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12 - Agosto - 2021
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La extinción de los dinosaurios probablemente sea un tema del que sigamos discutiendo durante décadas. Algunas de las cosas que tenemos claras al respecto es que - si excluimos a las aves, legítimas herederas del legado de los lagartos terribles- el final de aquellos gigantes que dominaron la Tierra tuvo lugar hace unos 66 millones de años. Sobre todo lo demás, la discusión sigue abierta. El final de esta época de hegemonía reptiliana se atribuye, como no puede ser de otra manera, a un conjunto de circunstancias que cambiarían para siempre la faz de la Tierra. Entre estas causas, una de la principales hipótesis nos habla del impacto de un meteorito gigante que vino a estrellarse en el Golfo de México, dejando una huella indeleble en lo que hoy es la península del Yucatán de unos 25.000 kilómetros cuadrados que hoy se conoce con el nombre del cráter Chicxulub.

Sin embargo, acabar con la fauna dominante de todo un planeta no es que se presente como una tarea sencilla. Es por ello que a esta hipótesis principal se le pueden sumar otras hipótesis paralelas que ayuden a explicar el escenario apocalíptico al que los dinosaurios hicieron frente. Por ejemplo, una de ellas defiende que en aquellos momentos la Tierra se encontraba en un periodo relativamente activo en lo que a la actividad volcánica se refiere: periodo en el que diversas vetas volcánicas -algunas del tamaño de Francia- se abrieron en la Tierra liberando una ingente cantidad de gases de efecto invernadero capaces de elevar sobremanera las temperaturas globales y envenenar los océanos, dejando la vida ya en un estado peligroso antes del impacto del asteroide. Otras investigaciones al respecto defienden que los dinosaurios ya se encontraban en declive incluso unos 10 millones de años antes del impacto asesino de meteorito que grabó Chicxulub en la faz de la Tierra.

El paisaje geográfico del norte de África está dominado actualmente por el desierto del Sahara. Pero hace unos 100 millones de años, la región era hábitat de algunos de los animales carnívoros más grandes que habitaron la Tierra.

Pero volvamos a la hipótesis de la gigantesca roca espacial y sus efectos más allá del impacto. Entre algunas de sus consecuencias cabría citar, tal y como os contábamos en este artículo, que este tuvo a bien caer sobre una gran reserva de petróleo que provocó un enorme incendio que expulsó grandes cantidades de hollín a la atmósfera, provocando un potente enfriamiento en latitudes medias y altas, además de sequías en latitudes más bajas. Otra posibilidad, muy relacionada con la interior, es que el simple impacto pudo haber sido capaz de expulsar suficiente cantidad de material a la atmósfera como para oscurecerla durante décadas, provocando un enfriamiento global y la extinción de gran parte de la vegetación a causa de la falta de luz. Pero eso no es todo.

El impacto del meteorito en el océano Atlántico también provocaría un Tsunami de dimensiones épicas que acabaría de dar la estocada final a todo lo que quedara vivo en tierra firme. Y sobre la pruebas de este gran tsunami es precisamente lo que nos habla un articulo que se publica esta semana en la revista Earth and Planetary Science Letters bajo el título Chicxulub impact tsunami megaripples in the subsurface of Louisiana: Imaged in petroleum industry seismic data. Y es que ahora por primera vez, los científicos han descubierto lo que denominan los "megaripples" fosilizados, o mega ondas, provocadas por este tsunami enterradas entre los sedimentos de lo que en la actualidad es el centro del Estado de Louisiana, en los Estados Unidos.

Tal y como estipulan los investigadores en su artículo, el impacto de Chicxulub generó un tsunami en el Golfo de México que en sus momentos iniciales y de mayor magnitud se calcula que pudo alcanzar hasta los 1500 metros de altura y que chocaría de forma devastadora contra los continentes americanos seguidos de pulsos secundarios más pequeños.

Chicxulub generó un tsunami en el Golfo de México que en sus momentos iniciales y de mayor magnitud se calcula que pudo alcanzar hasta los 1500 metros de altura.

Pero, ¿cómo han llegado los científicos a esta conclusión? El presente descubrimiento es el último de una serie de investigaciones sobre el impacto de Chicxulub que se plantearon por primera vez como hipótesis en la década de 1980 y que se han producido como descubrimiento colateral de los trabajos de prospección 3D con ondas sísmicas asociados a la industria del petróleo. Así, para detectar potenciales estructuras antiguas enterradas los investigadores se basan en técnicas de imágenes sísmicas para "escanear" el subsuelo. De este modo detonan explosivos o usan martillos industriales para enviar ondas sísmicas a la tierra y detectan los reflejos de las capas de sedimentos y rocas del interior del planeta. Como decíamos, las empresas utilizan este conjunto de técnicas para detectar yacimientos de petróleo y gas, especialmente en áreas como el Golfo de México.

Hace 10 años, el geofísico de la Universidad de Louisiana, Gary L. Kinsland, se hallaba obteniendo datos mediante este conjunto de técnicas del centro de Louisiana para la compañía Devon Energy. En el momento del impacto que causó la muerte de los dinosaurios, los niveles del mar eran más altos y Kinsland pensó que la información de esta región podría contener pistas sobre lo que sucedió en los mares poco profundos frente a la costa. Fue entonces cuando Kinsland, autor principal del artículo y sus colegas analizaron una capa de sedimentos que coincidía con el momento del impacto de Chicxulub enterrada a unos 1500 metros bajo tierra, observando un conjunto de ondas fosilizadas. "Estos "megaripples" estaban espaciados hasta 1 kilómetro de distancia y tenían un promedio de 16 metros de altura", explica Kinsland, quien cree que las estas grandes ondas son la huella de las olas dejadas por tsunami cuando se acercaron a la costa, cuya aguas, calcula, por aquel entonces contaban con una profundidad aproximada de unos 60 metros.

El accidente nuclear de Fukushima I comenzó en la central nuclear Fukushima I el 11 de marzo de 2011 a las 14:46 después de un terremoto de magnitud 9,0 en la Escala sismológica de magnitud de momento que además provocó un tsunami en la costa noreste de Japón.

Kinsland también afirma que la orientación de las ondas también coinciden con las del impacto del meteorito, pues cuando trazó una línea perpendicular a sus crestas, dice, estas fueron directamente hacia Chicxulub. "La ubicación era perfecta para preservar las ondas, que eventualmente habrían quedado enterradas en los sedimentos", explica. "La profundidad de aquellas aguas era tal, que una vez cesó el tsunami, las tormentas regulares no pudieron perturbar las formaciones que allí habían quedado", detalla. Por otra parte, los núcleos de perforación de una expedición de 2016 realizadas en el lugar, también ayudaron a explicar cómo se formó el cráter de impacto y a trazar la desaparición y recuperación de la vida en la Tierra posterior. Más tarde, en 2019, los investigadores también informaban del descubrimiento de un yacimiento fósil en Dakota del Norte, a 3.000 kilómetros al norte de Chicxulub, que según expresan, registra las horas posteriores al impacto e incluye algunos de los escombros arrastrados tierra adentro por el tsunami. La investigación supone una nueva pieza del incompleto rompecabezas de uno de los mayores eventos de extinción acontecidos en la Tierra. O como decíamos al comienzo de estas líneas, más leña para avivar el intenso debate sobre la extinción de los dinosaurios.

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La del asteroide, no es la única causa en la que se apoyan los científicos para basar sus explicaciones de porqué se extinguieron los dinosuarios. Al mismo tiempo, parece ser que durante aquel periodo de la historia geológica de nuestro planeta, la Tierra se encontraba en un periodo muy activo en lo que a la actividad volcánica se refiere. Y este pudo haber sido el motivo por el que, en lo que es la zona de la India, se abrieron en el suelo una gran cantidad de vetas volcánicas con un tamaño aproximado al de Francia.

Conocidas como las traps del Deccan o escaleras del Decan, estas vetas pudieron ser las responsables de, durante un millón de años, haber liberado la cantidad de gases de efecto invernadero suficiente como para haber elevado las temperaturas globales y haber envenenado los océanos, dejando la vida ya en un estado peligroso antes del impacto del asteroide.

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Hace 66 millones de años, en la península de Yucatán, en México, se estrelló un asteroide de unos 12 kilómetros de diámetro. El impacto provocó una explosión cuya magnitud es difícil de imaginar: el equivalente varios miles de millones de veces la potencia de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima. La mayoría de los animales del continente americano murieron inmediatamente. El impacto también desencadenó tsunamis en todo el mundo. Además, toneladas y toneladas de polvo fueron expulsadas a la atmósfera, sumiendo al planeta en la oscuridad. Este “invierno nuclear” supuso la extinción de un gran número de especies vegetales y animales. Entre estos últimos, los más emblemáticos: los dinosaurios. Pero antes de este cataclismo, ¿en qué situación estaba este grupo de vertebrados? Esta es la pregunta que intenta responder un estudio reciente, cuyos resultados acaban de publicarse en la revista científica Nature Communications.

Se analizan seis familias de dinosaurios, las más representativas y diversificadas del Cretácico, especialmente durante los últimos 40 millones de años. Tres de ellos eran carnívoros: los Tyrannosauridae, los Dromaeosauridae (entre los que se encuentran los velocirraptores) y los Troodontidae (pequeños dinosaurios similares a las aves). Las otras tres familias que estudiamos eran herbívoras: los Ceratopsidae (representados en particular por el Triceratops), los Hadrosauridae (la más rica de todas las familias en términos de diversidad) y los Ankylosauridae (representados en particular por el anquilosaurio, una especie de “tanque” con armadura ósea y cola en forma de garrote).

El objetivo era determinar la rapidez con la que estas familias se diversificaron (formación de especies) o se extinguieron (extinción de especies). Se sabe que todas ellas sobrevivieron hasta el final del Cretácico marcado por la caída del asteroide.

Durante cinco años, se recopiló toda la información conocida sobre estas familias para intentar determinar cuántas y qué especies había en cada grupo, un trabajo en el que se hizo inventario de la mayoría de sus fósiles conocidos, que representan más de 1.600 individuos de unas 250 especies. Surgieron varias dificultades para cada fósil: llegar a una buena categorización de la especie y datarla correctamente. Este trabajo se realizó con paleontólogos de la talla de Guillaume Guinot, Mike Benton y Phil Currie. En la comunidad científica, en aras de la trazabilidad, cada fósil recibe un número único, que permite seguirlo en la literatura científica a lo largo del tiempo. Un autor podía darle una fecha y una especie, y luego otro autor podía volver a observarlo y hacer otro análisis, y así sucesivamente, lo que complicaba el trabajo.

Una vez que cada fósil fue debidamente categorizado, se utilizó un modelo estadístico para estimar el número de especies a lo largo del tiempo para cada familia. De este modo, se pudieron rastrear a lo largo de millones de años (desde -160 a -66 millones de años) las especies que aparecieron y las que desaparecieron y estimar, también para cada familia, las tasas de especiación y extinción a lo largo del tiempo.

Para estimar las tasas de especiación y extinción hay que tener en cuenta varios sesgos. El registro fósil es desigual en el tiempo y el espacio, y algunos grupos no se fosilizan bien. Este es un problema bien conocido en paleontología a la hora de estimar la dinámica de la diversidad del pasado. Ante estos problemas, los modelos modernos y sofisticados pueden dar cuenta de la heterogeneidad de la conservación a lo largo del tiempo y entre especies. De este modo, el registro fósil resulta más fiable para estimar el número de especies en un momento dado. Pero es importante la prudencia, porque se trata de estimaciones, y estas estimaciones pueden cambiar con un registro fósil más completo o con nuevos modelos de análisis.

Buzos espeólogos hallaron en 2019, 15 fósiles dentales enormes en un cenote de Yucatán, en el Golfo de México. Se cree que las piezas pertenecen a tiburones prehistóricos.

En este estudio, los resultados muestran que 10 millones de años antes del impacto del asteroide el número de especies de dinosaurios estaba en decadencia. Este declive es especialmente interesante porque es mundial y afecta tanto a grupos carnívoros, como los tiranosaurios, como a grupos herbívoros, como los triceratops. También se registró en el Viejo Mundo (Europa, Asia, África y Australia) y en el Nuevo Mundo (América). Sin embargo, hubo cierta heterogeneidad en la respuesta. Algunos han disminuido bruscamente, como los anquilosaurios y los ceratopsianos, y solo una familia (los troodóntidos) de las seis muestra un descenso muy pequeño, que se produce en los últimos 5 millones de años.

¿Qué ha podido causar este fuerte descenso? En ese momento, la Tierra experimentó un enfriamiento global de 7-8 °C. Sabemos que los dinosaurios necesitan un clima cálido para su metabolismo. No eran animales ectotérmicos (de sangre fría) como los cocodrilos o los lagartos. Tampoco eran endotérmicos (de sangre caliente), como los mamíferos o las aves. Eran mesotermos, un sistema entre los reptiles y los mamíferos, y necesitaban un clima cálido para mantener su temperatura y realizar funciones biológicas básicas como las actividades metabólicas. Así que esta bajada de temperaturas debió haber tenido un impacto muy fuerte en ellos. Cabe destacar que se observa un descenso escalonado entre los herbívoros y los carnívoros. Los consumidores de hierba disminuyeron ligeramente antes que los de carne. El declive de los herbívoros habría provocado el declive de los carnívoros. Así, según el modelo, en cuanto se extinguieron los herbívoros, desaparecieron los carnívoros, que es lo que se llama una extinción en cascada. Los herbívoros son especies clave en los ecosistemas.

Primero desaparecieron las plantas, después los herbívoros y por último, los carnívoros.

La gran pregunta que queda en el aire es: ¿qué habría pasado si el asteroide no se hubiera estrellado? ¿Se habrían extinguido los dinosaurios de todos modos, debido a la decadencia que ya había comenzado, o habrían podido recuperarse? Es muy difícil responder. Muchos creen que si hubieran sobrevivido, los primates y, por tanto, los humanos, nunca habrían aparecido sobre la Tierra. Un hecho importante es que un posible repunte de la diversidad puede ser muy heterogéneo y dependiente del grupo, de modo que algunos grupos habrían sobrevivido y otros no. Los hadrosaurios, por ejemplo, muestran alguna forma de resistencia al declive y quizás podrían haberse rediversificado después del mismo. En cualquier caso, se podría decir que los ecosistemas a finales del Cretácico estaban bajo presión (deterioro climático, cambio importante de vegetación), y que el asteroide fue el golpe final. Esto es lo que ocurre a menudo en la desaparición de especies: primero están en declive, bajo presión, y luego interviene otro acontecimiento que acaba con un grupo que ya estaba al borde de la extinción.

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Hace 66 millones de años, la súbita desaparición de los dinosaurios facilitó el ascenso de los mamíferos, y por lo tanto de nuestra propia especie, que hoy domina el planeta. Si la caída de un gran asteroide no hubiera provocado esa extinción en masa, es más que probable que ninguno de nosotros estuviera hoy aquí. No olvidemos que cuando se produjo la catástrofe los dinosaurios dominaban por completo todos los ecosistemas en tierra, mar y aire. Y ese dominio duraba ya casi 80 millones de años.

Un equipo de climatólogos logró reconstruir cómo innumerables gotas de ácido sulfúrico se formaron en el aire, a gran altura, tras el impacto de una enorme roca espacial de 10 km. de diámetro contra lo que hoy es el Golfo de México. Y cómo esas gotas lograron bloquear la luz del sol durante varios años, sumiendo al planeta en una época de frío y oscuridad que tuvo graves consecuencias para la vida terrestre. Las plantas fueron las primeras en desaparecer, y la muerte se fue transmitiendo después a través de toda la cadena alimentaria. El estudio se publicó en 2017 en Geophysical Research Letters.

Otras teorías anteriores se habían centrado en el polvo y los escombros (de vida mucho más corta), lanzados al aire por el impacto. Pero las nuevas simulaciones muestran con claridad que ese polvo, que debió cubrir casi por completo los cielos, no pudo durar mucho. Las gotas de ácido sulfúrico, por el contrario, sí que pueden provocar un enfriamiento de larga duración, factor que pudo ser determinante en la extinción de los dinosaurios terrestres. Un "mecanismo adicional" para matar pudo haber consistido en una mezcla anómala de las aguas oceánicas, causada por el enfriamiento de la superficie y que tuvo consecuencias nefastas para los ecosistemas marinos.

"El gran enfriamiento que se produjo tras el impacto del asteroide que formó el cráter Chicxulub, en México, fue un punto de inflexión en la historia de la Tierra -afirmaba entonces Julia Brugger, del Instituto Potsdam para la Investigación de Impactos Climáticos y autora principal de la investigación-. Ahora, podemos aportar nuevas ideas para comprender la tan discutida causa final de la desaparición de los dinosaurios al final del Cretácico".

Para investigar el fenómeno, los científicos utilizaron, por primera vez para estos fines, un tipo específico de simulación informática que se aplica normalmente en diferentes contextos. Un modelo climático que tiene en cuenta la atmósfera, los océanos y el hielo marino. Su trabajo, además, se basó en investigaciones anteriores que demuestran que los gases sulfurosos que se evaporan tras el violento impacto del asteroide contra la Tierra fueron el factor principal en el bloqueo de la luz del Sol y, por lo tanto, en el enfriamiento del planeta. "Todo se volvió frío -afirmaba Brugger-, y quiero decir muy frío". Traducido en cifras, esas palabras significan que la temperatura media anual del aire descendió, por lo menos, 26 grados a nivel global. Algo terrible para los dinosaurios, la mayor parte de los cuales estaban acostumbrados a vivir en climas cálidos y de vegetación exuberante.

Justo después del impacto, la temperatura media anual se mantuvo por debajo del punto de congelación del agua durante aproximadamente tres años. Evidentemente, los casquetes polares crecieron, e incluso en los trópicos las temperaturas pasaron de 27 a apenas 5 grados centígrados. Para Georg Faulner, coautor del estudio, "el enfriamiento a largo plazo causado por los aerosoles sulfurosos fue mucho más importante para la extinción masiva que el polvo levantado por la colisión, que permaneció en la atmósfera sólo durante un tiempo relativamente corto. Y también fue más importante que otros eventos locales de destrucción, como el calor extremo en la zona del impacto, los incendios forestales masivos o los tsunamis".

Por si todo esto fuera poco, también se alteró la circulación de las corrientes oceánicas. Las aguas superficiales, en efecto, se enfriaron, volviéndose más densas y, por lo tanto, más pesadas. Mientras estas masas de agua fría se hundían en las profundidades, el agua más caliente de las capas más profundas de los océanos subieron a la superficie, arrastrando consigo un gran número de nutrientes que condujeron, con toda probabilidad, a floraciones masivas de algas. Resulta plausible que esas floraciones produjeran a su vez sustancias tóxicas, afectando aún más a la vida en las costas.

Sea como fuere, se sabe que los ecosistemas marinos sufrieron una severa sacudida que contribuyó a la extinción de numerosas especies, entre ellas las amonitas. De esta forma los dinosaurios, hasta ese momento dueños de la Tierra, dejaron espacio para el desarrollo de los mamíferos, y más tarde del hombre. El estudio del pasado de la Tierra demuestra también que los esfuerzos para prevenir futuras amenazas procedentes de asteroides tienen algo más que un simple interés académico. "Resulta fascinante - afirmaba Feulner- ver cómo la evolución se guía, en parte, por accidentes como el impacto de un asteroide. Las extincionas masivas demuestran que la vida en la Tierra resulta vulnerable. Y nos enseña también cómo de importante es el clima para todas las formas de vida de nuestro planeta. Irónicamente, hoy la amenaza más inmediata no viene de un enfriamiento natural, sino del calentamiento global causado por el hombre".

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