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Mary Shelley.
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1-Febrero-2022

El 1 de Febrero de 1851 se marchaba Mary Shelley. Hace justo dos siglos, el hemisferio norte se quedó sin verano. Un súbito trastorno climático desencadenó un enfriamiento general que obligó a unos viajeros ingleses a pasar sus vacaciones suizas en una villa de Ginebra. En aquel grupo de amigos estaba la escritora Mary Shelley. Confinados por el mal tiempo, decidieron, para entretenerse, escribir historias de horror, una de las cuales haría época: Frankenstein. En 1816, el tiempo se volvió loco. Las heladas arruinaron los cultivos en Europa, y en Norteamérica, la sequía hizo otro tanto; en ambos lugares faltaron alimentos. En Asia se alteró el ciclo del monzón, dando lugar a devastadoras inundaciones. Los caminos se poblaron de refugiados climáticos, campesinos hambrientos que mendigaban comida. El frío no remitió siquiera al aproximarse la temporada estival. Hubo nevadas hasta mediados de junio y en Roma cayó nieve rosa.

El trastorno climático dejó al hemisferio norte sin verano, y tuvo otro impacto menos conocido: sirvió de catalizador de una de las obras literarias más influyentes de la modernidad. Actualmente se sabe que la culpa del desbarajuste la tuvo el volcán Tambora de Indonesia. La erupción ocurrida el año anterior –la más grande de la que existe registro– expulsó a la atmósfera miles de millones de toneladas de gases y cenizas suficientes para oscurecer el cielo y bloquear la luz solar. Meses más tarde, cuando las partículas eyectadas alcanzaron la estratosfera, provocaron un descenso medio de las temperaturas de 2 ºC en la superficie terrestre: un efecto invernadero al revés. Esa explicación era desconocida para los cinco viajeros ingleses que en junio de 1816 se habían reunido en Suiza con el ánimo de gozar de unas vacaciones recorriendo los sublimes paisajes alpinos. Les bastaba con ver la cortina de lluvia intercalada entre los gélidos días plomizos para darse cuenta de que en esas condiciones resultaba imposible el disfrute de sus panorámicas, así como las excursiones y paseos. Optaron entonces por refugiarse en Villa Diodati, una mansión próxima al lago Lemán.

El lago de Ginebra, también conocido en español como lago Lemán (en francés: Lac Léman o Lac de Genève), es el mayor lago de la Europa Occidental. Se encuentra situado al norte de los Alpes, entre Francia (orilla sur) y Suiza (orilla norte incluidos los extremos occidental y oriental). El 8 de abril de 1991, las riberas del lago de Ginebra fueron declaradas sitio Ramsar, humedal designado como de importancia internacional bajo la Convención de Ramsar. La Convención sobre Humedales, conocida como la Convención de Ramsar, es un tratado ambiental intergubernamental establecido en 1971 por la UNESCO, que entró en vigor en 1975.

Todos eran tipos representativos del romanticismo inglés: Lord Byron, el poeta genial y extravagante; su médico John Polidori; Percy B. Shelley, no menos genial poeta; y su esposa, Mary, hija del filósofo radical William Godwin y de la precursora del feminismo Mary Wollstonescraft; a quien acompañaba su hermanastra Claire Clairmont, la amante “un poco demoníaca” de Byron, al decir de este. No era la mujer de Shelley una chica convencional. Su madre había muerto de parto, por lo que apenas la conoció. Ninguneada por su madrastra, se refugió en la lectura y la escritura. La inmensa biblioteca de su padre y el ambiente intelectual que este mantenía en casa le ayudaron a formarse una notable inteligencia al modo autodidacta. A los 16 años, se enamoró locamente de Shelley y huyó con él. Los primeros días en Villa Diodati se dedicaron a largas disquisiciones al calor del hogar. Se habló de lo humano y lo divino, y del origen de la vida. Los cuatro estaban familiarizados con los debates científicos del momento.

Shelley había estudiado química en Oxford y hubiera brillado en esta materia de no haberse dedicado a la poesía; Byron seguía las novedades en astronomía y cosmología; Polidori acreditaba una formación en ciencias en la Universidad de Edimburgo; y Mary –que tenía 18 años– conocía la electroquímica gracias a las conferencias del amigo de su padre, sir Humphry Davy. Aburrido, Byron propuso que cada uno escribiera una historia sobrenatural. Una excelente recreación del episodio la ofrece la película de Gonzalo Suárez, Remando al viento. Los tres varones acabaron sus textos enseguida: dos poemas y un cuento de vampiros. Mary se tomó catorce meses para terminar el suyo, titulado Frankenstein o el Prometeo Moderno. Fue el que hizo época. Acerca de la novela y su trasfondo han corrido ríos de tinta. Se ha subrayado que Mary estaba embarazada mientras escribía, y que sus páginas reflejan el miedo a gestar un hijo deforme. Pero la interpretación psicológica no agota la riqueza de la obra. No faltan en ella elementos anecdóticos, como el nombre “Frankenstein”, que Mary tomó del castillo alemán homónimo. Otros aspectos se ligan al contexto histórico, como la fascinación por las disecciones y los ladrones de cadáveres (no había suficientes en las morgues para atender las demandas de los anatomistas). Además, por supuesto, de la gran obsesión del romanticismo inglés: la Revolución Francesa.

El Castillo de Frankenstein es un castillo de cima situado a 5 km al sur de Darmstadt en Alemania. Las afirmaciones actuales sobre su influencia en el trabajo de Mary Shelley siguen siendo controvertidas.

La tragedia de los líderes que liberaron las energías violentas de las masas que acabarían por volverse contra ellos constituye el subtexto de la novela. E, impregnándolo todo, la doctrina biológica del hálito vital que anima a los seres vivos, el acicate de los primeros intentos por demostrar científicamente la existencia del alma. Con tales materiales la escritora urdió una historia sobre la creación de vida artificial con eje en la rebelión romántica contra el orden establecido y sus tabúes. Algunos de esos rasgos se mantienen en el Frankenstein popularizado por la cultura de masas, junto a otros introducidos por las adaptaciones teatrales y cinematográficas. Estas hicieron de Víctor Frankenstein un sabio loco de manual, cuando Mary Shelley lo pinta como un erudito reflexivo lleno de amor a la humanidad. La sencilla mesa quirúrgica del libro se convirtió en la pantalla en un siniestro laboratorio donde la electricidad roba el protagonismo. El monstruo, una criatura racional cuyo lúcido soliloquio ocupa gran parte de la novela, fue degradado a un ser salvaje y balbuceante. Al quitarle la palabra, las versiones amputaron una dimensión fundamental del texto: el punto de vista del producto de la creación científica, otro héroe romántico como Víctor, Prometeo o el Ángel Caído. Las sucesivas mutaciones del mensaje original ofrecen un valioso muestrario del cambio de las percepciones sociales sobre los científicos, la ciencia y la tecnología.

Si la novela expresa una crítica al espíritu fáustico del romanticismo y retoma la pregunta por la naturaleza humana planteada en Los viajes de Gulliver, los Frankensteins del cine rezuman el miedo a la amoralidad de una ciencia indiferente a las consecuencias de sus hallazgos y manipulaciones; en definitiva, los temores de la sociedad del riesgo. Lo que se mantiene inmutable es su contribución a la nueva forma artística, la ciencia ficción, a la que aportó, entre otras cosas, el tópico del autómata sublevado contra su creador. Nos hemos ido lejos del cónclave en Villa Diodati. ¿Cómo acabó el asunto? A finales de agosto, los Shelley emprendieron el regreso a Inglaterra junto con Claire, a la sazón embarazada por Byron. A Mary le tocaba rematar el relato bosquejado en las vacaciones. Y en 1818, cuando las cenizas se habían depositado sobre la superficie del planeta y el clima volvía a la normalidad, publicó su fantasía de horror y anticipación científica, el fruto tardío “del año que no hubo verano”. Frankenstein o el moderno Prometeo está considerada la primera novela de ciencia ficción moderna.

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Cuando Mary Shelley escribió una novela epistolar y polémica.

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Pese a que hoy Shelley goza de un reconocimiento unánime, el libro salió de imprenta bajo anonimato, en tres volúmenes, con una modesta tirada de 500 ejemplares y a un precio de 16 chelines y 6 peniques. Las desventuras del doctor Víctor y su criatura quitaron el sueño muy pronto a los lectores de principios del siglo XIX. Igual que lo sigue haciendo hoy, 200 años después, a través de las páginas escritas por Mary o la infinidad de películas y relatos que han inspirado. En la Inglaterra victoriana muy pocos sabían sin embargo que detrás de la novela se esconde una historia igual de fascinante. Para conocerla es necesario viajar hasta Indonesia y asomarse a sus volcanes, hacer una breve parada en Suiza durante el verano de 1816, cuando el cielo se cubrió de cenizas y nubes, y remontarse luego a los macabros experimentos con cadáveres del doctor Johann Conrad Dippel en el siglo XVII o las pruebas con electricidad de Luigi Galvani.

1816 fue el año sin verano. La erupción del volcán Tambora, en Sumbawa (Indonesia), en 1815, demostró que el mundo es muy pequeño y que lo que ocurre en una lejana isla del Índico puede sacudir Europa. En abril de ese año Tambora empezó a vomitar gran cantidad de gases con azufre.

Sus consecuencias fueron dignas de la febril sensibilidad del Romanticismo: un tsunami en las costas de Bali, inundaciones, cielos oscurecidos por el manto de ceniza, un descenso prolongado de las temperaturas, cosechas arruinadas, hambrunas, miles de muertos por inanición, familias lanzándose a las calles para cazar gatos y ratas … Las secuelas traspasaron de lejos a Asia u Oceanía. Más de un año después de la erupción sus efectos aún se dejaban sentir en Europa. Tanto, que en 1816 no hubo verano, literalmente. Las mejores imágenes de aquel estío que no fue las dejó el pintor William Turner, quien plasmó en sus lienzos atardeceres sanguinolentos.

Los atardeceres apagados de Turner, envueltos en una permanente neblina, bebían de aquella lejana erupción que apagó un verano.

Bajo esos cielos aterradores viajaba por Suiza en junio de 1816 un distinguido grupo de extranjeros: el poeta Percy Bysshe Shelley, a punto de cumplir los 24 años y ya autor de grandes obras como Alastor, y Mary Godwin (más tarde Mary Shelley), cinco años más joven que Percy y quien poco antes había huido de Londres con el afamado poeta ante la negativa de su padre en consentir su romance. Con ellos viajaba también la hermanastra de Mary, Claire Clairmont. Para refugiarse de la lluvia y el frío desatados por el lejano volcán de Sumbawa, el grupo se alojó con el poeta Lord Byron en la mansión que había alquilado en Coligny, cerca del lago Lemán (Ginebra). Además de Percy, Mary, Claire y Bayron, en la casa se alojaba también el médico personal del lord inglés y joven aspirante a literato: John Polidori. Una camarilla distinguida para un escenario no menos distinguido. A lo largo de los siglos las paredes de aquella mansión (bautizada como Villa Diodati) habían cobijado ya a grandes invitados, como John Milton, Rousseau o Voltaire. Por aquella época no era extraña tampoco la presencia del escritor Matthew Lewis, otro gran romántico, autor de El monje o La novia ensangrentada.

Con tan sólo 26 años y una única obra para el recuerdo, John Polidori cambió por completo el género de terror creando una figura que se ha hecho inmortal e influyente en obras posteriores del mismo género: el vampiro seductor y cruel.

A veces una sola noche puede dejar una huella que perdura imborrable más de dos siglos. A mediados de junio de 1816 Mary, Percy y Claire se instalaron en Villa Diodati, una mansión tomada por el espíritu expansivo e inflamado de Byron. Al calor del fuego con el que se calentaban en aquel verano invernal y para matar el aburrimiento, el grupo se dedicó a recitar pasajes de un libro que había llevado Polidori, Phantasmagoriana, una especie de antología de leyendas germanas de fantasmas. En ese escenario, la noche del 16 o 17 de junio, Byron tuvo una de sus ideas más geniales: "Vamos a escribir cada uno un relato de fantasmas", propuso el noble inglés, como recordaría años más tarde la propia Mary.

En la sala estaban además de Byron, Percy, Mary y Polidori. La idea les gustó. Pero por un azar caprichoso, las dos obras que se recuerdan todavía hoy no salieron de la pluma de los dos escritores que ya habían despuntado (Percy y Byron), sino de la otra pareja que aún no había dado muestras de su gran talento (Mary y Polidori). Con el paso de los días el entusiasmo inicial de Mary se fue convirtiendo en una carga. A la joven no se le ocurría nada. "Me dediqué a pensar una historia que hiciese mirar en torno suyo al lector amedrentado, que le helase la sangre y le acelerase los latidos del corazón. Pensé y medité... pero sin resultado. Sentía esa vacía incapacidad de invención que es la mayor desdicha del autor", recordaba años después. Percy, su futuro marido, le preguntaba cada mañana si había dado con su argumento. "Y cada mañana me veía obligada a responder la penosa nada", rememora Mary.

Una noche, tras escuchar una charla entre Byron y Percy sobre "el principio vital", el galvanismo, los experimentos de Erasmus Darwin (el abuelo de Charles) y la reanimación de cadáveres, Mary se fue a la cama. La conversación había calado sus nervios y la joven tuvo una pesadilla horrible. "Vi al pálido estudiante de artes impías, de rodillas, junto al ser que había ensamblado", relataría años después, "vi al horrendo fantasma de un hombre tendido; y luego, por obra de algún ingenio poderoso, manifestar signos de vida y agitarse con movimiento torpe". Mary se despertó con el corazón desbocado y empapada en sudor. Para apartar la imagen de aquella criatura diabólica de su mente miró a la ventana cerrada por donde se filtraba el débil y pálido brillo de la luna. "Debía tratar de pensar en otra cosa. Recurrí a mi historia de fantasmas... ¡Mi tediosa, desafortunada historia de fantasmas! ¡Si al menos lograra inventar una que asustase a mi lector como me había asustado yo esa noche! Veloz y animada como la luz fue la idea que se me ocurrió. ¡La encontré!” Efectivamente, había nacido el monstruo.

Mary pensó en escribir solo un pequeño relato, unas pocas páginas. Animada por Percy sin embargo alumbró la novela que se publicaría un año y medio después, el día de Año Nuevo de 1818, en Londres. ¿Y cómo le fue a sus otros tres compañeros? Polidori dio forma al relato El vampiro. Prueba de su importancia es que de esa historia beben muchos de los libros y películas que se han elaborado después sobre los vampiros románticos. El Drácula de Stoker no llegaría a las librerías hasta casi ocho décadas después. Byron, que durante su estancia en Ginebra trabajaba en su Childe Harold, comenzó un cuento que incluyó al final de su poema Mazeppa. En cuanto a Percy, su futura esposa solo apunta que "empezó un relato basado en experiencias de la primera etapa de su vida".

La londinense Oxford Street en 1890. Se calculan mil toneladas de "producto equino" al día.

Aunque no hay razones para dudar de Mary cuando asegura que la idea de Frankenstein cuajó en su mente por una pesadilla, dos siglos dan para mucho y no son pocas las teorías que ahondan en el origen de la novela. Algunos especulan con que la joven estaba embarazada y que en su Moderno Prometeo vuelca todos sus miedos, su pavor a que la criatura que llevaba en su vientre tuviese problemas. Más allá de las interpretaciones psicológicas están sin embargo las evidencias. La más palpable es que la autora bautizó a su doctor y monstruo como Frankenstein, el nombre del castillo alemán (situado a 5 km de Darmstadt) donde trabajó Johann Conrad Dipple, un erudito poco ortodoxo que vivió entre los siglos XVII y XVIII y fue acusado de desenterrar cadáveres para sus estudios de alquimia. Las andanzas de Dipple recuerdan en cierto modo a las de Víctor Frankenstein.

Al igual que Percy, Lord Byron o Polidori, Mary también sentía fascinación por los experimentos de Luigi Galvani con electricidad, con los que conseguía espasmos musculares en ranas muertas. Probablemente también conocía los trabajos de sus compatriotas Andrew Corsse y sir Humphry Davy, amigo este último de su padre.

Luigi Galvani convenció a la comunidad internacional de que los órganos de los animales producían electricidad. Esta teoría sedujo en inicio también a Volta, pero acabó llegando a otra conclusión. De aquella pelea nació la pila.

Otro factor que ayuda a entender a Mary es el papel que jugaron los cementerios en su vida. A un camposanto, el de Saint Pancras, acudía de niña para evadirse sobre la tumba de su madre. Allí aprendió a leer y entre los muros de aquella necrópolis tuvo sus primeros escarceos con Percy a escondidas de su padre. Un íntimo vínculo con los cementerios que se ensancha al vivir en plena fiebre de profanación de cadáveres para los estudios de anatomía. El mejor retrato de aquella época lo dejó Robert L. Stevenson en El ladrón de cadáveres. Anónima, modesta e histórica, la publicación de Frankenstein en 1818 marca uno de los instantes clave en la historia de la literatura. Hay discrepancias sobre la fecha exacta de su primera edición. Algunos sostienen que la novela salió a la luz el 11 marzo de 1818. Otros coinciden sin embargo en que el monstruo más icónico del Romanticismo vio la luz tres meses antes: en Año Nuevo de 1818. Esa es la fecha que toma como referencia el escritor y editor inglés Robert McCrum en The Guardian, que recoge el propio Shelley Godwin Archive o citan los escritores y periodistas Jennifer Latson y Boyd Tonkin en medios tan prestigiosos, respectivamente, como Times y New Scientist.

Años después, en 1831, Mary retocaría su texto original. En 2021 amantes de la literatura de terror y de la ciencia ficción, del Romanticismo, del cine o simplemente de los buenos libros celebraban el 200 aniversario de aquel lejano Año Nuevo de 1818 en que Frankenstein irrumpió en su primera librería de Londres.

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¿Visitar un cementerio? Sí, sí, visitar un cementerio. Igual no suena tan emocionante como ir a ver el Big Ben o el London Eye, pero si vas a estar unos cuantos días en Londres y quieres visitar algo más, acércate al cementerio de Highgate, te sorprenderá.

El cementerio de Highgate en Londres abrió en 1839. En aquella época los cementerios de Londres no daban abasto por la creciente demanda, y se abrieron 7 cementerios en los alrededores de Londres denominados los 7 magníficos. Por aquel entonces, los cementerios eran negocios privados, y competían entre ellos por que la gente quisiese ser enterrada o enterrar a sus seres más queridos en ellos. El cementerio de Highgate ofrecía algo que el resto de cementerios no podían ofrecer: unas vistas magníficas de Londres, al estar situado en un punto de los puntos más altos. Y por aquella razón, hoy nos podemos encontrar con numerosas tumbas de personajes famosos, como Karl Marx, los padres de Charles Dickens, Michael Faraday… Está dividido en dos zonas: East y West, y ambas partes se pueden visitar. Las tumbas son la gran mayoría de un estilo neogótico victoriano, con influencia egipcia.

East Cemetery (Cementerio este). En ésta zona de cementerio os encontraréis con la tumba de Karl Marx, y pasearéis por un cementerio victoriano de película. Para visitar ésta zona del cementerio realmente no es necesario comprar entrada con antelación, puedes acercarte cuando esté abierto al público y comprar la entrada en una pequeña taquilla que hay en la entrada. Pero si vas a visitar el cementerio de Highgate, aunque ésta parte del cementerio está muy bien, realmente merece más la pena si visitas la parte oeste del cementerio.

West Cemetery (Cementerio Oeste). Ésta parte del cementerio sólo se puede visitar con guía, debido al tamaño que tiene y la edad de algunas de las tumbas. Al ir con guía la ventaja es que permiten entrar a las catacumbas. Nosotros hemos ido varias veces ya que hemos llevado a amigos y familiares, y los guías suelen ser voluntarios. El guía habla sobre los símbolos de las tumbas, la historia de algunas de las personas enterradas y la arquitectura e historia del cementerio.

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