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Kosovo.
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10-Marzo-2023

Las guerras yugoslavas fueron una serie de conflictos en el territorio de la antigua Yugoslavia, que se sucedieron entre 1991 y 2001. Comprendieron dos grupos de guerras sucesivas que afectaron a las seis ex repúblicas yugoslavas. Se han empleado términos alternativos como la guerra de la antigua Yugoslavia o guerra de los Balcanes (o también en algunas ocasiones, tercera guerra de los Balcanes).

Las guerras se caracterizaron por los conflictos étnico-religiosos entre los pueblos de la antigua Yugoslavia, principalmente entre los serbios por un lado y los croatas, bosnios y albaneses por el otro; aunque también en un principio entre bosnios y croatas en Bosnia-Herzegovina. El conflicto obedeció a causas políticas, económicas y culturales, así como a las tensiones étnicas y religiosas (predominio musulmán en Bosnia y predominio cristiano en Serbia). Hubo muchos detonantes, pero los principales fueron la abolición de la autonomía de Kosovo por Milosevic, y sobre todo que los serbios de la región croata de la Krajina declararan su separación de Croacia en marzo de 1991, lo que llevó a Croacia y a Eslovenia a declarar unilateralmente su independencia el 25 de junio de 1991 y produjo un efecto contagio en el resto de repúblicas yugoslavas. Debido al choque entre el nacionalismo serbio (Slobodan Miloševic), el croata (Franjo Tudman) y el bosnio (Izetbegovic) se degeneró en una guerra muy violenta. Meses después, el 15 de enero de 1992, los países europeos de la CE y la comunidad internacional reconocen la independencia de Eslovenia y Croacia, provocando el fin de Yugoslavia, aunque Serbia y Montenegro seguirán usando esta denominación (sin reconocimiento internacional) hasta el 2003.

Vukovar, la ciudad mártir de Croacia.

Las guerras yugoslavas terminaron con gran parte de la antigua Yugoslavia reducida a la pobreza, con desorganización económica masiva e inestabilidad persistente en los territorios donde ocurrían las peores luchas. Las guerras fueron los conflictos más sangrientos en suelo europeo desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, resultando en unas 130 000 a 200 000 muertes y millones más sacados de sus hogares. Fueron también los primeros conflictos desde la Segunda Guerra Mundial en haber sido formalmente juzgados los genocidas y muchos de los individuos claves participantes fueron consecuentemente acusados por crímenes de guerra.

La conservadora Vjosa Osmani ha sido elegida presidenta de Kosovo por el Parlamento, en la última de las tres votaciones posibles y con el boicot de gran parte de la oposición.

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En 2023 se cumplen 23 años del final de la Guerra de los Balcanes, un terrible conflicto étnico que se desató en 1991, con la caída del muro y el final de la Unión Soviética. Europa demostró su incapacidad para controlar el desmembramiento de la antigua Yugoslavia, y sólo la intervención de Estados Unidos logró una paz que parecía hacerse muy cuesta arriba. Serbios, croatas, bosnios, el mejunje de nacionalismos, creencias y etnias dio lugar a situaciones tremendas, cuando deseábamos creer que los genocidios quedaban ya atrás tras la amarga experiencia nazi.

En unos días tendremos una reunión que quizás sea decisiva.

El conflicto balcánico se refleja en una enorme variedad de propuestas. Savior (1997), producida por Oliver Stone y dirigida por el yugoslavo Peter Antonijevic, es una durísima película que trata del drama personal de un hombre (Dennis Quaid) que se alista como mercenario en la guerra de los Balcanes. Allí, en medio de la horrenda barbarie, encontrará su humanidad jugándose la vida por una mujer y su pequeña hija. En Territorio comanche (1996), el español Gerardo Herrero adapta el libro de Arturo Pérez-Reverte. La historia narra las vicisitudes de un grupo de reporteros de guerra en una ciudad de Sarajevo infestada de francotiradores. Bien dirigida, la película está interpretada por Carmelo Gómez, Imanol Arias y Gastón Pauls, entre otros.

Gervasio Sánchez captó una imagen icónica. La Biblioteca de Sarajevo.

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Antes de la lluvia (1994), dirigida por Milcho Manchevski, es un drama ambientado en Macedonia que ganó el León de Oro en el Festival de Venecia y que estuvo nominado al Oscar. A través de varias historias, el director compone un fresco bello y violento, acerca de cómo la intolerancia es capaz de desembocar en un conflicto sangriento. Una película dura y hermosa sobre la condición humana.

1993. Conflicto de Bosnia-Herzegovina. Dos soldados bosnios, uno serbio. Sus destinos se cruzan. ¿Quién es prisionero de quién? ¿No lo son todos? La pregunta cobra tintes más dramáticos cuando uno de los soldados se convierte en potencial víctima de una mina de presión. Cualquier movimiento puede ser letal. Lúcida reflexión sobre la guerra de Los Balcanes. Un drama personal se convierte en poderosa metáfora. La mina a punto de estallar describe las mil caras de un conflicto que la ONU y compañía son incapaces de resolver.

El magnífico guión –premiado en Cannes– del también director Danis Tanovic, muestra el ambiguo papel de la fuerza multinacional o el de los medios de comunicación. Destellos de un entendimiento humano entre etnias no pueden enterrar un odio secular. El agobiante plano final resume de modo magistral toda la película. El Oscar al mejor film extranjero es justo, con el permiso de la perdedora Amelie.

Sophie (Mélanie Thierry) quiere ayudar a la gente, Mambrú (Benicio del Toro) quiere volver a casa, Katya (Olga Kurylenko) quiso una vez a Mambrú. Damir (Fedja Stukan) quiere que la guerra termine, Nikola (Eldar Residovic) quiere una pelota, B (Tim Robbins) no sabe lo que quiere. Pero lo que quieres pocas veces coincide con lo que necesitas. Un grupo de cooperantes trata de sacar un cadáver de un pozo en una zona de conflicto. Alguien lo ha tirado dentro para corromper el agua y dejar sin abastecimiento a las poblaciones cercanas.

Cinco años después de Amador, Fernando León de Aranoa vuelve a estrenar película, también producida por él. Esta vez sitúa la historia en la guerra de los Balcanes, en la que sigue a un grupo de voluntarios que se dedica a asegurar el suministro de agua potable en la zona. El conflicto surge cuando, intentando sacar un cadáver de un pozo para evitar su contaminación, se les rompe su única cuerda: conseguir otra será la excusa argumental para el desarrollo de esta “road movie”. El film está concebido como un baile de géneros, se mueve entre la comedia, el drama y el cine social, algo que ya ocurría en Barrio. En Un día perfecto esta hibridación tiene un resultado irregular. En unas ocasiones los chistes del personaje interpretado por Tim Robbins animan el film, en otras le restan verosimilitud. Lo mismo ocurre con la visión crítica de la ONU y de su intervención: por un lado enriquece la película, pero llega un momento en que el reproche a la burocracia militar peca de exagerado. Es la primera vez que Fernando León rueda en inglés, pero eso no le ha impedido dirigir bien a sus excelentes actores. Tanto Benicio del Toro, con una interpretación penetrante de un personaje que intenta arreglarse a sí mismo, como Tim Robbins y su loco conductor, cumplen con creces. Los personajes –incluidas las dos chicas, Mélanie Thierry y Olga Kurylenko– cargan con un pasado que no terminamos de conocer y que nos interesa, pues ellos y ellas son el resultado de sus heridas, de su cansancio por tratar de hacer de este mundo un sitio mejor. Es la mayor virtud de esta película, una veta que se podría haber explotado más.

Es indudable que el director quería hacer una película de contrastes, con muchos contrapuntos: entre sus protagonistas, entre imagen y música, entre las risas de los personajes y el drama que los rodea, entre la bondad de los voluntarios y la frialdad de los militares. Así construye una obra irregular e interesante, bien planificada –aunque a veces los planos aéreos parecen metidos con calzador– y con un final que cierra perfectamente la historia. Como es habitual en él –recordemos Familia, Barrio o Los lunes al sol– lo que más brilla en esta película son sus personajes y su pasado. Sin embargo, esta vez la trama no está al nivel de sus protagonistas: da la sensación de que, en ocasiones, la historia está supeditada al deseo de crítica. Además, uno se queda con ganas de introducirse más en el conflicto de la antigua Yugoslavia, que solo se toca de manera tangencial en dos momentos puntuales.

Emotivo film bosnio que se adentra en las trágicas consecuencias de los horrores de la guerra de Yugoslavia. Han pasado varios años del conflicto. Esma es una mujer bosnia que vive en el depauperado barrio de Grbavica, en Sarajevo. Tiene una hija llamada Sara, cuya adolescencia ha aguzado aún más su carácter difícil e inconformista. Esma lucha por conseguir dinero a base de trabajos de poca monta, el último de ellos como camarera en un garito nocturno frecuentado por tipos de discreto pelaje. Esma no se siente a gusto, pero ha prometido a su hija el dinero necesario para una excursión organizada por el colegio. Sin embargo, la relación entre madre e hija es cada vez tensa, pues la joven nunca logra que su madre le hable de su padre, muerto en la guerra.

En su primer largometraje, Jasmila Zbanic (1974) ha contado una historia dura ambientada en la Bosnia actual, aunque con una mirada llena de humanidad y esperanza, donde la maternidad se erige en protagonista. La actriz Mirjana Karanovic (Underground, La vida es un milagro) logra implicar al espectador en las traumáticas experiencias de su personaje, nunca de modo explícito, sino a través de situaciones muy comunes, sobresaltos repentinos o simples miradas que evocan un pasado de horror. Se trata de un film de personajes, pequeño, rodado con el corazón, sin la más mínima grandilocuencia. Ayuda al estimable resultado final, el excelente trabajo de la debutante Luna Mijovic, de una llamativa intensidad. La película obtuvo el Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín 2006.

Particular odisea de una mujer estadounidense que se adentra en medio del polvorín del conflicto yugoslavo en busca de su marido, un fotógrafo que ha sido dado por muerto. 1991. Harrison es un reportero de guerra de la revista Newsweek. Su buen hacer le ha valido la fama, pero él está cansado de presenciar tantas muertes y desea retirarse, estar más con su familia y dedicarse a su verdadera pasión: el cuidado de las flores. Antes de su retiro deberá viajar a Yugoslavia para cubrir “los inicios de un conflicto menor”. Harrison promete a su mujer que estará de vuelta para el cumpleaños de su hijo, pero llega la fecha y no regresa. Al poco tiempo es dado por muerto. Sin embargo, su mujer, Sarah, no lo tiene nada claro, y decide viajar a los Balcanes para traérselo de vuelta. Su objetivo es llegar a Osijek, el pueblo donde Harrison desapareció.

Chouraqui divide la película en dos partes bien diferenciadas, una de ellas ambientada en América, donde muestra la vida familiar del matrimonio, la relación de Harrison con sus colegas y la posterior incertidumbre de su desaparición. Cuando parece estancarse la narración, ésta da un giro inesperado y nos muestra la escalofriante odisea de un grupo de reporteros en plena guerra civil. Elie Chouraqui no tiene compasión a la hora de mostrar escenas de brutal violencia, con una fascinante puesta en escena que alcanza cotas de gran realismo y es capaz de helar la sangre al espectador (aviso: el asesinato de los niños en Vukovar no es apto para pieles sensibles). A todo este atroz conjunto ayuda la soberbia interpretación de Andie MacDowell, quizá en el mejor papel de su carrera. Las flores de Harrison obtuvo la Concha a la Mejor Fotografía en el Festival de San Sebastián y fue galardonada con el Premio del Círculo de Escritores Cinematográficos (CEC).

Uno de los muchos aciertos de este film, es la verosimilitud de la narración. Para lograrlo, Chouraqui diseña la historia central como un flash-back, que va tomando vida a partir de las declaraciones de los diversos reporteros, testigos directos de las aventuras de Harrison y Sarah. Las distintas entrevistas van centrando la narración, ofreciendo datos sobre las penalidades de los periodistas y el punto de vista de quienes se jugaron la vida por conseguir una fotografía que reflejara la barbarie. Pero, sobre todo, gracias a esos planos comprendemos la valentía, la decisión y la fortaleza de una mujer que, contra toda esperanza, busca a su marido en medio del infierno.

El director francés Elie Chouraqui ha inculcado a su película una violencia atroz y no duda en mostrar en pantalla algunas imágenes que hacen tambalear el equilibrio emocional del espectador. Ése es su modo de echar en cara la cobardía con que el mundo vivió el conflicto: “Durante esta guerra yo tuve un gran sentimiento de culpa y de vergüenza. Se hablaba de limpieza étnica, de campos de concentración y de masacres y nadie se movía. Europa y Estados Unidos abandonaron a Yugoslavia. La bestia del nazismo volvía y nadie se enteraba .”

Bosnia. La guerra que no cesa. Un país, Yugoslavia, desmembrado. Odios raciales exacerbados. El exterminio sistemático de poblaciones enteras. El horror sufrido por los musulmanes a manos de los serbios. Bien está, ahora que Karazdic y compañía empiezan a ser juzgados por crímenes de guerra, la llegada de un film que nos muestra la barbarie de la que es capaz el hombre. Pero también, y menos mal, hay un rayito de esperanza. Pues Henderson, un periodista que cubre la guerra en Sarajevo, está dando a conocer a la opinión pública la tragedia concreta de un grupo de niños, refugiados en un orfanato. Y hasta se planteará adoptar a una chiquilla. El tono documental del film ayuda a acrecentar el realismo, mientras que los actores, sin aspavientos, están en su sitio.

En tierra de sangre y miel cuenta la historia de Danijel (Goran Kostic) y Ajla (Zana Marjanovic), dos personas inmersas de pleno en el conflicto bosnio de los años 90. Danijel, es un soldado que lucha en el bando serbio y Ajla, es una bosnia que vive en cautiverio en el campo que él supervisa. Ambos fueron amantes antes de comenzar la guerra, pero a medida que el conflicto armado se apodera de sus vidas, su relación se irá oscureciendo poco a poco. En tierra de sangre y miel retrata la increíble carga emocional, física y moral que la guerra ejerce sobre los individuos y los pueblos en su conjunto; y las terribles consecuencias que se derivan de la falta de voluntad política para intervenir en este tipo de conflictos.

Bosnia-Herzegovina, años 90. Ajla acude a bailar a una sala de fiestas, se mueve en la pista con gozo en compañía del apuesto Dajnijel, hasta que una explosión marca el final de la “fiesta”, la convivencia armoniosa de serbios, croatas y bosnios musulmanes ha terminado, es la guerra. Meses después los serbios cometen todo de tropelías contra los bosnios, y Ajla es una de las víctimas, aunque se salva de ser violada gracias precisamente al serbio Dajnijel, capitán del ejército, que la toma bajo su protección. Ambos están enamorados, pero su relación parece un desatino en medio del conflicto.

La actriz Angelina Jolie decide dar un paso adelante en su carrera cinematográfica poniéndose detrás de una cámara como directora y guionista, y lo hace con En tierra de sangre y miel, una cruda y pesimista película que quiere mostrar el horror de la guerra que desangró a Bosnia-Herzegovina en el corazón de una Europa inoperante, desencadenando odios que algunos ingenuos habían dado por desaparecidos prematuramente.

Solo unos 40 espectadores acudieron a las primeras presentaciones en Belgrado de la película In the Land of Blood and Honey (En tierra de sangre y miel), el debut de Angelina Jolie como directora, porque muchos serbios consideran que el filme ofrece una visión unilateral de la guerra bosnia.

Hay que reconocer la valentía de la debutante en la elección del tema abordado, que de alguna manera parece querer seguir así su tarea de embajadora de buena voluntad de UNHCR, la agencia de refugiados de la Naciones Unidas, alertando de tantos crímenes que se cometen contra la humanidad. Y el deseo de evitar la trivialización y el sentimentalismo, incluso con la decisión de rodar con actores bosnios y en las lenguas del lugar, parece innegable. Sin embargo, el proyecto le viene a Jolie demasiado grande, da la impresión de que se escapan, no sólo muchas claves del complejo conflicto de la antigua Yugoslavia, sino, lo que es más grave, también una comprensión más lúcida de la naturaleza humana. Escribir y dirigir en solitario se revela como un error, tanta seguridad en sí misma y sus capacidades le acaba pasando factura para mal. Así, resulta muy difícil creerse el modo en que discurre el amor de Ajla y Dajnijel, la psicología y evolución de estos personajes, y están muy desdibujados el padre de él y la hermana de ella. La cuidada composición de algunos planos -no en balde el operador de cámara es el oscarizado Deam Semler- y el esfuerzo de producción no pueden ocultar que a este film le falta eso tan importante llamado consistencia.

Los americanos en Los Balcanes. A punto de irse a casa. El piloto de caza Burnett está harto. Harto de no hacer nada. Y ha decidido presentar su renuncia. Pero en una misión de rutina es derribado y cae “tras la línea enemiga”. Y descubrirá, por supuesto, el orgullo de ser americano. Podría hablarse de todo un subgénero, dentro del cine bélico, de relatos de tipos perdidos en territorio hostil, como el clásico Objetivo: Birmania. Aquí John Moore sirve un film simplemente entretenido, de exaltado patriotismo estadounidense, donde los aliados europeos de la OTAN no dan una. El siempre eficaz Gene Hackman cambia el papel que hizo en Bat 21. Si allí era un coronel caído en territorio vietnamita, ahora le toca organizar el rescate de su chico, el rubito Owen Wilson. Quizá la mejor escena es aquella en que Burnett está a punto de ser descubierto por el enemigo; y, desde el alto mando, los jefes siguen la cosa gracias a las imágenes que ofrece un satélite espía. Aunque, como el espectador descubrirá, a la tecnología todavía le queda un trecho largo que recorrer.

Almirante, coronel o sargento, de Gene Hackman emana un aire de disciplina militar que le hacen ideal para papeles de soldado. Así lo atestigua su filmografía, que incluye títulos bélicos como Marea roja, Bat 21, A la caza del lobo rojo, Más allá del valor y Un puente lejano. Además ha sido Secretario de Defensa en No hay salida y Presidente (y por tanto Jefe de las Fuerzas Armadas) en Poder absoluto.

Kym, una turista australiana, decide viajar a Bosnia. Su guía de viajes la lleva hasta Visegrado, una pequeña ciudad llena de historia, en la frontera entre Bosnia y Serbia. Tras una noche de insomnio en el "romántico" hotel Vilina Vlas, Kym descubre lo que sucedió durante la guerra. Ella ya no podrá ser una turista ordinaria y su vida nunca volverá a ser la misma.

No es una turista accidental Jasmila Zbanic, que vuelve a pasearse por los horrores bélicos que ocurrieron en Bosnia-Herzegovina no hace tanto tiempo. La cineasta bosnia adopta en esta ocasión una óptica diferente a la de Grbavica, pues en esta ocasión el espectador es invitado a identificarse con Kym, la típica turista australiana, treintañera y soltera, que viaja sola a Bosnia pertrechada por una guía y literatura de Ivo Andrid, “Un puente sobre el Drina”. Pasará una noche en un hotel de Visegrado, y sólo de vuelta a casa sabrá que aquel fue escenario de horribles crímenes, violaciones, tortura y asesinatos de más de un centenar de mujeres. Cobrar conciencia de ello le cambia para siempre, y le empuja a saber más. Zbanic sabe crear la atmósfera que el film precisa con tan sólo 70 minutos. El impacto de saber la verdad en la protagonista, los recelos y deseos de olvidar de los lugareños, la mala conciencia y la autojustificación, las amenazas por hurgar en las heridas del pasado, que puede repetirse si no se recuerda. Todo eso va asomando con sutileza, gradualmente. Resulta ingenioso el modo que tiene la directora de invitar a regresar a paisajes poco agradables, pues ella ha hecho lo mismo que la turista protagonista -muy bien la actriz Kym Vercoe-, volver a esa realidad que no debe ignorarse. Todavía más curioso es saber que la historia que se cuenta es auténtica, Vercoe hace de sí misma y recrea su experiencia catártica en Visegrado, cuando supo como turista de las barbaridades ocurridas en el hotel Vilina Vlas. Quizá se subraya demasiado la idea del hombre líquido, pero es un buen símbolo para hablar de esa tendencia a procurar que lo que no agrada resbale, no nos impregne, porque es doloroso.

Taciturna y parcialmente sorda. Hanna (Polley) es una yugoslava que trabaja en una fábrica en Irlanda del Norte. Su jefe la obliga a tomar las vacaciones anuales y le dice que sus compañeros de trabajo se han sentido ofendidos por su diligencia en el trabajo. Después de escuchar una conversación sobre la necesidad de una enfermera, acepta un trabajo como enfermera privada para la víctima de quemaduras Josef (Robbins), quien está postrado en una cama en una plataforma petrolera en alta mar después de un incendio. Josef ha sufrido quemaduras graves y está temporalmente ciego. La plataforma no está operativa y en espera de una investigación que va a tener lugar para aclarar las causas del accidente. Pocas personas permanecen a bordo. Hanna habla muy poco y, sobre todo, no quiere hablar de sí misma. A pesar de sufrir dolores, Josef constantemente hace bromas, algunas de ellas con insinuaciones sexuales humorísticas. El cuidado de Hanna por él incluye sostener el urinario y lavarle todo el cuerpo. A medida que se acercan, comienzan a compartir sus experiencias. Sin que él lo sepa, ella escucha una y otra vez un mensaje en su teléfono móvil de una misteriosa mujer que estaba enamorada de él. Hanna se entera por un colega que Josef resultó herido mientras intentaba salvar a un hombre que se suicidó saltando al fuego en la plataforma petrolera. Se da a entender alguna otra conexión trágica entre ellos. El le cuenta una experiencia de casi ahogamiento, ya que no sabe nadar. Finalmente, Josef le confía a Hanna su culpa secreta, y ella le cuenta sobre su vida anterior en la ex Yugoslavia. Describe en detalle los horrores que soportó durante las Guerras de los Balcanes, incluido el secuestro y la violación repetida. Comparte las experiencias de otras mujeres, incluida una que se vio obligada a dispararle a su propia hija, así como la muerte de su mejor amiga. Habla de su propia tortura y le deja palpar las cicatrices en su cuerpo de las heridas que le infligieron. Josef no mejora de forma significativa, y por iniciativa de Hanna, lo sacan por aire de la plataforma petrolera para llevarlo a un hospital. Cuando aterriza el helicóptero, Josef quiere que Hanna lo acompañe, pero ella se aleja sin decir una palabra. Sin embargo, deja una mochila (tal vez intencionalmente) que contiene suficiente información como para que Josef tenga la oportunidad de encontrarla.

Después de recuperase, Josef viaja a Dinamarca para visitar a una consejera (Christie) que Hanna había visto después de huir de la guerra, quien le había proporcionado ayuda sicológica. Josef consigue rastrear a Hanna en la fábrica en Irlanda del Norte donde trabaja. Hablan, y al principio ella lo mantiene a distancia, diciendo que no podría estar con él porque cree que algún día podría ahogarlos a ambos en su dolor. Cuando él le dice que "aprenderá a nadar", ella lo acepta. Más tarde, se muestra a Hanna en una casa con la voz de una niña que explica que Hanna ahora tiene dos hijos, a quienes la narradora se refiere como sus hermanos, lo que indica que la mujer que Hanna describió como obligada a matar a su propio hijo era, de hecho, ella misma. Con la voz de su hija termina la película, con la esperanza de que algún día Hanna pueda vivir completamente en el "ahora" y deje de ser atormentada por el pasado.

La historia es ficticia, escrita por la propia directora Isabel Coixet, pero la figura de Inge está inspirada en la de Inge Genefke. Se trata, como se describe en la película, de una persona que participa activamente en la recuperación de personas víctimas de la tortura. Tras su compromiso con Amnistía Internacional, fundó el Centro de Rehabilitación e Investigación para Víctimas de Tortura (RCT) en Copenhague.

Esta película documental explora la historia reciente para contarnos cuál es la importancia de Sarajevo en los últimos cien años y qué significa en el mundo de hoy. Trece directores europeos, entre los que destaca el siempre vanguardista Jean-Luc Godard, se encargan de ello a través de diferentes episodios.

A través de la mirada de 13 directores europeos, esta película indaga lo que Sarajevo representa en la historia del continente desde hace un siglo y lo que representa en la Europa moderna. Estos influyentes cineastas, de generaciones y orígenes diferentes, presentan su visión y su versión. François Schuiten, célebre dibujante belga y autor de Las Ciudades oscuras imaginó vínculos gráficos y animados entre estas creaciones, como una transposición metafórica en su universo evocando aspectos emblemáticos de la ciudad de Sarajevo.

Lo curioso de esta película es el hecho de que hasta trece cineastas van a aportar su pequeño granito de arena con la intención de mostrar varias perspectivas acerca de Sarajevo, exhibiendo con ello una serie de lecciones sobre los aspectos más ilusionantes pero también más crueles de dicho territorio en el viejo continente. La trama arranca en el desarrollo de la Primera Guerra Mundial, siguiendo a continuación con muchos de los sucesos ocurridos en uno de los puntos más destacados en lo que se refiere a la evolución histórica de Europa en el siglo XX. Con motivo de la presencia y de la participación de directores de numerosos lugares del planeta, la finalidad del proyecto es enseñar al público el camino que esta ciudad debe recorrer con el paso del tiempo para llegar a convertirse en una de las zonas más prometedoras en lo que hace alusión al futuro de sus habitantes.

Tres relatos dependientes constituyen Antes de la lluvia, espléndida película premiada con toda justicia en Venecia con el León de Oro. En “Palabras” un joven monje ortodoxo con voto de silencio acoge en su monasterio a una albanesa a la que persigue un grupo armado, poniendo en peligro a su comunidad. De Macedonia se pasa a Londres en “Rostros”, donde Anne, que trabaja en una agencia de noticias, se encuentra dividida entre el amor a su marido y el que siente por un fotógrafo corresponsal de guerra. Finalmente en “Imágenes” se vuelve a Macedonia, donde el fotógrafo visita la tierra que le vio nacer, muy cambiada por los conflictos étnicos. "El tiempo nunca termina, el círculo nunca se cierra."; el director macedonio, aunque formado en Estados Unidos, Milcho Manchevski convierte esta frase en motivo principal de la película en dos sentidos distintos. En la estructura narrativa, cada relato se une con el siguiente, y el último con el primero, pero ello sucede, paradójicamente, en una perfecta imperfección, que sirve para apuntalar las ideas del film. Pues en los conflictos que presenta, Manchevski se muestra pesimista. No ve salida a los enfrentamientos entre las etnias que conformaban la antigua Yugoslavia, tan claros y brutales en la actualidad en Bosnia, pero igualmente latentes y quizá a punto de estallar en Macedonia. Manchevski es valiente a la hora de dibujar estos odios, a veces claramente irracionales, y lo hace con una rara objetividad, sin tomar partido.

El odio produce violencia, que Manchevski enseña sin tapujos, indicando que aquello es real. El director no oculta que hay otros sentimientos además del odio, pero aparecen como excepciones, derrotadas de antemano. Manchevski demuestra excelente pulso como director y logra un film de gran belleza. Destaca la primera parte, en torno al monasterio ortodoxo, de una lógica perfecta. El voto de silencio del monje alcanza cierta plenitud: no debe delatar a la fugitiva. La fotografía contribuye de modo decisivo a la hermosura del film, dando el aire preciso a cada capítulo. El frío Londres de la parte central contrasta con la Macedonia de los otros dos relatos, de atractivos paisajes y limpios y estrellados cielos, excepto cuando llega una lluvia que nunca acaba de llegar. La música de "Anastasia" -cuatro compositores- realza aún más esa belleza. La película, a la vista del equipo de distintas naciones europeas que ha participado en ella, es además un buen ejemplo de que coproducciones de calidad de ese estilo no son una utopía.

Tras la guerra de los Balcanes, una agente de la policía de Nebraska que viaja a Bosnia como observadora de las Naciones Unidas denuncia ante la ONU a una multinacional por haber encubierto varios casos de tráfico sexual. El guión se basa en la historia de Kathryn Bolkovac, que fue a Bosnia en 1999 como miembro del comité de las Naciones Unidas para el mantenimiento de la paz. Denunció un tráfico de esclavas sexuales transportadas desde Europa Oriental. El filme se estrenó en el Festival Internacional de Cine de Toronto de 2010. La distribución estuvo a cargo de Samuel Goldwyn Films.

Película basada en hechos reales, pero con aspectos tan disparatados, que el director y guionista Richard Shepard –que llamó la atención con Matador–, se ha visto impelido a prologar con sorna el film incluyendo una frase, que especifica que hay muchos elementos ficticios, pero que lo más increíble y surrealista del mismo es completamente cierto. Antaño Simon y Duck formaban uno de los equipos de reporteros en puntos calientes más conjuntados del mundo. Uno ante la cámara, y el otro con la cámara, han informado a lo largo de los años acerca de guerras y matanzas en África, la antigua Yugoslavia... Pero tras un día particularmente duro en este último país, Simon estalló en vivo durante un telediario, desahogándose asqueado por la matanza de la que acababa de ser testigo. Caído en desgracia, acusado de estar borracho, fue despedido y tuvo que empezar a trabajar como "freelance". Mientras, la carrera de Duck siguió como un cohete, y se convirtió en cámara particular del presentador estrella del telediario, en la tranquila Nueva York, lejos del riesgo de los conflictos bélicos. Ahora, en 2000, la pareja que antes era inseparable coincide de nuevo en una Bosnia Herzegovina teóricamente pacificada, aunque persisten las minas antipersona y la desolación. Y volverán a sentir el subidón de adrenalina de los viejos tiempos, cuando ambos, acompañados de un novato, se embarcan en la primicia de una entrevista exclusiva con un antiguo criminal de guerra. Las cosas se complican cuando son confundidos con agentes de la CIA, circunstancia que desean aprovechar para acercarse a su objetivo. El film de Shepard, que se enmarca claramente en el subgénero de dramas de "chicos de la prensa", no acaba de funcionar, es un quiero y no puedo. Ello a pesar de la crítica mordaz a las autoridades internacionales (OTAN, Estados Unidos, Unión Europea, Naciones Unidas...) por el poco empeño que ponen en detener a ciertos criminales de guerra, motivado a su entender por una especie de pacto no escrito que siguió al final del conflicto.

Falta un punto de socarronería que se promete, y no acaba de llegar. Hay cierta torpeza en el guión, que se entretiene demasiado en describir y reiterar la decadencia en la profesión periodística de Simon; también resulta algo tópica su trágica historia de amor y el modo en que le ha traumatizado, o las vacaciones de ensueño con "tía buenorra" que se había preparado Duck, sugeridas al más puro estilo Mariano Ozores, que dan una imagen bastante superficial del personaje. No obstante, también se descubren pasajes logrados, sobre todo cuando entramos "en harina", con el tema más interesante de la cinta, el de la confusión sobre la supuesta identidad de espías de los tres periodistas; allí está la entrevista preparada por un militar de Naciones Unidas, con una mujer que les podría reunir con el Zorro, el criminal de guerra al que buscan, momento que depara más de una sorpresa, y donde se luce el poco conocido Jesse Eisenberg, además de ser la única escena de Diane Kruger. Y por supuesto, Richard Gere y Terrence Howard dan sobradas muestras de su calidad interpretativa.

Josh pierde a su mujer e hijo en un atentado dirigido por islamistas, y rabioso de odio hace lo mismo en una mezquita francesa. Se le condena, pero Josh renuncia a su identidad y se une al ejército con el corazón lleno de ira, donde acudirá a lugares de conflicto como un auténtico soldado. Sus vivencias en la guerra de Bosnia le hará enfrentarse directamente con el horror y le hará cambiar su modo de ver y sentir su agonía personal. El yugoslavo Predrag Antonijevic, de escasa trayectoria, dirige a Dennis Quaid en una dura película donde plantea la desesperación de un hombre deshumanizado que, cegado por el odio, solo encuentra consuelo en la venganza y la violencia como placebo de su alma. Enfrentarse en persona con el auténtico drama cambiará su percepción de las cosas. Nastassja Kinski (París, Texas) y Stellan Skarsgård (Dogville) aparecen entre el reparto.

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