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28 - Diciembre - 2020
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Se cumplen diez años del inicio de la Primavera Árabe. Durante meses, miles de ciudadanos de más de una decena de países de Oriente Próximo salieron a las calles para exigir el derrocamiento de regímenes autoritarios. Túnez, Libia, Siria, Yemen, Egipto, Sáhara Occidental, Argelia, Sudán, Irak... y muchos más, se convirtieron en escenario de fuertes protestas de una gran parte de la población. Entonces sorprendió la masiva participación de las mujeres en las protestas que, además, se convirtieron en líderes del movimiento. Sin embargo, una publicación de Naciones Unidas destaca que su fuerte activismo, junto con el de los jóvenes, se debió a que eran las más afectadas por los gobiernos dictatoriales y "por lo tanto, serían las principales beneficiarias del cambio".

Diez años después, ¿cómo se encuentra la situación de las mujeres? En algunos países conquistaron derechos que fomentaron la igualdad, mientras que en otros se produjo un retroceso. "Las mujeres no solo estuvieron en la primera línea de las revoluciones, sino que también fueron las víctimas más afectadas por las contrarrevoluciones, que les hicieron sufrir la venganza de los opresores cuando estos se dieron cuenta de que habían logrado la victoria", reza la crónica de Naciones Unidas.

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La revolución de Egipto terminó con la salida del presidente Hosni Mubarak, que llevaba 30 años en el poder, y la celebración de unas elecciones. Las manifestaciones se originaron como protesta por el exceso de brutalidad policial y las leyes de emergencia del Estado, así como la mala situación económica que atravesaba el país.

Abdel Fatah al Sisi es el presidente de Egipto desde 2014 y se comprometió públicamente a abordar problemas que afectan a las mujeres, como el acoso sexual. No obstante, según Amnistía Internacional (AI), esta promesa "aún no se ha traducido en una estrategia integral y continuada". Esta ONG denunció en su informe de 2019 que "las mujeres seguían estando discriminadas en la legislación y en la práctica". "Los actos de violencia contra las mujeres seguían siendo generalizados, sin que las autoridades los impidieran, los investigaran suficientemente ni castigaran a quienes los cometían", detallaba el documento. Además, son muchas las que continúan sufriendo prácticas como la mutilación genital femenina, que supone una fuerte violación de los derechos humanos. Este procedimiento fue prohibido en el país en 2008 y criminalizado en 2016, pero, según una encuesta realizada por el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia ese mismo año, el 87% de las mujeres de entre 15 y 49 años habían sido sometidas a ello. Pese a todo, parece que en las nuevas generaciones esa cifra se va reduciendo.

En agosto de 2019 hablábamos de la mutilación genital femenina en nuestros destacados.

La Primavera Árabe en Libia provocó la muerte del dictador Muamar al Gadafi, pero no logró una transición pacífica hacia la democracia. Amnistía Internacional denuncia que la población civil es la que más sufre las consecuencias de los combates que aún se libran entre las milicias favorables al Gobierno de Acuerdo Nacional y el Ejército. En este sentido, advierten que los derechos de las mujeres han sufrido un retroceso, sobre todo en el caso de activistas o periodistas que son objeto de amenazas, secuestros y violencia de género. En 2019 algunas de estas mujeres sufrieron actos de intimidación y acoso por parte de las milicias por no ir acompañadas de hombres.

Yemen es considerado uno de los peores países para ser mujer y durante 13 años consecutivos ha ocupado el último lugar en el índice de disparidad entre los géneros del Foro Económico Mundial. Desde hace un lustro se libra una guerra en el país que ha deteriorado los derechos humanos y agravado la discriminación contra las mujeres.

Una mujer en una protesta en Yemen en 2011.

AI relató en un artículo publicado en 2019 que "la vulnerabilidad de las mujeres frente a la violencia se ha visto agravada por los estereotipo de género negativos y las actitudes patriarcales, un sistema de justicia discriminatorio y una desigualdad económica". Muchas han tenido que hacer frente a una "movilidad limitada causada por las normas de género culturales" y han sido atacadas en puestos de control cuando no iban acompañadas por un familiar varón. También sufren ataques durante las protestas (como acoso, detención arbitraria y tortura) y, además, tienen la responsabilidad de proporcionar comida y atención a sus hogares.

Túnez fue el país donde se encendió la mecha de la revolución. Comenzó el 17 de diciembre de 2010, cuando Mohamed Bouazizi, un vendedor ambulante, se inmoló como protesta después ser despojado por la policía de sus mercancías y cuentas de ahorros. Su acción provocó que miles de personas salieran a las calles, hartas de la situación económica y social del país. El país norteafricano podría considerarse uno de los pocos casos en los que la revolución tuvo sus frutos. En el caso de los derechos de las mujeres, ya era un Estado bastante avanzado: desde el siglo XX las mujeres podían votar y estaba legalizado el aborto. Pero con la Primavera Árabe se siguieron haciendo progresos.

En 2011 las cuotas de género se convirtieron en un requisito legal para en las candidaturas políticas y en 2014 las mujeres lograron el 30% de los escaños parlamentarios. Las mujeres también tienen altos niveles de alfabetización y acceso a estudios superiores. Por ejemplo, según datos de Amnistía Internacional, en 2010 el 33% de los jueces y el 42,5% de los abogados eran mujeres. En 2013, las mujeres representaban el 30% de los profesionales de la ingeniería, y en 2014 el 42% de los médicos.

Un grupo de mujeres en una protesta en Túnez en 2018.

gualmente, las mujeres tienen los mismos derechos que los hombres en el matrimonio, aunque socialmente todavía se les considera a ellos los cabeza de familia. Ahora bien, no todo es de color violeta. El gobierno tunecino aún falla en la protección de las mujeres víctimas de violencia de género. Aunque se aprobó una ley en 2018 y en los primeros siete meses del año pasado se recibieron más de 40.000 denuncias, todavía no se ha implementado ningún mecanismo nacional de vigilancia para prevenir la violencia contra las mujeres, como exigía el artículo 40 de la ley. También ha habido un pequeño retroceso en la presencia de las mujeres en política. Según el último informe de AI, "la representación de las mujeres en las elecciones parlamentarias y presidenciales fue sumamente escasa: sólo 2 de las 26 candidaturas a la Presidencia eran de mujeres y, de los 217 miembros del Parlamento elegidos en octubre, sólo 56 eran mujeres, frente a las 68 elegidas en 2014".

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Un viaje en el tiempo. Cinco años después de la Primavera Árabe:

Todo fue tan rápido, romántico y exitoso al comienzo, como demoledor es el balancecinco años después.Ben Ali, en Túnez, Hosni Mubarak, en Egipto, Muamar Gadafi, en Libia y Alí Abdulá Saleh, en Yemen, perdieron sus puestos y, en el caso de Gadafi también su vida, por las protestas que tomaron las calles de sus países durante la Primavera Árabe. Bashar al Assad resiste como presidente de una parte Siria, un país roto por la guerra, y en Bahréin, los Al Jalifa se aferran al trono blindados por el apoyo militar de Arabia Saudí.

La prioridad de los movimientos sociales y políticos –y de los países occidentales que vieron con buenos ojos las movilizaciones populares– fue acabar con estas dictaduras del mundo árabe, pero como ocurrió en Irak tras la invasión de EE.UU. y la caída de Sadam Husein, no había un plan consistente para el día después. El vacío de poder ha abierto la puerta a grupos como los yihadistas de Daesh, presentes en cinco de los seis países que protagonizaron una Primavera Árabe que algunos expertos califican hoy de «invierno islamista» con la bandera negra del Daesh cada vez más presente.

El 17 de diciembre de 2010 un vendedor de fruta del sur de Túnez se suicidó a lo bonzo para protestar por su miserable situación y, sin saberlo, tiró la primera piedra del muro tunecino levantado por Ben Ali durante 24 años. Esta semana se cumple el quinto aniversario de la espantada del dictador a Arabia Saudí con su familia, justo 28 días después del inicio de las protestas masivas en el país. El dominó árabe estaba en marcha y la siguiente pieza en caer fue Hosni Mubarak, cuyos 30 años de gobierno en Egipto se derrumbaron en 18 días de manifestaciones. Luego estalló Libia, al mismo tiempo que empezaban las primeras movilizaciones en Siria, Yemen o Bahréin… las calles árabes bullían de energía al grito de «el pueblo quiere que caiga el régimen», grito de guerra que mostraba el hartazgo de millones de personas con unos sistemas anclados en satrapías de los años setenta. Así se encuentran estos seis países cinco años después de aquella primavera revolucionaria.

Conocido comúnmente como Hosni Mubarak, fue un político y militar egipcio que ocupó el cargo de presidente de la República Árabe de Egipto, ejerciendo el poder de manera dictatorial durante casi treinta años. el faraón más longevo de una casta militar

A primera vista Tunez es el mejor parado de todos los protagonistas de la Primavera Árabe. El país ha celebrado dos elecciones parlamentarias, promulgado una nueva Constitución que limita los poderes del presidente. Y las fuerzas políticas, incluidos los islamistas de Ennahda, participan del juego democrático tanto desde el poder como desde la oposición. Pero la transición política está seriamente amenazada por los problemas económicos y, sobre todo, por el auge de Daesh, que en 2015 realizó dos atentados contra turistas en el museo del Bardo de la capital (22 muertos) y en la playa de un hotel de Susa (37 muertos). Dos golpes que suponen una catástrofe para un sector que representa cerca del 7% del PIB y genera casi 400.000 empleos directos e indirectos. Túnez se ha convertido además en estos cinco años en la principal cantera de yihadistas extranjeros para la guerra en Siria.

La caída de Mubarak abrió las puertas a una elecciones libres y los Hermanos Musulmanes se impusieron en la urnas por un estrecho margen en 2012. Pero el mandato del primer presidente elegido de forma democrática de la historia del país, Mohamed Mursi, duró apenas un año. Un golpe militar del general Al Sisi, con parte de la población a su favor, acabó con Mursi y miles de seguidores de la hermandad en prisión y condenados a muerte. Un golpe al que el Ejercito trató de dar un aspecto legal con unas elecciones en junio de 2014 que ganó el propio Al Sisi. La represión del régimen actual es superior incluso a la que impuso Mubarak y se enfrenta a la amenaza de Daesh en el Sinaí. Además de los ataques casi diarios contra las fuerzas de seguridad, el grupo mató en noviembre a 224 personas tras derribar un Airbus 321 de la compañía rusa Metrojet que cubría la ruta entre Sharm al Sheij y San Petersburgo.

Más que revuelta popular, Libia vivió una guerra en toda regla para acabar con las cuatro décadas de gobierno de Gadafi. Guerra en la que la OTAN intervino a favor de los sublevados. Cuando los milicianos de la ciudad costera de Misrata lincharon hasta la muerte al dictador en Sirte, declararon la «liberación» de Libia. Pero, muerto Gadafi, estallaron las costuras tribales de un país que hoy cuenta con dos gobiernos, uno en Tripoli y otro en Tobruk y con cientos de milicias que son las que imponen la ley sobre el terreno. Los esfuerzos de Naciones Unidas para formar un gobierno de unidad no han fructificado y Libia es un caos, un tablero en el que Egipto, Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos apoyan al gobierno de Tobruk, al que reconoce también la comunidad internacional, y Turquía y Qatar hacen lo propio con las autoridades de Trípoli. Desde sus costas parten decenas de miles de inmigrantes a Europa y la producción de petróleo no llega ni a la mitad de los 1,6 millones de barriles que producía cada día hasta 2011. Daesh ha aprovechado el caos para ganar terreno.

Gadafi, depravado y estrafalario.

El país vive el quinto año de una guerra en la que más de 200.000 personas han perdido la vida, hay 7,5 millones de desplazados y otros 4,5 millones han tenido que buscar refugio fuera del país. El régimen no escuchó las peticiones de reformas que le llegaban de la calle, y desde el primer momento acusó a los manifestantes de ser «terroristas». Las manifestaciones no tardaron en convertirse en auténticas batallas y el país se fue partiendo poco a poco hasta quedar dividido en tres partes, una bajo control del Gobierno, otra al norte en manos de los kurdos y una tercera donde mandan los grupos armados de la oposición, entre los que destacan el Frente Al Nusra, brazo de Al Qaida en Siria, y Daesh, cuyo bastión es Raqqa y toda la frontera con Irak.

Yemen fue el primer país que echó a su dictador, Alí Abdulá Saleh, por medio de un plebiscito que acabó con Mansour Hadi como presidente. Pero Saleh nunca acabó de aceptar su destino y, gracias al apoyo de gran parte del Ejército y de los milicianos hutíes –secta dentro del chiísmo– dio un golpe militar que obligó a Hadi a buscar refugio en Arabia Saudí. La respuesta de Riad llegó en marzo de 2015 en forma de una guerra abierta a base de bombardeos contra unos hutíes a los que acusan de ser «agentes de Teherán».

Las fuerzas de seguridad de la dinastía suní Al Jalifa viven en estado de alerta desde 2011. Pese a la fuerte represión, la mayoría chií de la isla sigue pidiendo reformas y aprovecha cualquier ocasión para echarse a las calles del pequeño reino del Golfo. Los líderes de la oposición están encarcelados y a muchos activistas se les ha retirado la ciudadanía. Los manifestantes piden un primer ministro independiente de la familia real, pero los Al Jalifa, con el apoyo político y militar de Riad, se niegan a hacer reformas de calado. Estos cinco años de revueltas han dilapidado la imagen que tenía Bahréin, considerado hasta 2011 uno de los lugares más abiertos del Golfo.

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La destacada activista defensora de los derechos humanos saudí Loujain al Hathloul, detenida en mayo de 2018, ha sido condenada en primera instancia por un tribunal de Arabia Saudí a cinco años y ocho meses de cárcel, informaron medios locales. El Tribunal de Sanciones de Riad condenó a la activista por «servir a una agenda externa al reino usando internet (...) con el fin de perjudicar el sistema público, además de colaborar con un número de personas y entes que cometieron actos criminales de acuerdo con la ley de terrorismo», según el periódico saudí Okaz.

De acuerdo con la web de ese medio, la pena de cinco años y ocho meses se aplicará desde la fecha de su detención en mayo de 2018, además de que se le descontarán dos años y diez meses de prisión al «tener en consideración el estado» de la activista. El juez, que pronunció la sentencia durante una sesión a la que tuvieron acceso los medios locales, dijo que dicha suspensión «se considerará nula en el caso de que la procesada cometa cualquier crimen en los próximos tres años», según Okaz. Asimismo, el juez informó al fiscal general del reino y a la activista que pueden apelar la sentencia en un periodo legal de 30 días. También pueden mostrar sus objeciones, ya sea apelando o pidiendo especificaciones durante el mismo periodo. Por su parte, la hermana de Loujain, Alia al Hathloul, dijo a Efe que la familia desconoce de momento la sentencia dictada en la capital saudí.

La destacada activista defensora de los derechos humanos saudí Loujain al Hathloul .

El juicio de Loujain se reanudó a finales de noviembre, después de que el tribunal aplazara en más de tres ocasiones la vista de la sentencia y desestimara las acusaciones de tortura y agresión sexual de la defensa de la activista durante sus dos años en prisión preventiva. La joven fue detenida junto a otras diez activistas en mayo de 2018 después de exigir públicamente el derecho a conducir de las mujeres y el fin del sistema de tutela masculino, y fue acusada de mantener contactos con individuos y entidades «hostiles» a Arabia Saudí y reclutar a funcionarios para obtener información confidencial. Durante su detención, varias ONG han denunciado que Al Hathloul ha sufrido abusos sexuales, torturas y amenazas por parte de las autoridades saudíes, que la tienen retenida en régimen de aislamiento desde principios de este año, según su familia y la organización Amnistía Internacional.

La activista fue detenida pocas semanas antes de que a las mujeres sauditas se les permitiera por fin conducir en 2018, la causa que había defendido. Las autoridades sauditas han repetido que su detención no está relacionada con eso. Los familiares de la mujer dicen que estuvo incomunicada durante tres meses después de su detención y que sufrió descargas eléctricas, azotes y acoso sexual. También, que se le ofreció la libertada a cambio de declarar públicamente que no había sido torturada. Varios expertos en derechos humanos declararon que el juicio no cumplió con los estándares internacionales. El pasado noviembre, Amnistía Internacional censuró el traslado del caso al Tribunal Penal Especializado y dijo que ponía de manifiesto "la brutalidad e hipocresía" de las autoridades sauditas.

El caso ha añadido más dudas a la reputación del príncipe Mohammed Bin Salmán, líder de facto de la monarquía petrolera árabe. Bin Salmán ha puesto en marcha un programa de reformas, entre las que figura el fin de la prohibición de conducir a las mujeres. Su objetivo es abrir el país al mundo y captar inversiones extranjeras. Pero sus intentos han chocado con las denuncias de activistas que han sido perseguidos por las autoridades y por el papel de funcionarios sauditas en el asesinato del periodista Jamal Khashoggi.

Los intentos reformistas del príncipe Bin Salmán se han visto ensombrecidos por las acusaciones de violaciones de los derechos humanos.

Loujain Al-Hathloul es ahora aún más famosa por su encarcelamiento de lo que llegó a serlo por su valiente papel como activista en la campaña por el derecho a conducir de las sauditas. Esta mujer ha acabado simbolizando las violaciones de los derechos humanos que una y otra vez arrojan una larga sombra sobre la apuesta de Arabia Saudita por la reforma económica y social mientras mantiene atada en corto a la disidencia política. Se espera que Joe Biden adopte una postura más firme frente a las violaciones de los derechos humanos cuando asuma como presidente de EE.UU. Pero las autoridades sauditas insisten en que continuarán trazando su propio rumbo. La monarquía cree que su papel como mayor exportador de crudo del mundo y potencia regional pesará más que cualquier otra cosa para la comunidad internacional. La condena de Al-Hathloul incluye varios años que quedan en suspenso y el tiempo que ya ha pasado en prisión, lo que implica que tanto ella como otras activistas podrían salir en libertad el año que viene. Eso podría rebajar la presión sobre la monarquía saudita, que, por otra parte, tampoco quiere que se perciba que se doblega a los dictados de otros.

Nota de prensa, Febrero 2021:

El gobierno de Arabia Saudí ha liberado a la activista Loujain al Hathloul, que ha pasado casi tres años en la cárcel por defender los derechos de las mujeres en el país árabe. Al Hathloul fue detenida en mayo de 2018 junto a otras activistas feministas saudíes por participar en campañas a favor del derecho de la mujer a conducir y contra el sistema de tutela masculino, que obliga a las mujeres saudíes a contar con el permiso de un hombre para estudiar o casarse, por ejemplo. La justicia de Arabia Saudí la condenó a cinco años y ocho meses de prisión por intentar “cambiar el sistema político saudí” y “dañar la seguridad nacional”. Al Hathloul ha sido liberada con medidas cautelares, lo que significa que no puede salir del país. Su hermana anunció la liberación a través de Twitter.

Durante este tiempo, la activista asegura que ha sido víctima de acoso sexual y torturas en la cárcel, aunque las autoridades saudíes lo han negado. No era la primera vez que Al Hathloul intentaba desafiar el régimen saudí. En 2014 intentó conducir desde Emiratos Árabes Unidos hasta Arabia Saudí, por lo que pasó 73 días en la cárcel (el derecho de las mujeres a conducir no fue aprobado hasta 2017). En 2015, la ley permitía por primera vez a las mujeres presentarse a unas elecciones. Al Hathloul presentó su candidatura, pero su nombre no apareció en las papeletas. Su liberación supone un reconocimiento a su labor a favor de los derechos de las mujeres. Sin embargo, las organizaciones de derechos humanos recuerdan que todavía hay muchos activistas encarcelados en Arabia Saudí y que, a menudo, el gobierno impide que tengan un juicio justo, además de obstaculizar el contacto con sus abogados y familias.

Una decena de activistas fueron detenidas en mayo de 2018 por protestar contra las leyes de la tutela masculina en Arabia Saudita. Algunas ya han sido liberadas a la espera del juicio, como Eman al-Nafjan o Aziza al-Yousef, mientras que otras todavía se encuentran presas, como Nassima al-Sada, que ha pasado largos períodos aislada en prisión.

Arabia Saudí es uno de los países con mayor desigualdad de género según el informe sobre brecha de género publicado por el Foro Económico Mundial. Las mujeres tienen menos derechos y están sometidas a una tutela masculina: necesitan el permiso de un hombre para trabajar o abrir una cuenta en el banco, por ejemplo. En los últimos años el gobierno saudí, liderado por el príncipe Mohamed bin Salman, ha impulsado varias reformas políticas para modernizar el país. En 2015 se permitió a las mujeres votar y presentarse como candidatas a las elecciones municipales por primera vez, y en 2017 se les otorgó el derecho a conducir. También se han hecho reformas para limitar los efectos de la tutela masculina, de forma que ya no necesitan el permiso de un tutor (su padre, marido o familiar más cercano) para viajar al extranjero o hacerse el pasaporte. Así, Arabia Saudí ha dejado de ocupar la cola de la clasificación Mujer, Empresa y el Derecho elaborada por el Banco Mundial.

Aun así la situación sigue siendo preocupante para muchos activistas y opositores al régimen saudí, hombres y mujeres, que se han atrevido a denunciar la represión y la violación de derechos humanos en el país.

Uno de los casos más graves fue el de Jamal Khassoggi, un periodista muy crítico con la monarquía saudí que fue asesinado a finales de 2018 en la embajada saudita en Estambul (Turquía). Mohamed bin Salman siempre ha negado su implicación, pero este suceso hizo que muchos gobiernos internacionales presionaran a Arabia Saudí para cambiar sus leyes. A día de hoy, Arabia Saudí organiza grandes eventos deportivos y congresos de negocios para mejorar su imagen ante el mundo. El hecho de que sea un país rico en petróleo también le garantiza una gran influencia en el panorama internacional. Pero el encarcelamiento de disidentes sigue creando polémica y pone en duda la estrategia de modernización iniciada por el gobierno. Por otro lado, las mujeres saudíes todavía deben enfrentarse a unas tradiciones muy arraigadas en la familia y la sociedad en general. Por eso es tan importante que la igualdad de género se impulse desde diferentes ámbitos como las instituciones, los medios de comunicación o las asociaciones civiles, por ejemplo.

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