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Carmen Laforet

Carmen Laforet escribió en 1942, con tan solo 22 años: “Me parecía que de nada vale correr si siempre ha de irse por el mismo camino, cerrado, de nuestra personalidad. Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida”. Mientras cursaba derecho en Madrid, confeccionaba en su casa de la calle General Pardiñas la que sería su primera novela, Nada. Para una España marcada por la contienda del 36 que trajo consigo la instauración de una dictadura, era impensable que una mujer, que además era casi una niña, se embarcase en la literatura. Pero al terminar la novela, el periodista y crítico literario Manuel Cerezales la lee, y asombrado por el talento de la joven, anima a la estudiante a presentarla a un nuevo premio que convocaba la editorial Destino. Se trataba de la primera edición del Premio Nadal, que a partir de entonces se convirtió en el certamen más importante de las letras españolas. En 1945, Laforet, con 23 años, lo gana, pese a su corta edad y a su género. La novelista, que sigue siendo la galardonada más joven, cumpliría en un día de verano como este los cien años. La historia de Carmen Laforet es la de una escritora que jamás sintió pertenecer a la España del régimen tras la guerra. Abandonó su casa por primera vez con 18 años rumbo a Barcelona. Lo hizo por amor, y de allí tomó la inspiración para su primera novela. Ella siempre negó el carácter autobiográfico de Nada, pero dejando de lado los supuestos parecidos entre sus familiares barceloneses y los personajes de la novela, sí se encuentra en sus páginas el retrato fiel de una España gris, derruida tras la guerra civil.

La tristeza que sintió al descubrir una España destruida tras la contienda fue el motor de su primera novela, con la que ganó el Premio Nadal cuando solo tenía 23 años.

La felicidad de su infancia, transcurrida en la isla de Gran Canaria, quedaba lejos de la realidad del país que descubrió en Barcelona. La visión infinita del mar y el horizonte de la playa, se redujo a las cuatro paredes del piso barcelonés que pocos años después abandonó. El espíritu nómada la acompañaría el resto de su vida. Su traslado a Madrid fue un puente, una catapulta hacia la fama, y después a la consolidación de una escritora siempre en tránsito, en una huida persistente de España, pero en un reencuentro constante con ella misma. La publicación de Nada supuso un doble salto, de la juventud a la madurez y del anonimato a la fama. La literatura de la España de la posguerra estuvo marcada por la irrupción de Laforet y Camilo José Cela, con La familia de Pascual Duarte. Pero la novelista no aceptó jamás la pertenencia al mundillo literario, para ella su hogar estaba en sus recuerdos y en sus escritos. Un año después de recibir el premio, entre toda la marea de entrevistas, eventos literarios, portadas de revista y llamadas telefónicas, se casa con Cerezales, aquel primer crítico que había caído rendido ante Nada y al que seguirían todos los demás.

Con el paso de los años, se convierte en madre de cinco hijos mientras todo un país la observa, esperando una segunda novela a la altura de su ópera prima. La trayectoria de la autora del libro más traducido del momento junto a la ya mencionada primera novela de Cela, es a ojos de la prensa una rareza. Resulta incomprensible que una madre también sea escritora. Para Laforet, su apariencia —pues, además de brillante es muy bella— y su vida personal, nada tienen que ver con su literatura, pero por desgracia, no paran de recordárselo.

Carmen Laforet con sus hijos.

Mientras el público espera con expectación la llegada de una segunda novela, la autora solo publica algunos relatos. No es hasta ocho años después de su primera novela que publica la segunda: La isla y los demonios en 1952. Esta vez retrocede a la infancia, al único lugar en el que hasta el momento había sido realmente libre. Para la crítica, el libro no alcanzó el talento que la autora había demostrado con Nada. Pero abrió la senda a mujeres que, gracias a ella, se atrevieron a declararse como escritoras. Le siguieron como ganadoras del Nadal algunos años después Carmen Martín Gaite (Príncipe de Asturias de las Letras) y Ana María Matute (Premio Cervantes) en un oficio que, hasta el momento, ejercían los hombres en su gran mayoría. El encuentro con algunas mujeres le hizo más liviano el camino. La presión del régimen, de la fama, de la prensa y aún por entonces de Nada, propició lo que Laforet llamó su “vagabundaje”, en busca de su lugar en el mundo.

En medio de ese vagar se produjo el encuentro con Lilí Álvarez, una extenista de éxito con una ferviente fe católica. Laforet, una escritora en crisis permanente, se convierte atraída por el magnetismo de su amiga. Y narra la espiritualidad de una mujer adúltera que, tras el arrepentimiento, abraza el catolicismo, en su tercera novela en 1955, La mujer nueva. La novela volvió a decepcionar a la crítica que seguía esperando a la Laforet de su primera publicación. Pero la autora siguió siendo fiel a sí misma, escribiendo libremente.

La escritora Carmen Laforet es la segunda mujer en formar parte de la Galería de Retratos del Ateneo de Madrid.

Andrea, la protagonista de Nada, se preguntaba entre la infelicidad de la casita de la calle Aribau: “¿Quién puede entender los mil hilos que unen las almas de los hombres y el alcance de sus palabras?”, lo que escribió Laforet parece premonitorio. El alcance de las palabras, y el de sus novelas, se le escapó de las manos y le llevó a tomar mil rumbos. El siguiente destino fue Tánger. Allí, lejos de aquel franquismo que ella percibía como un observador silencioso, que no ataca, pero que está siempre al acecho, Laforet encontró su verdadero entorno. Truman Capote o Paul Bowles formaron parte del círculo de la autora durante su estancia, y gracias a ellos, no descubrió, sino que recordó, por fin, quién era. Sus escritos también arribaron a buen puerto. De su viaje a Tánger procede su trilogía inacabada Tres pasos fuera del tiempo, de la que solo publica, La insolación, en 1963. La novela parece reconectar con la autora que había perdido de vista, que apareció en Nada y que durante mucho tiempo espantaba a Laforet. La insolación es la historia de un adolescente que, a diferencia de Andrea, sí consigue la libertad, la comprensión y el salvoconducto con el que huir de una posguerra que afea y asfixia todo a su alrededor.

A sus 42 años, Laforet no sabía que aquella sería su última novela publicada en vida. Dos años más tarde marchará, como viajera incansable, a Estados Unidos. Allí, su primera novela es un éxito entre los estudiantes, que poco conocen de la posguerra española, pero que guardan algo en común con el texto de la autora: el sentimiento universal de la pérdida del equilibrio en esa cuerda en la que se balancean todos los jóvenes cuando empiezan a ser adultos. Publica Paralelo 35, donde reúne las crónicas del viaje por aquel país al que decidió, tras rechazar una invitación en avión, llegar en barco como llegó siendo una joven enamorada por primera vez a Barcelona.

Carmen Laforet escribió el borrador de Nada entre la mesa camilla del comedor de la casa de su tía Carmen Díaz, donde residía, y la biblioteca del Ateneo madrileño.

La última huida de la eterna nómada tuvo como destino París. Viajó junto a su amiga del alma Linka Babecka, acompañante de la autora desde sus primeros pasos, —a ella va dedicada Nada—. Pero la falta de libertad reapareció. Durante el franquismo las mujeres necesitaban un permiso firmado por sus maridos en caso de emprender un viaje sin compañía. Cerezales accedió a dárselo a Laforet con una condición: la de no escribir jamás acerca de su relación sentimental. La prohibición produjo en la autora, como tantas otras veces, una crisis creativa, a la que llamó grafofobia. Si delató a alguien, no fue más que a sí misma. La sensibilidad hacia todas las cosas afloró inevitablemente en todos sus escritos. Tras perder a la escritora magistral que supo ser con 23 años, Laforet buscó en su interior con amor, con odio, con rupturas y reconciliaciones, en un sinfín de viajes, a lo largo de toda una vida. Murió a los 82 años el 28 de febrero de 2004. Pocos meses después, de la mano de sus hijos, se publicaba de forma póstuma su última novela, Al volver la esquina, manuscrito que la autora jamás entregó a su editorial. De su vida podemos aprender dos lecciones: la literatura también fue, es y será oficio de mujeres; la libertad está por encima de cualquier convención establecida.

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