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20 - Enero - 2020
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Cuando la tierra tembló en Haití hace ahora diez años, causando una de las peores catástrofes humanitarias del siglo XXI, no faltó quien, entre optimista y naif, habló de oportunidad, cual ave Fénix, para renacer. El país caribeño, el más pobre del continente antes, durante y después del seísmo, no solo no ha renacido sino que sigue en el lodo una década después.

Recordar las cifras del desastre causa escalofrío; más de 300.000 muertos, 400.000 heridos y un millón y medio de personas obligadas a dejar sus casas como consecuencia de un terremoto de intensidad 7,3 en la escala de Richter. Pero no son menos impactantes las cifras que dan cuenta de uno de los mayores despliegues internacionales de ayuda humanitaria que se recuerdan; más de 12.000 oenegés llegadas de todos los puntos del planeta aterrizaron en el país, amén de Naciones Unidas y sus desembolsos millonarios. Diez años después, el país sigue sumido en el caos y la pobreza, con una inestabilidad crónica, una crisis política sistémica, un sistema sanitario al borde del colapso, y 34.000 personas viviendo todavía en campamentos mal llamados temporales.

¿Dónde han ido a parar las ayudas millonarias? La respuestas ni son sencillas ni son únicas y la imagen de un palacio presidencial y una catedral todavía sin reconstruir sirven de metáfora de cómo se encuentra la isla caribeña.

La evolución económica y política más inmediata de Haití es nefasta. En el año 2019, el país entró en recesión con una reducción del 1,2% del PIB, según datos del Fondo Monetario Internacional.

Uno de cada tres haitianos necesitan ayuda alimentaria urgente, el precio de los alimentos, combustible y medicamentos sigue disparado. Todo el año pasado se repitieron los conocidos como peyi lok, bloqueos con barricadas en llamas que paralizaron todo el país. En este contexto, el acceso a la ayuda humanitaria se está viendo seriamente afectada. Javier Fernández, coordinador del proyecto de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Martissant, un barrio de Puerto Príncipe, la capital haitiana, constata en una entrevista telefónica que los bloqueos han complicado sobremanera la labor sanitaria. «Se está produciendo –relata– un estancamiento y las instalaciones sanitarias carecen de material, sangre, combustible y personal».

Fernández es tajante al afirmar que la situación en Martissant –basura, falta de seguridad, violencia, paro– no ha variado sustancialmente desde las primeras visitas. «Y lo peor es que no se atisba una salida». «Diez años después, la mayoría de los actores humanitarios y médicos han abandonado el país y el sistema sanitario está nuevamente al borde del colapso en medio de una creciente crisis política y económica», subraya en la misma línea el coordinador general de la oenegé Médicos Sin Fronteras (MSF) en Haití, Hassan Issa.

Además, como advierte la oenegé Acción contra el Hambre, Haití no ha dejado de afrontar desastres durante los últimos 10 años, como dos ciclones, dos temporadas de importante sequía y otro terremoto, menor, en el 2018. Las oenegés han sido objeto de críticas por la falta de compromiso a largo plazo. Sin olvidar episodios más vergonzantes como el papel de los cascos azules, responsables de la propagación de un brote de cólera o las acusaciones que pesan sobre cooperantes acusados de beneficiarse de favores sexuales de jóvenes a cambio de comida.

Un pescador, en Saint Louis du Sud, una localidad con gran potencial turístico al sudeste de Haití.

En Haití no abunda el agua potable. La mayoría de las casas no tiene retrete. No existe la recogida de basuras, ni su tratamiento. En la capital, de más de tres millones de habitantes, no hay ni un solo cine. Es raro ver semáforos, y más todavía alguno que funcione; pero tampoco se sanciona a los infractores en la carretera. Es un país sin autovías, taxis por las calles o cadenas de comida rápida. Por no tener, no cuenta ni con palacio presidencial, que quedó derruido en el terremoto de hace ocho años y todavía no ha vuelto a ponerse en pie. Lo que sí hay en Haití es música, cultura a raudales, una gastronomía interesante, sol, las turquesas y cálidas aguas del Caribe, playas paradisíacas, parajes naturales, asombrosas cuevas y un gran patrimonio histórico.

Como consecuencia de estas carencias —y algunas otras—, en Haití la industria turística es muy limitada. Y, por su enorme potencial, muchos ven a este sector como uno de los que pueden ayudar al país a salir adelante. Pero, ¿de verdad puede desarrollarse el turismo en el país más pobre de América? Algo ya hay. Según los últimos datos de la Organización de Turismo del Caribe, en 2015 recibió medio millón de visitantes, la mayoría procedentes de cruceros estadounidenses que hacen paradas en el norte de la isla. Esto es 10 veces menos que sus vecinos de la República Dominicana.

Curiosamente, el tipo de turismo que ahora se asocia al Caribe, el de resort y playa que tan consolidado está al Este de la isla La Española, nació en Haití, que en un tiempo fue considerada la Perla de las Antillas. La inestabilidad del país cortó el desarrollo de una industria que comenzó a brotar en los años setenta del siglo pasado.

“Es un país que esconde su atractivo donde invertir”, asegura Bruno Jacquet, especialista del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), que tiene en marcha varios proyectos para potenciar el turismo. “Es una percepción injusta, hay muchas oportunidades. Está asociado a inestabilidad y desastres naturales... no es que no existan, pero no de forma tan exagerada como se cree. Esto oculta que es una nación que crece, que tiene creatividad, dinamismo y capacidad en los idiomas… Y mezcla una enorme riqueza cultural con la histórica. Haití tiene uno de los mayores patrimonios en el Caribe”, subraya.

En el norte de la isla, donde paran los cruceros, fue también donde Cristóbal Colón hizo escala en su primer viaje al continente. La Santa María encalló en esta misma zona y en ese lugar se construyó el primer asentamiento español en el nuevo mundo, el Fuerte Navidad. Más tarde, la isla de La Tortuga se convertiría en un refugio de bucaneros que asaltaban a los barcos que volvían cargados con riquezas a Europa. Cerca está Cabo Haitiano, la segunda ciudad del país, y una de las considerabas más bonitas y dinámicas. A unos 30 kilómetros se encuentra La Citadelle, una enorme fortaleza patrimonio de la humanidad que construyó por órdenes del rey Henri Christophe, que gobernó el país cuando este se emancipó de Francia a principios del siglo XIX. Fue la primera independencia resultado de una revuelta de esclavos, lo que convirtió a Haití en segundo país de América en conseguirla, después de Estados Unidos. Todo el territorio está salpicado por antiguos fuertes franceses o que se construyeron para combatirlos.

“Este legado puede servir para fomentar un turismo cultural que complemente al tradicional de resort”, asegura Jacquet. En el sudeste del país, en Saint Louis du Sud, permanecen las ruinas de un par de estos fuertes que el BID, proyecta rehabilitar y acondicionar. Las aguas turquesas del mar, las palmeras y los manglares y contrastan con la miseria en la que viven los habitantes a pie playa, con casas precarias, rodeadas de basura que ensucia este paisaje idílico.

Pero, de momento, todo se queda en potencial. Lo que hay en el islote es difícilmente transitable. Las cabras pastan entre maleza y piedras; el guía ofrece a los visitantes ver el lugar donde se almacenaba el agua, un sótano oscuro de difícil acceso atestado de arañas del tamaño de una mano. Y algo parecido pasa con la infraestructura. Apenas existen lugares donde quedarse cerca de estos parajes que se antojan una mezcla entre el paraíso y el infierno, según se mire al mar o a las condiciones de vida de quienes moran a su alrededor.

Según explica el especialista en turismo del BID, hay varias grandes empresas interesadas en abrir proyectos en la zona y algunos terratenientes en negociaciones con ellas, pero de momento no va más allá de eso. Además del temor de hacer inversiones en un lugar inestable, muchas piden infraestructuras que no existen, como accesos adecuados o suministros de agua y luz que habría que instalar ex profeso para ellos.

Otras iniciativas más pequeñas sí van surgiendo para aprovechar todo este potencial que ofrece Haití. Olivier Testa, un espeleólogo francés que ha recorrido medio mundo en busca de cuevas se embarcó en una expedición en el país caribeño para descubrir grutas escondidas. Descubrió una “preciosa” en Pestel, cerca del extremo occidental de la isla. Y a partir de ahí comenzó a explorar y a hallar nuevas, alrededor de una veintena que, en sus palabras, “no solo eran simplemente hermosas, también tienen un gran interés científico por sus rocas, su biología, su geología, su historia”. En febrero organizó, en colaboración con el Ministerio de Turismo, la primera visita. Ya tiene lista de espera para la siguiente.

Las protestas son interminables.

Jovenel Moïse, un empresario anodino, el “rey banana” como es llamado con sorna por sus detractores en relación a su trayectoria como exportador de plátanos, pende de un hilo. Esto es algo que se dice y se repite en el país y los medios de comunicación desde al menos julio de 2018. Y es absolutamente cierto. Y sin embargo el tambaleante Moïse nunca termina de caer porque es un hilo grueso el que lo ataja. Aquel que lo enlaza a los poderes fácticos del país, esencialmente la embajada norteamericana, la burguesía importadora y las potencias de segunda línea que mantienen intereses en la nación caribeña. El apoyo de la administración Trump ha sido reiterado y se mantiene imperturbable, aparentemente indiferente a la coyuntura insurreccional y a los costos evidentes, aunque limitados por el cerco informativo, que genera estar pegado a semejante descalabro.

La testarudez de la administración republicana se debe centralmente a tres causas. En primer lugar a los buenos servicios prestados por Moïse en el saqueo del país, de los cuáles podríamos enumerar rápidamente: la consolidación de un paraíso fiscal en la Isla Gonave y de zonas francas comerciales; la política de puertas abiertas a los proyectos megamineros en el norte del país, donde campean también capitales canadienses; el manso sometimiento al FMI y la garantía de avanzar en la privatización de las últimas empresas estatales que sobrevivieron a la rapiña neoliberal; el sostenimiento de salarios paupérrimos que aseguran la rentabilidad de la confeccion textilera para el sur de los Estados Unidos a precio de ganga; la ruina agrícola inducida y la apertura del extenso mercado haitiano para los productos alimenticios de baja calidad tanto norteamericanos como dominicanos; la utilización de Haití y sus islas como estación de paso para la cocaína producida en el sur para el consumo del norte; el lucrativo negocio de las empresas como Sogebank y Wester Union que monopolizan las remesas de la nutrida diáspora haitiana y un largo etcétera.

En uno de los muelles de Burdeos, con el rostro alzado, la mano sobre el pecho y su mirada suspendida sobre las aguas del río Garona, la estatua de Modeste Testas asalta a los paseantes, sorprendidos por una efigie que rescata una memoria donde no hay épica, sino dolor. Testas, que vivió entre 1765 y 1870 y murió a la edad heroica de 105 años, nació en África Oriental, donde fue capturada para ser vendida como esclava, transacción que se llevó a cabo en la costa occidental del continente. Comprada por los hermanos bordeleses Pierre y François Testas, que le dieron su apellido, la joven fue trasladada a la colonia de Santo Domingo, hoy Haití, que permaneció bajo dominio francés hasta 1804. Allí, la mujer, obligada a ser la concubina de François, vivió junto a los negocios de sus dueños, dedicados al cultivo de azúcar, una labor donde la mano de obra era obtenida de la trata negrera.

Condenada a una vida de servidumbre, la fuerza de la Historia cambió su destino. En 1789, el estallido revolucionario en París, el Juramento del Juego de Pelota para dotar de una Constitución a Francia y la redacción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, viajaron a través del océano como una corriente eléctrica que animaba al levantamiento contra la injusticia. Santo Domingo no pudo esquivar esa sacudida. Lo que allí ocurrió fue excepcional. Los esclavos se alzaron para obtener la libertad. Quienes se habían sublevado en 1791 contra el yugo imperial habían sido los esclavos de las grandes plantaciones, no los hijos de los administradores, militares y negociantes europeos que proclamarían las independencias nacionales de otros países, manteniendo su dominio y sus privilegios de clase sobre los indígenas.

Aterrorizado por la violencia que se desató en la isla, François Testas huyó a Estados Unidos, donde finalmente concedió la libertad a sus esclavos, entre ellos a Modeste, en 1795. Como toda revolución, en la de Santo Domingo hubo excesos y sangre, que enturbiaron el agua limpia del deseo de libertad. También particularidades que la alejaron de las europeas. Hubo ''Espartacos'' negros que lucharon contra el racismo, proclamando que todo el mundo era negro. Fue una rebelión sin una ideología común, porque solo una minoría era ilustrada. Lo que aglutinó a los esclavos fue el vudú, que no es una religión espiritista, sino monoteísta, que cree en el ''Bondye'', como el ''Bon Dieu'', el ''Buen Dios''».

El Código Negro, establecido por Luis XIV en 1685, es un documento único para estudiar la crueldad del trato que se dispensaba a los esclavos de la colonia. Su Artículo 38, por ejemplo, dicta: «Al esclavo fugitivo que haya estado fugado durante un mes a contar desde el día en que su amo le haya denunciado ante la justicia, se le cortarán las orejas y se le marcará con una flor de lis sobre una mejilla; si reincide otro mes a contar igualmente desde el día de la denuncia, se le cortarán las corvas, y será marcado con una flor de lis sobre la otra mejilla; y, la tercera vez, será castigado con la muerte».

No está de más recordar el evento fundacional de la lucha de los esclavos haitianos por la libertad, muestra valiosa de cómo el vudú inundó el espíritu de esa batalla. La ceremonia vuduista de Bois-Caïman, celebrada el 14 de agosto de 1791. Reunidos bajo el liderazgo del esclavo Dutty Boukman, el resto de sometidos, entre el ritmo frenético de los tambores sagrados y las danzas rituales del vudú, degollaron a un cerdo negro, para ungir con su sangre a los asistentes, y rogaron por la victoria sobre el hombre blanco. Acto seguido, se desató una oleada de asesinatos, que incluyó a miles de hacendados y sus familias, así como los empleados de bancos, trabajadores mulatos, negros libertos y esclavos sospechosos de complicidad, tolerancia o simplemente piedad con sus amos.

La abolición de esa práctica comenzó en agosto y septiembre de 1793 y se concretó en febrero de 1794, cuando la Convención Nacional aprobó un decreto para abolir la esclavitud en las colonias, aunque solo desapareció definitivamente tras la independencia, liderada por Jean-Jacques Dessalines, en enero de 1804. En cualquier caso, el lazo entre política y fervor religioso no se limitó a esa primera revuelta. Tocado con un sombrero de copa y vestido de traje, François Duvalier, responsable de la dictadura que asoló al país entre 1957 y 1971, año de su muerte, disfrutaba infundiendo terror de esa guisa, que recordaba a la loa del «Baron Samedi», que en el vuduismo representa a la muerte.

El Estado no se desarrolló en Haití. La medicina rural no llegó hasta el siglo XX, hasta los años 40 o 50. La gente acudía al brujo, que practicaba la medicina natural, y también era la fuente de Justicia. Precisamente, fruto de esa ausencia, se desarrolló el aspecto más polémico del vuduismo, el más arraigado en la cultura popular mediante las películas, las novelas y las series: la zombificación. Este fenómeno, estudiado por la ciencia, responde a una explicación que no tiene nada que ver con lo sobrenatural. Dos protagonistas dan las pistas definitivas para comprender en qué consiste: por un lado, Max Beauvoir, una de las autoridades del vuduismo, que explica que la zombificación es un castigo que se aplica a las personas que han tenido un mal comportamiento en la comunidad, y, por otro, el psiquiatra Lamarque Douyon, que desvela que ese estado se provoca mediante la tetradontoxina, un veneno que contiene el pez globo. Algunas de las víctimas de la zombificación, que parecen estar muertas, llegan a recibir sepultura y son luego desenterradas por sacerdotes vuduistas, que pueden explotarlas como mano de obra esclava. Familias que habían dado por muertos a sus seres queridos, por ejemplo, se habían reencontrado con ellos al cabo de los años, aunque la salud mental de las víctimas era, en muchas ocasiones, irrecuperable.

Jean-Pierre Boyer, el presidente que aceptó pagar una indemnización a Francia por la independencia, condenando el futuro del país.

Haití necesitaría un plan de inversión brutal. Desde el siglo XIX, el país, una de las colonias más ricas de Francia, ha padecido crisis continuas, regímenes brutales y desastres naturales que han pulverizado las esperanzas de convertir esa tierra en un lugar feliz para sus ciudadanos. En 1825, el presidente Jean-Pierre Boyer aceptó pagar a París 150 millones de francos en oro como indemnización por la independencia, una deuda que frustró definitivamente todos los sueños revolucionarios por los que se había vertido tanta sangre. La dictadura de los Duvalier, padre e hijo, comenzó en 1957 y se prolongó hasta 1986, arrasando las libertades y sumergiendo al país en la miseria. En 2011, un terremoto causó unos 310.000 muertos, desencadenando una crisis humanitaria. En el Índice de Desarrollo Humano de 2019, Haití, de los 189 países que componen la lista, ocupaba el puesto 169.

La esperanza de vida, según el Banco Mundial, es de 64 años. Amnistía Internacional denuncia las violaciones de los derechos humanos y Human Rights Watch lamenta la pobre escolarización de los niños.

Las 10 claves de Haití 10 años después del terremoto:

1. El terremoto. ¿Cómo fue?

El sismo de magnitud 7,0 en la escala Richter tuvo epicentro en Léogâne, a unos 15 kilómetros al suroeste de Puerto Príncipe, y fue el más grave en Haití desde 1842. Fue especialmente destructivo por ser muy superficial, se generó a entre 8 y 13 kilómetros bajo tierra. El terremoto fue seguido, en los siguientes 20 minutos, por dos réplicas de magnitud 6,0 y 5,7 que agravaron los daños. El número de muertes fue diez veces superior a la suma de las víctimas causadas por todos los desastres ocurridos en Haití desde 1963, según el PNUD.

2. Las víctimas y la destrucción.

La cercanía del epicentro a la región metropolitana de Puerto Príncipe, densamente poblada, y la fragilidad de las construcciones condujeron a una catástrofe sin precedentes. Cerca de 316.000 muertos, 350.000 heridos, miles de casas desplomadas, el 60 % de las infraestructuras médicas destruidas. También se vinieron abajo el Palacio Nacional, el Parlamento o la catedral de la capital, todos ellos aún sin reconstruir. El desastre debilitó enormemente al Estado y causó un daño estimado en el 120 % del PIB de 2009, es decir, 7.900 millones de dólares.

3. Los desplazados.

Cerca de 1,5 millones de personas se quedaron sin hogar y fueron alojados en unos 1.500 asentamientos temporales. El campamento de Champ de Mars, frente al Palacio Nacional, tardó más de dos años en ser desmantelado. El 99 % de los desplazados ya ha sido reasentado, pero 34.000 de ellos siguen en los mismos refugios temporales, con graves carencias sanitarias y sin abastecimiento regular de agua o luz.

4. ¿Cuánto dinero se ha gastado?

Al menos 11.581 millones de dólares han sido canalizados en 2.552 proyectos de reconstrucción a través del Módulo de Gestión de la Ayuda Externa del Gobierno de Haití. Los fondos gestionados a través de las ONG han sido incalculables, incontrolados y, en muchos casos, mal gestionados, lo que llevó a Haití a ser bautizado como "la república de las ONG". En una reciente entrevista con Efe, el presidente haitiano, Jovenel Moise, reconoció que los resultados de la reconstrucción "no son satisfactorios". El politólogo Jean Ronald Joseph, de la Universidad Estatal de Haití, dijo a Efe que "la gestión del sismo por el Gobierno en esa época y también por la comunidad internacional fue un desastre. Se desarrolló un negocio humanitario y robaron un montón de dinero".

5. Los desastres que siguieron al terremoto.

Haití es uno de los países más vulnerables a desastres naturales del mundo. En 2016 el huracán Matthew barrió el suroeste del país causando 573 muertes y dejando unos dos millones de damnificados. El país caribeño también sufrió una grave epidemia de cólera, importada en 2010 por los cascos azules de Nepal, que infectó a 520.000 personas y causó la muerte de por lo menos 7.000. La epidemia solo ha sido totalmente controlada en 2019.

6. La ampliación de la misión de la ONU.

La Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización en Haití (Minustah), desplegada en 2004 tras el golpe de Estado que derrocó al presidente Jean-Bertrand Aristide, alargó su mandato hasta 2017 debido al terremoto. Después fue sustituida por una misión policial de menor tamaño, que finalmente fue clausurada en octubre pasado. La Minustah fue una de las misiones de paz más polémicas de la ONU. Vista como una fuerza de ocupación por sus detractores, ha causado controversias por la epidemia de cólera y por las decenas de casos de abusos sexuales cometidos por los cascos azules.

7. Los abusos sexuales.

La ONU ha reconocido 29 casos de abusos sexuales -incluyendo sexo con menores- y 55 denuncias de explotación sexual, referidas tanto a prostitución, como casos en los que los soldados se aprovechaban de su posición de poder sobre las víctimas. Al menos 33 de esas relaciones dieron como fruto el nacimiento de niños, abandonados por los cascos azules, aunque la ONU reconoce que la cifra real se desconoce, puesto que muchas mujeres no lo han denunciado. Un reciente estudio de las profesoras Sabine Lee y Susan Bartels recopila 265 historias de hijos abandonados por los cascos azules, aunque las autoras han reconocido a Efe que esto no implica que nacieran 265 niños. Ellas no tomaron datos personales de las víctimas y es posible que algunas historias estén "repetidas". Los casos de abusos no se restringieron a la Minustah. La ONG británica Oxfam fue expulsada de Haití en 2018 después de que se desvelase que directivos de la misma habían montado orgías con prostitutas después del terremoto.

8. Una "década perdida".

Haití era y sigue siendo el país más pobre de América. En los últimos diez años el PIB per cápita ha mejorado ligeramente, pasando de 662 dólares a 765. Sin embargo, el porcentaje de la población que vive con menos de dos dólares al día sigue estable por encima del 60 %. Del mismo modo, el riesgo de padecer hambre está en aumento por las repetidas crisis, las malas cosechas y la inflación. La ONU calcula que 3,7 millones de haitianos, en una población de cerca de 10,5 millones, padece inseguridad alimentaria. Un quinto de la población, cerca de dos millones de personas, se ha visto forzado a emigrar. "Diez años después es peor la situación de Haití con respecto del medioambiente, el urbanismo y la vivienda. Eso, con las crisis políticas e económicas recurrentes. Fue una década perdida", apunta el profesor Joseph.

9. La inestabilidad constante.

Haití carece de Gobierno desde marzo de 2019. El vacío de poder se agravará a partir de este lunes, cuando termina el mandato de los diputados y un tercio de los senadores, que no tienen reemplazo porque se aplazaron las elecciones previstas para el año pasado. Mientras, el presidente Moise negocia con la oposición la formación de un Gobierno de unidad. El país vivió constantes protestas violentas entre septiembre y noviembre que paralizaron prácticamente todas las actividades de las instituciones públicas y privadas del país. La crisis, además de agravar la inseguridad alimentaria, ha provocado una recesión y, según alerta Médicos Sin Fronteras, ha llevado el sistema de salud al borde del colapso.

10. La creciente inseguridad.

Numerosas bandas armadas, algunas de ellas con vínculos con importantes políticos, han proliferado en los últimos años y controlan barrios enteros de Puerto Príncipe y de otras ciudades. Ahora sin la ayuda de la ONU, los cerca de 15.000 policías y 500 militares del Ejército, recién refundado, no consiguen hacerles frente. En su combate a las bandas, la Policía ha sido acusada de cometer matanzas indiscriminadas. El Consejo de Seguridad de la ONU pidió este jueves que se investiguen las masacres de La Saline en 2018 y de Bel-Air en noviembre pasado, en las que murieron decenas de civiles.

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