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3 - Noviembre - 2019
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Una física especializada en los océanos, una científica que estudia el cambio climático en los humedales tropicales y otra en la gran barrera de coral, una inmunóloga que investiga el cáncer y una bióloga dedicada a la diplomacia científica, una gestora de desastres y otra que diseña programas sociales representarán a España en un programa internacional de liderazgo femenino, centrado en salvar al planeta. Más allá de sus profesiones, a estas siete españolas las une un objetivo: aumentar el poder de las mujeres en la toma de decisiones.

«Por razones históricas no hemos llegado a la igualdad», afirma Anna Cabré, que estudia modelos a gran escala de la Tierra para predecir cómo cambiarán los mares con el efecto invernadero y que participa en la iniciativa Homeward Bound. «En las posiciones de liderazgo hay menos mujeres, pero la igualdad de género ayuda al planeta. Las mujeres aportamos una visión a largo plazo. Con más diversidad en una mesa de negociación salen soluciones más originales. Tener hombres blancos solos no ayuda».

Después de un año de actividades diversas, la organización embarca a las 100 mujeres rumbo a la Antártida durante tres semanas. La idea es que se faciliten grupos de trabajo voluntarios, según las sinergias y afinidades de cada una. «Es una experiencia dura», asegura Cabré, que ha compartido formación con otras científicas que han vivido la experiencia en ediciones anteriores. «La mayoría no se conoce y los primeros días los pasas vomitando. Estás lejos de tu casa, sin internet». En el caso de Cabré, que vive actualmente en Alemania y trabaja como investigadora en la Universidad de Pensilvania, la experiencia implica la separación de sus hijos, de cuatro y dos años.

«Ser madre es parte esencial de mi decisión para participar en esta iniciativa. Mis hijos hacen que me preocupe y me responsabilice más que nunca por el futuro que dejamos», asegura Cabré, que en noviembre hará equipo con Marga Gual, Blanca Bernal, Laura García Ibáñez, Cristina Otano, Patricia Menéndez y Laura Fernández. «Pero me entró terror dejarlos tanto tiempo y estoy más amorosa. Hay algo de irse despidiendo».

Para hacer más fácil la despedida, la experta en descifrar los datos que envían los satélites ha creado un libro ilustrado para niños, que lanzó en la plataforma Verkami. «El cuento empieza el día que mamá llega a la Antártida y se encuentra una ballena, una foca, un iceberg, que le piden ayuda porque el planeta se está calentando. Es sobre el cambio climático a un nivel muy simple», dice la experta en océanos. «Los modelos que estudio demuestran con certeza que sí se está produciendo un cambio climático global», prosigue Cabré.

Nacída en Barcelona en 1980, se define como oceanógrafa pero de formación multidisciplinaria. Estudió físicas en Barcelona y luego completó un doctorado sobre la estructura a gran escala del Universo en el Instituto de ciencias del Espacio. En 2009 parte a Philadelphia (EUA) para trabajar en lentes gravitacionales y gravedad modificada en la Universidad de Pennsylvania. Esta experiencia la introduce en el proceso de 'hacer ciencia' y del mundo de la academia, pero se da cuenta que el universo le queda demasiado lejos, así que lentamente hace la transición hacia el estudio de la Tierra, el clima y los océanos en el Departamento de la Tierra y las Ciencias Ambientales, y mucho más tarde en el Instituto de Ciencias Marinas de vuelta a Barcelona.

Aunque exista una clara contradicción en el hecho de que un grupo de cien mujeres, que serán mil en una década, recorran tantos kilómetros -con la contaminación que implica- para hablar de salvar el planeta, la elección de visitar este delicado ecosistema no es arbitraria. Según la organización, que nació en Australia en 2015 y realiza este año la cuarta edición, la región «muestra las respuestas más rápidas a algunos de los problemas de sostenibilidad global que enfrentamos» y «ofrece una oportunidad incomparable para observar de primera mano la influencia de las actividades humanas en el medio ambiente».

La idea de tan larga expedición es que se formen grupos de trabajo futuros. Las españolas, por ejemplo, han creado una asociación llamada 'Ellas lideran' y ya han celebrado un primer encuentro en Madrid. «El viaje está muy organizado, y cada persona tiene tres minutos para contar qué hace», dice Cabré. «Se conforma un espacio para que surjan colaboraciones. Está en nuestras manos ir encontrándonos y formar grupos. Una vez allí se visitan bases científicas». De la experiencia, además de resoluciones, quizás salga otro libro.

Un estudio científico concluye que la pérdida de masa de hielo que experimenta la Antártida por año ha aumentado 6 veces respecto a lo que se registraba hace 40 años. El trabajo fue publicado en la revista científica Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y llevado a cabo por glaciólogos de la Universidad de California, Irvine (UCI), del Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA y de la Universidad Utrecht de los Países Bajos.

En detalle, el trabajo indica que la Antártida arrojó un promedio de 40 gigatoneladas (1 gigatonelada equivale a 1000 millones de toneladas) de masa de hielo al año entre 1979 y 1990, elevándose a 50 gigatoneladas para el periodo 1989-2000, a 166 gigatoneladas en 1999-2009 y finalmente a 252 gigatoneladas en el último periodo considerado de 2009 a 2017. En resumen, esto implica que se ha multiplicado aproximadamente por 6 en las últimas 4 décadas.

Entre las principales consecuencias, se encontró que la fusión acelerada hizo que los niveles globales del mar aumentaran más de 1,27 centímetros entre 1979 y 2017. Eric Rignot, principal autor del trabajo, indicó que “esto es solo la punta del iceberg. A medida que la capa de hielo de la Antártida continúe derritiéndose, esperamos un aumento de varios metros del nivel del mar en los próximos siglos”.

El equipo de trabajo de Rignot midió la velocidad a la que se derrite el hielo a través de diferentes puntos de referencia visuales en las capas de los glaciares, desde 1979 a 2017. “La búsqueda de fotos aéreas antiguas y el análisis posterior han valido la pena porque nos ha permitido crear la evaluación más extensa de la masa de hielo antártica restante”, indicó.

La Antartida Oriental contiene más hielo que la Antártida Occidental y la Península Antártica en su conjunto.

Los datos se obtuvieron de fotografías aéreas de bastante alta resolución tomadas desde una distancia de unos 350 metros a través de la Operación IceBridge de la NASA, interferometría de radar satelital de múltiples agencias espaciales y la serie actual de imágenes satelitales Landsat, que comenzó a principios de los años setenta.

También se han empleado técnicas para estimar el balance de la capa de hielo: una comparación de la acumulación de nevadas en la Antártida con la descarga de hielo por los glaciares en sus líneas de conexión a la tierra, donde el hielo comienza a flotar en el océano y se separa del suelo.

Uno de los hallazgos clave del estudio es la contribución que la Antártida Oriental ha hecho a la pérdida total de masa de hielo en las últimas décadas. “Esta región es, posiblemente, más sensible al cambio climático de lo que tradicionalmente se ha asumido, y es importante saberlo porque contiene incluso más hielo que la Antártida Occidental y la Península Antártica en su conjunto”, agregó Rignot.

“Si el estudio está en lo cierto, podrían cambiar las previsiones del aumento del nivel del mar para este siglo. Las científicos saben que la zona de la Antártida Oriental tiene el potencial de perder cantidades significativas de hielo, pero hasta ahora se desconocía con cuánta rapidez”, señala el científico Michael Oppenheimer, de la Universidad de Princeton (Estados Unidos), según declaraciones recogidas por la revista Science.

La actividad humana ha perturbado más de la mitad de todas las grandes zonas costeras sin hielo de la Antártida, según un estudio publicado que mide por primera vez la «huella del hombre» en el continente blanco. Las edificaciones de todo tipo construidas en el remoto continente cubren más de 390.000 metros cuadrados de terreno, con un impacto adicional de 5,2 millones de metros cuadrados en las zonas libres de hielo, de acuerdo al estudio divulgado por la revista científica Nature Sutainability.

«Nuestra investigación muestra que los impactos humanos son mayores en terrenos que también son las más sensibles al medio ambiente: las zonas libres de hielo que se encuentran a pocos kilómetros de la costa», dijo Shaun Brooks, autor de este estudio, en comunicado de la Universidad de Tasmania (UT).

«Las tierras sin hielo cuentan con la mayor diversidad de flora y fauna del continente, incluidas las especies icónicas como los pingüinos Adelaida, y proporcionan las áreas más accesibles para los animales marinos que se reproducen en la tierra», agregó este investigador que realiza estudios doctorales en la UT.

El trabajo del Instituto de Estudios Marinos y Antárticos se apoyó en imágenes de satélite para medir las estaciones, cabañas, pistas de aterrizaje, vertederos y campamentos turísticos en 158 asentamientos humanos.

«A pesar de que 53 países han firmado el Tratado Antártico para proteger el medio ambiente antártico, hasta ahora se contaba solamente con datos limitados de la extensión espacial de la actividad humana en el continente», recalcó Brooks.

El cambio climático ya es visible en muchas partes del continente antártico.Investigadores de la Stony Brook University (Estados Unidos) hicieron un sensacional descubrimiento en el este de la Península Antártica a principios del 2018, la tercera o cuarta colonia más grande del mundo de pingüinos adelaide, unas 751.527 parejas.

Los investigadores, que incluyen a expertos de la División Australiana Antártica y la Universidad de Wollongong, confían en que los resultados ayuden a diseñar futuros planes de gestión de la Antártica de cara a una mayor presencia de expediciones científicas y turistas.

Medio centenar de países se reunieron en Praga para afrontar los peligros del turismo y la crisis climática en la zona, que ha perdido tanto hielo marino en cuatro años como el Ártico en 34 años. En 2018 se tuvo que prohibir en el continente del sur el uso recreativo de los drones, cuyo sonido tiene un impacto en aves y pingüinos que está siendo estudiado por expertos

El medio centenar de países que conforman el Tratado Antártico –el sistema de gobierno internacional de la Antártida– se reúnen estos días en Praga para abordar los principales retos que tiene el continente, como la crisis climática o la explotación comercial, y con especial atención al turismo, una actividad que ya supera en número a los científicos que investigan en la zona.

El año pasado, el número de turistas en el último continente descubierto y explorado de la Tierra creció entre un 8% y un 9%. En total, en 2018 visitaron la Antártida unas 56.000 personas, una cifra que, aunque no es muy elevada en comparación con la extensión antártica, ha sobrepasado a la de investigadores sobre el terreno, que asciende a 4.400 en los meses más llevaderos del verano austral.

Son los datos aportados por el el viceministro de Medio Ambiente checo, Vladislav Smrž, en la reunión anual consultiva del Sistema del Tratado Antártico, formado hace 60 años por una decena de países –entre ellos Argentina, Estados Unidos, Chile o Noruega– y que desarrolla normas para gobernar y proteger el medio ambiente y garantizar la cooperación científica y la paz en el continente, donde están prohibidas las operaciones militares o la explotación mineral. El turismo es uno de los grandes temas que se van a tratar en las sesiones de debate que engloba la cumbre, en la que participa también España.

Los especialistas coinciden en que el turismo representa un problema, pero no tanto por el número de visitantes sino por la dificultad de que las regulaciones del Tratado para garantizar la conservación del medio ambiente sean respetadas, una tarea que recae en buena medida sobre la IAATO, la asociación internacional de touroperadores de la Antártida, enmarcada en el Comité de Protección Ambiental (CPA), que a su vez forma parte del Sistema del Tratado. "No hay muchos turistas, pero la mayoría va a los mismos sitios", afirma Antonio Quesada, secretario ejecutivo del Comité Polar Español y delegado de España en el CPA. "A España nos importa bastante el turismo, porque una de nuestras bases, la de Gabriel de Castilla, está en la Isla Decepción, que es uno de los puntos más visitados del continente y siempre tenemos muchos barcos entrando y saliendo". La presencia turística de España en la Antártida es más bien escasa, alega este experto. De hecho, no hay touroperadores españoles con actividad en el continente antártico. La mitad de operadores provienen de Estados Unidos.

"Los turistas estadounidenses representan un tercio del total", precisa Kelly Falkner, directora del Programa Antártico de EEUU. Falkner subraya que hay una parte positiva del turismo, pero solo cuando los visitantes van a la Antártida a aprender porque, "cuando vuelven, son como embajadores para el resto del mundo". Sin embargo, en su propia base, en el Polo Sur, ya están sufriendo el exceso de turismo: "Tenemos que adaptar nuestras políticas porque hay muchísima gente que viene a visitarnos y tenemos que organizarnos para dedicar nuestro tiempo a enseñarles la estación".

Cuando finalice la cumbre, el 11 de julio, los estados miembro del Tratado emitirán un informe con las medidas, decisiones y resoluciones que cada país deberá después incorporar a su legislación nacional. "Pero eso puede llevar años –agrega Falkner–, en nuestro caso, dependemos del Congreso". En lo que respecta al turismo, asegura que EEUU aún tiene pendiente incorporar a su legislación algunas de las medidas tomadas en las reuniones de años anteriores.

De qué manera impacta la actividad turística en el medio ambiente todavía se desconoce a ciencia cierta, pero ya se han tomado algunas medidas bajo el principio de precaución. El año pasado, por ejemplo, se prohibió el uso recreativo de los drones, algo que por otra parte España ya tiene asumido desde hace años, dice Quesada, y añade que, de hecho, este país fue de los primeros en adquirir la normativa que los regula.

"Se utiliza una base precautoria para no exponer sin conocimiento a la naturaleza. Ahora estamos trabajando con colonias de aves, de pingüinos, por ejemplo, para ver cómo les afecta el ruido de los drones. Sobre todo nos interesa la interacción con la biodiversidad, porque si el pingüino se asusta por un dron y sale del nido, el ave escúa puede venir y comerse al pollo. Esto es algo que en la naturaleza ocurre normalmente, pero en este caso es forzado por el dron, entonces no es aceptable".

Por ello, el avance en la normativa pretende limitar el uso de drones a la actividad profesional, como ya hace España, que solo autoriza drones con licencias para uso científico, logístico y de gestión, como, por ejemplo: "Si hay que rescatar a alguien, se emplea para ver dónde está, o si hay que abrir una vía en el hielo, para ver dónde está mejor el hielo".

El cambio climático es otro de los temas que más preocupa este año a los científicos y diplomáticos del Tratado. Pero es una cuestión compleja, donde no siempre hay consenso científico ni político. El calentamiento global no actúa de la misma forma en el polo norte y en el sur. Es más, durante décadas, a medida que el Ártico se ha ido encogiendo, la Antártida se ha expandido. Sin embargo, tal como expuso hace unos días el diario The Guardian, en 2014 se revertió esa tendencia, y eso ha dejado perpleja a la comunidad científica. En solo cuatro años, la Antártida ha perdido tanto hielo marino como el Ártico en 34 años. Las causas del declive todavía no se comprenden, aunque se piensa que una parte puede ser consecuencia de la reparación del agujero de la capa de ozono y "hay algunas indicaciones que apuntan a que el cambio climático también ha podido incidir, pero todavía no hay certeza", explica a este medio Stephen Chown, presidente del Comité Científico de Investigación Antártica (SCAR, por sus siglas en inglés), el brazo científico del Sistema del Tratado Antártico.

En la reunión antártica del Consejo Internacional de Sindicatos Científicos (ICSU) celebrada en Estocolmo del 9 al 11 de septiembre de 1957, se decidió que era necesaria una mayor organización internacional de la actividad científica en la Antártida, y que se debería establecer un comité para este propósito. La Oficina del ICSU invitó a las doce naciones que participan activamente en la investigación antártica a nominar a un delegado para el Comité Especial de Investigación Antártica (SCAR).

En cualquier caso, la Antártida ya está experimentando una rápida transformación en sus ecosistemas. El cambio climático favorece que el entorno sea mucho más benigno para las especies no nativas, desde plantas a invertebrados. "Por ejemplo, las poblaciones de kril (de la familia de los crustáceos) se están moviendo hacia el sur en la península antártica, y están afectando a otras especies", destaca Chown. También advierte de que la pérdida de masa helada en el continente –que es el "aire acondicionado" del planeta–, junto con los cambios en la temperatura de las corrientes de aire, puede afectar al sistema global climático y, en última instancia, a la sociedad mundial. "Los humanos estamos ocasionando grandes cambios que van a influenciarlo todo. Si el nivel del mar continúa ascendiendo, hasta llegar hasta los dos metros de aumento, esto va a repercutir sobre la agricultura, las ciudades, los patrones migratorios… La cuestión es si queremos vivir en un mundo al que estamos adaptados o al que no estamos en absoluto acostumbrados", asevera.

Además de los asuntos ambientales y el turismo, una pata importante de la discusión anual de los miembros del Tratado es la seguridad geopolítica. El Sistema del Tratado Antártico, que durante estos 60 años ha servido de gobierno de la Antártida, se considera uno de los mayores ejemplos de cooperación internacional para el mantenimiento de la paz y de coordinación científica. "Hoy el cambio climático y el turismo son temas que nos preocupan, pero cuando se firmó el tratado, en 1959, era la Guerra Fría y en aquel momento estábamos detonando bombas nucleares. Si no hubiéramos llegado a este acuerdo entonces, quién sabe dónde estaríamos ahora", abunda Kelly Falkner.

Esta científica ha sido testigo de muchos de los cambios, también sociales, que se han producido desde la firma del Tratado hace seis décadas. Por ejemplo, ha comprobado la evolución de la actividad de las mujeres investigadoras sobre el terreno en la Antártida. "Este año se cumple también el 50 aniversario desde que las mujeres pisaron el polo sur", apunta. "La situación ha cambiado mucho desde entonces. Yo no diría que hay igualdad, pero sí es cierto que cada vez hay más oportunidad y a día de hoy no se me ocurre ningún puesto en la parte operacional de la ciencia donde no haya habido ninguna mujer".

Sin embargo, las oportunidades no se han repartido por igual. En algunos países no se permitió a las mujeres trabajar en la Antártida hasta la década de los 90 (los primeros en permitirlo fueron EEUU y la Unión Soviética), puntualiza Morgan Seag, investigadora en ciencias sociales antárticas por la Universidad de Cambridge. Esta especialista centra su tesis en cómo las instituciones antárticas han ido abriéndose a las mujeres y sobre la aportación de las investigadoras a la ciencia del continente. Cuenta que, en muchos casos, como en EEUU y en el Reino Unido, se negaba a las mujeres el acceso al trabajo científico sobre el terreno en la Antártida no porque se considerara que no estaban preparadas para las condiciones inhóspitas del continente sino porque temían que el entorno social de las bases militares –que de por sí son considerados muy vulnerables al estar totalmente aislados– se viera perturbado por la presencia femenina.

Pero a las científicas en ningún caso se les confesaba el por qué real del rechazo, sino que se les ponían "excusas superficiales". "Les decían que lo sentían, pero que no tenían baños para mujeres ni camas separadas, mientras que en los archivos queda muy claro que su preocupación verdadera era que no querían que en estos lugares tan aislados, con personas difícilmente reemplazables, se configurara un entorno mixto desequilibrado en que se pudieran suscitar celos. No querían exponerse a ese riesgo", concluye.

La Antártida, también conocida como el sexto continente, es una masa terrestre de forma semicircular y de unos 45.000 kilómetros de diámetro, ubicada en el globo terráqueo por debajo del paralelo 60° Sur. Es el continente más frío, seco y alto de todos y es también en donde se encuentra ubicado el Polo Sur, el lugar más austral posible del planeta y el que tiene las menores temperaturas registradas. Comúnmente se incluyen como parte de la Antártida a las Islas Georgias del Sur, Sandwich del Sur, el archipiélago de Kerguelen y las islas Bouvet, Heard y McDonald, todas circundantes a la plataforma polar. Ésta a su vez se divide en la Antártida Occidental o Antártida Menor, significativamente más pequeña en proporciones, y la Antártida Oriental o Antártida Mayor, que abarca el resto del continente.

Recubierta de un manto de hielo, la superficie total de la Antártida varía según la temporada. En verano decrece hasta los 14 millones de kilómetros cuadrados en total, mientras que en invierno el mar se congela y la superficie total sube a 30 millones de kilómetros cuadrados, a medida que el hielo avanza sobre el Océano Glaciar Antártico.

El sistema climático de la Antártida no es nada amable. La temperatura promedio durante el mes más cálido no supera los 0 °C, el punto de congelación del agua. En los meses de invierno se registra una media de -17 °C, si bien hay zonas elevadas en donde es posible alcanzar los -93 °C.

No hay mucha vida en la región de la Antártida, como no sea en las costas y las islas circundantes. La flora se reduce a tipos variados de hongos, musgos y líquenes, excepto por un par de especies de plantas autóctonas de las islas, que a lo sumo florecen un par de semanas en verano. Respecto a la fauna, el paisaje es escaso en el continente, pero abundante en las aguas apenas por encima del punto de congelación. Medusas gigantes, anémonas y crustáceos son usuales, así como pingüinos, focas y cormoranes que se alimentan de peces resistentes al frío, como el bacalao antártico, capaz de producir sustancias anticongelantes en su tejido. También suelen verse krákenes (calamares gigantes) y la majestuosa ballena azul.

En el invierno de 2014 se contabilizaban 40 bases de 20 naciones en la Antártida.

Protegidos por el hielo, numerosos minerales duermen en la Antártida: yacimientos carboníferos descomunales y grandes reservas de hierro, además de antimonio, cromo, oro, molibdeno, uranio, petróleo y diamantes. Pero las arduas condiciones climáticas y las dificultades marítimas de comercio han hecho inviable su extracción sostenida. A eso se suma, además, los enormes riesgos ambientales que dicha operación económica entrañaría.

Otra particularidad del clima de la Antártida son sus días y noches de seis meses de duración, debidos a la inclinación de la Tierra sobre su eje al rotar, escondiendo del sol su extremo austral durante seis meses y luego exponiéndolo por otros tantos. Así, durante el solsticio de verano en la Antártida hay luz solar durante las 24 horas del día, dando origen a las llamadas “noches blancas”, mientras que en el solsticio de invierno hay días en que no aparece en absoluto.

Se estima que en el inmenso casquete polar de la Antártida esté contenido un 80% del agua dulce del planeta. Si todo ese hielo se derritiera, el agua del mundo subiría su nivel unos 60 metros.

La Antártida es un lugar brutalmente árido. De hecho, se trata del lugar más seco del mundo, un desierto nival que cubre 90% del continente y en el que no parece haber mayores señales de vida. Esto debido a sus escasísimas precipitaciones (apenas una media de 166 mm anuales) ni en forma líquida ni tampoco de nieve.

La mayoría de la superficie terrestre de la Antártida está cubierta por una densa capa de hielo o indlandsis (término danés para el desierto polar), que tiene un grosor promedio de 2.500 metros aunque en ocasiones puede elevarse hasta por encima de los 4.000. Se ha estimado su volumen total en unos 20 millones de kilómetros cúbicos.

Existe un buen número de bases internacionales en el continente, algunas instaladas de modo permanente y otras solamente durante el verano. En el invierno de 2014 se contabilizaban 40 bases de 20 naciones distintas, y el siguiente verano otras diez naciones se sumaron. Se trata, ante todo, de enclaves científicos y de exploración con muy poco personal en sus instalaciones.

El territorio actual de la Antártida se reparte entre siete naciones interesadas, a pesar de que dicho reparto no cuente con la venia de ninguna organización internacional. Argentina, Australia, Chile, Francia, Noruega, Nueva Zelanda y el Reino Unido se disputan actualmente la soberanía del continente austral.

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