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25 - Febrer0 - 2024
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"El objetivo final que tenemos todos es llegar a tocar al shin-otoko (hombre divino), un elegido que es el portador de la buena suerte. Al tocarlo, él asume las desgracias de la otra persona", explica Kioko justo antes de entrar a un fango que se parece más a una masiva pelea de sumo que a un ritual religioso. Es jueves y justo ha parado de llover al arrancar la fiesta. Incluso pega el sol cuando comienzan a llegar los primeros grupos de hombres desnudos. Hay de todas las edades. Desde ancianos hasta niños. Incluso algún extranjero como Adam, un empresario holandés que lleva 12 años viviendo en Japón. "He tenido que beber antes mucha cerveza y sake para que mis amigos japoneses al final me convencieran para venir y enseñar mi culo a miles de desconocidos. Pero es una experiencia increíble y liberadora", asegura. Efectivamente, además de los participantes, hay miles de turistas de todo el país que se han desplazado hasta Inazawa para ver un festival que este año había captado más atención que en otras ocasiones porque se había anunciado que, por primera vez, las mujeres participarían, aunque apartadas de la marabunta de hombres sudorosos. Antes de empezar el clímax masculino, cerca de 40 mujeres, todas vestidas, hicieron su particular ritual de oración, en silencio y con ofrendas de bambú. El zumbido arranca a media mañana cuando llegan las primeras procesiones masculinas. Van entrando en grupos, sujetando ramas de árboles o palos de bambú envueltos en cintas o en lonas de plástico que llevan hasta dentro del templo. Son como los costaleros de Semana Santa, con la misma energía pero con menos ropa.

Muchos rompen a llorar. "Es el día más importante del año para nosotros", dice Masayoshi, otro de los participantes. Además del fundoshi, los hombres llevan cintas en la cabeza que luego parten en varios trozos que entregan al público presente, que jalea y aplaude el espectáculo. Cuando todos los grupos ya han desfilado, la multitud se junta en una larga pasarela de arena que hay a la entrada del templo. Unos cuantos comienzan a lanzar cubos de agua por todos lados. Es entonces cuando empieza la estampida. "Este ritual sintoísta es una lucha encarnizada entre hombres desnudos, que son elegidos mediante la oración y una decisión divina. Esto se basa en la creencia de que si tocas al hombre divino, podrás eliminar los espíritus malignos", reza un anuncio publicado en la página web del templo. "Asegúrese de escribir su nombre, número de teléfono y la empresa para la que trabaja en un lugar que pueda verse fácilmente desde el exterior del taparrabos. También tenga cuidado de no beber demasiado alcohol. No es obligatorio que participen personas borrachas". Una indirecta clara que no cumplen la mayoría de los participantes, sobre todo los más jóvenes. La ebriedad sirve para soportar el frío y como chute de energía cuando llega el momento del cuerpo a cuerpo.

Las raíces de este festival se remontan a una época de peste y otras enfermedades en la que la supersticiosa población local quería expulsar la mala suerte. Los hombres con taparrabos desfilaban por la ciudad, arrojándose cubos de agua helada unos a otros. Como ahora, llevaban altares portátiles en largos postes de bambú decorados con cintas. La culminación siempre ha sido la llegada al santuario. Dentro de la creencia sintoísta tradicional, que se considera una religión autóctona de Japón, con escritos desde el año 300 a.C., existe un dios (kami) para prácticamente cada objeto, concepto, acción y presencia. Los seguidores del sintoísmo creen que los kami existen en todo, desde elementos naturales como rocas y árboles, en las artificiales e incluso en las personas. Hay más de 100.000 santuarios sintoístas (los jinja) por todo Japón. Los fieles visitan los templos para rendir homenaje a los kami o rezar por tener buena suerte. Es habitual que las familias lleven a los recién nacidos y que muchas parejas celebren en los jinja sus bodas. La entrada al santuario de Konomiya está marcada por un torii, como se llama a las grandes puertas de madera. También tiene un par de estatuas de leones guardianes, los komainu, uno con la boca abierta y el otro la tiene cerrada. En algunos templos sintoístas se celebran cada año varios festivales del hombre desnudo como el de Inazawa, que es el más antiguo de todos y que este año cobraba especial importancia porque ha sido el único en el que por primera vez las mujeres participaban en los rituales, aunque de nuevo lejos del foco y del ruido.

La semana pasada, fue el templo montañoso de Kokuseki, en la prefectura de Iwate, al noreste del país, el que recibió durante la puesta de sol a cientos de hombres con taparrabos blancos. La prefectura de Iwate está ubicada en la región de Tohoku sobre la isla de Honshu.

Los organizadores del festival de Iwate comunicaron que, después de más de 1.000 años de historia del evento, este año sería el último que se celebraría por falta de participantes más jóvenes para mantenerlo en marcha. Muchas de las zonas rurales donde se realizan este tipo de rituales están prácticamente despobladas. Japón es el país más anciano del mundo, con casi el 30% de la población con 65 años o más. Además, uno de cada 10 japoneses tiene más de 80 años. Una gigantesca bomba demográfica que pone en peligro los festivales del hombre desnudo.

En la prefectura de Aichi, zona centro, tienen una solución. Abren el festival a las mujeres.

El mar de hombres casi desnudos canta, forcejea, empuja y empella hacia el santuario. "¡Washoi! ¡Washoi!", gritan: ¡vamos!, ¡vamos! Es una escena que apenas ha cambiado en los 1.250 años que lleva celebrándose el “Hadaka Matsuri”, o Festival del Desnudo, en el Santuario Konomiya, en el centro de Japón. Pero este año hay un cambio, uno grande. Lejos de la multitud de hombres, otro grupo está a punto de convertirse en las primeras mujeres en participar.

Las mujeres aquí reunidas saben que están haciendo historia. Hacerse un hueco en espacios tradicionalmente dominados por hombres es difícil en cualquier lugar, pero en Japón -que el año pasado ocupó el puesto 125 de 146 en el índice de brecha de género del Foro Económico Mundial- es particularmente difícil.

Y no es que no hubieran estado siempre allí. "En el fondo, las mujeres siempre han trabajado muy duro para apoyar a los hombres en el festival", explica Atsuko Tamakoshi, cuya familia participa en el festival de Konomiya desde hace generaciones.

Las mujeres participaron en el festival por primera vez en sus 1.250 años de historia.

Pero la idea de participar en el festival, en el que los hombres intentan ahuyentar a los espíritus malignos antes de rezar por la felicidad en el santuario, parece que nunca se había planteado antes. Según Naruhito Tsunoda, nunca ha habido una prohibición. Simplemente, nadie lo había pedido nunca. Y cuando lo hicieron, la respuesta fue fácil. "Creo que lo más importante es que sea un festival divertido para todos. Creo que Dios también estaría muy feliz por eso", señaló a la agencia de noticias Reuters. Sin embargo, no todos en la comunidad fueron tan complacientes. "Hubo muchas voces que estaban preocupadas (por nuestra participación), que decían: '¿qué hacen las mujeres en un festival de hombres?', 'este es un festival de hombres, es serio'", explica Tamakoshi, una mujer de 56 años. "Pero todas estábamos unidas en lo que queríamos hacer. Creíamos que Dios velaría por nosotras si éramos sinceras". Las mujeres que esperan su turno están siendo de verdad sinceras. Lo que no están es desnudas. Al contrario, muchas visten "abrigos happi" (unas túnicas largas de color púrpura) y pantalones cortos blancos -a diferencia de los taparrabos de los hombres- mientras llevan sus propias ofrendas de bambú. No formarán parte del gran tumulto que acompaña la carrera de los hombres hacia el santuario, o la escalada de unos por encima de otros para tocar el “Shin Otoko”, o la "deidad masculina", un hombre elegido por el santuario. Tocarlo, según la tradición, busca ahuyentar a los espíritus malignos. Pero eso no resta importancia a este momento. "Siento que los tiempos finalmente han cambiado", asegura Yumiko Fujie a la BBC. "Pero también siento la responsabilidad".

Algunos habían pedido que se mantuviera como un festival solo de hombres.

Esta mujeres, sin embargo, no sólo están rompiendo las barreras de género con su participación. También mantienen viva la tradición. Esta semana, otro festival del desnudo que tiene lugar en el templo Kokuseki, en el norte de Japón, será el último que se celebrará. Sus organizadores aseguran que no hay suficientes jóvenes para que el festival continúe. Japón tiene una de las poblaciones que envejece más rápidamente en el mundo. El año pasado, por primera vez, más de una de cada 10 personas tenía 80 años o más. Mientras tanto, su tasa de natalidad es de sólo 1,3 por mujer, con sólo 800.000 bebés nacidos el año pasado. Ha llegado el momento de que las mujeres se dirijan al santuario. Caminan en dos líneas paralelas y llevan largas varas de bambú envueltas en cintas rojas y blancas entrelazadas. Atsuko Tamakoshi lidera el camino: sopla su silbato para iniciar el canto rítmico que han escuchado a los hombres durante décadas. 'Washoi Washoi', gritan las mujeres.

Las mujeres se concentran en los movimientos y la velocidad que han practicado durante semanas. Saben que tienen que hacerlo bien. Conscientes de que las miradas de los medios y de los espectadores están puestas en ellas, también sonríen entre nervios y emoción. Hay gritos de apoyo de la multitud que observa, algunos gritan "¡gambatte!" o "¡sigan adelante!", mientras superan las gélidas temperaturas. Entran al patio del santuario sintoísta de Konomiya y, al igual que los hombres, son rociadas con agua fría. Parece darles aún más energía. Una vez aceptada su ofrenda, las mujeres finalizan la ceremonia con el tradicional saludo de dos reverencias, dos palmadas y una reverencia final. Y entonces, cala la magnitud del momento. Las mujeres estallan en vítores, saltan y se abrazan llorando. "¡Arigatogozaimasu! ¡Arigato!" ¡Gracias! ¡Gracias! Se dicen entre sí y la multitud que ahora les aplaude. "Se me saltaron las lágrimas", reconoce Michiko Ikai. "No estaba segura de poder unirme, pero ahora tengo la sensación de haber logrado algo". Cuando salen del santuario, las mujeres son abordadas por espectadores que quieren tomarse fotos con ellas y medios de comunicación que quieren entrevistarlas. Ellas están encantadas de hacerlo.

"Lo he logrado. Estoy muy feliz", asegura Mineko Akahori a la BBC. "Estoy muy agradecida de haber podido participar como mujer por primera vez". Su amiga y compañera de equipo Minako Ando añade que "ser la primera en hacer algo como esto es simplemente fantástico". "Los tiempos están cambiando", afirma Hiromo Maeda. Su familia regenta una posada local que ha acogido a algunos de los asistentes masculinos al festival durante los últimos 30 años. "Creo que nuestras oraciones y deseos son los mismos. No importa si es un hombre o una mujer. Nuestra pasión es la misma". Para Atsuko Tamakoshi, que ha desempeñado un papel tan importante durante la jornada, ha llegado el momento de reflexionar sobre lo que han conseguido todas juntas. Está emocionada y aliviada. "Mi marido siempre ha participado en este festival", relata a la BBC. "Y siempre fui la espectadora. Ahora estoy llena de gratitud y felicidad".

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