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17 - Septiembre - 2021
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El incendio de Sierra Bermeja, en la provincia de Málaga, es único en cuanto al contexto en el que se produce. En España ya se han dado incendios llamados "de sexta generación" como este pero la cercanía de poblaciones y urbanizaciones ha hecho que, junto al abandono de la gestión del entorno natural y los efectos del cambio climático, se convierta en un fuego "insólito". El concepto de generaciones de incendios tiene que ver con cómo se relaciona el comportamiento del fuego con la estructura del paisaje. Dos cuestiones que interactúan en un incendio forestal y que, según las circunstancias, hace que hablemos de un incendio de un tipo o de otro.

Porque, ¿qué significa que sea un incendio de sexta generación? ¿Cuáles son las cinco generaciones precedentes? Cristina Montiel, que desde 1997 dirige el Grupo de Investigación 'Geografía, Política y Socioeconomía Forestal' en la Universidad Complutense de Madrid, explica que desde que a mediados del siglo XX se produjera un proceso de éxodo rural y se abandonasen los usos agrícolas, los incendios han evolucionado. Primero, ganando velocidad en zonas de cultivo que ya no estaban cultivadas (primera generación). Luego, el abandono de una masa forestal creciente, fruto de lo anterior (segunda generación), y la dicotomía del paisaje: zonas urbanística hiperconcentradas en las áreas metropolitanas y, por otra parte, el vacío de campo (tercera generación), donde "tan grande como sea la mancha del bosque, tan grande como va a ser el incendio".

Para explicar los incendios de cuarta y quinta generación, Montiel tiene en cuenta la urbanización que se empezó a dar con los 90 en zonas de bosque "sin ningún cinturón perimetral". Son incendios de "interfaz urbano forestal", explica la experta. "Los incendios de cuarta generación son brutalmente peligrosos y hace muchos años que los tenemos en España, nada menos que desde 1994, y casi nadie habla de esos. Urbanizaciones y chalets que están en medio del campo". La denominada quinta generación empezó a producirse "en California, en Australia, con un territorio ya contaminado, como Canarias o Valencia, donde ya no se puede diferenciar el bosque de la urbanización". "Está todo mezclado y forma un continuo territorial de muchos kilómetros". A ello se le suma el cambio climático "y eso significa que la atmósfera va a funcionar de una forma muy errática y en ese incendio ya no puedes defender a nadie, mueren personas, porque el incendio se ha convertido en un problema casi exclusivamente de protección civil".

Y, al llegar a este punto, la experta nos habla de lo que supone un incendio de sexta generación. Un "monstruo", un "ente con alma", una "nube de fuego" con "vida propia". Es la nueva generación de incendios forestales, que ya tuvieron lugar hace 25 años en España, en concreto en Catalunya, en la comarca del Solsonès y parte del Bages y la Segarra. Es una nueva realidad que hay que tener presente y que, como está ocurriendo en Sierra Bermeja, en Málaga, tiene como elemento común la mayor presencia de viviendas y edificaciones en zonas de bosque, a la que se añade la subida de temperatura con el cambio climático. El abandono en la gestión forestal es el tercer factor que hace que el fuego, algo natural del ecosistema, se convierta en algo contra lo que no se puede luchar y cuya voracidad solo se calma con unas condiciones climatológicas favorables. Montiel considera que en un incendio de estas características "se pierde ya no solamente la capacidad de extinción, con llamas de más de tres metros de altura, de temperaturas inasumibles, donde los aviones ya no me sirven para nada y donde lo único que se puede hacer son cortafuegos, quemar combustible para ponerle barreras y que cuando llegue no tenga nada que quemar". "Es como la guerra. Cuando en una zona se llega a un incendio de sexta generación, estás perdido, porque el fuego acaba de convertirse en un ente con alma. Se ha convertido en una cosa, un monstruo que va por libre y el incendio va a desarrollar su propia atmósfera", señala. "El fuego va a generar lo que llamamos procesos convectivos, donde nos olvidamos ya del viento, del relieve, de la vegetación. Es un torbellino que va a desarrollar un proceso de convección que va a dar lugar a lo que llamamos pirocúmulo". La cosa no queda ahí. "Esperemos que no tengamos la mala suerte de que se desplome y sea un incendio explosivo. Como ese pirocúmulo llegue al techo, directamente va a llover fuego. Eso es lo que pasó en California y es peligrosísimo. Son los incendios de sexta generación, y contra ellos, por desgracia, no se puede luchar. Lo único que se puede es desarrollar una estrategia defensiva, tratar de establecer prioridades y defender lo que más te importa. El incendio no lo vas a poder contener. Lo único que puedes hacer es tratar de dirigirlo hacia donde menos daño pueda hacer, y que cambien las condiciones meteorológicas, porque el incendio solamente se consigue apagar así. La sexta generación tiene que ver con el abandono de la gestión y con el cambio climático".

Según Luis Galiana, profesor titular de Análisis Geográfico Regional en la Universidad Autónoma de Madrid y especialista en paisaje, el modelo de las generaciones "se planteó para explicar un poco la evolución de los incendios desde los años 60, aproximadamente, cuando empiezan a producirse ya las transformaciones en el medio rural", y "han ido aumentando en su complejidad y en su intensidad". "Se han ido añadiendo elementos que tienen que ver con un escenario cada vez más complejo", por ejemplo la presencia de las interfaces urbanas forestales", zonas en las cuales "los agentes forestales entran en contacto con zonas edificadas de segunda residencia, urbanizaciones residenciales o incluso ya también, como ocurre ahora mismo en Sierra Bermeja, con pueblos". Explica el experto que han ido apareciendo una serie de elementos que han llevado a que este modelo haga que los incendios forestales sean una realidad cada vez más compleja de abordar en su extinción. "El elemento clave, más allá del combustible, de la complejidad de las labores de extinción, etc, es su autonomía, que ha logrado casi casi vida propia. Viendo el comportamiento de este tipo de incendios, parece que el incendio tiene inteligencia, algo difícil de entender y de admitir a no ser que lo hayas visto. Se mueve buscando las zonas donde más combustible hay de una manera autónoma. Crea su propio ambiente de fuego, con sus propias condiciones meteorológicas consecutivas y genera un escenario de gran complejidad", apunta.

Galiana indica que incendios como este de Sierra Bermeja se han dado en la Catalunya central en los años 90, que "realmente anticiparon estos comportamientos". Fueron una ventana al futuro de cómo iban a ser los incendios 25 años más tarde. También se dieron en Portugal, en Pedrógão, en julio de 2017. Este parece responder a esos patrones, aunque aún es pronto para decirlo y habrá que analizarlo con mayor detalle, pero parece también responder a estas mismas características. La clave está en la interfaz urbano forestal, es decir, que "el monte cada vez presenta mayor contaminación edificatoria". "Hay cada vez más urbanizaciones y elementos que hacen que, cuando se produce un incendio, la complejidad de las labores de extinción sea brutal. Casi más que atender lo que podríamos decir el ataque a los frentes de incendio, hay que atender a esa emergencia de protección civil. Hay que desalojar pueblos, hay que proteger urbanizaciones y eso hace que simplemente se pierdan oportunidades de ataque. Con unas pocas cientos de hectáreas ya se pueden producir perfectamente estas complejidades de las que estamos hablando", dice Galiana.

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Los incendios queman generaciones a medida que crecen en peligrosidad. Los últimos, los de sexta generación, tienen vida propia. Crean una atmósfera con corrientes internas de aire que suben en grandes columnas de humo con las que impulsarse y forman nubes de ceniza (pirocúmulos) que, si explotan, pueden desatar auténticas tormentas de fuego para extenderse. Sucedió en Pedrógão (Portugal), en julio de 2017, donde murieron 64 personas. El de Sierra Bermeja, controlado el pasado martes, pertenece a esa sexta generación y provocó hasta tres pirocúmulos que obligaron a confinar varios municipios, aunque se disolvieron sin descargar todo ese material incandescente. No es el primero de esta categoría en España, pero sí el más peligroso porque se extendió por un paraje natural de enorme valor medioambiental salpicado de los pequeños pueblos que forman el Valle del Genal, en el que residen unos 7.000 habitantes.

En seis días, arrasó 9.963 hectáreas en un perímetro de 83 kilómetros –casi un tercio de la sierra–, obligó a desalojar a 2.670 personas y acabó con la vida del bombero forestal Carlos Martínez (44 años), del retén de Almería. Por el camino, se llevó por delante la fauna –cabras, ciervos, corzos, jabalíes...– y la flora –principalmente pinos, pero también alcornoques, castaños y, lo que es peor, algunos pinsapos, una especie única en el mundo– de un paraje que lleva años reclamando ser parque nacional, lo que ayudaría a su conservación.

La propia dinámica del incendio habla de su extraordinaria complejidad. A las 21.35 horas del día 8, empezaron a arder dos focos junto a la cuneta de la carretera que va de Genalguacil a Marbella. Fue claramente intencionado. Aunque esa fue la causa mediata, hay otros factores que contribuyeron a convertirlo en una tormenta perfecta: la afilada orografía de la zona, el calor, el viento cambiante... pero también el abandono progresivo del campo, el éxodo rural –en 15 años, el valle del Genal ha perdido un 12% de su población– y el cambio climático. En 2019, la temperatura media en España fue de 15,9 grados, uno más que el año anterior.

El fuego avanzó primero hacia la costa empujado por rachas de poniente de hasta 45 kilómetros por hora y llegó a la autopista de peaje a la altura de Estepona, donde los bomberos lograron contenerlo a apenas 20 metros de una gasolinera. Sin embargo, dos días después volvió sobre sus pasos ayudado por el viento de levante y enfiló de nuevo la sierra con llamas de hasta 20 metros de altura.

El domingo, cuando los bomberos del Infoca (servicio de extinción de incendios de la Junta de Andalucía) empezaban a considerarlo estabilizado, fue capaz de crear un nuevo incendio a partir de una pavesa. Ambos fuegos se unieron por succión y el nuevo frente se bifurcó, amenazando a la vez a Casares (al este) y al Valle del Genal (en el norte). A las 6.45 horas del martes, debilitado por la lluvia de la madrugada, quedó controlado. Pero tardará semanas en extinguirse, porque las raíces de los árboles aún siguen ardiendo en el subsuelo. El agente de Medio Ambiente de la Junta Pepe Montes –«llevo lo forestal hasta en el apellido», bromea– lo define como «un monstruo con mil cabezas» por su capacidad para multiplicarse. Los incendios, explica, se clasifican en tres tipos: de suelo, que son los más fáciles de apagar; de copa, cuando la llama llega a los árboles, mucho más complejos; y de subsuelo, que se extienden por las raíces. «Este ha sido de los tres tipos a la vez», añade.

Montes conduce el todoterreno de Medio Ambiente del Infoca por los carriles del fuego mientras explica que aquí la tierra es de color bermejo debido a la peridotita, una roca de origen ígneo que aflora desde la corteza continental de la Tierra. Las de Málaga (en Ronda y en Sierra Bermeja) constituyen la mayor exposición mundial de estos afloramientos. El lecho es rico en materiales pesados, por lo que no son muchas las especies capaces de adaptarse a él. Las que lo hacen son extraordinariamente singulares –es la zona de Andalucía con mayor densidad de endemismos–, como el abeto pinsapo, un tesoro en peligro de extinción. El día –este pasado jueves– amanece despejado y la sierra presenta, de lejos, una variedad cromática que resulta pintoresca y triste al mismo tiempo. El verde se mezcla con el ocre y con el negro. Los tonos marrones evocan el otoño, pero es un engaño, un puro espejismo. Los pinos son de hoja perenne y su tonalidad no varía a lo largo del año. El color que ahora tienen es la huella del fuego.

El paraje de Loma y Ferreira, perteneciente a Júzcar, también conocido como el pueblo pitufo porque la mayoría de sus casas están pintadas de azul, ofrece un contraste desolador. En el perímetro del fuego es donde mejor se aprecia el antes y el después. El suelo sobre el que crece un bosque de pinos todavía humea porque el incendio, ahí abajo, aún no está apagado. «Es muy peligroso y nos obliga a mantener la vigilancia. Los árboles siguen ardiendo por dentro y el fuego circula de manera lenta por la falta de oxígeno, pero se extiende por el sistema de raíces y puede salir una semana después fuera del perímetro», explica Montes, que peina la sierra junto a sus compañeros para localizar los «puntos calientes» y alertar a los bomberos forestales del Infoca.

Miguel Redondo conduce el vehículo autobomba hasta el paraje y lo sitúa lo más cerca posible de las ascuas. El camión, que a diferencia de los vehículos de bomberos urbanos es todoterreno, tiene 3.600 litros y 36 mangueras de 25 metros y diferentes embocaduras que se pueden empalmar para llevar agua a 75 metros de distancia. Es un bien preciado, por lo que los bomberos juegan con la presión. «No se trata de comerse la llama, sino de saber comérsela. Hay que apuntar a la base», detalla Montes. Un par de minutos después llega el retén ME-207 –M de Málaga, E de Especial y la numeración corresponde al de Tolox– en un todoterreno repleto de herramientas del que se bajan siete bomberos forestales que se mueven como un escuadrón: el primero escarba con el pulaski (o hacha-azada, una herramienta básica para ellos) y el segundo inunda las raíces de un tocón. Todos los retenes son de siete miembros, salvo las brigadas regionales, las llamadas Bricas, que pueden ser de 13 o de 18 integrantes. Unos y otros trabajan «pegados a la candela», como dicen sus compañeros del Infoca, que habla de ellos con admiración.

El jefe de grupo es José Morera (55 años) y su hermano Francisco (60), el conductor del todoterreno, que ya sabe lo que es estrellarse con un helicóptero –él y sus ocho compañeros resultaron ilesos– cuando participaba en la extinción del incendio de 1991 en la Serranía de Ronda, que se disputa con el de Sierra Bermeja ser el más grave en la provincia en el último medio siglo. José no tiene dudas: «Este es el peor que he visto. El viento, el terreno... ». La muerte del compañero, confiesa, los ha dejado muy tocados. En casa suelen despedirse de ellos diciéndoles que tengan cuidado. Estos días añadían otra petición que era más una súplica: «Vuelve».

Todos coinciden en la sensación de impotencia. «Lo peor ha sido el viento. Estábamos en un flanco, cambiaba la dirección del aire y de pronto se convertía en la cabeza del fuego. Ha sido muy difícil. Hacías un trabajo de dos o tres horas y de pronto no servía de nada y tenías que salir por patas», cuenta, con la cara tiznada, el bombero forestal Rafael Gómez, que tiene 43 años; entró con 19 en el Infoca. «Un retén bueno –añade– es el que mezcla veteranía y juventud». Manuel (27) es el de menos edad y hay dos compañeros más en la treintena. Todos son eventuales: están contratados cuatro meses –la temporada de alto riesgo de incendio, del 1 de junio al 15 de octubre– y se buscan la vida el resto del año mientras escalan puestos en la bolsa de trabajo. La falta de estabilidad empuja a muchos de ellos a cambiar de oficio, con lo que se pierde todo ese caudal de experiencia. Para los incendios de suelo, usan el ataque directo con mangueras o con «batefuegos», una especie de remos que manejan por parejas para sofocar la llama. En los que están en las copas de los árboles hay que cambiar de estrategia. Paradójicamente, el fuego se combate con fuego, en este caso llamado 'técnico' o 'prescrito', que no es otra cosa que crear cortafuegos para debilitarlo. El retén de Tolox pudo cortar así uno de los frentes: «El incendio venía de recula –cuando avanza ayudado por la pendiente, pero en contra el viento y, por tanto, más lentamente– y no había forma de entrarle al fuego, así que nos apoyamos sobre un carril que nos daba seguridad y quemamos el marrotal que tenía delante». El agente Montes apostilla: «El bombero forestal es capaz de combatir el fuego sin agua. Si tiene, mejor, pero si no, también lo apaga».

El observatorio del Porrejón, a 1.200 metros de altitud, ofrece una panorámica casi completa de la Costa del Sol y es también el epicentro del incendio de Sierra Bermeja. Las llamas se quedaron a escasos 10 metros del puesto de vigilancia, que es, por su ubicación, el más importante de la provincia. Rita Hidalgo (55) es una de las observadoras forestales. Los ojos del Infoca. «Mi compañera me relevó a las 19.30 (dos horas antes). Cuando empezó el fuego, ella tuvo que salir corriendo con su marido. Al coger la carretera hacia Peñas Blancas no pudieron seguir por el resplandor de las llamas y tuvieron que dar la vuelta hacia Jubrique». Para entonces, Rita ya estaba en casa, en Genalguacil, de donde fue desalojada dos días después. «He pasado nervios, miedo y también tristeza. He llorado muchísimo. Que estés siempre mirando, con los prismáticos en la mano, y que en un momento alguien llegue y se lo cargue todo... No hay derecho», expresa. La misión de Rita es avisar al Centro de Defensa Forestal (hay dos Cedefos en Málaga, uno en Ronda y el otro en Colmenar) del más mínimo rastro de humo, ubicarlo e identificar el tipo: «Si es amarillento –aclara la observadora–, lo que arde es pino; si es blanquecino, pasto; y si es negro, un coche o unos neumáticos».

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