Tiene poco más de cien páginas y encierra un mundo. Como
si se tratase del principio de un cuento de hadas, un hijo
parte en busca de un padre a quien no conoció, un tal Pedro
Páramo, después de haber prometido a la madre en su lecho
de muerte que haría ese viaje. Con ese mandato llega a Comala,
pueblo perdido y polvoriento en el desierto de Jalisco donde
la vida parece haber abandonado sus calles y sus habitantes
son espectros, muertos vivientes que purgan sus pecados. “Aquello
está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del Infierno”,
le dicen en las indicaciones para llegar hasta allí.
‘Pedro Páramo’, la novela que publicó el mexicano Juan Rulfo
en 1955 cumple este mes 70 años, encaramada hoy a lo más alto
de la literatura latinoamericana y universal, aunque no le
acompañase en su aparición el calculado márketing de los autores
del boom una década después. Una edición conmemorativa de
la editorial RM y ‘Cartas a Clara’, la correspondencia que
Rulfo intercambió con su esposa, amén de la nueva adaptación
cinematográfica de la novela estrenada el pasado año y disponible
en Netflix, son algunos de los alicientes para volver a hablar
de una obra esencial y poética, que se extiende y crece en
cada lectura atenta que se haga de ella. “’Pedro Páramo’ -advierte
Aurelio Major, poeta, traductor y editor mexicano-canadiense
y colaborador cercano de Octavio Paz – ha sido siempre indócil
a los reduccionismos críticos (del realismo ‘magicoide’) y
sus rancias taras ideológicas. Algunos jóvenes escritores
(de expresión catalana y castellana) harían bien en leerla
para abochornarse y elegir correctamente a sus precursores”.
En español, "cacique" tiene varios significados, pero el
más común se refiere al jefe o gobernante de una comunidad
o tribu indígena americana. También puede referirse a una
persona que ejerce un poder abusivo o una influencia excesiva
en una comunidad o grupo, especialmente en el ámbito político
o rural. Pedro Páramo dominará el pueblo de
Comala con mano dura y crueldad.

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Realismo mágico.
Se mire por donde se mire, es una novela ‘rara’, si se acepta
el adjetivo como algo poco común, un bien escaso y extraordinario.
Con tan solo dos libros -atención, dos- en su haber, los relatos
‘El llano en llamas’ y ‘Pedro Páramo’ (amén de la novela breve
o relato largo ‘El gallo de oro’ que se publicó en 1980),
Juan Rulfo hizo de la parquedad estilo y, llevándola al extremo,
alcanzó el silencio de los 'bartlebys', que diría Enrique
Vila-Matas. Dejó de escribir durante treinta años y se ganó
la gloria.
El laconismo lo traía ya de fábrica el escritor que, nacido
en aquella zona desértica al pie de Sierra Madre donde imaginó
Comala, trasladó a su prosa el carácter seco y agreste de
sus habitantes. Sostenía Rulfo, hombre de pocas palabras,
que se reducían todavía más en las entrevistas, que esa costumbre
de hablar de las cosas era propia de la gente de la ciudad,
que en el campo la gente no hablaba. Que su abuela no lo hacía
y en su familia, tampoco. Y esa esencialidad, puro hueso descarnado,
opuesta a los adornos del lenguaje, esa expresión reseca y
fragmentaria, es la médula de su obra.
Considerada una obra maestra de la literatura hispanoamericana.,
el título, "Pedro Páramo", tiene un significado profundo que
refleja tanto al personaje principal como al ambiente de la
novela. La palabra "Pedro" proviene del latín "Petrus", que
significa "piedra" o "roca firme". Este nombre sugiere la
figura de Pedro Páramo como un hombre fuerte, inflexible y
poderoso, un cacique que ejerce un dominio autoritario sobre
el pueblo de Comala. La palabra "páramo" se refiere a un terreno
desolado, árido, despoblado y desértico. En el contexto de
la novela, "páramo" evoca la imagen de un lugar inhóspito,
un paisaje desolado que refleja el estado emocional y espiritual
de los personajes y del pueblo en general.

Barda de adobe, Guadalajara, ca. 1940.
Como fotógrafo, Rulfo dejó un legado de más de 6000 mil negativos.
Sumado a lo anterior, publicó un libro con una selección de
100 fotografías. Víctor Jiménez, director de la Fundación
Juan Rulfo, explicó la relevancia de la faceta fotográfica
del escritor. "No es muy conocido el hecho de que Juan Rulfo
hubiese tenido trayectorias paralelas en la literatura y la
fotografía". Susan Sontag consideraba Rulfo "el fotógrafo
más importante que he conocido en Latinoamérica". Esto último,
dicho por la autora de un ensayo fundamental como Sobre la
fotografía no es poca cosa.
Elena Poniatowska, que pasó varias veces por el trance de
entrevistarlo, decía que había que escarbar mucho para encontrarlo:
“Juan Rulfo no crece hacia arriba, sino hacia adentro. Más
que hablar rumia su incesante monólogo, en voz baja, masticando
bien las palabras para impedir que salgan. Sin embargo, a
veces salen. Y, entonces, Rulfo revive entre nosotros el procedimiento
de ponerse a decir ingenuamente atrocidades, como un niño
que repitiera las historias de una nodriza malvada”. No hay
más que buscar las entrevistas que años después le hicieron
Joaquín Soler Serrano y Mercedes Milá, para contemplar en
vivo ese espectáculo de incomodidad y violencia soterrada
contra sí mismo.
‘Pedro Páramo’ es una novela de voluntad realista que por
esa esencialidad -Rulfo escribió cerca de 300 páginas que
quedaron en 130 tras un exigente proceso de desbroce- acabó
convirtiéndose en puro mito, no solo del agreste centro-oeste
de México sino también de la identidad mexicana y su literatura.
Mexicanos son esos temas fundamentales que la atraviesan,
como la muerte, la soledad, la violencia, el poder tiránico
y la corrupción concretadas en la figura de Pedro Páramo,
poderoso cacique que sembró de hijos la zona y participó en
la ordalía de brutalidad y muertes en la que se vio sumido
el país con la revolución y la contrarrevolución cristera.
Páramo es un cacique en singular y a la vez todos los caciques
de la historia del país azteca. Recuerda Major que Octavio
Paz -un autor al que se ha querido enfrentar a Rulfo infinidad
de veces en una pugna que describe como “falsa”- no solo calificó
la novela como “una de las pocas obras maestras de la literatura”,
sino que también dijo de Rulfo que “es el único novelista
mexicano que nos ha dado una imagen -no una descripción- de
nuestro paisaje como una visión de otro mundo”.

Hay muchas huellas autobiográficas, que el autor siempre
negó, en esa novela. El niño Rulfo sufrió los daños colaterales
de las guerras cristeras, particularmente sangrientas, entre
el gobierno y los milicianos ultracatólicos, las mismas que
arrasaron la imaginaria Comala. Pero también se perciben en
su obra ecos del asesinato del padre de Rulfo (en una reyerta
vengativa que reflejó muy bien en el cuento ‘Diles que no
me maten’). En esa ausencia y su posterior paso por un orfanato
-que él recordaba como más parecido a un correccional- se
encuentra la almendra de una historia en la que puede detectarse
el dolor por el desamparo de la orfandad.
En esa línea, la argentina Reina Roffé, autora de la excelente
‘Juan Rulfo, biografía no autorizada’ (Fórcola), explica que
Comala es la recreación de varios lugares que el escritor
conocía bien: “Esos que en ciertas zonas de México se habían
dejado morir, como alguna vez señaló el autor, porque eran
acomodaticios, carecían de ideología, estaban llenos de saqueadores
y violadores que debían pagar la culpa por sus delitos. Por
eso convierte a sus habitantes en muertos vivientes”. Y hay
más. La familia de Rulfo perdió su patrimonio “esquilmado
por falsos revolucionarios”, dice Roffé, y eso quizá pueda
enlazarse con las penurias económicas de Preciado. “Exígele
lo nuestro. Lo que estuvo obligado a darme y nunca me dio…
El olvido en que nos tuvo, mi hijo, cóbraselo caro”, clama
la vengativa madre en el inicio de la novela, antes de morir.

Autorretrato de Juan Rulfo en el Nevado de Toluca, en 1940.
Aunque la historia de ‘Pedro Páramo’ era un proyecto acariciado
desde su juventud, mencionado en una carta a su entonces novia
y luego esposa, Clara Aparicio, la novela no tomó cuerpo en
su imaginación hasta que Rulfo, más de una década después,
visitó Tuxcacuesco, uno de los pueblos de su niñez, cercano
a San Gabriel, donde había pasado parte de sus primeros años.
En ese lugar que sus habitantes habían abandonado buscando
una vida mejor en Estados Unidos -una herida todavía sangrante
en tiempos de Trump-, el escritor se sintió transportado por
la atmósfera fantasmal del lugar, en el que solo se oía el
rumor del viento entre los árboles, unas casuarinas, pinos
que azotados por las ráfagas de aire “aullaban”, según explicó.
Las que aúllan en ‘Pedro Páramo’ son las almas de los difuntos
que se lamentan formando una terrorífica polifonía de voces.
Pese a que contó con el apoyo de muchos autores mexicanos,
‘Pedro Páramo’ no fue mayoritariamente comprendida desde un
principio. Renovaba demasiadas cosas -siguiendo la estela
de William Faulkner-, tuvo algunas críticas negativas y muchas
otras menos miopes. Pero el autor jamás olvidó las malas,.
La oposición a Rulfo llevaba implícita la desconfianza a que
aquella obra hubiera salido de la pluma de un autor autodidacta,
sin estudios universitarios o reglados y además bastante desconectado
del mundo que le rodeaba. ‘Pedro Páramo’ se consideró la melodía
accidental del burro que tocó la flauta. Se dijo, para minimizarlo,
que fue su buen amigo Juan José Arreola el artífice de la
estructura última y lo cierto es que le ayudó en la edición,
pero la responsabilidad final, Arreola lo dijo una vez y otra,
solo le correspondió a Rulfo. Además, se sabe que un segundo
libro publicado tras un éxito -y ‘El llano en llamas’, lo
fue, incontestable- suele tenerlo más difícil a la hora del
reconocimiento público. La novela, sorprende hoy, apenas vendió
unos pocos ejemplares en su aparición, pero pasó el tiempo
y empezó a crecer en ventas durante la década siguiente y
el éxito internacional y las traducciones trajeron de vuelta
a México la consideración general y una gran valoración de
la obra. Una encuesta del Instituto Nobel, un premio que irónicamente
Rulfo no ganó, situó 'Pedro Páramo' entre las 100 mejores
obras de las letras universales.

La versión de Netflix de 'Pedro Páramo', con guion de Mateo
Gil.
Finalmente, habría que pensar en ‘Pedro Páramo’ como kilómetro
cero de la actual literatura sobre la violencia en México
que tantos frutos ha dado en la actualidad con autores como
Emiliano Monge, Yuri Herrera, Daniel Sada y Julián Hebert.
Sin olvidar lo más obvio: aquella seminal escena en la que
Álvaro Mutis conminó a un Gabriel García Márquez con el libro
en la mano: “Lea esta vaina, carajo, para que aprenda”. Gabo
‘aprendió’ y escribió ‘Cien años de soledad', trastocando
la tristeza profunda de Rulfo en tropicalia gozosa, Comala
en Macondo, el secarral mexicano en selva bananera, distinta
geografía mismo destino.
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