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1 - Agosto - 2025
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“Estoy casado y tengo dos hijos. No bailé en mi boda. Tampoco les canto a mis hijos, ni siquiera en sus cumpleaños. De niño, no me daba cuenta de que era diferente. Fue después de graduarme cuando percibí que no entendía la música como los demás”. Chris Breggin, de Denver, Colorado, tiene 47 años y forma parte del pequeño grupo de personas que no disfrutan escuchando canciones. Su suegra, que es licenciada en educación musical, ha dedicado muchas horas a intentar ayudarle a entender conceptos como el compás, la armonía y el ritmo. Sin embargo, pese a que su madre se niegue a aceptarlo y siga pensando que le gusta la música, lo cierto es que no le transmite nada.

Su relato abre la puerta a la cuestión sobre cómo se vive una vida sin banda sonora. A pesar de tener una audición normal y la capacidad de disfrutar de otras experiencias o estímulos, a un 3% de la gente no les gusta escuchar canciones, son insensibles a ellas y no les hacen sentir ningún tipo de placer. Es una condición que se debe a una desconexión entre regiones cerebrales a la que se le ha puesto nombre: anhedonia musical. Según la conclusión de una investigación llevada a cabo por un equipo de la Universidad de Barcelona (UB), esta desconexión entre zonas cerebrales se produce, en concreto, entre el circuito de recompensa, sistema neuronal que asocia situaciones como comer o la práctica sexual a una sensación de placer, y la red auditiva, a través de la cual se escucha música.

Se trata de algo inusual en una sociedad cuya cultura lo basa todo en este arte. “Todo el mundo se sorprende al principio y comprueba si hablo en serio, si realmente me refiero a toda la música. Luego, algunas personas intentan compadecerse de mí. Otras sienten repulsión, como si fuera una especie de criatura malvada”, confiesa Chris, que afirma que, allí donde va, “en todas las tiendas, museos, restaurantes y muchos espacios al aire libre, la gente utiliza la música para llenar el silencio”. “¿A la gente no le gustan sus pensamientos, o el ruido les ayuda o algo así?”, se pregunta. Josep Marco-Pallarés, del área de Cognición, Desarrollo y Psicología de la Educación de la UB y uno de los firmantes del estudio, afirma que “la música es un estímulo que produce emociones muy potentes”.

¿Por qué la música clásica provoca tantas emociones?

Precisamente por ello, y dada la importancia que tienen las canciones en el día a día de las personas, hay quien tiene anhedonia musical y sufre el hecho de tener que fingir que le gusta la música. Es lo que le sucede a Javier, que vive en Madrid y tiene 31 años. Para él, la música siempre ha sido una “relación bastante atada a lo social” y, a raíz de que la mayor parte del mundo disfruta de este arte, se ha sentido presionado a tener un género favorito y tratar de encajar dentro del mismo. “La música tiene unos criterios, unos grupos y unos estilos tan definidos que, en cierta manera, te fuerzan a posicionarte”, comenta el joven a este periódico, que alega que “vivimos inmersos en la música” y hay de ella “por todas partes”.

Al igual que Javier, que nunca se había parado a pensar en que su indiferencia hacia la música se considerase una condición, Michelle Palin fue dándose cuenta de esto con el tiempo. Procedente de Melbourne, Australia, y de 29 años, señala a este periódico que un día, por pura curiosidad, buscó en Google algo como 'No disfruto de la música' y le apareció el término de anhedonia musical. “A medida que fui creciendo y fui al instituto, me di cuenta de que era una de las únicas personas que nunca escuchaba música”, confiesa Michelle. “Siempre odié cuando me hacían la temida pregunta '¿Qué tipo de música escuchas?' y tenía que admitir que realmente no escuchaba”, agrega.

Ambos coinciden en que, en vez de reproducir canciones, prefieren el silencio. “Cuando obtuve mi carné de conducir, la gente me preguntaba: 'Bueno, ¿qué pones en el coche?'”, cuenta la australiana. “A veces, simplemente disfrutaba del silencio. Bajaba las ventanillas y me limitaba a escuchar los ruidos del trayecto”, comenta, añadiendo que opta por la radio, los podcasts o los documentales cuando busca sonido de fondo. No obstante, pese a que ni Javier ni Michelle acostumbran a escuchar música, ambos la entienden. “Aunque la gente siempre se queda con cierta extrañeza, sí que soy capaz de mantener una conversación sobre música”, indica el madrileño.

Josep Marco-Pallarés explica que “el hecho de que la música no tenga un impacto directo en ellos no quiere decir que, por el contexto, no puedan acabar dándole un sentido”. De hecho, Michelle cuenta que sabe cómo suena una canción triste o una alegre, pero no se sincroniza con su estado de ánimo. “No suena como un ruido ininteligible ni nada por el estilo, estoy bastante segura de que la escucho tal y como se pretende. Puedo oír el ritmo, el compás, la melodía, la armonía... Simplemente no siento nada con ella”, declara. “Es difícil echar de menos lo que realmente no tienes, pero a veces siento que me estoy perdiendo algún tipo de experiencia humana única”, reflexiona.

La apatía hacia la música los lleva a estar bastante desconectados de todo lo que tiene que ver con la industria musical, como estar emocionado por el concierto de un artista favorito o por el lanzamiento de un nuevo disco. Así lo constata Chris, que también se ha sentido obligado por la presión social a echar en falta esta sensación. “Muchas personas intentan comprender qué hago para llenar el vacío que perciben en mi vida. Piensan que, como la música desempeña un papel importante en sus vidas, yo me estoy perdiendo algo”, afirma. “La música es como una conversación en un idioma que no entiendo. Con esfuerzo, puedo distinguir las palabras o las frases, pero no entiendo el contenido”, recalca.

Estas reacciones vienen provocadas por la relevancia que tiene la música en la cultura actual, ejerciendo un rol crucial en el ámbito social y personal. “Una de las cosas que hace a la música interesante y por lo que gusta estudiarla desde el punto de vista psicológico y neurológico es que le llega de una forma muy directa a la gente y le produce emociones muy potentes”, comenta el investigador Josep Marco-Pallarés. “Te gusta automáticamente, y eso se ve con los niños pequeños. No pueden andar y ya bailan, se mueven y disfrutan. La música induce emociones sin que necesites aprenderla de forma directa, y por eso genera sorpresa que haya gente sana que no sienta eso”, explica.

Este arte es “la base de todo”, como puntualiza Arnau, de Vilanova i la Geltrú y de 33 años, que lo compara con el deporte. “A todo el mundo le gusta el fútbol y es raro que a alguien que no le guste. A todo el mundo le gusta la cerveza. Son cosas que gustan a todo el mundo, que están supernormalizadas y que son lo que se espera de la gente, pero no son para mí”, resalta el joven barcelonés. Sherry Brown, canadiense de 58 años, le quita importancia y asegura que a ella no le afecta. “Hay un millón de cosas más en la vida para disfrutar. Yo pertenezco a otro mundo y disfruto de mi mundo”.

Su rechazo ante la música también se percibe en su relación con otros tipos de arte, como es el caso del cine. Las bandas sonoras, que son un factor fundamental a la hora de retransmitir emociones al espectador, acaban siendo innecesarias para algunos de ellos. Chris reconoce que “los cineastas se esfuerzan mucho por utilizar la música de forma que mejore la experiencia”, pero no lo entiende: “En las películas de terror, puedo ver un subtítulo que dice 'música tensa' y eso me ayuda, pero a veces no aparece. Entonces veo una escena normal mientras todos los demás sienten tensión”. “Se da por sentado que cualquier música, aunque sea incontrolada, es mejor que el silencio, pero nunca entenderé por qué”, concluye.

Por el contrario, Arturo, de Valencia y de 40 años, alega que solo disfruta de la música en el cine. “En los conciertos me lo paso bien, pero no 'vibro' como el resto de la gente cuando suenan 'temazos'. Lo que más resuena en mí son las canciones que escucho en películas o series, y ahí sí que 'siento' algo al oírlas de nuevo”, dice el valenciano, que menciona las bandas sonoras de las películas de James Gunn, que incorporan canciones en momentos concretos de carga emocional. Él, además, es médico en el Hospital Universitario Vall d'Hebron, aunque confiesa que esto no le afecta particularmente en su trabajo: “Sé que existe la terapia musical, pero no es algo que sea parte de mis herramientas terapéuticas habituales, y, a nivel empático o de conexión con pacientes, no es un tema que tienda a salir”.

“Interstellar (2014) tiene una banda sonora muy evocadora, que contribuye a la atmósfera de los acontecimientos que se desarrollan en la película”, explica la australiana. “¿Disfrutan las personas de todo tipo de música, incluso en este contexto?”, se plantea. Con respecto a este punto, Chris enfatiza que “es extraño definir una condición por no disfrutar de algo”, cuando todo el mundo no disfruta de todo. “La gente dice que la música es universal y luego añade 'pero esa música no me gusta'. Así que quizá no sea tan universal como la gente cree”, señala. “Es como preguntarle a alguien que no tiene un equipo de fútbol por cuál es su equipo favorito. O preguntarle a alguien que no teje qué hace con las manos mientras habla”, declara.

Todas esas sensaciones corporales y mentales que tenemos cuando escuchamos nuestros temas favoritos o esa banda sonora que nos rompe el alma, tienen una explicación según una investigación publicada en 2022 por Social Cognitive and Afective Neurosciene, y es que las personas cuyos cuerpos responden a la música tienen un cerebro estructuralmente diferente al resto.
 
En estas sensibles personas, la corteza auditiva se comunica de manera más eficiente con aquellas áreas del cerebro asociadas con el procesamiento emocional.

Matthew Sachs, un estudiante de doctorado de la USC y el investigador principal del estudio, dijo que esto se debe a que hay muchas más fibras que unen las dos regiones, por lo tanto, tales conclusiones ofrecen profundas perspectivas científicas y filosóficas, arrojando luz sobre por qué la música nos ha tocado y nos ha hecho sentir tantas emociones desde siempre.
 
Los investigadores declararon, "Los resultados obtenidos, arrojan información tanto científica como filosófica sobre los orígenes evolutivos de la estética humana, específicamente de la música; tal vez una de las razones por las que la música es un artefacto culturalmente indispensable es porque apela directamente a través de un canal auditivo a los centros de procesamiento emocional y social del cerebro humano".
 
Conocida esta información, ya sabes, toma el dispositivo de reproducción musical que tengas más a mano, ponte esa canción que te gusta y pon en funcionamiento tu corteza auditiva, esa que conecta con el lado más emocional de nuestro órgano más razonable.

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Los científicos llevan años comprobando que la música es un lenguaje universal. Con unas canciones se estimulan ciertas zonas en cualquier cerebro humano independientemente de la capacidad entender sus letras. Se usa la música como terapia emocional o se recomiendan canciones para trabajar con los adolescentes. Pero siempre se ha cuestionado si algunos conceptos más complejos derivan de cada cultura específica. ¿Es confeccionada igual una lista de Spotify sobre emociones en Occidente que en Oriente? ¿Se espera la misma reacción cuando se etiqueta una lista de reproducción de YouTube en todas las partes del mundo? ¿Cómo afecta la música a las emociones? Un estudio liderado por la Universidad de California ha decidido investigarlo hasta encontrar algunas conclusiones. Los expertos decidieron hacer dos experimentos diferentes con personas de China y Estados Unidos con músicas de ambos países. En total, más de 2.000 personas participaron en test para señalar qué tipo de sentimientos les producían las canciones. Los científicos pudieron catalogar 13 diferentes emociones que despierta la música: diversión, alegría, erotismo, belleza, relajación, tristeza, sueño, triunfo, ansiedad, miedo, molestia, desafío y 'energizante'. Los resultados permitieron diseñar un mapa de melodías y reacciones. Es el poder de la música sobre las emociones. Con 'Las cuatro estaciones' de Antonio Vivaldi no hubo dudas: es una partitura que hace sentirse con energía a las personas. Con 'Somewhere over the Rainbow' el sentimiento principal era el de felicidad, con la banda sonora de Psicosis era el turno para el miedo y cuando escucharon heavy metal aseguraron sentirse desafiados.

El informe, publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, plantea que las categorías estaban claras tanto en la cultura china como en la estadounidense con sentimientos como triunfante, alegre, molesto o enfadado. La música servía para expresar esas emociones pero cuando se eligieron otros aspectos, como el nivel de excitación sexual o de asombro, se diferenciaban si era un ciudadano chino o un estadounidense. "Están construidas con ladrillos de experiencia subjetiva", considera el estudio. A pesar de considerarse un lenguaje universal, los investigadores destacan que hay diferentes grados de emociones relacionadas con la música y en ocasiones pueden combinarse, lo que contradice algunas teorías de la emoción. «El análisis ha revelado un complejo y con un gran espacio para la experiencia subjetiva asociado con la música en múltiples culturas», avisan los especialistas. No había dificultades para calificar si una canción deprende un sentimiento de enfado pero a la hora de calificar la melodía como positiva o negativa dependía de la procedencia.

Las 13 emociones que produce la música:

Alegría. Ansiedad. Belleza. Desafío. Diversión. 'Energizante'. Erotismo. Miedo. Molestia. Relajación. Tristeza. Triunfo. Sueño.

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