Hace 100 años, en la Norteamérica rural se celebró un juicio
del que podría decirse que merece una película, si no fuera
porque ya se hizo: en 1960, Stanley Kramer dirigió Inherit
the Wind (La herencia del viento), basada en la obra de teatro
homónima de Jerome Lawrence y Robert Edwin Lee, y que ficcionaba
el famoso litigio en el que John Scopes, un joven profesor
de biología de instituto, fue encausado por enseñar la evolución
darwinista. El “juicio del mono de Scopes”, como se conoció
entonces, fue un hito en la eterna batalla del pensamiento
científico racional contra el negacionismo basado en creencias,
un conflicto que sigue coleando un siglo después. La historia
comienza un domingo de 1921 con un sermón en la iglesia baptista
de Dayton, Tennessee. Un predicador relata cómo una mujer
perdió la fe después de asistir a un curso sobre evolución
en la universidad. Entre los feligreses se encuentra un rudo
granjero llamado John Washington Butler, que no se limita
a escandalizarse como los demás; aterrado por la posibilidad
de que alguno de sus hijos siga el camino de aquella mujer,
al año siguiente se presenta a las elecciones de la Cámara
de Representantes de Tennessee con una promesa electoral:
en ningún centro educativo público se enseñará la teoría de
Darwin.

El abogado estaodunidense William Jennings Bryan en el juicio
de Scopes celebrado en Tennessee, 1925.
Dicho y hecho: Butler redactó la ley en la mañana de su 49º
cumpleaños, después de desayunar, sentado frente a la chimenea.
El texto condenaba a una multa de hasta 500 dólares —unos
9.000 al cambio actual— a todo profesor que impartiera “cualquier
teoría que niegue la historia de la creación Divina del hombre
como enseña la Biblia”, por ejemplo afirmando que “el hombre
desciende de un orden inferior de animales”. La ley fue aprobada
en la cámara por aplastante mayoría: setenta y uno contra
cinco. Antes de su paso por el Senado, el debate saltó a la
calle, pero no impidió que la ley fuese ratificada y rubricada
por el gobernador Austin Peay el 21 de marzo de 1925.
No fue solo la convicción religiosa lo que llevó adelante
la Ley Butler; algunos representantes simplemente prefirieron
no incomodar a sus votantes. En cuanto a Peay, considerado
un cristiano progresista, tenía sus propios motivos. Según
el historiador de la ciencia Adam Shapiro, de la Universidad
de Londres Birkbeck, autor del libro Trying Biology: The Scopes
Trial, Textbooks, and the Antievolution Movement in American
Schools (University of Chicago Press, 2013), por entonces
se expandía la escolarización obligatoria en EE UU. Para Peay,
la ley era “en parte una conciliación política”, dice Shapiro.
“Aceptarla permitía al gobernador impulsar leyes progresistas
para construir más escuelas y formar a más profesores”, sin
levantar ampollas en las comunidades religiosas. De todos
modos, Peay esperaba que la nueva ley pasara inadvertida,
dado que el darwinismo ya contaba con medio siglo de existencia
y era sobradamente popular. Se equivocó: la prohibición de
Tennessee motivó que la Unión Estadounidense por las Libertades
Civiles (ACLU, en inglés) se ofreciera públicamente para defender
a cualquier profesor que fuera denunciado, con el propósito
de demostrar ante un tribunal la inconstitucionalidad de la
ley.

Una liga "anti evolución" celebra una venta de libros en
la apertura del Juicio del Mono de Scopes.
El eco del anuncio de la ACLU llegó de regreso a Dayton,
a oídos de un ingeniero llamado George Rappleyea, que aceptaba
la evolución y se oponía a la ley. Pero que vio en el revuelo
suscitado una oportunidad para situar a la pequeña localidad
bajo el foco, lo que atraería un público numeroso y ayudaría
a revitalizar la economía local, por entonces muy precaria.
Rappleyea fue el artífice del juicio de Scopes: no solo convenció
a las autoridades locales para montar un proceso, sino que
también eligió al acusado, ya que aún no se había denunciado
a nadie. Convocó a Scopes, de 24 años, que no era profesor
titular de biología, sino entrenador de fútbol americano cubriendo
una baja, y le preguntó si había enseñado evolución. El joven
ni siquiera estaba seguro, pero sí de que el libro de texto
hablaba de ello; libro que no había elegido él, sino el mismo
estado de Tennessee que había ilegalizado su contenido. Scopes
aceptó el rol de acusado e incluso alentó a sus alumnos a
testificar contra él, cosa que hicieron.
El juicio, el primero retransmitido en directo por la radio,
tuvo lugar del 10 al 21 de julio de 1925. Como Rappleyea había
planeado, Dayton se convirtió en una gran feria, en la que
ni siquiera faltaron los monos de circo. La obra de teatro
y la película de Kramer inmortalizaron los encontronazos dialécticos
entre dos carismáticos personajes, que en la ficción aparecen
con nombres supuestos. El abogado agnóstico y miembro de la
ACLU Clarence Darrow por la defensa, y el antiguo candidato
demócrata a la presidencia y exsecretario de Estado William
Jennings Bryan en la acusación. Bryan era un fundamentalista
presbiteriano que había liderado una cruzada contra la enseñanza
de la evolución en varios estados. Darrow contó con testimonios
expertos de científicos e incluso llamó como testigo al propio
Bryan, a quien puso contra las cuerdas al evidenciar los disparates
de la interpretación literal de la Biblia. Pero nada de ello
sirvió; para el juez John Raulston, lo único relevante era
si Scopes había quebrantado la ley. El jurado resolvió que
así era, y al profesor le fue impuesta una multa de 100 dólares,
anulada por un tecnicismo en la apelación.

El profesor John Thomas Scopes (1900-1970) en un juicio tras
haber enseñado la teoría de la evolución en una clase de ciencia
en Dayton, Tennessee, 1925.
“Después de Scopes, no se volvió a enjuiciar a nadie por
violar la ley de Tennessee”, apunta Shapiro. En 1955, Inherit
the Wind debutó en Broadway, reavivando la polémica por una
ley que continuaba vigente. Cuando la ACLU solicitó su derogación,
el gobierno de Tennessee respondió que, en la práctica, la
ley estaba muerta, pero que no había interés en prender una
contienda política para revocarla. Solo cuando en 1967 otro
profesor, Gary Scott, presentó una demanda contra la Ley Butler
tras su despido por infringirla, la Asamblea de Tennessee
aprovechó la ocasión para votar su abolición, firmada por
el gobernador el 18 de mayo. Pero el caso de Tennessee, siendo
el más sonado, no fue el único. Al año siguiente, en 1968,
el Tribunal Supremo de EE UU dictaminó que otra ley similar
en Arkansas era inconstitucional. Sin embargo, y según Shapiro,
incluso en estados sin leyes específicas “a menudo no enseñar
la evolución era simplemente lo normal”. El historiador explica
que en la mayoría de las escuelas primaba evitar la controversia.
Y añade: “Entonces y ahora”.

Pásate por Intro >> Resumen temático
>> Charles Darwin.
“Las estrategias antievolución han cambiado en respuesta
a los casos legales”, prosigue Shapiro. La llamada Ciencia
de la Creación logró sortear las trabas alegando que se basaba
en la observación de la naturaleza, hasta que fue declarada
inconstitucional en los años 80; pero solo para ser sustituida
por el Diseño Inteligente, “que arguye contra la suficiencia
de la evolución para explicar la vida, y que no especifica
ninguna sugerencia teológica sobre qué o quién es el diseñador”,
expone Shapiro. En 2005 un nuevo juicio tumbó también la enseñanza
de esta versión; pero, dice Shapiro, las leyes de libertad
académica siguen amparando que los profesores enseñen lo que
les parezca sin restricciones. Con motivo del centenario del
juicio de Scopes, el director del National Center for Science
Education, Glenn Branch, escribe en Scientific American que
“la enseñanza de la evolución tiene un futuro brillante en
EE UU”. Branch alude a las encuestas, según las cuales la
aceptación de la evolución ya es mayoritaria entre el público,
y entre los profesores de biología de instituto ha crecido
al 67% (del resto, un 18% todavía ofrece el creacionismo como
alternativa). ¿Se consolidará esta tendencia bajo el segundo
mandato de Donald Trump? Prueba de la resistencia es que en
2017 la colocación de una estatua de Darrow en Dayton —la
de Bryan se erigió en 2005— suscitó la oposición de una parte
de la comunidad. Una vecina dijo a The New York Times que
esa “estatua atea” podría desencadenar una plaga o una maldición.
Aún hoy, en la Norteamérica rural conservadora, la evolución
transcurre despacio.
--------------------------------------------------------------------------------------------------------------







--------------------------------------------------------------------------------------------------------------

--------------------------------------------------------------------------------------------------------------
|