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Ensayo nuclear.
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12-Diciembre-2019

Una prueba o ensayo nuclear es la detonación de un arma nuclear con fines experimentales (determinar el rendimiento de un arma, los efectos destructivos de la misma, etc.) o de desarrollo de armamento nuclear. Algunas detonaciones han tenido lugar con fines pacíficos. Por ejemplo, cerca de 27 detonaciones se han realizado para cavar pozos o construir canales o puertos artificiales, o bien para extraer combustible o gas subterráneo. Por otra parte, la detonación más potente de la historia, la "Bomba del Zar" se realizó con objetivos puramente propagandísticos, ya que un arma de tal tamaño y potencia sería muy difícil de utilizar contra el enemigo, debido, entre otras razones, a la necesidad de utilizar un bombardero modificado. Dos o más detonaciones realizadas a menos de 2 km unas de otras y con un intervalo de tiempo no superior a 0,1 segundo se consideran como una sola prueba (llamada "salvo").

Las pruebas nucleares se clasifican como atmosféricas (cuando la explosión tiene lugar dentro de la atmósfera), estratosféricas (en las que el arma nuclear usualmente es transportada en un cohete fuera de la atmósfera), subterráneas y submarinas. Las atmosféricas producen una contaminación mayor, mientras en los otros tipos la lluvia radiactiva es más limitada. Las pruebas exoatmosféricas pueden generar un pulso electromagnético. Asimismo, las pruebas nucleares pueden realizarse mediante lanzamientos desde aeronaves (airdrop), o bien situando al arma nuclear en la cima de una torre, en un contenedor impermeable bajo el agua, encima de una embarcación, bajo tierra, o en el espacio exterior mediante el uso de un cohete (prueba nuclear de gran altitud).

La primera bomba atómica fue detonada por Estados Unidos el 16 de julio de 1945, con un rendimiento equivalente a 20 kt. Esta prueba, realizada bajo el Proyecto Manhattan, tenía como objetivo probar la viabilidad de la bomba de fisión nuclear, usada más tarde contra Japón. La primera bomba de hidrógeno, nombre código Mike, fue probada en el atolón de Enewetak en las Islas Marshall, el 1 de noviembre de 1952, también por Estados Unidos. La detonación nuclear más poderosa de la historia fue realizada por la Unión Soviética: la "Bomba del Zar", o "Tsar Bomba", con un rendimiento de aproximadamente 50 Mt.

El 5 de agosto de 1963, se firmó un tratado para limitar la cantidad de pruebas nucleares. El tratado permitió únicamente pruebas subterráneas, aunque las detonaciones atmosféricas continuaron. Francia continuó sus pruebas nucleares atmosféricas hasta 1974, mientras China continuó hasta 1980. La última detonación nuclear realizada por Estados Unidos (subterránea) tuvo lugar en 1992; la Unión Soviética continuó hasta 1990, el Reino Unido hasta 1991, y Francia y China hasta 1996. Posteriormente, sólo India y Pakistán, que no forman parte del acuerdo de prohibición de pruebas nucleares, detonaron bombas atómicas hasta 1998.

Por lo general, la lluvia radiactiva no ha causado graves consecuencias a los seres humanos, a excepción de las bombas lanzadas contra Hiroshima y Nagasaki y la prueba Castle Bravo. Después de estos dos ataques nucleares, se realizaron dos detonaciones durante la Operación Crossroads (donde se utilizó cerca del 20% del arsenal de armas nucleares de la época) que tuvo lugar en el atolón de Bikini. Estados Unidos realizó un total de seis detonaciones antes de que la Unión Soviética detonase su primera bomba nuclear, Joe-1, el 29 de agosto de 1949.

Mientras los norteamericanos realizan sus pruebas en el Área de Pruebas de Nevada y en las Islas Marshall, los soviéticos efectuaron las pruebas principalmente en Kazajistán. Durante la Guerra Fría tuvo lugar la gran mayoría de detonaciones nucleares. Durante la explosión termonuclear Castle Bravo, realizada en las Islas Marshall en 1954, se materializó una lluvia radiactiva, lo cual causó la contaminación de miles de kilómetros de océanos e islas deshabitadas. Se trataba de un nuevo diseño de bomba termonuclear, pero el rendimiento del arma (de 15 Mt) fue del doble de lo proyectado. La radiación afectó también a islas habitadas, donde, aunque se evacuó a la población, se registró una larga exposición a la lluvia radiactiva, y posiblemente con el tiempo aumentaron los casos de cáncer en los habitantes de esta zona del Pacífico. Asimismo, la radiación afectó a la tripulación de un bote pesquero japonés llamado Lucky Dragon 5 (Daigo Fukuryu Maru) que se encontraba en las cercanías, donde el tripulante jefe Operador de radio Sr. Aikichi Kuboyama, muere por la lluvia ácida 7 meses después, con 40 años de edad. El Sr. Aikichi Dejó estas palabras: "Ruego ser la última víctima de una bomba atómica o de hidrógeno" éste fue el primer caso de muerte por una bomba de hidrógeno. El barco aún se conserva y está en exhibición en Tokio.

Tipos de prueba nuclear: 1. atmosférica, 2. subterránea, 3. estratosférica, 4. submarina.

Asimismo, existen naciones que disponen de un arsenal nuclear, pero nunca han realizado pruebas atómicas, como es el caso de Israel. Se han realizado más de 2000 detonaciones nucleares, incluidos los dos ataques nucleares que corresponden a los únicos usos de armas nucleares contra población civil.

- Estados Unidos ha realizado, entre el 16 de julio de 1945 y el 23 de septiembre de 1992, un total de 1054 pruebas nucleares y dos ataques nucleares contra Japón. La mayor parte tuvo lugar en el Emplazamiento de Pruebas de Nevada y en las Islas Marshall, así como en otros diez lugares, entre los que se encuentran Alaska, Colorado, Mississipi y Nuevo México.

- La Unión Soviética realizó entre 715 y 969 detonaciones, la mayor parte en Semipalatinsk y en Novaya Zemlya, y en varios otros sitios en Rusia, Kazajistán, Turkmenistán y Ucrania.

- Francia ha efectuado 210 detonaciones, principalmente en Reggane y Ekker en Argelia, y en Fangataufa y Mururoa en la Polinesia francesa.

- Gran Bretaña realizó 45 explosiones nucleares (21 en territorio australiano, incluyendo nueve en el sur de Australia, en Maralinga y Emu Field, además de detonaciones realizadas conjuntamente con Estados Unidos).

- China realizó 45 detonaciones (23 atmosféricas y 22 subterráneas, todas ellas efectuadas en Lop Nur, en Malan, Xinjiang).

- Corea del Norte ha realizado 4 pruebas subterráneas en su territorio nacional. India ha efectuado 5 o 6 detonaciones, en Pokhran.

- Pakistán, realizó entre 3 y 6 detonaciones, en Chagai Hills.

Nota de prensa, Octubre 2024:

Los hibakusha, sobrevivientes de las bombas atómicas en Japón, ganan el Premio Nobel de la Paz.

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La escritora Doris Lessing participó en campañas contra las armas nucleares.

"La gente pensó que era el fin del mundo": las víctimas olvidadas de la explosión en la prueba de la primera bomba atómica en Nuevo México.

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La crónica sobre seis supervivientes de Hiroshima que se convirtió en un gran clásico del periodismo.

Lectura imprescindible.

Este es un libro claro y terrible. La historia moral y política de los científicos atómicos y lo que aconteció entre los bastidores de los laboratorios mientras se llevaba a cabo el hallazgo atómico y la construcción de las grandes bombas nucleares. Un galería humana impresionante con los nombres de Rutheford, Max Born, Niels Bohr, Dirac, Heinsenberg, Joliot-Curie, Kapitza, Fuchs, Fermi, Oppenheimer, Szilard, Teller, Weizsäcker, Otto Hahn, aparece a las luces de la época y en sus relaciones con los políticos, cuyas decisiones dependió su trabajo, desde Hitler a Roosevelt y Truman.
Análisis del politólogo Graham T. Allison de la crisis de los misiles cubanos de 1962. Allison utilizó la crisis como un estudio de caso para futuros estudios sobre la toma de decisiones gubernamentales. El libro se convirtió en el estudio fundador de la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, y al hacerlo revolucionó el campo de las relaciones internacionales. Allison publicó originalmente el libro en 1971. En 1999, debido a los nuevos materiales disponibles (incluyendo grabaciones en cinta de los procedimientos del gobierno de los Estados Unidos), reescribió el libro con Philip Zelikow. El título se basa en un discurso de John F. Kennedy , en el que dijo: " La esencia de la decisión final sigue siendo impenetrable para el observador, a menudo, de hecho, para el propio decisor ".
Relata historias de personas y animales que viven cerca de instalaciones de armas nucleares, almacenes de residuos nucleares, plantas de procesamiento de uranio y reactores de energía nuclear.
Ensayo sobre el efecto de la lluvia radiactiva en personas y ganado a causa de las pruebas nucleares en el Emplazamiento de pruebas de Nevada durante los años 1950.
A partir de su participación como investigador especial enviado por el Gobierno soviético tras el accidente de Chernóbil, Medvedev ofrece testimonios de primera mano que describen qué se hizo y qué no se hizo antes y después de la explosión.
Detalla la historia del programa israelí de armas nucleares y sus efectos en las relaciones entre Estados Unidos e Israel.
Versión impresa de las cinco conferencias sobre los principios de las armas nucleares dados a los recién llegados al Laboratorio Nacional Los Álamos durante el Proyecto Manhattan. Si bien su información ha quedado obsoleta, se le considera un documento histórico fundamental para la historia de las armas nucleares.
Relata la tragedia psicológica del accidente de Chernóbil, explora las experiencias de los individuos y cómo les afectó en sus vidas.
La primera historia detallada del movimiento antinuclear en los Estados Unidos.
Manual sobre energía nuclear y discusión sobre las armas nucleares y los posibles caminos para su reducción, con información detallada sobre los reactores nucleares en Estados Unidos y Francia.
Una historia de los experimentos de radiación en estadounidenses llevados a cabo por el Gobierno de Estados Unidos sin el consentimiento de los participantes.
El autor sugiere que una característica esencial del siglo XX fue el desarrollo de la capacidad de autodestrucción de la humanidad, con el surgimiento de muchas formas de "políticas de exterminio". Schell continúa sugiriendo que el mundo ahora enfrenta una elección clara entre la abolición de todas las armas nucleares y la nuclearización total, ya que la tecnología y los materiales necesarios se difunden en todo el mundo.
Una historia académica del accidente de Three Mile Island, escrita por J. Samuel Walker y publicada en 2004. Walker es el historiador de la Comisión Reguladora Nuclear y su libro es el primer análisis histórico detallado desde el accidente. El accidente de 1979 en la estación de energía nuclear Three Mile Island en Pensilvania fue "el evento más importante en los cincuenta años de historia de la regulación de la energía nuclear en los Estados Unidos", según Walker. Muchos comentaristas han visto el evento como un punto de inflexión para la industria de la energía nuclear en los Estados Unidos.
Reseña el accidente nuclear de Three Mile Island en Pensilvania y sus causas, así como el proceso de limpieza que duró más de una década.
Utiliza material desclasificado sobre las operaciones de limpieza en el centro de pruebas nucleares en Maralinga, Australia, y los efectos en la salud de los participantes.
Examen de un polémico proyecto nuclear: la Central Nuclear Diablo Canyon, construida en una zona con diversidad biológica y paisajística en la costa central de California.
Trata sobre la limpieza de las pruebas nucleares británicas en Maralinga, llevadas a cabo en Woomera, Australia Meridional.
Explica por qué la energía nuclear no se desarrolló en la forma como esperaban sus planificadores y explora la relación de la energía nuclear, tanto por civiles como por militares.

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La marca que dejó la bomba atómica en nuestros cuerpos.

En Nagasaki, como en Hiroshima, en los 5 años posteriores a los bombardeos atómicos, hubo un aumento significativo en los casos de leucemia entre los sobrevivientes. Los efectos de la radiación de las bombas fueron devastadores, causando una serie de enfermedades, incluyendo leucemia, tumores malignos y cataratas.

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En plena Guerra Fría, cuando Estados Unidos y la Unión Soviética vivían bajo la amenaza constante de una guerra nuclear, una niña de diez años decidió hacer algo que los diplomáticos no habían logrado: escribir una carta. Su nombre era Samantha Reed Smith, y vivía en Maine. En 1982, tras ver en la revista TIME la imagen del líder soviético Yuri Andrópov, le preguntó a su madre por qué nadie le pedía directamente que evitara la guerra. Su madre, sin imaginarlo, le dijo: “¿Por qué no se lo preguntas tú?”. Samantha tomó papel y lápiz y escribió: “Estimado Sr. Andrópov: ¿Usted quiere hacer una guerra o no? Por favor, dígame por qué quiere conquistar el mundo o no quiere hacerlo”. Cinco meses después, para sorpresa del mundo, Andrópov le respondió personalmente. No solo elogió su valentía, sino que la invitó a visitar la Unión Soviética y conocer a niños de su edad.

En julio de 1983, Samantha llegó a Moscú. Fue recibida como una heroína, símbolo de la paz. Visitó escuelas, museos y el campamento infantil de Artek, donde hizo amigos soviéticos y descubrió que, a pesar de las fronteras, los niños de ambos lados soñaban con lo mismo. Al volver a su país, se convirtió en un símbolo de esperanza. Dio entrevistas, escribió un libro y participó en campañas por la paz. Tenía apenas 13 años cuando, el 25 de agosto de 1985, murió junto a su padre en un accidente aéreo. La Unión Soviética la despidió con honores: se emitieron sellos con su rostro, se bautizó con su nombre un diamante, una compañía teatral infantil y una variedad de tulipanes. Samantha Smith fue una niña que no tuvo poder, ejército ni rango diplomático, pero sí algo mucho más grande: la convicción de que una carta podía cambiar el rumbo del mundo.

Pásate por Ser humano >> Activistas >> Estados Unidos.

En septiembre de 1983 el mundo estaba al borde de la aniquilación. Las tensiones entre el United States Department of Defense y la Soviet Armed Forces estaban en su punto más alto: la Guerra Fría había convertido al planeta en un barril de pólvora, a una chispa de la destrucción total. Bajo tierra, en un centro de mando soviético ultrasecreto, el teniente coronel Stanislav Petrov se encontraba frente a una pared de pantallas, vigilando el cielo en busca de cualquier señal de un ataque nuclear. Los sistemas estaban en alerta máxima. Cada sonido, cada parpadeo de luz, cargaba con el peso del mundo entero. Y entonces sucedió. El silencio se rompió. Una alarma ensordecedora atravesó la sala. La pantalla mostró un mensaje que heló su sangre: “Lanzamiento de misiles detectado.” Cinco misiles nucleares, supuestamente lanzados por el enemigo se dirigían directamente hacia territorio soviético. Si era cierto, significaba el fin. En cuestión de minutos, la Unión Soviética desataría su respuesta total. El mundo ardería. El corazón de Stanislav latía con fuerza. Tenía segundos para decidir. Una sola llamada suya podía desatar un contraataque, una reacción en cadena de fuego nuclear que borraría a la humanidad de la faz de la Tierra. El protocolo era claro. Las alarmas gritaban. El sistema insistía: el ataque era real. Pero algo dentro de él, una voz silenciosa, una intuición profunda, susurraba lo contrario. “¿Cinco misiles?” pensó. Demasiado pocos para un ataque a gran escala de Estados Unidos. No tenía sentido. En ese instante de presión imposible, eligió la duda sobre la obediencia, la razón sobre el miedo. Se negó a reportar el ataque. Esperó, mientras los segundos se estiraban como horas, preguntándose si el cielo explotaría en un fuego cegador. Y entonces, nada.

El radar permaneció en silencio. No hubo explosiones. No hubo muerte. El mundo siguió girando. Más tarde se descubrió que la alarma fue falsa, un fallo en el sistema satelital soviético. Los satélites habían confundido el reflejo del sol sobre nubes altas con el rastro ardiente de misiles estadounidenses. Pero si Stanislav Petrov hubiera obedecido a la máquina, la respuesta soviética habría sido catastrófica: cientos de ojivas nucleares lanzadas en represalia, destruyendo ciudades en todo el mundo. Las explosiones habrían desatado tormentas de fuego, levantado polvo radiactivo a la atmósfera y sumido a la Tierra en un invierno nuclear. Miles de millones podrían haber muerto. La civilización, tal como la conocemos, habría terminado no con una explosión, sino con un largo y helado silencio. Sin embargo, porque un solo hombre dudó … Porque confió más en su humanidad que en sus instrumentos, el mundo sobrevivió. Stanislav Petrov nunca se consideró un héroe. No recibió medallas ni desfiles. Pero esa noche, en una sala silenciosa bajo tierra, su calma desafiante salvó cada vida en este planeta. No disparó un arma. No lideró un ejército. Simplemente eligió no destruir. Y en ese acto de contención, invisible, sin gloria, Stanislav Petrov salvó al mundo.

Póster del documental "El hombre que salvó al mundo".

El incidente no salió a la luz pública hasta la década de los 90, cuando se publicaron las memorias del general Yury Votintsev, entonces comandante de las fuerzas de defensa de misiles. El reconocimiento de la hazaña no le llegó a Petrov hasta el año 2004, cuando se le concedió el World Citizen Award. Dos años más tarde sería homenajeado en las Naciones Unidas. Casi todo el dinero de los premios recibidos los ha repartido entre sus familiares. El teniente coronel vivió en un pequeño apartamento de la periferia de Moscú con una pensión de poco más de 200 dólares, en relativo anonimato.

En 2013, en el treinta aniversario de aquella infausta noche, los medios volvieron a buscarle para relatar su historia, que Kevin Costner recogió en el documental El botón rojo. Después, Stanislav Petrov recuperó su vida anónima, rehuyendo una gloria que nunca quiso. Murió con la discreción que le caracterizó en vida, en Mayo de 2017.

El conocido como el "Incidente del Equinoccio de Otoño" casi nos manda al carajo ...

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Three Mile Island: cómo fue el mayor accidente nuclear en la historia de EE.UU. y por qué se cerró 40 años después la planta donde ocurrió.

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Si el conocimiento es siempre poder, en el ámbito de la física aún lo es más. Produce vértigo el abismo que separa la apasionante aventura del saber que emprendieron pioneros como Marie Curie, movidos por el deseo de desentrañar los secretos del mundo material para mejorarlo, y el uso que se acabó dando a sus descubrimientos, un uso que podía destruir al mundo mismo.Diana Preston entreteje biografía, historia, física y política para recorrer el camino que lleva en tan sólo cincuenta años, de finales del siglo xix a mediados del xx, de un extremo a otro: de la curiosidad compulsiva y el deseo de saber, a la instrumentalización del conocimiento como arma de destrucción.

Y lo hace poniendo en primer plano a los grandes protagonistas de la historia de la bomba atómica: científicos como los Curie, Bohr, Einstein u Oppenheimer; políticos como Roosevelt, Churchill, Truman, Hirohito o Hitler; pero sin olvidar a las víctimas y a personajes que no han pasado a la historia. Con una documentación exhaustiva y una atención especial al detalle humano –la ambición, el sufrimiento, el miedo, los problemas de conciencia–, la autora describe los avances científicos y técnicos, las decisiones políticas y los dilemas morales de unos hombres que, por primera vez en la historia, tuvieron en sus manos el destino de la humanidad.

Michihiko Hachiya era médico y director del Hospital de Comunicaciones de Hiroshima cuando cayó la bomba atómica en la ciudad. A pesar de estar enfermo y totalmente desbordado tratando de ayudar a las numerosas víctimas, encontró tiempo para recoger en este diario sus impresiones e inquietudes.Conmovedoras en su precisión, humildad, compasión y coraje, sus notas constituyen el mejor testimonio para entender cómo vivió el pueblo japonés las semanas que siguieron a la tragedia.
En este conciso relato de por qué Estados Unidos usó bombas atómicas contra Japón en 1945, J. Samuel Walker analiza las razones detrás de la decisión más controvertida del presidente Truman. Delineando lo que era conocido y no conocido por los líderes estadounidenses en ese momento, Walker evalúa las opciones disponibles para poner fin a la guerra con Japón. En esta nueva edición, Walker incorpora una década de nuevas investigaciones, en su mayoría de archivos japoneses recién disponibles, que brindan una nueva perspectiva sobre las consideraciones estratégicas que llevaron al lanzamiento de la bomba. Desde el debate sobre si invadir o continuar el bombardeo convencional de Japón hasta las agonizantes deliberaciones de Tokio sobre la rendición y los efectos de la exposición a la radiación de bajo y alto nivel, Walker continúa arrojando luz sobre uno de los momentos más trascendentales de la historia.
Con su método de hipnosis regresiva recupera la memoria persistente de un acontecimiento excepcional: la vida y la muerte de un japonés que sufrió los efectos de la bomba de Hiroshima.
Este libro recoge las vivencias de Pedro Arrupe tras la explosión de la primera bomba atómica en Hiroshima. Narración sencilla que revela su profundo compromiso con lo humano y con lo divino.

En agosto de 1963, el autor se dirigió a Hiroshima para hacer un reportaje sobre la novena conferencia mundial contra las armas nucleares. Oé se interesó de inmediato por los testimonios de los olvidados del 6 de agosto de 1945: ancianos condenados a la soledad, mujeres desfiguradas y, sobre todo, los médicos que luchaban contra los efectos tóxicos de la radiación. Oé vio en su heroísmo cotidiano, en su rechazo a sucumbir a la tentación del suicidio, la imagen misma de la dignidad. ¿Cómo otorgar sentido a una vida destruida? ¿Qué nos ha quedado de la catástrofe nuclear? ¿Quién podrá acabar con aquella parte de Hiroshima que todos llevamos dentro? Oé no da respuesta a ninguna de estas preguntas. Él sólo se interroga, y nos interroga. Y es así como su «reportaje» adquiere la dimensión de un tratado de humanismo de alcance universal. «Sus artículos nos permiten oír las voces de los supervivientes y nos describen su lucha contra las armas nucleares» (The New York Times Review). «Una crónica exacta y reflexiva que nos espanta pero también nos sirve de inspiración» (The Daily Telegraph).

La visión del holocausto nipón del Premio Nobel de Literatura.

Pásate por Ser humano >> Activistas.

Edita Morris nos relata con dulzura y mucho sentimiento las diversas facetas y aspectos del drama de las víctimas de Hiroshima a través del personaje principal y protagonista de la novela, Yuka, una joven esposa, madre, hija y hermana de alguno de aquellos seres sacrificados o afectados posteriormente por los efectos derivados de la explosión atómica.Es un libro muy hermoso que vale la pena leer para acercarnos a ese ámbito inconcebible de sacrificio y dolor gratuito. Mundo en el cual unas personas se ven sumidas fortuitamente por razones, conflictos no implícitamente propios y, posteriormente, en aras del interés del resto del colectivo al cual pertenecen son, una y mil veces más, nuevamente sacrificados, bien mediante el olvido, o la no reivindicación de sus derechos, o la no persecución ni castigo de los ejecutores de su mal.
Una historia de amor fugaz, de un encuentro fortuito entre una actriz francesa que se encuentra rodando en Hiroshima una película sobre la paz y un hombre japonés casado. Pero mucho más que una historia de amor, es también un canto a la memoria, a las heridas insondables que dejó la II Guerra Mundial. Marguerite Duras, con su estilo inconfundible y certero de palabras precisas y silencios, bucea en esas heridas de amor y de guerra y explora el deseo, derrumbando las imposiciones sociales que se quedan desnudas en las habitaciones de hotel. Y en tan pocas páginas (el guion se lee en un ratito) es capaz de construir dos personajes, ella y él, que laten y respiran y sufren. Hiroshima mon amour es un derroche de talento tan condensado que impregna y satura todo. Es deseo, es horror. Es Literatura Universal y eterna.

“Después de las guerras de los grandes, vendrán las guerras de los pigmeos”, aseguró Winston Churchill. Y así fue: La II guerra mundial fue el último gran conflicto bélico que implicó a las grandes naciones. De los rescoldos de la anterior surgió aquella “guerra innecesaria” – como también la calificó el estadista británico- que levantó en armas a más de cincuenta millones de hombres, se libró en todos los continentes, alteró las fronteras y transformó el mundo modificando sus alianzas y equilibrios y haciéndole pagar un alto tributo en sangre que con el paso del tiempo se revisa al alza: más de sesenta millones de muertos.

Este libro arranca con un bombardeo; el de Gernika, en 1937, y se cierra con otro, con el hongo apocalíptico de Hirsoshima. Entre ambos queda el relato palpitante de un reportero excepcional, un recorrido apasionante, riguroso en lo histórico y audaz en el análisis de los motivos. Cincuenta años después del final de la guerra, Manuel Leguineche nos desvela las ambiciones y los miedos de los grandes actores de este gran drama: Hitler, Hiro Hito, Mussolini, Roosevelt, Churchill, Stalin..., nos aproxima el desarrollo de las grandes batallas con el testimonio de los supervivientes; descubre cómo el viejo orden mundial se confeccionó con conferencias como la de Yalta y cómo el horror del Holocausto transcendió el mundo en procesos como el de Nuremberg; nos acerca al nihilismo de los ideólogos del nacionalsocialismo de Hitler y la locura de sus carniceros en los campos de concentración. Un libro en el que el gran reportero se acerca a los escenarios y a los hechos para hacer hablar a sus protagonistas y convertir la historia en una crónica viva”.

Si hay un momento histórico que me llama la atención, es la II guerra mundial y cómo se llegó a ella, los totalitarismos, los campos de concentración, el odio... Este libro, ameno, completo, es una buena manera de leer sobre aquellos oscuros años. Y para completar su lectora, recomendaría la trilogía de Auschwitz de Primo Levi. Dejo un espeluznante fragmento donde Leguineche cede la palabra al indómito cineasta y periodista Sam Fuller, que le tocó vivir el desembarcó de Normandía...

Fuller cruzó sobre el agua los metros que le separaban de la cabeza de playa desde el lanchón de desembarco: “Corrí ciento cincuenta metros sobre la playa. Había cantidad de cuerpos a nuestro alrededor. Y no es como se piensa. No. Era aquí una cabeza, allá, a cincuenta metros, unos pies: George Taylor, el coronel, gritaba: “Morid lo más lejos posible”. No decía. “¡Al ataque!”, gritaba “Morid allá, más lejos”, estuvimos pillados tres horas en esa maldita playa de Omaha. A mi lado un tipo se volvió loco del todo. Estábamos cuerpo a tierra. Él se levantó y empezó a avanzar hacia uno de los morteros que nos disparaban. Se puso a gritarle al arma “¡Dispárame!” ¿estás haciendo demasiado ruido!” No gritó durante mucho tiempo. Los heridos no eran heridos. Eran tipos destripados, hermanos a los que uno intentaba volver a meter los intestinos en la barriga. Uno aullaba “¡Traedme mi pierna!”

21-Mayo-2025

De la película estrenada en 2023 hablamos en Séptimo arte >> Holocausto.

Esta biografía de 2005 fue crucial para el guión de Christopher Nolan, aunque él mismo escribió el guión. El libro ganó el Premio Pulitzer en 2006.

En 1926, el físico Max Born, una de las mentes más brillantes de su generación, se enfrentaba a su peor enemigo: los errores de cálculo. Era un genio, pero un genio distraído. Después de completar su trabajo “Sobre la mecánica cuántica de los procesos de colisión”, temía haber cometido fallos y le pidió a su joven alumno Robert Oppenheimer, de apenas 22 años, que revisara sus números. Días después, Oppenheimer volvió, con la seguridad de quien ya sabe que es diferente: “No encontré ni un solo error. ¿De verdad lo hiciste todo tú solo?” Born no se ofendió. Sonrió. Había reconocido a un talento indomable. En sus seminarios, Oppenheimer interrumpía a todos, incluso a Born. Se levantaba, tomaba la tiza y decía con su marcado acento americano: “No, eso está mal.”, “Podría hacerse mejor así.” Era brillante …

Y exasperante. Sus compañeros lo describían como un “atleta olímpico que fingía ser humano”. Finalmente, los estudiantes —liderados por una joven llamada Maria Goeppert-Mayer, futura Nobel de Física— redactaron una carta, escrita como un pergamino medieval, amenazando con boicotear las clases si Oppenheimer seguía interrumpiendo. Born entendió el mensaje, pero le temía lo suficiente como para no enfrentarlo directamente. Así que urdió un plan: dejó el “pergamino” sobre su escritorio y fingió recibir una llamada. Cuando regresó, Oppenheimer estaba pálido. No dijo nada. Las interrupciones cesaron. Born lo resumiría años después con ironía: “El plan funcionó. Y las clases volvieron a ser humanas.”

A veces, incluso los genios necesitan un toque de realidad.

12-Noviembre-2025

La fecha de publicación del libro "Antes de Hiroshima" de Diana Preston varía según la edición. Por ejemplo, la edición de Tusquets en castellano fue publicada el 1 de marzo de 2008. Sin embargo, una versión más reciente, también de Diana Preston y titulada "Antes de Hiroshima", se publicó hoy.

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