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No era una imagen común de un cometa. El 2 de agosto de 2025,
el observatorio del Teide, en las Islas Canarias, registró
algo que no debería existir: una cola luminosa de 6.000 kilómetros
saliendo del objeto interestelar 3I/ATLAS, pero orientada
hacia el Sol. La física dice que eso es imposible. Sin embargo,
está ahí. En todos los cometas conocidos, el polvo y el gas
expulsados se alejan del Sol debido al viento solar. Por eso
sus colas apuntan siempre en dirección contraria. Pero 3I/ATLAS
no obedece esa regla. La imagen tomada desde el Telescopio
Gemelo de Dos Metros (TtT) muestra claramente una estructura
—una “anticola”— dirigida hacia la estrella.
La primera señal llegó en julio de 2025, cuando el Hubble
captó un resplandor dirigido al Sol. Ahora, la imagen desde
España confirma que no fue un error. Es un fenómeno real.
Y ningún modelo de física cometaria lo explica. El astrofísico
Avi Loeb enumera otras seis rarezas: 3I/ATLAS es un millón
de veces más masivo que Oumuamua y mucho más rápido. Su trayectoria
está alineada casi exactamente con el plano de los planetas
del Sistema Solar. Presenta níquel sin hierro, algo que solo
se ve en aleaciones industriales, no en cometas naturales.
Apenas contiene agua: solo un 4 % de su masa, cuando los expertos
esperaban hielo en abundancia. Su polarización de luz es extremadamente
negativa, nunca vista en objetos similares. Y su dirección
de llegada se aproxima a la zona del cielo donde se registró
la famosa “Señal Wow!” en 1977. Cada una de estas anomalías
podría explicarse por separado. Pero todas juntas hacen tambalear
la idea de que 3I/ATLAS es un cometa más.

Cometa Lulin, anticola a la izquierda, cola ionizada a la
derecha. La mayoría de los cometas no se desarrollan lo suficiente
como para que una anticola se haga visible, pero los cometas
notables que sí mostraron anticolas incluyen el cometa Arend-Roland
en 1957, el cometa Hale-Bopp en 1997 y el cometa PANSTARRS
en 2013.
Por ahora, la comunidad científica se resiste a sacar conclusiones.
No hay pruebas de tecnología, pero tampoco encaja en ningún
modelo natural conocido. Loeb insiste: ignorarlo sería un
error histórico. Cuando un objeto que llega desde fuera del
Sistema Solar se comporta como nada que hayamos visto antes,
la pregunta ya no es si es un cometa. La pregunta es: ¿qué
más podría ser?
Durante años, el cometa interestelar 3I/ATLAS fue una rareza
en el catálogo cósmico, una roca helada que venía de otro
sistema estelar. Pero este septiembre, algo cambió. Su estructura,
que durante meses había mostrado una “anticola” apuntando
hacia el Sol —una anomalía en cualquier manual de astronomía—,
se replegó súbitamente para formar la clásica cola que se
aleja del astro.
Las imágenes obtenidas por el Telescopio Óptico Nórdico,
en el Observatorio del Teide (Canarias), mostraron con claridad
la metamorfosis: la anticola desapareció y dio paso a una
estela convencional. Lo que parecía una excentricidad de geometría
óptica resultó ser un proceso real, visible, y perfectamente
alineado con la dirección solar. El fenómeno desconcertó a
los astrónomos porque implicaba que el objeto había cambiado
su dinámica interna. Investigadores como David Jewitt y Jane
Luu, pioneros en el estudio de cuerpos transneptunianos, estiman
que la tasa de pérdida de masa del 3I/ATLAS responde directamente
al aumento de radiación solar, con el dióxido de carbono (CO2)
actuando como agente principal. Según las mediciones del telescopio
James Webb, el cometa pierde unos 150 kilos de materia por
segundo, una cifra extraordinaria pero consistente con una
composición dominada por CO2, monóxido de carbono y apenas
un 4% de agua. Su química no se parece a nada visto en el
sistema solar interior: una roca casi seca, impulsada por
gases más volátiles que el hielo.

Lo habitual es que la cola de un cometa apunte en la dirección
contraria al Sol, pero astrónomos del Teide indican que en
este cometa el comportamiento es distinto.
El físico Eric Keto y el astrofísico Avi Loeb propusieron
un modelo que suena más a danza que a catástrofe. En él, los
gases internos se subliman a velocidades distintas según la
distancia al Sol, generando un “ballet termodinámico” de partículas
que explica cómo la anticola se desvanece para dar lugar a
una cola tradicional. La secuencia, confirmada por observatorios
como Keck y Gemini Sur, sugiere que la geometría de 3I/ATLAS
responde a una fina coreografía de temperatura y composición:
los fragmentos de CO2 se evaporan primero, arrastrando consigo
granos de polvo que reflejan la luz solar hacia el Sol. Luego,
al agotarse ese gas, emergen partículas más pesadas, que orientan
la cola en la dirección esperada. Una explicación elegante,
pero que no resuelve el misterio de fondo: su trayectoria
casi coplanar con la eclíptica y su masa estimada —más de
33.000 millones de toneladas— son demasiado precisas para
un viajero aleatorio.
Avi Loeb, conocido por su investigación sobre el enigmático
‘Oumuamua, insiste en que 3I/ATLAS merece una categoría especial
en su escala de posibles orígenes artificiales. No lo califica
como nave, pero tampoco lo descarta. Su tamaño, su dirección
y su capacidad para mantener una estabilidad inusual lo colocan,
según su propio marco de análisis, en una categoría 2 de artificialidad:
un caso improbable, pero que merece atención. Sin embargo,
buena parte de la comunidad científica rechaza la hipótesis.
Investigadores del Instituto Max Planck, del Jet Propulsion
Laboratory y del Observatorio Europeo Austral sostienen que
el comportamiento de 3I/ATLAS puede explicarse sin necesidad
de recurrir a ideas extraordinarias. “La física cometaria
basta para explicar su evolución”, apuntan, recordando que
la muestra de objetos interestelares observados es todavía
demasiado pequeña para trazar patrones definitivos.

Patrones de colores observados en el cometa interestelar
3l/ATLAS al aplicarse un filtro. Con una trayectoria hiperbólica
que confirma su origen fuera del Sistema Solar, este visitante
se convierte en el tercer objeto interestelar detectado por
la humanidad, después de Oumuamua (2017) y 2I/Borisov (2019).
En diciembre de 2025, 3I/ATLAS se acercará de nuevo a la
Tierra. Será visible para los telescopios del hemisferio sur,
iluminado por una radiación solar que alcanzará los 33 gigavatios
sobre su superficie. Los astrónomos esperan entonces comprobar
si su comportamiento se mantiene dentro de los límites naturales
o si, una vez más, rompe las reglas. Mientras tanto, los datos
del Mars Reconnaissance Orbiter, aún inéditos por el reciente
cierre administrativo en EE. UU., podrían ofrecer una imagen
lateral de alta resolución que permita medir su densidad real.
Si las estimaciones de Loeb son correctas, la superficie erosionada
del cometa tendría apenas cuatro centímetros de espesor: una
piel ínfima sobre una estructura colosal.
Cada visitante interestelar es un espejo del asombro humano.
Nos recuerda lo poco que entendemos sobre lo que hay más allá
del Sol, y cómo incluso un cometa —una roca silenciosa— puede
hacer tambalear los cimientos de nuestra certeza científica.
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