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En la larga historia de la literatura occidental,
hay libros que cambian el curso de la narrativa, aunque su fama
no se traduzca en lecturas masivas. Ese es el caso de La vida y
opiniones del caballero Tristram Shandy (The Life and Opinions of
Tristram Shandy, Gentleman), escrita por Laurence Sterne a mediados
del siglo XVIII. Una obra excéntrica, divertida, profundamente innovadora
y, a día de hoy, injustamente olvidada por el gran público. Sin
embargo, muchos críticos la consideran la precursora de la novela
moderna, por su estilo fragmentado, autorreflexivo y su estructura
poco convencional.
Publicada en nueve volúmenes entre 1759 y 1767, Tristram
Shandy rompió con las normas narrativas de su época. Mientras el
resto de novelistas del siglo XVIII se centraban en contar historias
lineales, con principio, nudo y desenlace, Sterne optó por hacer
todo lo contrario: rompió la cronología, interrumpió la trama constantemente
y convirtió a su narrador en el verdadero protagonista, no tanto
por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Desde las primeras páginas,
el lector se da cuenta de que está ante algo radicalmente distinto.
Tristram intenta relatar su propia vida, pero se desvía sin cesar.
Su nacimiento se retrasa durante cientos de páginas y, cuando por
fin ocurre, se convierte en otra excusa para hablar de teorías médicas,
anécdotas familiares y reflexiones filosóficas.

La obra está plagada de digresiones, notas al pie
exageradas, capítulos que aparecen en desorden, páginas en blanco,
dibujos y símbolos tipográficos inusuales. Sterne incluso invita
al lector a arrancar páginas o las deja en negro como gesto de duelo.
Estas estrategias, revolucionarias en su momento, anticipan los
recursos que siglos más tarde usarían autores como James Joyce,
Virginia Woolf o Italo Calvino.
Además, Tristram Shandy es una obra profundamente
humorística. Su ironía sutil, sus personajes excéntricos —como el
tío Toby, obsesionado con las batallas militares, o el señor Walter
Shandy, amante de teorías absurdas— y su constante juego con el
lector lo convierten en uno de los textos más cómicos del siglo
XVIII. Todo ello sin dejar de ser un comentario agudo sobre la condición
humana, el lenguaje, el conocimiento y la memoria. Aunque pocos
lo han leído, muchos escritores lo han admirado. Virginia Woolf
lo describió como “el primer novelista verdaderamente moderno”.
James Joyce se inspiró en su estilo para Finnegans Wake, y Laurence
Sterne es citado frecuentemente como una figura clave para entender
la posmodernidad literaria. La novela rompió con la idea de que
el narrador debía ser invisible y neutral: Tristram no solo es el
centro de atención, sino que dialoga con el lector, bromea, exagera
y miente. Autores contemporáneos como David Foster Wallace o Javier
Marías han reconocido en Sterne a un precursor. Incluso en el cine,
el espíritu de Tristram Shandy ha sido reivindicado: en 2005, Michael
Winterbottom dirigió A Cock and Bull Story, una adaptación libre
y metanarrativa sobre el intento de rodar la novela.
Pese a su importancia histórica, Tristram Shandy no
es un libro fácil. Su lenguaje, su estructura caótica y su falta
de acción han hecho que muchos lectores lo abandonen antes de la
mitad. Sin embargo, quienes perseveran encuentran en él una experiencia
literaria única, tan experimental como divertida, tan absurda como
profunda. En una época donde abundan las narrativas sencillas y
directas, revisitar a Laurence Sterne es una invitación a pensar
la novela desde sus límites. Y es que, dos siglos y medio después,
Tristram Shandy sigue desafiando las reglas. Tal vez por eso, más
que una reliquia del pasado, es un libro del futuro.
En pleno siglo XXI, cuando se habla de literatura
innovadora, posmoderna o que rompe las reglas narrativas, muchos
miran hacia autores anglosajones del siglo XX. Pero pocos recuerdan
que un español ya lo había hecho —y con maestría— mucho antes. Su
nombre: Miguel de Unamuno. Su obra: ‘Niebla’. Y aunque fue publicada
en 1914, lo que hizo con ella fue tan rompedor que aún hoy resulta
difícil encasillarla. ¿Una novela filosófica? ¿Una broma literaria?
¿Una tragedia disfrazada de comedia? ‘Niebla’ no es simplemente
una novela: es un desafío directo a la forma de contar historias.
Y no, no es una exageración. Unamuno inventó su propio género y
lo llamó nivola, porque no se parecía a nada que hubiera leído antes.
Su intención era clara: subvertir las reglas del juego literario
desde dentro.

En apariencia, la historia es sencilla. Augusto Pérez,
un joven adinerado, pasea por las calles de Salamanca cuando se
enamora a primera vista de una mujer llamada Eugenia. Lo que empieza
como una típica historia romántica pronto se convierte en algo completamente
distinto: una meditación sobre la libertad, la identidad, el amor,
y la mismísima naturaleza de la realidad. Pero lo que hace que ‘Niebla’
destaque no es su argumento, sino cómo está contada. Unamuno juega
con el lector, rompe la cuarta pared, y lleva la metaficción a un
nivel insólito. ¿El momento cumbre? Cuando el propio protagonista
acude a hablar con el autor del libro —sí, con Miguel de Unamuno
en persona— para exigirle una explicación sobre su destino. En otras
palabras: el personaje se rebela contra su creador.
Mucho antes de que Charlie Kaufman escribiera Adaptation,
o de que Pirandello declarara que sus personajes buscaban autor,
Unamuno ya había escrito una historia donde el personaje sabe que
es ficticio y lucha contra ello. Esta ruptura de los límites entre
ficción y realidad fue revolucionaria. Lo más sorprendente es que
lo hizo desde Salamanca, en una España marcada por la crisis del
98 y el desconcierto existencial. Unamuno no solo reflexionaba sobre
el alma de España, sino también sobre el alma del ser humano, la
libertad y el absurdo de la vida. El título no es casual. La niebla,
que difumina las formas y hace borrosos los contornos, es una metáfora
perfecta para el universo ambiguo que Unamuno construye. Nada es
firme en esta novela: ni el género, ni la realidad, ni el control
del autor sobre su obra. Todo se mueve entre la duda y la paradoja.
Para Unamuno, la niebla también simboliza la confusión
existencial, la lucha del individuo contra un destino que no entiende.
La novela no ofrece respuestas claras, pero sí una honestidad brutal
sobre las preguntas más profundas de la vida. En una era saturada
de información, algoritmos y narrativas planas, ‘Niebla’ sigue siendo
una lectura incómoda, provocadora y necesaria. Nos recuerda que
las fronteras entre realidad y ficción son más porosas de lo que
creemos. Nos obliga a pensar en el libre albedrío, en quién maneja
realmente los hilos de nuestra vida, y en la posibilidad —terrible
y fascinante— de que seamos personajes de una historia escrita por
otro. ‘Niebla’ no es un clásico solo por su valor histórico, sino
por su actualidad brutal. Es el tipo de obra que hay que leer al
menos una vez en la vida. Porque, como el propio Unamuno dice al
final del libro: “Vosotros los lectores sois personajes de otra
novela escrita por Dios.” Y tras leer ‘Niebla’, no puedes evitar
preguntarte: ¿y si fuera cierto?

Perly Dunsmore ha llegado al pueblo de Harlow, Nuevo
Hampshire, y ya nada será lo mismo. La novela de Joan Samson, en
su primera y única obra de ficción, se publicó originalmente en
el año 1976. La leyenda podría decir que fue un fracaso y casi medio
siglo después fue redescubierto, casi diríase que encontrado, pero
no. La obra fue un rotundo éxito de ventas, Hollywood pensó en una
adaptación al cine y la publicación de Simon & Schuster fue traducida
a varios idiomas. Pero, naturalmente, Joan Samson no estuvo ahí
para verlo. La autora murió a los 38 años de un fulminante cáncer
cerebral y ni siquiera pudo ver la obra publicada. Samson o pudo
continuar con su carrera literaria, lo que sin duda contribuyó a
que, por alguna razón, el incómodo subastador cayera en el olvido
tras el éxito inicial… al menos hasta 2017. En esa fecha, el superventas
Grady Hendrix publicó su ya famoso Paperbacks from Hell, un inventario
de portadas y novelas de la abundante producción de libros de terror
de los setenta y ochenta. Entre ellos estaba El subastador, la historia
de un desconocido que llegaba a una pequeña localidad rural y comenzaba
a subastar propiedades de sus habitantes para beneficencia.
Debido al éxito de la obra de Hendrix donde se la
nombraba, la obra fue recordada y de nuevo publicada. Ahora El subastador
llega a España gracias a la editorial Minotauro, la misma que también
ha editado Paperbacks from Hell. Y el lector español podrá considerar
la buena fama de la novela desaparecida: encontrará ecos de Stephen
King y La Tiénda, claro, pero la recomendación de portada ya nos
advierte de que Samson va en serio. Los nombres de Cormac McCarthy
y Shirley Jackson salen a colación.
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Los grandes festivales se han convertido en un fenómeno
que trasciende la propia música, cuando no contribuye directamente
a su estrangulamiento. Mueven miles de millones de euros, atraen
turismo, exigen subvenciones, blanquean marcas, explotan a artistas
y trabajadores y saquean al público. Aun así, no hay ciudad, grande
o pequeña, que no apueste por el suyo. Nando Cruz disecciona en
este libro una industria que ha crecido hasta desbordarse y nos
sumerge en su historia y entresijos para entender que hay detrás
de ese fin de semana bucólico de confetis, pulseras, luces y conciertos.
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La epidemia de suicidios que barrió Alemania al caer
el nazismo. En 1945, el Tercer Reich cayó y Adolf Hitler se suicidó
en su búnker de Berlín. Pero no fue el único que decidió acabar
con su vida. Con la caída del régimen nazi, miles de alemanes de
a pie se ahorcaron, pegaron un tiro, envenenaron o ahogaron, siguiendo
al Führer a la muerte. Muchas de estas muertes fueron provocadas
por el terror ante el avance de las tropas soviéticas o por los
sentimientos de culpa, pero, como sucede a menudo, la explicación
no es tan sencilla. Florian Huber explora con maestría el porqué
de este terrible fenómeno. Alemania no ha sido el único país en
perder una guerra, pero en ningún otro lugar se respondió de manera
tan cataclísmica. Otros países, como Japón, tenían una cultura del
suicidio por honor, pero no así Alemania. ¿Qué llevó, pues, a familias
enteras a acabar con sus vidas, incluso a matar a los niños y bebés?
En esta original y brillante investigación histórica, Huber explora
las raíces y consecuencias de la relación entre los alemanes y el
Tercer Reich y lleva a una nueva comprensión de lo que supuso la
caída del nazismo para Alemania. Prométeme que te pegarás un tiro
es una explicación magnífica de uno de los episodios menos conocidos
de la historia europea del siglo xx y una ventana a la psique de
un pueblo que pasó en pocos años de la cima del mundo a lo más hondo
del abismo.
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Desde el fin del Imperio Romano, casi mil quinientos
años antes, no hay un paralelo, al menos en Europa, con la caída
de la nación alemana en 1945. Alemania, industriosa e inventiva,
hogar durante siglos de una cantidad desproporcionada de los más
grandes pensadores, escritores, científicos y músicos de la civilización
occidental, había entrado en el siglo XX unida, próspera y fuerte,
admirada por casi toda la humanidad por sus notables logros. Durante
la década de 1930, amargada por una guerra perdida y luego marcada
por el desempleo masivo, Alemania abrazó el oscuro culto del nacionalsocialismo.
En menos de una generación, sus grandes ciudades yacían en ruinas
y sus industrias destrozadas y su patrimonio cultural parecían completamente
irrecuperables. Los propios alemanes habían llegado a ser considerados
monstruos malvados. Después de seis años de guerra, ¿Cómo iban a
manejar los exhaustos vencedores el final de un horror que para
la mayoría de la gente parecía sin precedentes?
En Exorcising Hitler, Frederick Taylor cuenta la historia
del año cero de Alemania y lo que vino después. Al describir la
campaña final de los Aliados, la persecución de la resistencia nazi,
el vasto desplazamiento de pueblos en Europa central y oriental,
las actitudes de los conquistadores, la competencia entre la Rusia
soviética y Occidente, el hambre y la casi inanición de un pueblo
antaño orgulloso, el intento inicialmente ingenuo de extirpar el
nazismo de todos los aspectos de la vida alemana y el enfoque posterior,
más pragmático, comenzamos a comprender que, a pesar de la destrucción
casi total, una combinación de conservadurismo, iniciativa y pragmatismo
en relación con los antiguos nazis posibilitó el milagro económico
de la década de 1950. Y vemos cómo solo cuando la generación de
los 60 (los hijos de la era nazi) comenzó a cuestionar a sus padres
con creciente violencia, Alemania comenzó a despertar de su letargo.
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La joven enfermera polaca que se convirtió en amante
de un jerarca nazi a cambio de salvar la vida de doce judíos.

"Mi padre era jardinero. Ahora es jardín". Dos frases
cortas, cargadas de emoción, que cuentan toda una historia, toda
una vida. Así de impactante y rotundo es el arranque de El jardinero
y la muerte (Impedimenta), el nuevo libro del búlgaro Gueorgui Gospodínov
(Yámbol, 1968), su texto más personal y, al mismo tiempo, el más
universalmente humano. Sucintamente podríamos decir que es una crónica
profunda y reflexiva sobre los últimos días de vida de su padre,
sobre el duelo, la muerte y la memoria. En sus propias palabras:
"Esta podría ser una novela elegiaca, una novela-memoria o una novela-jardín.
Sin embargo, este libro no tiene un género obvio, debe construirlo
por sí mismo. Igual que la muerte no tiene género. Tampoco la vida".
Mundialmente reconocido tras ganar el Booker Internacional en 2023
por Las tempestálidas, un ensueño distópico sembrado de irónicas
premoniciones que desenmascaraba la íntima y peligrosa relación
que late entre nostalgia y política, hasta ese año se retrotrae
el escritor para invocar los orígenes de este nuevo libro, aquel
que nunca pensó escribir.

Gospodínov, dentro de la selección de cuentos
y relatos.

"2023 fue un año muy peculiar. Ganar el Booker, lo
que hizo muy felices a mis padres, provocó que los periodistas de
Bulgaria enseguida los encontraran. Ellos vivían en un pueblo muy
pequeñito y mi padre se dedicó a pasear a todos esos periodistas
por su jardín enseñándoles qué árboles y flores eran mis favoritos.
Así que todo el mundo pudo ver ese jardín y a mi padre unos meses
antes de que falleciera", recuerda sonriendo.
Pocos meses después, los constantes dolores de su
padre le llevaron a acudir a la capital para ir al hospital con
su hijo."Desde que vino a Sofía para que fuéramos juntos al médico
hasta el final, transcurrió exactamente un mes y durante ese tiempo
yo estuve al lado de su cama, e iba apuntando pequeñas cosas como
palabras suyas o algunos gestos, algunos movimientos que simplemente
quería anotar sin tener en ese momento la idea de que quería escribir
nada sobre el tema", explica el escritor. "Pero al final obtuve
un cuaderno lleno de anotaciones y reflexiones de ese tipo. Este
es el primer libro que escribo a mano, pero no hubiera podido escribirlo
de otra forma". "Mi generación teme a la muerte, ha perdido el contacto
con ella, pero para nuestros padres es parte de la naturaleza" Esa
es en síntesis la historia de El jardinero y la muerte. Pero que
nadie espere un texto de duelo canónico, lineal y sentimental. Los
lectores del búlgaro saben bien que la literatura de Gospodínov
habita en un espacio donde lo trivial nunca puede ser desenredado
de lo excepcional, donde pasado y futuro convergen en un presente
que sólo puede ser narrado desde los fragmentarios ángulos que conforman
nuestro ser y donde la memoria es una cápsula del tiempo que sirve
como refugio y guía.

Sofía ha acogido numerosos pueblos desde el siglo
VII a. C. un microcosmos de la historia universal. Hay vestigios
de arquitectura romana, bizantina, otomana, rusa, y del período
socialista.
Así, por encima de todo, en estas páginas el hijo
reconstruye una imagen completa y caleidoscópica de Dinyo Gospodínov,
de su ironía bienhumorada y sus profundas ganas de vivir, de sus
proverbiales dotes de narrador oral y de su sencillo lema ante una
vida que no fue nada fácil: "Nada que temer". Una historia de vida
"Sé que uno no puede hablar objetivamente de su padre, pero creo
que, en cierto sentido, logro componer su imagen real, porque me
ocurre algo curioso: lo recuerdo con sus distintos cuerpos", confiesa
el escritor. "A sus 20 años con su chupa de cuero y el pantalón
estrecho, como lo he visto en fotografías, como mi padre cuando
yo tenía unos 4 años, como un anciano cuando empezó a envejecer,
la primera vez que tuvo cáncer...", enumera. "Yo quería parecerme
a mi padre en tres cosas: ser fuerte e impresionante como él, pues
era una persona muy alta; fumar como él, por eso empecé a fumar;
y narrar como él. Creo que más o menos, en distinto grado, he alcanzado
las tres cosas, pues mi modo de escribir similar al modo de narrar
de mi padre, donde hay muchas anécdotas orales, vívidas, y una simbiosis
constante entre la ironía y la nostalgia". "Quería narrar el momento
en el que la vida se apaga, se extingue. No la muerte en sí, porque
la muerte no es interesante, no tiene historia" Esa mezcla constante
de crudeza y humor, de ternura y aspereza, hace que este libro,
trufado de anécdotas a las que el escritor recurre para rebajar
la emoción, logre un equilibrio perfecto entre risa y llanto. "¿Cómo
narrar algo tan terrible?, me preguntaba. Fue a través de esas historias
graciosas, anécdotas familiares y narraciones populares como conseguí
combinar el dolor y lo ridículo que, en el fondo, son lo que compone
la vida", esgrime el escritor, para quien hablar de la muerte es,
en realidad, hablar de la vida.
"En realidad esta es una historia narrada desde el
punto de extinción de la vida. Para mí eso es lo importante, el
momento final, el momento en el que la vida se apaga, se extingue.
No la muerte en sí, porque la muerte no es interesante, no tiene
historia".

El búlgaro Gueorgui Gospodínov reconocido en 2023
con el prestigioso Booker Internacional por su novela 'Time Shelter'.
El galardón se otorga anualmente a la mejor obra de ficción, traducida
al inglés y publicada en Reino Unido e Irlanda. La presidenta del
jurado del International Booker, la escritora Leila Slimani, dentro
de la selección de autores de nuestra bibliotecaria, destacó
la "variedad" de las obras finalistas, y subrayó que la elección
del ganador fue fácil.
Por ello, Gospodínov no centra el libro en la muerte,
sino que, a pesar de que el dolor y la tristeza son inconmensurables,
el escritor inmortaliza la vida y nos la transmite, como si fuera
el legado de su padre, lo que esta nos enseña de la vida. "No sé
en España, pero en Bulgaria todavía existe la tradición, especialmente
en el mundo rural, de que los familiares moribundos terminen sus
días en sus casas, no en residencias u hospitales. Existe ese deseo
de despedir a la persona que se está yendo hasta la puerta, estar
físicamente con ella, sujetándola de la mano", explica el escritor.
"Puede parecer una tontería, algo propio del pasado, pero después
de todo lo vivido aprendí que la lección más importante que nos
enseñan nuestros padres es no cómo se vive, sino cómo se muere",
sostiene. Y es que para el escritor, en un mundo actual donde la
muerte se esconde y se rodea de un halo impersonal y aséptico, esa
enseñanza es algo muy valioso. "Dar la espalda a la muerte, paradójicamente,
hace que asumirla sea mucho más difícil. La gente de la generación
de mis padres, que ha vivido en el campo, en contacto con animales,
con plantas, con jardines, ha visto en muchas ocasiones la muerte,
la conocen y han estado en contacto con ella, por lo que forma parte
de lo natural, de la naturaleza", razona. "Mi generación y las siguientes
tenemos más miedo a la muerte, no sabemos enfrentarla, pero ellos
pueden vivirla, asumirla de forma más fácil que nosotros".

El autor es originario de Yambol, una encantadora
ciudad situada en el sureste de Bulgaria, a orillas del río Tundzha.
Con una rica historia que se remonta a la época romana, este destino
ofrece a los visitantes una combinación perfecta de cultura, naturaleza
y gastronomía.
En este sentido, El jardinero y la muerte se convierte,
en virtud de los relatos sobre la vida de Dinyo, en una suerte de
homenaje generacional. "Siempre he querido escribir un libro sobre
los padres de nuestra época, una generación peculiar nacida a finales
de la Segunda Guerra Mundial, una generación que ha atravesado toda
la miseria y pobreza de los años 50", comenta Gospodínov. "Una generación
que se quedó encerrada en Bulgaria debido a las fronteras del comunismo
y tenía más o menos 50 años de edad cuando cayó el Muro de Berlín.
Muchos de ellos intentaron empezar de nuevo otra vida y la mayoría
fracasó en ese intento", apunta el escritor, que en el libro describe
los intentos de su padre por montar negocios honrados en el capitalismo
voraz de los 90 y cómo nada salió bien. "La memoria, que te recuerden
tus hijos y nietos, es, en efecto, un antídoto contra la muerte,
nuestra única forma real de inmortalidad" "Esa fue la generación
de padres que fumaban de una manera muy hermosa. Sujetaban el cigarrillo
de una forma muy exquisita. En cierta manera se agarraban del cigarrillo
como de un ancla, y el humo era una especie de camino hacia un mundo
distinto", apunta poético. Otro elemento clásico de la literatura
de Gospodínov, que recordará a muchos a su célebre Física de la
tristeza, es la idea de que los muertos nunca están muertos del
todo mientras existan en la memoria, que viven en nosotros. "La
memoria es, en efecto, un antídoto contra la muerte, nuestra única
forma real de inmortalidad. Para la gente común, la inmortalidad
es que te recuerde la siguiente generación, es decir, que te recuerden
tus hijos. Y si también llegan a recordarte tus nietos, es lo más
que puedes pedir", reflexiona. "Cuando nació mi hija, que hoy tiene
casi 20 años, a mi padre le diagnosticaron cáncer y le dieron unos
meses. Lo que me dijo fue: 'Realmente, lo único que me da pena es
que esa niña no me va a recordar si me muero ahora'". Dos años después,
con el duelo más agazapado, aunque nunca ausente, Gospodínov recuerda
con cariño el proceso de escritura de El jardinero y la muerte,
que, asegura, le ha acercado a su padre. "Con este libro me ocurrió
algo que sólo me había pasado la primera vez que escribí algo hace
ya 50 años, una experiencia que se podría tildar de exorcismo literario.
De niño tuve durante meses una pesadilla recurrente en el que mis
padres me abandonaban. Cuando la escribí en un relato, dejé de soñar
con ella, aunque quizás justo por escribirla la recuerdo", comparte.
"Después de que mi padre se fue me sentí muy abrumado, perdido.
Pero tras escribir este libro, la conversación entre él y yo empezó
a fluir de forma mucho más fácil y puedo convocarlo sin dolor",
concluye.
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Elena Blanco, inspectora de la Brigada de Análisis
de Casos (BAC) se enfrenta a su peor enemigo, una poderosa organización
integrada por personalidades del mundo de la empresa, la política,
la judicatura y la policía. El Clan. Enfrentarse a él es acabar
muerto. Aun así, la BAC afronta el desafío. Pero cuando Elena recibe
unas imágenes en las que Zárate aparece tendido sobre un charco
de sangre, comete un error imperdonable.
Magnífica, brutal y enormemente adictiva, Carmen Mola
se supera en el esperado desenlace de la serie Inspectora Elena
Blanco.
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Dos jóvenes exaltados, Asier y Joseba, se marchan
en 2011 al sur de Francia con la intención de convertirse en militantes
de ETA. Esperan instrucciones en una granja de pollos, acogidos
por una pareja francesa con la que apenas se entienden. Allí se
enteran de que la banda ha anunciado el cese de la actividad armada.
Abandonados a su suerte, sin dinero, sin experiencia ni armas, deciden
continuar la lucha por su cuenta, fundando una organización propia,
en la que uno asumirá el papel de jefe y disciplinado ideólogo,
y el otro el de subalterno más relajado.
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Un niño. Dos países. Dos ideologías. Una emocionante
y ambiciosa novela sobre la identidad y el poder arrollador de la
cultura que nos muestra que, incluso en los rincones más oscuros
de la Historia, la vida se abre paso.
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"¿Te gusta la oscuridad? Perfecto. A mí tambien" es
cómo inicia Stephen King el epílogo de este nuevo y magnífico volumen
de doce relatos que se adentran en la parte más sombría de la vida.
King lleva más de medio siglo siendo un maestro literario, y estas
historias sobre el destino, la mortalidad, la suerte y los múltiples
pliegos de la realidad son tan ricas y absorbentes como sus novelas.
El autor escribe "para sentir la emoción de dejar atrás la rutina",
y en Si te gusta la oscuridad los lectores sentirán, una y otra
vez, esa misma emoción.
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Faltan dos semanas para la boda de la teniente Valentina
Redondo y Oliver Gordon. En plenos preparativos, los sorprende la
noticia de un atentado masivo en el Templo del Agua del famoso balneario
cántabro de Puente Viesgo. Las instalaciones del idílico paraíso
de agua estaban ocupadas por un grupo de empresarios, y todo apunta
a que la masacre ha sido perpetrada con una peligrosísima arma química.
Valentina tendrá que cooperar con el ejército y con un equipo de
la UCO para resolver el crimen. Pronto descubrirán que un cerebro
hábil y cruel ha puesto en marcha una maquinaria infalible, ejecutando
cada uno de sus movimientos con extraordinaria frialdad, en un claro
desafío a la inteligencia y a las habilidades deductivas de Valentina
y del propio lector. La teniente Redondo llegará a dudar de los
pasos que debe seguir, porque las sospechas no tardarán en recaer
sobre alguien que jamás ha visto pero que, en el fondo, siente que
conoce. El peligro es un latido que no se extingue nunca.
El nuevo caso de Los libros del Puerto Escondido.
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El 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México,
se detonaba en secreto la primera bomba atómica. Impactado por el
poder destructivo de su creación, J. Robert Oppenheimer, director
del Proyecto Manhattan, se comprometería desde entonces a luchar
contra el desarrollo de la bomba de hidrógeno y contra la guerra
nuclear. Sospechoso de comunista para los Estados Unidos de la era
McCarthy, fue perseguido por el FBI, calumniado como espía de la
Unión Soviética y obligado a dimitir de cualquier función pública.
Su vida privada fue arrastrada del mismo modo hacia el esperpento;
su casa fue allanada con micrófonos ocultos, y su teléfono, intervenido.
No sería hasta 1963 que el presidente Kennedy lo rehabilitaría y,
con ello, su figura obtendría otro cariz para los ciudadanos del
mundo entero. Treinta años de entrevistas a familiares, amigos y
colegas; de búsqueda en archivos del FBI; de análisis de las cintas
con discursos e interrogatorios, y de hallazgos de documentos privados
del físico nuclear dieron como resultado este monumental libro.
Una biografía de una enorme minuciosidad que ofrece una visión íntima
del científico más famoso de su generación; una de las figuras icónicas
del siglo xx para quien el triunfo y la tragedia se unieron en un
nudo gordiano.
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El autor de la serie de éxito internacional «Rodeados
de idiotas», con más de 10 millones de ejemplares vendidos en todo
el mundo, nos ayuda a manejar a los narcisistas en nuestro día a
día.
¿A menudo las personas narcisistas te hacen sentir
miserable? ¿Estás agotado por sus constantes demandas de atención,
su necesidad de control, su convicción de que siempre tienen razón
(incluso cuando no la tienen) y su obstinación en hacer lo que quieren
(independientemente de las consecuencias)? Ya sea en pareja, trabajo
o familia, todos lidiamos diariamente con algún narcisista, y, en
su nuevo libro, Thomas Erikson nos revela cómo manejarlos sin morir
en el intento. Para ello es imprescindible conocer cuáles son sus
motivaciones, sus estrategias de manipulación y su impacto en nuestra
salud emocional. Basado en situaciones cotidianas y en su modelo
de cuatro colores para identificar los diferentes tipos de personalidades
que desarrolló en Rodeados de idiotas, Erikson nos brinda herramientas
efectivas para detectar y enfrentar estas conductas tóxicas. Libérate
del peso del narcisismo y disfruta de una vida más feliz y satisfactoria.
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Con su fascinación por la búsqueda de sentido y peculiar
ritmo narrativo László Krasznahorkai (Gyula, 1954) nos adentra en
los laberintos de la existencia humana en El barón Wenckheim vuelve
a casa (2017), una novela que ha sido traducida a nuestra lengua
por Adan Kovacsics. La trayectoria literaria del escritor húngaro
–la editorial Acantilado ha publicado Melancolía de la resistencia
(2001), Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino,
al Este el río (2005), Guerra y guerra (2009), Ha llegado Isaías
(2009), Seiobo descendió a la Tierra (2015), Tango satánico (2017)
y Relaciones misericordiosas (2023)– le ha hecho merecedor de los
premios Kossuth (2004), el Man Booker International (2017), el Premio
Austríaco de Literatura Europea (2021) y el Formentor de las Letras
(2024), y lo ha consolidado como una de las voces más singulares
de la literatura contemporánea.
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El pasado año, 2024, se batió el récord de españoles
que viajaron a Japón: más de 182.000 personas visitaron el país.
Hace dos, en 2023, Haruki Murakami recibía el Premio Princesa de
Asturias de las Letras. Un lustro antes, en 2017, Kazuo Ishiguro
ganaba el Nobel de Literatura. Los viernes de cenar sushi o ramen,
o el amigo que te pregunta en qué plataforma puede ver Perfect Days,
se combinan con mesitas de noche cada vez más plagadas de literatura
nipona: en 2023, el último año con datos disponibles, el japonés
fue el tercer idioma más traducido en España, sólo por detrás del
inglés y el francés, siendo así uno de los idiomas que más ha crecido
en la última década, en un 90%. Visto este auge, las primeras preguntas
que vienen a la cabeza es cuándo ha pasado este asalto nipón a nuestras
librerías y cómo ha conseguido rebasar a lenguas tan consolidadas
como la italiana o la alemana.
Aunque el gusto por esta literatura ha tenido un crecimiento
aparentemente progresivo, ha habido momentos puntuales con picos
de interés que también las editoriales han sabido ver y aprovechar.
Por ejemplo, el suicidio de Yukio Mishima en 1970 -por harakiri-
y el éxito de Murakami -el superventas japonés por excelencia- fueron
dos momentos clave, al menos en el inicio del fenómeno, según Marián
Bango, cofundadora de la Editorial Satori, especializada en el país
oriental. Ana Estevan, responsable de Ficción Internacional en Tusquets,
menciona que desde su editorial ya publicaban desde los años 90
a Banana Yoshimoto. Sin embargo, ella marca el éxito de Tokio Blues,
de Murakami, en torno a los 2000, como el punto en que más editoriales
se subieron al carro. Sin duda, Murakami ha sido uno de los principales
líderes del movimiento: "Tenemos la inmensa suerte de que tiene
un especial afecto por España y Latinoamérica. Siente un gran apego,
ha venido a España ya cuatro veces, dos con motivo de premios, y
eso ayuda", dice, "Cuando hace algo en España o en relación a España,
lo notamos en el número de ventas". "Es la primera vez que vemos
un movimiento tan popular y duradero de la literatura asiática en
sentido amplio" Diego Moreno, de la Editorial Nórdica, considera
que el efecto imitación ha sido crucial.

Convertido en autor de culto y traducido a más de
cuarenta idiomas, Murakami es, según los especialistas, un escritor
inquietante, con una prosa en la que se aprecian influencias de
autores como Dostoievski, Dickens, Capote o Vargas Llosa.
"En los últimos cinco o seis años muchas editoriales
que no publicaban literatura japonesa de manera habitual han empezado
a hacerlo". Y así han dado forma a un caso digno de estudio. "Es
la primera vez que vemos un movimiento tan popular y duradero de
la literatura asiática en sentido amplio, desde el manga y la novela
gráfica, hasta la literatura policíaca, el thriller y la llamada
healing fiction", cuenta Anik Lapointe, editora en Salamandra, le
da mucha relevancia. A pesar de que los libros japoneses que se
publican en España tienen temáticas absolutamente diversas, Lapointe
identifica cinco factores que los conectan estilísticamente y explican
su éxito. En primer lugar, ella señala la imaginación tan viva de
los autores y, a veces, la introducción de un elemento mágico o
fantástico. "A los hispanohablantes nos conecta con autores como
Gabriel García Márquez", señala. Los autores estrella de Tusquets,
Murakami y Yoshimoto, "son muy oníricos", menciona Estevan, sin
atreverse, sin embargo, a poner esa etiqueta a la literatura japonesa
en general. En segundo puesto, existe una sensibilidad manifiesta
en sus textos: "Lo importante es lo que estoy contemplando ahora
en un paisaje, lo que hace sentir la soledad en medio de la naturaleza",
ejemplifica la editora de Salamandra. Otro factor es que son escritores
que comparten un ritmo más lento, muy buscado a día de hoy cuando
nos vemos sumergidos en un mundo de inmediatez y sobreestimulación:
"Queremos encontrar un cobijo en algo que no sea ni apabullante
ni agresivo, sino lo contrario".

La literatura japonesa es diversa y abarca desde obras
clásicas como "El cuento de Genji" hasta novelas contemporáneas
de autores como Haruki Murakami. Se caracteriza por su rico patrimonio
cultural, influenciado por el contacto con China y el budismo, y
por la forma en que refleja la vida y las tradiciones japonesas.
Marián Bango coincide: "Parte del encanto es que aparentemente
no pasa nada, pero pasan muchas cosas". En cuarto lugar, las historias
que presentan estos autores son generalmente sencillas, y en ellas
predominan el intimismo y la introspección. "Son situaciones, más
bien, por las que todo el mundo puede pasar», dice Lapointe. "Alguien,
por ejemplo, que se encuentra solo y de pronto recuerde un amor
del pasado, o que ha perdido a alguien. Estos autores logran transmitirlo
de una manera sencilla, abierta, sin grandes teorías". "La literatura
tiene que ser acogedora, pero también tiene que ser incómoda. Tiene
que ser muchas cosas" Y, finalmente, Ana Estevan lanza un quinto
factor que explica el éxito. Esta temática hace que el lector se
sienta identificado: "En general los personajes no se encuentran
muy bien. Y eso no está mal para un lector". En el contexto de ese
entorno diario a veces desafortunado, las nuevas y más masivas propuestas
de literatura japonesa encajan en un género ahora denominado healing
fiction o ficción curativa, que hace referencia a esa literatura
amable, cozy, ambientada en escenarios del país nipón. Curiosamente,
los editores se desvinculan de esta calificación para explicar el
auge: "Nosotros intentamos ir a algo literario y que aporte a la
literatura y al lector de una manera más completa", dice Estevan.
Marián Bango se muestra también crítica con la tendencia y la asemeja
a una "producción en cadena": "Son meros productos de consumo, porque
está todo troceado. La literatura también tiene que ser un poco
un desafío a la persona. No tiene que ser todo fácil y sencillo,
todo masticado. Al final acaba siendo lo mismo, un producto que
se consume de manera acrítica e incluso también te puedes dopar
y estimular con ello constantemente", menciona, aludiendo a esa
moda de binge reading, o pegarse atracones de lectura.


Satori es una editorial dedicada íntegramente
a Japón cuyo objetivo es dar a conocer la fascinante cultura
y literatura niponas al mundo hispanohablante a través de
obras publicadas por autores de reconocido prestigio, tanto occidentales
como japoneses.
"La literatura tiene que ser acogedora, pero también
tiene que ser incómoda. Tiene que ser muchas cosas". Twiggy Hirota,
del restaurante-librería japonesa Yan Ken Pon, en Madrid, comenta
que lo que describen engloba literatura japonesa pero "con mejor
marketing": "Está de moda llamarlo así para vender más, pero no
deja de ser su literatura en esencia". Por eso, sí hay un consenso
general en torno a la sensibilidad de los autores: "En tiempos duros
y complicados, esto es como un bálsamo, algo que te tranquiliza
y te dice: ‘Bueno, aunque estés en una situación terrible, esto
se puede superar, lo puedes vivir y no pasa nada’. Te reconcilia
con lo malo que estás viviendo". "Leían manga, veían anime y ahora,
al ser adultos, sigue teniendo interés por Japón y han dado ese
salto a la literatura" Esos adultos atormentados son los mismos
que crecieron desayunando con Dragon Ball Z y cantaban el tema de
inicio de Oliver y Benji. "Leían manga, veían anime y ahora, al
ser adultos, sigue teniendo interés por Japón y han dado ese salto
a la literatura. Es una generación que ya no tiene miedo a no entender
ciertos códigos culturales. Y ese interés que han sentido por Japón
desde que eran niños y adolescentes lo siguen manteniendo en la
edad adulta".
Otro ejemplo muy representativo de cómo todo el ecosistema
en torno a lo japonés solo crece, es que cómics de este país han
aumentado su publicación en España un 200% en los últimos años.
Este crecimiento ha sido progresivo: a principios de los 2000 hubo
un gran aumento, pero el mercado cayó a mediados de 2008, con la
crisis. Después, en 2014, volvió a subir, y ya con la pandemia se
disparó hasta el tope que hemos alcanzado ahora. Ante la pregunta
de por qué monopoliza este país el éxito frente a otros países asiáticos
como China o Corea del Sur, la realidad es que para un ciudadano
occidental Japón es el equilibrio justo entre exótico y familiar,
como aseguran los editores. "Es un país tan global y es tan abierta
su cultura, tan exportada, con fenómenos como el Cool Japan, que
los lectores no lo sienten tan distinto", dice Marián Bango. "En
Japón impera un capitalismo, un consumismo, una serie de cuestiones
que están presentes también en nuestra sociedad y son cuestiones
que nos preocupan". Otras iniciativas como el Marzo Asiático, que
propone leer libros de autores del continente durante ese mes, también
favorecen esta difusión. Este último movimiento lo creó hace años
en redes sociales la divulgadora cultural Magrat Ajostiernos, causando
un auténtico despegue en la literatura. "Quien a lo mejor no ha
leído nada, pero ha visto Drive My Car, de repente dice: ‘Me mola
esta manera de contar de los japoneses’, y acaba cayendo".

Publicado originalmente en la revista Shonen Jump,
de la editorial japonesa Shueisha, entre 1984 y 1995, Dragon Ball
como manga, acabó traspasando formatos y generaciones.
Twiggy Hirota cree que los viajes y, sobre todo,
las redes sociales -"Donde hay un bombardeo constante de todo lo
que mola de Japón"-, han sido cruciales para incrementar el interés
por su literatura. También señala la "increíble" labor de entidades
como la Fundación Japón o Casa Asia: "También hacen teatro, danzas...
y a veces no quedan ni entradas", comenta la trabajadora del restaurante-librería.
Además, desde Nórdica destacan la dualidad entre un Japón más "feudal"
-"Una cultura muy atractiva visual y literariamente"-, que sigue
viviendo en cierto modo, y el país hipertecnológico en que se ha
convertido desde la Segunda Guerra Mundial. "Ambas cosas generan
una visión de un mundo que a un occidental le atrae mucho", dice
Moreno. "A mí me fascina esta capacidad que tienen de no entregarlo
todo a la tecnología, sino que al mismo tiempo tienen ritos y costumbres
muy arraigadas.
Moreno confiesa que desde las editoriales también
han aprendido a vender mejor estos libros, con más respeto, y quizá
ello ha influido en la percepción del lector, que ha pasado a normalizarlos
y verlos con más "seriedad", y no como algo para unos pocos. Comenta
que han pasado de usar para las portadas los dibujos "de gancho,
que podrían ser realmente de muchas partes de Asia", a otra más
respetuosa con la cultura japonesa. "Intentamos entender lo que
son realmente los japoneses y hacer diseños con los que también
se encuentren a gusto". Otro elemento clave en la difusión de la
literatura japonesa fue el crecimiento en el número de traductores
del japonés al español, que permiten los llamados equipos de traducción
directa. "Te puedes encontrar con los libros más famosos de la historia
de Genki [una serie de libros usada para aprender japonés], por
ejemplo, que están traducidos desde el inglés, y eso ha sido un
hándicap muy grande durante muchos años. Eso también ha hecho que
nuestro aprendizaje como lectores sea más lento", denuncia Moreno,
que añade que desde Nórdica nunca traducen de lenguas secundarias,
es decir, siempre directamente. Librerías consagradas -y generalistas-
como La Central de Callao, en Madrid, comentan que ya mantienen
desde hace años "un espacio exclusivo para Japón". Como comenta
Luis de Dios, responsable de narrativa en esta librería: "No solo
ha aumentado el número de publicaciones de autores japoneses sino
que la demanda sigue siendo constante". "Siempre irá en crecimiento,
pero no un crecimiento de tendencia. Eso son burbujas que crecen
y explotan, pero la base siempre va a quedar".
Tokio, entre la tradición y la modernidad.
Además, numerosos clientes piden libros relacionados
con el país, porque también los viajes están aumentando. Desde el
restaurante-librería Yan Ken Pon, fundado precisamente por traductores
del japonés, señalan que la tendencia actual es, principalmente,
mujeres que se interesan por la literatura de autoras japonesas.
un fenómeno aún «muy vivo» Lo que está claro es que al bum de la
literatura japonesa no se le ve fin: "Es un fenómeno virtuoso perfecto.
A la gente le interesa, los editores compramos más, miramos más,
creamos mejoras, sabemos más, las agencias te lo permiten, la prensa
lo reseña con más facilidad, el librero, lo mismo…", dice Diego
Moreno, que ha vivido en primera persona el aumento en el interés
y en la demanda. "[El crecimiento] es muy claro: en 2015 en Nórdica
publicamos un libro, y en 2024 subimos hasta los cinco". Se trata
de un movimiento en el que los editores coinciden al considerar
que está muy vivo, por lo que solo puede analizarse desde su propia
naturaleza cambiante, sin fin. "Yo creo que siempre irá en crecimiento,
pero no un crecimiento de tendencia, de gran moda", pronostica Marián
Bango desde Satori. "Son burbujas que crecen y explotan, pero la
base siempre va a quedar".
John Kennedy Toole sabía que la novela que había escrito,
La conjura de los necios, era una obra magnífica. Sin embargo, nunca
llegó a verla publicada, ni pudo disfrutar del premio Pulitzer que
obtuvo de manera póstuma. El escritor estadounidense, considerado
por muchos un mártir de la literatura, se quitó la vida el 26 de
marzo de 1969, a los 32 años. El rechazo editorial lo había sumido
en una profunda depresión, y nada logró torcer ese destino trágico.
Lejos de Nueva Orleans, tras dos meses de paradero desconocido,
estacionó su Chevrolet Chevelle azul junto a una ruta secundaria
en Biloxi, Misisipi. Conectó una manguera de jardín al caño de escape
de su auto y colocó el otro extremo dentro del vehículo, por la
ventanilla del conductor. Allí esperó la muerte con una carta de
despedida, cuyo contenido nunca se conoció: su madre la destruyó,
y lo que declaró sobre ella fueron comentarios confusos. Dijo haberse
sentido “avergonzada” por el suicidio de su hijo, ocurrido varios
días antes de ser descubierto. John Kennedy Toole fue enterrado
en un cementerio de Nueva Orleans, su ciudad natal. A su funeral
asistieron muy pocas personas.
El epígrafe que eligió para su novela fue una frase
de Jonathan Swift, extraída del libro Thoughts on Various Subjects,
Moral and Diverting: “Cuando en el mundo aparece un verdadero genio,
puede identificársele por este signo: todos los necios se conjuran
contra él”. La cita, que inspiró el título, remite también a su
propia vida, marcada por un final sin el reconocimiento en vida.

El editor Walker Percy escribió el prólogo de la obra.
No había mejor figura para relatar esa segunda historia, la que
acompaña las andanzas de Ignatius Reilly, el extravagante personaje
principal. La historia de una madre que, tras el suicidio de su
hijo, intenta que se publique la novela que dejó escrita. Cualquier
editor podría haber sentido lo mismo que Walker Percy cuando Thelma
Toole, madre del autor, insistía en que leyera el manuscrito. “En
1976, yo daba clases en Loyola y, un buen día, empecé a recibir
llamadas telefónicas de una señora desconocida. Lo que me proponía
era absurdo. No se trataba de que hubiera escrito un par de capítulos
y quisiera asistir a mis clases. Quería que leyera una novela escrita
por su hijo (ya fallecido) a principios de la década de 1960. ¿Y
por qué iba a querer yo hacer tal cosa?, le pregunté. ‘Porque es
una gran novela’, me contestó”, relató Percy.
Percy contó que el voluminoso manuscrito, era apenas
legible porque se trataba de una copia con papel carbónico. Lo último
que deseaba el escritor, ya un especialista en esquivar aquello
que no tenía ganas de hacer, era involucrarse en esta situación,
teñida además por la tragedia. Tenaz, Thelma Toole, se presentó
con la enorme copia en la mano y se la dejó. El escritor se sintió
acorralado. “Sólo quedaba una esperanza: leer unas cuantas páginas
y comprobar que era lo bastante malo como para no tener que seguir
leyendo. Normalmente, puedo hacer precisamente esto. En realidad,
suele bastar con el primer párrafo. Mi único temor era que esta
novela concreta no fuera lo suficientemente mala o fuera lo bastante
buena y tuviera que seguir leyendo”, recordaba el escritor, que
antes había sido médico hasta enfermar de turberculosis. Y agregó:
“En este caso, seguí leyendo. Y seguí y seguí. Primero, con la lúgubre
sensación de que no era tan mala como para dejarlo; luego, con un
prurito de interés; después con una emoción creciente y, por último,
con incredulidad: no era posible que fuera tan buena”.

Una estatua dedicada a Ignatius Reilly, el gran personaje
de John Kennedy Toole, en su ciudad natal.
Gracias a Percy, la novela de John Kennedy Toole finalmente
fue publicada. Antes de eso, había sido rechazada por al menos ocho
editoriales. Una de ellas fue especialmente dura y contribuyó a
su depresión. Simon & Schuster fue la primera en decirle que no.
Su editor, Robert Gottlieb, le aconsejó trabajar más el texto para
darle “un sentido”. “Se puede mejorar”, le escribió en su última
carta, “pero no se venderá”, sentenció. Viking Press también rechazó
el manuscrito. Su editor, Harry Ford, fue lapidario: “No es realmente
sobre nada y el personaje principal es un loco, por lo que no vale
el esfuerzo”. Y agregó: “Difícilmente algún escritor cuerdo podría
arriesgarse con este libro”. Toole quizá habría tenido otra suerte
de haber nacido en otra época. En los años sesenta, el destino de
un autor dependía de un puñado de personas que no lograron ver el
valor de una obra singular: una tragicomedia ambientada en Nueva
Orleans, protagonizada por un personaje glotón, repugnante y holgazán,
con aires de superioridad, obsesionado con la comida y evitar cualquier
responsabilidad. Ignatius Reilly dedicaba años a escribir una ideología
propia, de la cual apenas había completado seis párrafos en cinco
años. “El rompecabezas terminado mostraría a la gente ilustrada
el desastroso curso que había seguido la historia en los últimos
cuatro siglos”, escribía. En ese mundo absurdo, el personaje se
enfrentaba a “la perversión de ir a trabajar”. Su madre lo empuja
a conseguir empleo y cada trabajo resulta en un caos.

La perseverancia de Thelma Toole no fue en vano. Ignoró
los rechazos y mantuvo su convicción de que la novela de su hijo
era valiosa. Así fue como, en 1981, un año después de su publicación,
La conjura de los necios obtuvo el premio Pulitzer póstumo. Luego
vinieron los homenajes y reconocimientos en Nueva Orleans, su ciudad.
Contra los pronósticos de los editores que descartaron la obra,
el público terminó por consagrarla. El interés por la figura de
Toole motivó también la publicación de su primera novela, La Biblia
de Neón, escrita a los 16 años. Se conoce poco sobre su corta vida.
Su madre tuvo una presencia dominante en su infancia y no le permitía
jugar con otros niños. John fue un excelente alumno. Estudió en
la Universidad Tulane, obtuvo una maestría en lengua inglesa en
la Universidad de Columbia y fue asistente en la Universidad del
Suroeste de Luisiana. En Nueva York trabajó como docente y, mientras
intentaba avanzar con un doctorado, se alistó en el ejército de
los Estados Unidos. Cuentan sus amigos de aquellos tiempos, entre
1961 y 1963, que durante ese período en Fort Buchanan, Puerto Rico
vivió los mejores años de su vida. Daba clases de inglés a los reclutas
puertorriqueños. Fue ascendido a sargento en menos de dos años y
tuvo suficiente tranquilidad como para escribir su novela. “Desde
mi punto de vista, el Ejército me ha dado cuatro cosas inestimables:
tiempo, desapego, seguridad y privacidad”, escribió John Kennedy
Toole, en una carta a su editor Robert Gottlieb.

Ilustración de "La conjura de los necios".
Tras esa experiencia, regresó a la casa de sus padres
con la esperanza de publicar la novela y dedicar su vida a la literatura.
Soñaba con dejar la casa paterna y continuar superando etapas, pero
después de las devoluciones de Gottlieb, con quien intentaba publicar,
nada de eso ocurrió. Se vio estancado llegando a la treintena. Según
contó su madre, la última carta que recibió de Gottlieb destrozó
a su hijo. Uno de sus biógrafos, Cory MacLauchlin, en su libro Una
mariposa en la máquina de escribir definió La conjura de los necios
como “la victoria final de una vida que acabó de forma muy trágica”.
En una entrevista, relató que la primera vez que leyó la obra estaba
en un café rodeado de fanáticos que leían la Biblia. La situación
le provocó una carcajada sonora. “Ahora sé que a él le hubiera parecido
una referencia adecuada”, confesó. El libro lo cautivó porque contenía
las “preguntas básicas de la vida” de su autor. MacLuchlin entrevistó
a todos los amigos y familiares que accedieron a hablar con él.
Uno de los personajes más difíciles fue el de una novia de Nueva
York que tuvo Kennedy Toole. Ella le prometió que le daría una carta
de Toole que develaría toda la verdad sobre su vida. Pero finalmente,
lo dejó con las manos vacías. El biógrafo no se desanima y espera
que, algún día, cambie de parecer. En el prólogo Percy mencionó
la tragedia que significó la pérdida temprana del autor “la posible
gran obra que con su muerte se nos ha negado”. De consuelo sirve,
que “La conjura de los necios”, es y ha sido una fuente de felicidad
para muchos lectores, y cada vez que vuelve a releerse tiene la
virtud de volver a sorprender. La obra fue traducida en más de 25
idiomas y se estima que lleva entre 70 y 80 ediciones. Siempre vuelve
a reeditarse.
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La señora Palfrey, que se acaba de quedar viuda, decide
dejar su casa en el campo e instalarse en el Claremont, un sobrio
y respetable hotel de Londres que tiene como huéspedes fijos a un
variopinto grupo de jubilados. ¿Y a qué va a dedicarse Laura Palfrey
ahora que dispone de tanto tiempo libre? Puede salir a pasear, ir
a ver una exposición o esperar a que su nieto, que trabaja en el
Museo Británico, vaya a visitarla. Cuando cree que en su vida ya
no habrá mucho espacio para las sorpresas, conocerá a un joven escritor
con el que trabará una improbable y especial amistad. Publicada
originalmente en 1971, Prohibido morir aquí es seguramente la gran
novela de Elizabeth Taylor, una de las más destacadas novelistas
británicas del siglo xx. Esta encantadora historia sobre las excentricidades
y sinsabores de la tercera edad es una inteligente indagación sobre
la soledad y las posibilidades de la amistad. Sus divertidos personajes,
la precisión de las observaciones sobre la vida cotidiana y un fino
sentido de la ironía y de la compasión hacen de este libro una narración
inolvidable.


Dos jóvenes se encuentran una tarde de septiembre
en un casino alemán; no se conocen ni son presentados; pero él,
Daniel Deronda, mira cómo ella, Gwendolen Harleth, juega y pierde
a la ruleta. A ella su mirada le parece de «una ironía exasperante».
Daniel, hijo adoptivo de un barón liberal que lo ha tratado siempre
con cariño y educado impecablemente, pero nunca le ha dicho quiénes
son sus padres, vive con un sentimiento de ilegitimidad pero tiene
una personalidad afectuosa y sentimientos delicados: es capaz de
hacer grandes gestos por los demás. Para Gwendolen, en cambio, los
demás solo están para admirarla: está «decidida a ser feliz… como
mínimo a no dejar pasar la vida igual que otros»; y además afirma:
«Cuando apunto no puedo evitar dar en el blanco». Pero su familia
no tardará en caer en la ruina y su única vía de escape será casarse
con un hombre rico al que crea que pueda dominar. Deronda, por su
parte, rescata de ahogarse en el Támesis a una muchacha judía que
ha huido de un padre explotador y se encarga de velar por su porvenir.
Las relaciones de estos personajes se entrecruzan de las formas
más inesperadas, creando una tensión presidida por el desafío de
llevar una vida nueva y desconocida. Daniel Deronda (1876) no solo
es pionera en el tratamiento del judaísmo fuera de los estereotipos
racistas sino en la exploración profunda de algunos de los aspectos
más indecibles de «eso que llamamos experiencia humana»: el sometimiento,
el odio, la desesperación, los errores cometidos sin conciencia
de su fatalidad. Es la última gran novela de George Eliot, y sin
duda una de las más complejas e innovadoras, que va mucho más allá
de la cáustica sátira social.
Mary Ann Evans, George Eliot para la historia de la
literatura, nació en 1819 en Chilvers Coton (Warwickshire), hija
de un agente inmobiliario. A los ocho años se la consideraba ya
«fuera de lo normal» por su peculiar inteligencia y brillantez;
a los diecisiete confesaba su agnosticismo y su padre, que le había
dado una rigurosa educación religiosa, la echó de casa. Subdirectora
de la Westminster Review, el foro intelectual progresista más importante
de su tiempo, fue animada a dedicarse a la literatura por el crítico
George Henry Lewes, que llegaría a ser su compañero prácticamente
para el resto de su vida: decidieron vivir juntos a pesar de que
él estaba casado.


La principal intención de este libro es rescatar a
Manuel de la Escalera (1895-1994) del olvido al que la cárcel, la
transición y el tiempo han condenado. Su vida abarcó muchas facetas:
escultor en la vanguardia parisina, hombre de cine en los tiempos
de la república y la guerra civil, militante antifranquista en los
años más duros de la dictadura, escritor de algunas de las páginas
más brillantes de la literatura carcelaria, traductor incansable
hasta el fin de sus días, interesado en la mística… Su apasionante
biografía es la historia del siglo xx, de tantos hombres y mujeres
que movidos por la sed de libertad y justicia acabaron víctimas
de las convulsiones políticas y sociales de las que fueron testigos.
El presente libro recorre desde su infancia acomodada en México
hasta su fallecimiento en una residencia de ancianos en Santander,
pasando por los veintitrés años que estuvo recluido en las cárceles
del franquismo. Sin embargo, este libro pretende ser algo más que
el relato de una vida, pues intenta hacer un análisis de la obra
y personalidad de Escalera, por cuyo carácter consecuente, rebelde
e insobornable hubo de pagar un alto precio. Además, procura también
iluminar algunos aspectos de la reciente historia española a través
de una figura única, poco ajustable a las coordenadas literarias,
cinematográficas o de militancia política que establecen los cánones.


Esta refinada e irreverente novela, publicada por
primera vez en 2002, ahora sale en España en una cuidada edición.
En los locos años 1920, una pareja de jóvenes y adinerados colombianos
decide hacer un viaje a la capital de Cuba con el propósito de ver
a una legendaria Eleonora Duse en su regreso a las tablas y lograr
–lo que sería casi un milagro— que la esquiva actriz italiana les
conceda una entrevista. El periplo de Lucho Belalcázar y Wenceslao
Hoyos de la conservadora, fría y enclaustrada Santa Fe de Bogotá
a una Habana atrevida, sensual y cosmopolita se convierte en una
aventura en la que se entremezclan la historia, el erotismo, lo
sobrenatural, la poesía y un humorismo de diversos registros. Mientras
los dos dandis saltan de un teatro para hombres solos a un agitado
homenaje obrero a Lenin, de la escena de un sangriento crimen en
el Barrio Chino a un baile de Las Mil y Una Noches, de las oficinas
de la Policía Secreta a un toque de tambores para agradecerle un
milagro a Babalú Ayé, la Duse, envejecida, enferma y hastiada de
todo, hace un repaso, entre dramático e irónico, de su vida, sus
triunfos y sus reveses.
En “Aprendices de brujos” (Ediciones Huso, 2025) el
lector encontrará dos voces narrativas muy diferentes entre sí que
nos conducen a través de un relato trepidante en el que hay terremotos,
sórdidos burdeles, universitarios que se enfrentan a gobernantes
corruptos, rivalidades entre divas teatrales, hechiceros que hacen
transmigrar las almas, apolos comunistas y mensajeros del mundo
astral que intentan cambiar el terrible destino de una isla.
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Con diecisiete años, Ana Teresa Fabani (1922-1949)
es llevada a una estación climatérica, eufemismo de los sanatorios
de montaña en los que, para cura o aislamiento, eran confinados
los enfermos de tuberculosis. Allí incuba los matices de su universo
literario, «pequeño mundo» donde descubre los tonos del silencio,
la quietud, la soledad, el tiempo. La novela autobiográfica Mi hogar
de niebla narra esa internación y, al enfrentar lo abominable, revela
lo humano. Fugaz e intensa, sigue cautivándonos: los ojos de Teté
siempre serán verdes. Ana Teresa Fabani nació en Concepción del
Uruguay (Entre Ríos) en 1922 y falleció en Buenos Aires en 1949.
El único libro publicado en vida es Nada tiene nombre (Botella al
mar, 1949). Mi hogar de niebla fue publicado al año siguiente y
reeditado por EDUNER, en 2018.
Tenía tuberculosis, sus libros casi se pierden para
siempre y ahora hay una calle con su nombre.
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El auge del debate sobre las mujeres en el ejército,
un tema que no ha sido particularmente frecuente en los últimos
años, hace que la publicación de Spitfires: Las mujeres estadounidenses
que volaron frente al peligro durante la Segunda Guerra Mundial
sea aún más oportuna. Este libro, dinámico y entretenido, de la
periodista y autora Becky Aikman cuenta la historia de las “Atta-Girls”,
un grupo de mujeres estadounidenses que, tras ser rechazadas por
el ejército estadounidense debido a su género, cruzaron el Atlántico
para ayudar a las fuerzas británicas transportando aviones de combate,
bombarderos y otras aeronaves a los pilotos masculinos de los escuadrones
de primera línea.
Aquellas pilotos, intrépidas y decididas, fueron las
precursoras profesionales de las mujeres que poco a poco irían derribando
barreras en el ejército estadounidense en las décadas posteriores.
(Pasó medio siglo antes de que la primera mujer pilotara un avión
de combate en combate, y no fue hasta 2015 que, bajo la presidencia
de Barack Obama, se abrieron todos los roles de combate a las mujeres).
Y qué antecesoras fueron.
Nos presentan a una piloto valiente que, para no ser
menos que los jóvenes pilotos de combate más destacados, dirigió
su avión a 480 km/h bajo el puente ferroviario Severn de Gran Bretaña,
sorteando los pilares de soporte con tan solo 21 metros de distancia
entre el agua y el fondo del puente. Está la “Sirena de Chicago”,
apodada así por sus “groserías de alto decibelio”, y una neoorleanista
irresistiblemente encantadora y guapísima que le pidió prestado
el coche a su prometido, luego se escapó de la ciudad y vendió el
vehículo para pagar su viaje y realizar la prueba de vuelo necesaria
para cumplir los requisitos de servicio en tiempos de guerra. “No
hace falta decir”, escribe Aikman, “que el matrimonio se había roto”.

Jacqueline Cochran, directora de Pilotos del Servicio
Aéreo de la Fuerza Aérea Femenina, habla con mujeres integrantes
de la unidad frente a un avión AT10 en Camp Davis, Carolina del
Norte, el 24 de octubre de 1943.
Las 25 mujeres piloto que lograron entrar en servicio
en tiempos de guerra fueron reunidas por una figura de renombre,
Jackie Cochran, quien había amasado una fortuna como fundadora de
una empresa de cosméticos y se convirtió en la aviadora más célebre
del mundo tras la muerte de Amelia Earhart. Ante los rumores de
que Estados Unidos pronto entraría en la Segunda Guerra Mundial,
Cochran, con sus buenos contactos, presionó al presidente Franklin
Delano Roosevelt, a la primera dama Eleanor Roosevelt y al jefe
del Cuerpo Aéreo del Ejército para que permitieran que las mujeres
estadounidenses, incluidas las audaces pilotos acrobáticas que ella
había reclutado, sirvieran en una fuerza aérea. “El ejército de
Estados Unidos, con toda su sabiduría, se negó a aceptar mujeres
piloto, por muy valientes y hábiles que fueran”, escribe Aikman.
Sin inmutarse, Cochran se unió en 1941 a los británicos, que estaban
siendo atacados por los nazis y estaban más que felices de incorporar
a las mujeres estadounidenses a su heterogénea Air Transport Auxiliary,
una organización apodada Anything to Anywhere (A cualquier parte),
pero también a las Always Terrified Airwomen (Aviadoras Siempre
Aterrorizadas) y a las más atractivas Atta-Girls. (Las Atta-Girls
no deben confundirse con otro grupo de valientes pilotos estadounidenses
conocidas como WASP, acrónimo de Women Airforce Service Pilots,
Pilotas de Servicio de la Fuerza Aérea, que transportaban aviones
y realizaban vuelos de prueba en Estados Unidos, un trabajo peligroso
que les costó la vida a algunas).

Las Atta-Girls provenían de diversos orígenes. Dorothy
Furey, la ladrona de coches de Nueva Orleans, escapó de la pobreza
y la “disfunción gótica” de su infancia para convertirse en la primera
mujer estadounidense autorizada a volar en la Segunda Guerra Mundial.
Virginia Farr provenía de una posición social tan alta en Estados
Unidos que un artículo sobre su experiencia como maestra en una
escuela de vuelo antes de la guerra titulaba: “La Señorita Libro
Azul, en el aire, enseñaría a volar a las niñas”. “Recién salida
de la atmósfera perfumada de una escuela de perfeccionamiento para
niñas”, decía, “invadió el ambiente marcadamente masculino de grasa
y llaves inglesas”. Algunas eran relativamente inexpertas, otras
eran profesionales. Una de las primeras mujeres en viajar a Gran
Bretaña para cumplir su deber, Helen Richey, había servido como
copiloto de Earhart y había establecido récords de velocidad y resistencia.
Independientemente de sus antecedentes o experiencia, su servicio
durante la guerra les permitió reinventarse. Furey se presentaba
como miembro de la clase alta, mientras que su adinerada colega
Farr transmitía una vibra más humilde y cotidiana. Las Atta-Girls
eran intrépidas, no solo porque volaban en condiciones climáticas
peligrosas en un país sometido a ataques constantes, sino también
porque, literalmente, aprendían sobre la marcha. Una de las Atta-Girls,
escribe Aikman, voló 18 nuevos tipos de aeronaves en un solo mes,
incluyendo torpederos, anfibios de rescate aeronaval y cazas como
el Typhoon y el Corsair, utilizados por los marines estadounidenses.
En total, volaron hasta 147 modelos diferentes, dominando las complejidades
de los aviones que salían de las líneas de montaje y que los pilotos
masculinos experimentados jamás habían tocado. Pero es el Spitfire,
que da título al libro y constituye una práctica descripción de
estos pilotos pioneros, el que despierta la imaginación. “Su forma
elegante y estilizada complementaba el físico de una mujer”, escribe
Aikman. “El Spitfire aún se encuentra entre los logros elegantes
y modernos del diseño británico, como el deportivo Aston Martin
o la minifalda”. En la cultura popular, el avión adquirió la connotación
de una “mujer luchadora”, escribe Aikman. Su nombre deriva de un
término cariñoso para la hija del hombre que dirigía la empresa
matriz de la firma que lo construyó. El ágil Spitfire monoplaza,
con sus esbeltas alas curvadas hacia atrás, ocupaba un lugar especial
en el corazón de los británicos, quienes le atribuían la salvación
del país en la Batalla de Inglaterra. Pero esa conexión era especialmente
íntima en el corazón de las mujeres piloto, escribe Aikman.

Pauline Gower, Comandante.
“El Spit cumplió con el sentido de mando definitivo
que las atrajo a volar en primer lugar”, escribe Aikman, “esa sensación
de libertad: libertad de la gravedad, libertad de las limitaciones
de aviones más lentos y voluminosos, libertad de la monotonía de
la vida en tierra. Para la mayoría de los pilotos, el Spitfire era
como su avión. Era como ella”. Lejos de rehuir la acción, estos
pilotos se irritaban al no poder acercarse a ella, surcando los
cielos directamente desde las fábricas donde se construían los aviones,
atravesando territorio amenazado por la letal Luftwaffe nazi. Cuando
un aeródromo donde estaban basados ??fue atacado desde el aire por
los nazis, una Atta-Girl exclamó con entusiasmo: “¡Gran emoción!”.
Su servicio estaría marcado por triunfos de alto vuelo, pero también
vivieron la angustia y la tragedia que la guerra trae a todos, y
algunos quedarían marcados para siempre. Las Atta-Girls volaron
con fuerza; algunas se estrellaron, pero insistieron en volver a
la cabina. Pero, ¡vaya!, parecen un grupo divertido. Si tuvieras
que estar atrapado en una zona de guerra, querrías estar con Furey
y el resto. “Mantuvieron a múltiples amantes en la línea”, escribe
Aikman. A veces pasaban una o dos noches locas con alguien nuevo
antes de que ambos despegaran de nuevo, posiblemente para morir.
Se comportaban con la misma discreción con la que pilotaban sus
Spitfires, con una vigorizante sensación de velocidad y control.
Años después de la guerra, Furey recordaría que «bebía champán a
raudales allí y bailaba todas las noches... Porque nunca sabías
si ibas a volver». Todas las historias de romances y fiestas de
las Atta-Girls animan «Spitfires» y la hacen más entretenida. Pero
el libro podría haber recortado un poco las abundantes historias
sobre las vidas de estas pilotos. Lo entendemos. Eran salvajes.


Para cuando se disolvió la Fuerza Aérea Auxiliar de
Transporte en 1945, 1246 pilotos e ingenieras de vuelo habían volado
para la compañía, incluidas 168 mujeres, no solo de Estados Unidos,
sino también de otros países. Cuando recibieron una despedida espectacular,
Lord Beaverbrook, quien había sido clave en la fundación del grupo
cuando era ministro de producción aeronáutica, agradeció a los hombres
que habían participado, pero omitió mencionar a las mujeres, escribe
Aikman. “La era en la que las mujeres piloto se olvidarían”, escribe
Aikman, “ya ??había comenzado”. Al regresar a casa, algunas de las
Atta-Girls descubrieron que su destreza como pilotos era menospreciada
en un campo dominado por hombres. Pero no habían ido a una zona
de guerra para demostrar un punto político. Como diría una Atta-Girl,
Winnabelle Pierce: “Nunca habíamos oído hablar de la liberación
femenina”. Solo querían volar y ganar una guerra.
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La “costa brava” de Madrid es un conjunto de barrios
del sur de la capital (Orcasitas, Villaverde, Puente de Vallecas,
Usera) donde los índices de delincuencia son superiores y la esperanza
de vida inferior a la media del resto de la ciudad.

Por ellos pululan, entre colillas apagadas, bares
infectos, mercadillos de ropa barata, tiendas de todo a un euro,
terrazas con sillas de plástico rotas, chabolas hiperpobladas y
pisos rebosantes de inquilinos desahuciados, los protagonistas de
esta novela, Israel Cruz, un perdedor nato con una última misión
que cumplir; Fraile, el tipo más espabilado de todo Madrid, jugando
a mil bandas, siempre viviendo al filo; Santos, un policía con mil
secretos y otros tantos confidentes o Rachid, uno de ellos, que
sueña con hacer fortuna en el rap. Todos ellos se entremezclarán
en una trama implacable, cruda, que nos habla de atracos y muerte,
que nos mancha los dedos de nicotina, que nos asombra por su perfección
formal, por su ironía y por su afilada agudeza para captar la realidad
y que nos habla del día a día de los que se buscan la vida, los
que trampean, los que piensan en el próximo palo, los que sobreviven
como pueden y, cada día, afrontan la pelea con la resignación de
los gallos que saben que no les queda otra que seguir luchando hasta
el final. Gloria Trinidad, dotada con una prosa magistral, con un
dominio del humor y una capacidad de observación única, nos ofrece
una novela llamada a ser un clásico. Una obra perfecta, a la altura
de los grandes maestros del género.

Ha vuelto Tres vidas, la primera novela de la autora
y coleccionista de arte estadounidense Gertrude Stein, protagonista
central de la historia cultural del siglo XX. Originalmente publicada
en 1909, esta novela modernista que explora con un tinte irónico
las promesas de emancipación que emergían en la sociedad estadounidense
de aquel entonces, ahora fue reeditada por la editorial Palmeras
Salvajes con Gabriela Raya.

Los personajes, atrapados en la rutina y la servidumbre,
reflejan en sus actos y pensamientos el limitado reconocimiento
de su situación de pobreza y sumisión. La narrativa de Stein, caracterizada
por un estilo moderno, repetitivo y a menudo claustrofóbico, da
voz a un deseo femenino que se expresa en un lenguaje casi cubista,
en sintonía con las vanguardias artísticas de esa época.
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Desde las ventanas de su casa en Kadiköy, el barrio
más moderno de Estambul, Kenizé Mourad puede ver el palacio de Topkapi,
la corte otomana donde residieron sus antepasados. "De alguna forma
siento que he cerrado un círculo", señala con una sonrisa ahora
que, a sus 85 años, vive en la misma ciudad que su madre tuvo que
abandonar de pequeña tras la caída de seis siglos de imperio otomano.
Durante su infancia, Mourad desconoció parte de la historia de su
familia, lo que le provocó durante años una grave crisis de identidad.
"De alguna forma siempre supe quién era yo, porque en el colegio
de monjas me llamaban 'princesa'", dice. Nacida en Francia en 1939,
Kenizé Mourad es hija de la princesa otomana Selma -nieta del sultán
Murad V- que se casó con un rajá indio. Criada con familias de diplomáticos
y en un colegio de monjas, no descubrió su pasado hasta bien entrada
la veintena, con la visita de unas primas turcas y una comunicación
epistolar que inició con su padre en la India. Ahora retratos de
fotografía y pintura de su madre, bisabuelo y familia paterna decoran
el elegante salón de su casa en la orilla del Bósforo, que dan a
entender una conexión fuerte con su pasado.

El Bósforo, también conocido como estrecho de Estambul,
es un estrecho que separa la parte europea —englobada durante el
Imperio otomano en la provincia europea de Rumelia — de la parte
asiática —Anatolia — de Turquía. La soberanía sobre el estrecho
ha sido motivo de discusiones y guerras a lo largo de la historia.
Sin embargo, Mourad cuenta que fue a través de su
trabajo como reportera en Oriente Próximo y Asia de la mano de Nouvel
Observateur, así como en su periodos investigando para sus novelas,
que conoció verdaderamente sus raíces. "Todo mi trabajo y mi vida
han consistido siempre en intentar conectar y explicar el mundo
del otro. Para mí, el trabajo ha sido muy importante. Es una herramienta
con la que he intentado acercar mis dos mundos: Francia y Oriente
Próximo", señala. "Aunque por encima de todo, creo que estaba muy
involucrada porque para mí era una lucha por sobrevivir, una lucha
por la vida y para descubrir quién soy". Tras una etapa tortuosa
en la Universidad de Sorbona en París, donde se unió a un partido
trotskista, Mourad pasó por diferentes trabajos hasta iniciarse
como reportera en los años 60, viviendo de primera mano conflictos
que cambiaron Oriente Próximo, como la revolución iraní o la primera
intifada palestina. "La revolución iraní fue fascinante, la primera
revolución hecha en nombre de la religión. En aquel momento todos
pensábamos que Jomeini [Ruhollah, líder fundador de la República
islámica] se iría dejando paso a un Estado Democrático. Cómo cambian
las cosas... Aun así, fue fascinante", recuerda. Pronto las crónicas
periodísticas se le hicieron "insuficientes" y sintió la necesidad
de escribir libros para, según describe, "profundizar en la psicología
de la gente, en la historia, en lo más profundo de sus corazones".
En 1987 publicó su primera novela, De parte de la princesa muerta,
donde traza la biografía de su madre tras un minucioso trabajo de
documentación sobre la historia de su familia otomana exiliada.
La novela fue un gran éxito en España y se tradujo a 34 idiomas.

La escritora y reportera turco-francesa Kenizé Mourad
regresa a las librerías españolas con una reedición de retratos
del conflicto Israel-Palestina y una novela sobre Pakistán
"Siento que con este libro cerré el círculo más hermoso
en homenaje a mi madre. Es el mejor recuerdo con el que se puede
soñar porque ahora es eterno. Su historia se convirtió en un clásico
en todo el mundo", sentencia. Tras este éxito le siguió El Jardín
de Badalpur, una novela en la que una joven francesa huérfana intenta
descubrir sus orígenes con un viaje a la India. Sus novelas tienen
tanto de autobiográfico como de exhaustiva documentación, además
de personajes femeninos fuertes que intentan encontrar su camino
pese a sus contradicciones y ansias de libertad. "Uno siempre se
deja llevar por la escritura. Por supuesto que hay mucho de mí en
mi madre, también en mi abuela", admite. "También de las contradicciones
de toda sociedad. La forma en que se presentan la historia y el
pasado suele ser muy distorsionada. Es un tema que me interesa mucho.
Por ejemplo, la familia otomana nunca fue...musulmana. O sea, claro
que eran musulmanes, pero se vivía como algo cultural", describe.
"La idea que tenemos de mujeres veladas, extremadamente religiosas,
es algo más nuevo e importado de países como Arabia Saudí".
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Los integrantes más lucidos, y hasta los que no lo
eran tanto, del mundo de la cultura intuyeron pronto que nada bueno
iba a resultar del ascenso al poder de Adolf Hitler y su partido
nacionalsocialista. Pero lo que no podían imaginar es lo muy rápidamente
que los nazis iban a convertir en papel mojado la libertad de expresión,
el tejido jurídico, incluso la estructura federal de Alemania. Ni
siquiera necesitaron el mando absoluto, su entrada en un gobierno
de coalición bajo un presidente constitucional fue suficiente. A
golpe de decretos e intimidaciones directas, no necesitaron demasiado
tiempo para conseguir el primer gran bloque de sus objetivos.
El periodista cultural Uwe Wittstock lo relata muy
bien en Febrero de 1933. El invierno de la literatura, que ha traducido
para la editorial Ladera Norte Berta Vias Mahou. Wittstock, que
ha trabajado para medios como el Frankfurter Allgemeine, Die Welt
o la Neue Rundschau, apunta en su prólogo que de los distintos colectivos
afectados por el huracán nazi, el de los escritores y artistas es
el que ha dejado más testimonios documentados, y por tanto permite
reconstruir mejor aquel decisivo periodo inicial. “Entre la llegada
al poder de Hitler y el decreto de Emergencia para la protección
del Pueblo y del Estado, que suspendió todos los derechos fundamentales,
transcurrieron cuatro semanas y dos días”, escribe.

Su narración arranca con una velada alegre y confiada:
el Baile de la Prensa berlinés el 28 de enero de 1933, al que acuden
cuantos pesan en la capital de la República: políticos, editores,
actores, periodistas... Del superventas Erich Maria Remarque al
aviador Ernst Udet, el director de cine Josef von Sternberg o la
pintora y escritora Kadidja Wedekind. No pocos de ellos van a encontrarse
allí por última vez en mucho tiempo. Al día siguiente, Hitler se
dirige con sus adláteres a la residencia del presidente Hindenburg,
de donde saldrá con el cargo de canciller, dirigiendo un gobierno
de minoría, pero con la aquiescencia para unas próximas nuevas elecciones
que sabe le darán la mayoría. Goebbels, Göring, Hess y Rohm están
a su lado, y ya tiene en la calle a las unidades de las SA y las
SS dispuestas a la acción.
Muy inquieto, el novelista Joseph Roth sale para París.
La máquina antisemita se ha puesto en marcha. La célebre dramaturga
Elke Lasker-Schüler ve suspendidos sus estrenos. Al octogenario
Max Liebermann, uno de los pintores más prestigiosos, le dan ganas
de vomitar contemplando los numerosos desfiles de hombres uniformados.
La Academia de las Artes Prusianas que presidió va a verse sometida
a una gran presión para 'limpiarla' de elementos judíos e izquierdistas,
que figuras como Alfred Döblin intentan contrarrestar. Hay quemas
de libros en las calles. Cada día se registran actos de violencia;
los asesinatos selectivos han empezado. Thomas Mann y su familia
están en el centro de esta historia. El premio Nobel de 1929 aprovecha
una invitación suiza y ya no vuelve. Su hermano Heinrich busca refugio
en el sur de Francia. Su hijo Klaus vive con intensidad una vida
turbulenta. El artista Georg Grosz ha embarcado para América con
buen criterio: muy pronto los SA se presentan a buscarle. También
lo hace el director Detlef Sierk, que iniciará una nueva carrera
en Hollywood bajo el nombre de Douglas Sirk. El comunista Bertolt
Brecht sigue sus pasos tras recibir numerosas amenazas. El combativo
periodista checo Egon Erwin Kisch es expulsado de Alemania. Los
nazis colocan a sus peones en los principales puestos de la administración
cultural. Un informador le cuenta al conde Kessler que los nazis
planean un baño de sangre tras las elecciones del 5 de marzo, que
piensan ganar. “Los asesinatos en masa comenzaron más tarde. Pero
en febrero de 1933 quedó claro a quién afectaría el nazismo: quién
debía temer por su vida y huir y quién dio un paso al frente para
hacer carrera al amparo de los criminales”, escribe Wittstock. Democracias
que parecían consolidadas pueden desmontarse de forma acelerada,
nos enseña este absorbente y angustiante libro: una lección que
tener en cuenta en los tiempos actuales.

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La primera novela que podemos encuadrar en el género
de ciencia ficción no es moderna. Tiene cuatro siglos y está escrita
en latín, el idioma de la ciencia durante el Renacimiento. Se titula
In Somnium Astronomicum, aunque se la conoce mejor como Somnium.
Su autor es uno de los grandes titanes de la astronomía, Johannes
Kepler. La novela en sí es un relato muy corto, de apenas 30 páginas.
Arranca con un narrador sin nombre que no es otro que un alter ego
del propio Kepler, quien se queda dormido mientras lee un libro
sobre una legendaria reina de Bohemia, experta en artes mágicas.
Magia, hechicería y sortilegios se entremezclan con observaciones
astronómicas reales a lo largo de toda la narración.
En su sueño, Kepler imagina la historia de Duracoto,
el verdadero protagonista de la aventura. Natural de Islandia, la
antigua Thule, es hijo de un padre casi siempre ausente y una madre,
Fiolxhilde, que se gana la vida vendiendo hierbas medicinales. En
un momento determinado, el niño rompe un saquito de hierbas que
ella pretendía endosar a un marinero e, indignada, no tiene mejor
ocurrencia que completar la transacción entregando a su hijo en
lugar de la bolsa. El marino se lleva consigo a Duracoto y así es
como llega, al cabo de unas semanas de navegación, a Dinamarca,
donde su propietario, en vista de que el chico se marea en el mar,
lo abandona. Sin que se explique muy bien el porqué, nuestro héroe
es portador de una carta de recomendación de un obispo islandés
al célebre astrónomo Tycho Brahé. Este, impresionado por la inteligencia
de aquel mozalbete de 14 años, lo toma a su servicio y lo instruye
en el conocimiento de los astros. Y también en otras funciones,
como la confección de horóscopos, que era parte fundamental de sus
obligaciones para con la corte.

Esta parte del relato es fiel reflejo de la realidad.
Su padre, Heinrich Kepler, abandonó el hogar cuando él apenas tenía
cinco años para enrolarse como mercenario en el ejército del Duque
de Alba contra los rebeldes de los Países Bajos; su madre era realmente
conocedora de las hierbas medicinales y él mismo trabajó durante
un año a las órdenes de Tycho Brahé. A la muerte de su mentor, heredó
las notas que este había acumulado durante años de concienzudo trabajo.
Aún no se había inventado el telescopio, pero incluso sin ayuda
óptica, Tycho era un extraordinario observador que disponía de los
mejores y más precisos instrumentos de la época. Gracias a este
caudal de información, Kepler podría deducir sus leyes que definen
el movimiento planetario, complementando y mejorando así el modelo
heliocéntrico de Copérnico.
Kepler sucedió a Tycho en el cargo de matemático imperial
en la corte de Rodolfo II en Praga Duracoto sigue un camino distinto:
Se añora de su Islandia natal y al cabo de cinco años regresa a
casa donde se reencuentra con su madre. Esta, ya anciana, ha progresado
mucho en sus conocimientos esotéricos y desea transmitírselos. En
concreto, le desvela la existencia de un lugar llamado Levania,
que solo algunos privilegiados han podido visitar gracias a la ayuda
sobrenatural de ciertos demoniejos. Para conseguirlo, invoca a uno
de nueve espíritus malignos que ella conoce, en el que confía “por
ser el menos dañino de todos”. Este se ofrece para llevar a Duracoto
hasta allí. Él y sus compañeros lo han hecho otras veces, pero siempre
evitan a los humanos “o muy gordos o muy canijos”, y también a los
propios alemanes, poco dados a los largos viajes. En ese sentido,
prefieren a los aventureros españoles, más sufridos y acostumbrados
a las privaciones que suponen sus expediciones hacia las Indias
en las que “sobreviven a base de galletas, ajo, cecina y otros alimentos
repugnantes”.

La isla de Levania está a cincuenta mil millas alemanas
de distancia, “en las profundidades del éter”. La milla alemana
eran 7.42 kilómetros, así que la cifra equivale a unos 370.000 kilómetros,
justo la separación entre la Tierra y la Luna. Aquí empiezan a notarse
los sólidos conocimientos de Kepler en Astronomía. Duracoto viaja
a Levania empujado por las posaderas por el complaciente demonio,
ayudado por un tropel de espíritus. El viaje le lleva 4 horas y
no es cómodo: Lo adormecen con un narcótico para que no note el
frío del espacio. Y, en cuanto a respirar, el problema se solventa
poniéndole unas esponjas húmedas en las narices, un remedio que
ya había sugerido Aristóteles muchos siglos atrás para quienes pretendieran
escalar una montaña.
Eso sí, los demonios sólo pueden viajar por las tinieblas,
así que se desplazan aprovechando la sombra que proyecta la Tierra.
Nunca en la fase de plenilunio, salvo en las contadas ocasiones
en que ocurre un eclipse. Esa es la razón —aclaran— por la que tales
fenómenos causan tanto pavor a los hombres. Una vez en la Luna,
se refugian en cuevas o aprovechan los periodos de noche para “hacer
lo que más les agrade: charlar con los demonios de aquella región,
hacer amistad con ellos o pasear por la sombra…” La llegada de Duracoto
a su destino es violenta. Los demonios, que ya tienen experiencia
en ello, se colocan frente a él para amortiguar el impacto, pero
eso no evita que luego necesite un largo rato para recuperarse (más
del efecto de los opiáceos que del golpe) y poder volver a caminar.
A partir de este punto de la narración es cuando brillan los conocimientos
de Kepler sobre astronomía y la geografía lunar. Estaba familiarizado
con los accidentes del terreno que ha podido estudiar, quizás utilizando
un telescopio de diseño propio, ideado en 1611, tan solo un par
de años después de las revolucionarias observaciones de Galileo.

Ilustración inspirada en los alienígenas de 'Somnium'.
Kepler-Duracoto se extiende en explicar los movimientos
de la Luna, su relación con las coordenadas astronómicas, la eclíptica
y los puntos equinocciales, la duración de su año y sus largos días
de casi un mes terrestre. Y también detalla cómo se observan desde
allí las evoluciones de los cinco planetas: Venus, Mercurio, Júpiter
y Saturno (Urano, Neptuno y Plutón no habían sido descubiertos todavía).
Todos los datos que facilita son esencialmente correctos, como cabe
esperar de un observador avezado. Kepler apunta que la Tierra —a
la que denomina 'Volva'— solo es visible desde un hemisferio de
Lenavia, la región llamada —lógicamente— 'Subvolva'. El otro es
'Privolva', y allí durante su larga noche de 15 o 16 días reina
la más espantosa oscuridad, sin una Volva que atenúe las tinieblas.
En cambio, en Subvolva, nuestra Tierra es visible
de forma permanente, como “clavada en una posición fija del firmamento”.
Además, es cuatro o cinco veces mayor que la Luna que vemos nosotros
y —error— contribuye a enviar luz y algo de calor a ese hemisferio.
Continentes y océanos forman un espectáculo siempre cambiante a
medida que el planeta gira sobre su eje. La altura de la Tierra
sobre el horizonte subvolvano depende de dónde se encuentre el observador.
Si está en el centro del disco lunar, el planeta aparece en el cénit;
si en los polos, se ve pegado al horizonte, como un “monte ardiendo
que de lejos se divisa”. Pero siempre en el mismo sitio. El Sol,
en cambio, sí que sale por el este, culmina y se pone por el oeste,
a lo largo de un ciclo día-noche similar al de la Tierra, aunque
allí dura casi dos semanas. Tales observaciones, rigurosamente exactas,
reflejan el interés de Kepler por divulgar sus conocimientos de
una forma asequible. De hecho, esos detalles resultaban insólitos
para su época; incluso hoy puede que alguno sorprenda a más de un
lector.

Kepler y el descubrimiento de las órbitas elípticas.
Además de transformar la astronomía, las leyes de Kepler sentaron
las bases para la ley de la gravedad de Newton.
Kepler comenta también que la sucesión de fases por
las que pasa Volva constituye un magnífico reloj para los subvolvianos.
El “plenivolvio” corresponde a su media noche y el “novivolvio”,
a su mediodía. Además, el cíclico cambio de las manchas ocres o
azules en Volva les facilita una medida más precisa, calibrada a
intervalos de 24 horas. También se extiende en explicar en detalle
el mecanismo de los eclipses. El Lavania, los eclipses totales de
Sol son mucho más largos que en la Tierra, debido al mayor tamaño
del disco del planeta. En las dos o tres últimas páginas de su narración,
Duracoto cede a especulaciones o puras fantasías. Apunta —correctamente—
que existen altísimas montañas y simas profundas, pero luego se
embarca en quimeras. Asegura que Lavania posee grandes lagos, sujetos
a intensas mareas, consecuencia del tamaño de la Tierra y se su
mayor atracción. Y que el flujo y reflujo deben ser mucho más acusados,
arrastrando las aguas de un hemisferio a otro, con lo que las llanuras
de Subvolva —lo que Galileo asimiló a “mares”— quedan al descubierto
en las fases de luna llena.
Según él, los privolvianos no tienen nido ni albergue
fijo. En el transcurso de un día lunar recorren todo el globo gracias
a sus largas piernas, mayores que las de un camello. Quizás es un
rasgo fisiológico consecuencia de la baja gravedad lunar. Igual
que el hecho de que algunos habitantes posean alas para desplazarse
o que las plantas crezcan con gran rapidez y hasta alturas desmesuradas.
Ya hacia el final de la narración, da crédito a las observaciones
de otros astrónomos, apuntando que la Luna está rodeada de una atmósfera
que soporta nublados e incluso lluvias que refrescan el calor imperante
en Subvolva. De cuando en cuando, asegura, manchas grises oscurecen
algunos accidentes de la cara visible, debido, sin duda, a espesas
nubes que descargan lluvias torrenciales. Y ahí es donde el autor
despierta de su sueño. Kepler escribió Somnium en 1608, cuando ya
tenía 37 años de edad y había publicado otras obras fundamentales
para la Astronomía, como Astronomia Nova. Pero no lo mandó imprimir
de inmediato, sino que con el tiempo fue añadiendo comentarios,
aclaraciones y un apéndice sobre geografía lunar (y más especulaciones
referentes a sus hipotéticos habitantes). En total, estos complementos
más que duplican la extensión del relato original. Una edición moderna
del Somnium con anotaciones pasa de las doscientas páginas.

Su madre, Katherina, llevaba una casa de huéspedes,
era curandera y herborista, y más tarde fue acusada de brujería.
El libro definitivo fue publicado un par de años después
de la muerte de Kepler. Pero mucho antes ya había circulado en borrador,
por lo que su contenido era conocido en algunos círculos. Esto provocaría
un gravísimo incidente que pudo haber tenido consecuencias trágicas.
En 1615 Katharina Kepler, la madre de Johannes, fue acusada de brujería
por una vecina quien afirmó que Katharina le había envenenado su
bebida y la estaba sometiendo a hechizos que la hacían enfermar.
Estas acusaciones se inscriben en un contexto de intensa caza de
brujas, alimentada por tensiones religiosas, superstición, miedo
y marginación social.
El caso concreto de Katharina Kepler, se complicaba
debido a sus conocimientos sobre hierbas para preparar remedios
caseros, lo cual era de dominio público y fácilmente podía asimilarse
a la preparación de conjuros y bebedizos. Pero también en el relato
casi autobiográfico que su propio hijo había escrito. Las similitudes
con Fiolxhilde y su supuesta familiaridad con sortilegios, embrujos
y ayudantes demoníacos era un argumento de peso. Sobre todo, al
considerar que el juez del tribunal ya tenía en su haber a otras
ocho brujas quemadas, probablemente con menos pruebas. Katharina,
una viuda analfabeta de 68 años, fue encarcelada bajo durísimas
condiciones (estuvo encadenada al suelo durante más un año) y sometida
a repetidos interrogatorios, aunque su fuerte carácter le hizo mantener
siempre su inocencia. Kepler, ya un matemático de renombre, interrumpió
su trabajo y se dedicó por entero a la defensa de su madre. Contrató
abogados, revisó personalmente los documentos del proceso, presentó
argumentos legales y científicos y escribió cartas a las autoridades
refutando las acusaciones. Entre ellas, por ejemplo, el detalle
de no haber llorado durante el juicio apoyaba las sospechas de culpabilidad.
Kepler, en particular, temía que el Somnium resultase
una prueba irrefutable a ojos del tribunal. Aunque no se había editado,
sabía que el barbero de su patrón, el emperador Rodolfo había tenido
acceso al borrador y se lo había comentado con su hermana, Ursula
Reinbold, que justo era la vecina promotora de la primera acusación
contra Katharina. Tal vez por eso decidió retomar el original y
añadir todas las notas explicativas al final, en un intento de justificar
científicamente aquellas afirmaciones que podían atribuirse a intervención
diabólica. Tras seis años de batalla legar, Katharina fue absuelta.
Era una conclusión rara en los procesos por brujería, que solían
terminar de forma mucho peor. Sin embargo, las penurias sufridas
minaron su salud y murió poco después de ser puesta en libertad.

Crónicas desde el país de la gente más feliz de la
Tierra es una divertida y amarga sátira política sobre la corrupción
en forma de novela de misterio. En una Nigeria imaginaria, pero
muy parecida a la real, un grupo de pícaros, predicadores, emprendedores
y políticos se ve inmerso en una trama sobre tráfico de miembros
humanos robados de un hospital. El médico que desvela ese turbio
negocio se lo cuenta a su íntimo amigo, el hombre de moda en el
país, que está a punto de incorporarse a un puesto importante en
las Naciones Unidas. Pero alguien parece dispuesto a defender el
secreto y pronto queda claro que el enemigo es poderoso, y puede
estar en cualquier lado. A la vez festín narrativo, historia de
intriga y denuncia mordaz de la corrupción, esta novela, la primera
de Soyinka en casi cincuenta años, es también un llamamiento conmovedor
a movilizarse contra el abuso de poder.
Wole Soyinka, que ganó el Premio Nobel de Literatura
en 1986, se inspiró en un informe de que los nigerianos se encuentran
entre las personas más felices de la Tierra y comenzó a escribir
casi dos décadas después y antes de la pandemia de COVID-19. El
libro fue escrito en dos sesiones de 16 días entre Dakar y Senegal.
Según Soyinka, el confinamiento por la pandemia le ayudó a terminar
la novela, entre otros escritos, en su complejo de Abeokuta. Crónicas,
que es la tercera novela de Soyinka, fue publicada en 2021 por Bookcraft
Africa, Pantheon Books y Bloomsbury Circus, casi cincuenta años
desde su última novela, Season of Anomy, que se publicó en 1973.
En 1967, es arrestado durante la guerra civil de Nigeria.
Pásate por Intro >> Resumen temático
>> África.
«Soyinka es uno de los grandes de la actualidad.»
Chimamanda Ngozi Adichie.
«Una vez que has oído una voz como la suya, no vuelves
a ver las cosas del mismo modo.» Toni Morrison.
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En 2015, Milena Busquets publicó También esto pasará,
una novela que destilaba el dolor de la pérdida de su madre y la
reafirmación de la vida con una mezcla inconfundible de ligereza
y lucidez. Diez años después, mientras se rueda su adaptación cinematográfica,
la autora regresa al mundo que ha descrito y reinventado. Y ese
retorno es, a la vez, un vértigo y un anhelo: «Me quiero quedar
aquí –confiesa–. Y que todo vuelva a empezar». La dulce existencia
es un relato atravesado por la búsqueda de la belleza y por el peso
de la memoria. Los vientos y la luz dorada de Cadaqués, las mañanas
en el Casino, el magnetismo de los actores y productores, el coqueteo,
los restaurantes de playa, los libros de cabecera… Todo ello en
un vaivén constante entre la realidad y la invención, entre lo que
se vive y lo que se recuerda. Para Proust, la literatura era el
arte de fijar el tiempo, de esclarecer la impresión de los recuerdos.
Y eso es, precisamente, lo que hace este libro: reconstruir con
la nitidez y también con la melancolía que da la distancia aquellos
días en los que Milena Busquets vivía sin ser consciente de que
estaba siendo feliz, días en que todo estaba por delante. Un viaje
al paraíso antes de la conciencia de su pérdida.
La idea de realizar una adaptación de la novela nació
cuando María Ripoll leyó la novela original cuando perdió a su madre,
ya que sus temas sobre el duelo la encandilaron. El 15 de mayo de
2024, se anunció que el rodaje de la película había comenzado en
Cadaqués, con Marina Salas, Carlos Cuevas, Susi Sánchez, Borja Espinosa,
Sara Espígul, Andrea Trepat, Carles Francino, David Menéndez y Moisé
Curia como los actores protagonistas. Además de en Cadaqués, el
rodaje también filmó escenas en otras localidades de Cataluña, incluyendo
Barcelona. El rodaje de la película concluyó a finales de junio
de 2024 después de seis semanas.

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Una pareja inglesa recién casada, Guy y Harriet pringle,
llega a Bucarest, la llamada París del Este, en el otoño de 1939,
apenas unas semanas después de la invasión alemana de Polonia. En
esa ciudad llena de contrastes, sumida en la incertidumbre por la
guerra y la inestabilidad política, la introvertida Harriet tendrá
que compartir a su marido, profesor universitario, con un amplio
círculo de nuevos amigos y conocidos. Entre tanto, los habitantes
de la ciudad, ya sean los privilegiados expatriados ingleses como
la población local, tratan de aferrarse a una vibrante vida cotidiana
mientras el caos se apodera de Rumania y del resto de Europa.
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La familia de un viejo capo de la mafia de Grenoble
intenta por todos los medios que no se cumpla su última voluntad.
A partir de aquí, la novela describe con humor ácido el mundo del
crimen organizado en el que las mujeres han abandonado el segundo
plano al que tradicionalmente han sido relegadas para enfrentarse
a los obsoletos códigos de honor que no las representan. Sin por
ello dejar de lado los métodos expeditivos que caracterizan a la
cosa nostra.
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