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19 - Octubre - 2019
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Después de cancelarse en marzo por falta de trajes espaciales con las tallas adecuadas, la primera caminata espacial de dos mujeres astronautas finalmente tuvo lugar cuando las estadounidenses Christina Koch y Jessica Meir salieron juntas de la Estación Espacial Internacional (ISS) al vacío del espacio para reemplazar un sistema de carga de baterías eléctricas.

Muchas mujeres astronautas han participado en caminatas espaciales afuera de la ISS, pero siempre con un hombre. En marzo la NASA anunció que por primera vez que dos mujeres, Christina Koch y Anne McClain, formarían un equipo para salir.

Pero pocos días antes un compañero, Nick Hague, tuvo que reemplazar a Anne McClain en el programa de la salida, debido a que a bordo del laboratorio orbital había solo un traje con la talla adecuada para ambas mujeres listo para usar, lo que suscitó una lluvia de críticas por la falta de preparación de la agencia espacial.

Jessica Meir se unió en septiembre a la tripulación de la EEI.

La ISS cuenta actualmente con seis tripulantes: tres estadounidenses (Christina Koch, Jessica Meir, Andrew Morgan), dos rusos (Alexander Skvortsov, Oleg Skripochka) y el italiano Luca Parmitano. Las salidas espaciales duran varias horas y son relativamente frecuentes. Se utilizan para realizar trabajos de mantenimiento a la estación, puesta en órbita de la Tierra en 1998 y alimentada por grandes paneles solares.

Meir, a la izquierda, y Coch, preparando sus trajes y equipos para su primer paseo juntas, el pasado día 15 de octubre.

Koch, que es la decimocuarta mujer en hacer un paseo espacial, realizará su cuarta caminata, mientras que Meir se estrena en el exterior de la Estación Espacial Internacional (ISS) y se convierte en la decimoquinta mujer en hacerlo. Curiosamente, las dos astronautas pertenecen a la promoción de 2013 de la NASA, la primera de la historia que estuvo formada al 50% por mujeres y hombres.

La misión de las dos estadounidenses fue reemplazar uno de los controles de carga y descarga de las baterías que recogen la energía de los paneles solares en la estación. Durante la misión, que duró seis horas, a Koch se la identificó como el miembro de la tripulación extravehicular número 1, con traje espacial con rayas rojas, mientras que Meir es el 2 y su traje no lleva rayas.

Christina Koch, que compló el vuelo espacial más largo de una mujer mientras permanece en órbita hasta febrero de 2020, cree que este tipo de hitos son importantes para las mujeres: "Mucha gente se motiva gracias a historias inspiradoras de personas a las que se parecen y creo que es un aspecto importante que hay que contar".

"Lo que estamos haciendo ahora muestra todo el trabajo en las décadas anteriores de todas las mujeres que trabajaron para traernos al lugar donde estamos hoy", agregó su compañera, que estudia animales en condiciones extremas en la Facultad de Medicina de Harvard.

Durante la caminata, las astronautas tuvieron que corregir al presidente de EE UU, Donald Trump, que realizó una llamada desde la Tierra. Trump dijo durante su intervención que era "la primera vez que una mujer sale de la estación espacial" y luego agregó: "Sois personas increíbles; estáis llevando a cabo la primera caminata espacial femenina para reemplazar una parte exterior de la estación espacial". Meir tuvo que hacerle fact-check en directo a 400 kilómetros de altura: "No queremos apropiarnos del mérito porque ha habido muchas otras mujeres haciendo paseos espaciales antes. Esta es la primera vez que hay dos mujeres fuera al mismo tiempo".

Un tonto arruinando un momento histórico.

Jessica Meir, a la izquierda con el traje espacial, junto a su compañera Christina Koch, en una imagen tomada el 12 de octubre.

Momentos antes de la caminata, Ken Bowersox, líder del programa de exploración humana de la NASA, dijo unas palabras que explican bien los problemas que viven las mujeres astronautas. Hablando sobre los motivos por los que se había retrasado tanto un hito así aseguró: "Hay algunas razones físicas que a veces dificultan que las mujeres hagan caminatas espaciales". Y añadió, provocando muchas reacciones en contra: "Es un poco como jugar en la NBA, yo soy demasiado bajo para jugar en la NBA, y a veces las características físicas marcan la diferencia en ciertas actividades y las caminatas espaciales son una de esas áreas donde la forma de tu cuerpo hace la diferencia".

En este momento, la agencia espacial de EE UU cuenta con 38 astronautas en activo, de los que 12 son mujeres. El récord de la NASA de permanencia en el espacio lo tiene precisamente la comandante Peggy Whitson (665 días en órbita), quien además tiene el récord de paseos espaciales entre las mujeres, con ocho. Hace tres días, la NASA mostró los trajes diseñados para la misión a la Luna de 2024, en la que por primera vez la tripulación será mixta, lo que sin duda será otro gran hito de la astronáutica de las mujeres.

Desde que en 1965 el cosmonauta Alexei Leonov (fallecido la semana pasada) saliera por primera vez de su vehículo espacial, las mujeres han participado en 43 de los 221 paseos orbitales que se han producido hasta ahora. La primera en hacerlo fue la soviética Svetlana Savítskaya en 1984, que realizó su caminata junto a un hombre (Vladimir Dzhanibekov), como en todas las realizadas por sus compañeras hasta hoy. La astronauta de la NASA Kathryn Sullivan realizó su primera caminata espacial unos meses después que Savítskaya. La carrera espacial para las mujeres comenzó a despegar en la década de los ochenta, cuando la URSS y EE UU mandaron con escasos meses de diferencia a la propia Savítskaya (en 1982) y a Sally Ride (en 1983). Habían pasado dos décadas desde que Valentina Tereshkova saliera de la Tierra en 1963 y dijera su famoso: "Soy yo, Gaviota".

¿El primer delito cometido en el espacio?

Una astronauta estadounidense, Anne McClain, está siendo investigada por acceder a una cuenta bancaria de su expareja, la militar Summer Worden, durante su estancia en la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés), en el que sería el primer delito perpetrado en el espacio.

Worden y McClain se encuentran inmersas en un proceso de separación y custodia por su hijo de 6 años desde hace casi un año. Por eso Worden se extrañó cuando comprobó que McClain sabía de sus movimientos bancarios. Tras preguntar, su banco le respondió que había accesos con su usuario desde ordenadores de la agencia espacial estadounidense, la NASA.

McClain, que pasó seis meses de misión en la Estación Espacial Internacional, ha reconocido a través de su asesoría legal que accedió a la cuenta desde el espacio, pero asegura que simplemente lo hizo para controlar las cuentas de la pareja, aún relacionadas con las suyas.

Fue entonces cuando Worden presentó una denuncia ante la Comisión Federal de Comercio y su familia presentó otra ante la Oficina de Inspección General de la NASA acusando a McClain de robo de identidad y acceso inapropiado a los registros financieros privados de Worden. La Oficina de Inspección General de la NASA se puso en contacto con ambas.

A finales de 2014 y por primera vez desde su puesta en marcha, dos mujeres europeas habitaron la Estación Espacial Internacional (ISS, por sus siglas en inglés). La piloto italiana Samantha Cristoforetti se unió a la tripulación de la estación en la que ya estaba la rusa Elena Serova para sumar dos europeas en sus instalaciones. Fue la segunda vez en la historia de la astronáutica en que coincidieron dos mujeres allí: la primera vez, en 2010, fueron las norteamericanas Tracy Caldwell y Shannon Walker las que compartieron espacio junto a cuatro compañeros masculinos.

Cristoforetti, capitana de la fuerza aérea italiana, fue la primera mujer astronauta del país transalpino. Serova fue la primera cosmonauta rusa que visitaba la ISS y la cuarta de la larguísima historia espacial rusa y soviética. Ingeniera y economista, a la rusa le precedieron únicamente Valentina Tereshkova (la primera mujer en el espacio, en 1963), Svetlana Savitskaya (segunda, en 1982) y Elena Kondakova (en 1997), de la larga lista de cosmonautas, de Rusia y antes la Unión Soviética, que mandaron fuera de la Tierra.

La astronauta italiana llevaba sobre sus espaldas la responsabilidad de completar en sus seis meses en el espacio la misión FUTURA, una colaboración de la agencia espacial europea y la división italiana, que entre otros experimentos incluyó la puesta en marcha de una impresora 3D que pudiera hacer más llevadero el futuro de las misiones espaciales.

La italiana y la rusa son, respectivamente, la número 58 y 59 que se unen al grupo de mujeres astronautas de la historia. Además de Italia, EE UU, y Rusia, otros ocho países han tenido compatriotas en el espacio: Reino Unido (1991), Canadá (1992), Japón (1994), Francia (1996), India (1997), Irán (2006), Corea del Sur (2008) y China (2012).

Las cuestiones relacionadas con el hecho de ser mujeres incomodaron a Cristoforetti y a Serova. La capitana se negó a responder a preguntas de este tema en la rueda de prensa previa al despegue asegurando que ella no había hecho nada especial para ser la primera mujer astronauta de su país: "Simplemente he querido viajar al espacio y he resultado ser la primera".

La italiana relató sus impresiones sobre las cuestiones de género en el campo espacial: "No puedo deducir de mi experiencia personal conclusiones generales. Para ello se necesitan expertos que puedan comparar datos y reflexionar sobre este asunto. Pero no me gusta la impostación: los hombres siempre son individuos; las mujeres, una masa indefinida. Cuando leo frases como ‘nosotras las mujeres’, siempre me pregunto por qué esa mujer se otorga el derecho de hablar en mi nombre". Y reconocía la importancia de mantener modelos femeninos que animaran a más mujeres por la senda de la astronáutica.

Todos los miembros de la expedición 42 en la Estación Espacial Internacional, con Serova (arriba) y Cristoforetti.

Más incómoda es la situación vivida por Elena Serova, en buena medida por culpa de la estupidez de los periodistas, que le preguntaron en rueda de prensa por su maquillaje, por su peinado y por dejar a su hija sin madre durante seis meses. "Es mi trabajo", respondió a esa pregunta que no recibieron sus colegas hombres. Frente a la pregunta sobre su pelo decidió contraatacar: "¿Puedo hacerte una pregunta?", inquirió al periodista, "¿por qué no le preguntas a Alexandr por su peinado?", en referencia al cosmonauta Alexandr Samokutyaev, sentado a su lado.

Una actividad extravehicular (EVA) es una operación realizada por un astronauta fuera del entorno de una nave de una estación espacial o módulo de descenso. Hasta el 2009, Rusia, anteriormente Unión Soviética, Estados Unidos y China son los únicos países con la capacidad demostrada para realizar una EVA.

Los paseos o caminatas espaciales fueron concebidos para probar los trajes presurizados y las reacciones de los astronautas al vacío así como para ensayar las operaciones de despresurización y represurización de la cabina. Esto era de crucial importancia ya que las actividades extravehiculares formaron el tronco principal de las misiones tripuladas a la Luna: no se trataba de ir allí y tomar fotografías, sino de salir al exterior, tomar muestras y hacer experimentos. El cosmonauta Sergey Volkov trabaja fuera de la Estación Espacial Internacional el 3 de agosto de 2011 El primer paseo espacial de la historia tuvo lugar el 18 de marzo de 1965, realizado por el cosmonauta soviético Alekséi Leónov, en la misión Vosjod 2. La primera actividad extravehicular sobre la Luna la realizaron Neil Armstrong y Buzz Aldrin el 21 de julio de 1969 en el entorno de la misión Apolo 11. La primera caminata espacial realizada por una mujer fue el 25 de julio de 1984, a cargo de la soviética Svetlana Savítskaya.

La primera caminata compuesta exclusivamente por mujeres tuvo lugar el 18 de octubre de 2019, y fue protagonizada por las estadounidenses Christina Koch y Jessica Meir.

Tras las misiones del programa Apolo, la NASA comenzó a cambiar el sentido de sus misiones con el fin de estudiar la posibilidad de que seres humanos permaneciesen trabajando durante largos periodos de tiempo en el espacio, cuya culminación es la ISS como paso previo a la exploración de otros rincones del Sistema Solar, a lo que se dedica el proyecto Constelación. Para cubrir estos objetivos, las actividades extravehiculares se reconvirtieron en salidas programadas para efectuar reparaciones y montajes de partes de las estaciones espaciales, creando para ello nuevos tipos de trajes, herramientas especializadas y un nuevo tipo de astronauta: el especialista de misión de las tripulaciones del transbordador espacial.

En las últimas misiones del Space Shuttle antes se su cancelación en 2010, estas operaciones extravehiculares tuvieron una especial importancia en la maniobra de reentrada, con el objetivo de evitar nuevos accidentes como los del transbordador Columbia en 2003.

Los directores de la NASA inventaron el término actividad extravehicular a principios de la década de 1960 para que el programa Apolo atrajera hombres a la Luna. Los astronautas abandonarían la nave para recolectar muestras de material lunar y realizar experimentos científicos. Para apoyar esto y otros objetivos de Apolo, el programa Gemini se separó para desarrollar la capacidad de los astronautas de trabajar fuera de una nave espacial de dos hombres en órbita terrestre. Sin embargo, la Unión Soviética era ferozmente competitiva al mantener la delantera que había ganado en vuelos espaciales tripulados, por lo que el Partido Comunista Soviético, liderado por Nikita Jrushchov, ordenó la conversión de su cápsula Vostok de un solo piloto en una nave de dos o tres personas llamada Vosjod, para competir con la Gémini y Apolo.

Los soviéticos pudieron lanzar dos cápsulas Vosjod antes de que los Estados Unidos pudieran lanzar su primer Gémini tripulado. La nave Vosjod requería refrigeración por el aire de la cabina para evitar el sobrecalentamiento, por lo tanto, se requería una esclusa de aire para que el cosmonauta saliera y volviera a entrar en la cabina mientras permanecía presurizado. Por el contrario, la aviónica Gemini no requirió refrigeración por aire, lo que permitió que el astronauta saliese y volviese a entrar en la cabina despresurizada a través de una escotilla abierta. Debido a esto, los programas espaciales estadounidenses y soviéticos desarrollaron diferentes definiciones para la duración de una actividad extravehicular.

La definición soviética de actividad extravehicular comienza cuando la esclusa exterior está abierta y el cosmonauta está en vacío. Para los estadounidenses comienza cuando el astronauta tiene al menos su cabeza fuera de la nave espacial.

Estados Unidos ha cambiado su definición desde entonces.

El primer paseo espacial se realizó el 18 de marzo de 1965, por el cosmonauta soviético Alekséi Leónov, que pasó doce minutos fuera de la nave espacial Vosjod 2. Con una mochila de metal blanco que contenía cuarenta y cinco minutos de oxígeno a presión para la respiración, Leónov no tenía medios para controlar su movimiento más que tirar de su correa de 15,35 m. Después del vuelo, afirmó que era fácil, pero su traje espacial se disparó debido a su presión interna contra el vacío del espacio, endureciéndose tanto que no pudo activar el obturador de su cámara montada en el pecho.

Ed White en el primer paseo espacial estadounidense en 1965.

Las primeras actividades extravehiculares de reparaciones en una nave espacial fueron realizadas por Charles Conrad, Joseph Kerwin y Paul J. Weitz el 26 de mayo, el 7 de junio y el 19 de junio de 1973, en la misión Skylab 2. Recuperaron la funcionalidad de la estación espacial Skylab dañada por el lanzamiento al liberar un panel solar atascado, desplegar un escudo de calefacción solar y liberar un relé de interruptor de un circuito atascado. El equipo del Skylab 2 realizó tres actividades extravehiculares, y otras de diez fueron hechas por los tres equipos del Skylab. Descubrieron que las actividades en ingravidez requerían aproximadamente dos veces y medio más tiempo que en la Tierra porque muchos astronautas sufrieron espasticidad al principio de sus vuelos.

"¿Hay sitio en nuestro programa espacial para una mujer? Bueno, podríamos haber enviado a una mujer en lugar de al chimpancé", dijo Gordon Cooper en una rueda de prensa, provocando la carcajada de los periodistas. Cooper, entonces uno de los siete primeros candidatos a astronauta de EE UU, ni siquiera es consciente de la barbaridad que acaba de decir y sonríe al ver la reacción de la prensa. Esta anécdota sirve para ilustrar el contexto en el que luchaban las Mercury 13, las mujeres que pudieron ser astronautas de no ser por el machismo imperante en la NASA y el gobierno estadounidense.

Era un tiempo, a finales de la década de 1950 y principios de la siguiente, en que la URSS ganaba todas y cada una de las metas volantes de la carrera espacial. Pero hubo una que EE UU regaló en bandeja por un prejuicio machista que hoy sería ilegal, discriminando de forma explícita a un grupo de mujeres con gran experiencia a los mandos de aeronaves. Habían superado todas las pruebas, incluso superando a los hombres en muchos casos y en muchos exámenes. Los estadounidenses estaban en condiciones de ganar la carrera de poner a la primera mujer en órbita. Tenían las candidatas idóneas, pero también tenían mucho más sexismo.

Esta historia la ha rescatado ahora Netflix en el documental Mercury 13, el nombre de aquellas trece mujeres ninguneadas por serlo. Finalmente, la primera mujer en el espacio fue la cosmonauta Valentina Tereshkova, recibida como una gigantesca heroína por los soviéticos y que sirvió para hacer un nuevo alarde de propaganda. Le habían dado "otra gran victoria a los rusos. 'B' no para de pensar en lo estúpidos que eran estos hombres", dice en el documental el marido de Bernice Steadman, una de las candidatas, en referencia a los que las habían dejado en tierra.

A finales de los 50, el médico aeroespacial Randy Lovelace diseñaba las exigentes pruebas que deberían pasar los aspirantes a astronauta. Y estaba convencido de que las mujeres tenían condiciones que las hacían tener ventaja sobre los hombres. Para empezar, su tamaño: los candidatos masculinos no podían superar 1,80 metros. "Pensó que se ahorraría combustible y oxígeno con las mujeres", explica la divulgadora y física Sara Gil. Pero al realizarle las pruebas a la piloto Jerrie Cobb descubrió el potencial de las mujeres. Así que decidió montar un proyecto en paralelo, y en absoluto secreto, para reclutar a las mejores de entre las magníficas aviadoras que se habían formado tras la Segunda Guerra Mundial.

La primera de las tres fases del entrenamiento, las pruebas psicológicas, ellas la superaron con mucha mejor nota que los hombres, a pesar de que las sometieron a pruebas más duras, como el tanque de aislamiento sensorial. Donde muchos pilotos de combate perdieron los nervios, las aspirantes batieron récords de aguante. Finalmente, Cobb obtuvo una nota global en todas las pruebas que superaba al 98% de los candidatos masculinos. Pero se quedó en tierra.

"¿Por qué crees que existe la necesidad de llevar mujeres al espacio?", le preguntaron a Cobb. "Por lo mismo que existe la necesidad de llevar hombres. Si vamos a enviar a un humano, deberíamos mandar al más cualificado. En algunas áreas las mujeres tienen mucho que aportar y en otras los hombres". Sus palabras eran indiscutibles, sobre todo a la luz de sus resultados, pero de nada sirvió. En cuanto lo conoció, la NASA tumbó el proyecto paralelo de Lovelace, que ya estaba convencido de que ellas eran cuando menos tan aptas como ellos. El vicepresidente Lyndon Johnson dejó escrito: "Paremos esto ya".

John Glenn aseguró que las mujeres no debían ir al espacio porque era una cuestión de "orden social". "Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental", se quejaba Cobb de su puesto en la NASA.

Cobb acudió al Congreso a luchar contra esta discriminación, pero solo encontró rechazo: el que hubiera sido su compañero, John Glenn, testificó que las mujeres no debían ir al espacio porque era una cuestión de "orden social". "Es solo un hecho", aseguró Glenn, "los hombres van y luchan en las guerras y vuelan en los aviones y vuelven y ayudan a diseñarlos y construirlos. El hecho de que las mujeres no estén en este campo es una realidad de nuestro orden social". Pasado un tiempo, en junio de 1963, Tereshkova daba 48 vueltas a nuestro planeta, cuatro meses después de que Glenn diera tan solo tres.

"La NASA contrató a Cobb como consultora en asuntos de mujeres, pero luego le dio poco que hacer", recuerda Gil, que ha lanzado un videojuego llamado Astrochat para popularizar a las mujeres pioneras de la astronáutica. "Soy el consultor menos consultado de cualquier agencia gubernamental", se quejaba Cobb después de un año de trabajo, pocos días antes de dejar el puesto. Cuando lo hizo, lo más cerca que había estado del espacio exterior fue cuando la dejaban posar con una cápsula espacial Mercury para los periódicos. "Sin duda todo fue culpa de un prejuicio de género bastante claro: de hecho, les reconocían que si les abrían la puerta también tendrían que abrírsela a los negros", recuerda Gil.

Mientras estuvieron en el debate público, estas mujeres sufrieron todo tipo de comentarios de la prensa que no ayudaban en absoluto, algo que sigue sucediendo hoy en día, con comentarios en torno a no estropear su peinado con el casco o como cuidar de su familia en órbita. Estas mujeres, volcadas en sus trabajos como pilotos de pruebas, se veían obligadas a manejar los protopipos en vestido y tacones para atraer la publicidad gratuita de la prensa.

Hasta veinte años después, en 1983, EE UU no puso una mujer en el espacio, Sally Ride, que también detestaba lidiar con la estupidez sexista de los periodistas. Pero las Mercury 13 todavía tardarían más en ver a los mandos de una nave a una piloto como ellas. Eileen Collins, primera piloto y primera comandante de un transbordador, las invitó a su pionero lanzamiento en 1995. En cuanto se enteró, la NASA quitó a las invitadas de Collins de su lista y las convirtió en invitadas VIP, según recuerda la astronauta en el documental. La imagen de esas ancianas mirando la nave entre lágrimas es una montaña rusa de alegría y frustración: "Ella pilota. Esa mujer está en el asiento del piloto", dicen emocionadas.

El documental recupera la olvidada historia de estas mujeres y plantea una pregunta decisiva, sobre todo en el contexto de la primera gran victoria de EE UU en la carrera espacial. Cómo hubiera cambiado la historia, sobre todo la de las mujeres, si en julio de 1969 hubiéramos escuchado: "Es un pequeño paso para una mujer, pero un gran salto para la humanidad".

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