Muere Robert Frank, el fotógrafo suizo que cambió la mirada
de Estados Unidos de los cincuenta. Al poco de despedirnos
de Peter Lindberg el pasado cuatro de septiembre, ahora es
tiempo de decirle adiós a uno de los fotógrafos documentalistas
más influyentes del siglo XX, a sus 94 años de edad.
‘The Americans’ es uno de esos fotolibros que marcan. Más
de 20.000 fotografías de un recorrido por el país norteamericano
fueron depuradas en un libro de 83 imágenes de gran impacto
que muestran la desigualdad y opresión de Estados Unidos;
imágenes que evidencian la desigualdad de clase y el racismo
en una sociedad supuestamente próspera. Un fracaso editorial
que influiría y sigue influyendo a miles de fotógrafos que
se guían por esta área de la fotografía.
Se vio influido conceptualmente por el movimiento beat y
el carácter vagabundo de su gran gurú, el poeta Allen Ginsberg.
Fiel a esa óptica underground, Frank decidió responder a la
América de los luminosos y los colores mostrando los claroscuros
y las eternas soledades. Fría, dura y con un uso desolador
del blanco y negro.
El fotógrafo suizo nació en 1924, hijo de familia judía.
A pesar de vivir en Suiza, el impacto de la Segunda Guerra
Mundial guió su trabajo a girar en torno a la opresión y la
desigualdad. Su vida fotográfica comenzó como aprendiz del
fotógrafo Hermann Segesser, donde se movió principalmente
en la fotografía de retrato y paisaje. Luego, a finales de
los cuarenta, Frank emigra a Estados Unidos y consigue un
trabajo en la Harper’s Bazaar, donde tiene un constante recorrido
de ida y vuelta a Europa que le presenta un contraste de desarrollo
social que inspira su trabajo.
En 1950 se casa con María Lockspeiser y unos años más tarde
gracias a la beca John Simon Guggenheim desarrolla su proyecto
‘The Americans’. Desde 1955, el fotógrafo viaja durante algo
más de un año, alrededor de 43 estados americanos, con el
propósito de crear un gran documento fotográfico que fuera
fiel a exponer la sociedad americana desde el punto de vista
de alguien que desembarca sin conocimiento alguno del país:
sin prejuicios y sin necesidad de filtrar lo que encuentra.
Después de un proceso de depuración de más de dos años, el
fotógrafo resume ese viaje, esos conocimientos y esa vida
en 83 imágenes. Publicadas primero a finales de 1958 en Francia
y luego a inicios de 1960 en EE.UU., con un gran fracaso comercial
que transforma al fotógrafo en un agitador, en alguien que
desprecia la sociedad que le ha dado un espacio en ella.
Frank había captado el ritmo emocional de la América de la
posguerra, mostrando aquello que se escondía detrás del sueño
americano; un pueblo dividido, la realidad de los más desfavorecidos,
de los negros, de los olvidados, o marginados, quedaba al
descubierto tras sus furtivas y melancólicas miradas. Su provocadora
obra desafiaba a la tradición documental de la fotografía
a través de una mirada muy personal, donde lo metafórico se
mezclaba con lo real. Además, conllevaba una nueva estética,
técnicamente inaceptable. La revista Practical Photography
la descalificaba por su “emborronamiento sin sentido, su grano,
sus exposiciones enfangadas, sus horizontes ebrios y su desaliño
en general”. A Frank no solo se le calificaba de antiamericano,
sino también de antifotógrafo.
Sin embargo, el ámbito artístico y los movimientos sociales
de los sesenta ayudaron a que lentamente la obra adquiriera
el valor que se merecía. Hacia 1961, Frank presentaba su primera
Exposición individual el instituto de arte de Chicago y poco
después en el MOMA de Nueva York.
En 1963 consigue la ciudadanía americana.
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En paralelo, el fotógrafo comenzó a experimentar con el cine
a finales de los cincuenta. Su primera se tituló ‘Pull My
Daisy’ y en ella reflejaba su mirada sobre la gente, sí mismo
y cómo esta sinergía mueve la vida. Años después, la separación
de su esposa, el diagnóstico de esquizofrenia de su hijo y
la muerte de su hija transforman su mirada. Sigue siendo honesta,
pero algo más triste.
Después de esto, los méritos más llamativos en su carrera
son la creación de la fundación Andrea Frank, que busca apoyar
a los artistas a través de becas. También está su segundo
trabajo más polémico, el documental ‘Cocksucker Blues’, donde
siguió a los Rolling Stones en su gira del 72, mostrando los
excesos de la vida del sexo, las drogas y el Rock ‘n Roll.
Pieza que la misma banda tuvo que censurar por miedo a las
consecuencias de las imágenes capturadas.
Realizará en total unas veinte películas (entre ellas cortometrajes
y clips) inspiradas en el arte, el rock, la escritura, su
hijo o el viaje, como This song for Jack (1983), Candy mountain
(1987) o Paper route (2002).
Sin duda alguna es un fotógrafo que ha cambiado la historia
del arte con su obra. Vale la pena revisitar a este maestro
con detenimiento.

Galardonado con el Premio PhotoEspaña 2007 en
reconocimiento a su trayectoria profesional y a su influencia
en la fotografía contemporánea, confesó que aún se preguntaba
si seguirá siendo capaz de sacar una buena foto.
El fotógrafo suizo se mostró muy contento
de volver a España con ese motivo y recordó su primera
visita. "Viajé a Valencia en 1948 y fue aquí donde empecé
a concentrar mi trabajo en aquello que conocía bien y que
luego me sirvió para dar forma a Los Americanos", señaló.
"Ahora vuelvo a España en un viaje mucho más nostálgico para
mi y como mantengo la curiosidad siempre llevo una cámara
conmigo", mostrando una de pequeño tamaño.
“Blanco y negro son los colores de la fotografía. Para
mí simbolizan las alternativas de esperanza y la desesperación
a la que la humanidad está por siempre sujeta”. |
“Ed, soy famoso. ¿Ahora qué?”, escribía Robert
Frank (Zúrich, 1924) a su amigo Edward Grazda a comienzos
de los setenta. Refugiado con su segunda mujer, June Leaf,
en una remota aldea minera de Nueva Escocia, al norte de Canadá,
el esquivo fotógrafo suizo intentaba cerrar las puertas a
la fama, fiel a su credo de outsider. Llevaba ya más de diez
años dedicado plenamente a su otra pasión: el cine. Su famoso
libro The Americans había alterado no solo su vida, sino también
el curso de la fotografía. Publicado en 1958 en Francia por
Robert Delpire, revolucionó el lenguaje tradicional del reportaje.
Tardaría unos años en convertirse (junto con El Momento Decisivo,
de Cartier-Bresson) en el libro de fotografía más influyente
del siglo XX, pero la reacción de Frank no se dejó esperar:
en 1959 guardó su Leica.
“Una decisión: pongo mi Leica en un armario.
Harto de estar a la espera, persiguiendo, a veces captando
la esencia del blanco y negro, el conocimiento de dónde está
Dios. Hago películas. Ahora hablo a la gente que aparece en
mi visor. No es fácil, ni especialmente exitoso”, escribía
Frank. Huía del arte que le había dado la gloria. Aun así,
The Americans seguirá marcando a las generaciones venideras.
Así lo entendió la Fundazione Forma Per la Fotografía
con la muestra Gli Americani di Robert Frank, que expuso en
2017, por primera vez en Milán, esta oda a América cuya fuerza
poética y provocadora permanece 60 años después.
Al tiempo, el Museum der Moderne de Salzburgo
exhibió Robert Frank: Books and Films, 1947- 2016,
una exhibición experimental itinerante por distintas partes
del mundo desde 2014, que recorre la trayectoria artística
del autor suizo a través de sus imágenes más influyentes,
junto con sus películas y sus libros. Las fotografías se exhiben
impresas en hojas de papel de periódico que alcanzan los cuatro
metros de ancho. Dichas impresiones serán destruidas al finalizar
la exposición. “Rápido, barato y sucio”, tal como Frank lo
describe.
“Las obras no deben estar siempre enmarcadas
de forma cara y elaborada. Tampoco deben ser siempre copias
vintage u originales, las cosas se pueden hacer de forma experimental.
La obra de Robert Frank no solo lo resiste sin problema, sino
que parece encajar especialmente bien dentro de esta forma
de presentación”, señaló el editor y comisario invitado
de la muestra, Gerhard Steidl. Es precisamente su sello editorial,
Steidl, el que bajo una cuidada y exquisita presentación publicó
Robert Frank, Film Works, que incluye 8 DVD, los cuadernos
de Me & My Brother y Pull My Daisy y el libro Frank Films,
editado por Brigitta Burger-Utzer and Stefan Grissemann, que
aborda la poco conocida obra cinematográfica del fotógrafo.
Peter Lindbergh nació en la región de Wartheland,
en la Polonia ocupada, y se crio en Duisburgo (en la actual
Renania del Norte-Westfalia, Alemania), junto a su padre,
un vendedor de dulces, su madre, una ama de casa y dos hermanos.
Después de completar la escuela primaria, trabajó allí como
escaparatista para las cadenas de tiendas departamentales
Karstadt y Horten. A los dieciocho años se fue a Suiza donde
tras permanecer diez meses se mudó de Lucerna a Berlín. Allí
recibió clases nocturnas en la Academia de Arte. Siguiendo
los pasos de su modelo Vincent van Gogh, hizo autostop a Arlés.
Después de varios meses en Arlés, viajó por España y Marruecos,
durante dos años, para luego regresar nuevamente a Alemania.

Peter Lindbergh rodeado de las supermodelos
a las que dio la fama.
Lindbergh empezó a estudiar pintura en la Escuela
Superior de Bellas Artes de Krefeld (Renania del Norte-Westfalia).
Durante sus primeros años de estudio realizó la primera exposición
de su obra en 1969 en la galería Denise René-Hans Mayer. Pero
fue el arte conceptual lo último que influyó en la fase final
de sus estudios de artes visuales. En 1971 utilizó la fotografía
como su medio de expresión, empezando a trabajar durante dos
años como asistente del fotógrafo Hans Lux en Düsseldorf,
dedicandose posteriormente de manera independiente como fotógrafo
publicitario. Más adelante se trasladó a París en 1978 para
concentrarse en la alta costura. Allí fotografió a varias
modelos como Christy Turlington, Naomi Campbell, Linda Evangelista,
Cindy Crawford, Stephanie Seymour, Isabella Rossellini, Nastassja
Kinski y Tatjana Patitz, y emprendió otros proyectos junto
con Karl Lagerfeld, Giorgio Armani y muchos más.
También la figura del artista está unida a la
de las celebrities de todas las disciplinas artísticas, ya
que muchos fueron los que se pusieron ante su cámara a lo
largo de toda su carrera. Penélope Cruz, Brad Pitt, Irina
Shayk, Rihanna... en los últimos tiempos incluso se encargó
de inmortalizar a Marta Ortega y Carlos Torretta el día de
su boda y de trabajar con Meghan Markle en su proyecto con
fines benéficos. Todos querían posar para él por su brillante
capacidad para interpretar la belleza de un modo diferente
al que estaba estereotipado con un estilo atemporal y único
que será recordado para siempre a través de sus imágenes.
Sus fotografías han sido publicadas por revistas,
como Stern, Harper's Bazaar y Vogue. Considerado como uno
de los fotógrafos del mundo de la moda por excelencia, sobre
todo en blanco y negro. Ayudó a crear el fenómeno top model
de la década de 1990. Él prefería que su modelo tuviera un
maquillaje mínimo y un peinado sencillo. Wim Wenders fue un
admirador de su obra.

Algunas de las fotos más icónicas de Peter Lindbergh
...

Charlize Theron se puso ante la cámara
de Peter Lindbergh en múltiples ocasiones. Una de ellas
es ésta, para una de las campañas de J'Adore, el perfume
de Dior del que es imagen.

Peter Lindbergh cambió la historia de
la moda en los 90 al retratar, individual y colectivamente,
a todas las top model de la época dorada de la moda,
como es el caso de Cindy Crawford.

Claudia Schiffer escogió esta icónica imagen de las
supermodelos posando ante su cámara para despedirse
de Peter Lindbergh en sus redes sociales.
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Más allá de su labor como fotógrafo de moda,
Peter Lindbergh tenía la capacidad de capturar en sus imágenes
en blanco y negro a la persona que hay detrás de algunas de
las estrellas más prominentes del Séptimo Arte. 'El honesto',
como era conocido en la profesión, defendía como nadie la
fotografía en bruto, sin retoques, sin artificios, sin maquillaje
y sin filtros de Photoshop que esconden los ojos y las arrugas
de sus protagonistas.
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