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23 - Octubre - 2021
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El hormigón romano es famoso por su resistencia, capaz de mantener monumentos en pie tras más de 2.000 años. Ahora, un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) ha analizado la composición química de una muestra extraída del mausoleo de Cecilia Metela, en la Vía Apia (Roma): los resultados, publicados en el Journal of the American Ceramic Society, revelan el secreto de esta resistencia excepcional; secreto que, de hecho, se debe en parte a la fortuna.

El descubrimiento ha sido posible gracias al uso de dos tecnologías: en primer lugar un microscopio electrónico de barrido, que muestra la microestructura de los bloques a escala de micras (la milésima parte de un milímetro); y en segundo lugar la espectrometría de rayos X, que permite identificar y cuantificar los elementos que componen una muestra. Y ha sido este último análisis el que puede revelar el “ingrediente mágico” -científico, en realidad- del excelente hormigón romano. Los autores destacan la importancia que tiene el descubrimiento en cuanto a aplicación práctica, puesto que los hormigones modernos tienen mucho que envidiar al que usaban los romanos.

El hormigón que usaban los antiguos romanos incluía una mezcla de cal y rocas volcánicas que daba como resultado una masa muy compacta. Esto ya se sabía, pero el nuevo estudio ha aportado un dato nuevo y de vital importancia: los materiales volcánicos usados en la construcción del mausoleo de Cecilia Metela son abundantes en leucita, un mineral rico en potasio que se descompone fácilmente por la acción de la lluvia y de las infiltraciones de agua subterránea a través de las paredes. Según los autores, a consecuencia de esto la leucita habría liberado el potasio en el conjunto de la mezcla, provocando cambios en su composición química que la habrían hecho más resistente.

Este último factor es un golpe de fortuna que los romanos no habrían podido prever. El hormigón presente en otras estructuras, como el Mercado de Trajano en el centro de Roma, también contiene materiales volcánicos pero de distinta composición química, que no tienen el mismo efecto que en el mausoleo de Cecilia Metela. Este monumento funerario es uno de los edificios romanos mejor conservados en la antigua Via Apia, pero no se sabe apenas nada de la mujer a la que está dedicado aparte de que era la mujer de un tal Craso: por la fecha de construcción podría tratarse de uno de los hijos de Marco Licino Craso, que compartió triunvirato con Julio César y Pompeyo el Grande.

Cecilia Metela (en latín, Caecilia Metella) fue una dama romana, hija del cónsul de 69 a. C. Quinto Cecilio Metelo Crético y nuera de Marco Licinio Craso ya que se casó con el segundo hijo de este, Marco Licinio Craso. Fruto de este matrimonio nació Marco Licinio Craso, que fue elegido cónsul en 30 a. C. Poco se conoce de la vida de esta Cecilia Metela, aparte de su célebre hijo y su espléndida tumba.

El Mausoleo de Cecilia Metela está situado en las afueras de Roma, junto la Vía Apia. Fue construido en el siglo I a. C. en honor de una Cecilia Metela que se ha relacionado con la nuera de Craso.

De forma circular, diámetro de veintinueve metros y medio, y once metros de altura, se encuentra en la ruta que conectaba Roma con Nápoles, construida entre 312 a. C. y 310 a. C., bajo el mando de Apio Claudio el Censor. La tumba debió poseer un cono de tierra de siete metros de alto, por lo que es calificada como tumba de túmulo. Tenía un revestimiento que ha sido parcialmente arrancado. En la cumbre del cilindro se encuentra un friso de bucráneo, que se interrumpe al nivel del epitafio. Éste indica al propietario de la tumba, Cecilia Metela. La inscripción reza Caeciliae / Q(uinti) Cretici f(iliae) / Metellae Crassi.

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El opus caementicium u hormigón romano, (del latín = caementum: escombros, piedra en bruto) es un tipo de obra hecha de mortero y de piedras de todo tipo (de residuos, por ejemplo) y tiene la apariencia del hormigón. La mezcla se hacía a pie de obra, alternando paladas de mortero con guijarros. El hormigón romano se podía emplear solo, dándole forma dentro de un encofrado, o usarlo para llenar los espacios entre paredes y bóvedas rellenando el espacio entre dos paredes de bloques rectangulares de piedra que funcionan como encofrado perdido (opus quadratum, opus vittatum y opus reticulatum). A medida que se iba subiendo la pared, se podían poner hiladas de ladrillos atravesadas a lo ancho de la pared, lo que permitía trabar ambas paredes exteriores, para que la distancia entre ambas permanezca constante y aumentar la resistencia del conjunto. El opus caementicium es una de las claves del éxito arquitectónico de las construcciones romanas, por su velocidad de ejecución y la solidez de la construcción una vez terminada. Permitió la realización de un tipo de cúpula de una sola pieza, llamada bóveda de hormigón, con un vano de varias decenas de metros, como la Basílica de Majencio o el Panteón de Agripa.

El Panteón de Roma, levantado con opus caementicium.

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Vitruvio describió alrededor del año 25 a. C. en su tratado De architectura distintos tipos de agregados apropiados para la preparación de morteros de cal. Para los morteros estructurales, recomendaba pozzolana, arenas volcánicas de los depósitos de ceniza volcánica de color marrón amarillento-gris de Pozzuoli cerca de Nápoles o de color marrón rojizo de Roma. Vitruvio especificaba una proporción de 1 parte de cal y 3 partes de pozzolana para los cementos utilizados en edificios y una proporción de 1 a 2 de cal para el pulvis puteolanus para trabajos bajo el agua, esencialmente la misma relación de mezclas que se utiliza hoy para el hormigón en construcciones marinas. A mediados del siglo I, los principios de la construcción bajo el agua con hormigón eran bien conocidos por los constructores romanos. La ciudad de Cesarea Marítima fue el primer ejemplo conocido de haber hecho uso de la tecnología del hormigón romano bajo el agua a una escala tan grande. Para la reconstrucción de Roma después del incendio del año 64 que destruyó grandes áreas de la ciudad, Nerón utilizó un nuevo código de construcción que consistía en hormigón recubierto de ladrillo, lo que parece haber acelerado el desarrollo de las industrias del ladrillo y del hormigón.

Cesarea Marítima es el primer ejemplo conocido de haber utilizado la tecnología de hormigón romano bajo el mar a una escala tan grande.

El hormigón romano, como cualquier hormigón, consta de un mortero hidráulico y agregado, un aglutinante mezclado con agua que se endurece con el tiempo. El agregado variaba, e incluía rocas, baldosas cerámicas o escombros de ladrillo resultantes de los restos de edificios demolidos. No se utilizaban elementos de refuerzo del tipo de barras de acero. El yeso y la cal se utilizaban como aglutinantes. Se preferían cenizas volcánicas, llamadas pozzolanas o "arenas de pozo", cuando podían ser conseguidas. La pozzolana hace al hormigón más resistente al agua salada que el hormigón moderno, aunque no en todos los casos. El mortero puzolánico utilizado tenía un alto contenido en alúmina y sílice. La toba volcánica fue utilizada a menudo como agregado. El hormigón y, en particular, el mortero hidráulico responsable de su cohesión, era un tipo de cerámica estructural cuya utilidad deriva en gran medida de su plasticidad reológica en estado pastoso. Es el fraguado y endurecimiento de cementos hidráulicos derivados de la hidratación de materiales y la posterior interacción química y física de estos productos de hidratación. Esto difiere de la fragua de morteros calcáreos apagados, los cementos más comunes del mundo prerromano. Una vez fraguado, el hormigón romano exhibía poca plasticidad, aunque conservaba cierta resistencia a tensiones de tracción. La fragua de los cementos puzolánicos tiene mucho en común con el de su equivalente moderno, el cemento Portland. La alta composición de sílice de los cementos de pozzolana romana está muy próxima a la del cemento moderno al que se han añadido escorias de altos hornos, cenizas volantes o humos de sílice.

Estructura cristalina de la tobermorita: célula elemental.

Se ha descubierto recientemente que la resistencia y longevidad del hormigón "marino" romano se benefician de una reacción del agua de mar con una mezcla de ceniza volcánica y cal viva para crear un cristal llamado tobermorita, que puede resistir a la fractura. A medida que el agua de mar se va filtrando dentro de las pequeñas grietas del hormigón romano, reaccionaba con la phillipsita, encontrada naturalmente en la roca volcánica, creando cristales de tobermorita aluminosos. El resultado es que se dispone de un candidato para "el material de construcción más duradero en la historia de la humanidad". En contraste, el hormigón convencional moderno expuesto al agua salada se deteriora con el tiempo. Las resistencias a la compresión para los cementos Portland modernos están típicamente en el nivel de 50 MPa y han mejorado casi diez veces desde 1860. No existen datos mecánicos comparables para los morteros antiguos, aunque se puede deducir de la fisuración de las cúpulas de hormigón romano alguna información sobre la resistencia a la tracción. Estas resistencias a la tracción varían sustancialmente de la relación agua/cemento utilizada en la mezcla inicial. En la actualidad, no hay manera de determinar qué proporciones agua/cemento usaron los romanos, ni tampoco existen datos extensos sobre los efectos de esta relación sobre las resistencias de los cementos puzolánicos.

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