"La señora Dalloway", de Virginia Woolf, ambientada
en un día de junio de 1923, es inusual porque sus dos protagonistas
–la anfitriona de alta sociedad Clarissa Dalloway y el veterano
de guerra conmocionado Septimus Smith– nunca se conocen. Publicada
hace 100 años, el 14 de mayo de 1925, la novela sigue a Clarissa
mientras se prepara para celebrar una fiesta. Recibe la visita
de un antiguo pretendiente, Peter Walsh, quien acaba de regresar
de la India. Sus andanzas por las calles de Londres se entrelazan
con las de su esposo, Richard, y su hija, Elizabeth, así como
con las de numerosos personajes secundarios. Simultáneamente,
Septimus experimenta lo que hoy conocemos como trastorno de
estrés postraumático, causado por su servicio en la Primera
Guerra Mundial. Su sensación de Londres como una zona de guerra
apocalíptica se ve agravada por el trato que recibe de sus
médicos y la negativa de estos a "escuchar" su trauma.

A partir de 2018 la Royal Society of Literature
celebra el Dalloway Day, un miércoles a mitad del mes de junio,
como contrapunto del canon moderno femenino al Bloomsday que
conmemora la novela Ulises de Joyce, obra de la que nuestra
bibliotecaria ofrece un monográfico.
"La señora Dalloway" ha inspirado y sigue inspirando
numerosas respuestas creativas y reelaboraciones, como la
novela de Michael Cunningham, "Las horas" (1998), y el ballet
tríptico de Wayne McGregor, "Woolf Works" (2015). La novela
cuenta ahora con su propia biografía, escrita por Mark Hussey,
que se publicará en junio, y con celebraciones del Día Dalloway
que evocan el Bloomsday de James Joyce. Un siglo después,
"La señora Dalloway" hace eco de múltiples maneras de nuestro
propio momento de militarización, neoimperialismo y crisis
política. En su diario, Woolf escribió que quería "criticar
el sistema social y mostrar cómo funciona", y la novela ofrece
una crítica a menudo mordaz del complejo militar-industrial
de la Gran Bretaña de entreguerras. En su representación del
trastorno de estrés postraumático del soldado repatriado Septimus
Smith, Woolf complejiza el refrán del personaje de que "la
guerra ha terminado" y la negativa colectiva a reconocer el
trauma de las trincheras. Se adelantó a su tiempo como una
mujer escribiendo literatura bélica (y redefiniendo el género)
y abordando la experiencia del "shock de guerra" cuando esta
condición aún a menudo era considerada como cobardía y simulación.

"La señora Dalloway" muestra el impacto que
tuvo sobre la sociedad británica la Primera Guerra Mundial.
El trauma de Septimus se relaciona con la "enfermedad"
no especificada que padece Clarissa, esposa de un diputado
conservador, que se prepara para ofrecer una fiesta esa noche.
Woolf toma a esta figura privilegiada, que aparece en su primera
novela, "El viaje de ida" (1915), como un cameo satírico,
y en esta versión ofrece al lector su rica vida interior:
su complejo torrente de pensamientos, sensaciones y reflexiones
filosóficas. Kitty Maxse, una conocida de Woolf, pudo haber
sido el modelo para Clarissa. Kitty se cayó por las escaleras
y falleció, lo que planteó la posibilidad de un suicidio.
En cambio, Woolf hace que Septimus se suicide cuando se enfrenta
a la amenaza de encarcelamiento y a la "cura del reposo".
La noticia de la tragedia interrumpe la fiesta de Clarissa,
pero ella comprende la decisión: "La muerte era desafío. La
muerte era un intento de comunicarse (...). Había un abrazo
en la muerte". Clarissa se siente, como Septimus, prescindible:
"Tenía la extrañísima sensación de ser invisible; de que no
se la veía; desconocida; al no haber más posibilidades de
casarse, ni de tener ya más hijos (...). Ser la señora Dalloway;
ya ni Clarissa tan siquiera". Clarissa tiene 52 años y, aunque
no se menciona directamente la menopausia, Woolf aborda aquí
de forma profética la medicalización y patologización de la
salud femenina.

Las actrices británicas Natascha McElhone y
Lena Headey interpretando a Clarissa y Sally, respectivamente,
en una escena de la película "La señora Dalloway", de 1997.
La novela es radical al centrarse en una protagonista
de mediana edad y desvincularse de la trama matrimonial. La
forma compleja en la que Woolf trata el envejecimiento —"Se
sentía muy joven; al tiempo que inefablemente avejentada"—
y la sensación de pérdida y posibilidad se perciben con intensidad.
La conformidad de Clarissa con las expectativas sociales incluye
la supresión de sus deseos homosexuales. Sola en su habitación,
rememora sobre "enamorarse de mujeres" y, más específicamente,
su beso con Sally Seton: "El momento más exquisito de toda
su vida (...). ¡Fue como si el mundo entero se hubiese puesto
patas para arriba!". Una vez más, en su representación de
personajes homosexuales, Woolf trastocó el status quo.
En su compromiso con la política feminista y
gay, la novela mantiene un atractivo perdurable. Sin embargo,
tras el covid, su reconocimiento como novela pandémica le
abrió un público completamente nuevo. Woolf y Clarissa son
sobrevivientes de la pandemia de influenza que arrasó después
de la Primera Guerra Mundial (conocida como gripe española),
que infectó a un tercio de la población mundial y causó entre
50 y 100 millones de muertes. Clarissa "había palidecido mucho
desde su enfermedad", con "su corazón, según decían, afectado
por la influenza". Su alegría al caminar por las calles londinenses
en verano y mezclarse con la multitud es un legado de la pandemia,
al igual que la sensación de pérdida y el ruido de campanas
que resuenan a lo largo de la novela.

Una estatua de Woolf en tamaño real disfrutando
serenamente en un banco a orillas del río Támesis, en Londres.
La crítica Elizabeth Outka en "Modernismo viral:
la pandemia de influenza y la literatura de entre guerras"
(2019) relaciona la pandemia con la característica móvil y
multifacética de la novela. "[Tiene] una perspectiva narrativa
que puede moverse tan ágilmente entre los cuerpos como un
virus, una trama definida menos por líneas de tiempo lineales
y más por la fluidez temporal y experiencial, y una estructura
que puede expresar la realidad delirante y alucinatoria que
infundía la cultura", escribe. Clarissa tiene una aguda sensación
del horror ("Era muy, muy peligroso vivir incluso un solo
día") y de la alegría ("En el triunfo y el tintineo (…) era
lo que amaba; la vida; Londres; este momento de junio") de
la existencia. El legado de la guerra está presente no solo
en el trauma de Septimus, sino también en una inquietud más
amplia entre los civiles. En una escena, un avión que escribe
en el cielo evoca la amenaza aérea y sonora de los bombardeos
sobre Londres durante la guerra. En otra, el petardeo de un
coche le suena a Clarissa como una "explosión violenta" o
un disparo de pistola. La novela registra el trauma colectivo
de la guerra, pero también encuentra consuelo en el dinamismo
y la diversidad, ruidosos y conectivos, de la vida urbana.
Quizás sea en el reconocimiento de Woolf tanto de la enormidad
como de las minucias de la vida cotidiana que esta novela
sigue interpelando al lector contemporáneo.
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