Millones de personas en las calles de la antigua Saigón han
celebrado este miércoles el 50 aniversario del fin de la guerra
de Vietnam. El tradicional desfile del Día de la Reunificación,
con más de 13.000 participantes, ha levantado más expectación
que nunca, en un ambiente festivo. En el recuerdo, la mañana
del 30 de abril de 1975, en que las tropas del Viet Cong entraron
en la capital del antiguo Vietnam del Sur, tres horas después
de que el último helicóptero cargado de marines despegara
del tejado de la embajada de EE.UU.. Atrás quedaban décadas
de lucha y tres millones de muertos. Hoy, por primera vez,
un contingente de 118 soldados y oficiales de la República
Popular de China, cantando en vietnamita, ha desfilado en
la efeméride. Acompañado -también en primicia- por dos batallones
de tamaño similar de los ejércitos de Laos y Camboya. To Lam,
secretario general del Partido Comunista y hombre más poderoso
de Vietnam, ha agradecido el apoyo de dichos países -y de
la extinta URSS- en la guerra de liberación, así como la solidaridad
“de los progresistas de todo el mundo, incluidos los de EE.UU.”.

Vietnam ha invitado a desfilar por primera vez a soldados
de China, Camboya y Laos.
Algunos han definido la celebración de hoy como la mayor
concentración en la historia de Ciudad Ho Chi Minh y, por
extensión, de Vietnam. Mucha gente empezó a tomar posiciones
a lo largo del recorrido más de doce horas antes de que empezara,
con la intención de pasar allí la noche. En muchos casos,
enfundada en camisetas rojas con estrella amarilla, a juego
con la bandera del país. En la parada militar, un retrato
gigante de Ho Chi Minh fue paseado montado en un tanque. Desde
las alturas, le daban cobertura helicópteros de fabricación
rusa y, todavía más arriba y haciendo piruetas, cazabombarderos
Sujói. A ras de suelo, además de batallones masculinos o femeninos,
desfilaban civiles cuidadosamente seleccionados, como cincuenta
de los mejores estudiantes del país o representantes de cada
una de las 54 minorías nacionales de Vietnam.
“Venimos a pasarlo bien, esto solo pasa una vez en la vida”,
explicaba Tran Hoang Yen, una saigonesa de 22 años vestida
para la ocasión con un vestido tradicional en la época, ante
el que fuera palacio presidencial del gobierno títere de Vietnam
del Sur, hoy museo. El desfile lo cerró un camión cargado
de famosos de la pequeña y gran pantalla y del deporte, así
como algunas misses. Sin embargo, la reunificación de los
dos Vietnam -que estuvieron separados más de veinte años-
no ha disipado del todo las diferencias, en algunos casos
preexistentes. Aunque muchos colaboradores del régimen pro
estadounidense se exiliaron a California, donde siguen sus
descendientes, como decenas de miles de familias de la etnia
hmong (Vietnam y Laos) igualmente colaboracionistas. Ninguno
de ellos, en cualquier caso, ha tenido allí una influencia
remotamente parecida a la del exilio cubano, cuyo epígono
es el actual secretario de Estado, Marco Rubio.

Muchos jóvenes para los que la guerra de Vietnam parecía
ser poco más que la batallita del abuelo se han unido a la
celebración del 50 aniversario de la Reunificación.
El Vietnam del Norte en la órbita de Moscú absorbió al Vietnam
del Sur en la órbita de Washington, en el punto culminante
de la guerra fría. Pero la globalización capitalista ha terminado
abduciendo al Vietnam resultante, pese al férreo control político
del partido comunista. Algo de síntesis hay en este tigre
asiático, cuyas motas siguen teniendo forma de hoz y martillo,
algo no contemplado en los manuales de zoología económica.
Como tampoco estaba previsto que hicieran cola para abrir
sus cadenas de producción tantas multinacionales, principalmente
estadounidenses, pero también surcoreanas y japonesas, además
de chinas. Su destino preferente es una ciudad que hoy lleva
el nombre de un revolucionario, Ho Chi Minh, y que sigue siendo,
orgullosamente, como cuando se llamaba Saigón, la mayor ciudad
de Vietnam y su motor económico. No solo la huella estadounidense,
sino también la mucho más profunda del colonialismo francés,
es allí más perceptible que en Hanoi, dos mil kilómetros más
al norte, donde el legado confuciano está más arraigado, con
China a un tiro de piedra.
Aun así, To Lam publicaba este miércoles un llamamiento a
“la unidad” y a “la superación del odio”. Algo en que los
vietnamitas han demostrado ser muy buenos, hasta el punto
de que los estadounidenses son recibidos en el país sin la
más mínima muestra de hostilidad. Esa misma generosidad llevará
al gobierno vietnamita a liberar 8.000 presos esta semana,
aunque ninguno de ellos será un disidente político. El caso
es que, cincuenta años después de humillar a la superpotencia
estadounidense con su primera gran derrota militar (Afganistán,
con parecida evacuación final en helicóptero, llegaría mucho
más tarde), Vietnam se ha convertido en el país con mayor
superávit comercial con Estados Unidos, después de China y
México. Un 30% de la economía vietnamita depende de las exportaciones
a su antiguo enemigo.
En este contexto, la amenaza (ahora en suspenso) de Donald
Trump, de aplicar aranceles del 46% a los productos vietnamitas,
supone una auténtica espada de Damocles. De ahí que Xi Jinping
fuera muy bienvenido en Hanoi a principios de mes, en su segunda
visita en dos años. Algo excepcional.

En el acto, de izquierda a derecha, el presidente de Vietnam,
Luong Cuong, acompañado del jerarca de Camboya Hun Sen -hoy
presidente del Senado- en uniforme y el presidente de Laos,
Thongloun Sisoulith. Tres países que vivieron aquella guerra
en sus carnes.
No es esta la única amenaza que comparten. La fuente de legitimidad
de los militantes del Partido Comunista de Vietnam fue durante
décadas su descomunal sacrificio y su victoria final en la
emancipación nacional y la reunificación. Pero los vietnamitas
de hoy, montados en sus motos, dan por supuesta la soberanía.
Así que, desde hace más de dos décadas, la supervivencia del
régimen le debe más a su eficacia a la hora de aumentar el
nivel de vida que a la complicidad ideológica. To Lam, como
Xi Jinping, ha entendido que sus compatriotas no ven mal que
“algunos se enriquezcan antes”, por decirlo a la manera de
Deng Xiaoping. Lo que no soportan es que esa riqueza provenga
de la corrupción y que esta no se persiga. Esa es la actual
prueba de fuego de los últimos partidos comunistas en el poder,
en Vietnam como en China.
El dominó no solo no cayó, sino que poco después el que caía
era el Pacto de Varsovia, hasta la disolución de la URSS.
Vietnam sufrió y muchos vietnamitas que se habían formado
en Europa Oriental se quedaron allí varados. Pero la cercanía
a China salvó al régimen comunista, como ha sucedido también
en Corea del Norte, Laos y Camboya (en este último caso, sin
la hoz ni el martillo, pero bajo la misma familia de Hun Sen).
Asimismo, la reforma económica ha hecho prosperar a muchos
de sus habitantes, cuya disciplina y laboriosidad -y un nivel
educativo superior al del resto de Indochina- estaban fuera
de duda. Vietnam lleva muchos años exhibiendo un crecimiento
económico parecido al de China y la apertura económica le
ha convertido en una de las 35 mayores economías del mundo.
Es más, en una mediana potencia industrial exportadora (y
reexportadora). Vietnam se deja cortejar, hasta por sus antiguos
enemigos -incluida Corea del Sur- para ganar margen de maniobra
frente a su colosal vecino del norte.

Uno de los últimos vuelos de evacuación desde
el tejado de la embajada en Saigón, el 29 de Abril
de 1975.
Cabe recordar que la guerra de Vietnam -como antes la de
Corea- fue fundamental para la prosperidad de Japón, que abastecía
muchas de las necesidades de la ocupación estadounidense.
También contribuyó a consolidar la dictadura de Ferdinand
Marcos en Filipinas y largos periodos de dictadura militar
en Corea del Sur, Tailandia e Indonesia. Mientras tanto, Laos
y Camboya, utilizadas como corredor por el ejército de Vietnam
del Norte, fueron igualmente arrasadas con bombardeos estadounidenses
y desforestadas y envenenadas con agente naranja, aunque de
forma no declarada. En sus arrozales sigue habiendo cientos
de miles de minas estadounidenses desperdigadas. Aunque China
contribuyó con 300.000 soldados en el esfuerzo bélico de los
comunistas de Vietnam del Norte -además de en la defensa aérea,
logística y avituallamiento- a finales de los setenta hubo
fricciones entre ambos regímenes socialistas, después de que
el ejército vietnamita derrocara al sangriento régimen maoísta
de los Jemeres Rojos, en Camboya. China invadió el norte de
Vietnam para darle una lección, pero fue el Ejército Popular
de Liberación el que terminó retirándose con el rabo entre
las piernas. Hoy el objeto de disputa son las islas Spratley
y Paracelso en el mar de la China Meridional, aunque los líderes
de ambos países se han comprometido a ponerle sordina al litig,
en un momento de gran tensión internacional.
La revolución cubana y la oposición a la guerra de Vietnam
fueron los banderines de enganche de la izquierda antiimperialista
en los años sesenta y setenta, de la mano de la contracultura,
el pacifismo y la revolución sexual y de costumbres asociada
al Mayo del 68, que recorrió occidente. Facilitar la salida
del avispero vietnamita fue uno de los dos motivos por los
que el presidente estadounidense Richard Nixon, asesorado
por Henry Kissinger, se encontrara con el viejo Mao Zedong
en Pekín. El otro era profundizar la cuña entre la URSS y
la República Popular de China. El precio a pagar fue la retirada
de las tropas -y el reconocimiento- de Taiwán, la otra China.

Hablamos de aranceles este mismo mes en los
destacados.
58.000 féretros después, Washington terminó musitando que
enredarse en la guerra de Vietnam -como relevo de Francia-
fue producto de una percepción errónea de los intereses estadounidenses.
La teoría del dominó, que suponía que el comunismo iba a a
adueñarse de un país asiático tras otro, si caía Vietnam del
Sur, se demostró falsa. En vez de eso, una década más tarde
empezaba la Perestroika en la URSS -y el Doi Moi en Vietnam-
poco antes de que el Ejército Rojo se retirara de Afganistán.
Medio siglo después, Vietnam y todos sus vecinos, excepto
Birmania, saborean los dividendos de la paz. Que sus fábricas
empiecen a ser vistas en EE.UU. como amenaza -y no como oportunidad-
no deja de ser una segunda victoria, casi igual de dulce.
Por lo que Vietnam no tiene inconveniente en comprometerse
a comprar más productos agrarios a agricultores y ganaderos
de los Estados Unidos de América. Siempre y cuando pueda seguir
vendiéndoles “sus” teléfonos Samsung, “sus” ordenadores Dell
o “sus” zapatillas Nike y proteger su empleo industrial.
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