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4 - Junio- 2022
>>>> Paisajismo > Museo del Silencio

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El Cementerio General de Valencia tiene su origen en las medidas tomadas en la Real Cédula de 3 de abril de 1787 por el gobierno de Carlos III de España para atajar los numerosos problemas sanitarios ocasionados por los enterramientos en las iglesias durante el siglo XVIII, y en la que se prohibía los enterramientos intramuros. Hasta la construcción de esta nueva instalación la ciudad de Valencia tenía trece cementerios intramuros, cada uno correspondiente a una parroquia y además también contaba con los cementerios conventuales, además de las sepulturas instaladas en el interior de ciertas capillas, claustros o en el interior de templos, e incluso bajo criptas subterráneas, destacando las dos existentes debajo de la Catedral de Valencia o en las iglesias de los Santos Juanes, la de la Iglesia del Carmen (que contaba con una cripta en el propio templo y otra en la capilla de la Tercera Orden; la de los templos Trinitarios (los descalzos en el Templo de Nuestra Señora de la Soledad, los calzados en la del Remedio; ambos templos desaparecidos); la de San Juan del Hospital ...

Los encargados del proyecto fueron los arquitectos municipales de Valencia, Cristóbal Sales y Manuel Blasco. Las obras de su construcción empezaron en julio de 1805, siendo inaugurado en el año 1807. El estilo formal del cementerio es neoclásico. En el cementerio se pueden admirar numerosos panteones y esculturas de estilo modernista valenciano y ecléctico de indudable valor arquitectónico y artístico, realizados por arquitectos y escultores de renombre. En un primer momento estaba formado por un recinto rectangular de unos 3.200 m² destinado a fosa común, murado, con un único acceso, constituido por una puerta centrada en su muro Este, que interiormente daba a un paseo central, que dividía el espacio en dos cuadros, finalizado en una capilla, situada en el fondo, adosada a su muro Oeste. En 1808 se construyen los primeros pabellones de nichos, dispuestos alrededor del conjunto y tras la Iglesia, de forma que se mantenía en el centro del recinto el espacio para sepulturas. Tras el alzamiento contra los franceses, el cementerio fue abandonado y convertido en corral para ganado. En 1811, una denuncia del Ayuntamiento dio lugar a su rehabilitación por parte del Arzobispado.

Animado día de Todos los Santos.

La primera ampliación del cementerio general se realizó en el año 1860, hacia el oeste, quedando la capilla exenta y en el centro del conjunto. Se amplió el número de manzanas de nichos y en los cuadros, a partir de la construcción de los dos primeros panteones (Juan Bautista Romero, en 1846, y Virginia Dotres, en 1851) comenzó a generalizarse la construcción de monumentos y mausoleos para las familias adineradas de la ciudad. Las ampliaciones continuaron hacia el sur con la construcción, en 1880, del “patio de las columnas”, denominado así por encontrarse circundado por un pórtico dórico de 170 columnas proyectado por los arquitectos J. Calvo, L. Ferreres y J. Arnau. En el centro de este patio se levantó la “cruz del cólera”, de Antonio Ferré (1892), quedando el espacio central dividido en cuatro cuadros destinados a panteones. A esta ampliación siguió la sala de espera (1886) y el Cementerio Civil (1892), al sur, y el “patio de las palmeras” (1907) al norte.

Partiendo de los planos disponibles de Cartografía histórica de la ciudad de Valencia (1704-1910), la primera referencia cartográfica al cementerio general de Valencia aparece en los planos elaborados por el ejército francés, bajo el mando del Mariscal Suchet, durante las campañas militares de 1812 ( “Plan de Valence asfiegeé et prise le 9 Janvier 1812 par l’Armeé Française d’Aragon aux ordres de S.E. Le Marechal Suchet, Duc d’Albufera.”). Posteriormente, su configuración inicial se recogerá en el “Mapa de la ciudad de Valencia del Cid hasta una legua en contorno de ella”, de Cristóbal Sales, realizado en 1821, y en el “Plano de Valencia y sus alrededores”, realizado por el ejército en su Campaña Topográfica de 1882. En estos planos se localiza sobre el territorio la situación de los terrenos del cementerio, pero su configuración espacial y arquitectónica se trata de una forma muy aproximada.

Recorte de prensa de 1935, donde se informa del futuro mausoleo de Vicente Blasco Ibañez.

Es en los planos catastrales de 1929-1945 donde se recoge con detalle su configuración precisa, grafiándose el cementerio primitivo, su primera ampliación, el patio de las columnas y la primera fase del cementerio civil, así como las secciones 3a, 4a derecha, 5a y 7a, proyectadas según la tipología claustral utilizada en el patio de las columnas, incluido el porticado circundante que nunca llegó a construirse. El linde Oeste del cementerio es la acequia de Favara y, hasta este límite, el espacio no ocupado por sepulturas es destinado a sala de autopsias, horno crematorio, depósito de materiales y terrenos de reserva para su futura expansión. Durante las décadas de 1950-1970 se ejecutaron nuevas ampliaciones del cementerio hacia el oeste y hacia el sur, siguiendo el terraplén del ferrocarril que discurre paralelo al nuevo cauce del río Turia. Con la aprobación, el 28 de diciembre de 1988, del Plan General de Ordenación Urbana de Valencia, las últimas ampliaciones se han producido hacia el norte, dando lugar a la construcción de nuevos bloques de nichos sobre el antiguo Camino de Mandingorra y hasta el actual Bulevar Sur.

Las capillas en los cementerios están íntimamente relacionadas con la antigua práctica litúrgica de celebrar tres misas el día de los fieles difuntos, costumbre que fue muy temprana en Valencia, más concretamente en el convento de Santo Domingo, donde eran ya habituales antes de que en 1748 el papa Benedicto XIV la confirmara solemnemente. Es por ello que resultaba obvia la necesidad y adecuación de la construcción de una capilla en el nuevo cementerio municipal que estaba planificándose, y se sitúa como centro del recinto originario, directamente unido a la entrada al recinto. La capilla es de dimensiones medianas, y de una gran sobriedad arquitectónica, pese al monumental pórtico que la singulariza. El acceso al templo se hace tras subir tres escalones que dan al pórtico abovedado que precede al templo en sí a modo de nártex abierto; a través de una sencilla puerta. La planta del templo es cuadrangular, sin capillas laterales y escasa decoración interior, que queda limitada a un doble friso arquitrabado corrido en el que se abren dos ventanas en cada flanco mayor. El altar mayor se decora con una hornacina enmarcada en dos columnas jónicas con la imagen del Cristo crucificado como centro de atención y devoción. La capilla también se ha utilizado como lugar de enterramientos, presentando en sendos departamentos dos enterramientos colectivos, adicionados a los muros laterales externos de la capilla y que presentan lucernarios propios. Uno de ellos corresponde a la sepultura de los regidores muertos en el ejercicio de su cargo, constituido por 60 nichos, construido originariamente en 1826 y al que se puede acceder tanto desde el interior de la capilla a través de una puerta lateral, como desde el exterior que se sitúa en la parte posterior de la capilla, abierta durante las obras de la ampliación de 1860; mientras que el otro se reservó para religiosos o sacerdotes fallecidos en "opinión de santidad, venerables en el sentir o declaración canónica eclesiástica"; que presenta acceso desde el interior de la capilla desde el flanco derecho de la misma.

De dudoso gusto o verdaderas obras de arte.

Desde que se construyó el cementerio general de Valencia hasta prácticamente mediados del siglo XX, los cementerios tenían en España un principio confesional, y estaban destinados a la sepultura de los fieles y eran propiedad de la Iglesia según precepto canónico, sin tenerse en cuenta si la construcción la había llevado a cabo la Iglesia o el Consistorio. En el caso del cementerio de Valencia la autoridad eclesiástica reservó al Ayuntamiento, el constructor, a título de indemnización y conservación, el derecho de administrar los ingresos y hasta de nombrar capellán, responsable y jefe superior del cementerio a las órdenes inmediatas de la Comisión de Cementerios y encargado de llevar al día el libros de registro de sepultados. Ahora bien, en 1870, con la votación de la neutralización de los cementerios en las Cortes Constituyentes, que estaba fundamentada en el principio de libertad de culto, que se había establecido en la constitución de 1869, se vio la necesidad de crear una zona especial para la digna sepultura de personas que no practicaran credo alguno. Pero el proyecto se retrasó hasta 1876, año en que la nueva Constitución establecía el principio de tolerancia de cultos, lo cual propició la constitución, en 1889, de lo que se conocería como Cementerio Civil.

Fosa común del Cementerio General. El Ayuntamiento anunció la dignificación del espacio en 2019.

Este cementerio quedaba integrado dentro del espacio del cementerio General, pero estuvo incomunicado con éste hasta la secularización de los cementerios que tuvo lugar durante la II República, y formó nuevamente un recinto aparte desde 1939 a 1979, hasta que finalmente quedó incorporado a la sección 4ª izquierda. Estaba formado por unos 1222 m², dentro de los cuales se destinó unos 330 a la vivienda del conserje, sale de observación y otras dependencias. La entrada exterior a este cementerio estaba en el antiguo camino de Picasent, y la obra se debe al arquitecto municipal Luis María Cabello.

En esta área destacan:

Mausoleo de Alfredo Calderón, de 1911, obra de Rafael Moreno y escultura de Francisco Paredes. Monumento a Constantí Llombart, por suscripción popular, datado de 1901. Tumba de Vicente Sorribes Sánchez, con busto del difunto, obra de Joaquín Bo. Tumba de la familia Cañizares, con un friso de bajorrelieves obra de Manuel Silvestre de Edeta. Tumba de A. Calleja, en la que descansan los restos de la mujer de Pablo Iglesias, Amparo Meliá Morroig.

La excusa para adentrarnos en la historia del Cementerio General de Valencia viene a colación de las rutas guiadas que realiza el erudito Rafael Solaz, al que pronto entrevistaremos, la última de las cuales, de esta temporada, hemos disfrutado hace apenas unas horas.

El Museo del Silencio nos acerca a una visión única en un entorno tan cercano como desconocido.

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La visión que recibes al traspasar la entrada principal.

La sepultura de Felix Pizcueta nos recibe desde la derecha.

Patio de las columnas. Se quedó pendiente un patio gemelo pero por causas que Rafael revela, no se llegó a desarrollar. ¿Quieres saber el motivo?

Tremendamente didáctico y cercano, explicando la simbología de las tumbas. Cascabeles o flores siemprevivas.

Público atento y hetereogeneo. Como se aprecia en la imagen, unos pequeños nichos en la parte superior sirven para dar cabida a los restos oseos mas antiguos y asi liberar espacio en los nichos mas modernos.

Al historiador y escritor Rafael Solaz le gusta decir que los cementerios no son espacios de muerte, sino de vida, porque allí se conservan los nombres de personas que tienen una historia vital detrás.

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Aunque gaditano de nacimiento e italiano de sangre Féliz Azzati siempre se consideró, dicen, valenciano de corazón. Su familia llegó desde Italia exiliada a España a principios del 1800. Su padre Giovanni había sido director de orquesta en su país natal aunque en Valencia tuvo que dedicarse a otros menesteres como lañador de cachorros o vendedor de paraguas. Azzati creció en las calles de Valencia, y tras los años de colegio fue aprendiz de obrero forjador sin embargo el amor por las letras y el arte infundadas y heredadas de su padre podían más que estos trabajados más toscos y mecánicos. En sus ratos libres traducía obras, como la de Pirandello, y decidió seguir formándose, incluso estudió en Derecho. Pero había algo que le reconcomía por dentro y era la de informar, la de contar historias, Azzati quería crear noticias. Fue uno de los fundadores del exiguo periódico El Pueblo y no tardó en incorporarse al Partido de Unión Republicana Autonomista, llevando a cabo una estrecha relación de amistad con el mismo Vicente Blasco Ibáñez, que además le sucedería en 1906 como director de El Pueblo ya que Blasco le vendió el periódico y también como jefe del partido en Valencia.

Y de nuevo, dejamos otra duda en el aire, puesto que la lápida de la familia Azzati fue diseñada por ... Y acabó reposando en ...

Destacado blasquista, Vicente Marco Miranda desde 1905 formó parte de la redacción de El Pueblo, del cual el periodista Félix Azzati lo nombró redactor jefe. Fue concejal y cabeza de la minoría republicana en el Ayuntamiento de Valencia hasta la llegada de la dictadura de Miguel Primo de Rivera. Participó activamente en todas las conspiraciones que tuvieron a Valencia como protagonista, sufriendo varios encarcelamientos, actividades que refirió en su libro «Las conspiraciones contra la dictadura» (1930). Al proclamarse la República en 1931 fue elegido alcalde provisional de Valencia, pero al poco tiempo fue nombrado gobernador civil de Córdoba.

El laurel tiene un simbolismo funerario, como otras especies de hoja perenne que se relacionaban con la vida eterna. De hecho, todavía hoy se usa para adornar las tumbas en muchos lugares.

Dignificación de restos, seres humanos que tiempo atrás soñaron, vivieron y amaron.

Alfredo Calderón (19850 – Valencia 1907. Pedagogo) fue un gran pedagogo que creó la Institución Libre de Enseñanza. Relacionado con el mundo de la enseñanza formó parte del círculo de Giner de los Ríos. El panteón es una magnífica obra escultórica, obra de Paredes, que representa una figura desnuda grabando el año de la muerte de Calderón: 1907. Este panteón fue costeado por suscripción popular.

El antiguo cementerio civil fue inaugurado en agosto de 1892 por la aprobación de ley de libre pensamiento. Era independiente del Cementerio General de Valencia. Allí se inhumaron todo tipo de librepensadores, laicos y extranjeros. También se encuentran tumbas hebreas. Después de la guerra civil este cementerio formó parte de una sección más del “General”, comunicándolo con otras secciones y abriéndose tres puertas más de acceso. Aquí se hallan enterrados personajes ilustres como Blasco Ibáñez y varios miembros de su familia, el periodista Azzati, el escritor Constantí Llombart, Amparo Meliá, esposa de Pablo Iglesias …Y familias como Cañizares, Saludes, etc. Llaman la atención las tumbas de difuntos hebreos y también aquellas que no disponen de lápida, simplemente tapadas por la hiedra que las cubre.

Amparo Melià Monroig nació en Valencia en 1860. Fue la mujer de Pablo Iglesias, fundador de la formación política Partido Socialista Obrero Español “PSOE”. Formaron pareja con domicilio en Madrid. Ella participó en varios actos políticos, siempre en colaboración con su marido. Se afilió a la Agrupación Socialista de Valencia y Madrid. Dicen que sus consejos fueron determinantes en el proceder de su pareja -posteriormente marido- ya que se unieron en matrimonio en 1921. Anteriormente había estado casada, pero por el tiempo enviudó y fue entonces cuando se casó de nuevo con Pablo Iglesias. Se trasladó a Valencia al comienzo de la guerra civil, y casi ciega falleció en 1945, siendo enterrada en el entonces llamado Cementerio Civil.

Rafael promovió la puesta en valor.

Por avatares de la historia Vicente Blasco Ibáñez acabó lejos del mar. Pero no demasiado.

El 29 de octubre de 1933 el féretro del político y novelista entraron en el puerto de Valencia procedentes de Menton (Francia), donde había muerto en 1928.

Los restos mortales de Vicente Blasco Ibáñez llegaron al Puerto de Valencia el domingo 29 de octubre de 1933 , procedentes de Menton (Francia), donde había muerto en 1928. Allí los recibieron el presidente de la República, Alcalá Zamora, cinco ministros y varios embajadores, además de las autoridades valencianas. Sus restos llegaron en el Jaime I a las diez de la mañana, ya entonces la carrera por la que tenía que pasar el cortejo estaba repleta de público.

Por el camino del Grao, y a hombros de veintidós hombres, fue llevado el ataúd, de caoba con herrajes de oro en forma de libro, con la inscripción 'Los muertos mandan', título de una de sus novelas. Tres horas después llegó la comitiva al puente de Aragón, con la Guardia municipal montada, una batería de Artillería, una compañía de Infantería y bandas de música. El féretro fue llevado al salón columnario de la Lonja, donde fue visitado por muchos valencianos hasta el 5 de noviembre. Ese día fue enterrado en el cementerio, no sin pasar antes por El Pueblo. Días antes, el 25 de octubre una comisión, con el alcalde, llegó a Mentón. Sus restos fueron llevados del cementerio a Fontana Rosa , finca en la que vivió y murió Blasco. Los recibió Elena Ortúzar, su viuda, y su hijo, Sigfrido Blasco.

Asistieron 400.000 personas. La despedida de un agitador de masas.

La agitada vida de los restos de Blasco Ibáñez:

Caminando entre las calles del cementerio encontramos a unos seres peludos que ni limpian ni vigilan. Pero ahí están.

Curioso detalle ...

En la Sección 3ª izquierda, se erige una gran cruz conocida también como “monumento a los muertos del cólera”, en memoria de todas aquellas personas que fallecieron a causa de este mal. Adecentada por el abandono, Rafael promovió su restauración, entre otros logros en el camposanto.

Como bien se dice, la muerte no entiende de ideologías.

Manuel Granero Valls fue un torero español nacido en Valencia el 4 de abril de 1902 y muerto en Madrid el 7 de mayo de 1922 por el toro Pocapena del Duque de Veragua.

Como comenta Rafael, la tercera generación ya no recuerda a sus ancestros.

Una placa con sus palabras nos lo recuerda al llegar al camposanto.

La erosión borra los nombres y aviva el olvido.

El nicho 1501 guarda una historia apasionante. Un señor que no cambiaba de suegros, muchas flores y la muerte acechando con su guadaña.

"Ahora vamos al panteón de un desconocido."

El humor y la muerte.

La familia Moroder tuvo grandes proyectos empresariales y fue referencia en el siglo XIX. A ellos se debe, entre otras, la comercialización de las cerillas marca “El Globo”, que sustituyeron a las pajuelas (pallús) que eran vendidas por los “palleters”.

Sin duda el Panteón de la Familia Moroder es uno de los más bellos del Cementerio General de Valencia. Corresponde a la familia Moroder quienes le encargaron al escultor Mariano Benlliure tan bello conjunto. El ángel que invita a pasar a la cripta es de una gran belleza. Destaca el simbolismo mortuorio y las dos figuras de la parte superior, que representan el desconsuelo.

El conjunto sufrió el robo de los preciados metales, siendo sustituidos los elementos por réplicas de menor valor.

En la primera década del siglo XX, Valencia era muy distinta a como es ahora. El entorno del Cementerio General, construido entre 1805 y 1807, era huerta, y el camposanto se encontraba alejado de la ciudad. Había una dama que visitaba todas las noches un mausoleo de reciente construcción situado cerca de la entrada. Para encontrarlo en las oscuras noches del cementerio, se hizo instalar una lámpara que iluminaba, con luz eléctrica, el tétrico ángel del juicio final, obra de Josep Carreras, que abría la tumba de la que salían los muertos al toque de la trompeta del heraldo. El mausoleo, aún en pie hoy en día, sigue causando escalofríos y la lámpara, oxidada con el tiempo pero con una nueva bombilla, continúa ahí, impertérrita, sin desvelar el misterio que hay tras esa primera luz en medio de la oscuridad.

El panteón es el de la familia Risueño-Ortiz y data de 1909. Se encuentra en la sección primera, una de las zonas más viejas del cementerio, y ante él se ha pasado horas Rafael sin que haya podido desentrañar el misterio de esa bombilla. "Si no es la primera, sí es una de las primeras luces de la ciudad", explica. Solaz relata que una mujer visitaba todas las noches el mausoleo, y para hallar el panteón se hizo instalar esa luz. "Me dijeron que había una señora de la familia, muy mayor, que iba a velar a sus difuntos y, cuando anochecía, sobre todo en invierno, tenía la luz para saber dónde estaba la tumba y se sentaba junto a ella", describe. Solaz, aunque no tiene contrastada la historia, la ve "muy posible".

"El mausoleo no pasa desapercibido", indica. Y de hecho, es así. "Representa una escultura con el ángel del apocalipsis y del juicio final. Está abriéndose la tumba y aparecen personas fallecidas", describe Solaz, el mejor cicerone que puede tener el cementerio.

Los primeros 80 nichos.

En el primer año del Cementerio General de Valencia no existían los nichos. Se construyen con el fin de aprovechar el terreno y ahí están inhumados las familias que ya tenían unos derechos adquiridos en los cementerios parroquiales. Así, no es extraño ver inhumados los restos de algún que otro miembro de la alta sociedad valenciana y también a uno de los últimos inquisidores, Rodríguez Laso. Normalmente estos nichos están comprendidos con fechas del primer tercio del siglo XIX. Al construirlos sobre el muro dejaron tapados los primitivos azulejos que se hallaban adosados indicando la presencia y distancia de las tumbas, en un momento en que no existían las lápidas que recordaran a los difuntos, un sistema rudimentario. De otra época.

Aquí está enterrado también Manuel Blasco Vergara, uno de los arquitectos, junto con Cristobal Sales, arquitecto y académico valenciano, que proyectaron el Cementerio General de Valencia. Inicialmente, se trataba de un recinto rectangular de unos 3.200 metros destinado a fosa común, murado, con un único acceso centrado en su muro Este del que partía un paseo central que dividía el espacio en dos cuadros y que finalizaba en una capilla, situada en el fondo, adosada a su muro Oeste.

Algunas lápidas rezan inscripciones que reflejan la forma de expresarse así como la mentalidad de la época.

Dejamos la duda para que Rafael la resuelva.

Pásate por nuestro canal de YouTube para finalizar la ruta, con una interesante explicación junto al féretro de Vicente Blasco Ibáñez.

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El Cementerio Británico se encuentra cercano.

La especial situación planteada por la presencia de tropas británicas en suelo español durante la Guerra de la Independencia, así como la existencia previa de comunidades extranjeras, especialmente comerciantes ingleses en ciertas zonas de la península, fuerza a Fernando VII a emitir la Real Orden de 13 de noviembre de 1831, expresando no existir ningún impedimento en que los ingleses adquieran terrenos para sus cementerios. Era el primer paso.

Curiosamente, el primero, ese mismo año, sería en Málaga, conocido como cementerio inglés, por su importante colonia británica y su cercanía a la colonia de Gibraltar. Años más tarde, la Revolución de 1854 significó la construcción de cementerios civiles, también conocidos como de los ingleses, protestantes o evangélicos en diversas ciudades de España. De esta forma, la Ley de 29 de abril de 1855 permitiría la conducción, depósito y entierro con el debido respeto a los restos de aquellas personas que murieran fuera de la comunidad católica en todas aquellas localidades en las que la necesidad lo exigía a juicio del gobierno, y donde éstos no fueran creados, los alcaldes y ayuntamientos tomarían las medidas oportunas para evitar cualquier acto de profanación.

El 28 de octubre y el 1 de noviembre son los dos únicos días en los que abre al público. «Solo podemos abrir para Todos Santos, porque este espacio no es municipal, lo mantenemos los voluntarios. No tenemos dinero para pagar un guardia de seguridad, hemos sufrido mucho vandalismo así que es la decisión que tomamos», explica Diana Clifton de la Fundación Cementerio Británico de Valencia.

Clifton hace recuento: «los ingleses eran expertos en la construcción de las vías del tren, los noruegos se encargaban del puerto y los alemanes eran expertos en el metal»; así hasta 22 nacionalidades de técnicos, ingenieros y mano de obra procedentes de todas las partes de Europa, que vinieron a Valencia en el siglo XIX para contribuir en su industrialización.

Con el paso del tiempo y el cambio de generaciones, empezaron a fallecer los miembros de estas familias que se habían asentado en la ciudad. «No podían enterrarlos en el Cementerio Municipal porque no eran católicos, surgió como una necesidad de tener un espacio para todos ellos, también por falta de sitio», asegura Diana Clifton. Además de vandalismo, el Cementerio sufría el deterioro del paso de los años. La falta de mantenimiento y limpieza lo llevó al olvido de los residentes, muchos de ellos, tanto locales como extranjeros, desconocen su existencia pese a ser 'Sitio Histórico de Interés Local'. «Si miras para atrás este lugar significó mucho para esta ciudad de pescadores y de huerta, fue un cambio industrial muy importante, pero mirando hacia delante, también es parte de la cultura y un lugar de encuentro entre nacionalidades y religiones», dice Diana. Protestantes, judíos, ateos, agnósticos e incluso católicos fueron enterrados allí, y ahora banderas de estos 22 países cuelgan de su fachada dos veces al año.

Con casi dos millones de fieles, los residentes en España que profesan la religión islámica (la segunda con más seguidores después de la católica) cuentan con enterramientos en 35 de los 8.131 municipios que hay en el país.

En el interior de un edificio de la plaza del Árbol nº2 de Valencia, en pleno barrio de El Carme de Valencia, se encontraron en 2019, soterrados parte de los restos de una necrópolis islámica que se habilitó en ese mismo lugar entre los siglos XI y XIII, extramuros de la entonces muralla árabe.

El moderno Cementerio musulmán de Valencia se encuentra al final del Cementerio General, en el plano del cementerio se ve una pequeña esquinita con una media luna que indica que es allí donde esta. Se inauguró en el año 2000, mediante un acuerdo de la comunidad islamica de Valencia y el Ayuntamiento, ya que para poder cumplir con los ritos funerarios islamicos se necesitaba otro espacio diferente, ya que el cuerpo debe ser lavado siguiendo unas reglas específicas y luego secado y amortajado en tela blanca y el cadáver se deposita directamente en la tierra. El recinto tiene 700 metros cuadrados, con capacidad para 145 cadáveres y cuenta con un lavatorio para preparar las inhumaciones.

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