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10 - Agosto - 2021
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Los expertos del clima de la ONU han lanzado hoy un nuevo y contundente aviso sobre el cambio climático. Está aquí y el ser humano es el culpable de los cambios sin precedentes que se están experiementando: temperaturas de récord, sequías, graves incendios difíciles de apagar, lluvias torrenciales... no hay lugar en la Tierra que se libre de los efectos del cambio climático. Una de las advertencias que han lanzado los científicos hoy ha sido sobre el deshielo del permafrost. Pero... ¿qué es el permafrost?, ¿por qué es tan importante?

El permafrost es una capa de suelo peramanente congelada formada por tierra, hilo y roca. Para que el suelo pueda catalogarse como permafrost técnicamente debe permanecer completamente congelado durante al menos dos años seguidos. Se estima que la superficie de permafrost es de unos trece millones de kilómetros cuadrados. Es decir, la cuarta parte de las tierras del hemisferio norte. Y gran parte de toda esa superficie lleva congelada no solo dos años, sino miles de años.

El deshielo del permafrost puede provocar la liberación a la atmósfera de millones de toneladas de metano y dióxido de carbono orgánico. Estas se han ido acumulando bajo la superficie durante miles de años. Y estos gases, pueden agravar aún más el cambio climático. Pero no sólo está el problema de la liberación de gases, sino la posible aparición de microorganismos letales. Cabe recordar el caso en el que en 2015 se encontró la carcasa deun reno muerto en la península de Yamal (Siberia). Lo que se podría haber quedado como una anécdota acabó en un brote de carbunco que acabó con la vida de más de dos mil renos y un niño de doce años (y una docena de personas infectadas). ¿La culpa? Los restos orgánicos del reno contenían Bacillus anthracis, la bacteria responsable del carbunco. Este suceso solo es una prueba de los riesgos biológicos que podría suponer el deshielo del permafrost, pero no el único. En el año 2014, en un fragmento de permafrost siberiano, se encontraron tres virus gigantes -Pithovrius sibericum, Pandoravirus y Mollivirus sibericum- con una antigüedad próxima a los treinta mil años y que aún conservaban capacidad infecciosa. También existe el caso de dos momias del siglo XVIII encontradas en 2012 y que eran portadoras de la viruela (enfermedad actualmente erradicada).

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Desde que aparecieron por primera vez en 2014 han causado fascinación y temores dentro y fuera de Siberia. Se trata de unos cráteres inmensos que se abren de forma abrupta en la superficie en este vasto territorio de Rusia. Recientemente, un equipo de la televisión local descubrió uno nuevo de forma accidental que se cree que tiene unos 50 metros de profundidad.

Luego, un grupo de científicos realizó una expedición para examinar el gran agujero en forma de cilindro y no pudieron contener el asombro. "Lo que vimos hoy es sorprendente por su tamaño y grandeza. Son las fuerzas colosales de la naturaleza las que crean tales objetos", dijo al diario Siberian Times Evgeny Chuvilin, investigador principal del Instituto de Ciencia y Tecnología de Skolkovo que participó en la expedición científica.

De acuerdo con la prensa local, se trata del "más impresionante" de los 17 cráteres que han aparecido en esta región en los últimos años y que se cree que son causados por la acumulación de gas metano debajo del hielo de la superficie. "Este objeto es único. Contiene mucha información científica adicional, que aún no estoy listo para divulgar", dijo el geólogo Vasily Bogoyavlensky, del Instituto Ruso de Investigación de Petróleo y Gas en Moscú a la televisora Vesti Yamal.

Hay reportes de unos 17 cráteres de este tipo en Siberia.

Según un reporte del Instituto de Ciencia y Tecnología de Skolkovo, estos agujeros son llamados hidrolacolitos y comenzaron a aparecer en esta zona en 2014 como consecuencia del derretimiento del permafrost (la capa de suelo permanentemente congelado —pero no permanentemente cubierto de hielo o nieve— de las regiones muy frías o periglaciares, como la tundra siberiana). Bogoyavlensky explicó a la televisora que los cráteres aparecen porque "se forman cavidades saturadas de gas en el permafrost" y luego, producto el derretimiento del hielo de la superficie, son liberados a la atmósfera. "En un sentido literal, es un espacio vacío lleno de gas a alta presión y se forma cuando la capa de hielo de la cobertura se distiende ", dijo.

De acuerdo con Siberian Times, en muchas ocasiones, el surgimiento de estos cráteres está asociado a grande explosiones, por el gas que escapa de las profundidades. Bogoyavlensky consideró que las actividades humanas, como la extracción de gas de las vastas reservas de Yamal y el cambio climático podrían ser dos factores detrás de sus apariciones.

Estos cráteres, según medios rusos, representan una rara ocasión de mirar al mismo tiempo al pasado, al presente y al futuro. Las capas de sedimento expuestas revelan cómo fue el clima en la región durante 200.000 años, un registro geológico que puede ayudar a comprender cómo será en el futuro la adaptación de la región al calentamiento global. Y al mismo tiempo, un potencial crecimiento del cráter puede ser un indicador inmediato del creciente impacto del cambio climático en el permafrost.

Según explicó con anterioridad a la BBC Julian Murton, profesor de Ciencia del Permafrost en la Universidad de Sussex en Inglaterra, el proceso que llevó a la exposición de estos cráteres se inició en la década del 60. La rápida deforestación en la zona implicó que en los meses de verano el terreno dejó de estar protegido por la sombra de los árboles. Los rayos del sol calentaron el terreno y el proceso se aceleró ante la falta de transpiración vegetal, que habría disminuido la temperatura del suelo. "Esta combinación de menos sombra y transpiración llevó a un calentamiento de la superficie", explicó Murton.

En algunos cráteres descubiertos con anterioridad, como el Batagaika., la pared ha crecido un promedio de 10 metros al año. Pero en años de mayor temperatura el incremento ha sido de hasta 30 metros.

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Con pasos certeros, Erel Struchkov sortea las estrías de arena y los torcidos matorrales en la pronunciada pendiente del cráter Batagaika. Hace tres lustros que bajó por primera vez al fondo de la megadepresión, la mayor creada por deshielo de permafrost del planeta. En su pueblo, Batagai, a unos 50 intransitables kilómetros del gran agujero, se rumoreaba que en verano, cuando desaparece la gruesa capa de nieve y hielo que lo recubre todo en una zona de Siberia que alcanza fácilmente los 50 grados negativos en invierno, se podían hallar en el fondo preciados colmillos de marfil de mamut y grandes huesos prehistóricos, que habían permanecido congelados durante siglos y que comenzaban a aflorar con el deshielo de aquel suelo antiguo. “Apenas hace falta aguzar el oído para sentir el quejido de la tierra”, susurra Struchkov, de 35 años, hoy convertido en guía científico del área. El crujido es constante, casi musical. Hasta que el calor cada vez más agudo y sostenido de julio hace burbujear las gélidas paredes del cráter, que liberan de sus brillantes vetas, como con un disparo, pedazos de roca y losas hielo viejo, ampliando la enorme cicatriz en la tierra. El calentamiento global tiene consecuencias devastadoras en todo el planeta. Y el llamativo boquete, cuyo suelo de permafrost abarca hasta 650.000 años —el más antiguo de Eurasia, según los estudios—, es un indicador de lo que sucede en todo el mundo. Y representa la especial vulnerabilidad del Ártico, un territorio donde las temperaturas se han disparado hasta dos y tres veces más rápido que el promedio mundial durante los últimos 30 años, señala Anna Kurbatova, profesora de Ecología de la Universidad RUDN.

También visibiliza el impacto del deshielo del permafrost (que también se localiza en gran cantidad bajo Alaska, partes de Canadá o Escandinavia) en Rusia, donde hasta 170 variedades de ese suelo congelado de diferentes temperaturas, contenido de hielo y hasta 1,5 kilómetros de profundidad cubren dos tercios del país, precisa Alexander Fedorov, del Instituto Melnikov Permafrost de Yakutsk. Y especialmente en Sajá-Yakutia, una colosal región, tan grande como media Europa y que si fuera un país sería el octavo del mundo en extensión, que está asentada casi por completo sobre hielo subterráneo (también llamado permagel). Un territorio remoto del noreste de Siberia, conocido por sus durísimos Gulag desde la época zarista y sobre todo durante el estalinismo, en el que hoy viven menos de un millón de personas y cuya espléndida riqueza en diamantes, oro y otros recursos naturales no se traduce sin embargo en infraestructuras y desarrollo para la región. El pensamiento, vida y economía de Sajá-Yakutia, una de las zonas pobladas más frías del planeta, han estado asociados durante siglos con el permafrost estable. “Su deshielo y el fenómeno de desertificación del territorio están cambiando a pasos agigantados la sociedad, las infraestructuras y la estructura agrícola”, expone la experta Kurbatova. Y también la orografía de la estratégica región: propicia graves inundaciones, cubre el territorio de lagos y pantanos, alimenta los cada vez más devastadores incendios que devoran sus bosques o desencadena nuevos y profundos cráteres. Además, conforme ese suelo helado se derrite, bacterias y material orgánico congelados en él durante mucho tiempo se descomponen y provocan la liberación de gases de efecto invernadero. Y esto, a su vez, acelera el cambio climático. Un círculo vicioso.

Durante décadas, el cráter Batagaika se ampliaba en unos 10 metros al año. Desde 2016 crece casi 16 metros, según un denso estudio de la Universidad de Potsdam (Alemania). Hoy, el enorme boquete en las tierras altas del río Yana se asemeja desde el cielo a una mantarraya. O a un espermatozoide, bromea Erel Struchkov. Uno gigante, con la cabeza de un kilómetro de ancho, 2,5 kilómetros de largo y una oquedad rugosa de hasta 100 metros. En sus profundidades, los arroyuelos nuevos de agua helada exponen aún de cuando en cuando restos de fauna prehistórica y materia orgánica podrida que atufa el ambiente y atrae a osos y a pequeños depredadores. El antiquísimo permafrost del Batagaika había sobrevivido ya a eventos climáticos excepcionalmente cálidos. Incluso a temperaturas de hasta 5º más que los registrados durante los últimos 11.700 años, señala un informe reciente de un grupo de geocientíficos británicos, rusos y alemanes. Sin embargo, es muy sensible a las perturbaciones inducidas por el hombre, advierten los investigadores, liderados por Julian Murton, de la Universidad de Sussex.

El boquete de Batagaika fue un simple y canijo barranco sin nombre en las tierras altas del río Yana hasta que la tala de un bosque en la década de 1960 y la ausencia de sombra propició que se calentase el suelo y provocó el deshielo del permafrost justo debajo. El terreno se hundió. Los habitantes de los pueblos y aldeas cercanas lo llamaron entonces “el colapso del suelo”. Pero cuando empezó a ampliarse y a devorar más terreno, muchos pensaron que llegaría a ahogar incluso el pueblo de Batagai, y algunos bautizaron el cráter como “la puerta al inframundo”, el tercero de los universos, según la tradición y la religión sajá —uno de los grupos étnicos más numerosos de Siberia y mayoritario en la zona—, y en el que vive el diablo.

En ruso, el permafrost se llama poéticamente “suelo congelado eterno”. Pero no ha sido así. Su degradación se aprecia de forma cada vez más clara en el paisaje. Y no solo en el cráter Batagaika y otras depresiones causadas por el deterioro de esa capa helada. Las inundaciones provocan casi cada primavera importantes daños en innumerables y remotas aldeas. Y hace impracticable para el cultivo y el pasto ricos terrenos en los que antes había pueblos enteros y granjas de vacas o de caballos, acelerando los procesos migratorios y dejando el territorio, en el que moverse es una odisea, todavía más despoblado. En Rusia, sobre todo en Siberia, las tierras cultivables para la agricultura se han reducido a la mitad desde 1990 por la desaparición de las granjas estatales y el deterioro del terreno. En Churapcha, una ciudad conocida por su tradición de lucha libre sajá a unos 180 kilómetros de la capital regional, Yakutsk, la termoerosión es especialmente visible: ha abombado a ronchas prados enteros, que ahora parecen cubiertos de verrugas gigantes. Allí mismo, hace casi dos décadas, en el subsuelo, una expedición arqueológica localizó varias tumbas y cadáveres congelados datadas alrededor del año 1714. Ocho años después, el hallazgo de fragmentos del ADN de la viruela en el tejido pulmonar de una de las momias alertó a los expertos de todo el mundo, que hablaron de la “aterradora” —aunque improbable— posibilidad de la reaparición así del virus mortal.

Hasta la década de 1980, Sajá-Yakutia, denominada también como “reino del frío”, no conoció los problemas del calentamiento global, recuerda el científico Alexander Fedorov en su despacho de Yakutsk, con las paredes cubiertas de libros y mapas de la región, que comprende el 20% del territorio de Rusia. Su equipo estudia y mapea los distintos tipos de permafrost y su comportamiento. Investigan sobre el terreno pero también en las profundidades de la cueva excavada en el suelo de permafrost debajo del Instituto Melnikov. Con casi 30 grados en la calle, la temperatura 12 metros bajo el edificio es de -8º. “Estos procesos de calentamiento son muy tangibles para nosotros, la tierra se irá degradando y aquí viviremos cada vez peor. Pero si no detenemos el deshielo del permafrost el impacto negativo no solo se sentirá en la región; será enorme en todo el planeta”, advierte el experto. Kristina e Ivan Somaev no hacen pronósticos. Subsisten al día. O más bien invierno a invierno. La casa en la que viven la pareja y sus hijos, Denis y Vika, de 10 y cuatro años, es uno de los más de un millar de edificios de Yakutsk dañados por el clima y la pérdida del permafrost, según cifras del Ayuntamiento. En la capital de la región, donde viven unas 330.000 personas, la mayoría de las edificaciones están construidas sobre pilares. Pero aun así, la degradación del permafrost, el movimiento y los contrastes de temperatura entre los inviernos gélidos y los veranos cada vez más cálidos han agrietado muchas fachadas, carreteras y aceras. En casa de los Somaev, donde la mala construcción deja pasar el frío helador en invierno, las paredes zozobran. “La Administración insiste en que todo está bien, prometen que harán reparaciones, pero tras pequeños retoques las cosas siguen igual”, se lamenta Somaev.

El riesgo para las infraestructuras de que se derrita esa capa subterránea de terreno congelado no es pequeño. En junio del año pasado, provocó el derrumbe de un tanque de combustible diésel en Norilsk, que derramó fuel en una zona protegida. Fue el mayor vertido de la historia en el Ártico: 20.000 toneladas de diésel. Tras lo ocurrido, las llamadas de alerta de especialistas y ambientalistas y una insólita reprimenda del presidente ruso, Vladímir Putin, a la empresa responsable, la Fiscalía general rusa encargó un estudio de las infraestructuras estratégicas construidas sobre territorio de permafrost y por tanto vulnerables: desde puentes hasta depósitos de combustible o centrales eléctricas. Además de innumerables edificios de viviendas. Sin embargo, mitigar el daño provocado por la degradación del hielo en las infraestructuras rusas puede sumar más de 100.000 millones de dólares para 2050, calcula Dmitri Strelevskiy, de la Universidad George Washington, en un estudio.

En Yakutsk y otras partes de Sajá-Yakutia, la mayoría de los edificios se construyen sobre pilares, debido al permafrost.

Nariyana Romanova volvió hace poco a Yakutsk tras pasar una temporada viviendo en Moscú y viajando por el mundo. Ahora enseña inglés. Ama profundamente su región, pero le teme al futuro. “Tengo 27 años y me asusta que quizá mis hijos, y con toda probabilidad mis nietos, no encuentren las cosas como ahora”, se lamenta. Es pesimista. Y no es para menos cuando estos días Yakutsk se asemeja a una película distópica. La ciudad está envuelta en una nube ocre de humo tóxico, derivada de los salvajes incendios forestales que han devorado ya más de 1,6 millones de hectáreas de los densos bosques de taiga de la región.

El humo es tan denso que el aeropuerto suspendió durante un par de días los vuelos. Y las autoridades han advertido a la ciudadanía de que no salga de casa debido a la contaminación atmosférica: los análisis de satélite muestran que las partículas en suspensión en el aire PM2,5, tan diminutas que pueden penetrar en el torrente sanguíneo, han aumentado más allá de los 1.000 microgramos por metro cúbico en los últimos días, es decir, más de 40 veces la concentración recomendada por la Organización Mundial de la Salud. “El Gobierno y los burócratas no tienen previsión ni plan. Y mientras los fuegos no se acerquen a las ciudades se van a mantener impasibles”, dice Romanova, que critica las llamadas de alerta de las autoridades rusas sobre la emergencia climática como “insultantemente débiles”. En Verjoyanks, a unos 75 kilómetros del cráter Batagaika, Ayal Vasilev ironiza con que debido al cambio climático pronto se podrán cultivar allí sandías e incluso plátanos. “Los veranos son cada vez más cálidos y algunos se alegran, porque nos vamos desacostumbrando al frío y los inviernos fríos se hacen duros; pero es peligroso”, reconoce el joven de 20 años, que ha regresado a su aldea natal desde Yakutsk, donde estudiaba Pedagogía, para echar una mano a su madre, Larissa Popova, que trata de montar una casa rural para turistas.

La meteoróloga Liubov Perfilieva.

Aunque mantiene el estatus de ciudad, Verjoyansk, que una vez tuvo un pequeño aeropuerto, apenas cuenta ahora con un millar de vecinos. En el asentamiento, que compite con otro de la región por el título de Polo Frío (el lugar habitado más gélido del mundo), se registró una temperatura de -67,8ºC en 1885, comenta Liubov Perfilieva, técnica en su ya histórica estación meteorológica. El verano pasado batió otro récord; esta vez positivo: 38 tórridos grados. Los niños se lanzaron a chapotear en el lago y Perfilieva y la otra técnica de la estación se dispusieron, como hacen cada tres horas, a medir y anotar todas las variables en esa zona ártica; incluida la temperatura del permafrost. “Ahora a unos 10 metros se registran -8º”, dice la científica tras extraer la vara medidora de temperatura de un profundo agujero en el suelo. Las cosas han cambiado muy rápido en toda la zona, abunda el alcalde de Verjoyansk, Dulustán Kapitonov. “El año pasado, en el caluroso verano aparecieron pájaros desconocidos, con colas parecidas a loros. Y un oso polar caminó por el distrito”, recuerda el regidor, de 29 años. De hecho, en los últimos 25 años, los ornitólogos han identificado en Sajá-Yakutia 48 especies no autóctonas y raras en la región, como patos reales o golondrinas. “Los dichos populares y ‘recetas’ de nuestros antepasados ya no funcionan”, advierte. A Natalia Lapteva, conservadora del museo de Verjoyansk, que expone huesos de mamuts y bisontes y también la historia de algunos de los represaliados enviados a la zona, los rápidos cambios le generan algo de ansiedad. “Está sucediendo en todo el mundo, pero a nosotros nos afecta especialmente”, afirma.

Al derretirse, el permafrost también desvela vestigios de un pasado lejanísimo, el Pleistoceno. Mamuts congelados casi de una pieza, restos de bisontes, rinocerontes lanudos, leones cavernarios. Tesoros no solo para científicos de todo el mundo, que como Albert Protopopov, jefe del departamento de la Fauna Mamut de la Academia de Ciencias de Sajá-Yakutia, estudian su evolución. También para los cada vez más habituales cazadores de mamuts, que le sacan todo el jugo posible a la búsqueda de colmillos de marfil de estos animales extintos, que tienen un buen mercado sobre todo en China. Aunque estos mamíferos desaparecieron del continente siberiano hace unos 10.000 años, las autoridades de Sajá-Yakutia estiman que 500.000 toneladas de sus amarillentos colmillos todavía están enterradas en el suelo helado. En una de las salas del departamento de investigación de la Academia, gigantescos huesos de mamuts, astas de reno y restos de rinoceronte lanudo se agolpan en las estanterías metálicas. Apenas queda un milímetro libre. Es como una cueva de tesoros paleontológicos para los científicos. Con grandes congeladores de los que el biólogo Protopopov extrae con cuidado a Esparta, una cachorra de león cavernario de hace 28.000 años. Con los ojitos cerrados, está tan bien conservada que parece un peluche sobre el mostrador del laboratorio. Fue hallada por cazadores de mamuts en 2018. No lejos de otro cachorro de león cavernario aún más antiguo, de 48.000 años, un macho al que se ha llamado Boris. “Las consecuencias del calentamiento global y la degradación del permafrost, además del hecho de que cada vez más personas buscan colmillos de mamuts, está dejándonos hallazgos de forma más frecuente”, abunda el científico. El estudio de la fauna de la edad de hielo es clave, remarca Protopopov: “No solo porque arroja cada vez más datos sobre los propios animales extintos, también porque está directamente relacionado con el cambio climático”.

La cachora de león cavernario Esparta de hace 28.000 años, en una de las instalaciones de la Academia de las Ciencias de Sajá-Yakutia.

Alrededor del 80% de las muestras únicas de animales del Pleistoceno y Holoceno con tejidos blandos conservados se han encontrado en Sajá-Yakutia. Entre ellos, describe orgulloso Serguéi Fedorov, director de exposiciones del Museo del Mamut de Yakutsk, una mamut hembra lanuda que había estado enterrada en el hielo durante unos 15.000 años —hasta que emergió por el deshielo del permafrost en 2012 y fue localizada por cazadores—, y que estaba tan bien conservada que incluso se pudo extraer una muestra de sangre y médula, según el informe de los investigadores. “Fue épico”, dice el científico, que participó en las pesquisas, “aunque estuve oliendo a mamut dos meses”, ríe. Ese hallazgo, que atrajo a esa remota zona de Siberia a científicos de todo el planeta, y otros posteriores dieron mayor impulso a la secuenciación del genoma del mamut extinto y de otros animales, como los caballos originarios de Lena, también desaparecidos y de los que se han hallado ejemplares congelados con muy buena conservación. Pero también hace sobrevolar la idea de la clonación de estas especies. Fedorov cree que es aún demasiado pronto. Ve más probables los trabajos de “rediseño” del ADN del elefante asiático, el pariente evolutivo vivo más cercano, para que se asemeje al extinto mamut lanudo. Al norte de Sajá-Yakutia, en Chersky, a orillas del río Kolimá, celebre por los oscuros Gulag soviéticos, el científico Serguéi Zimov y su hijo, Nikita, han creado una estación de investigación y han puesto en marcha un proyecto pionero para restaurar el ecosistema prehistórico. Quieren demostrar su hipótesis de que la presencia de grandes herbívoros en la tundra ártica ralentiza el deshielo del permafrost. Su experimento se llama Parque Pleistoceno, un área en la que han desplegado caballos y renos autóctonos, pero también otros animales como bueyes o yaks. Sostienen que su pisoteo compacta el suelo y lo mantiene congelado, una idea en la que abundan otros estudios, como uno de la Universidad de Yale publicado en Science en 2018. Y en ese paisaje, creen los Zimov, sentir de nuevo las pisadas de mamuts sería el colofón.

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Un equipo de televisión ruso, que sobrevolaba la península de Yamal, observó en 2020 un agujero muy grande en la tierra. Aunque viendo las imágenes nos pueda parecer algo extraordinario, de hecho este era el agujero número 17 que se registraba en Siberia, el último que se había visto en el norte de Siberia desde que el fenómeno se registró por primera vez en 2014. Después de que el equipo de televisión de Vesti Yamal TV anunciara su existencia, un grupo de científicos realizó una expedición para examinar el gran cráter cilíndrico. Estos determinaron una profundidad de hasta 50 metros. Este tipo de ‘cráters’ se llaman hidrolacolitos o bulgunnyakhs y son causados por la acumulación de gas metano en bolsas de permafrost descongelado debajo de la superficie. Este era uno de los agujeros más impresionantes que han aparecido en los últimos años a medida que el permafrost se derrite, supuestamente por culpa del calentamiento global.

El científico Dr. Evgeny Chuvilin, investigador líder del Instituto de Ciencia y Tecnología de Skolkovo, reveló a The Siberian Times que se trataba de un agujero “sorprendente por su tamaño y grandeza. Estas son las fuerzas colosales de la naturaleza que crean tales objetos”. El profesor Vasily Bogoyavlensky, del Instituto Ruso de Investigación de Petróleo y Gas en Moscú, reveló que este agujero es “único, contiene mucha información científica adicional, que aún no estoy listo para divulgar. Este es un tema de publicaciones científicas. Tenemos que analizar todo esto y construir modelos tridimensionales”.

Según los expertos, estos cráteres aparecen porque se forman cavidades saturadas de gas en el permafrost. En un sentido literal, un espacio vacío lleno de gas a alta presión. La capa de cobertura se distiende, cuyo espesor es de 5 a 10 metros aproximadamente. Bogoyavlensky afirma que las actividades humanas, como la extracción de gas de las vastas reservas de Yamal, podrían ser un factor en la aparición de montículos y las erupciones, como las que han formado estos enormes agujeros.

Primera exploración del denominado 'agujero del mundo' en Yamal, Siberia.

Esta situación ha alarmado sobre el riesgo de desastres ecológicos si estos agujeros se siguen abriendo cerca de gasoductos, instalaciones de producción o en áreas residenciales, mismos que podrían poner en riesgo a los habitantes de la zona.

El permafrost (también denominado permahielo) es, a grandes rasgos una capa subterránea de tierra o roca con hielo y materia orgánica atrapada, que, estando lo bastante resguardada de la radiación solar, puede en su mayor parte permanecer congelado de manera ininterrumpida durante miles de años. Aunque el permafrost del fondo marino ha sido objeto de investigaciones desde hace décadas, la dificultad para llevar a cabo mediciones ha impedido realizar una estimación general de la cantidad de carbono y de su tasa de liberación. Un nuevo estudio, realizado por el equipo de Sara Sayedi y Ben Abbott de la Universidad Brigham Young en Estados Unidos, aporta datos nuevos y reveladores sobre la retroalimentación climática del permafrost submarino, generando las primeras estimaciones de la cantidad de carbono que alberga, su tasa de liberación de gases con efecto invernadero y la posible conducta futura de las zonas ricas en permafrost submarino. El estudio se titula “Subsea permafrost carbon stocks and climate change sensitivity estimated by expert assessment” y se ha publicado en la revista Environmental Research Letters, de IOP Publishing. Los autores de la nueva investigación combinaron los resultados de estudios publicados y de otros no publicados para estimar la cantidad de carbono submarino pasada y presente y la cantidad de gas con efecto invernadero que podría liberarse del permafrost submarino en los próximos tres siglos.

Sayedi, Abbott y sus colegas han estimado que las zonas de permafrost submarino actualmente almacenan 60.000 millones de toneladas de metano y 560.000 millones de toneladas de carbono orgánico. Como referencia, la civilización humana ha liberado un total de unos 500.000 millones de toneladas de carbono en la atmósfera desde la Revolución Industrial. El permafrost submarino es esencialmente el resultado de la última era glacial y reacciona muy despacio al aumento de las temperaturas. Solo ahora está comenzando a experimentar los efectos del cese de la era glacial, tal como subraya Sayedi. Sin embargo, las estimaciones del equipo de Sayedi sugieren que el permafrost submarino ya ha empezado a liberar cantidades sustanciales de gases con efecto invernadero, aunque más como consecuencia del cese de la última era glacial que por la actual actividad humana.

La línea de costa de la península Bykovsky en el centro del Mar de Laptev, Siberia, retrocede durante el verano, cuando bloques de permafrost ricos en hielo caen a la playa y son erosionados por las olas.

Sayedi y sus colegas alertan de que si continúa avanzando el calentamiento global causado por la civilización humana, la liberación de metano y dióxido de carbono del permafrost submarino podría aumentar sustancialmente, aunque este incremento se materializará durante los próximos tres siglos en vez de abruptamente.

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