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17 - Julio - 2020
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La jirafa (Giraffa camelopardalis) es una especie de mamífero artiodáctilo de la familia Giraffidae propio de África. Es la más alta de todas las especies de animales terrestres existentes. Puede alcanzar una altura de 5,8 m y un peso que varía entre 750 y 1600 kg. Su área de distribución es dispersa y se extiende de Chad, en el norte, hasta Sudáfrica en el sur, y de Níger en el oeste hasta Somalia en el este. Por lo general habita en sabanas, pastizales y bosques abiertos. Se alimenta principalmente de las hojas de la acacia, que ramonea en alturas inaccesibles para la mayoría de los demás herbívoros. Las jirafas adultas son depredadas por leones, y las crías de las jirafas también por leopardos, hienas manchadas y perros salvajes.

Las jirafas adultas no tienen fuertes vínculos sociales, aunque se agrupan en manadas abiertas y sueltas sin llegar a estar moviéndose en la misma dirección general. Los machos establecen una jerarquía social mediante duelos conocidos como necking, un combate en el cual utilizan el cuello y la cabeza como arma. Solo los machos dominantes pueden acoplarse con las hembras; solo las hembras se dedican a la cría de los terneros. El nombre común «jirafa» y primer término del nombre binominal Giraffa proviene del árabe (ziraafa o zurapha), que significa «alta». El segundo término que da nombre a la especie camelopardalis proviene del griego camelopardale y del latín camelopardalis, que significa «camello leopardo». Julio César introdujo la primera jirafa en Europa traída de sus campañas en Asia Menor y Egipto, donde conoció a Cleopatra.

Sin tener claro qué animal era, los romanos la bautizaron cameleopardo, un cruce entre camello y leopardo, convirtiéndose en el nombre científico que se utiliza hasta hoy. Por su apariencia peculiar, la jirafa fue una fuente de fascinación en diversas culturas, tanto antiguas como modernas, y apareció con frecuencia en pinturas, libros y dibujos animados. En 2016, la UICN pasó de clasificarla como una especie bajo preocupación menor a clasificarla como una especie vulnerable, al observarse una disminución de la población de hasta el 40 % en el período 1985-2015. Sin embargo, todavía existe un gran número de jirafas en los parques nacionales y reservas de caza.

La Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN por su sigla en inglés International Union for Conservation of Nature) es una organización internacional dedicada a la conservación de los recursos naturales. Fue fundada en octubre de 1948, en el marco de una conferencia internacional celebrada en Fontainebleau, Francia. Tiene su sede en Gland, Suiza. La UICN es la organización medioambiental más grande del mundo, con más de mil doscientos miembros gubernamentales y no gubernamentales, además de unos once mil expertos voluntarios en cerca de ciento sesenta países. Para su labor, la UICN cuenta con el apoyo de un personal compuesto por más de mil empleados, repartidos en cuarenta y cinco oficinas, y cientos de asociados de los sectores público, no gubernamental y privado de todo el mundo.

El nombre de «jirafa» tiene sus orígenes más antiguos conocidos en la palabra árabe zarafa, y posiblemente en alguna lengua africana. El nombre se traduce como «caminante rápido». La palabra árabe se derivó posiblemente de geri, el nombre somalí del animal. La forma italiana, giraffa, surgió en la década de 1590. Hubo varios deletreos diferentes en inglés, como jarraf, ziraph, y gerfauntz. La forma del inglés moderno, giraffe, se desarrolló en torno a 1600 desde el francés girafe. El nombre específico de la especie, camelopardalis, viene del latín. Otros nombres africanos para la jirafa incluyen Kameelperd (afrikáans), ekorii (Ateso), kanyiet (elgon), nduida (gikuyu), tiga (kalenjin y luo), ndwiya (kamba), nudululu (kihehe), ntegha (kinyaturu), ondere (lugbara), etiika (luhya), kuri (ma'di), oloodo-kirragata o olchangito-oodo (masái), lenywa (meru), hori (pare), lment (samburu) y twiga (swahili y otros) en el este; y tutwa (lozi), nthutlwa (shangaan), indlulamitsi (siswati), thutlwa (sotho), thuda (venda) y ndlulamithi (zulú) en el sur.

La jirafa pertenece al suborden Ruminantia, y muchos Ruminantia fueron descritos desde mediados del Eoceno en Asia Central, el Sudeste de Asia y América del Norte. Las condiciones ecológicas durante este período pueden haber facilitado su rápida dispersión. Junto con el okapi, la jirafa es una de las dos especies existentes de la familia Giraffidae. Anteriormente la familia fue mucho más amplia, ya que cuenta con más de diez géneros fósiles descritos. Sus parientes más cercanos conocidos son los climacocerátidos, ahora extintos. Estos, junto con la familia Antilocapridae (cuya única especie existente es el berrendo), pertenecen a la superfamilia Giraffoidea. Estos animales evolucionaron durante el Mioceno a partir de la familia extinta Palaeomerycidae en el centro-sur de Europa, hace ocho millones de años.

Aunque algunos jiráfidos antiguos, como Sivatherium, tenían cuerpos masivos y compactos, otros, como Giraffokeryx, Palaeotragus —el posible ancestro del okapi—, Samotherium y Bohlinia eran más alargados. Bohlinia penetró en China y el norte de la India en respuesta al cambio climático. A partir de ahí evolucionó el género Giraffa, que entró en África hace aproximadamente siete millones de años. Otros cambios climáticos causaron la extinción de las jirafas de Asia, mientras que las jirafas de África sobrevivieron, desarrollándose en varias nuevas especies. G. camelopardalis surgió hace aproximadamente un millón de años en África oriental durante el Pleistoceno. Algunos biólogos sugieren que la jirafa moderna desciende de G. jumae; otros mantienen que G. gracilis es un candidato más probable. Se cree que el principal motor de la evolución de las jirafas fue la transformación de extensos bosques a hábitats más abiertos, un proceso que comenzó hace ocho millones de años. Algunos investigadores plantearon la hipótesis de que el nuevo hábitat conllevó una dieta diferente, incluyendo las hojas de acacia, lo que puede haber expuesto los antepasados de la jirafa a toxinas que causaron altas tasas de mutación y una mayor velocidad de evolución.

La jirafa fue descrita por primera vez en 1758 por Carlos Linneo, quien le dio el nombre binomial Cervus camelopardalis. Morten Thrane Brünnich clasificó el género Giraffa en 1772. En el siglo XIX, Jean-Baptiste Lamarck sugirió que el largo cuello de la jirafa es una «característica adquirida», desarrollada cuando generaciones de jirafas ancestrales se esforzaron por alcanzar las hojas de árboles altos. Esta teoría fue finalmente rechazada, y los científicos creen ahora que el cuello de la jirafa se alargó por la selección natural darwiniana, es decir que jirafas ancestrales con cuellos largos tenían una ventaja competitiva que les permitió reproducirse mejor y transmitir sus genes con mayor éxito.

Carlos Linneo fue un científico, naturalista, botánico y zoólogo sueco. Considerado el creador de la clasificación de los seres vivos o taxonomía.

Hasta 2016 reconocían hasta nueve subespecies. Un análisis del ADN nuclear y mitocondrial mostró claramente que las jirafas no pertenecen a una sola especie, sino a cuatro especies diferentes. Las especies y sus subespecies, considerando el más reciente estudio genético, serían las siguientes (con estimaciones de población que datan de 2010):

Giraffa camelopardalis:

La jirafa nubiana, G. c. camelopardalis, es la subespecie nominal que se encuentra en el oriente de Sudán del Sur y el suroeste de Etiopía. Se cree que menos del 250 ejemplares viven en estado salvaje, aunque este número es incierto. Es raro en cautiverio, aunque existe un grupo en el zoológico de Al Ain en Emiratos Árabes Unidos. En 2003, este grupo contaba 14 miembros.

La jirafa de Kordofán, G. c. antiquorum, tiene una distribución que incluye el sur de Chad, el norte de Camerún, República Centroafricana, y el noreste de la República Democrática del Congo. Anteriormente, las poblaciones de Camerún se incluían en G. c. peralta, pero esto fue incorrecto. Se estima que esta subespecie tiene una población de menos de 3000 en estado salvaje. Existió una confusión considerable entre ésta subespecie y G. c. peralta respecto al número en cautiverio en los parques zoológicos. En el año 2007, se comprobó que todos los presuntos G. c. peralta en los zoológicos europeos, eran en realidad G. c. antiquorum. Tomando en cuenta esta corrección, cerca de 65 son mantenidos en zoológicos.

La jirafa de África Occidental, G. c. peralta, también conocida como jirafa de Niger o jirafa de Nigeria, es endémica del suroeste de Niger. Menos de 220 ejemplares permanecen en estado salvaje. Anteriormente se creía que las jirafas del norte de Camerún pertenecían a esta subespecie, pero se comprobó que en realidad pertenecen a G. c. antiquorum. Este error dio lugar a alguna confusión sobre su estatus en los zoológicos, pero en 2007, se estableció que todos los «G. c. Peralta» en los zoológicos europeos son en realidad G. c. antiquorum.2

La jirafa de Rothschild, G. c. rothschildi que lleva el nombre de Walter Rothschild, se conoce también como jirafa de Baringo o jirafa de Uganda y su área de distribución incluye partes de Uganda y Kenia. Su presencia en el sur de Sudán es incierta. Se estima que menos de 700 permanecen en estado salvaje, y más de 450 se encuentran en cautiverio en zoológicos.

Jirafas de Rothschild's en el Murchison Falls National Park en Uganda.

Giraffa reticulata:

La jirafa reticulada, G. r. reticulata, también conocida como la jirafa Somalia, es originaria del noreste de Kenia, sur de Etiopía, y Somalia. Se estima que quedan menos de 5000 en estado salvaje, y según los registros del Sistema Internacional de Información sobre Especies, más de 450 se encuentran en zoológicos.

Giraffa tippelskirchi:

La jirafa Masai, G. t. tippelskirchi, también conocido como la jirafa del Kilimanjaro, habita en el centro y sur de Kenia y Tanzania. Se estima que menos de 40 mil permanecen en estado salvaje, y cerca de 100 son mantenidos en zoológicos.

La jirafa de Zambia, G. t. thornicrofti, también conocida como jirafa de Thornicroft así nombrado en honor de Harry Scott Thornicroft, se limita al valle de Luangwa en el este de Zambia. Se estima que menos de 1500 permanecen en estado salvaje, y ninguno en los parques zoológicos.

La jirafa Masai es la subespecie más grande y alta del mundo.

Giraffa giraffa:

La jirafa de Sudáfrica, G. g. giraffa, se encuentra en el norte de Sudáfrica, el sur de Botsuana, el sur de Zimbabue, y el suroeste de Mozambique. Se estima que menos de 12.000 permanecen en estado salvaje, y alrededor de 45 se mantienen en zoológicos.

La jirafa de Angola o jirafa de Namibia, G. g. angolensis, se encuentra en el norte de Namibia, al suroeste de Zambia, Botsuana, y el oeste de Zimbabue. Un estudio genético de 2009 de esta subespecie indica que las poblaciones en el norte del desierto de Namib y Parque nacional Etosha constituyen una subespecie distinta. Se estima que menos de 20 mil ejemplares permanecen en estado salvaje; y alrededor de 20 se encuentran en los zoológicos

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Las subespecies de la jirafa se distinguen por los patrones de su pelaje. La jirafa reticulada y la jirafa Masai representan dos extremos por la forma de las manchas de su pelaje. La primera tiene manchas con formas redondeadas, mientras que la segunda las tiene dentadas. La anchura de las líneas que separan las manchas difieren también. La jirafa de África Occidental tiene líneas gruesas, mientras que la jirafa reticulada y la nubiana tienen líneas más delgadas. La jirafa de África Occidental también tiene un pelaje más claro que las demás subespecies.

Un estudio de 2007 sobre la genética de seis subespecies —las jirafas de África Occidental, Rothschild, reticulada, Masai, Angola y Sudáfrica— ya sugería que pueden tratarse de especies distintas en vez de subespecies. Basándose en la deriva genética en la ADN mitocondrial (ADNmt) y nuclear, el estudio deduce que las jirafas de estas poblaciones se encuentran en aislamiento reproductivo y no suelen entrecruzarse, a pesar de que no existen obstáculos naturales de acceso entre las poblaciones. Esto incluye las poblaciones adyacentes de las jirafas Rothschild, reticulada y Masai. La jirafa Masai también puede componerse de algunas especies separadas por el Gran Valle del Rift. Las jirafas reticulada y Masai tienen la mayor diversidad de ADN mitocondrial, lo que es coherente con el hecho de que las jirafas se originaron en África oriental. Las poblaciones más septentrionales evolucionaron a partir de la primera, mientras que las poblaciones meridionales evolucionaron a partir de esta última.

Las jirafas parecen elegir parejas con el mismo tipo de pelaje, el cual se define cuando son terneros. Las implicaciones de estos hallazgos para la conservación de las jirafas fueron resumidas por David Brown, el autor principal del estudio, quien afirmó a la BBC que «Agrupar todas las jirafas en una especie, oculta la realidad de que algunos tipos de jirafa están al borde de la extinción. Algunas de estas poblaciones sólo cuentan unos cientos de animales y necesitan protección inmediata». Según ese estudio la jirafa de África Occidental está más estrechamente relacionada con las jirafas de Rothchild y reticulada que a la jirafa de Kordofán. Sus ancestros pueden haber migrado desde el este hacia el norte de África y luego hacia su actual rango debido al desarrollo del desierto del Sahara. Durante el Holoceno, el lago Chad, en su estado más extenso, puede haber actuado como una barrera natural entre las jirafas de Kordofán y las de África Occidental.

El Cuaternario se divide en dos épocas: Pleistoceno, la primera y más larga del periodo, que incluye los siglos glaciales, y el Holoceno, la época reciente o postglacial que llega hasta la actualidad. Al Pleistoceno se le llama a veces "la era del Hombre", porque el género Homo evolucionó en este periodo. En el siguiente periodo, el Holoceno, los seres humanos fueron capaces de desarrollar una vida organizada en grupos sociales a la que llamamos civilización.

A lo largo del Pleistoceno se produjeron seis grandes glaciaciones. Entre ellas hubo otros tantos periodos interglaciares en los que el clima se hizo más cálido. Ahora estamos en el último periodo interglaciar. De momento.

El Holoceno es la época más reciente del periodo Cuaternario y, por tanto, de la Era Cenozoica, tan reciente que dura hasta hoy. Comenzó hace unos 12.000 años, en el 10.000 a. C, cuando el deshielo hizo subir más de treinta metros el nivel del mar. Esto provocó que Gran Bretaña, Indonesia, Japón, Taiwán, Nueva Guinea y Tasmania se separaran de sus respectivos continentes. Se formó el estrecho de Bering, que separa Siberia de Alaska, y se empezó a secar lentamente la zona del actual desierto del Sáhara, que hasta entonces había tenido clima suave, lluvias y vegetación.

Las jirafas adultas pueden alcanzar una altura de 5–6 m; los machos adultos son más grandes que las hembras. El macho adulto tiene un peso promedio de 1192 kg, y la hembra un promedio de 828 kg. A pesar de su largo cuello y largas patas, el cuerpo es relativamente corto. Los ojos, situados en ambos lados de la cabeza, son grandes y saltones y le dan una buena visión integral desde su gran altura. Puede distinguir colores y sus sentidos del oído y olor también son agudos. Para protegerse contra las tormentas de arena y las hormigas, puede cerrar sus orificios nasales musculares. Tiene una lengua prensil que mide unos 50 cm de largo. Es de color púrpura-negro, posiblemente para protegerla contra las quemaduras solares, y se utiliza para agarrar el follaje, así como para el aseo y la limpieza de la nariz del animal.

Derroche de sensualidad.

El labio superior también es prensil y se utiliza durante la recolección de follaje. Los labios, la lengua y el interior de la boca son cubiertos de papilas que dan protección contra las espinas. El pelaje tiene parches o manchas oscuras —que pueden ser de color naranja, castaño, marrón o casi negro— separados por pelo claro, generalmente de color blanco o crema. Los machos se vuelven más oscuros a medida que envejecen. El patrón del pelaje sirve como camuflaje, ya que se integra con los patrones de luz y sombra de los bosques de sabana. La piel debajo de las manchas oscuras son sitios para sistemas complejos de vasos sanguíneos y grandes glándulas sudoríparas, y pueden servir como ventanas para la termorregulación. La piel de una jirafa es mayormente gris. También es gruesa y permite desplazarse por bosques de arbustos espinosos sin lastimarse.

El pelaje puede servir como una defensa química, dado que los repelentes de parásitos que contiene dan al animal un olor característico. El pelaje contiene por lo menos 11 productos químicos aromáticos, aunque indol y 3-metilindol son los responsables de la mayor parte del olor. Como las machos tienen un olor más fuerte que las hembras, es posible que el olor también tenga una función sexual. A lo largo del cuello tiene una melena de pelos cortos y erectos. La cola mide un metro y termina en un largo mechón de pelo oscuro que sirve como defensa contra los insectos.

Ambos sexos tienen osiconos, estructuras prominentes que se parecen a cuernos; se forman a partir de cartílago osificado, y son cubiertos de piel y fusionados con el cráneo en los huesos parietales. Como están vascularizados, los osiconos pueden tener algún papel en la termorregulación, y también se utilizan en los duelos entre los machos. La apariencia de los osiconos permite distinguir el sexo o la edad de una jirafa: los osiconos de las hembras y los jóvenes son delgados y tienen un pequeño penacho de pelo en la parte superior, mientras que los osiconos de los machos adultos terminan en perillas y tienden a ser calvos en la parte superior. Una protuberancia mediana, más acentuada en los machos, emerge de la parte delantera del cráneo. Los machos desarrollan depósitos de calcio que forman protuberancias en el cráneo a medida que envejecen. Cuenta con múltiples senos craneales lo que resulta en un cráneo más ligero. Sin embargo, los cráneos de los machos se vuelven más pesados y más parecidos a un palo de golf cuando envejecen, lo que les ayuda a ser más dominantes en el combate. La mandíbula superior tiene un paladar ranurado y carece de dientes frontales. Los molares tienen una superficie rugosa.

La cabeza de una jirafa en el Zoológico de Melbourne.

Las patas delanteras y traseras de una jirafa tienen aproximadamente la misma longitud. El radio y cúbito de las patas delanteras están articulados por el carpo que funciona como una rodilla, aunque es estructuralmente equivalente a la muñeca humana. El pie tiene un diámetro de 30 cm, y el casco es 15 cm de alto en los machos y 10 cm en las hembras. La parte trasera de los cascos es baja y el espolón se encuentra cerca del suelo, lo que permite que el pie soporte el peso del animal. Carece de glándulas interdigitales. La pelvis, aunque es relativamente corta, tiene un ilion extendido en los extremos superiores. Solo tiene dos andaduras: caminar y galopar. Caminar se hace moviendo las patas simultáneamente en un lado del cuerpo, y a continuación hacer lo mismo en el otro lado. Al galope, las patas traseras se mueven alrededor de las patas delanteras antes de que los últimos se mueven adelante, y mantiene la cola acurrucada. Mientras está galopando, depende de los movimientos hacia delante y hacia atrás de la cabeza y del cuello para mantener el equilibrio y contrarrestar el impulso.

Puede alcanzar una velocidad máxima de hasta 60 km/h sobre distancias cortas, y puede sostener una velocidad de 50 km/h sobre una distancia de varios kilómetros. Descansa acostándose con su cuerpo sobre la parte superior de sus patas dobladas. Para acostarse, se arrodilla sobre sus patas delanteras y luego baja el resto de su cuerpo. Para ponerse de pie, se pone primero de rodillas y extiende sus patas traseras para elevar sus cuartos traseros. Finalmente endereza sus patas delanteras. A cada paso, balancea su cabeza. En cautiverio duerme intermitentemente alrededor de 4,6 horas por día, principalmente por la noche. Por lo general duerme acostado, aunque se registraron casos en que duerme de pie, particularmente entre jirafas de edad avanzada. Cuando acostado, tiene breves fases intermitentes de «sueño profundo», que se caracterizan por doblar el cuello hacia atrás para descansar la cabeza sobre la cadera o el muslo, una posición que, según se cree, indica sueño paradójico. Si la jirafa quiere agacharse para beber, o bien extiende lateralmente sus patas delanteras, o dobla sus rodillas. Las jirafas probablemente no serían buenos nadadores porque sus largas patas serían muy engorrosas en el agua, aunque es posible que puedan flotar. Al nadar, el tórax se lastraría por el peso de las patas delanteras, por lo que sería difícil que el animal pueda mover su cuello y sus patas en armonía o mantener su cabeza por encima de la superficie del agua.

¿Por qué tienen manchas las jirafas? ¿Qué determina su forma y su patrón? ¿Se heredan? Quizá resulte sorprendente, pero son incógnitas que los científicos todavía no han resuelto. Esa falta de certidumbre hizo que los investigadores Derek Lee y Monica Bond, que han estudiado jirafas en el norte de Tanzania desde 2011, se embarcaran en la búsqueda de la respuesta. Como describieron en un estudio publicado en la revista PeerJ, descubrieron que determinados aspectos del patrón de manchas de una jirafa son hereditarios y parecen influir en las probabilidades de supervivencia de una cría. En particular, las madres jirafa parecen transmitir la redondez y la textura (una medida conocida técnicamente como «tortuosidad») a las crías. Tener manchas más grandes y redondas parece estar vinculado a una mayor tasa de supervivencia entre las jirafas jóvenes, según determinó el estudio. Los autores señalan que no está del todo claro por qué podría ser así: hay quien plantea la hipótesis de que las manchas ayudan a los animales a camuflarse. Pero las manchas también podrían afectar a la capacidad del animal para regular su temperatura, además de contar con otras propiedades útiles todavía desconocidas.

«Nos dimos cuenta de que sabemos muy poco sobre los patrones del pelaje de los mamíferos en general. Nunca hemos analizado minuciosamente qué significan», afirma Lee, profesor adjunto e investigador en la Universidad del Estado de Pensilvania, que cofundó la organización de conservación Wild Nature Institute con Bond. Julian Fennessy, cofundador de la Giraffe Conservation Foundation y uno de los principales expertos mundiales en jirafas, que no participó en el estudio, afirmó que «los hallazgos son científicamente válidos e interesantes, pero se trata de un solo conjunto de pruebas». Según él, sería fantástico comparar su trabajo con la investigación realizada en jirafas en otras áreas y en especies diferentes. Lee explicó que la investigación más reciente y relevante sobre las manchas de las jirafas data de 1968, cuando una célebre experta en jirafas llamada Anne Innis Dagg descubrió pruebas de que el tamaño, la forma, el color y el número de las manchas eran probablemente hereditarios. Sin embargo, Lee dijo que nuestra comprensión de la genética ha avanzado drásticamente desde entonces y la investigación de Dagg se realizó en una población de zoológico relativamente pequeña. «Nadie había analizado a una población salvaje».

En 2012, Lee y Bond se introdujeron en la selva de Tanzania para aprender al respecto. Viajaron a las profundidades del parque nacional de Tarangire por carreteras estrechas que rara vez recorren los turistas. Luchando con «innumerables» moscas tsetsé, fotografiaron todas las jirafas que pudieron a lo largo de cuatro años. Observándolas durante la lactancia, también identificaron a unas 31 parejas de madres y crías. «Las jirafas hembra salvajes rara vez amamantan a una cría que no sea suya», explica Lee. Por su parte, determinar los patrones de las jirafas exige observación constante o análisis genéticos. Como resultado, «[la madre] es el único progenitor que podemos determinar con seguridad».

Lee, Bond y su coautor Douglas Cavener emplearon software de reconocimiento de patrones para analizar el corpus de fotografías que habían recopilado. Midieron 11 rasgos —como la redondez, el color, el tamaño, la cantidad y el parecido— para comprobar si los patrones de manchas se transmiten de madres a hijos, así como si el patrón afectaba a las posibilidades de supervivencia de las crías. Craig Holdrege, autor de The Giraffe’s Long Neck, explicó que el estudio presentaba «pruebas sólidas de que algunos aspectos de la forma de las manchas son hereditarios», pero añadió que la conclusión acerca del tamaño y la supervivencia era un poco más sospechosa. «Es demasiado fácil asumir que la correlación tiene que ver con el camuflaje y la protección, pero es una mera conjetura».

Lee se tomó las críticas con calma. «Cualquier cosa es posible, por eso la repetición es tan importante en la ciencia», explicó. Espera que su estudio proporcione al menos una base para futuras investigaciones, no solo de jirafas, sino también de otros animales. «Es solo el principio... Hay muchos mamíferos con patrones de pelaje complejos» sobre los que sabemos bien poco, añadió.

La jirafa tiene un cuello muy alargado que puede alcanzar hasta 2 m de longitud y que representa la mayor parte de la altura vertical del animal. La longitud del cuello es el resultado de un alargamiento desproporcionado de las vértebras cervicales, y no se debe a vértebras adicionales. Cada vértebra cervical tiene una longitud de más de 28 cm. Representan el 52-54% de la longitud de la columna vertebral de la jirafa; en comparación, un 27-33% es típico de los grandes ungulados similares, incluyendo el más cercano pariente vivo de la jirafa, el okapi. El alargamiento del cuello ocurre principalmente después del nacimiento, ya que las hembras tendrían dificultades de dar a luz a crías con las mismas proporciones del cuello que las jirafas adultas. La cabeza y el cuello son sostenidos por un ligamento nucal y músculos grandes que están anclados por largas espinas dorsales en la vértebra torácica anterior, dando al animal una joroba. Las vértebras del cuello tienen rótulas. La articulación atlas–axis (C1 y C2) en particular permite que la jirafa pueda inclinar la cabeza verticalmente para alcanzar las ramas más altas con la lengua. El punto de articulación entre las vértebras cervicales y torácicas de las jirafas ha sido desplazado hacia la primera y segunda vértebra torácica (T1 y T2), a diferencia de la mayoría de los demás rumiantes, donde la articulación se encuentra entre la séptima vértebra cervical (C7) y T1. Esto permite que C7 contribuye directamente al aumento de la longitud del cuello y ha dado lugar a la sugerencia de que T1 es realmente C8, y que las jirafas añadieron una vértebra cervical adicional.

Sin embargo, esta proposición no es generalmente aceptada, dado que T1 tiene otras características morfológicas, tales como la articulación de una costilla, considerado diagnóstico de vértebras torácicas, y porque las excepciones al límite de siete vértebras cervicales entre los mamíferos suelen caracterizarse por un aumento de anomalías neurológicas y enfermedades. Existen dos hipótesis principales sobre el origen evolutivo y la conservación de la elongación en el cuello de la jirafa. La «hipótesis de la competición entre ramoneadores» fue originalmente sugerida por Charles Darwin, y solo recientemente fue cuestionada. Esta hipótesis sugiere que la presión competitiva entre los ramoneadores más pequeños, como kudu, steenbok e impala, alentó a la elongación del cuello en la jirafa, ya que permitió acceso a alimentos fuera del alcance de especies competidoras. Esta ventaja es real, considerando que las jirafas se alimentan de follaje hasta una altura de 4,5 m, mientras que los competidores más grandes, como el kudu, solo logran ramonear hasta una altura de 2 m.

Charles Darwin fue eminentemente revolucionario en todos los sentidos.

También existen investigaciones que sugieren que hay una intensa competencia entre ramoneadores en los niveles más bajos, y que las jirafas se alimentan de forma más eficiente —ganando más biomasa de hojas con cada bocado— cuando se alimentan en las partes altas del dosel. Sin embargo, los científicos no están de acuerdo acerca del tiempo que las jirafas dedican a alimentarse a niveles más allá del alcance de los demás ramoneadores, y un estudio de 2010 encontró que las jirafas adultas con cuellos más largos incluso sufrieron tasas de mortalidad más altas durante sequías que sus contrapartes con cuellos más cortos. Este estudio sugiere que para mantener un cuello más largo se requiere más nutrientes, lo que pone las jirafas con cuellos largos en riesgo durante un periodo de escasez de alimentos. La segunda teoría principal, la hipótesis de la selección sexual, propone que los largos cuellos evolucionaron como una característica sexual secundaria, ya que confiere una ventaja a los machos durante los combates con los cuellos mediante los cuales se establece el dominio entre los machos rivales, lo que permite obtener acceso a las hembras sexualmente receptivas. El hecho de que los cuellos son más largos y más pesados en los machos que en las hembras de la misma edad, y que los machos no utilizan otras formas de combate, parece apoyar esta teoría.

Sin embargo, una objeción es que la teoría no explica por qué las hembras también tienen cuellos largos. La familia Giraffidae solo cuenta con dos especies; debido al característico cuello largo de la jirafa estudios genómicos han intentado explicar dicha particularidad en las jirafas. Al obtener la secuencia de los dos miembros de dicha familia y a través del análisis comparativo con otros mamíferos euterios, se identificaron 70 genes que presentan múltiples signos de adaptación de la jirafa. Estos genes codifican reguladores del desarrollo óseo, cardiovascular y nervioso. En otro estudio se alinearon las secuencias de las dos especies de la familia Giraffidae con las del ganado bovino (Bos taurus). El resultado fue que el largo cuello de la jirafa es probablemente el resultado de mutaciones en dos conjuntos de genes, uno de esos grupos controlando los patrones de expresión génica durante el desarrollo del cuello, y el otro grupo controlando la expresión de factores de crecimiento. A su vez también se vinculó un número de genes relacionados con la evolución de un sistema cardiovascular más potente para hacer frente al problema de un cuello más largo que también necesita el paso de sangre. Es por esto que la jirafa tiene algunos de los problemas fisiológicos más difíciles. Pero dichas adaptaciones o soluciones de la naturaleza en especial en lo referente a su sistema circulatorio puede ser útil para el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares y la hipertensión en los seres humanos.

En los mamíferos, el nervio recurrente laríngeo izquierdo es más largo que el derecho; en la jirafa es más de 30 cm más largo. Estos nervios son más largos en la jirafa que en cualquier otro animal vivo; el nervio izquierda tiene una longitud de más de 2 m. Cada célula nerviosa en esta conducción se inicia en el tronco cerebral y pasa por el cuello a lo largo del nervio vago, y luego se ramifica en el nervio recurrente laríngeo que pasa de nuevo por el cuello hasta la laringe. Por lo tanto, estas células nerviosas tienen una longitud de casi 5 m en las jirafas más grandes. La estructura del cerebro de una jirafa se asemeja a la del ganado doméstico. La forma del esqueleto solo permite un volumen de pulmón pequeño en relación a su masa. Su largo cuello le da una gran volumen de espacio muerto, a pesar de su estrecha tráquea. Estos factores aumentan la resistencia al flujo de aire. No obstante, el animal puede suministrar suficiente oxígeno a sus tejidos.

El sistema circulatorio de la jirafa tiene varias adaptaciones para su gran altura. Su corazón, que puede pesar más de 11 kg y que mide aproximadamente 61 cm de largo, debe generar aproximadamente el doble de la presión sanguínea requerida para un ser humano para mantener el flujo de sangre al cerebro. Por lo tanto, la pared del corazón puede ser tan gruesa como 7,5 cm. A 150 latidos por minuto, la jirafa tiene un pulso cardiaco inusualmente alto para su tamaño. En la parte superior del cuello, un sistema de regulación de la presión, conocido como rete mirabile, previene el exceso del flujo de sangre al cerebro cuando la jirafa baja su cabeza. Las venas yugulares también contienen varios (por lo general siete) válvulas para prevenir que la sangre fluya hacia la cabeza desde la vena cava inferior y aurícula derecha, cuando la jirafa baja la cabeza. En cambio, los vasos sanguíneos en las patas inferiores están bajo gran presión (debido al peso del fluido que está presionando hacia abajo). Para resolver este problema de sobrepresión, la piel de las extremidades inferiores es espesa y apretada; esta adaptación previene un exceso de sangre en las patas. La jirafa tiene músculos esofágicos inusualmente fuertes para poder regurgitar alimentos del estómago hasta el cuello y en la boca para rumiar. Al igual que otros rumiantes, tiene un estómago de cuatro cámaras, de las cuales la primera está adaptada a su dieta especializada. Los intestinos de la jirafa tienen una longitud de 80 m y la proporción entre el intestino pequeño y grueso es relativamente pequeña. El hígado es pequeño y compacto. Una vesícula biliar está generalmente presente durante la vida fetal, pero puede desaparecer antes del nacimiento.

¿Habrías sido capaz de cazar una jirafa con 12 años? Pues Aryanna Gourdin sí. La niña se fue de cacería con su padre a Sudáfrica y contenta con la experiencia quiso compartir su felicidad en las redes sociales publicando sus fotos en sus cuentas de Twitter y Facebook. Lo malo es que en sus imágenes pudo verse a Aryanna Gourdin, que vive en la ciudad estadounidense de Utah, con un rifle en la mano y posando junto a una jirafa y una cebra muertas. Supuestamente las abatió ella misma en la cacería en Sudáfrica. Además, una de las fotos que más impactaron e indignaaron en las redes sociales es una en la que la niña aparece con el corazón de la jirafa en la mano y muestra la cara pintada con la sangre del animal.

Las jirafas habitan generalmente en sabanas, pastizales y bosques abiertos. Prefieren bosques abiertos de Acacia, Commiphora, Combretum y Terminalia en vez de entornos más densos, como los bosques de Brachystegia. La jirafa de Angola suele habitar en ambientes desérticos. Ramonea las ramas de los árboles, con una preferencia para los árboles de los géneros Acacia, Commiphora, y Terminalia, que son fuentes importantes de calcio y proteínas necesario para la tasa de crecimiento de la jirafa. También se alimenta de arbustos, hierbas y frutas. Come alrededor de 34 kg de follaje diariamente. Cuando esta estresada, puede masticar la corteza de ramas. Aunque es herbívora, se ha observado a jirafas que visitan a las carcasas de animales muertos para lamer la carne seca de los huesos.

La altura les brinda una importante ventaja en su alimentación, ya que no compiten con otro tipo de fauna para acceder a la vegetación. Solo los elefantes más grandes podrían alcanzar las hojas más altas de los árboles de acacia, pero esto no representa un conflicto que afecte los hábitos de alimentación de ambas partes. Durante la estación lluviosa, la comida es abundante y las jirafas son más dispersas, mientras que durante la estación seca, se concentran alrededor de los árboles y arbustos de hoja perenne restantes. Las madres tienden a alimentarse en zonas abiertas, probablemente para facilitar la detección de depredadores, a pesar de que esto puede reducir la eficiencia de alimentación. Como rumiante, la jirafa primero masca su alimento, se lo traga para su procesamiento y luego pasa visiblemente el bolo alimenticio medio digerido hasta el cuello y en la boca para masticarla nuevamente. Es común que salive cuando se alimenta. La jirafa requiere menos alimento que muchos otros herbívoros, porque el follaje que consume contiene una mayor concentración de nutrientes y porque tiene un sistema digestivo más eficiente. Las heces se presentan en forma de pequeñas bolitas.

Cuando cuenta con acceso al agua, bebe a intervalos no superior a tres días. Las jirafas tienen un efecto notable sobre los árboles que utilizan para alimentarse, lo que retrasa el crecimiento de los árboles jóvenes durante varios años y crea una característica «cintura» en los árboles más altos. La alimentación se concentra principalmente durante las primeras y últimas horas del día. Entre estas horas suele estar de pie rumiando. La rumiación es también la actividad dominante durante la noche, cuando se practica principalmente acostado.

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Por lo general las jirafas se encuentran en grupos, aunque son grupos abiertos cuya composición tiende a cambiar constantemente. Tienen pocos vínculos sociales fuertes y las agrupaciones suelen cambiar de miembros cada pocas horas. Para fines de investigación, el «grupo» fue definido como «un conjunto de individuos que se encuentran a menos de un kilómetro de distancia y que se mueve en la misma dirección general». El número de jirafas en un grupo puede variar hasta incluir 32 individuos. Los grupos más estables son los que están compuestos de las madres y sus crías, que pueden permanecer juntas durante semanas o incluso meses. La cohesión social en estos grupos se mantiene a través de los lazos que se forman entre las crías. También ocurren grupos mixtos compuestos de hembras adultas y machos jóvenes. Los machos subadultos son particularmente sociales y participan en peleas simuladas. Sin embargo, a medida que crecen los machos se vuelven más solitarios. Las jirafas no son territoriales, aunque tienen un área de vida. Ocasionalmente los machos vagan lejos de las zonas que frecuentan normalmente. La reproducción es largamente polígama: unos machos mayores se aparean con las hembras fértiles. Los machos evalúan la fertilidad probando la orina de la hembra para detectar estrogenos en un proceso de varios pasos conocido como la respuesta Flehmen.

La respuesta Flehmen, también llamada posición de Flehmen, o la reacción de Flehmen, (del alemán flehmen - de animales, que significa arrugar el labio superior), es un tipo particular de movimiento de retracción en los labios en ungulados, félidos, y muchos otros mamíferos, que facilita la transferencia de productos químicos odorantes en el órgano vomeronasal o de Jacobson. En la reacción o reflejo de Flehmen, los animales retraen sus labios de una forma que hace que parecen estar haciendo una mueca. Este gesto se adopta para ayudar así a exponer el órgano vomeronasal y atraer las moléculas del olor hacia él. Este comportamiento permite que los animales detecten odorantes, por ejemplo de la orina, de otros miembros de su especie. Permite que los animales determinen varios factores, incluyendo la presencia o la ausencia del celo, el estado fisiológico del animal, y cuánto tiempo hace que el animal pasó cerca. Esta respuesta particular es la más reconocible en sementales al oler la orina de una yegua en celo.

Los machos prefieren hembras adultas jóvenes en vez de hembras menores o adultas mayores. Cuando detecta a una hembra en celo, el macho intentará cortejarla. Durante el cortejo, el macho dominante mantendrá a distancia a los machos subordinados. Durante la cópula, el macho se coloca en sus patas traseras con la cabeza arriba y sus patas delanteras descansando en los flancos de la hembra. Aunque por lo general son silenciosas y no vocales, las jirafas pueden utilizar varios sonidos para comunicarse entre ellas. Durante el cortejo, los machos emiten toses fuertes. Las hembras llaman a sus crías con mugidos. Las crías emiten resoplidos, balidos, mugidos y sonidos parecidos a maullidos. Las jirafas también producen sonidos como roncas, siseos, gemidos y silbidos; a largas distancias se comunican entre ellas utilizando infrasonido.

Tras una gestación que dura 400-460 días, la hembra normalmente da a luz a una sola cría, aunque en raras ocasiones pueden nacer gemelos. La hembra da a luz de pie. El ternero emerge primero con la cabeza y las patas delanteras, después de romper las membranas fetales, y cae al suelo, cortando el cordón umbilical. Luego la madre limpia el recién nacido y le ayuda a ponerse de pie. Una jirafa recién nacida tiene una altura de aproximadamente 1,8 m. A las pocas horas de nacer, la cría puede correr y es casi indistinguible de un ternero de una semana de edad. Sin embargo, durante las primeras 1 a 3 semanas, pasa la mayor parte del tiempo escondiéndose; el patrón de su pelaje proporciona un camuflaje adecuado.

Los adultos son un rollo.

Dentro de pocos días después de nacer se ponen erectos los osíconos, que permanecieron planas mientras estaba en el útero. Las hembras con crías suelen agruparse en manadas de crías, ramoneando y moviéndose juntas. Ocasionalmente, algunas hembras en una manada de crías pueden dejar a sus crías con otra hembra mientras se alimentan y beben en otro lugar. Esto se conoce como «guardería de jirafas». Los machos adultos no desempeñan un papel notable en la crianza de los jóvenes, aunque parecen tener interacciones amistosas. Los terneros están en riesgo de depredación, y una hembra permanecerá encima de su ternero y dará patadas al depredador que se acerca. Las hembras que vigilan los terneros en una guardería de jirafas solo alertarán a sus propias crías si detectan una perturbación o peligro, aunque los demás terneros se darán cuenta y la seguirán también. El vínculo entre la hembra y su cría varía, aunque puede durar hasta el siguiente parto. Así mismo, los terneros pueden mamar por tan solo un mes o hasta un año. Las hembras alcanzan la madurez sexual cuando tienen cuatro años de edad, mientras que los machos maduran a los cuatro o cinco años. Sin embargo, los machos tienen que esperar hasta que tengan por lo menos siete años para ganar la oportunidad de aparearse.

Un equipo internacional de científicos secuenció en 2016 por primera vez el genoma de la jirafa ('Giraffa camelopardalis') y su pariente más cercano, el okapi ('Okapia johnstoni'). Estos dos animales presentan secuencias de genes muy parecidas porque divergieron de un ancestro común hace entre 11 y 12 millones de años, un tiempo relativamente reciente para la escala evolutiva.

La secuenciación del ADN de la jirafa aportaba las primeras pistas sobre los cambios genéticos que dieron lugar al cuello excepcionalmente largo de esta especie, acabando con el misterio.

"La estatura de la jirafa, dominada por su largo cuello y largas patas, con una altura total que puede alcanzar los seis metros, es una proeza extraordinaria de la evolución que ha impresionado y maravillado desde hace unos 8.000 años. Hace tanto tiempo que aparece incluso en las famosas esculturas de piedra en Dabous en la República de Níger, África", explicaba Douglas Cavener, investigador de la Universidad Estatal de Pensilvania (EE UU), que dirigió el equipo de investigación junto con Morris Agaba, del Instituto Africano Nelson Mandela para la Ciencia y la Tecnología en Tanzania (África).

Las jirafas de Dabous forman parte de una serie de petroglifos neolíticos de autor desconocido que se encuentran en el desierto de Teneré, en Níger. Completadas entre el 9000 y el 5000 a.C., las jirafas fueron documentadas por primera vez por David Coulson en 1997 mientras viajaba con una expedición fotográfica por Níger, en África, aunque su descubrimiento se debe a Christian Dupuy, en 1987, en la región de los tuareg. Los relieves, de unos 6 metros de altura, consisten en dos jirafas grabadas en un lugar llamado Roca de Dabous, con gran cantidad de detalles, sobre la ladera inclinada de un pequeño afloramiento rocoso de arenisca en las primeras estribaciones de las montañas de Air. Una de las jirafas es macho, mientras que la otra, más pequeña, es hembra. En los alrededores se han encontrado 828 imágenes grabadas en las rocas, de las que 704 son animales (bóvidos, jirafas, avestruces, antílopes, leones, rincerontes y camellos), 61 son humanas y 159 son indeterminadas. La Fundación Bradshaw es la encargada de la protección y la preservación de este petroglifo.

Para identificar los cambios genéticos que podrían ser responsables de las características únicas de la jirafa, incluida su velocidad en carrera corta, que puede alcanzar los 60 km/h, Cavener y Agaba compararon las secuencias de genes codificantes de la jirafa y el okapi con más de 40 de otros mamíferos como la vaca, la oveja, la cabra, el camello y los seres humanos.

"Los cambios evolutivos necesarios para construir la imponente estructura de la jirafa, equiparla con las modificaciones necesarias para un esprint de alta velocidad y otorgarle unas funciones cardiovasculares potentes han sido una fuente de misterio científico desde hace más de dos siglos, cuando Charles Darwin se preguntó por primera vez por sus orígenes evolutivos", añadió Cavener.

El corazón de la jirafa debe bombear sangre dos metros hacia arriba para que pueda llegar a su cerebro. Esta hazaña es posible porque su corazón ha evolucionado para tener un ventrículo izquierdo inusualmente grande. Además, tiene la presión arterial dos veces más alta que otros mamíferos.

Los investigadores hallaron que varios genes que regulan el desarrollo del sistema cardiovascular o que controlan la presión arterial se encuentran entre los que muestran signos de adaptación en la jirafa. Algunos de ellos controlan tanto el desarrollo cardiovascular como el del esqueleto, lo que sugiere la intrigante posibilidad de que la estatura de la jirafa y su sistema cardiovascular evolucionaron en armonía mediante cambios en un pequeño número de genes. "A pesar de esta estrecha relación evolutiva, el okapi se parece más a una cebra y carece de la imponente altura de la jirafa y sus impresionantes capacidades cardiovasculares. Por estas dos razones, su secuenciación la hemos utilizado para identificar algunos cambios genéticos únicos de las jirafas", comentó Douglas Cavener.

El milenario okapi.

Al comparar los genomas de la jirafa y del okapi, dedujeron que el largo cuello de la jirafa se puede atribuir a los cambios genéticos en dos conjuntos de proteínas: uno que controla la expresión génica durante el desarrollo del cuerpo y las extremidades, y otro la expresión de genes controladores de factores de crecimiento. Los científicos también descubrieron pistas genéticas de la evolución de su largo cuello y patas. "Sus vértebras cervicales y los huesos de las patas han evolucionado para ampliarse", señalaba Cavener. Los científicos hallaron 70 genes que mostraron signos de múltiples adaptaciones. "Estas adaptaciones incluyen sustituciones únicas de secuencias de aminoácidos que alteran la función de ciertas proteínas", explicaba el científico.

Las poblaciones de jirafas han disminuido en un 40% en los últimos 15 años debido a la caza furtiva y a la pérdida de su hábitat natural. Con este trabajo, los expertos esperan llamar la atención sobre la situación de esta singular especie, porque “a este ritmo de declive, el número de jirafas en la naturaleza caerá por debajo de 10.000 a finales de este siglo. Algunas subespecies de jirafa ya se tambalean al borde de la extinción", concluyeron.

Los machos utilizan sus cuellos o pescuezos como armas en el combate con rivales, un comportamiento conocido en inglés como «necking». El combate de cuellos se utiliza para establecer el dominio entre los machos; los machos que ganan estos duelos tienen mayor éxito reproductivo. Este comportamiento se produce a baja o alta intensidad. En duelos de baja intensidad, los combatientes se frotan y se apoyan con el cuello el uno contra el otro. El macho que logra mantenerse más erecto gana el duelo. En duelos de alta intensidad, los machos extenderán sus patas delanteras y pivotarán el cuello para golpear el otro con gran fuerza con sus osiconos. Los contendientes tratarán de esquivar los golpes de cada uno y luego prepararse para contrarrestar. La fuerza de los golpes depende del peso del cráneo y el arco de la oscilación. Un duelo puede durar más de media hora, dependiendo del equilibrio de fuerzas entre los contendientes. Aunque la mayoría de los duelos no resulta en lesiones graves, existen registros de fracturas de mandíbulas, fracturas de cuellos e incluso muertes. Después de un duelo, es común que los dos machos se acaricien y cortejen, conduciendo a la monta y al clímax. Se descubrió que tal interacción entre machos ocurre con mayor frecuencia que el acoplamiento heterosexual. En un estudio, se registró que hasta un 94% de los incidentes de monta ocurrieron entre machos. La proporción de las actividades del mismo sexo variaba de 30 hasta 75%. Solo 1% de los incidentes de monta del mismo sexo se produjo entre hembras.

Las jirafas tienen una esperanza de vida de hasta 25 años en estado salvaje, excepcionalmente longeva en comparación con otros rumiantes. Debido a su tamaño, su buena vista y sus poderosas patadas, las jirafas adultas por lo general no están sujetas a la depredación. Sin embargo, pueden ser depredadas por leones, e incluso son presas habituales para ellos en el Parque nacional Kruger. Los cocodrilos del Nilo también pueden representar una amenaza para las jirafas cuando se agachan para beber. Los terneros son mucho más vulnerables que los adultos, y son también depredados por leopardos, hienas manchadas y perros salvajes. Entre un cuarto y la mitad de los terneros alcanzan la edad adulta. Para prevenir ataques de depredadores terrestres mientras beben, las jirafas viajan en pequeños grupos y se turnan para agacharse. Una o dos de ellas se encargan de mirar a diferentes direcciones mientras las otras permanecen inclinadas bebiendo líquido. Al terminar, es su turno de vigilar. Ante ataques de cocodrilos no hay mucho que puedan hacer, pues al recibir una mordedura en el cuello, el cuerpo pierde equilibrio hacia adelante.

Las jirafas se ven afectadas por diferentes parásitos. A menudo son anfitriones de garrapatas, especialmente en el área alrededor de los genitales donde la piel es más delgada que en otras áreas. Las especies de garrapatas que comúnmente se alimentan de las jirafas pertenecen a los géneros Hyalomma, Amblyomma y Rhipicephalus. Las jirafas dependen de aves como el picabueyes piquigualdo y picabueyes piquirojo para librarlos de las garrapatas y alertarlos al peligro. Las jirafas albergan numerosas especies de parásitos internos y son susceptibles a diversas enfermedades. Fueron víctimas de la peste bovina, una enfermedad viral (ahora erradicada).

Las imágenes de una cámara trampa nocturna sacadas en el parque nacional del Serengueti, en Tanzania, en 2018, revelan cómo las jirafas sirven de «bed & breakfast».

Para algunas pequeñas aves africanas, la mejor forma de garantizar un desayuno en la cama es dormir sobre el plato en el que cenan, aunque este sea la axila de una jirafa. Los científicos saben que los picabueyes piquigualdos suelen posarse sobre enormes mamíferos africanos como las jirafas, los búfalos de agua y los antílopes eland durante el día, una relación normalmente beneficiosa para el anfitrión, que consigue una piel más limpia y sana. Podemos ver a estas pequeñas aves marrones posadas sobre los animales, hurgando en su pelo en busca de parásitos sabrosos como garrapatas. Pero una rara serie de fotografías de un gran estudio plurianual con cámaras trampa en el parque nacional del Serengueti, Tanzania, reveló que las aves también se posan sobre algunos de sus anfitriones durante la noche. La National Geographic Society aportó financiación para el proyecto, llamado Snapshot Serengeti, dirigido por el experto en leones Craig Packer.

«Los ves encima de la jirafa y están justo ahí metidos», afirmó Meredith Palmer, candidata en su momento a doctora en ecología de la conducta en la Universidad de Minnesota. «Es un lugar muy seguro y cómodo para las aves». Palmer, que dirigió un nuevo estudio sobre estos bed & breakfast en las jirafas en el African Journal of Ecology, cree que esta conducta también podría ser una maniobra territorial para disuadir a la competencia.

Picabueyes piquigualdos duermen bajo una jirafa en esta imagen de una cámara trampa nocturna.

Su primo cercano, el picabueyes piquirrojo, es pequeño y tiene un pico más versátil que le permite alimentarse de parásitos que afectan a un repertorio más amplio de anfitriones como las cebras, los impalas y los ñus. Como el picabueyes piquigualdo tiene un menú más reducido, tiene sentido que vigile más su pan de cada día, incluso si eso significa dormir sobre él. «Cuando encuentras [un anfitrión], vale la pena quedarse para que no se vaya», afirma.

Los picabueyes piquigualdos anidan en árboles o en otro tipo de vegetación cuando llega el momento de poner huevos. Pero el resto del tiempo se contentan con posarse sobre una jirafa: en ocasiones pueden verse hasta siete aves reunidas en una sola axila. «Imagino que debe picar bastante tener siete pájaros encima», bromeaba Palmer. Tiffany Plantan, que ha estudiado a los picabueyes pero no participó en el estudio de Palmer, elogió la investigación diciendo que «este es, que yo sepa, el primer estudio que examina la conducta de estas aves por la noche».

«Abre un mundo de posibles preguntas que hacerse, especialmente sobre las diferencias entre las dos especies de picabueyes y su comportamiento nocturno», afirmó Plantan, ecóloga de la Universidad de Miami. Ha observado a picabueyes piquirrojos echándose siestas sobre búfalos y otros animales durante el día, pero nunca había visto este comportamiento por la noche. Asimismo, las cámaras trampa del Serengueti no han captado imágenes de picabueyes piquirrojos reposando sobre sus anfitriones.

Picabueyes piquigualdos posados en la cabeza de un búfalo de agua.

Otra diferencia es que los picabueyes piquirrojos tienen picos más pequeños y cortantes que los piquigualdos, lo que permite a cada especie comer tipos de garrapatas diferentes.

Sin embargo, los paladares de las aves no se limitan a parásitos chupasangres. Los picabueyes se alimentan de una amplia gama de fluidos de sus anfitriones, como las mucosidades o la sangre. «Se comen el pringue de los ojos y las secreciones de la nariz y la boca. Son oportunistas», afirma Plantan.

Pero la relación podría no ser del todo mutua. Los picabueyes piquirrojos tienen algunos rasgos «vampíricos» y suelen picar las heridas abiertas de sus anfitriones. Plantan dice que ha observado a picabueyes piquirrojos perforando la piel de los asnos con el pico, al estilo de los pájaros carpinteros, para alimentarse de su sangre.

Los seres humanos interactuaron con las jirafas durante milenios. El pueblo san del sur de África tienen bailes medicinales con los nombres de algunos animales; el baile de la jirafa se realiza para tratar dolencias de la cabeza. El origen de la altura de la jirafa ha sido el tema de varios cuentos africanos, incluyendo uno que relata que la jirafa creció por comer demasiadas hierbas mágicas. Las jirafas fueron representadas en el arte tradicional en todo el continente africano, incluyendo el de los kifianos, egipcios, meroíticos y nubios. Los kifianos crearon un grabado rupestre de dos jirafas de tamaño natural el cual ha sido caracterizado como el «más grande petroglifo de arte rupestre del mundo». Los egipcios dieron su propio jeroglífico a la jirafa, llamado «sr» en egipcio antiguo y «mmy» en períodos posteriores. También mantuvieron jirafas como mascotas y las enviaron a varios sitios en la región del Mediterráneo.

Peine con jirafa. Egipto 3500 AC.

La jirafa también se conocía en la Antigua Grecia y Antigua Roma, donde se creía que se trataba de un híbrido natural de un camello y un leopardo y lo llamaron camelopardalis. La jirafa fue uno de los muchos animales capturados y exhibidos por los romanos. La primera jirafa en Roma fue traída por Julio César en 46 a. C. y exhibida al público. Con la caída del imperio romano, disminuyó también el número de jirafas alojadas en Europa. Durante la Edad Media, los europeos solo conocieron las jirafas mediante el contacto con los árabes, que veneraron a la jirafa por su aspecto peculiar. En 1414, una jirafa fue enviado de Malindi a Bengala. Luego fue llevada a China por el explorador Zheng He y colocada en un zoológico de la Dinastía Ming. El animal fue una fuente de fascinación para el pueblo chino, que la asoció con el mítico Qilin. La «jirafa de Medici» era una jirafa presentada a Lorenzo de Medici en 1486. Causó gran agitación a su llegada a Florencia. Otra jirafa famosa era la que fue traída de Egipto a París a principios del siglo XIX como regalo de Mehmet Alí de Egipto a Carlos X de Francia. La jirafa se convirtió en una sensación y el objeto de numerosos memorativos o «giraffanalia».

Las jirafas continúan teniendo una presencia en la cultura moderna. Salvador Dalí las representó con crines conflagrados en algunas de sus pinturas surrealistas. Consideró la jirafa un símbolo de masculinidad, y una jirafa en llamas representaba un «monstruo cósmico y apocalíptico masculino». Varios libros para niños incluyen la jirafa, tales como The Giraffe Who Was Afraid of Heights por David A. Ufer, Giraffes Can't Dance de Giles Andreae, y La jirafa, el pelícano y el mono de Roald Dahl. Las jirafas aparecieron en películas de animación, como personajes menores en El Rey León y Dumbo de Disney, y en un papel más prominente en las películas The Wild y Madagascar. Sofía la jirafa ha sido popular como mordedor para niños desde 1961. Otra famosa jirafa de ficción es la mascota de Toys "R" Us conocida como Geoffrey la jirafa.

Melman, la hipocondríaca jirafa de la película Madagascar.

La jirafa es también el animal nacional de Tanzania. La jirafa fue también utilizada para algunos experimentos y descubrimientos científicos. Los científicos analizaron las propiedades de la piel de la jirafa para desarrollar trajes para astronautas y pilotos de combate porque las personas en estas profesiones corren el riesgo de perder el conocimiento si la sangre fluye hacia las patas. Los científicos en computación modelaron los patrones del pelaje de varias subespecies de la jirafa utilizando mecanismos de reacción-difusión. La constelación de Camelopardalis, introducida en el siglo XVII, representa una jirafa. El pueblo tsuana de Botsuana consideró a la constelación Crux como dos jirafas: Acrux y Mimosa representando un macho, y Gacrux y Delta Crucis representando una hembra.

La Constelación de Camelopardalis, La Jirafa, es una gran constelación, que ocupa unos 756,8 grados cuadrados, está conformada por unas 152 estrellas, siendo su estrella principal Beta Camelopardalis, en esta constelación se da una lluvia de meteoros conocida con el nombre de Camelopardálidas de octubre, sus constelaciones vecinas o colindantes son Auriga, Cassiopeia, Cepheus, Draco, Lynx, Perseus, Ursa Major, Ursa Minor. Esta constelación está ubicada entre las constelaciones de Auriga y las dos Osas. El nombre de esta constelación proviene de “camello-leopardo” puesto que los griegos alegaban que tenía cabeza de camello y machas de leopardo. La constelación Camelopardalis, La Jirafa está situada entre las constelaciones de Auriga y las dos Osas. El Mejor mes para observar esta constelación es durante el mes de febrero. Esta es una de las constelaciones introducidas por Petrus Plancius, quien fue un reconocido teólogo, cartógrafo y astrónomo flamenco.

Las jirafas eran probablemente objetivos comunes para cazadores a lo largo de África. Las diferentes partes del cuerpo se utilizaron para varios propósitos. La carne fue utilizada como alimento. Los pelos de la cola sirvieron como matamoscas, pulseras, collares e hilo. La piel se utilizó para fabricar escudos, sandalias y tambores, y los tendones sirvieron como cuerdas de los instrumentos musicales. Los curanderos de Buganda utilizaron el humo de la quema de piel de jirafa para el tratamiento de hemorragias nasales. En el pueblo de los Humr de Sudán se consume la bebida Umm Nyolokh, que se hace del hígado y médula ósea de jirafas. A menudo contiene DMT y otras sustancias psicoactivas derivadas de las plantas que las jirafas comen, como el Acacia, y se dice que causa alucinaciones de jirafas, las cuales serían fantasmas de jirafas, según los Humr. En el siglo XIX, los exploradores europeos comenzaron a cazar las jirafas por diversión. La jirafa también sufrió los efectos de la destrucción de hábitat: Aunque la jirafa puede coexistir con el ganado, ya que no compiten directamente por alimentos, en el Sahel la demanda de leña y de zonas de pastoreo para el ganado condujeron a la deforestación.

No se puede decir que los humanos nos quedemos cortos en lo que respecta a intervenir la química cerebral con sustancias que agitan el enmarañado de neuronas en pos de estados alterados de conciencia. Al contrario, desde el comienzo de sus días, el mono parlante se ha empeñado en ampliar la vasta farmacopea a su disposición para sacudir los grilletes de la sobriedad y abrir las puertas de la percepción de par en par. Tal es el caso con cientos de plantas y hongos ansiados por sus dotes psicoactivas, catalizadoras de rituales, sazonadoras de la recreación, válvulas de escape de contextos opresivos o facilitadores del sosiego.

Los terrenos de la zoología alucinógena permanecen como una frontera borrascosa y poco explorada en cuya dirección sólo los psiconautas más osados se aventuran. Ni siquiera William Burroughs o los beatniks consideraron propicio embarcarse en una expedición hacia tales confines de la experiencia humana.

En unos cuantos parajes selváticos de Nepal habita la abeja gigante de los Himalaya (subespecie de Apis dorsata), que no sólo figura como la especie productora de miel de mayor tamaño del planeta, sino que su elixir posee propiedades psicotrópicas sobresalientes. Hacerse de los preciados enjambres no es sencillo, pues estos himenópteros salvajes anidan en la cima de riscos escarpados. Para llegar hasta ellos, los cazadores de miel de la cultura Kulung se remontan a técnicas tradicionales, suspendiéndose sobre el abismo únicamente por medio de escaleras de cuerda y a merced de los piquetes de las furibundas abejas. Vale la pena, pues la miel alucinógena se vende en el mercado negro asiático hasta en ciento cincuenta dólares por kilo, suma nada despreciable en estas latitudes castigadas severamente por la pobreza.

El carácter psicoactivo se debe al néctar neurotóxico de ciertas especies de flores de las que se alimentan las abejas. Su ingesta, que nunca debe exceder las tres cucharadas, ocasiona una purga sistémica, con orina, vómito y defecación. Después de la purga, uno alterna entre luz y oscuridad, en momentos puedes ver y en otros no. Un sonido —jam, jam, jam— pulsa en la cabeza, como el que hace el enjambre. No es posible moverse, pero aun así se está completamente lúcido. Esta parálisis dura poco más de un día.

Agazapado al pie de una farola en las afueras de Caborca, en el noroeste mexicano, el apacible anfibio podría aparentar que no posee mucho más que un semblante taciturno y una fisonomía que lleva el término robusto hasta sus últimas consecuencias. No obstante, para el naturalista versado y todo aquel que esté al tanto del prodigio bioquímico que aguarda bajo la piel grumosa del rotundo anuro, no queda más que experimentar el más profundo asombro y respeto: embebidas en su veneno lechoso se encuentran las dos sustancias psicoactivas más potentes que se conocen: 5-MeO-DMT y bufotenina (5-OH-DMT).

Ambos compuestos pertenecen a la familia de las triptaminas —derivados indólicos similares al triptófano— que, al igual que el resto de enteógenos afines al DMT, interrumpen la recaptura de serotonina, y provocan alteraciones significativas en la esfera perceptual, tórridas alucinaciones con los ojos abiertos o cerrados y una translocación absoluta de las relaciones espacio-temporales. Los efectos comienzan desde los primeros segundos tras la exposición y se extienden de cinco a quince minutos; cabe remarcar que para el consumidor el tiempo subjetivo del trance pareciera durar varias horas.

Con sus más de diez centímetros de largo, la rana gigante de hoja del Amazonas se perfila como una de las especies arborícolas más grandes del mundo. Posee una apariencia en definitiva más digna de sus dotes psicoactivas que el sapo antes mencionado; ostenta una coloración verde brillante sobre el dorso, el vientre amarillo crema y un semblante desquiciado. Sus secreciones cutáneas —que incluyen péptidos con actividad neurológica como demorfinas y deltrofinas (opiáceos), y phyllomedusina (que contrae músculos y es un vasodilatador potente)—son utilizadas por los katukinas, kaxinawás y ashaninkas, entre otros grupos indígenas de Brasil, en el ritual Kambó, práctica que, junto con la ayahuasca, atraviesa por una especie de furor global, y que, debido a algunos casos fatales, ha comenzado a recibir atención de la prensa.

En Pakistán, Afganistán y ciertas zonas rurales de la India, fumar escorpiones secos se ha vuelto una práctica popular e incluso un problema serio de adicción. Al parecer, los efectos son más intensos que los del hachís y se extienden hasta por diez horas, produciendo alucinaciones equiparables a las de la mezcalina. De acuerdo con el doctor Azaz Jamal, del hospital técnico de Khyber, los adictos a fumar estos arácnidos desarrollan desórdenes alimenticios y del sueño y comienzan a vivir en un estado de constante delirio.

Un habitante común en los mares del Atlántico, el pez sarpa salpa, merienda habitual sobre la mesa mediterránea desde tiempos romanos, esta especie del grupo de las doradas puede causar serios estragos mentales en quien consume su carne. No es frecuente, pero existen registros históricos y recientes sobre intoxicaciones que han devenido en estados similares a los ocasionados por el LSD en su carácter más pesadillesco: delirios febriles y pavorosos, alucinaciones visuales y auditivas que duran cerca de 36 horas.

Ha sido extirpada en gran parte de su área de distribución histórica incluyendo Eritrea, Guinea, Mauritania y Senegal. También puede haber desaparecido de Angola, Malí y Nigeria, aunque fue introducida en Ruanda y Suazilandia. Dos subespecies, la jirafa de África Occidental y jirafa de Rothschild, fueron clasificadas como en peligro de extinción, porque solo quedan unos cientos de ejemplares en estado salvaje. En 1997, Jonathan Kingdon sugirió que la jirafa nubiana era la más amenazada de todas; Es posible que contaba menos de 250 ejemplares en 2010, aunque esta estimación es incierta. Las reservas de caza privada contribuyeron a la conservación de las poblaciones de jirafas en África meridional.

Dr Jonathan Kingdon, Departamento de Zoologia. Universidad de Oxford.

Giraffe Manor es un conocido hotel de Nairobi, que también sirve como santuario para las jirafas de Rothschild. Se podría decir que el Giraffe Manor es uno de los hoteles más impactantes del mundo. Situado en Nairobi, Kenia, este hotel tiene algo muy característico: los clientes se entremezclan con las jirafas. Este exclusivo hotel boutique está situado junto a un bosque autóctono del barrio de Langata. Desde las ventanas se puede visualizar el monte Kilimanjaro o las impresionantes colinas de Ngong. El complejo cuenta con un piano que fue traído a África hace más de un siglo y una habitación amueblada con los muebles de Karen Blixen, autora de “Memorias de África”, vendidos para poder pagar sus deudas cuando perdió su plantación de café. Sin duda, un lugar inigualable para introducirse en pleno corazón africano.

Entre sus encantos, destaca el hecho de que la construcción se inspiró en un pabellón de caza escocés y fue la casa del magnate del café Sir David Duncan. Desde 1932 la usó como granja de cría para sus caballos. En la década de 1960, el Manor se alquiló a varios inquilinos, pero su mal estado obligó a su desalojo. Estuvo desocupada hasta que en 1974 la adquirieron Betty Leslie Melville y su marido Jock. Betty se había enamorado de Kenia en su primer viaje en 1958. Modelo de profesión, Betty volvió a casa y convenció a su segundo marido, Dancy Bruce, para mudarse al país junto a sus hijos pequeños. Pero al poco de llegar a Kenia, Betty conoció al nieto del Conde de Leven, Jock Leslie-Melville. Dejó a su marido y se unió a Jock hasta la muerte de este, en 1984.

Es entonces cuando entran en escena, según cuenta Rothschild Safaris, las jirafas Tom, Dick y Harry. Tras adquirir la mansión abandonada, Betty y Jock comprobaron que varias jirafas habían elegido hacer del jardín del Manor su hogar. Betty convenció a Jock de que tenían que aprender a convivir todos juntos y pronto las jirafas comenzaron a meter la cabeza por las habitaciones del primer piso en busca de comida.

Betty decidió empezar a investigar la vida de sus nuevas compañeras de casa y fue entonces cuando se enteró de que la Jirafa Rothschild estaba en peligro de extinción en Kenia debido a que su habitat estaba desapareciendo por la acción humana. Solo quedaban alrededor de 120 de estas jirafas en todo el mundo cuando compraron la mansión en 1974. La ex modelo decidió entonces adoptar a una cuarta jirafa huérfana llamada Daisy. Y crearon el Fondo Africano para la Vida Silvestre en Peligro (AFEW) en Maryland, Estados Unidos. Poco después, encontraron un amigo para Daysy, Brando. Dos años después de la adopción de Daisy, llegaron otras cinco jirafas y en 1983 abrieron el Giraffe Centre (AFEW Kenya). Este centro ofrece a los escolares de Kenia la oportunidad de aprender sobre el medio ambiente y la ecología y de interactuar con las jirafas que habitan el complejo.

En la actualidad, entre 300 y 400 jirafas Rothschild deambulan por las tierras salvajes de Kenia y se estima que su número total en el mundo es de unos 500 ejemplares. De hecho, los Leslie-Melvilles son considerados como las únicas personas que han criado jirafas salvajes con tanto éxito. Jock falleció de cáncer en 1984 y poco después Betty empezó a abrir su casa a diferentes viajeros. Los beneficios que conseguía gracias a su estancia se destinaban al centro educativo levantado junto a la propiedad. Aun así, poco después de la muerte de Jock, Betty regresó a Baltimore y entregó la dirección del complejo a su hijo, si bien de vez en cuando regresaba para visitarlo. Rick, hijo de Betty, y su esposa Bryony, empezaron a reconvertir la mansión en un pequeño hotel, si bien es cierto, ellos vivían en la casa y consideraban a los visitantes como sus huéspedes.

Desde entonces, por sus coquetas habitaciones han pasado personalidades de la talla de Mick Jagger, Jerry Hall, Marlon Brando o Johnny Carson, entre otros. En marzo de 2009, Mikey y Tanya Carr-Hartley compraron Giraffe Manor y ahora forma parte del grupo de alojamientos y hoteles The Safari Collection. En resumen, el hecho de que a día de hoy sigan apareciendo largos cuellos de jirafas a través de las ventanas se debe a que en un primer momento, Tom, Dick y Harry eligieron esta mansión como vivienda. Y a que Betty se interesó tanto por sus compañeras de piso que decidió protegerlas y salvarlas de la extinción.

Actualmente, el Giraffe Manor tiene alrededor de 12 jirafas residentes, que hacen las delicias de los afortunados huéspedes que cada año se alojan en este acogedor hotel de Nairobi.

Actualmente la jirafa es una especie protegida en la mayor parte de su área de distribución. En 1999 se estimó la población en estado salvaje en más de 140.000 jirafas, pero las estimaciones para el año 2010 indicaron que este total había disminuido a menos de 80.000.

Las jirafas se encuentran en peligro. Durante los últimos 15 años el número de ejemplares del animal más alto del mundo han caído en picado desde una cantidad estimada de 140.000 hasta los 80.000 ejemplares. Se trata de un descenso increíblemente precipitado desde los 2 millones de animales que posiblemente vagaban por nuestro planeta hace 150 años, según la Giraffe Conservation Foundation, con sede en Namibia. Estos gigantes sorprenden por ser apacibles y discretos, pastando silenciosamente en las copas de los árboles, inclinándose para rozar sus caras con las de los recién nacidos. Por ello, descubrir que estos animales, como la mayor parte de la megafauna del mundo, están siendo conducidos a la extinción parece ilógico, especialmente si tenemos en cuenta el reciente estallido de amor por los seres vivos. Como muchas otras criaturas del mundo, la principal causa del decrecimiento de estos herbívoros cuellilargos es la pérdida de hábitat y las amenazas que presenta una población humana en crecimiento, como la caza furtiva. Pero este hecho en ocasiones se pasa por alto, en parte porque muchos grupos conservacionistas se centran en proteger a otras especies africanas en peligro, como los elefantes, los rinocerontes, los chimpancés o los gorilas.

Dos de los animales más extraordinarios hasta ahora conocidos por el hombre fueron asesinados en 2010. Se trató de jirafas blancas, especies que carecen de los colores propios como consecuencia de una condición genética conocida como leucismo, que hace que la pigmentación de las células de la piel sea menor. Cazadores furtivos habrían sido los culpables de este delito ocurrido en una aldea al noreste del condado de Garissa en Kenia (África). Los cadáveres de la única jirafa hembra conocida hasta ahora y su cría fueron encontrados por guardabosques de la reserva natural Ishaqbini Hirola Conservancy, en la que vivían estos ejemplares.

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