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13 - Noviembre - 2020
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Todo lo que sabemos sobre el Homo neanderthalensis -comúnmente conocido como neandertal- es fruto del minucioso trabajo de arqueólogos y expertos que durante años han reconstruido pieza a pieza sus características físicas, su fisionomía, sus hábitos e incluso sus flujos migratorios. Ahora, se añade a este conocimiento un nuevo elemento que podría redefinir aquello que hasta ahora creíamos saber sobre los neandertales. Las teorías sobre la desaparición repentina en términos históricos de los neandertales, que vivieron entre hace 200.000 y 40.000 años, son diversas. Según algunas de ellas, su extinción se podría haber debido, en parte, a tiempos de destete más largos que los nuestros y, por consiguiente, a un periodo fértil menor.

Pero según un estudio reciente titulado Early life of Neanderthals publicado en la revista científica estadounidense PNAS y basado en un estudio del grupo internacional coordinado por Marco Peresani, profesor de la Universidad de Ferrara, y por Stefano Benazzi, profesor del Departamento de Bienes Culturales de la Universidad de Bolonia, los neandertales recién nacidos tenían los mismos ritmos de destete y de crecimiento que el hombre moderno.

Los expertos han llegado a esta conclusión gracias a los análisis realizados en tres dientes de leche que fueron encontrados en el noreste de Italia. Los hallazgos proceden de tres sitios del Paleolítico Medio datados entre hace 70.000 y 50.000 y ubicados en el Véneto: la Cueva de Fumane, la Cueva de Nadale y el Riparo del Broion.

El estudio ha determinado la edad de destete de los neandertales examinando las líneas de crecimiento, es decir, las pequeñas líneas oscuras que, como ocurre con los árboles, se forman en los dientes durante el desarrollo. Partiendo del análisis de estas líneas, los investigadores han logrado determinar la edad a partir de la cual los neandertales recién nacidos empezaban a ingerir comida sólida: en torno a los seis meses.

La Cueva de Fumane, accesible al público.

Según Peresani y su equipo, neandertales y Homo sapiens compartieron las mismas necesidades energéticas durante los primeros meses de vida, e incluso crecían al mismo ritmo. Así, su peso debió ser muy parecido al de nuestros recién nacidos. “Esto indicaría una gestación muy similar, un proceso de desarrollo parecido durante las primeras etapas de la vida y quizás también un intervalo de tiempo menor entre embarazos del que se pensaba hasta ahora”, explica el profesor Stefano Benazzi de la Universidad de Bolonia.

Los pequeños neandertales empezaban a consumir comida sólida alrededor del sexto mes, cuando la leche materna dejaba de ser un alimento suficiente para su desarrollo. “Si comparamos con el resto de primates, es muy probable que los recursos energéticos que requiere el crecimiento del cerebro humano conlleve la necesidad de introducir la comida sólida en la dieta de los recién nacidos antes”, añade Federico Lugli, investigador de la Universidad de Bolonia y coautor del estudio.

Además, el análisis de los hallazgos ha permitido a los investigadores arrojar luz sobre otros aspectos de la vida de los grupos de neandertales que se establecieron en el norte de Italia. Según el mismo estudio, “se movían menos de lo que se había hipotetizado hasta ahora. Los análisis de los isótopos de estroncio presentes en los dientes estudiados indican, de hecho, que estos niños han permanecido gran parte del tiempo cerca de su lugar de origen: un comportamiento que denota una mentalidad moderna, conectado probablemente a un uso cuidadoso de los recursos que tenían disponibles en aquella región”, apunta Wolfgang Müller, profesor del Goethe University Frankfurt (Alemania) y coordinador del análisis.

El curso de las excavaciones arqueológicas en la Cueva de Nadale están bajo la dirección de la Universidad de Ferrara.

“A pesar de que hubo un descenso generalizado de las temperaturas durante el periodo analizado, el noreste de Italia ha sido casi siempre una región rica en recursos en cuanto a lo que concierne a la alimentación, de diversidad de ambientes naturales y de gran presencia de cuevas: todos ellos elementos que contribuyen a explicar la supervivencia de los neandertales en este área hasta desde 45.000 años atrás”, concluye el profesor Marco Peresani.

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El ancestro común de los grandes simios y de los humanos hay que situarlo en el continente africano, según las investigaciones genéticas y paleontológicas. África es, por tanto, la cuna de la evolución de todos los primates. Sin embargo, la evolución de los homínidos no fue lineal, sino que en el árbol evolutivo se produjeron ramificaciones paralelas e independientes. Durante años se ha creído que el neandertal (Homo neanderthalensis) y el humano moderno (Homo sapiens) coexistieron durante un tiempo en el centro y en el sur de la península Ibérica, donde se considera que sobrevivieron los últimos neandertales de Europa, al borde de la extinción. No sólo compartieron el mismo hábitat, sino que compitieron por los mismos recursos, mantuvieron relaciones sexuales e incluso pudieron crear una especie híbrida. Al menos es lo que se creía hasta ahora. Pero un nuevo estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Oxford, con participación española, y publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) desmontó esta teoría en 2013.

El equipo de científicos empleó la técnica del radiocarbono, aplicando un procedimiento de ultrafiltrado que elimina los restos de contaminación en las muestras procedentes de los yacimientos de Jarama VI (Guadalajara) y Zafarraya (Málaga), considerados unos de los últimos reductos de los neandertales en la Península Ibérica. Las dataciones obtenidas con esta nueva metodología demostraron que los neandertales que subsistieron en el sur de la península tienen unos 45.000 años y no unos 30.000 años como se calculaba hasta ahora, por lo que no se produjo tal coexistencia, ya que los humanos modernos todavía no habían llegado al norte de la península. Este estudio demostró, a su vez, que los neandertales del sur de la península Ibérica no sobrevivieron durante más años que el resto de los neandertales. De hecho, estudios recientes aseguran que su último hábitat se localizaba en el norte de la península, por lo que cabe la posibilidad de que en esta región se produjera esa supuesta coexistencia de especies, pero de momento se desconoce, de la misma forma que tampoco se conocen las causas de la desaparición de los neandertales.

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Al igual que muchas tribus nativas americanas, a los neandertales les gustaba adornarse con plumas de ave.

Plumas de quebrantahuesos, paloma torcaz y chova piquigualda.

Una reconstrucción científica de un neandertal muestra el uso ornamental que estos hacían de plumas de ave y pieles de mamífero.

El paleoartista Fabio Fogliazza los ha imaginado con el rostro pintado y con adornos de plumas, garras y pieles.

Para llevar a cabo la reconstrucción del neandertal su autor, el paleoartista italiano Fabio Fogliazza, del Laboratorio de Paleontología del Museo de Historia Natural de Milán, empleó cerca de seis meses. Empezó por modelar con arcilla los músculos faciales y adherirlos a un molde de uno de los cráneos de neandertal mejor conservados que se conocen, el descubierto en la cueva de La Ferrassie, en Dordoña, Francia. Posteriormente añadió la piel, también de arcilla, dando expresión al rostro. Luego procedió a crear un negativo del molde con una silicona elástica y a continuación, un positivo con resina sintética, al que aplicó el color de la piel y la pintura facial a base de pigmentos ocre rojizo (almagre) y negro, este último fabricado con dióxido de manganeso. Las plumas agregadas y la garra pertenecen a las especies documentadas en Fumane.

Las reconstrucciones que hacen los paleoartistas son tan buenas y realistas que nos vemos obligados a preguntarnos si de verdad ganaríamos algo viajando al pasado. Veríamos las especies en movimiento, sí, pero hasta eso se consigue ya con las modernas técnicas de animación digital. Ahora bien, los ruidos producidos por los animales desaparecidos para siempre, sus gruñidos, rugidos y bramidos, no son fáciles de reconstruir, y un viaje al pasado nos serviría para ponerle sonido al documental de la prehistoria. En el caso de las especies humanas extinguidas, podríamos de este modo saber qué tipo de sonidos emitían al comunicarse, si eran parecidos a los nuestros o, por el contrario, similares a los de los chimpancés, aunque incluso esto puede llegar a determinarse a través de los fósiles. Pero ni siquiera así sabríamos si «hablaban», si tenían un lenguaje como el nuestro, porque no seríamos capaces de decir si las vocalizaciones que producían «significaban» algo. Nuestra comunicación se realiza a base de símbolos, y detrás tiene que haber una mente capaz de crearlos y manejarlos. Curiosamente, nunca ha existido un lenguaje humano universal, ni siquiera «antes de Babel», porque cada comunidad acuña su lengua, y de haber tenido los neandertales lenguaje humano, habría que ver si se entendían los de Asia Central con los ibéricos. La fragmentación de un idioma es cuestión de tiempo y distancia.

La reconstrucción que se hacía antiguamente de los neandertales era la de unos seres muy desgarbados, con las rodillas flexionadas, pero ya hace mucho tiempo que se sabe que la postura bípeda completa, del mismo tipo que la nuestra, se alcanzó hace más de cuatro millones de años, con los primeros australopitecos. Los neandertales eran más anchos de caderas y de tronco que nosotros, y muy musculosos, de piernas y antebrazos cortos. La frente era huida, bajo las cejas había un engrosamiento óseo que hacía que sobresaliesen, y carecían de mentón. En esas reconstrucciones antiguas les ponían en todo el cuerpo el pelo de los chimpancés, y eso los hacía parecer muy primitivos. Hoy se los representa con cabello y barba, y el resto del cuerpo poco velludo, y así parecen mucho más humanos. Sin embargo, no hay ningún dato científico que avale que tenían cabello (es decir, pelo de crecimiento continuo) y barba (también de crecimiento permanente), ya que nuestra especie es la única que muestra este tipo de pelo en la biosfera actual. Quizás algún día nos lo diga la paleogenética (el estudio del ADN de los fósiles). Si pudiéramos mirar a través del tiempo, resolveríamos de un vistazo esa duda. Cualquier fotografía o grabado de un grupo humano actual o de los últimos siglos, sea cual sea, nos mostrará a sus miembros más o menos desnudos, pero siempre adornados. La nuestra es una especie que, además de los rasgos naturales que distinguen a los sexos, modifica su cuerpo para controlar su imagen, es decir, la forma en la que los demás nos ven. Eso incluye el modo de arreglarse el pelo y la barba, las deformaciones a las que en algunas culturas se someten los labios o los lóbulos de las orejas, o las que se practicaban sobre los cráneos de los niños pequeños para moldearlos, por no hablar de los aros para estirar el cuello de las mujeres, los cortes en la piel para producir cicatrices (escarificación), los tatuajes, las mutilaciones, las extracciones de dientes o el aguzamiento de los mismos y un largo etcétera. Si pudiéramos asomarnos al mundo de los neandertales, veríamos si eran tan humanos como nosotros en estas formas de cambiar el cuerpo.

El comisario de la exposición, Fabio Fogliazza, posa junto con la pieza ‘El Neandertal emplumado’, en el MEH en 2014.

El Museo de la evolución humana, también conocido por sus siglas MEH, está situado en la ciudad española de Burgos.

¿Podemos imaginar a un neandertal con un enorme plato en el labio inferior? Parece poco compatible con el tipo de vida que llevaban y su forma de alimentarse. Sabemos a ciencia cierta que no se arrancaban dientes ni se los afilaban, ni deformaban el cráneo de sus pequeños, ni se automutilaban, pero hay otras modificaciones del cuerpo, como la perforación de la nariz, que no dejan huella en el esqueleto, y nos quedaremos sin saber si eran prácticas comunes. Y no se trata de una simple curiosidad, porque estas prácticas culturales son inseparables del lenguaje simbólico. Si los neandertales se arreglaban el pelo, por ejemplo, seguro que hablaban. Pero, además, los humanos de todas las culturas nos coloreamos el cuerpo y lo decoramos con collares, pulseras, anillos, pendientes y otros muchos objetos simbólicos. Que los neandertales se protegían del frío cubriéndose de pieles es seguro, pero ¿se pintaban el cuerpo? ¿Se colgaban objetos del cuello o alrededor de la muñeca? ¿Se ponían cintas o plumas en la cabeza? Bastaría con tener la certeza de que usaban cualquiera de estos elementos para que supiéramos que su mente era tan simbólica como la nuestra. Los neandertales transportaban almagre (óxido rojo de hierro, también llamado ocre rojo) a sus cuevas y quizá lo utilizasen como pigmento para pintarse el cuerpo, aunque también podrían darle otros usos. Tal vez se adornaban con hojas o flores, claro, pero estos elementos vegetales no perduran y no forman parte del registro arqueológico. Un tocado de plumas en la cabeza de un neandertal produciría un gran efecto a quienes lo vieran, sobre todo si las plumas eran de grandes aves planeadoras, como las carroñeras y rapaces. Pero las plumas no se conservan, así que, ¿cómo sabremos si las usaban?

La primera respuesta a esta pregunta llegó en 2011 de un yacimiento italiano del Véneto, en los Prealpes, llamado Fumane. Se trata de una cueva que fue utilizada por los neandertales. Entre los huesos de animales que transportaron hasta el lugar se encuentran los de diversas especies de aves. Muchos de ellos son de las alas y tienen rastros de haber sido rotos intencionada­mente, o pelados, y algunos muestran pulidos que indican que fueron usados. Pero hay seis especialmente interesantes porque presentan cortes producidos por instrumentos de piedra con objeto de desarticularlos. Pertenecen a un ala de quebrantahuesos, otra de cernícalo patirrojo, otra de paloma, dos de chova piquigualda (todos ellos datados en torno a 44.000 años) y otra de buitre negro (procedente de un nivel más antiguo). Estas partes del cuerpo no proporcionaban alimento alguno a los neandertales, por lo que no fueron llevadas a la cueva para comérselas. Una explicación muy razonable es que usaran las alas para arrancarles las plumas y utilizarlas como adorno. Eso por lo menos es lo que piensan los autores de la investigación, dirigida por el antropólogo italiano Marco Peresani, de la Universidad de Ferrara, y financiada en parte por National Geographic Society.

Los Prealpes Vénetos (en italiano, Prealpi Venete) son una sección del gran sector Alpes del sudeste.

En esta gruta se ha encontrado también una falange ungueal de águila real con marcas de corte que indican que le extrajeron la garra (uña). Cabe pensar que también utilizasen las garras para su arreglo personal. A partir de esta idea, Fabio Fogliazza, del Laboratorio de Paleontología del Museo de Historia Natural de Milán, ha imaginado el aspecto de un neandertal masculino con el pelo cuidadosamente cortado y además adornado con plumas de quebrantahuesos, de paloma y de chova piquigualda, sujetas con tiras de piel de corzo. Las orejas han sido decoradas con cañones de plumas de paloma y se abriga el cuello con una piel de zorro, de la que cuelgan garras de águila. La cara está pintada con almagre (color rojo) y óxido de manganeso (color negro).

Los neandertales se han retratado en la cultura popular desde principios del siglo XX. Las primeras representaciones se basaban en las nociones del hombre de las cavernas proverbialmente tosco y de cejas bajas; desde la última parte del siglo XX, algunas representaciones se inspiraron en reconstrucciones más comprensivas de la vida en la era del Paleolítico Medio.

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