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Los indígenas lakotas contaban los bisontes
con los días que tardaba su manada en pasar ante ellos. En
1871, el coronel Richard H. Dodd se topó con una cuyo frente
tenía 24 kilómetros y otros 40 su largo atravesando el río
Arkansas. A comienzos del siglo pasado quedaban unos pocos
centenares. Tras un siglo de protección y recuperación del
bisonte americano (Bison bison), entre Estados Unidos y el
sur de Canadá hay 400.000. Parecen muchos, pero los biólogos
los consideran una especie funcionalmente extinta: el 96%
sobreviven en ranchos privados, en rebaños de no más de 200
animales tras vallas de alambre de espino. Del resto, solo
queda una auténtica manada que aún pasta libremente. Ahora,
un estudio de los últimos bisontes publicado en Science muestra
cómo la pradera reverdece con su presencia. Como los elefantes
africanos, son auténticos ingenieros o arquitectos. Pero como
sucede con los puentes o los edificios humanos, sin estos
animales, sus paisajes se caen. La última manada de bisontes
americanos que siguen siendo ingenieros de su ecosistema,
unos 3.500, se encuentra en Yellowstone. Situado entre el
norte de Wyoming, el sur de Montana y el este de Idaho, fue
el primer parque nacional creado en el mundo. Tiene una extensión
de unos 9.000 km², diez veces más que el mayor de los españoles,
el de Sierra Nevada. Hasta allí llevaron a los penúltimos
ejemplares de la especie a inicios del siglo XX, Solo aquí
siguen migrando a grandes distancias, en un área de unos 900
km², pastando de noroeste a sureste la hierba que emerge a
medida que la nieve se va derritiendo. En los años 60 del
siglo pasado, los humanos dejaron de intervenir en su destino,
ni controlando su población ni la de sus depredadores. Pasaron
de un enorme zoo al aire libre a volver a ser bisontes. Esto
ha permitido a los científicos analizar su impacto en el paisaje,
comprobando que es su presencia y no su ausencia, la que mantiene
las pocas praderas que quedan.

Varios bisontes junto al Arco de Roosevelt,
la entrada norte al parque Yellowstone, en Montana, Estados
Unidos.
Desde 2015, un grupo de científicos sigue el
ritmo de la migración de los bisontes. A lo largo del área
han acotado una veintena de parcelas para poder estudiar como
les va libres del apetito de un animal que necesita 4.500
kg al año de materia seca (son datos de la cría en rancho,
no hay de los animales de Yellowstone). “Nuestro trabajo plantea
que debemos abordar el forrajeo de los bisontes de forma diferente”,
recuerda Bill Hamilton, profesor de la Universidad Washington
y Lee (Estados Unidos) y coautor del estudio de Science. “Al
perderlos, perdimos una forma diferente de desplazarse y utilizar
los paisajes por parte de los grandes herbívoros. Es muy diferente
a los principios clásicos de pastizales con ganado”, añade.
El pastoreo de animales domesticados, como vacas, ovejas o
cabras, puede agotar el terreno si hay demasiados. “Nuestros
resultados apuntan a que, tras analizar la producción de biomasa,
la materia orgánica del suelo y el ciclo de nutrientes, no
hay evidencias de sobrepastoreo”, añade Hamilton.
Al comparar suelos de la ruta de los bisontes
acotados con el terreno abierto a su apetito, los investigadores
comprobaron que el ciclo del nitrógeno se acelera allí donde
pastaron. El proceso resumido se inicia con el rebrote de
la hierba recién pastada. Comprobaron que crece al mismo ritmo
que la de las parcelas valladas. Vieron que el paso de los
animales potencia el microbioma del suelo, lo que hace que
haya más bacterias para oxidar el amonio, resultando en una
mayor cantidad de nitrógeno, el principal fertilizante natural.
El suelo más fertilizado multiplicó el rendimiento por área:
las proteínas vegetales que rendía el suelo se doblaron, y
más en los pastos de los valles fluviales. “El bisonte acelera
el ciclo del nitrógeno. A pesar del uso intensivo, las plantas
se regeneran al mismo ritmo, pero se vuelven un 150 % más
nutritivas”, resume Hamilton. Para los autores de esta investigación,
la especie Bison bison como tal se ha extinguido, por muchos
400.000 bisontes que haya, a no ser por la manada de Yellowstone:
“El reto que tenemos por delante es encontrar lugares lo suficientemente
grandes como para que el bisonte americano regrese y se desplace
de nuevo en grandes cantidades”, concluye Hamilton.

A miles de kilómetros de Yellowstone, en las
selvas de Camerún, está desapareciendo otro ingeniero de ecosistemas
y, con él, su selva. El elefante de bosque africano (Loxodonta
cyclotis) lleva décadas siendo diezmado por los furtivos que
buscan su marfil. Un trabajo recién publicado en Science Advances
muestra cómo su ausencia está complicando la supervivencia
del árbol del ébano africano (Diospyros crassiflora), cuya
negrísima madera suele verse en ferias y mercadillos en forma
de diversas figurillas. En los últimos 30 años, los efectivos
de este paquidermo se han visto reducidos en un 86%, estando
en peligro crítico de extinción, según la Lista Roja de la
Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Su papel en la selva es múltiple: reciclan y distribuyen gran
cantidad de nutrientes, clarean el sotobosque y dispersan
semillas. ¿Qué pasa si no están para hacer su trabajo?
“El ébano aún ocupa una vasta área en los bosques
de la cuenca del Congo, pero observamos que la abundancia
relativa de árboles jóvenes se ha reducido en casi un 70 %
en las zonas donde el elefante de bosque ha sido exterminado”,
cuenta en un correo Vincent Deblauwe, investigador de la Universidad
de California en Los Ángeles y primer autor de este trabajo.
Para ver qué estaba pasando, Deblauwe y sus colegas seleccionaron
cuatro bosques de la selva camerunesa, dos ya sin los elefantes,
mientras en los otros la protección mantiene un número aceptable.
En ellos, hicieron un inventario de los árboles del ebano
que había en cuatro parcelas de 400 hectáreas cada una y analizaron
cómo se regeneraban.

Al ir entre los excrementos de los elefantes,
las semillas del árbol del ébano están protegidas de la accion
de los roedores. En la imagen, varias germinando.
Allí donde los elefantes se siguen alimentando
del ébano, que da uno de sus frutos preferidos, el 47,2% de
los árboles eran jóvenes. Pero donde ya los han extirpado,
solo el 15,1% eran retoños. Es decir, el reemplazo por la
siguiente generación está siendo cortocircuitada. Además,
vieron que el parentesco (medido según su distancia genética)
era 10,5 veces mayor en los sitios donde no quedan paquidermos.
Lo que descubrieron es que, sin los elefantes, este árbol
pierden a su mejor aliado en la dispersión de sus semillas.
Esto explica tanto la diferencia en el número de árboles jóvenes
como la baja diversidad genética. El fruto del ébano es muy
grande, y la vaina que contiene las semillas también. Esto
hace que solo los elefantes puedan tragárselos enteros. Los
investigadores creían que el paso por el tracto digestivo
facilitaba la germinación de las semillas. Esto y que los
elefantes podían excretarlas muy lejos del árbol madre, explicaría
lo qué estaba pasando. Pero no encontraron diferencias de
éxito germinador entre los cuatro bosques. Así que la explicación
debía de ser otra. Y la encontraron en los excrementos de
los paquidermos. Ya libres de la pulpa que podría complicar
su germinación, las semillas acaban en el suelo cubiertas
de estiércol. Esto tiene una doble consecuencia: les aporta
nutrientes básicos, como el nitrógeno, y las protege de los
roedores. Para confirmarlo, realizaron una serie de experimentos.
Las semillas desnudas de heces (las de las parcelas sin elefantes)
tenían 8,5 veces más probabilidades de que se las comieran
la rata gigante de Gambia, un roedor que las tiene en su dieta.
“Por el momento, los ébanos adultos no se ven afectados por
el colapso de la regeneración, pero pronto, la cohorte faltante
de árboles jóvenes se convertirá en una cohorte faltante de
árboles adultos”, prevé, Deblauwe, también investigador del
Instituto Internacional de Agricultura Tropical de Camerún.
Esto implica que habrá una menor producción de frutos y semillas,
lo que generará un doble problema: la existencia de árboles
del ébano bajará hasta comprometer su existencia, lo que a
su vez hará que, cualquier intento de recuperar la población
de elefantes de bosque africanos, fracasará porque ya no tienen
frutos del ébano que comer.
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