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25 - Enero - 2024
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El austriaco Josef Fritzl, conocido como el 'monstruo de Amstetten', tras violar a su hija cautiva durante 24 años, va a ser trasladado de un centro psiquiátrico a una prisión normal. La decisión judicial estipula que Fritzl, de 88 años, deberá asistir periódicamente a psicoterapia durante un período de prueba de 10 años. Fue rechazada su solicitud de libertad pero la decisión sigue siendo una victoria para la abogada de Fritzl, ya que las condiciones en una prisión normal se consideran una mejora.

La abogada de Fritzl, Astrid Wagner explicó: "Estuvo al borde de las lágrimas durante la audiencia. Una vez más describió cuán terribles fueron sus actos. Dijo que lo siente muchísimo por sus víctimas y que le encantaría borrar todo lo que hizo. En repetidas ocasiones dijo que le gustaría dar su vida para deshacerlo todo, pero lamentablemente no puede hacerlo. Pero él se ocupa de sus acciones día y noche, tiene los documentos judiciales delante de él todo el tiempo".

Su atroz crimen fue revelado en 2008 y fue sentenciado en 2009 a cadena perpétua por cometer incesto, violación, coerción, encarcelamiento ilegal, esclavitud y homicidio negligente de uno de sus siete hijos pequeños. La hija de Fritzl desapareció en 1984 a los 18 años y resurgió en 2008 de la cámara del sótano que parecía un calabozo en Amstetten.

Josef Fritzl en su ficha policial (abril 2008).

¿Cómo es posible que durante veinticuatro años nadie se percatase de lo que ocurría bajo los cimientos de la casa de Josef Fritzl en la pequeña localidad austríaca de Amstetten? Ni su propia mujer, Rosemarie, llegó a sospechar jamás que su encantador marido guardaba un secreto: había secuestrado a su propia hija, de la que abusaba sexualmente y con la que había tenido siete hijos. El destino quiso que una de las hijas -en realidad, nieta- del pederasta, Kerstin, de diecinueve años, tuviese que acudir al hospital aquejada de una rara enfermedad. Durante el reconocimiento médico, los especialistas encontraron en uno de sus bolsillos una nota en la que contaba su historia y pedía ayuda. Los doctores, extrañados, pidieron hablar con su madre, Elisabeth. Entonces explotó la mentira y la verdad salió a la luz. Uno de sus vecinos era un auténtico “monstruo”.

Josef Fritzl durante el juicio.

Cuando los medios de comunicación de medio mundo, incluidos los españoles, se hicieron eco de la noticia, una ola de consternación invadió a la opinión pública. ¿Qué tipo de “monstruo” era capaz de hacer algo así? Aquel apelativo recorrió todos los rotativos esperando conocer toda la verdad de un caso que, hoy por hoy, sigue teniendo sus sombras. “El padre de las tinieblas”, como le llamó el diario francés Le Figaro, acababa de entrar en la lista de los criminales más peligrosos de la historia. Conocer la declaración que hizo a su abogado, todavía escandaliza: “El impulso de tener sexo con Elisabeth se hizo cada vez más fuerte. Sabía que Elisabeth no quería que le hiciera eso. Sabía que la estaba hiriendo. Pero, finalmente, el impulso de ser capaz de probar el fruto prohibido fue demasiado fuerte. Era como una adicción.

Amstetten (Austria) fue la ciudad que vio nacer, crecer y cometer las más macabras aberraciones a Josef Fritzl. Desde el 9 de abril de 1935 esta pequeña población fue testigo de cómo su infancia se convertía en un infierno. Según su propio testimonio, Fritzl -abandonado por su padre cuando tenía cuatro años- sufría toda clase de maltratos y abusos físicos por parte de su madre, a quien en su vejez también llegó a encerrar a modo de venganza. Aquel martirio infantil, provocado en parte por ser el único vástago de la familia, llevó a ambos a construir una relación tormentosa de amor y odio. Gracias a algunos de los informes psiquiátricos elaborados para el juicio, supimos que Fritzl temía a su madre más que a nada en el mundo. Los continuos insultos que ésta le profería -“Satán, inútil y criminal”- y las absurdas prohibiciones a las que lo sometía -no podía practicar deporte ni tener amigos, por ejemplo- llevaron al joven Josef a desarrollar una personalidad fría y violenta bajo una apariencia tranquila y serena. De hecho, acudió al colegio y fue un buen alumno.

Tailandia, 1998.

Estudió mecánica y tecnología electrónica, base primordial para convertir el sótano de su casa en un zulo donde encerrar secretamente a su hija Elisabeth años más tarde. También trabajó como electricista, director de una empresa que fabricaba hormigón y como representante de una factoría danesa de construcción de tubos de hormigón. Vivió en Luxemburgo y Ghana, y se casó con Rosemarie, con la que tuvo siete hijos, entre ellos, Elisabeth. Se jubiló cuando cumplió los sesenta años. Pero antes del secuestro y el abuso sexual de su hija Elisabeth por más de dos décadas, Fritzl había practicado con su madre. Durante las largas conversaciones que mantuvo con su psiquiatra, Adelheid Kastner, el austríaco confesó haber devuelto con creces los maltratos a los que había sido sometido por su progenitora. Pasó de ser víctima a verdugo, vejandola hasta que murió en 1980.

El modus operandi fue el mismo que con Elisabeth pero en el piso superior de la casa. Allí la encerró, tapió con ladrillos las ventanas y se convirtió en su carcelero. Algunos medios austríacos aseguran que dicha situación se prolongó durante más de veinte años, pero sólo es una teoría basada en el testimonio a veces incoherente del acusado. Durante ese período, Fritzl sólo recordaba que de niño su madre le pegaba y lo pateaba “hasta que me caía al suelo y sangraba”. Había llevado hasta el extremo su particular vendetta . No obstante, este comportamiento sexual y violento lo exteriorizó a finales de los años sesenta, cuando fue acusado de violar a una mujer. El sexo opuesto estaba siendo el blanco perfecto para contrarrestar todas las humillaciones a las que lo sometió su madre. “Nací para la violación y, pese a ello, aún me contuve largo tiempo”, ratificó a su psiquiatra durante una de las sesiones.

El abuso sexual de su hija Elisabeth por más de dos décadas.

En abril de 2008, Kerstin, de diecinueve años, acude al hospital por una serie de dolencias graves producidas por una enfermedad poco común. La acompaña su abuelo, Josef Fritzl. Ella permanece inconsciente debido a la gravedad de su estado. Durante la exploración, los médicos encuentran una nota de auxilio en uno de los bolsillos de la ropa de la muchacha. Proceden a buscar su historial médico sin éxito alguno. Deciden preguntarle a su acompañante, que precisamente es su secuestrador. Insisten en ver a la madre y, ante la negativa de Fritzl, llaman a la policía. Las autoridades se personan en el domicilio del pederasta y, con su ayuda, bajan al sótano perfectamente sellado y con grandes medidas de seguridad. Allí encuentran a Elisabeth, de cuarenta y dos años.

En sus primeras declaraciones, la joven explica que lleva encerrada bajo tierra desde agosto de 1984 y que su padre ha abusado de ella desde que tenía once. Ocho años de violaciones sirvieron para que Fritzl decidiese sedarla, atarla y encerrarla en el zulo que había construido bajo los cimientos de su casa. Todo ello sin el conocimiento de su esposa Rosemarie.

Desde 1977 las palizas y violaciones fueron la rutina de Elisabeth, hasta que dicha rutina cambió con su encierro. Los dos primeros días la mantuvo esposada y hasta los nueve meses siguientes, la retuvo atada para evitar que se escapase. No contento con esto, la recluyó en una sola estancia durante nueve años -después construyó más habitaciones en el sótano- y allí la violaba de forma sistemática. De los múltiples encuentros sexuales, Elisabeth dio a luz a siete hijos que fueron testigos de aquellas aberraciones. Tres de ellos -Kerstin, de diecinueve años, Stephen, de dieciocho, y Felix, de cinco- permanecieron junto a su madre bajo tierra; tres más -Lisa, de quince años, Monika, de catorce, y Alexander, de trece- vivían junto a Josef y su esposa en la casa; el séptimo murió al tercer día de vida y fue incinerado.

Rosemarie Fritzl.

Lo llamativo del caso es cómo tres de esos niños habían tenido una vida aparentemente normal junto a su padre/abuelo y que Rosemarie no sospechase nada. La respuesta la encontramos en la versión dada por Fritzl. Tanto para la policía como para el secuestrador, Elisabeth se había fugado de casa motu propio. Había sido la segunda vez que lo intentaba y en esta ocasión lo había conseguido. De ahí que su madre no siguiese buscando. También ayudaron las cartas que la muchacha tuvo que escribir a Rosemarie obligada por Fritzl. Era una forma de evitar que siguiese sospechando. En la primera, confesaba el motivo de su huida; y en las siguientes, le pedía que cuidase de sus hijos, a los que no podía mantener.

No obstante, el austríaco jamás dejó un fleco suelto en toda esta historia. Las cartas demostraban que su hija seguía viva y que no quería mantener ninguna relación con la familia. Además, Fritzl echaba más leña en el fuego asegurando que todo era culpa de una secta que la había captado y que la obligaba a deshacerse de sus bebés. Cuando la policía investigó la historia, pensó que Fritzl había tenido uno o varios cómplices. Sin embargo, esta teoría se fue desmoronando a medida que se fueron recopilando las pruebas. El pederasta gozaba de una buena posición económica, lo que le permitía tener varios inmuebles a su nombre y una total libertad de movimientos. También era un miembro respetado de la comunidad, por lo que nadie podía imaginar las barbaridades que estaba cometiendo el “monstruo” a pocos metros de sus hogares.

Cuando estalló la bomba, el impacto social fue abrumador. Medios como el Österreich abrieron las portadas de su periódico con titulares como “Todo Amstetten debería avergonzarse. Los vecinos cerraron los ojos”. Al fin y al cabo, esta localidad austríaca tan sólo cuenta con veintidós mil seiscientos habitantes. Sin embargo, las buenas maneras de Fritzl lograron despistar a su vecindario, mientras él construía un calabozo con grandes medidas de seguridad. El espacio tenía 80 metros cuadrados, con una altura máxima de 170 centímetros, y se extendía por todo el jardín. Para acceder a él, colocó una puerta corredera de hormigón de 300 kilos escondida detrás de una estantería. Era franqueable mediante un código que sólo Fritzl conocía. El recinto constaba de una entrada, dos dormitorios de 3 metros cuadrados, una pequeña cocina, un baño y un lavadero. La única fuente de ventilación provenía de un tubo.

Josef Fritzl tenía setenta y tres años cuando fue detenido por las autoridades austríacas. Aunque en un primer momento se negó a declarar, después confesó los hechos que posteriormente se probaron. Hasta el día del juicio, el 16 de marzo de 2009, el pederasta fue sometido a diversos análisis psicológicos y psiquiátricos. Se demostró que no padecía ningún trastorno mental y que era del todo “imposible” que estuviese permanentemente bajo los efectos del alcohol, tal y como la defensa intentó argumentar. Privación de libertad, incesto, violación, esclavitud y homicidio, fueron algunos de los cargos a los que el austríaco tuvo que enfrentarse durante su vista judicial. Finalmente, un jurado popular determinó que Fritzl era culpable de los delitos anteriormente mencionados y lo condenó a cadena perpetua e internamiento psiquiátrico. Cuatro días bastaron para cerrar lo que muchos denominaron el “juicio del siglo”.

Desde entonces, pasó sus días recluido en un pabellón psiquiátrico de una cárcel de alta seguridad a las afueras de Viena, donde alardeaba de ser “famoso en todo el mundo”. Ni siquiera siente remordimientos por lo que hizo y se ha dedicado a escribir cartas de amor a su esposa que ésta jamás respondió. Todo lo contrario, Rosemarie decidió divorciarse días después de su encarcelamiento para comenzar una nueva vida. Mientras tanto, Elisabeth (52 años) y sus seis hijos-hermanos (ahora de entre 15 y 29 años) han cambiado de apellido y viven alejados de Amstetten bajo fuertes medidas de seguridad. Siguen bajo tratamiento psicológico intentando adaptarse a la sociedad. Aquel “martirio inimaginable”, afortunadamente, llegó a su fin.

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