien la hubiera
abrazado por un rato muy, muy largo. Eso no sucedió. Le asignaron
una patología sin respetar la ética y hablar con ella", denunció
Wade. Incluso expertos como el abanderado del síndrome, Frank
Ochberg, aceptó que los casos de síndrome de Estocolmo son
raros. De hecho, no existen criterios de diagnóstico ampliamente
aceptados para identificar el síndrome, y no se encuentra
en ninguno de los dos manuales psiquiátricos principales.
"Yo hice lo que pude para sobrevivir", dijo Kristin Ehnmark.
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