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1 - Agosto - 2021
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Dos noticias han sacudido contemporáneamente el estudio de la evolución humana, cuestionando la visión tradicional de este proceso como algo lineal en el que las diversas especies siguieron caminos independientes. En Israel se han encontrado fragmentos del cráneo de un individuo de ascendencia neandertal, que demuestran una alternancia temporal entre poblaciones de esta especie y de Homo sapiens. Por otra parte, en China se ha anunciado el descubrimiento del cráneo con las características más similares a los humanos modernos que se conocen hasta la fecha, y que ha sido bautizado con el nombre de Homo longi.

El paleoantropólogo español Juan Luis Arsuaga, director científico del Museo de la Evolución Humana de Burgos y que ha participado en el descubrimiento del cráneo en Nesher Ramla (Israel), opina que el hallazgo es “un paso muy importante porque clarifica parte de la evolución humana” puesto que “hay una alternancia de poblaciones de linaje neandertal (existente hace entre 230.000 y 40.000 años) y sapiens, lo que implica intercambio genético, relaciones sexuales entre ambos”.

Cráneo de Harbin.

La importancia del descubrimiento es, precisamente, que cuestiona la idea según la cual las distintas especies del género Homo habían seguido caminos separados. “Los neandertales en Europa y Eurasia y los sapiens en África y Asia se veían como evoluciones paralelas pero independientes. Este trabajo nos lleva a pensar que no han sido tan independientes, sino que ha habido intercambio de genes.” Esta alternancia, según él, “significa que la zona de Israel es un corredor que conecta África con Eurasia y en ese corredor se han encontrado y convivido o reemplazado unos y otros, aunque de estar los dos juntos a la par no hay pruebas concluyentes aún”. Además, señala que los neandertales no fueron una especie propia de Europa sino que ocuparon un área mucho más extensa de lo que se pensaba hasta ahora.

Cráneo de Nesher Ramla.

Una noticia igual de impactante ha sido el anuncio, por parte de investigadores chinos, de un cráneo en excepcional estado de conservación en la ciudad de Harbin que, por sus características, han atribuido a una especie nueva a la que han bautizado como Homo longi, “hombre dragón”. El cráneo presenta unas grandes cuencas oculares, amplias crestas de las cejas, una boca ancha, dientes de gran tamaño y, como característica más notable, un cráneo de grandes dimensiones que podría haber albergado un cerebro de un tamaño comparable al de los humanos modernos. Pero el anuncio más impactante es que, según el profesor Xijun Ni de la Academia China de Ciencias, “el nuevo linaje que hemos identificado y que incluye al Homo longi es el verdadero grupo hermano del sapiens”, algo que desbancaría a los neandertales del puesto de parientes más cercanos de los humanos modernos pero que ha sido recibido con prudencia por otros investigadores. Lo que sí parece claro es que estas especies diversas coexistieron e influyeron las unas en las otras, y que el cuadro de la evolución humana esconde una mayor interconexión de la que se pensaba.

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Recientemente se descubrió que los carbohidratos fueron clave para el desarrollo del cerebro de humanos y neandertales. Un nuevo estudio sugiere que la ingesta de grandes cantidades de almidón alteró la microbiota oral en los ancestros de humanos y neandertales, lo que se tradujo en un mayor aporte de glucosa, un ingrediente decisivo para proporcionar calorías extra a un cerebro más grande.

La imagen que tenemos de los neandertales es la de unos primitivos devoradores de carne. Sin embargo, aunque es cierto que la especie contaba con una dieta mayoritariamente carnívora, también ingería grandes cantidades de raíces, frutos secos y otros alimentos ricos en almidón, alimentos que contribuyeron a alterar la microbiota oral, responsable de convertir estos componentes en azúcares, indispensables para aportar las calorías necesarias al cerebro.

La placa dental contiene pistas importantes sobre la alimentación, y es que nuestro microbioma oral, constituido por billones de células microbianas pertenecientes a miles de especies de microorganismos, ha evolucionado con nosotros a lo largo de millones de años. A partir de esta premisa, un equipo multinacional formado por científicos, de más de 40 instituciones y 13 países decidió estudiar la microbiota hallada en fósiles de humanos modernos y neandertales en busca de pistas sobre la evolución de su alimentación a lo largo de los últimos cien mil años.

Sus conclusiones, publicadas recientemente en la revista especializada PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences), sugieren que nuestros antepasados comunes ya se habían adaptado para ingerir grandes cantidades de almidón hace al menos 600.000 años, aproximadamente el mismo período en el que necesitaban más glucosa para alimentar sus cerebros cada vez más grandes. Los investigadores llevaban mucho tiempo atribuyendo el crecimiento de los cerebros de nuestros antepasados- cuyo tamaño se duplicó en algún momento de hace entre 2 millones y 700.000 años,-a la mejora de las herramientas líticas y a la caza cooperativa. Según esta hipótesis, a medida que los humanos mejoraban la caza de animales y el procesamiento de la carne de sus presas, ingerían una dieta de mayor calidad que se traducía en más aporte energético, indispensable para el alimento de unos cerebros cada día más grandes.

Reconstrucción de esqueleto elaborada a partir de más de 200 fósiles de neandertal. Según el nuevo estudio, los antepasados de humanos y neandertales ya se habían adaptado para ingerir grandes cantidades de almidón hace al menos 600.000 años, aproximadamente el mismo período en el que necesitaban más glucosa para alimentar sus cerebros, cada vez más grandes.

Sin embargo, los científicos firmantes del estudio se preguntaban hasta qué punto la ingesta de carne podía explicar por sí sola este aporte extra de energía. "Para que los ancestros humanos tuvieran un cerebro más grande, necesitaban alimentos energéticos que contuviera glucosa, un componente que no se encuentra en la carne", apunta la arqueóloga molecular Christina Warinner, investigadora de la Universidad de Harvard y del Instituto Max Planck para la Ciencia de la Historia Humana, a la revista Science. Los antepasados comunes de Homo sapiens y neandertales ya pudieron haberse adaptado hace al menos 600.000 años para ingerir grandes cantidades de almidón, un componente que sí se encuentra, sin embargo, en algunas plantas silvestres ricas en almidón, como las que todavía consumen algunos cazadores-recolectores en la actualidad. Esto hizo pensar a los investigadores que los primeros humanos y los neandertales podrían haber incorporado el almidón en su dieta, lo que les habría proporcionado una ración extra de glucosa.

Una vez elaborada la hipótesis, sólo quedaba demostrar que las bacterias orales rastrean los cambios en la dieta. A tal efecto, Warinner, junto con un amplio equipo de investigadores, observaron las bacterias de la cavidad oral adheridas a los dientes de neandertales y humanos modernos que vivieron hasta hace 10.000 años, antes del desarrollo de la agricultura, chimpancés, gorilas y monos aulladores, y los compararon con miles de fragmentos de ADN de bacterias muertas hace miles de años que todavía se conservan en los dientes de 124 individuos, uno de ellos un ejemplar de neandertal que vivió hace 100.000 años en la cueva de Pešturina, en Serbia, del que se extrajo el genoma del microbioma oral más antiguo reconstruido hasta la fecha.

Los científicos descubrieron que las comunidades bacterianas presentes en la boca de humanos preagrícolas y neandertales eran muy similares entre sí. En concreto, tanto unos como otros albergan un grupo inusual de bacterias del género Streptococcus en sus cavidades bucales, unos microorganismos que cuentan con una capacidad especial para unirse a una enzima denominada amilasa, responsable de romper moléculas de glúcidos complejos como el almidón. Dicho de otro modo, extraer la glucosa. La presencia de estos microorganismos en los dientes de los neandertales y los primeros humanos modernos, pero no, por ejemplo en los chimpancés, demuestra que aquellos ya ingerían alimentos ricos en almidón.

Alimentos como las raíces, tubérculos y semillas, ricos en almidón, pudieron dar a los humanos modernos y los neandertales un aporte extra de energía, pero los investigadores sugieren que la microbiota responsable de descomponer y transformar las moléculas de almidón en azúcares se heredó de un ancestro común que vivió hace más de unos 600.000 años, aproximadamente en el momento en que el tamaño del cerebro de nuestros ancestros creció significativamente hasta casi duplicar su tamaño. Esta hipótesis, según Warinner, desvela la importancia del almidón en la dieta y su vinculación con el crecimiento del cerebro de nuestros ancestros, de los que se sospecha también pudieron haber empezado a cocinar alimentos mucho antes de lo que pensaba, pues, según apuntan los científicos, la enzima amilasa es mucho más eficiente a la hora de digerir el almidón cocinado que el crudo. Los investigadores deducen, pues, que los parientes del género Homo de hace unos 600.000 ya cocinaban los alimentos de manera habitual, una práctica que pudo expandirse como consecuencia de la necesidad de aportar recursos extra a unos cerebros cada vez más grandes.

Seas cuales sean las conclusiones, la investigación ha desvelado la importancia del microbioma en nuestra adaptación evolutiva y ha puesto en valor los estudios de investigación basados en el metagenoma (el genoma de los organismos que hospedamos en nuestro cuerpo) para desentrañar algunos de los enigmas de la historia evolutiva del hombre moderno y de su especie hermana, los neandertales. Tal y como reza una de las conclusiones del estudio, hasta diez tipos de bacterias han convivido en nuestro organismo y el de nuestros ancestros durante cerca de 40 milles de años. Casi nada.

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El consumo moderado de carbohidratos favorece una vida más saludable y longeva, según un estudio publicado en 2018 en la revista británica «The Lancet». La investigación, liderada por la especialista en medicina cardiovascular Sara Seidelmann, del Brigham and Women's Hospital (Estados Unidos), reveló que las dietas que sustituyen los carbohidratos por proteínas o grasas deberían evitarse por su posible vínculo con «ciclos de vida más cortos». «Consumir carbohidratos con moderación parece ser óptimo para la salud y para tener una vida más larga», según los expertos.

El estudio también destacó que el reemplazo de este tipo de alimentos por ternera, cordero, cerdo, pollo o queso está relacionado con unos mayores índices de mortalidad, mientras que una dieta rica en proteínas vegetales (como las verduras, las legumbres o los frutos secos) disminuye el riesgo de mortalidad. «Las dietas bajas en carbohidratos, las cuales los reemplazan con proteínas o grasas, están ganando popularidad como una forma saludable de perder peso», dijo Seidelmann. «Sin embargo, nuestros datos sugieren que estas podrían estar asociadas con una vida más corta y no deberían ser recomendadas», apostilló la investigadora. No obstante, la especialista en medicina cardiovascular aclaró que, «si una persona decide comenzar una dieta de estas características, al menos debería incluir más proteínas vegetales, las cuales promueven un envejecimiento saludable». Los autores analizaron los hábitos alimentarios de 15.428 adultos de entre 45 a 64 años de diversos orígenes socioeconómicos y procedentes de cuatro comunidades estadounidenses. Durante un seguimiento de 25 años, 6.283 de los participantes fallecieron.

Los expertos observaron una relación entre la baja ingesta de carbohidratos y la esperanza de vida. Observaron una baja esperanza de vida para aquellos que llevaban a cabo dietas bajas en carbohidratos (menos del 40% de las calorías) o altas (más del 70%), y alta para los que optaban por un consumo moderado (entre el 50 y el 55% de las calorías). Asimismo, los investigadores estimaron que, a partir de los 50 años, la esperanza de vida promedio fue de 33 años adicionales para el grupo con una ingesta moderada de carbohidratos -cuatro años más que aquellos con muy bajo consumo de carbohidratos y un año más que aquellos con alto consumo-. A pesar de esto, desde el estudio aclararon que, dado que las dietas solo se midieron al inicio del ensayo y luego seis años después, los patrones dietéticos pudieron variar, lo que afecta al nivel de fiabilidad de los resultados.

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