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28 - Febrero - 2021
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La figura de Stalin está viviendo un resurgimiento en Rusia. Más de la mitad de la población reivindica sus logros como economista y militar. ¿Está justificada esta añoranza desde un punto de vista histórico? Hace poco más de un año, la escritora y premio Nobel bielorrusa Svetlana Aleksiévich abordaba el fenómeno en una entrevista: “Me sorprendí viajando por Bielorrusia [antigua república soviética] descubriendo lo importante que sigue siendo Stalin para la población”. La recuperación del mandatario soviético de la que hablaba Aleksiévich viene avalada por las encuestas. Según estudios recientes, más de la mitad de la población rusa actual tiene una buena opinión sobre el “hombre de acero”. Unos reivindican la figura de Stalin como el estadista que convirtió a la Unión Soviética en una superpotencia. Otros le consideran el gran estratega militar que consiguió derrotar al fascismo en la Gran Guerra Patriótica, como se conoce en Rusia la Segunda Guerra Mundial.

Astuto, metódico y con una extraordinaria capacidad organizativa, Stalin era también un hombre desconfiado, intolerante y enormemente vengativo. Para la realización de sus planes, no tuvo escrúpulos en eliminar personas, instituciones o cualquier otro elemento que creyese conveniente. Su “milagro económico” maquilló las hambrunas que se desencadenaron en territorios como Ucrania, mientras que sus logros bélicos comportaron unas pérdidas humanas descomunales entre sus compatriotas. Por no hablar de sus terrible purgas.

Su sucesor, Jruschov, puso al descubierto los crímenes de la era estalinista. No obstante, treinta años después de la disolución de la URSS, aflora una añoranza del padrecito Stalin. Aquel dictador implacable logró consolidar un régimen, el socialista, percibido por algunos como más estable, seguro e igualitario que el actual capitalismo, del que se sienten desencantados. La memoria, una vez más, se demuestra selectiva.

Fotografía oficial de Stalin con Nikolai Yezhov. A la derecha, la misma foto, retocada tras su ejecución. Nikolái Yezhov fue un político y revolucionario ruso, llegó a la cúspide política en la Unión Soviética como comisario del pueblo de Interior (NKVD). También conocido como director de la Policía secreta soviética, sus hechos y acciones reflejan el pensamiento estalinista de la época de entreguerras. Hombre de confianza de Stalin, su periodo en el cargo fue el único de la historia de la Unión Soviética, además de la guerra civil rusa, en la que las sentencias de muerte no fueron aprobadas por el politburó, sino simplemente por el comisario de Interior y los jefes regionales del NKVD. Su nombre es símbolo del periodo más represivo de las Grandes Purgas de la década de 1930 denominado Yezhóvschina. Dirigió las purgas del partido y del Estado entre 1934 y 1936 y el periodo más intenso de terror contra la población en general en 1937-1938. Durante su ejercicio como comisario de Interior, y siempre según el historiador israelí Benny Morris, cientos de miles de personas fueron ejecutadas y millones detenidas en las campañas de represión. Sin embargo, pocos años después cayó en desgracia y fue fusilado en 1940.

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Natasha Rapoport era pequeña, pero recuerda bien el día en que un grupo de agentes de seguridad soviéticos ingresaron a su casa, buscando a su padre. Los efectivos arrestaron al hombre -el profesor Yakov Rapoport, un prestigioso médico- y se lo llevaron a una cárcel para interrogarlo. Ocurrió en Moscú, en 1953, y fue parte de lo que se conoció como "el complot de los médicos". "Pasó durante el último año de la vida de Stalin, cuando él se tornó extremadamente paranoico", le contó la mujer al programa Witness, de la BBC. Al principio los detenidos eran unos 40, pero luego se arrestó a cientos de doctores más en todo Moscú. ¿Por qué? Según Stalin, los expertos estaban detrás de un complot para asesinar a los principales líderes soviéticos. También se los acusó de ser espías de Reino Unido, Estados Unidos e Israel. Pero la historia revelaría la verdadera causa de los arrestos: la mayoría de los detenidos eran judíos y Stalin estaba encubriendo una purga antisemita.

El plan del líder soviético no solo incluía arrestar a los médicos. También se lanzó una fuerte propaganda contra los llamados "doctores judíos asesinos". "No podías prender la radio sin escuchar sobre estos 'médicos judíos asesinos, escoria de la tierra, que vendieron sus almas al diablo'", recuerda Natasha. Todo había comenzado el 13 de enero de 1953 cuando los principales periódicos soviéticos publicaron un informe de la agencia oficial de prensa Tass, sobre la detención de nueve doctores. "Hace algún tiempo, los órganos de seguridad del estado descubrieron a un grupo terrorista de médicos cuyo objetivo era acortar las vidas de estadistas activos de la Unión Soviética mediante sabotaje en el curso de tratamiento médico", decía el informe. Los doctores en cuestión fueron llamados "agentes mercenarios de una potencia extranjera''. Se los acusó de haber envenenado a Andrey Zhdanov, secretario del Comité Central comunista, quien había fallecido en 1948, y a uno de los jefes del ejército soviético, Alexander Shcherbakov, quien murió en 1945. Según la prensa, todos habían confesado ser culpables.

Antes de fallecer en 1996, Yakov Rapoport le contó a la BBC cómo después de esa noticia se empezó a hablar sobre lo que le ocurriría a otros médicos sospechados de ser parte del complot. "Se esparcían los rumores sobre el tipo de castigo que impondrían. Había amenazas de ahorcamientos en la Plaza Roja", señaló.

El doctor Yakov Rapoport -uno de los detenidos- y su hija Natasha le contaron a la BBC sus recuerdos de lo que ocurrió.

Rapoport se imaginó que pronto vendrían por él y así fue. Cerca de un mes después del primer informe sobre un "complot" fue arrestado. Lo torturaron para que firmara una confesión, pero se rehusó. En una autobiografía que escribió décadas más tarde -y que se terminaría publicando bajo el título "El complot de los médicos de 1953", describió cómo pasó su encierro en la prisión de Lefortovo. Allí permaneció esposado y no se le permitía dormir. Lo interrogaban día y noche, hasta las 5am. Y luego lo obligaban a quedarse parado hasta las 6, solo para volver a comenzar con la misma rutina. "Si hubiera firmado la confesión falsa, hubiera sido su condena de muerte", aseguró su hija al programa Witness.

En sus memorias, Rapoport contó que su única arma era el tiempo: esperar, fantaseando sobre la posibilidad de que su calvario terminara en un exilio y no en la muerte.

Un imitador de Stalin, durante el mundial de Rusia.

Son tres los perfiles del nuevo seguidor de Stalin, desde aquellos que creen que el régimen de Putin es corrupto hasta los que lo consideran un gran economista o un visionario militar.

Pero al final, su salvación y la de los otros médicos llegó de la forma más inesperada. Un día, en abril, llegó un nuevo agente de seguridad a la cárcel. En vez de interrogarlo a él, reprendió al investigador anterior por el mal estado físico en el que se encontraba el preso. Poco después llevaron al médico a ver a un general y le dijo: "Has sido completamente rehabilitado y puedes irte a casa", recordó en su entrevista con la BBC. Fue solo al regresar a su hogar y oír las noticias de su esposa que entendió lo que había ocurrido: Stalin había muerto, y con él se había acabado su calvario. Un mes después del fallecimiento de Stalin -que ocurrió el 5 de marzo de 1953- su sucesor, Nikita Khrushchev repudió las acusaciones contra los médicos y ordenó liberarlos.

El diario Pravda anunció que el caso había sido reexaminado y se halló que todas las confesiones se habían obtenido bajo tortura. Todos los médicos fueron exonerados -dos habían muerto- y el juicio y la purga que, se estima, planeaba Stalin, quedaron en la nada. En 1954 un funcionario del Ministerio de Seguridad Estatal y algunos policías fueron ejecutados por haber fabricado las acusaciones. Dos años más tarde, durante un discurso, Khrushchev aseguró que el propio Stalin había ordenado personalmente la persecución de los médicos y que planeaba incluir en le purga a miembros del Politburó (el comité del gobierno comunista). Natasha Rapoport, que hasta el arresto de su padre había sido una admiradora del sistema soviético, nunca perdonó lo ocurrido. Sin embargo, le dijo a la BBC que creía que el plan de Stalin terminó costándole muy caro.

"Estoy convencida de que el 'complot de los médicos' terminó acelerando la muerte de Stalin", señaló. Según ella, cuando sufrió un derrame cerebral a comienzos de marzo, "no había médicos cerca para asistirlo". "¿No es increíble?", sonríe.

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Grigori Zinoviev (1883-1936) fue uno de los primeros líderes pata negra de la revolución rusa ejecutado en las purgas de los años 30. Días después de su asesinato, en una cena del círculo de poder más próximo a Stalin, Karl Paker, jefe de seguridad del líder soviético, imitó las súplicas desesperadas por su vida que supuestamente habría hecho Zinoviev segundos antes de ser fusilado. A Stalin le entró tal ataque de risa que tuvo que pedir a Paker que parara. En la época de las purgas y tras la guerra, las cenas de Stalin se convirtieron en un teatro en que, entre litros de alcohol y bromas macabras, se tomaban grandes decisiones de Estado y se sellaba el destino de miles de personas; un escenario, dominado por la paranoia, en que un desliz insignificante podía suponer el fin de una carrera política. O algo peor.

El historiador ruso Vladimir Nevezhin publicó en 2011 un libro en el que repasa los 47 grandes banquetes ofrecidos por el Vohzd entre 1935 y 1949, con la excepción del período 1941-1945, en que no hubo celebraciones de este tipo. Nevezhin contabiliza cenas en el Kremlin para entre 500 y 2.000 invitados que, pese a las penalidades de esos años, se caracterizaban por su suntuosidad. Las había de todo tipo: las que conmemoraban fechas señaladas del santoral socialista, como el aniversario de la Revolución, y otras que celebraban eventos especiales.

Entre estas últimas, el economista Branko Milanovic publicó un artículo en el que cuenta una anécdota sobre un banquete ofrecido a los mejores aviadores de la URSS, gremio cuyas hazañas, al parecer, ponía de excepcional buen humor al líder soviético. Según cuenta Milanovic, Stalin hizo llamar a su mesa a una docena de aviadores y los abrazó y besó uno por uno, tras lo cual todo el politburó presente imitó sin titubear su gesto. El resultado fue una acumulación de efusivos besos y abrazos que, tal como expilca Milanovic, “habría sido inimaginable para los estándares occidentales” En otra ocasión, las autoridades soviéticas ofrecieron un banquete a una delegación nazi con motivo del pacto de no agresión entre ambas potencias. Antes de empezar la cena, el ministro de exteriores, Viacheslav Molotov, brindó 22 veces por sus huéspedes. Cuentan que cuando los alemanes se disponían a probar el primero de los 24 platos del menú, un achispado Molotov aún intentó empezar a brindar por cada uno de los jerarcas ausentes.

Aquellos lujosos eventos contrastaban con el color gris de la vida de la calle, pero, además, ocultaban otra realidad, la de las purgas y la persecución de supuestos disidentes o miembros del partido caídos en desgracia. En condiciones normales, en un régimen dictatorial, estar en la mesa presidencial junto al líder hubiera sido un gran privilegio, pero, dentro del clima de la segunda mitad de los años 30, no suponía ninguna garantía de quedar al margen de las purgas. De las 21 personas que se sentaron con Stalin en esa mesa entre 1937 y 1938, ocho fueron fusilados y a otros dos no les quedó más salida que suicidarse. Uno de los ejemplos que destaca Nevezhin es el de Stanislav Kosior, miembro del politburó y secretario general del Partido Comunista de Ucrania, que en esos dos años cenó en cinco ocasiones con el Vozhd; en agosto de 1938 su esposa fue fusilada y poco después él mismo fue detenido, para ser ejecutado en 1939.

Es algo parecido a lo que le ocurrió a Nikolai Bujarin, quien, desde la dirección del periódico Izvestia, escribía en esos años grandes loas a Stalin correspondidas por el dictador con brindis públicos en su honor, y que terminó ejecutado en 1938, al mismo tiempo que otro ilustre, Alexei Rikov, antiguo primer ministro -un cargo meramente nominal- conocido también como rikovka, por su afición al vodka. El propio Nikolai Yezhov, brazo ejecutor -a veces literalmente- de las purgas, fue torturado y fusilado en febrero de 1940.

Nikolái Ivánovich Bujarin fue un político, economista y filósofo marxista revolucionario ruso. Fue el principal ideólogo de la Nueva Política Económica durante la década de 1920, se opuso a la colectivización agrícola forzada.

Al margen de los espectaculares banquetes, había otro tipo de cenas reservadas a un grupo más selecto de líderes soviéticos, pero ni siquiera estar en ese núcleo duro del régimen aseguraba una vida plácida. El historiador Simon Sebag Montefiore publicó hace unos años La corte del zar rojo (Crítica), donde relata, gracias a la información de testimonios orales y escritos, algunos de los más escabrosos entresijos de los años de Stalin. De toda la descripción de este autor -que en 2019 publicó en castellano Escrito en la historia: Cartas que cambiaron el mundo (Crítica)- resulta particularmente perturbador el clima de tensión que reinaba entre los líderes soviéticos en los años inmediatamente posteriores a la Segunda Guerra mundial, cuando las paranoias del Vozhd, voz tomada del eslavo que habla de un gran líder, alcanzaron su más alto nivel, lo que acabó creando un ambiente de odio y desconfianza entre los jerarcas. “El peligro acechaba en los amigos -escribió el hijo de Nikita Jrushchov, Sergei-. Una reunión inocente podía tener un final trágico”.

Stalin había tenido que moderar su consumo de alcohol por consejo médico tras sus tremendas borracheras de 1944-45 en plena guerra, pero eso no quería decir de ningún modo que los demás tuvieran que mantenerse sobrios. En esas cenas privadas, “nos obligaba a beber hasta que teníamos la lengua de trapo”, recordó tiempo después Anastas Mikoyán, que llegó a ser viceprimer ministro durante la guerra. Uno de los juegos favoritos del líder soviético era el de intentar adivinar la temperatura: en una ocasión, Laurenti Beria, el poderoso jefe del aparato de seguridad soviético se equivocó por tres grados y tuvo que beber tres vodkas de una tacada. Pero en otras muchas ocasiones era precisamente la siniestra mano derecha de Stalin quien se encargaba de que corriera el alcohol y de que ninguno de los miembros de la camarilla del Vozhd se librara de agarrar una contundente borrachera, ni de humillarse ante ambos. En muchos casos, cuenta Sebag Montefiore, “se bebía tanto en aquellas bacanales que los jerarcas (…) tenían que salir dando trompicones de la habitación para ir a vomitar”. Algunos sobornaron a una camarera para que les sirviera agua coloreada. Cuando se enteró, Stalin advirtió a Mikoyán: “Quieres ser más listo que los demás ¿verdad? Ten cuidado, no vayas a tener que lamentarlo más tarde”.

El líder soviético forzó el divorcio del matrimonio Molotov y envió a Polina al gulag; pese a todo siguieron siendo fervientes estalinistas.

La humillación, efectivamente, era uno de los grandes objetivos de esas cenas “cuyo nivel se parecía al de una despedida de solteros de hombres de Neandertal”, explica Sebag Montefiore. Algunos de los miembros del núcleo duro del poder se convertían en el centro de las bromas. Beria la emprendía, por ejemplo, con Mikoyán, a quien metía tomates maduros dentro de la chaqueta para luego acorralarle contra la pared y provocar así que reventaran. En una ocasión Nikita Jrushchov llevó, para su escarnio, un buen rato un papel que Beria le había pegado en la espalda y donde se podía leer “gilipollas”. Y Molotov tuvo que soportar la burla general después de haberse sentado sobre un tomate. Mientras este último llevaba como podía esas peculiares reuniones sociales, su esposa Polina, de la que había sido obligado a divorciarse, languidecía en un gulag . Tras aquellas cenas interminables, Stalin ofrecía a los jerarcas la posibilidad -en realidad era una oferta irrechazable- de acompañarle a la sala de proyecciones para ver una película. Allí les esperaba un aterrorizado Ivan Bolshakov, ministro de Cinematografía, cuyos dos antecesores habían sido fusilados en las purgas. Su misión era decidir qué película proyectar y cruzar los dedos para acertar ante el humor siempre cambiante del líder soviético. En muchas ocasiones, Stalin le pedía películas en inglés que él traducía simultáneamente… aunque sin saber el idioma. En realidad, al Vozhd casi le gustaba más ver cómo aquel hombre, azorado, trataba de salir del aprieto que las películas en sí.

Nikita Jruschov, Lavrenti Beria y Georgi Malenkov (a la izquierda), que estuvieron con Stalin durante los días de agonía del dictador, flanquean el féretro en su funeral junto con Nikolái Bulganin, el mariscal Kliment Voroshílov y Lazar Kaganóvich.

Después de la muerte de Stalin, algunos de aquellos hombres se tomaron la revancha con Beria, ya que no pudieron o no se atrevieron durante la vida del líder. Jrushchov, que había sido objeto de sus burlas y humillaciones encabezó la operación que apartó del poder y que a la postre terminó con la ejecución del antes temible georgiano. Fue una maniobra en la que también participó otra de las víctimas de aquellas cenas, Molotov. La esposa de este último sería liberada de su reclusión en el gulag inmediatamente después del fallecimiento del Vozhd. A pesar de todo, ambos seguirían siendo férreos estalinistas hasta su muerte.

Mucho se conoce acerca de la vida familiar de Adolf Hitler. No era inusual ver al führer acompañado de su mujer Eva Braun en diferentes fotografías —principalmente en su residencia de los Alpes—. Stalin, por su parte, formó una familia mucho más numerosa que el dictador alemán. Se casó dos veces y tuvo tres hijos, uno con Yekaterina Svanidze y dos con Nadezhda Allilúyeva.

De su primer matrimonio se sabe poco, pues Yekaterina falleció de tifus en 1907, mucho antes de que el georgiano controlara la Unión Soviética. "Esta criatura podía suavizar mi corazón de piedra. Ahora está muerta, y con ella mis últimos sentimientos calurosos para los humanos", dijo el dictador tras su muerte. Señalando a su pecho, Stalin añadió: "¡Aquí dentro, está vacío, inexpresivamente vacío!".

Su hijo Yákov Dzhugashvili no fue tan querido pese a ser el único vástago de aquel matrimonio. En la Segunda Guerra Mundial fue capturado por los nazis y Stalin se negó a intercambiarlo por el Mariscal de campo Friedrich Paulus, quienes los alemanes exigían como moneda de cambio. Murió el 15 de abril de 1943 en el Campo de Concentración de Sachsenhausen.

Pasarían doce años desde el fallecimiento de su amada Yekaterina hasta que el georgiano se volviera a casar. Esta vez, a los 41 años de edad, contrajo matrimonio con Nadezhda. Vasili y Svetlana fueron el fruto de esa inestable y conflictiva pareja. Y es que, la relación entre Stalin y Nadezhda fue de un auténtico amor-odio, en el que destacaban los engaños del dictador con otras mujeres. Finalmente, la segunda esposa de Stalin se suicidó en 1932 de un disparo —algunos historiadores afirman que fue el propio dictador quien la asesinó—.

De esta manera, Stalin se convertía en viudo por segunda vez con el añadido de tener a su cargo dos niños de once y cinco años. Vasili consiguió rangos militares en la Fuerza Aérea Soviética pero sus problemas con el alcohol terminaron con su vida en 1962. De todos sus descendientes, fue Svetlana, su única hija, quien llegó a la vejez.

Svetlana, quien había sido muy querida por su padre durante su juventud, comenzó a recibir presiones de este a medida que se hacía mayor. A los 17 años se enamoró del guionista de cine judío llamado Alekséi Kápler, de 40 años. Ante esta situación, el primer amor de Svetlana fue exiliado durante diez años a la ciudad polar de Vorkutá. Tras varias relaciones desaprobadas por el dictador, terminó cambiándose de apellido una vez fallecido su padre en 1953. Trabajó como profesora y traductora en Moscú pero el fantasma de su padre, reencarnado en la presión que ejercían desde el Partido Comunista de la Unión Soviética, no le dejaba vivir tranquila. La hija de Stalin se había vuelto a enamorar, esta vez de un comunista indio llamado Brajesh Singh, y se les había prohibido una vez más que estuvieran juntos. Svetlana había comprendido que no podía continuar viviendo en una Unión Soviética que no le permitía desarrollarse como una mujer libre. Así, ideó una estratagema para abandonar la Madre Rusia.

Vorkutá, ciudad nacida con el Gulag más allá del Círculo Polar.

Singh había muerto en 1966 y Svetlana obtuvo el permiso para viajar a la India y verter sus cenizas en el Ganges. Allí, decidió acudir a la embajada de los Estados Unidos para pedir asilo político. De Nueva Delhi viajó a Suiza; y de Suiza a su nuevo hogar; Estados Unidos. Una vez allí, Svetlana ofreció una conferencia de prensa donde denunciaba los excesos cometidos por el gobierno soviético. La marcha de la hija de Stalin de la URSS desencadenó toda una crisis política y exigían que cualquier figura de alto rango de su país que pidiera asilo debía ser interrogada primero por oficiales soviéticos. Por fin en suelo estadounidense, Svetlana se casó con William Wesley Peters, con quien tuvo una hija llamada Olga.

Olga Peters, hija de Svetlana, era por ende la nieta de Stalin. Había nacido en 1971 y su conocimiento por el dictador fue heredado por lo que sus familiares narraban. Svetlana había fallecido en 2011 de un cáncer de colon y apenas dos meses más tarde Olga concedía una entrevista para la revista semanal francesa Paris Match. En ella contaba cómo su madre tenía que lidiar con un "monstruo" que además era su propio padre.

Ahora se hace llamar Chrese Evans y su última polémica en relación a su origen comunista se dio en 2015 cuando salieron a la luz fotografías de ella disfrazada de Tank Girl, un cómic británico que también ha tenido su adaptación en la gran pantalla. En consecuencia, el Partido Comunista de Rusia anunció que pediría a la nieta del antiguo líder de la Unión Soviética que dejara de "deshonrar el nombre de su gran abuelo". Asimismo, instaban a Chrese a "unirse a la lucha contra el imperialismo norteamericano". Hace ya 68 años desde que Stalin muriera en la capital rusa. No obstante, su descendencia, que intentó más de una vez desligarse del dictador, sigue presente entre los nostálgicos de la Unión Soviética, quienes no aceptan que su única hija abandonara el país para iniciar una nueva vida.

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“He visto a una mujer de pie en la nieve / Guardaba silencio mientras veía cómo se llevaban a su marido / Las lágrimas quemaban sus mejillas / porque le habían dicho que la sombra había abandonado su tierra / El viejo ha vuelto / El viejo ha vuelto”. Así cantaba Scott Walker al retorno de la represión estalinista en 1968, cuando los tanques del Pacto de Varsovia sofocaron la Primavera de Praga recordando a millones de checos la crueldad del secretario general del Partido Comunista entre 1922 y 1952. Pero es una canción que también podría utilizarse para sintetizar el retorno de la admiración al “viejo” en pleno siglo XXI.

Lo explica una encuesta realizada por el Pew Research Center, un 'think tank' de Washington, al otro extremo de la ideología estalinista. No solo la nostalgia por la vieja Unión Soviética ha experimentado un sensible repunte durante los últimos años, sino que esta ha ido de la mano del retorno de la admiración por Stalin. Un 58% de los adultos encuestados consideraban que el rol del georgiano había sido “muy” o “bastante” positivo, mientras que tan solo un 22% sentía lo mismo respecto al hombre que dio inicio a la 'perestroika', Mijaíl Gorbachov. Un dato que muestra cómo, para muchos ruros, el fin de la Unión Soviética es visto tres décadas después como el momento en el que Rusia comenzó a perder su influencia global.

Ha sido un largo proceso, como demuestran los datos del Centro Levada, una organización demoscópica no gubernamental rusa. Como señala uno de sus investigadores, el sociólogo Alexei Levinson, a finales de los años 80, tan solo el 12% de los encuestados consideraban que Stalin fuese el personaje más importante de todos los tiempos, muy lejos de Lenin, Marx o Pedro I El Grande. Actualmente, es el tercer líder político más querido, por detrás de Vladimir Putin y Leonid Brézhnev, a quien muchos recuerdan aún de primera mano. Como matiza Maxim Trudolyubov de 'The Russia File', Stalin se ha convertido en un meme que ya no está relacionado con el “dictador asesino”, sino con “el líder capaz de poner las cosas en orden”. “La popularidad de Stalin entre la sociedad rusa de hoy es bastante superficial”, escribía en una reciente investigación Katarzyna Chawrylo, del Centro para los Estudios del Este. La presente influencia del dictador es, en parte, consecuencia lógica de los elogios que recibe tanto del Kremlin como de la iglesia ortodoxa. “La imagen del dictador soviético como un líder destacado se mezcla con los recuerdos individuales de represión y terror que afectaron a casi todas las familias rusas, pero no penetran a nivel masivo, por lo que el discurso está dominado por el Estado”, recuerda la autora.

Queda muy lejos 1956, cuando Nikita Khrushchev atacó al “culto a la personalidad” de Stalin, dando pistoletazo de salida a un tímido pero gradual proceso de desestalinización que alcanzaría su punto álgido en los años 90, con Boris Yeltsin y que se revertiría con la llegada al poder de Putin. Desde entonces, el Kremlin ha “seleccionado aspectos positivos de ese período, particularmente la victoria en la segunda guerra mundial” (o Gran Guerra Patria, como se la conoce en Rusia), que ha servido para justificar intervenciones militares como la invasión de Crimea. El retorno de Stalin tiene más de nostalgia por la victoria militar imperialista que por el hipotético retorno del comunismo. Make Moscow great again.

Retroceder para avazar.

¿O no? Para entender un poco mejor lo que está ocurriendo, una investigadora de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook llamada Daria Khlevnyuk acaba de publicar en 'Media, Cultura & Society' un trabajo en el que, tras analizar las redes sociales rusas, ha identificado los tres nuevos perfiles del estalinismo. “Generalmente, este es percibido como un grupo homogéneo que comparte una visión idealizada del líder soviético”, explica en la introducción de su trabajo. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su propia razón par justificar su fascinación por “el hombre de acero”.

El primero de los grupos está formado por aquellos cuyo objetivo es relativizar el rol de Stalin durante la Gran Purga. Algunos de ellos mantienen que las depuraciones políticas no fueron culpa de Stalin y consideran que el Estado ruso se equivoca al celebrar el Día de la Memoria de las víctimas de las represiones políticas el 30 de octubre, una festividad que señala directamente al georgiano como culpable. Otro optan por afirmar que las purgas eran necesarias para proteger al Estado, puesto que la “quinta columna” era una amenaza al Estado comunista que, de no haberse atajado, habría supuesto su fin temprano. Un pensamiento, recuerda Khlevnyuk, muy putinista. El segundo grupo de es el de los defensores de Stalin como símbolo ruso y comunista, a los que el dictador les interesa como símbolo de una época de fortaleza política, economía boyante y un mayor nivel de vida. Estos sí son abiertamente críticos con el régimen actual, “fraudulento y criminal” y abogan por el retorno del socialismo que “reestablezca el vínculo perdido con el pasado soviético”. Stalin es su Abraham Lincoln, una figura de consenso y un que proporcionó a Rusia sus momentos de mayor esplendor reciente, especialmente en lo que se refiere a la economía.

Hace unas horas Gorbachov llamaba a Putin y a Biden a reunirse para lograr el desarme nuclear "Lo importante es evitar la guerra nuclear. Y si hay que evitar este problema, que no se puede resolver en solitario, es necesario reunirse", dice. EEUU urge a Rusia a devolver Crimea a Ucrania.

El año pasado, Rusia celebró un referéndum sobre una reforma constitucional cuya intención original había sido la de permitir, eventualmente, una transición ordenada en el poder para Vladimir Putin. Sin embargo, la reforma terminó siendo poco más que una anulación de la cantidad de mandatos presidenciales que Putin puede cumplir. Expertos sugieren que este truco tan obvio se debe a que el presidente no estaba dispuesto a ser un ‘lame duck’ (“pato cojo”, expresión para referirse a los mandatarios que están en la última fase de su Gobierno) ante los ojos de la sociedad y de las élites políticas varios años antes del final de su mandato. Es posible que originalmente el presidente hubiera decidido marcharse después de 2024, pero los recientes acontecimientos en Rusia, probablemente, han dejado al país sin otra alternativa que la de su gobierno sin fin.

En la última categoría encajan aquellos que reivindican a Stalin al mismo tiempo que defienden el 'statu quo' de la Rusia actual. El georgiano es el héroe de la Gran Guerra Patriótica, un período duro pero glorioso donde se consiguió triunfar gracias a la inteligencia militar y estratégica del líder. “No hay ninguna clase de disensión en estos grupos, sus mensajes siguen la política estatal, aunque su contenido sea original y no esté derivado de la televisión estatal o los libros de texto”. Repiten la narrativa según la cual la victoria conseguida en 1945 fue de Stalin, el Ejército Rojo, el Partido Comunista, y en última instancia, de la población soviética. En Occidente, Stalin también se ha convertido es uno de los rostros habituales de las redes sociales en forma de meme, donde habitualmente se bromea con su papel en las purgas, en esa mezcla de frivolidad y erudición propio de la cultura digital. Buceando en Reddit, uno puede encontrarse con su imagen al lado de la frase “cuando la gente piensa que Thanos [el villano de 'Los Vengadores'] es el único que puede chasquear sus dedos y hacer desaparecer a la mitad de la gente”; otra que lo sitúa junto a la sentencia “el humor negro es como la comida; no todos tienen” o “¿cómo hacer feliz a todo el mundo? Matando a los que no están felices”; además del clásico gif “al gulag con él”. “Hoy hablé con una georgiana que decía que era un gran líder que se preocupaba por su gente, no un dictador, y que hacía lo mejora para su país. ¿En 2013, qué le puede hacer pensar algo así, cuando los libros de historia cuentan lo contrario?” , se preguntaba otro usuario en el foro más grande del mundo.

“Stalin para mí era una de las tres personas que habían vencido en la segunda guerra mundial, junto con Churchill y Roosevelt. Entonces mi madre me pidió que la escuchase. Fue cuando descubrí sus crímenes”. Estas son las palabras con las que Chrese Evans explicaba al rotativo inglés 'Express' lo que pensaba de su abuelo. Sí, de su abuelo, porque Evans es la nieta de Stalin, hija de Svetlana Alliluyeva, la única descendiente de Stalin que emigró de la URSS en 1966 para construir una nueva vida en Estados Unidos, junto al arquitecto William Welsey Peters. Las fotografías de Evans, que la muestran tatuada, con pantalón corto y un toque punk, suelen soliviantar a los nuevos seguidores de Stalin, acérrimos partidarios de la disciplina y el orden.

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Tras una vida bajo la sombra de su padre, Yosif Stalin, Svetlana Allilúyeva pidió asiló político en Estados Unidos para huir de la oscuridad y el aislamiento que sufría en la Unión Soviética. Una vez allí se casaría con un arquitecto con el que tuvo una hija y se convertiría en la exiliada más incómoda para la URSS.

A partir de 1948, Yosef Stalin pasó más tiempo en su dacha Blízhniania, en Kúntsevo, cerca de Moscú. Murió allí el 5 de Marzo de 1953. A día de hoy sigue siendo un misterio.

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