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19 - Noviembre - 2020
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Que no sabemos todo lo que esconden los océanos es un hecho. Que con los avances en tecnología cada vez disfrutaremos de más hallazgos supone una promesa maravillosa que se irá haciendo realidad, como ha ocurrido recientemente con el descubrimiento de un arrecife de coral independiente en la Gran Barrera de Coral australiana. Es alto, muy alto. Tanto como más de 500 metros de altura que le permitirían mirar por encima del hombro a rascacielos tan emblemáticos como el Empire State Building y las Torres Petronas; o a otros más cercanos en el espacio como las Cuatro Torres de Madrid. Su base mide unos 1.600 metros de ancho y a medida que asciende, el arrecife va ganando en esbeltez hasta conseguir una forma puntiaguda en su parte más alta, esa que se encuentra únicamente a 40 metros por debajo del nivel del mar.

Recreación del arrecife descubierto en la Gran Barrera de Coral.

Y ojo, que no solo impresiona por sus medidas, impresiona también porque es el primer descubrimiento que se hace de este tipo en más de 120 años y porque se suma a los otros siete arrecifes de coral independientes localizados desde finales del siglo XIX. Este hallazgo se enmarca en la misión de un año que está llevando a cabo el barco de investigación Falkor, del australiano Schmidt Ocean Institute. A bordo, un equipo de la Universidad James Cook liderado por el doctor Robin Beaman se está encargando de mapear el fondo marino de la Gran Barrera de Coral.

En ello se encontraban cuando el pasado 20 de octubre dieron con este arrecife. Cinco días después, utilizaron un ROV (vehículo operado remotamente) para realizar una inmersión y confirmar el hallazgo. ¿Lo mejor? Que este proceso se retransmitió en vivo y puede verse en el siguiente vídeo.

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Sus 2.300 kilómetros y más de 3.000 arrecifes, la convierten en el sistema de arrecifes más grande de la Tierra. Sus 600 tipos de corales hacen de ella uno de los ecosistemas naturales más complejos, albergando miles de especies animales que van desde el minúsculo plancton hasta las gigantes ballenas.

La imagen, que recoge 15 kilómetros de la Gran Barrera de Coral australiana, fue tomada por un astronauta desde la Estación Espacial Internacional el 12 de octubre de 2015 y publicada el 31 de mayo, explican en la web de la NASA. Para captarla se utilizó una cámara digital Nikon D4 con un objetivo de 1.150 milímetros. La zona, que está protegida bajo la denominación de Parque Marino, pudo ser fotografiada porque desde el espacio los arrecifes se distinguen fácilmente gracias al asombroso juego de colores que se crea entre el azul brillante de los lagos de aguas poco profundas y el azul más oscuro del océano que los rodea. El resto, puro espectáculo visual.

Jason deCaires Taylor es uno de los artistas y fotógrafos subacuáticos que desde hace tiempo se ha propuesto visibilizar la importancia de preservar la diversidad biológica de los arrecifes, como también concienciar acerca de la protección de los océanos y la necesidad de provocar efectos positivos en el medioambiente. Su leitmotiv lo ha llevado a crear esculturas submarinas en distintas partes del mundo dedicadas a explorar el entorno marino y causar un impacto en las sociedades. En esta ocasión, el artista británico ha sorprendido con la instalación de una sirena oceánica que cambia su tonalidad de acuerdo a la temperatura del agua, buscando advertir sobre los posibles riesgos del calentamiento de los mares a partir de los datos que recibe desde la estación meteorológica Davies Reef de la Gran Barrera de Coral.

Situada al norte de Townsville, Australia, la escultura de cuatro metros de altura fue intervenida por Takoda Johnson, una joven indígena de la tribu Wulgurukaba que ha trabajado junto a Jason deCaires para erigir una figura que se convierta en una señal de advertencia sobre el hecho de que las altas temperaturas podrían ser devastadoras para los arrecifes.

Una parte de Ocean Siren ha sido fabricada en acero inoxidable, en tanto que la otra está recubierta por un acrílico resistente. La estructura también incorpora luces LED multicolores que se encienden al atardecer y gradualmente cambian de color desde el centro hasta las extremidades.

Asimismo, la iluminación de la escultura erigida por Jason deCaires Taylor se alimenta de paneles solares –situados cerca de la instalación– para garantizar que el proyecto sea autosuficiente y con una huella de carbono nula. ¿Y cómo funciona la sirena oceánica? Los datos de la temperatura del agua que se sitúa alrededor de los arrecifes son enviados al Instituto Australiano de Ciencias Marinas, quien se encarga de introducir la información en la escultura para que refleje las variaciones en tiempo real. De esa manera, desde la costa o el muelle es posible divisar cuál es el nivel de la temperatura a través de esta flamante sirena, que posiciona su vista en Yunbenun, mejor conocida como Isla Magnética, donde el pueblo Wulgurukaba habitó durante miles de años hasta que fueron forzados a abandonar las tierras. No obstante, en la actualidad un pequeño grupo ha retornado.

"Por primera vez, el blanqueamiento severo ha afectado a las tres regiones de la Gran Barrera de Coral: el norte, el centro y ahora, a gran parte de los sectores del sur", afirmaba a principios de año el profesor Terry Hughes, director del Centro de Excelencia ARC, que estudia los arrecifes en la universidad australiana James Cook. El experto también advertía en un comunicado que se trataba del tercer evento de este tipo en cinco años, puntualizando que esta vez es más grave y está más extendido que en ocasiones anteriores.

El fenómeno del blanqueo se produce cuando los corales -que son animales- se estresan porque cambia drásticamente la temperatura del mar o este se contamina. Entonces, el alga que recubre el tejido del coral y del que se alimenta en una relación simbiótica, abandona el lugar, dejándolo sin color (de ahí el término "blanqueo") y volviéndolo mucho más débil. Esta vez, el triste fenómeno está causado, según Hughes, por las altas temperaturas de este último febrero, inusualmente caluroso: las cifras han sido las más elevadas contabilizadas nunca en la Gran Barrera desde que comenzaran los registros en 1900.

"El blanqueamiento no es necesariamente fatal, y afecta a algunas especies más que a otras", explica, a su vez, el profesor Morgan Pratchett, también de la universidad James Cook, que dirige estudios bajo el agua para evaluar este fenómeno. "Un coral pálido o ligeramente blanqueado generalmente recupera su color en unas pocas semanas o meses y sobrevive", cuenta.

Sin embargo, en situaciones como la actual, en las que el blanqueamiento es severo, el desenlace suele ser fatal, como ya ocurriera en 2016. Entonces, según Pratchett, más de la mitad de los corales de aguas poco profundas murieron en la región norte de la Gran Barrera de Coral. A las terribles condiciones que sufrieron los corales en 2016 les siguieron otras de similar alcance en 2017. Ahora, solo tres años después, el problema vuelve a agudizarse. Los científicos de la James Cook avisan: el hecho de que la brecha entre las temporadas de blanqueamiento se esté reduciendo dificulta aún más una recuperación completa. "Después de cinco eventos de blanqueamiento, la cantidad de arrecifes que hasta ahora han escapado del blanqueo severo continúa disminuyendo. Esos arrecifes se encuentran en alta mar, en el extremo norte y en partes remotas del sur", detallan desde el centro. El Gobierno de Australia, contactado por Traveler.es, apunta que, en las áreas turísticas, por el contrario, se registra el daño el más agudo. Así, en estos momentos, los datos del Gobierno muestran que las últimas observaciones aéreas, que monitorizaron 1.036 arrecifes de aguas poco profundas (hasta cinco metros) encontraron que alrededor del 40% tenía poco o nada de blanqueamiento, "y eso es una buena noticia", según las autoridades del país.

Estado de los corales en una de las zonas más afectadas por el blanqueamiento.

Por otro lado, en torno al 35% mostraban signos moderados de blanqueamiento. Y por último, alrededor del 25% revelaban un blanqueamiento severo. "Es decir, en cada arrecife, más del 60% de los corales se encuentran blanqueados", detallan. "El blanqueamiento severo es más generalizada que en eventos pasados de decoloración", resumen, coincidiendo con los datos de la Universidad James Cook.

Las autoridades australianas están llevando a cabo tareas para tratar de aumentar la resistencia de estos animales y de su entorno controlando las especies que los protegen, mejorando la calidad del agua, aumentando el monitoreo y la gestión efectiva del Parque Marino y previniendo la pesca ilegal. Sin embargo, no es suficiente para paliar las duras condiciones que debe soportar la mayor estructura viva del planeta. "Este blanqueamiento masivo reafirma que el cambio climático sigue siendo el mayor desafío para el arrecife y que es esencial llevar a cabo un esfuerzo mundial lo más potente posible para reducir las emisiones", afirman desde el gobierno australiano.

La Gran Barrera de Coral australiana es el mayor ecosistema de este tipo en el mundo. Su importancia no solo se debe a que se extiende a lo largo de 345.000 kilómetros cuadrados sobre las costas de ese país, sino que contiene más de 3.000 tipos de arrecifes y centenares de islas tropicales. Este enorme tesoro natural está amenazado por el blanqueo de los corales, un fenómeno causado principalmente por el cambio climático, por las actividades industriales o agrícolas, y también por una nociva e invasiva estrella de mar: la "corona de espinas" o acantáster púrpura. Esta estrella, que se alimenta casi exclusivamente de corales, puede llegar a tener un metro de diámetro y está dotada de un veneno tóxico para el hombre. Todavia no existe consenso científico sobre las razones que expliquen las invasiones de las “coronas de espinas”. Lo que sí se sabe es que su impacto en la Gran Barrera es importante. Según un estudio de 2012, un 42 por ciento del daño que han sufrido los corales en los últimos 27 años se debe a esta plaga. Pero una investigación del Instituto Australiano de Ciencias Marinas (AIMS) mostró que estas estrellas de mar evitan las áreas del Pacífico donde vive el “charonia tritonis”, un caracol conocido también como “tritón gigante”. Esta especie marina, que posee un espectacular caparazón que puede medir hasta 50 centímetros de largo, tiene un olfato muy desarrollado que le sirve para cazar.

Las investigaciones han demostrado que estos caracoles son muy aficionados a alimentarse de las estrellas de mar "coronas de espina". Pero el número de estos animales marinos ha declinado con fuerza, ya que son muy preciados por sus caparazones. Sin embargo, el gobierno australiano anunció que va a otorgar fondos para financiar la investigación sobre la cría de estas especies. “Si la investigación se revela exitosa, los científicos estudiarán el impacto de los caracoles gigantes en las estrellas de mar ‘corona de espina‘ y evaluarán su potencial como herramienta para reducir la desaparición de los corales”, declaró el parlamentario Warren Entsch. Las caracolas marinas que están en los laboratorios del AIMS han puesto varios huevos que han permitido en el último mes el nacimiento de más de 100.000 larvas. Pero los conocimientos sobre su ciclo de vida son por ahora muy limitados: el AIMS ha necesitado dos años para poder capturar a ocho tritones gigantes. “Todavía no sabemos mucho sobre ellos, lo que comen, si son nocturnos o no, y es la primera vez que intentamos hacer una labor de cría en acuicultura”, declara la ecóloga Cherie Motti, responsable de las investigaciones. Por ahora el trabajo se concentrará en el desarrollo de larvas y el objetivo final es poder soltar especímenes de tritones gigantes durante los períodos en que las estrellas de mar invaden los arrecifes de corales. “Si podemos tener un depredador natural capaz de hacer nuestro trabajo, ya sería un muy buen resultado”, asegura Motti.

Los arrecifes comenzarán a sufrir el blanqueamiento anual en 2043. Los episodios de blanqueamiento reducen la diversidad de los peces de arrecifes. El valor económico de la Gran Barrera de Coral supera los 37.000 millones de euros

Los arrecifes de la Gran Barrera de Coral australiana tienen suficiente diversidad genética para adaptarse y sobrevivir a las crecientes temperaturas oceánicas durante al menos otros siglo, lo que supone 50 años más de lo que habían previsto estudios anteriores. Así lo aseguraron cuatro biólogos evolutivos de instituciones de Australia y Estados Unidos en un artículo publicado en la revista Plos Genetics, después de utilizar muestras genéticas y hacer simulaciones informáticas.

«Significa que estos corales se extinguirán si no hacemos nada, pero también significa que tenemos la oportunidad de salvarlos. Nos da tiempo para gestionar el calentamiento global, que es el principal problema», apunta Mikhail Matz, profesor asociado en el Departamento de Biología Integrativa de la Universidad de Texas en Austin (Estados Unidos) e investigador principal del estudio. Un clima cálido, la acidificación de los océanos y la destrucción de los hábitats han tenido un efecto importante en las poblaciones de coral a lo largo de la Gran Barrera de Coral. Estudios previos ofrecieron la esperanza de que los corales puedan adaptarse a las condiciones de calentamiento, pero nadie sabe si pueden superar el cambio climático.

La resiliencia de los corales radica en las variaciones genéticas de poblaciones conectadas, pero muy dispersas. Uno de los principales corales formadores de arrecifes en la Gran Barrera de Coral es una especie de llamada Acropora millepora. En un artículo de 2015 en la revista Science, Matz y sus colegas demostraron que algunos individuos de ella tienen genes que los hacen más tolerantes al calor que otros.

Cada colonia de coral produce un millón de larvas cada año, las cuales flotan en las corrientes durante varias semanas hasta que se instalan en un nuevo arrecife. A medida que las condiciones cambian en un lugar (por ejemplo, con el calentamiento del agua), los individuos de las especies de corales que están menos adaptadas mueren, mientras que los individuos mejor adaptados prosperan. Con el tiempo, si las larvas entrantes suministran variantes genéticas para aumentar la resistencia, la población local cambia a la variedad más resistente. «Esta variación genética es como combustible para la selección natural», indica Matz, quien añade: «Si hay suficiente, la evolución puede ser notablemente rápida porque todo lo que tiene que hacer es reorganizar las variantes existentes entre las poblaciones. No tiene que esperar a que aparezca una nueva mutación, ya está allí. Cuando la variación genética se agota, se termina y el futuro no está claro», advierte el investigador.

Los investigadores adaptaron los métodos utilizados para estudiar cómo las poblaciones humanas se han desarrollado en todo el mundo con el fin de analizar cómo evolucionan las poblaciones conectadas de corales Acropora millepora en la Gran Barrera de Coral. Para reconstruir los patrones de migración de las larvas, un impulsor clave de la evolución poblacional, utilizaron miles de variantes genéticas de cinco sitios a lo largo del arrecife, así como un modelo biofísico de dispersión de larvas a través de las corrientes. Matz y sus colegas desarrollaron un modelo para calcular la capacidad de la especie de coral común Acropora millepora para evolucionar mediante la redistribución de los genes de tolerancia al calor existentes, teniendo en cuenta la diversidad genética actual del coral y hasta dónde migran sus larvas antes de establecerse.

Solo las larvas que viajan desde arrecifes sanos y en buen estado de conservación, son capaces de generar nuevos juveniles a los arrecifes deteriorados, permitiéndoles recuperarse, proceso llamado efecto de rescate.

El modelo predice que el coral se volverá más sensible a los cambios de temperatura, lo que ocasionará extinciones ocasionales, pero que las poblaciones coralinas se adaptarán con éxito a las temperaturas de la Gran Barrera de Coral y sobrevivirán al menos un siglo más. Si los corales serán capaces de adaptarse más es incierto y depende de varios parámetros actualmente desconocidos de la genética del coral. Según un informe del Grupo Internacional de Expertos sobre el Cambio Climático ( IPCC, por sus siglas en inglés) hecho público en 2014, las temperaturas superficiales de la Tierra subirán más de 2ºC con respecto al inicio del siglo si no hay grandes reducciones en las emisiones de gases de efecto invernadero. Los océanos absorben más del 90% del calor atrapado por los aumentos en las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Los corales viven en colonias con algas coloridas que les proporcionan nutrientes. Cuando el agua circundante se calienta demasiado, las algas pueden producir toxinas, lo que obliga a los corales a expulsarlos, dejando así el coral con un blanco espectral. Salvo que las temperaturas bajen nuevamente, los corales pueden morir de inanición o enfermedad, con el riesgo de repetir otro gran episodio de blanqueamiento que mató grandes secciones en 2016 y en 2017.

Cuando nacen, las larvas inician un extraordinario viaje a través de las corrientes oceánicas para colonizar arrecifes distantes a cientos o miles de kilómetros. Cuando una larva emigra desde el arrecife donde se originó, nada hasta encontrar su nuevo hogar. Ahí, se adhiere al fondo del mar y crece hasta transformarse en un hermoso coral que, junto a otros, formarán el hábitat para una rica diversidad de especies marinas. La dispersión de larvas es un proceso vital para la sobrevivencia de los corales y los arrecifes en el planeta puesto que, a través de ella, se genera el efecto rescate. Pero solo las larvas que viajan desde arrecifes sanos y en buen estado de conservación, son capaces de generar nuevos juveniles a los arrecifes deteriorados, permitiéndoles recuperarse.

Una estrategia tan simple como audaz llama a criar las propias larvas y "transplantarlas" a su ubicación definitiva.

Un estudio en 'Nature' afirma que la congelación de sus larvas garantizaría su conservación, amenazada debido al aumento de la temperatura de los océanos. Con este escenario tan poco halagüeño, los científicos buscan medidas que protejan la biodiversidad del coral, hábitat de miles de especies de peces y otros seres vivos. Ante su más que probable extinción, el equipo liderado por Jonathan Daly ha optado por un método poco ortodoxo. Si no se puede evitar la muerte del coral, habrá que reeinstaurarlo de nuevo en los oceános. ¿Su método para conservarlo hasta este fatídico día? La criogenización. Es un planteamiento semejante al del Banco global de semillas del Ártico, en la isla danesa de Svalbard. Un complejo cuasi inexpugnable conserva un millón de semillas con temperaturas muy bajas durante todo el año. El objetivo es poder reintroducir la especie en caso de que se produzca una extinción o merma de la misma.

Jonathan Daly, coordinador del estudio, emplea una técnica de criogenización

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