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En The Motif Collective, no solo entregan premios
increíbles, sino que también ayudan a los artistas a construir credibilidad
mediante un reconocimiento elegante y bien merecido.


Los Premios de Fotografía Booooooom regresan por cuarto
año consecutivo y la convocatoria ya está abierta.


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a artistas, incluyendo fotógrafos, a través de exposiciones y colaboraciones
con galerías de arte.


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los temas” es una invitación abierta a todos los estilos, todas
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Abstracto, documental, retrato, paisaje, minimalista,
maximalista, analógico, digital ...


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reúne a mujeres creativas y artistas con diversos intereses para
ayudarlas a establecer carreras exitosas financieramente y personalmente
satisfactorias a través del aprendizaje, la comunidad, la colaboración
y el establecimiento de contactos.


El Festival de Fotografía PhotoPolis Agrinio invita
a presentar la solicitud para la exposición “Photofolios:26”.

Trabajadores armados de Praga conducen a dos prisioneros
por la calle: un oficial de la Gestapo y un SS-Hauptscharführer.
Estos dos, antes de ser capturados, habían disparado al aire desde
el ático de un edificio. Emil Fafek tomó la imagen en mayo
de 1945. Durante la Segunda Guerra Mundial, Fafek fue un trabajador
forzado en Alemania. A principios de mayo de 1945, regresó a Praga,
donde fotografió el levantamiento de la resistencia checa contra
los ocupantes alemanes, que terminó en un alto el fuego cuando el
Ejército Rojo entró en la ciudad.

Ese mismo año, Fafek se convirtió en fotógrafo del
recién fundado diario Mladá Fronta, donde permaneció durante más
de 40 años. Era muy común que los agentes de la Gestapo, especialmente
aquellos que realizaban investigaciones o arrestos, vistieran de
civil para pasar desapercibidos entre la población y poder operar
de forma encubierta.
El 23 de Agosto de 1989, cerca de dos millones de
personas en Lituania, Estonia y Letonia formaron una cadena humana
de más de 675 kilómetros para protestar pacíficamente
contra la ocupación sovietica.

Esta histórica manifestación, conocida
como La cadena báltica, simbolizaba su deseo de libertad.

Limpiando los canales de Venecia, 1956.
Los canales de Venecia se congelaron por última vez
en 2012, y la anterior fue en 1929. Todo el agua de los canales
se renueva de forma natural cada 12 horas debido a las mareas.
En la Unión Soviética de los años treinta, la lealtad
podía durar menos que un suspiro. Y ningún ejemplo ilustra mejor
esa época de sombras que la historia de Henrikh Yagoda, jefe de
la NKVD, y de su esposa, Ida Averbakh. Ida no era una figura menor.
Intelectual, militante convencida del proyecto soviético, en 1936
escribió una frase que hoy resuena con un eco trágico: “El GULAG
es un medio ideal para transformar la peor materia humana en constructores
activos del socialismo”. Un año después, aquel mismo sistema que
ella defendió la declaró enemiga del pueblo. Fue arrestada, enviada
al GULAG y ejecutada con un disparo en la nuca. La “reeducación”
que tanto había elogiado se convirtió en su sentencia. Pero detrás
de su caída estaba la caída aún más ruidosa de su esposo. Henrikh
Yagoda —fiscal implacable, responsable directo de miles de arrestos,
torturas y condenas a campos de trabajo— cometió un error fatal:
ser útil solo hasta el día en que Stalin dejó de necesitarlo.

Todo estalló tras un episodio casi absurdo. Máximo
Gorki, el escritor más influyente del régimen, pidió permiso para
viajar a Italia por motivos de salud. La llamada llegó al Kremlin
en un tono que Stalin consideró insolente. La respuesta del líder
fue un frío recordatorio disfrazado de metáfora: un avión llamado
“Máxim Gorki” había caído porque “volaba demasiado alto”. El mensaje
era claro: el escritor también estaba volando donde no debía. Stalin
llamó entonces a Yagoda y le ordenó “ocuparse de Gorki”. Poco después,
el escritor enfermó y murió. En aquella época, las coincidencias
eran demasiado precisas para ser coincidencias. Y como ocurría siempre
en el círculo del poder estalinista, una vez cumplida la función,
el ejecutor se convertía en futuro ejecutado. La caída de Yagoda
fue tan teatral como cruel. Stalin lo acusó de traición, conspiración
y espionaje —cargos que él mismo había utilizado contra miles— y
ordenó que presenciara la ejecución de catorce condenados antes
de enfrentarse a la suya. Era el tipo de ironía que definía el terror.
Ida e Yagoda, figuras centrales del aparato represivo, desaparecieron
en 1937 sin que quedara ni memoria oficial ni funerales, tan solo
un hueco en los archivos y una advertencia silenciosa: en el gran
proyecto soviético, nadie estaba a salvo, ni siquiera quienes lo
habían construido a base de miedo.
Hoy, cuando algunos evocan con nostalgia la Unión
Soviética, es imposible no recordar estas historias. Porque más
allá de los discursos, la planificación y la propaganda, hubo vidas
quebradas, familias destruidas y un país entero gobernado por el
temor. Una época donde el poder podía levantar imperios… y borrarlos
con el mismo trazo.
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