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1 - Junio - 2021
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Un estudio reciente revela que los electrones acelerados por la energía solar navegan suavemente el campo magnético de la Tierra, produciendo auroras boreales. En la oscuridad helada de las noches nórdicas, un espectáculo lumínico enciende la bóveda celeste cuando el Sol no está. Por milenios, las auroras boreales han despertado la curiosidad mística y científica de los seres humanos. Aunque se sabía que están relacionadas con el campo magnético de la Tierra, nunca antes se había podido descifrar con claridad qué era lo que propulsa este fenómeno natural. Ahora, un equipo de físicos podría tener la respuesta.

Para investigar el origen de las auroras boreales, el equipo de científicos encargados de conducir el estudio partió de la base de que se producen por partículas arrastradas por tormentas solares. Una vez impactadas por la radiación solar, éstas son aceleradas por las líneas del campo magnético terrestre hacia las latitudes más boreales del planeta. Desde ahí, llueven en la atmósfera superior, generando caminos de luces en medio de la noche. Por primera vez, sin embargo, los físicos confirmaron que el mecanismo que opera detrás de esta dinámica está dado por ondas electromagnéticas poderosas, que aceleran los electrones a lo largo del campo magnético. Estas condiciones se replicaron en un laboratorio, según el artículo publicado en Nature Communications, produciendo el mismo efecto que se puede apreciar en las noches nórdicas. De acuerdo con Craig Kletzing, investigador de la Universidad de Iowa, este tipo de experimentos proveen de mediciones clave que confirman lo que ya se sabía a nivel teórico, de hecho, explican una forma importante en la que se crean las auroras. Las responsables, según los resultados arrojados en un entorno controlado, son las olas de Alfvén.

No es la primera vez que se habla de las olas de Alfvén. Por el contrario, han sido motivo de estudio científico desde la década de los 40. Se conocen como “ondas transversales en un fluido eléctrico que se propagan a lo largo de las líneas del campo magnético”, de acuerdo con Michael Starr de Science Alert. Hoy sabemos que son el mecanismo fundamental para el transporte de energía que pueden, además, acelerar partículas en la atmósfera del planeta. Este mismo efecto se replica en las auroras boreales en las latitudes más altas de la Tierra. Aunque determinar el papel que estas ondas juegan en la aceleración de partículas en el campo magnético terrestre fue un reto, el equipo de Kletzing cree tener mediciones exactas que comprueban su hipótesis:

Desde el laboratorio, los físicos observaron que las ondas de Alfvén transferían energía a los electrones con una resonancia con las ondas. Visto de otra manera, los electrones surfeaban encima de las olas de Alfvén continuamente, hasta que la onda terminaba su camino. Al proceso se le conoce como amortiguamiento de Landau, que elimina la inestabilidad de las partículas. A nivel de lo que sucede con las auroras boreales, se puede apreciar el mismo fenómeno. Las partículas de energía navegan con suavidad el campo magnético de la Tierra. De esta manera, generan despliegues de luz impresionantes sobre la bóveda celeste.

El estudio de las ondas de Alfvén partió del problema del calentamiento coronal , una cuestión de larga data en heliofísica . No estaba claro por qué la temperatura de la corona solar es alta (alrededor de un millón de kelvins) en comparación con su superficie (la fotosfera ), que tiene solo unos pocos miles de kelvins. Intuitivamente, tendría sentido ver una disminución en la temperatura cuando se aleja de una fuente de calor, pero este no parece ser el caso a pesar de que la fotosfera es más densa y generaría más calor que la corona. En 1942, Hannes Alfvén propuso en Nature la existencia de una onda electromagnético-hidrodinámica que llevaría energía desde la fotosfera para calentar la corona y el viento solar. Afirmó que el sol tenía todos los criterios necesarios para soportar estas olas y que, a su vez, pueden ser responsables de las manchas solares.

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Una aurora se produce cuando una eyección de partículas solares cargadas choca con la magnetósfera de la Tierra. Esta «esfera» que nos rodea obedece al campo magnético generado por el núcleo de la Tierra, formada por líneas invisibles que parten de los dos polos, como un imán. Además existen fenómenos muy energéticos, como las fulguraciones o las eyecciones de masa coronal que incrementan la intensidad del viento solar. Cuando dicha masa solar choca con nuestra esfera protectora, estas radiaciones solares, también conocidas con el nombre de viento solar, se desplazan a lo largo de dicha esfera. En el hemisferio que se encuentra en la etapa nocturna de la Tierra en los polos, donde están las otras líneas de campo magnético, se va almacenando dicha energía hasta que no se puede almacenar más, y esta energía almacenada se dispara en forma de radiaciones electromagnéticas sobre la ionosfera terrestre, creadora, principalmente, de dichos efectos visuales.

El Sol, situado a 150 millones de kilómetros de la Tierra, emite continuamente un flujo de partículas denominado viento solar. La superficie del Sol o fotosfera se encuentra a unos 5800 °C; sin embargo, cuando se asciende en la atmósfera del Sol hacia capas superiores la temperatura aumenta en vez de disminuir. La temperatura de la corona solar, la zona más externa que se puede apreciar a simple vista solo durante los eclipses totales de Sol, alcanza temperaturas de hasta tres millones de grados. Al ser mayor la presión en la superficie del Sol que la del espacio que le rodea, las partículas cargadas que se encuentran en la atmósfera del Sol tienden a escapar y son aceleradas y canalizadas por el campo magnético del Sol, alcanzando la órbita de otros cuerpos de gran tamaño como la Tierra.

Los vientos solares que viajan a más de 1,8 millones de kilómetros por hora se abrian paso el pasado Enero a través del sistema solar para golpear la Tierra, según pronosticaron los astrónomos. Los expertos en meteorología espacial de la NOAA analizaron un flujo de partículas solares que se expulsaban desde el sur del Sol para un viaje de 150 millones de kilómetros. Revelaron que el viento solar viajó a la asombrosa velocidad de 500 kilómetros por segundo o 1,8 millones de kilómetros por hora.

En lo que se refiere a las consecuencias negativas del choque del viento solar con la magnetosfera terrestre, es posible que se presenten interrupciones en los sistemas de navegación y comunicaciones, así como cortes de energía en las redes industriales. Estos últimos, de acuerdo con Sputnik, son efectos de tormentas que van del nivel G3 al G5.

Las partículas del viento solar viajan a velocidades en un rango aproximado de 490 a 1000 km/s, de modo que recorren la distancia entre el Sol y la Tierra en aproximadamente dos días. En las proximidades de la Tierra, el viento solar es deflectado por el campo magnético de la Tierra o magnetósfera. Las partículas fluyen en la magnetosfera de la misma forma que lo hace un río alrededor de una piedra o de un pilar de un puente. El viento solar también empuja a la magnetósfera y la deforma de modo que, en lugar de un haz uniforme de líneas de campo magnético como las que mostraría un imán imaginario colocado en dirección norte-sur en el interior de la Tierra, lo que se tiene es una estructura alargada con forma de cometa con una larga cola en la dirección opuesta al Sol. Las partículas cargadas tienen la propiedad de quedar atrapadas y viajar a lo largo de las líneas de campo magnético, de modo que seguirán la trayectoria que le marquen estas. Las partículas atrapadas en la magnetosfera colisionan con los átomos y moléculas de la atmósfera de la Tierra que se encuentran en su nivel más bajo de energía, en el denominado nivel fundamental. El aporte de energía proporcionado a estas provoca estados de alta energía también denominados de excitación. En poco tiempo, del orden de las millonésimas de segundo, o incluso menos, los átomos y moléculas vuelven al nivel fundamental perdiendo esa energía en una longitud de onda en el espectro visible al ser humano, lo que vulgarmente viene a ser la luz en sus diferentes colores. Las auroras se mantienen por encima de los 95 km respecto a la superficie terrestre porque a esa altitud la atmósfera ya es suficientemente densa como para que los choques con las partículas cargadas ocurran con tanta frecuencia que los átomos y moléculas estén prácticamente en reposo. Por otro lado, las auroras no pueden estar más arriba de los 500-1000 km porque a esa altura la atmósfera es demasiado tenue —poco densa— como para que las pocas colisiones que ocurren tengan un efecto significativo en su aspecto lumínico.

Las auroras tienen formas, estructuras y colores muy diversos que además cambian rápidamente con el tiempo. Durante una noche, la aurora puede comenzar como un arco aislado muy alargado que se va extendiendo en el horizonte, generalmente en dirección este-oeste. Cerca de la medianoche el arco puede comenzar a incrementar su brillo, pueden formarse ondas o rizos a lo largo del arco y también estructuras verticales que se parecen a rayos de luz muy alargados y delgados. De repente la totalidad del cielo puede llenarse de bandas, espirales, y rayos de luz que tiemblan y se mueven rápidamente por el horizonte. Su actividad puede durar desde unos pocos minutos hasta horas. Cuando se aproxima el alba todo el proceso parece calmarse y tan solo algunas pequeñas zonas del cielo aparecen brillantes hasta que llega la mañana. Aunque lo descrito es una noche típica de auroras, nos podemos encontrar múltiples variaciones sobre el mismo tema.

Los colores que vemos en las auroras dependen de la especie atómica o molecular que las partículas del viento solar excitan y del nivel de energía que esos átomos o moléculas alcanzan. Por ejemplo no es lo mismo que la excitación se produzca en una zona con una atmósfera con niveles muy altos de oxígeno que en otra con niveles muy bajos de este gas.

El oxígeno es responsable de los dos colores primarios de las auroras. El verde/amarillo se produce a una longitud de onda energética de 557,7 nm, mientras que el color más rojo y morado lo produce una longitud menos frecuente en estos fenómenos, a 630,0 nm. Para entender mejor estar relación se recomienda buscar información sobre el espectro electromagnético en especial el rango visible.

El nitrógeno, al que una colisión le puede desligar alguno de sus electrones de su capa más externa, produce una luz azulada, mientras que las moléculas de nitrógeno son muy a menudo responsables de la coloración rojo/púrpura de los bordes más bajos de las auroras y de las partes más externas curvadas.

El proceso es similar al que ocurre en los tubos de neón de los anuncios o en los tubos de televisión. En un tubo de neón, el gas se excita por corrientes eléctricas y al perder su energía en forma de luz se forma la típica luz rosa que todos conocemos. En una pantalla de televisión un haz de electrones controlado por campos eléctricos y magnéticos incide sobre la misma, haciéndola brillar en diferentes colores dependiendo del revestimiento químico de los productos fosforescentes contenidos en el interior de la pantalla.

Las auroras boreales se observaron y probablemente impresionaron mucho a los antiguos. Tanto en Occidente como en China, las auroras fueron vistas como serpientes o dragones en el cielo. Las auroras boreales han sido estudiadas científicamente a partir del siglo XVII. En 1621, el astrónomo francés Pierre Gassendi describe este fenómeno observado en el sur de Francia y le da el nombre de aurora polar. En el siglo XVIII, el astrónomo británico Edmond Halley sospecha que el campo magnético de la Tierra desempeña un papel en la formación de la aurora boreal. Henry Cavendish, en 1768, logra evaluar la altitud en la que se produce el fenómeno, pero no fue hasta 1896 cuando reproduce en el laboratorio de Kristian Birkeland con los movimientos de las partículas cargadas en un campo magnético, facilitando la comprensión del mecanismo de formación de auroras.

Este fenómeno existe también en otros planetas del sistema solar, que tienen comportamientos similares al planeta Tierra. Tal es el caso de Júpiter y Saturno, que poseen campos magnéticos más fuertes que la Tierra. Urano y Neptuno también poseen campos magnéticos y ambos poseen amplios cinturones de radiación. Las auroras han sido observadas en ambos planetas con el telescopio Hubble. Los satélites de Júpiter, especialmente Ío, presentan gran presencia de auroras. Las auroras han sido detectadas también en Marte por la nave Mars Express, durante unas observaciones realizadas en 2004 y publicadas un año más tarde. Marte carece de un campo magnético análogo al terrestre, pero sí posee campos locales, asociados a su corteza. Son estos, al parecer, los responsables de las auroras en este planeta.

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El nanómetro es la unidad de longitud del Sistema Internacional de Unidades (SI) que equivale a una mil millonésima parte de un metro (1 nm = 10-9 m) o a la millonésima parte de un milímetro.

Cuando una tormenta solar alcanza la Tierra puede dar lugar a un bello espectáculo, luces de colores que surgen en el cielo de los dos polos.

Explore.org tiene numerosas webcams repartidas por los lugares más fascinantes del mundo: la sabana africana, un parque natural en Norteamérica… Y también una en el Centro de estudios del norte de Churchill, en la provincia de Manitoba, en Canadá. El Centro está en la Bahía de Hudson, en el Círculo Polar Ártico.

La webcam ofrece imágenes en tiempo real, algo que debemos tener muy en cuenta si queremos ver las Auroras Boreales. Ahora anochece más tarde y amanece más temprano, así que los expertos recomiendan esperar hasta la 1 o 2 de la madrugada. Si no podemos estar despiertos hasta tan tarde, a primera hora de la mañana Explore.org muestra una recopilación de las imágenes recogidas durante la noche.

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El noruego Kristian Birkeland explicó el origen de este fenómeno a comienzos del siglo XX, pero la gran mayoría de los astrónomos no aceptaron sus ideas hasta 50 años después de su muerte. Para los vikingos eran el brillo que desprendían las valkirias, mientras que los esquimales veían en ellas el sendero que conducía hacia los espíritus de sus antepasados. Las auroras boreales han alimentado durante siglos la imaginación de muchos pueblos, que les han buscado mágicas y poéticas explicaciones. Sin embargo, en el invierno de 1899 el científico Kristian Birkeland (1867-1917) decidió buscar una explicación fundamentada a este espectacular fenómeno, para lo que comenzó expediciones al norte de su Noruega natal, que más tarde amplió a Islandia y Rusia. Países en los que estableció observatorios para recoger datos del campo magnético terrestre cuando tenían lugar las auroras boreales.

Su hipótesis planteaba que se observan solo en los polos terrestres, porque el campo magnético que rodea la Tierra desvía los rayos de electrones que llegan desde el Sol hasta esas zonas. Allí, esos rayos interaccionan con la atmósfera provocando auroras polares: boreales, si son en el polo norte, y australes, si son en el polo sur. Birkeland nació en la ciudad de Christiania, hoy en día Oslo, y con solo 18 años ya había escrito su primer artículo científico. Era el comienzo de un brillante físico, ingeniero e inventor que pronto se convertiría en catedrático de la universidad de su ciudad. Para poner a prueba sus ideas sobre las auroras, Birkeland desarrolló un experimento en el laboratorio. Construyó varias terrellas, esferas metálicas magnetizadas que simulan el campo magnético de la Tierra, dentro de un tanque de vacío. Sobre ellas lanzó rayos catódicos -corrientes de electrones-, lo que produjo luminosidad en las zonas de alrededor de los polos de la terrella.

Una terrella (expresión latina que significa "pequeño planeta Tierra") es un modelo con forma de esfera magnetizada que representa la Tierra. Se piensa que pudo haber sido ideada por el médico británico William Gilbert mientras investigaba el magnetismo, y posteriormente fue desarrollada 300 años más tarde por el científico noruego y explorador Kristian Birkeland, mientras investigaba la aurora boreal. Las "Terrellas" han sido utilizadas a lo largo del siglo XX para intentar simular las condiciones de la magnetosfera de la Tierra, pero en épocas recientes han sido reemplazadas por simulaciones de ordenador.

Aun así, los principales geofísicos de la época no tomaron en serio su hipótesis y la ridiculizaron. Tuvieron que pasar 50 años desde su muerte para que su teoría fuese confirmada y aceptada. En 1967, los datos aportados por un satélite de la Armada de Estados Unidos corroboró que una aurora se produce cuando un intenso viento solar choca contra la magnetosfera de la Tierra, un campo magnético generado por el núcleo terrestre. Esa cobertura de nuestro planeta desvía hacia los polos las corrientes expulsadas por el Sol. Ahora también sabemos que los llamativos colores que vemos en las auroras dependen de los tipos de átomos que hay en el aire con el que choca el viento solar. Por ejemplo, cuando se forman auroras de color verde, la proporción de oxígeno que hay en el aire es mayor.

Birkeland no pudo ver cómo su teoría sobre las auroras era aceptada por la comunidad científica. Aunque en vida fue candidato en ocho ocasiones al premio Nobel, cuatro en su categoría de Física y otras cuatro en la de Química, nunca se lo concedieron. Tras su muerte, uno de los cráteres de la Luna recibió el nombre de Birkeland en su honor y, hoy en día, los billetes de doscientas coronas noruegas llevan grabado su rostro.

Aunque las auroras boreales, también llamadas luces del norte, suelen observarse en el círculo polar ártico, desde Galicia han tenido la oportunidad de verlas en algunas ocasiones, que además han quedado registradas. La primera fue el 25 de enero de 1938, en plena Guerra Civil, cuando el cielo de la península ibérica se tiñó de color rojo. Entonces los habitantes de Lalín acudieron a casa del matemático Ramón María Aller en busca de una explicación. Aller, uno de los padres de la astronomía gallega, tranquilizó a sus vecinos, al explicarles que estaban viendo una aurora boreal a pesar de estar en latitudes mucho más al sur que las polares.

El 21 de enero de 1957 volvió a repetirse un fenómeno similar, que los científicos del Observatorio Meteorológico de A Coruña anotaron así: «Se observó un reflejo muy intenso rojizo con franjas verticales en dirección NNW sobre las 22.20 Z hasta las 22.45 Z. Aurora polar». En 1989, 51 años después, tuvo lugar la última aurora polar visible desde estas tierras. Se observó especialmente bien en Galicia, donde fue noticia en los periódicos varios días. Desde entonces, ha habido distintas alertas, pero ninguna llegó a confirmarse. Se calcula que los gallegos podrían ver entre tres y cuatro auroras polares por siglo. Si hacemos caso a la estadística, debemos de estar a punto de ver alguna, con el permiso de las nubes.

Es evidente que uno de los momentos más buscados de quienes viajamos a los países nórdicos cuando no es verano es la mera posibilidad de poder ver en directo el baile de las auroras boreales. Noruega, Islandia, Suecia, Finlandia, Alaska, Groenlandia y el norte de Siberia o Canadá son lugares cuyo territorio se mece en la frontera del Círculo Polar Ártico y, por tanto, receptores de las célebres luces del norte. Este fenómeno natural rodeado de mitos y leyendas justifica por sí solo un viaje a estos países. Al menos intentar salir a su encuentro porque, a diferencia de quien va a visitar una catedral, una cascada o un glaciar, las auroras no se dejan ver tan fácilmente.

En nuestro monográfico dedicado a Islandia, recomendamos agencias para viajar al característico destino.

Pásate por Paisajismo.

Así mismo en la sección dedicada a la fotografía, hablamos de estas luces que han alimentado la imaginación durante milenios.

Pásate por Octubre 2020 y Mayo 2021.

La NASA logró en 2012 captar imágenes insólitas de uno de los fenómenos cósmicos más espectaculares: las auroras boreales, con la ayuda de la técnica fotográfica de 'time-lapse', es decir, la captación de imágenes fijas que después son reproducidas a una velocidad mayor a la que fueron tomadas. La secuencia de imágenes combina cientos de fotografías tmadas desde la Estación Espacial Internacional (ISS), con las que la agencia espacial estadounidense creó la primera 'película' que muestra este fenómeno en movimiento. La responsable de este proyecto fue la científica de la NASA Melissa Dawson. "Los astronautas tomaron fotos de las auroras aproximadamente cada cinco segundos desde una ventana de la Estación Espacial, y decidí juntarlas para ver cómo quedaban", explicó Dawson. "De inmediato me di cuenta que el resultado era espectacular". "Las cámaras que usan los astronautas tienen mucha mayor resolución que una cámara de vídeo convencional, asi que logramos ver mucho más detalle al juntarlas en la secuencia de imágenes. Por ejemplo, las constelaciones y las luces de las ciudades se ven con mucha más nitidez", afirmó la científica de la agencia espacial estadounidense.

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