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“Estoy casado y tengo dos hijos. No bailé en
mi boda. Tampoco les canto a mis hijos, ni siquiera en sus
cumpleaños. De niño, no me daba cuenta de que era diferente.
Fue después de graduarme cuando percibí que no entendía la
música como los demás”. Chris Breggin, de Denver, Colorado,
tiene 47 años y forma parte del pequeño grupo de personas
que no disfrutan escuchando canciones. Su suegra, que es licenciada
en educación musical, ha dedicado muchas horas a intentar
ayudarle a entender conceptos como el compás, la armonía y
el ritmo. Sin embargo, pese a que su madre se niegue a aceptarlo
y siga pensando que le gusta la música, lo cierto es que no
le transmite nada.
Su relato abre la puerta a la cuestión sobre
cómo se vive una vida sin banda sonora. A pesar de tener una
audición normal y la capacidad de disfrutar de otras experiencias
o estímulos, a un 3% de la gente no les gusta escuchar canciones,
son insensibles a ellas y no les hacen sentir ningún tipo
de placer. Es una condición que se debe a una desconexión
entre regiones cerebrales a la que se le ha puesto nombre:
anhedonia musical. Según la conclusión de una investigación
llevada a cabo por un equipo de la Universidad de Barcelona
(UB), esta desconexión entre zonas cerebrales se produce,
en concreto, entre el circuito de recompensa, sistema neuronal
que asocia situaciones como comer o la práctica sexual a una
sensación de placer, y la red auditiva, a través de la cual
se escucha música.
Se trata de algo inusual en una sociedad cuya
cultura lo basa todo en este arte. “Todo el mundo se sorprende
al principio y comprueba si hablo en serio, si realmente me
refiero a toda la música. Luego, algunas personas intentan
compadecerse de mí. Otras sienten repulsión, como si fuera
una especie de criatura malvada”, confiesa Chris, que afirma
que, allí donde va, “en todas las tiendas, museos, restaurantes
y muchos espacios al aire libre, la gente utiliza la música
para llenar el silencio”. “¿A la gente no le gustan sus pensamientos,
o el ruido les ayuda o algo así?”, se pregunta. Josep Marco-Pallarés,
del área de Cognición, Desarrollo y Psicología de la Educación
de la UB y uno de los firmantes del estudio, afirma que “la
música es un estímulo que produce emociones muy potentes”.

¿Por qué la música clásica provoca tantas emociones?

Precisamente por ello, y dada la importancia
que tienen las canciones en el día a día de las personas,
hay quien tiene anhedonia musical y sufre el hecho de tener
que fingir que le gusta la música. Es lo que le sucede a Javier,
que vive en Madrid y tiene 31 años. Para él, la música siempre
ha sido una “relación bastante atada a lo social” y, a raíz
de que la mayor parte del mundo disfruta de este arte, se
ha sentido presionado a tener un género favorito y tratar
de encajar dentro del mismo. “La música tiene unos criterios,
unos grupos y unos estilos tan definidos que, en cierta manera,
te fuerzan a posicionarte”, comenta el joven a este periódico,
que alega que “vivimos inmersos en la música” y hay de ella
“por todas partes”.
Al igual que Javier, que nunca se había parado
a pensar en que su indiferencia hacia la música se considerase
una condición, Michelle Palin fue dándose cuenta de esto con
el tiempo. Procedente de Melbourne, Australia, y de 29 años,
señala a este periódico que un día, por pura curiosidad, buscó
en Google algo como 'No disfruto de la música' y le apareció
el término de anhedonia musical. “A medida que fui creciendo
y fui al instituto, me di cuenta de que era una de las únicas
personas que nunca escuchaba música”, confiesa Michelle. “Siempre
odié cuando me hacían la temida pregunta '¿Qué tipo de música
escuchas?' y tenía que admitir que realmente no escuchaba”,
agrega.
Ambos coinciden en que, en vez de reproducir
canciones, prefieren el silencio. “Cuando obtuve mi carné
de conducir, la gente me preguntaba: 'Bueno, ¿qué pones en
el coche?'”, cuenta la australiana. “A veces, simplemente
disfrutaba del silencio. Bajaba las ventanillas y me limitaba
a escuchar los ruidos del trayecto”, comenta, añadiendo que
opta por la radio, los podcasts o los documentales cuando
busca sonido de fondo. No obstante, pese a que ni Javier ni
Michelle acostumbran a escuchar música, ambos la entienden.
“Aunque la gente siempre se queda con cierta extrañeza, sí
que soy capaz de mantener una conversación sobre música”,
indica el madrileño.
Josep Marco-Pallarés explica que “el hecho de
que la música no tenga un impacto directo en ellos no quiere
decir que, por el contexto, no puedan acabar dándole un sentido”.
De hecho, Michelle cuenta que sabe cómo suena una canción
triste o una alegre, pero no se sincroniza con su estado de
ánimo. “No suena como un ruido ininteligible ni nada por el
estilo, estoy bastante segura de que la escucho tal y como
se pretende. Puedo oír el ritmo, el compás, la melodía, la
armonía... Simplemente no siento nada con ella”, declara.
“Es difícil echar de menos lo que realmente no tienes, pero
a veces siento que me estoy perdiendo algún tipo de experiencia
humana única”, reflexiona.
La apatía hacia la música los lleva a estar
bastante desconectados de todo lo que tiene que ver con la
industria musical, como estar emocionado por el concierto
de un artista favorito o por el lanzamiento de un nuevo disco.
Así lo constata Chris, que también se ha sentido obligado
por la presión social a echar en falta esta sensación. “Muchas
personas intentan comprender qué hago para llenar el vacío
que perciben en mi vida. Piensan que, como la música desempeña
un papel importante en sus vidas, yo me estoy perdiendo algo”,
afirma. “La música es como una conversación en un idioma que
no entiendo. Con esfuerzo, puedo distinguir las palabras o
las frases, pero no entiendo el contenido”, recalca.
Estas reacciones vienen provocadas por la relevancia
que tiene la música en la cultura actual, ejerciendo un rol
crucial en el ámbito social y personal. “Una de las cosas
que hace a la música interesante y por lo que gusta estudiarla
desde el punto de vista psicológico y neurológico es que le
llega de una forma muy directa a la gente y le produce emociones
muy potentes”, comenta el investigador Josep Marco-Pallarés.
“Te gusta automáticamente, y eso se ve con los niños pequeños.
No pueden andar y ya bailan, se mueven y disfrutan. La música
induce emociones sin que necesites aprenderla de forma directa,
y por eso genera sorpresa que haya gente sana que no sienta
eso”, explica.

Este arte es “la base de todo”, como puntualiza
Arnau, de Vilanova i la Geltrú y de 33 años, que lo compara
con el deporte. “A todo el mundo le gusta el fútbol y es raro
que a alguien que no le guste. A todo el mundo le gusta la
cerveza. Son cosas que gustan a todo el mundo, que están supernormalizadas
y que son lo que se espera de la gente, pero no son para mí”,
resalta el joven barcelonés. Sherry Brown, canadiense de 58
años, le quita importancia y asegura que a ella no le afecta.
“Hay un millón de cosas más en la vida para disfrutar. Yo
pertenezco a otro mundo y disfruto de mi mundo”.
Su rechazo ante la música también se percibe
en su relación con otros tipos de arte, como es el caso del
cine. Las bandas sonoras, que son un factor fundamental a
la hora de retransmitir emociones al espectador, acaban siendo
innecesarias para algunos de ellos. Chris reconoce que “los
cineastas se esfuerzan mucho por utilizar la música de forma
que mejore la experiencia”, pero no lo entiende: “En las películas
de terror, puedo ver un subtítulo que dice 'música tensa'
y eso me ayuda, pero a veces no aparece. Entonces veo una
escena normal mientras todos los demás sienten tensión”. “Se
da por sentado que cualquier música, aunque sea incontrolada,
es mejor que el silencio, pero nunca entenderé por qué”, concluye.
Por el contrario, Arturo, de Valencia y de 40
años, alega que solo disfruta de la música en el cine. “En
los conciertos me lo paso bien, pero no 'vibro' como el resto
de la gente cuando suenan 'temazos'. Lo que más resuena en
mí son las canciones que escucho en películas o series, y
ahí sí que 'siento' algo al oírlas de nuevo”, dice el valenciano,
que menciona las bandas sonoras de las películas de James
Gunn, que incorporan canciones en momentos concretos de carga
emocional. Él, además, es médico en el Hospital Universitario
Vall d'Hebron, aunque confiesa que esto no le afecta particularmente
en su trabajo: “Sé que existe la terapia musical, pero no
es algo que sea parte de mis herramientas terapéuticas habituales,
y, a nivel empático o de conexión con pacientes, no es un
tema que tienda a salir”.
“Interstellar (2014) tiene una banda sonora
muy evocadora, que contribuye a la atmósfera de los acontecimientos
que se desarrollan en la película”, explica la australiana.
“¿Disfrutan las personas de todo tipo de música, incluso en
este contexto?”, se plantea. Con respecto a este punto, Chris
enfatiza que “es extraño definir una condición por no disfrutar
de algo”, cuando todo el mundo no disfruta de todo. “La gente
dice que la música es universal y luego añade 'pero esa música
no me gusta'. Así que quizá no sea tan universal como la gente
cree”, señala. “Es como preguntarle a alguien que no tiene
un equipo de fútbol por cuál es su equipo favorito. O preguntarle
a alguien que no teje qué hace con las manos mientras habla”,
declara.

Todas esas sensaciones corporales y mentales
que tenemos cuando escuchamos nuestros temas favoritos o esa
banda sonora que nos rompe el alma, tienen una explicación
según una investigación publicada en 2022 por Social
Cognitive and Afective Neurosciene, y es que las personas
cuyos cuerpos responden a la música tienen un cerebro estructuralmente
diferente al resto.
En estas sensibles personas, la corteza auditiva se comunica
de manera más eficiente con aquellas áreas del cerebro asociadas
con el procesamiento emocional.
Matthew Sachs, un estudiante de doctorado de la USC y el investigador
principal del estudio, dijo que esto se debe a que hay muchas
más fibras que unen las dos regiones, por lo tanto, tales
conclusiones ofrecen profundas perspectivas científicas y
filosóficas, arrojando luz sobre por qué la música nos ha
tocado y nos ha hecho sentir tantas emociones desde siempre.
Los investigadores declararon, "Los resultados obtenidos,
arrojan información tanto científica como filosófica sobre
los orígenes evolutivos de la estética humana, específicamente
de la música; tal vez una de las razones por las que la música
es un artefacto culturalmente indispensable es porque apela
directamente a través de un canal auditivo a los centros de
procesamiento emocional y social del cerebro humano".
Conocida esta información, ya sabes, toma el dispositivo de
reproducción musical que tengas más a mano, ponte esa canción
que te gusta y pon en funcionamiento tu corteza auditiva,
esa que conecta con el lado más emocional de nuestro órgano
más razonable.
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Los científicos llevan años comprobando que
la música es un lenguaje universal. Con unas canciones se
estimulan ciertas zonas en cualquier cerebro humano independientemente
de la capacidad entender sus letras. Se usa la música como
terapia emocional o se recomiendan canciones para trabajar
con los adolescentes. Pero siempre se ha cuestionado si algunos
conceptos más complejos derivan de cada cultura específica.
¿Es confeccionada igual una lista de Spotify sobre emociones
en Occidente que en Oriente? ¿Se espera la misma reacción
cuando se etiqueta una lista de reproducción de YouTube en
todas las partes del mundo? ¿Cómo afecta la música a las emociones?
Un estudio liderado por la Universidad de California ha decidido
investigarlo hasta encontrar algunas conclusiones. Los expertos
decidieron hacer dos experimentos diferentes con personas
de China y Estados Unidos con músicas de ambos países. En
total, más de 2.000 personas participaron en test para señalar
qué tipo de sentimientos les producían las canciones. Los
científicos pudieron catalogar 13 diferentes emociones que
despierta la música: diversión, alegría, erotismo, belleza,
relajación, tristeza, sueño, triunfo, ansiedad, miedo, molestia,
desafío y 'energizante'. Los resultados permitieron diseñar
un mapa de melodías y reacciones. Es el poder de la música
sobre las emociones. Con 'Las cuatro estaciones' de Antonio
Vivaldi no hubo dudas: es una partitura que hace sentirse
con energía a las personas. Con 'Somewhere over the Rainbow'
el sentimiento principal era el de felicidad, con la banda
sonora de Psicosis era el turno para el miedo y cuando escucharon
heavy metal aseguraron sentirse desafiados.
El informe, publicado en la revista Proceedings
of the National Academy of Sciences, plantea que las categorías
estaban claras tanto en la cultura china como en la estadounidense
con sentimientos como triunfante, alegre, molesto o enfadado.
La música servía para expresar esas emociones pero cuando
se eligieron otros aspectos, como el nivel de excitación sexual
o de asombro, se diferenciaban si era un ciudadano chino o
un estadounidense. "Están construidas con ladrillos de experiencia
subjetiva", considera el estudio. A pesar de considerarse
un lenguaje universal, los investigadores destacan que hay
diferentes grados de emociones relacionadas con la música
y en ocasiones pueden combinarse, lo que contradice algunas
teorías de la emoción. «El análisis ha revelado un complejo
y con un gran espacio para la experiencia subjetiva asociado
con la música en múltiples culturas», avisan los especialistas.
No había dificultades para calificar si una canción deprende
un sentimiento de enfado pero a la hora de calificar la melodía
como positiva o negativa dependía de la procedencia.
Las 13 emociones que produce la música:
Alegría. Ansiedad. Belleza. Desafío. Diversión.
'Energizante'. Erotismo. Miedo. Molestia. Relajación. Tristeza.
Triunfo. Sueño.
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