Hace 40 años tres científicos británicos hicieron un anuncio
que causó alarma a nivel mundial. Habían detectado un agujero
en la capa de ozono, el manto que protege a la Tierra de la
radiación más dañina del sol y sin el cual no sería posible
la vida tal como la conocemos en nuestro planeta. El estudio
se publicó el 1 de mayo de 1985 en la revista Nature y sus
autores fueron Jonathan Shanklin, Joe Farman y Brian Gardiner,
investigadores del Instituto Antártico Británico (BAS, por
su nombre en inglés). Años antes, en la década del 70, dos
químicos y luego Premios Nobel, Mario Molina, de México, y
Sherwood Rowland, de Estados Unidos, habían advertido del
impacto dañino sobre el ozono de compuestos llamados clorofluorocarbonos
o CFC, usados entonces ampliamente en refrigeradores, aires
acondicionados y aerosoles, entre otros productos cotidianos.
Pero fue el hallazgo del agujero en la capa de ozono lo que
dio impulso a los gobiernos a actuar. Y lo hicieron muy rápido.
En 1987 se prohibió el uso de los CFC en el que muchos consideran
el tratado ambiental más exitoso, el Protocolo de Montreal,
el primer acuerdo en la historia de la ONU ratificado por
todos los países miembros. Jonathan Shanklin estaba entonces
en los inicios de su carrera.

Shanklin realizando observaciones de ozono con un instrumento
Dobson en la década de 1980.
Antes de ir atrás en la historia y a efectos de comprender
el enorme impacto de su descubrimiento, ¿Qué es la capa de
ozono y por qué este gas es tan crucial? La capa de ozono
es una capa alta en la atmósfera, entre 12 y 30 a 40 km por
encima de nosotros. Su función es actuar como una especie
de manta protectora: impide que las longitudes de onda más
cortas de luz ultravioleta del sol lleguen a la superficie.
Si empezáramos a destruir la capa de ozono en todo el planeta
causaríamos un gran daño a la vida en la superficie. Los microorganismos
podrían tener graves daños genéticos. En algunas plantas se
podría blanquear la clorofila, perjudicando su crecimiento.
Los seres humanos podríamos sufrir ceguera de la nieve, donde
la mera intensidad de la luz daña la vista. Y en la piel se
puede provocar cáncer. Si sufres una quemadura solar grave
cuando eres joven puedes recuperarte con bastante rapidez.
Pero eso puede predisponerte a padecer cáncer de piel más
adelante en la vida, por lo que siempre es bueno proteger
a los niños.

El agujero de ozono (en rojo en 2024) se abre cada año durante
varios meses sobre la Antártida. El "agujero" es en realidad
un adelgazamiento de la capa, con concentraciones de ozono
por debajo del umbral de 220 unidades Dobson.
En 1977. Shanklin tenía 23 años y acababa de graduarse en
física de la Universidad de Cambridge cuando vio un anuncio
del Instituto Antártico Británico que decía: "Se busca físico
con interés en meteorología y conocimientos de programación".
Cuando vió ese anuncio tenía un interés de aficionado
en meteorología, ya que hacía mediciones de precipitaciones
y temperaturas en casa. Y en la universidad hizo un curso
de programación. Su trabajo tenía tres componentes. Uno era
analizar los datos de radiación solar de las estaciones antárticas
y detectar errores. Otro era verificar la consistencia de
las observaciones meteorológicas realizadas en la Antártida.
Y el tercer componente tenía que ver con los datos de ozono
registrados en la Antártida con un instrumento llamado espectrofotómetro
de ozono Dobson, que es prácticamente manual: todo se anotaba
a mano en hojas de papel que se enviaban a Cambridge una vez
al año. Su trabajo inicial fue comprobar que todo se registrara
correctamente en la computadora y luego crear programas que
hicieran todos los cálculos para convertir los datos del instrumento
Dobson en mediciones de ozono, además de calibrar los instrumentos.
En aquel entonces había mucha preocupación por la posibilidad
de que los gases de escape de los aviones supersónicos Concorde
o los gases de los aerosoles destruyeran la capa de ozono.
Y el, siendo un científico joven e ingenuo pensaba: "¡Qué
tontería! Tengo un montón de registros de ozono para comprobar
lo contrario". Por esos días tenían una jornada de
puertas abiertas en el BAS para mostrar al púbico nuestro
trabajo y pensó: "Voy a hacer un gráfico con los datos
de este año y los que había registrado mi jefe, Joe Farman,
hacía 10 años. Los valores serán los mismos y no tendremos
que preocuparnos por nada". El problema, por supuesto, fue
que los datos no eran los mismos.

Margaret Thatcher con el presidente de Kenia, Daniel Arap
Moi, en una cumbre sobre ozono en 1989, año en que entró en
vigencia el Protocolo de Montreal.
Lo primero que vió al compilar estos gráficos fue
que los valores de ozono en primavera en la Antártida eran
mucho más bajos que 10 años antes. Pero Joe señaló: "Como
dice un proverbio inglés: una golondrina no hace verano".
Y dijo que necesitábamos más registros, que el año que viene
sería completamente diferente. Pero al año siguiente no fue
completamente diferente. Mientras tanto revisó todos
los datos y pudo demostrar que se trataba de una tendencia
sistemática a la baja desde que Joe completó sus registros
hasta ese entonces, en 1984. Una vez que tuvieron evidencia
clara de que era algo sistemático, era improbable que se tratara
de un error instrumental o en los cálculos de Shanklin. Debía
ser algo que estaba sucediendo en la atmósfera. Y lo que estaba
sucediendo en la atmósfera era que había cada vez más clorofluorocarbonos
procedentes de aerosoles, de sistemas de refrigeración, del
relleno de espuma de los tapizados, etc., y estaban alcanzando
en grandes cantidades la atmósfera.
¿Por qué el agujero en la capa de ozono fue detectado sobre
la Antártida? Los clorofluorocarbonos se producían sobre todo
en el hemisferio norte. Sin embargo, la difusión de gases
a través de la atmósfera es bastante rápida por lo que en
pocos años lo que se libera a nivel del suelo en el hemisferio
norte llega a la atmósfera superior de la Antártida. Y el
problema era, en particular, el cloro de estos clorofluorocarbonos.
Durante el invierno antártico el centro de la capa de ozono
se enfría mucho, lo suficiente como para que se formen nubes
en el medio. Y es en la superficie de esas nubes donde se
producen las reacciones químicas que convierten el cloro de
los clorofluorocarbonos en una forma activa. De esta manera,
cuando el sol regresa en la primavera antártica, las reacciones
fotocatalíticas (reacciones que involucran la luz solar) destruyen
el ozono muy rápidamente, a una tasa de aproximadamente un
1% al día. La razón por la que veían el agujero en
la Antártida.
Shanklin señaló que en 1984 la capa de ozono
sobre la estación británica antártica Halley tenía solo dos
tercios del espesor de la década anterior. Parecía asombroso
que pudiéramos cambiar nuestra atmósfera tan rápidamente.
Es una de las lecciones que deberíamos haber aprendido del
descubrimiento, la acción humana puede generar muy rápido
una diferencia en la habitabilidad de nuestro planeta. El
Protocolo de Montreal adoptó el principio de la precaución
y se prohibió la liberación a la atmósfera de gases que pudieran
dañar la capa de ozono. Hoy debemos adoptar ese mismo principio
con el dióxido de carbono y el metano para asegurarnos de
no dañar demasiado nuestro clima, porque vamos camino a tener
un clima muy dañino que hará mucho más difícil que la gente
viva en la superficie de la Tierra.

Shanklin está jubilado pero es miembro emérito del Instituto
Antártico Británico y sigue monitoreando allí los datos sobre
ozono.
¿Por qué fue tan exitoso el Protocolo de Montreal y se adoptó
tan rápido? Una combinación de circunstancias afortunadas
permitió que se actuara con rapidez. La primera fue que a
alguien se le ocurrió usar el término "agujero". No creo que
se haya demostrado históricamente quién fue, pero los agujeros,
por supuesto, son malas noticias. Si hay uno en la calle hay
que repararlo. Si existe un agujero en la capa de ozono hay
que hacer algo. Otro factor fue que con el aumento de la radiación
ultravioleta que llega a la superficie aumenta el riesgo de
cáncer de piel. Es un grave problema de salud pública y la
población exigía que se resolviera. Además, los fabricantes
de clorofluorocarbonos estaban encantados de cambiar a un
producto alternativo porque podían obtener más ganancias.
Y finalmente, otro factor que marcó una gran diferencia fue
que la primera ministra británica, Margaret Thatcher, era
una líder mundial muy respetada. Ella se había graduado en
química en la universidad y comprendía la ciencia detrás del
descubrimiento. Pudo explicarla a otros líderes mundiales
y lograr que coincidieran en que era necesario actuar de inmediato.
Una vez que se alcanzó una masa crítica, prácticamente todos
los gobiernos del mundo se vieron obligados a firmar el Protocolo.
Y eso lo ha convertido en el tratado más exitoso de la ONU:
todos sus estados miembros lo firmaron.

Algunos de los documentos usados en el estudio de 1985 que
advirtió al mundo sobre el agujero en la capa de ozono. El
Protocolo también estipuló una revisión cada cuatro años;
la próxima será en 2026.
El Protocolo de Montreal estaba muy bien diseñado. Existe
un ciclo regular de revisión de lo que la ciencia nos dice.
Y, por ejemplo, uno de los posibles cambios en la próxima
revisión podría ser el análisis de los lanzamientos de satélites
y su reingreso a la atmósfera. Porque se produce una lluvia
de óxido de aluminio y esto podría proporcionar un nuevo sustrato
para reacciones con el cloro. La ciencia aún es ambigua al
respecto, pero es claramente algo que debe analizarse en la
próxima revisión. Si se demuestra que estos satélites debido
a su combustión en la atmósfera están destruyendo la capa
de ozono, esa será una decisión muy difícil para los políticos,
ya que hay mucho dinero en la industria de los satélites.
Sin embargo, si destruyen la capa de ozono esto será un gran
problema.
Hoy enfrentamos tantos problemas ambientales. Sigue existiendo
la cuestión de la capa de ozono. Existe el cambio climático,
existe la pérdida de biodiversidad en todo el planeta. Existe
el plástico en nuestros océanos, la degradación del suelo.
En realidad, dondequiera que miremos estamos dañando aspectos
de nuestro medio ambiente. Y aun así, seguimos adelante. Necesitamos
contar con un sistema de monitoreo. Además, debido a la estabilidad
de los clorofluorocarbonos, es probable que los tengamos en
cantidad suficiente en la atmósfera durante unos 50 años más,
lo que les permitirá seguir causando agujeros en la capa de
ozono sobre la Antártida. La importancia del monitoreo continuo
de la capa de ozono es vital, que según la NASA podría recuperarse
totalmente recién en 2066.
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