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22 - Mayo - 2022
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"Lo que pasó aquí es simple y claro: terrorismo, terrorismo nacional". El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, dictaba con firmeza la sentencia el martes en Búfalo (Nueva York), escenario tres días antes del último gran atentado masivo cometido en EEUU por un supremacista blanco, un joven de 18 años que disparó a 13 personas, 11 de ellas negras, segando la vida de 10. Lo que el mandatario define como "simple y claro", no obstante, legalmente no lo es. Aunque el Código de EEUU incluye una definición de "terrorismo nacional" este no está regulado de forma que se pueda tratar y juzgar como un crimen federal, algo que sí se hace con terrorismo internacional o en apoyo a alguna de las organizaciones extranjeras listadas por el Departamento de Estado. Por eso, entre otras razones y a diferencia de Biden y otros líderes políticos y sociales, ni el fiscal general, Merrick Garland, ni el director del FBI, Christopher Wray, han usado el término para describir las acciones del autor de la masacre de Búfalo: hacerlo podría complicar el caso en los tribunales, donde sí que es habitual usar el terrorismo interno para endurecer sentencias por otros delitos como los de odio. La masacre racista en el supermercado de Búfalo, en cualquier caso, ha vuelto a exponer un vacío regulatorio que se está haciendo más evidente conforme crece la amenaza que se gesta desde dentro de las propias fronteras de EEUU, impulsada especialmente por movimientos de ultraderecha. Según un análisis realizado por The Washington Post, desde 2015 esos extremistas han estado relacionados con 267 tramas o ataques que han dejado 91 víctimas mortales, frente a 66 casos y 19 muertes vinculados en ese mismo periodo a movimientos extremistas de izquierda. Más de un cuarto de los incidentes y casi la mitad de las víctimas mortales, según ese análisis, fueron causados por gente que apoya la supremacía blanca o dice formar parte de grupos que abrazan esa ideología.

El autor del atentado se radicalizó en los foros más oscuros de internet, difundió su manifiesto conspirativo y retransmitió en directo en Twitch el asesinato de 10 inocentes.

Pásate por los destacados de Agosto 2019.

Aunque el debate sobre cómo y hasta dónde llegar en el combate contra el terrorismo interno es profundo, y está lastrado por abusos cometidos en nombre de la lucha antiterrorista tras los atentados del 11-S con el amparo de la Ley Patriota, se ha enrarecido por la brutal polarización política del país. Los republicanos han sumergido también este debate en las guerras culturales y su esfuerzo aboca al fracaso la última iniciativa legislativa que ha abordado la cuestión. Esta semana volvió a presentarse ante la Casa de Representantes la propuesta de Ley de Prevención de Terrorismo Nacional, una iniciativa que ha ido evolucionando desde su planteamiento original en 2017. El proyecto de ley, que llegó a tener 207 copatrocinadores, incluyendo tres republicanos, crearía en los departamentos de Seguridad Nacional y Justicia y en el FBI oficinas centradas específicamente en seguir e investigar amenazas de terrorismo interior y coordinarse. Obligaría a los líderes de las tres agencias a presentar un informe conjunto dos veces al año y a prestar atención especial a la amenaza que plantean supremacistas blancos y neonazis, incluyendo la "infiltración en agencias del orden locales, estatales y federales y en servicios armados".

El miércoles la propuesta fue aprobada por 222 votos a favor y 203 en contra en la Cámara baja después de que se realizaran cambios en el texto promovidos por el ala progresista del Partido Demócrata. Preocupados por que se pueda usar la ley para perseguir a gente de color o limitar derechos, los progresistas lograron que se estrechara la definición de terrorismo interno y se incluyera un examen obligatorio de libertades civiles en las investigaciones, de las que se excluirían las manifestaciones.Solo el republicano Adam Kizinger (que no era patrocinador y es uno de los dos conservadores que se sienta en el panel que investiga el asalto al Capitolio) se sumó a los demócratas. Y aunque la semana que viene se presentará la iniciativa paralela necesaria en el Senado, llegará muerta de entrada. Con solo 50 escaños, los demócratas no alcanzan los 60 votos necesarios para hacerla avanzar.

Adam Daniel Kinzinger es un político estadounidense perteneciente al Partido Republicano. Desde 2011 ha representado al estado de Illinois en la Cámara de Representantes de Estados Unidos.

El debate sobre la propuesta de ley el miércoles mostró la gran brecha por la que se hunde prácticamente todo en estos EEUU radicalmente divididos. Brad Schneider, el congresista demócrata que la ha presentado, hizo una apasionada defensa de la normativa, planteando que es la única opción de frenar futuros tiroteos dado que el Congreso "no puede hacer que gente como Tucker Carlson deje de vomitar en las ondas la odiosa y peligrosa ideología de la teoría del reemplazo" y "no ha sido capaz de frenar la venta de armas de asalto". Los republicanos, en cambio, se organizaron para votar contra la proposición. Su razonamiento es que los demócratas ponen en la diana a conservadores y que se daría demasiado poder al Departamento de Justicia para perseguir, por ejemplo, a los padres que han estado protestando en reuniones de consejos escolares contra mandatos de vacunación y máscaras o por cuestiones de raza y género en la educación o a quienes se oponen al derecho al aborto. "Mis constituyentes sienten que estas investigaciones se han politizado", dijo el congresista Don Bacon, uno de los copatrocinadores republicanos que votó contra la norma. Los conservadores, que siguen bloqueando la investigación del asalto al Capitolio, cuestionan también que se destinen recursos a estudiar la infiltración de supremacistas en fuerzas armadas y del orden.

Desde las filas demócratas se urge a los republicanos a tomar posiciones. El congresista Jerrold Nadler, por ejemplo, les ha instado a denunciar la supremacía blanca y el extremismo en sus propias filas. "El problema no es que el Partido Republicano sea racista, es que no denunciará a los racistas que alberga", ha dicho, recordando también que la formación se resiste a tildar de ataque terrorista o insurrección el asalto al Capitolio y lo llaman, en cambio, "discurso político legítimo".

El congresista Jerrold Nadler.

También Dick Durbin, el senador que presentará la propuesta en la Cámara alta, defendía que "igual que se tomó el 11-S en serio es necesario tomar esto en serio", en referencia al auge de un supremacismo blanco que, recordaba, tiene una larga historia en EEUU. "Lo único que falta entre estas organizaciones y el pasado son las túnicas blancas", decía en una referencia al Ku Klux Klan. Pocos, en cualquier caso, tienen esperanzas de que la matanza de Búfalo cambiará algo. "La triste realidad es que combatir a la extrema derecha se ha vuelto un asunto altamente partidista en EEUU", escribía esta semana en una columna en The Guardian Cas Mudle, especialista en extremismo político y populismo. "Cualquier intento de hacer esto un esfuerzo bipartidista significa descafeinar las medidas y limitarlas a lo más extremo. Si Biden y los demócratas quieren combatir la supremacía blanca deben hacerlo sin el Partido Republicano", continuaba. "El actual Partido Republicano no solo no es parte de la solución, es una gran parte del problema".

El autor de la matanza racista de Búfalo se radicalizó por internet en la pandemia por «aburrimiento». Payton Gendron, seguidor de ideas supremacistas blancas, publicó dos días antes en las redes cómo iba a perpetrar su ataque.

Fue investigado por la Policía del condado de Broome en junio del año pasado. Uno de los responsables del instituto en el que estudiaba, el Susquehanna Valley High School, avisó a las autoridades de que que Gendron, entonces de 17 años, había amenazado con tirotear a sus compañeros de clase «durante la graduación o algún tiempo después». Gendron ya había mostrado comportamientos extraños. Durante una semana, apareció en el instituto con un traje de protección de materiales radioactivos. En clase de política, cuando tuvo que elegir un sistema de gobierno de su gusto, describió uno de estilo totalitario, hitleriano. El incidente de la graduación no acabó con ninguna imputación. Le hicieron una revisión de su salud mental, asistió a unas sesiones de terapia y eso fue todo. La denuncia tampoco le impidió comprar, algunos meses después, varias armas de gran calibre de forma legal. Las utilizó para atacar un supermercado en un barrio negro de la segunda mayor ciudad del estado de Nueva York.

Trump presionó a los Servicios Secretos para que le dejaran unirse a la marcha hacia el Capitolio. Pásate por el monográfico sobre segregación en >> Ser humano.

Gendron vivía en Conklin, una localidad de cinco mil habitantes, en el estado de Nueva York, pero en las antípodas de la ciudad que da nombre al estado. Es un entorno rural, tranquilo y seguro, a pocos kilómetros de la frontera con Pensilvania, con gente de clase media, en su gran mayoría blancos, de voto ‘trumpista’ y costumbres tradicionales, que viven en casas unifamiliares con jardines cuidados. La América convencional, que también domina el interior del estado de Nueva York, pese a que el gran peso demográfico, político y cultural esté en la gran ciudad. Gendron vivía con sus padres, Paul y Pamela, ambos ingenieros civiles, y dos hermanos pequeños. El atacante se había matriculado en cursos de ingeniería de la universidad estatal local. Nada era en especial sobresaliente de la familia Gendron, aunque algunos han descrito a Paul como una persona «extraña» en declaraciones a medios locales como ‘Buffalo News’ y a Pamela con cierto aire de superioridad. Pero otros los retrataban como «gente normal» y otros como «fantásticos».

Sea como fuere, su primogénito cogió el coche el sábado y condujo durante más de tres horas hasta el supermercado en las afueras de Búfalo para perpetrar su matanza. Lo había telegrafiado todo en un manifiesto que colgó un par de días antes en internet. En él, se mostraba sin ambages como un joven radicalizado hasta el extremo, consumido por la ideología racista del supremacismo blanco. Escribió 180 páginas en los que detalló cómo sería el ataque y en qué lo justificaba. Aseguró que se radicalizó por internet, en foros como 4chan, el mismo que diseminó las teorías conspiradoras de QAnon que han ganado peso en sectores del partido republicano. Fue durante la pandemia. Estaba «aburrido», escribió.

La icónica imagen de las zonas residenciales.

Gendron, en esencia, justificó su ataque en la teoría supremacista del «reemplazo»: la idea -agitada por la extrema derecha estadounidense- de que la presencia creciente minorías raciales y los inmigrantes busca «acabar de forma racial y cultural» con los blancos de origen europeo. Gendron habló de «genocidio blanco», desgranó la diferencia en los índices de natalidad entre minorías raciales y la población blanca y cómo, en su relato racista, los demócratas lo promueven para ganar elecciones. No es el caso del entorno de Gendron. Más del 95% de la población de Conklin es de raza blanca. Pero él buscó el distrito postal con mayor población negra. Lo encontró en Búfalo y fue a por él. En el manifiesto describía con todo detalle qué haría ese día -incluso el bocadillo de fiambre de ternera que desayunaría- y a qué hora ejecutaría el ataque. Lo preveía a las 4 de la tarde, pero se adelantó en una hora. Mató a diez personas e hirió a otras tres. Diez de las víctimas eran de raza negra. Su plan incluía proseguir la matanza en las inmediaciones del supermercado. Pero se entregó a la policía en la puerta del establecimiento.

Nota de prensa, Junio 2022:

Al menos 11 muertos en cuatro tiroteos en EEUU este fin de semana.

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