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12 - Junio - 2020
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Cazadores furtivos ugandeses han asesinado a Rafiki, uno de los gorilas de montaña más famosos de Uganda, cuya especie está en grave peligro de extinción y de la que solo quedan un millar de ejemplares, en el Parque Nacional del Impenetrable Bosque de Bwindi, según han explicado este viernes las autoridades. La Autoridad de Vida Salvaje de Uganda (UWA) ha arrestado a cuatro sospechosos en el mismo parque de Bwindi (sudoeste del país), que colinda con Ruanda y la República Democrática del Congo, el único rincón del mundo donde habita esta especie de gorilas.

Uno de ellos, detenido el pasado 4 de junio, tenía carne de potamoquero (una especie de cerdo salvaje) y varias armas de caza. Y ha confesado que ha matado al conocido primate en defensa propia, explicando que el animal les intentó atacar, a él y a los otros tres sospechosos, que se encuentran bajo custodia policial a la espera de juicio. Rafiki, que significa "amigo" en suajili, era el macho de espalda plateada (dominante) de la familia de Nkuringo, formada por 17 miembros, además de ser una figura muy aclamada entre los ugandeses y los visitantes del parque.

Según la autopsia, ha fallecido después de que un objeto afilado le atravesase la parte superior izquierda de su abdomen hasta alcanzar sus órganos. Rafiki llevaba desaparecido desde el 1 de junio y fueron los equipos de rastreadores del parque los que encontraron su cadáver en la misma reserva natural. El bosque de Bwindi, inscrito en el Patrimonio Mundial de la Humanidad de la Organización de la ONU para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), es el refugio de casi la mitad de los gorilas de montaña que quedan en el planeta, de acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

La población de gorilas de montaña, especie en peligro crítico de extinción que habita en tres parques de Uganda, República Democrática del Congo y Ruanda, se estima en 1.004 ejemplares, según el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF).

En apenas ocho años, la población de esta especie -la beringei beringei- ha aumentado en el congoleño parque de Virunga de 480 ejemplares en 2010 a 604 en la actualidad (41 grupos y 14 machos); los que sumados a los gorilas de la parte ugandesa ascienden a una estimación total de 1.004 ejemplares.

"¡Clac, clac, clac, clac!". Las ráfagas de disparos de las cámaras fotográficas rompen la plácida monotonía de la selva impenetrable de Bwindi, en Uganda. La imagen de Bahati, que significa el afortunado, un colosal ejemplar macho de gorila de montaña (Gorilla beringei beringei) refulge entre el espesor arbóreo. El grupo de turistas ha caminado durante más de dos horas, serpenteando las empinadas laderas del bosque húmedo de montaña (a unos 2.100 metros de altitud) antes de encontrarse cara a cara con el ser vivo que inspiró el mito de King Kong. Sentado en el suelo y distraído, su espalda de pelaje blanco reposa en el tronco de un árbol. Ajeno a la excitación que está provocando entre los visitantes, el 'espalda plateada' aplasta y mastica hojas, mientras sus 240 kilos de puro músculo no muestran el menor signo de tensión.

"Intenten evitar el contacto visual, bajen la mirada si el gorila les mira directamente a los ojos", ruega uno de los rastreadores mientras aparta arbustos y ramas para mejorar el tiro de las cámaras. Utiliza su machete, una tremenda hoja de acero afilada rematada con una empuñadora de madera. Es el mismo arma que utilizaron los cazadores furtivos para acabar con la vida de la primatóloga estadounidense Dian Fossey en Ruanda, en 1985. Ella fue la primera defensora de estos grandes simios, y la impulsora de los proyectos para su conservación, en África Oriental. En la actualidad la Fundación que lleva su nombre continúa trabajando para la preservación y conservación de los gorilas.

Protegerlos siempre ha sido peligroso, y visitarlos tampoco está exento de riesgo. "Nunca se sabe cuando uno puede toparse con problemas en medio de la selva", repone Wilber Tumwesigye guía y guardabosques de la Autoridad Ugandesa para la Vida Salvaje (UWA). Por eso, dos soldados acompañan a los turistas en su rastreo de gorilas. La culata de madera del kalashnikov de uno de ellos descansa en el suelo, mientras el otro uniformado sostiene su AK-47 colgado del hombro, por una correa hecha con una tira de goma con dos nudos.

De repente la maleza cruje al ser pisada, y todos aguantan la respiración. Bahati se incorpora y asciende majestuosamente por el tronco, para terminar afianzándose entre dos ramas gruesas. Desde lo alto, observa sus dominios, en la región de Nkuringo (Uganda). Un territorio cada vez más amenazado por la deforestación y la creciente presión de los campos de cultivo cercanos. No en vano, en algunos países donde hay presencia de gorilas, como en Ruanda, su hábitat no supera los 480 quilómetros cuadrados, una extensión del tamaño de la ciudad de Nueva York, aproximadamente.

Bahati, el espalda plateada, en el Bosque Impenetrable de Bwindi (Uganda).

En la actualidad quedan 1.000 gorilas de montaña en todo el mundo, según el último informe de la Fundación Internacional Dian Fossey. Existen dos poblaciones, una en el macizo de Virunga (territorio compartido por Ruanda, Uganda y la República Democrática del Congo) que cuenta con 604 individuos (según el último recuento del censo de 2016). La segunda se encuentra en el Bosque Impenetrable de Bwindi en Uganda, con más de 400 ejemplares (son datos del último censo de 2011). Por primera vez desde hace 30 años se ha logrado sobrepasar el millar de ejemplares. "El aumento no se debe a que haya habido más alumbramientos de lo normal, sino a que los gorilas están siendo protegidos de peligros como trampas y furtivos, nuestro objetivo es erradicar la caza ilegal", apunta Wilber.

Lejos ha quedado ya aquel fatídico año 1977 cuando la población de gorilas de montaña tocó fondo, con tan sólo 250 individuos en libertad. La caza indiscriminada, la presión de las actividades humanas y el comercio ilegal llevaron a estos grandes simios casi al borde del exterminio. Por aquel entonces se creía que la especie se extinguiría con la llegada del cambio de milenio. Hoy hay motivos para la esperanza. La situación oficial de la especie acaba de ser reevaluada, y ha pasado de "en peligro crítico de extinción", el nivel más alto de amenaza, a "en peligro de extinción", un nivel ligeramente inferior. "Nosotros estamos con las botas en el terreno 365 días al año", recalca Veronica Vecellio, asesora sénior para el programa Gorilas de la Fundación Dian Fossey. La fundación cuenta con 70 rastreadores y da formación a biólogos ruandeses y congoleños para intensificar las medidas de conservación. También realiza actividades de participación con las comunidades de personas locales enfocadas a la educación y convivencia con las poblaciones de gorilas.

Desde el centro de investigación de Karisoke, en Musanze, una de las ciudades más populosas de Ruanda, la Fundación lleva más de medio siglo monitorizando a estos grandes primates y velando por su supervivencia. "Les damos protección directa estando físicamente en el bosque con los gorilas cada día, recogiendo información sobre su comportamiento y su salud", explica Vecellio. Uno de los principales peligros es el contagio de enfermedades que pueden transmitirles las personas, ya que su sistema inmunológico es más débil que el de los seres humanos.

"Hemos creado grupos anti-cazadores furtivos para detectar y denunciar las actividades ilegales que puedan suceder en el Parque Nacional de los Volcanes, –en Ruanda-", recuerda Vecellio. También, al otro lado de la frontera, en Uganda, la ley se ha endurecido en las últimas décadas. "Si alguien entra sin el permiso en el parque nacional de Bwindi, puede acabar en la cárcel, si se demuestra que ha matado a algún gorila o a otro animal. Puede ser condenado a 20 años de prisión, a pagar 200 millones de chelines ruandeses (unos 67.000 dólares), o a ambas penas a la vez, dependiendo del valor de los animales abatidos", dice con seriedad Wilber. Afortunadamente, la presión de las autoridades ruandesas, ugandesas y congoleñas ha propiciado que los gorilas de montaña hayan quedado fuera del comercio ilegal. Aunque el peligro siempre está latente, apuntan desde las entidades conservacionistas.

Una cría de gorila de montaña sentada en el regazo de su madre.

Dos ojos curiosos envueltos en una pequeña maraña de pelo negro escrutan a los visitantes desde el regazo de su madre. Es el orgullo de Bahati, su descendencia. Con pocos meses de vida, esta cría ya ha revolucionado a su familia. El pequeño se retuerce y juega al escondite con la ayuda de hojas y ramas. Mientras, los rayos de luz se cuelan entre la exuberancia de la vegetación, iluminando al resto de las hembras que se encuentran acomodadas sobre la hierba, muy cerca unas de otras. Sus rostros son perturbadoramente humanos. Una de ellas logra abrazar a la revoltosa cría, y empieza a sanearle de insectos y parásitos. Es el vivo retrato de una familia. "En la actualidad el núcleo familiar se compone de un macho, tres hembras y una cría, son los Bushaho, que en la lengua local significa monedero. Se les ha bautizado así porque su territorio es muy rico, además porque la visita de los turistas da dinero a las comunidades locales", asegura Wilber.

El rastreo de gorilas con un fin turístico ha contribuido a financiar una parte de los proyectos de recuperación de la población de gorilas y también ha repercutido positivamente en el progreso de las aldeas cercanas a las zonas protegidas. La entrada al Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda, así como el acceso a una familia de gorilas cuesta unos 1.300 euros por persona. Hacerlo en Uganda, en el Bosque Impenetrable de Bwindi cuesta la mitad aproximadamente, unos 750 euros. "El 20% del coste de la entrada se destina al desarrollo de las comunidades locales, por ejemplo a construir escuelas, también para ofrecer microcréditos para proyectos de mejora", destaca el guia.

El aumento del número de gorilas de montaña también se debe al hecho de que los conservacionistas y las comunidades locales llevan ya varios años trabajando codo con codo. En el caso del Bosque Impenetrable de Bwindi se han establecido unos límites que ni los agricultores ni los gorilas deben traspasar para intentar que prevalezca la armonía. Se ha comprobado que las plantaciones de té ahuyentan a los gorilas, así que se ha creado una especie de barrera natural a base de este arbusto, que mantienen alejados a los primates de los campos de cultivo. Así se evitan muchos enfrentamientos que en el pasado acababan con la muerte de los gorilas, a manos de los agricultores. "Aún así, si los gorilas se mueven y se adentran en el terreno de los humanos, informamos inmediatamente a las comunidades locales y les pedimos que nos ayuden a hacerlos volver al parque porque los lugareños saben lo importantes que son estos animales para ellos", reconocen desde la Autoridad Ugandesa para la Vida Salvaje.

Un gorila de montaña abraza a su cría en el Parque Nacional de los Volcanes, en Ruanda.

A pesar de las buenas noticias, "el éxito no deja de ser muy frágil, un millar de ejemplares continua siendo una cifra muy baja", insiste Vecellio de la Fundación Dian Fossey. Además, las perspectivas para el resto de especies y subespecies no son demasiado halagüeñas. Los gorilas de Grauer (Gorilla beringei graueri) –presentes en Camerún, Gabón, Guinea Ecuatorial, Angola y en la República Democrática del Congo– han sufrido un descenso del 70% de su población, en los últimos 20 años. En la actualidad se cree que todavía quedan unos 3.800 gorilas de Grauer en el Congo, en los parques nacionales de Kahuzi Biega y de Maiko. "Esta subespecie está amenazada por los enfrentamientos civiles, las minas antipersona, los cazadores furtivos en busca de su carne para la venta ilegal, las trampas y la deforestación", alerta Vecellio.

Los gorilas que son confiscados a los cazadores furtivos son trasladados a santuarios como el centro de recuperación GRACE o al orfanato para crías de gorilas Senkwenkwe, en la RDC. "Llegan en unas condiciones de salud horribles y necesitan rehabilitación y mucho cuidado sobre todo los pequeños, porque las madres son asesinadas cuando intentan defender a sus crías de los cazadores", se lamentan desde la Fundación Dian Fossey.

"¿Qué cómo puedes ayudar?", pregunta de forma retórica Vecellio, "el mejor modo de proteger a los gorilas es convirtiéndote en donante y adoptando a uno, a través de la página web, donde también explicamos el trabajo que hacemos". En el bosque de Bwindi, en Uganda, Bahati indica con un chasquido agudo a su familia que ha llegado la hora de abandonar el lugar en busca de comida. Es la última oportunidad para inmortalizar al espalda plateada en todo su esplendor, mientras desciende del árbol estirando todo su cuerpo. En pocos segundos los miembros de la familia Bushaho desaparecen, como sombras, tras la espesura de la selva, dejando en la mente de los visitantes la sensación de haber participado de un encuentro único e irrepetible. "Sin los turistas es mucho más difícil para nosotros proteger a los gorilas, por favor seguid visitándonos y apoyándonos con vuestro dinero para que los gorilas sigan existiendo", implora Wilber. ¡Larga vida a King Kong!

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