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1 - Agosto - 2019
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Isatu vive en Kerewan, un pueblo de la división norte de Gambia, a pocos kilómetros del río que comparte nombre con el país. Por su aspecto parece pasar los 60 años, aunque dice no saberlo bien. “Yo no me acuerdo de cuándo nací. Las mujeres mayores como yo no sabemos qué edad tenemos”, reconoce sonriendo. Habla en lengua mandinga, la más popular de esta nación, la más pequeña del continente africano y situada a su oeste, junto al Atlántico. A las puertas de su casa corretean unos 10 chavales. Dentro, la vivienda destila humildad: su cama se encuentra en el salón, donde también hay un par de sillones y una televisión diminuta que emite un sonido algo distorsionado. Isatu afirma que nunca fue al colegio, que toda su vida ha transcurrido en ese pueblo y que allí ha podido criar a su familia; cuatro hijas, tres nietos y cuatro nietas. Cuenta Isatu que, para hablar de la mutilación genital femenina, prefiere no dar su nombre real. Tampoco permite fotografía alguna. Ella está a favor de esta práctica, la ha ejercido, pero su país la persigue desde noviembre del 2015. Entonces, el gobierno del dictador Yahya Jammeh (ya depuesto y huido a Guinea Bissau) aprobó una ley contra la ablación donde se castigaba a quien la practicara con penas de hasta tres años de prisión, multas de 50.000 dalasis (unos 1.100 euros, cuando el salario mínimo es de 45 euros) y cadena perpetua caso de que la menor falleciera durante el proceso. El actual ejecutivo, ya surgido tras las elecciones democráticas de diciembre del 2016, ratificó la prohibición, que incluye desde una escisión total o parcial hasta las prácticas “simbólicas” consistentes en la mella y el pinchazo del clítoris para liberar gotas de sangre. Y las madres y abuelas gambianas como Isatu no terminan de aceptarla. “Nuestra misión es perpetuarlo. Es nuestra tradición y nuestra cultura”, insiste. Antes de esta ley, recuerda Isatu, la ablación era una fiesta. “No teníamos problemas. Al revés. Suponía un motivo para la felicidad. Tocábamos tambores, hacíamos música, nos reuníamos toda la familia... Ahora hay que hacerlo a escondidas porque han venido a decirnos que está mal”. Dice que fue ella misma quien se lo practicó a sus hijas y también a algunas vecinas, igual que su madre hizo con ella cuando era pequeña. “Las mujeres que pasan por ello tienen más facilidad para tener bebés que la gente que no se lo hace. Además, el clítoris crece y crece y, si no lo cortas, puedes llegar a desarrollar enfermedades en el futuro”.

— ¿Has hablado de ello con algún médico?

— Sí. Un doctor cercano, de un pueblo vecino, me contó que era necesario. Dijo que había personas en contra, pero que él estaba a favor. Yo creo que a la gente que no le gusta lo dice por dinero o por otros motivos que no tienen que ver con la salud.

Dembo (nombre ficticio), un hombre de unos 35 años que hace de traductor al inglés y que nació y vive en el mismo pueblo que Isatu, interrumpe la conversación. “Yo tengo dos niñas y, aunque todavía son muy pequeñas (tienen 6 meses y 4 años) van a pasar por este proceso cuando crezcan un poco. Es algo necesario. A mí me da igual lo que diga el gobierno. Ya estamos en democracia y deberíamos poder elegir”, sentencia. Después, Isatu sigue hablando. “Es que es un tema de salud. Si dejamos de hacerlo, ¿quién va a cuidar de que nuestras hijas tengan bebés? Nadie puede imponer una prohibición que sabemos que es malo para nosotras. No han podido pararlo y no lo harán tampoco en el futuro”.

La mutilación genital femenina en Gambia, cuya población total no llega a los dos millones, es una práctica muy generalizada. Según un informe de la Fundación Thomson Reuters de septiembre de 2018, el 74,9% de las mujeres gambianas de entre 15 y 49 años la han sufrido, con una clara diferencia en cuanto a prevalencia entre áreas urbanas y zonas rurales como la que habita Isatu. En las primeras, ejemplificada en Banjul, la capital, la cifra desciende hasta el 47.4%. En las segundas, en cambio, el porcentaje sube hasta el 96.7%. El informe concluye que el 95.7% de las ablaciones las realizaron “circuncidores tradicionales” y que el 54.8% de las mujeres que la han padecido lo hicieron antes de cumplir los cinco años. Binta Touray, que ahora tiene 24 años, fue una de esas niñas. Ella sufrió la ablación casi recién nacida. Hoy, en su casa de Serekunda, una ciudad costera y de las más cosmopolitas de Gambia, lo entiende así: “Ahora sabemos que todo esto no es bueno para la mujer. Yo lo sé porque me lo dijeron mis maestras en el colegio. Pero nuestras madres y abuelas siguen pensando lo contrario y resulta complicado hacerles cambiar de opinión. Cuando me hablaron de ello en la escuela yo no tenía ni idea de lo que era; ignoraba si yo había pasado por ello. Aquel día, cuando llegué a casa, se lo pregunté a mi madre y ella respondió que sí, que me lo había hecho mi abuela. Me enfadé mucho. La profesora nos dijo que, científicamente, no hay nada que apoye esta teoría”.

La mutilación genital femenina tiene en la falta de educación en Gambia una poderosa aliada. Un documento de Refworld, la base de datos de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), que indaga sobre esta práctica en este país de África occidental, muestra que las hijas de las madres con estudios de secundaria o superiores son las que menos la sufren. El informe las cifra actualmente en el 35,9% por el 43% de las hijas de madres sin estudios y el 45,8% de las hijas de mujeres con estudios de educación primaria. Y la educación, o más bien la falta de acceso a ella, supone un gran problema en este país. Según los indicadores del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, el promedio de escolaridad para los gambianos es de 3,5 años, la undécima cifra más baja de las 189 naciones estudiadas por dicho organismo. “Mi abuela nunca fue al colegio. Ahora dice: si a mí me llevaron a hacérmela, a mi hija la llevaron, a mi hermana igual y todas hemos crecido sanas ¿por qué nos intentan convencer de que es algo malo?”, afirma Binta. Y habla sobre los inconvenientes que trae consigo esta práctica. “Yo todavía no estoy casada, pero uno de los principales problemas que comento con mis amigas llega en la noche de bodas. Es algo que sucede mucho: no se puede mantener sexo. Resulta impracticable porque la ablación deja una cicatriz que hace imposible que suceda nada. Así que las mujeres que la sufrimos debemos pasar por dos procesos. Primero cuando somos pequeñas, que la mayoría ni nos acordamos. Después cuando nos casamos, que tenemos que ir al hospital o volver a quien nos practicó la mutilación para que, con una cuchilla, nos abra la cicatriz que quedó en nuestras partes íntimas”. Además, afirma Binta, el periodo también puede acarrear ciertas preocupaciones. Lo cierto es que, pese a la prohibición explícita de la ley, a Gambia todavía le queda un largo camino por recorrer para acabar por completo con esta práctica. Un documento de la organización Tender, Acting To End Abuse profundiza algo más en las razones de esta perseverancia: un discurso religioso (el 90% de la población gambiana profesa el Islam) en el que se ha asociado históricamente y de forma errónea la mutilación genital femenina con los dictados de Alá; la imposibilidad de hablar en público sobre cuestiones relacionadas con el sexo, entre ellas la ablación femenina; la alarmante falta de educación y la dependencia económica de la mujer con respecto al hombre. Aunque, indica Binta, las mujeres jóvenes cada vez se posicionan más en su contra. “La ley no va contra nadie, sino a favor de nuestra salud. Yo puedo asegurar que ni mis hijas, ni mis sobrinas ni las hijas de mis amigas van a pasar por ello”.

La ablación del clítoris oficialmente llamada mutilación genital femenina (MGF) por la Organización Mundial de la Salud (OMS), es la eliminación parcial o total de tejido de los órganos genitales femeninos, particularmente del clítoris (clitoridectomía), con objetivo de eliminar el placer sexual en las mujeres, considerando razones culturales, religiosas o cualquier otro motivo no médico. Los términos infibulación y escisión son expresiones comunes utilizadas para el procedimiento aplicado para llevar a cabo la mutilación. Esta práctica se considera una violación de los derechos humanos de las mujeres y de las niñas. En febrero de 2016 Naciones Unidas abordó este tema como una prioridad entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible marcándose como referencia el año 2030 para acabar con esta práctica.

Algunas mujeres de la tribu Maasai, en Kenia, han alzado su voz contra una prohibición de que se lleve a cabo la MGF por temor a que las niñas que no se sometan al procedimiento no consigan casarse o se vuelvan promiscuas. Esta foto se tomó en junio de 2014 en un encuentro para discutir el tema.

Aunque ya lo había descrito en 1799 William George Browne en su libro Travels in Africa, a mediados del siglo XIX el explorador inglés Richard Francis Burton observó que las mujeres somalíes poseían "un temperamento frío, resultado de causas naturales y artificiales" y escribió que "los musulmanes creen que este rito fue inventado por Sara, que mutiló a Agar por celos, y luego Alá le ordenó que se circuncidara ella también". Además, en Somalia se cortaban los labios de la vulva y se cosían con hilo de cuero o crin de caballo para preservar la virginidad. Pero la costumbre es de procedencia incierta y se cree que este ritual de iniciación originalmente se practicaba en las niñas de algunos países de África, Oriente Medio y otros. Hay algunas versiones que afirman que comenzó en el antiguo Egipto y a partir de allí se extendió al resto del continente africano y, aunque se localiza sobre todo en la zona centroafricana, no se limita al continente africano, pues se observa también en varios países de Asia, Europa, Oceanía e incluso América.

Practicada en muchos casos como rito de iniciación a la edad adulta, en los años más recientes este motivo está disminuyendo debido a la prohibición de su realización en muchos países. En algunos casos se recurre a tradiciones religiosas para argumentar en su favor, como en el islam. La pérdida casi total de sensibilidad es la principal consecuencia para las afectadas, con el añadido trauma psicológico. Hay mujeres que mueren desangradas o por infección en las semanas posteriores a la intervención, ya que se realiza casi siempre de manera rudimentaria, a cargo de curanderas o mujeres mayores, y con herramientas rudimentarias como cristales, cuchillos o cuchillas de afeitar y nunca en centros sanitarios.

Existen varios tipos de ablación:

- Amputación del prepucio del clítoris (circuncisión): el clítoris puede extirparse en parte o en su totalidad (clitoridectomía).

- Otra forma consiste en la escisión o mutilación total o parcial del prepucio del clítoris y de los labios menores, conservando solo los labios mayores (véase vulva).

- La infibulación es la forma más agresiva, y consiste en la extirpación del clítoris y de los labios mayores y menores. Después del acto, hay un cosido de ambos lados de la vulva hasta que esta queda prácticamente cerrada, y se deja únicamente una abertura para la sangre menstrual y la orina. La infibulación también se conoce como circuncisión faraónica.

La ablación, pesadilla de las niñas en Indonesia.

- Cualquier otro procedimiento que lesione los genitales externos con fines no médicos: perforación, incisión, raspado o cauterización de los genitales femeninos.

El informe de Amnistía Internacional para hacer conciencia de los malos tratos a las mujeres daba la cifra de 120 millones de mujeres clitoridectomizadas, y de tres millones de niñas por año en veintiocho países diferentes:

Sientan a la niña desnuda, en un taburete bajo, inmovilizada al menos por tres mujeres. Una de ellas le rodea fuertemente el pecho con los brazos; las otras dos la obligan a mantener los muslos separados, para que la vulva quede completamente expuesta. Entonces, la anciana toma la navaja de afeitar y extirpa el clítoris. A continuación viene la infibulación: la anciana practica un corte a lo largo del labio menor y luego elimina, raspando, la carne del interior del labio mayor. La operación se repite al otro lado de la vulva. La niña grita y se retuerce de dolor, pero siguen sujetándola. La anciana enjuga la sangre de la herida y la madre, así como las otras mujeres, "verifica" su trabajo, algunas veces introduciendo los dedos. La cantidad de carne raspada de los labios mayores depende de la habilidad "técnica" de quien opera. La abertura que queda para la orina y el flujo menstrual es minúscula. Luego, la anciana aplica una pasta y asegura la unión de los labios mayores mediante espinas de acacia, que perforan el labio y se clavan en el otro. Coloca tres o cuatro a lo largo de la vulva. Estas espigas se fijan con hilo de coser o crin de caballo. Sin embargo, nada de esto basta para asegurar la soldadura de los labios; por eso, a la niña la atan desde la pelvis hasta los pies. Le inmovilizan las piernas con tiras de tela.

Las consecuencias de esta práctica son negativas para la salud de las mujeres y tiene los siguientes efectos:

Efectos inmediatos:

Dolor intenso. Choque. Hemorragias graves. Tétanos. Sepsis (infecciones). Problemas urinarios (retención de orina). Llagas en los genitales. Lesiones en los tejidos genitales vecinos.

Efectos a largo plazo:

Quistes. Infecciones recurrentes en la vejiga y en la orina. Esterilidad. Complicaciones del parto. Aumento del riesgo de muerte del recién nacido. Necesidad de nuevas intervenciones quirúrgicas.

Según las estadísticas, la práctica de la ablación afecta en la actualidad alrededor de unos 138-140 millones de mujeres y niñas en el mundo. Se cree que cada vez se practica a niñas con una edad mucho menor, a fin de evitar que quienes sufren la mutilación juzguen la práctica por sí mismas al ser mayores. Según datos de la OMS, suele practicarse en la infancia, entre la lactancia y los 15 años. En África, hay aproximadamente 92 millones de mujeres y niñas de más de 10 años de edad en quienes esta práctica se ha llevado a cabo.

El aumento de la inmigración ha llevado esta práctica a Europa. La mutilación genital femenina, en cualquiera de sus modalidades, se encuentra penada por la ley en los principales países de dicho continente con algunas excepciones como Italia o Irlanda. No obstante, aunque existen en algunos países europeos con normativas legales de control sobre el permiso de salida para las niñas en situación de riesgo por este tipo de costumbres, hay denuncias de que medio millón de mujeres y niñas han sufrido la MGF en Europa, incluso en centros sanitarios bajo cuerda. Un imán de Bristol aconsejaba que la ablación de las niñas sea realizada en el extranjero para burlar la prohibición que desde 2003 pesa sobre esta práctica en el Reino Unido.

En España en 2003 se aprobó la L.O. 11/2003, de 29 septiembre, que modifica el Código penal, y en la cual tiene lugar la tipificación de un nuevo delito de mutilación genital mediante la nueva redacción dada al art. 149 del C.P.. Dicho artículo describía un tipo agravado de lesiones, en atención a su entidad, a los cuales se equipara el nuevo resultado lesivo expresamente descrito. En 2005 se aprobó la Ley Orgánica 3/2005 de 8 de julio para perseguir extraterritorialmente la práctica de la mutilación genital femenina. La resolución permite a los jueces españoles condenar las ablaciones realizadas a las niñas, no solo dentro de las fronteras españolas sino también fuera de ellas. La ablación femenina ya se encontraba tipificada como delito en el Código Civil, pero los tribunales no tenían hasta esta ley la capacidad de actuar contra quienes cometían ese delito en el extranjero, aprovechando habitualmente viajes de vacaciones con sus hijas a sus países de origen.

La mutilación genital femenina, particularmente en su forma de circuncisión sunna, está presente en prácticamente todos los países musulmanes del continente, así como en las comunidades kurdas. Afganistán, Tayikistán, Brunéi, Malasia e Indonesia también la practican, los tres últimos incluyendo los tipos de mutilación más radicales.

El 8 de agosto de 2016 el Parlamento Panafricano, órgano legislativo de la Unión Africana aprobó la prohibición de las prácticas de la mutilación genital femenina en sus 50 estados miembros. El acuerdo llegó tras conversaciones entre el Grupo de Trabajo para la Mujer del Parlamento y representantes del Fondo de Población de Naciones Unidas celebradas días antes en Johannesburgo. Los 250 parlamentarios firmaron un plan de acción para erradicar esta práctica. En 2019 el Gobierno de Sierra Leona prohibió la mutilación genital femenina como parte de una serie de medidas contra las ceremonias de iniciación.

La embajadora de la Organización de las Naciones Unidas contra la ablación, la exmodelo somalí Waris Dirie, quien sufrió infibulación a los cinco años, ha luchado durante años para que esta práctica sea ilegal en algunos países africanos, aunque se siga practicando de hecho. Unicef, en un informe, afirma que esta práctica se puede eliminar en una generación si hay un esfuerzo cultural. La ablación es una costumbre extendida en una amplia región de África, donde es practicada indistintamente por musulmanes y animistas.

El médico francés Pierre Foldès.

En 2002 el médico francés Pierre Foldès en colaboración con el urólogo Jean-Antoine Robein iniciaron la práctica de una cirugía reparadora del clítoris. En 2012 presentó un informe indicando que en 11 años su equipo operó a casi 3.000 mujeres. Unas 866 pacientes (el 29%) participaron en un seguimiento después de un año de someterse a la cirugía.

En Francia desde 2004 la operación está asumida por la Seguridad Social entendiéndose no una operación de cirugía estética sino de cirugía funcional. La cantante franco-maliense Inna Modja activista contra la ablación explicó que ella misma había sido víctima de mutilación y explicó su experiencia al someterse a la reconstrucción del clítoris. En España en 2013 el Dr. Pere Barri Soldevila aprendió la técnica en París y empezó a realizar este tipo de cirugía. En el marco de la sanidad pública española, la Consejería de Sanidad de la Generalidad de Cataluña puso en marcha en Octubre de 2015 un programa de reparación de la ablación genital femenina. Este programa se desarrolla en el Servicio de Ginecología del Hospital Clínico de Barcelona coordinado por la Dra. Mª. José Martínez-Serrano. También en Alemania, en Septiembre de 2013, se inauguró el Desert Flower Center en el Waldfriede Hospital de Berlin-Zehlendorf realizando este tipo de intervenciones.

La circuncisión femenina antecede históricamente a la aparición del islam en el siglo VII y actualmente no se practica en la gran mayoría de países musulmanes. Aunque durante las dos últimas décadas del siglo XX tanto medios de comunicación como publicaciones académicas atribuyeron al islam la práctica de la circuncisión femenina, según Noor Kassamali, la actitud de los religiosos musulmanes ha sido diversa. La práctica se observa en regiones de población musulmana donde existía ya antes de la islamización, tras la cual los alfaquíes la justificaron con argumentos religiosos y pasaron a considerarla una tradición del islam. Son así numerosos los casos registrados en que jurisperitos musulmanes han aprobado la circuncisión, si bien en la actualidad la mayoría de los teólogos musulmanes consideran la circuncisión femenina una práctica innecesaria o contraria al islam verdadero.

Existen diferencias de opinión entre el islam sunní y el chií. Entre las cuatro escuelas jurídicas del islam sunní, tan sólo una ha considerado tradicionalmente necesaria la circuncisión femenina. Entre los chiíes, la circuncisión femenina sólo es practicada por la secta egipcia ismaelí musta´alí.

Y el problema despertó en Europa. Hawa Gréou era la maman (madre) más famosa de toda Île-de-France. Cientos de familias malienses, senegalesas, guineanas y marfileñas llamaban a la puerta de su piso de París pidiendo a la matrona de Mali que "preparase" a sus hijas con el rito que, para algunas etnias africanas, constituye el sello necesario de la pureza femenina: la mutilación genital. Hawa era hábil y rápida. Con su cuchillo, ninguna niña moría de hemorragia. Un día, su vecina la denunció por alteración del orden público. Los gritos que se escapaban a través de su puerta eran estremecedores, pero no ocurrió nada. Para que fuese detenida fue necesario el valor de una de sus víctimas, una joven que quiso salvar a sus hermanas pequeñas del rito de sangre y explicó a un fiscal los horrores que sucedían en aquel lugar.

Hizo falta la testarudez de una abogada para condenar a la maman a ocho años de cárcel, en un juicio histórico que sacudió Francia y abrió los ojos definitivamente a las ablaciones clandestinas.

Este año se cumple el vigésimo aniversario de aquel proceso. La letrada de la causa es Linda Weil-Curiel, presidenta de la Asociación Cams (Comisión para la Abolición de las Mutilaciones Sexuales), que desde la década de los ochenta ha defendido a las víctimas en otros 40 procesos y ha logrado condenar a más de 100 personas entre mutiladoras y padres de niñas mutiladas. Aunque Francia es el único de los países europeos con una fuerte presencia de inmigrantes africanos que no dispone de una ley específica contra la mutilación genital femenina, registra el mayor número de condenas en estos casos. En Italia, a partir de la promulgación de la ley de 2006, se ha dictado solo una; en España y en Suecia, dos; en Reino Unido se ha emitido una única sentencia de condena, a pesar de que la ley existe desde 1985.

"Los Parlamentos de media Europa me invitan para que explique por qué en Francia funciona la justicia contra la ablación y en otros países no", dice sonriendo Weil-Curiel en su despacho de Saint-Germain-des-Prés, en pleno centro de París, "y siempre insisto en que una norma específica es inútil y, además, un error. Basta con el Código Penal, que en cualquier Estado castiga las lesiones permanentes. Además, una ley específica abre la puerta al relativismo cultural al clasificar las mutilaciones sexuales entre africanos como tradición y no simple y llanamente como un delito".

Según los datos del Ministerio de Sanidad francés, entre 2007 y 2015 el número de mujeres residentes en Francia que han sido mutiladas ha pasado de 61.000 a 53.000. ¿Ha sido un éxito la linea dura? En parte sí. Sin duda, la sensibilización de las comunidades de inmigrantes es fundamental, pero también tienen que ser conscientes de que si mutilan a las niñas irán a la cárcel.

1982, Linda comienza a apasionarse por su trabajo. En 1982, una amiga feminista (Annie Sugier, cofundadora con Simone de Beauvoir de la Liga Internacional por los Derechos de las Mujeres) le llevó un artículo de un periódico que informaba de que un padre había mutilado a una niña de tres meses y que esta se había salvado por poco de la muerte. La niña se llamaba Bintou. Con su asociación, se personó como actor civil en el proceso, y allí empezó la primera batalla, consistente en que estos casos no se siguiesen dirimiendo en los tribunales ordinarios, sino en los órganos judiciales de máximo rango, es decir, en las Salas de lo Penal de los Tribunales Superiores de Justicia. Los jueces, por su parte, le quitaban importancia, aduciendo que eran inmigrantes, personas que no hablaban francés, y que eran sus tradiciones. Ella les respondía preguntándoles si no pondrían el grito en el cielo si le amputasen los genitales a una niña blanca francesa, y clamando que la ley es igual para todas las personas que viven en Francia. Así fue como consiguieron que el delito se juzgase en el Tribunal de lo Penal. Luego, cuando muchas familias empezaron a mutilar a sus hijas llevándolas a sus países de origen para eludir la justicia francesa, conseguieron ampliar el Artículo 222 del Código Penal a las ablaciones llevadas a cabo en el extranjero por ciudadanos franceses o residentes en Francia. No obstante, los casos resultaron más complejos. Los padres no revelaban los nombres de las mujeres que practicaban la ablación. En el seno de las comunidades africanas, las protegen. Las madres contaban que, en el autobús, una mujer las vio con su bebé en brazos, les preguntó si ya la habían operado y las invitó a su casa, pero que no saben cómo se llama. Cuentan historias inverosímiles.

En 1999 estalló el caso Gréou, una investigación que duró 18 meses y un gran juicio de 15 días. Después de que la chica presentase la denuncia, la policía puso bajo vigilancia la casa de Hawa Gréou, pero ella había tomado precauciones y practicaba las escisiones en otro sitio. Hasta que le intervinieron el teléfono, la verdad no salió a la luz. Gréou organizaba sesiones de mutilación en masa, normalmente en época de vacaciones, cuando había menos gente que lo pudiese oír. Se interrogó a todas las personas que aparecían en su agenda.

El fiscal pidió siete años de cárcel, ella ocho. Ganó Linda.

Cuando Gréou salió de la cárcel, se hicieron amigas y escribieron conjuntamente el libro Exciseuse, mutiladora.

Durante el juicio, tuvo siempre a Hawa enfrente, y pudo darse cuenta de su inteligencia. Se enteró de que el oficio de mutiladora se lo había impuesto su abuela. Las mujeres de su familia lo practicaban desde hacía generaciones y era un papel de prestigio en la comunidad porque daba dinero, telas valiosas, jabón... Hawa no tenía opción. Salió antes de la cárcel por buena conducta y la llamó por teléfono. Estaba sola, su marido había tomado otras mujeres y quería mandarla a Mali. Ella iba de un lado a otro con un carrito de la compra lleno de ropa porque las otras mujeres le robaban todo, y con el carrito a cuestas, en zapatillas y cubierta con el velo fué a verla. Linda era la única persona con la que podía hablar francamente porque sabía que la entendía. Así se fueron acercando. Incluso llevó a su marido ante los tribunales y lo obligó a pagarle una pensión alimenticia.

En los países como Burkina Faso, donde aún es legal la mutilación genital femenina, la práctica cuenta con el apoyo de hombres y mujeres, generalmente sin cuestionamiento, con justificaciones a menudo arraigadas en la desigualdad de género. En algunas comunidades, se usa para controlar la sexualidad de las mujeres y las niñas.

Latifatou Compaoré, de 14 años, de Burkina Faso, fue inspirada por su madre para hacer un llamamiento en favor del abandono de la mutilación genital femenina y grabó una popular canción llamada 'Excision' acerca de poner fin a esa práctica. Latifatou se ha convertido en una defensora de los derechos de las mujeres: "No puedo entender que las niñas puedan sufrir de tal manera, que puedan ser mutiladas en condiciones de poca o ninguna higiene".

A veces, la mutilación genital femenina es un prerrequisito para el matrimonio y está estrechamente vinculada con el matrimonio infantil. En algunas sociedades, la esta práctica tiene como base mitos acerca de los genitales femeninos, por ejemplo, que un clítoris sin extirpar crecerá hasta el tamaño de un pene, o que la mutilación genital femenina aumentará la fecundidad. Otras, consideran a los genitales externos femeninos algo sucio y feo.

Alifya nació en la India en una comunidad que practica la mutilación genital femenina. Cuando tenía siete años, le dijeron que un "gusano" sería retirado de su cuerpo y llevado a una habitación oscura y lúgubre donde se usaba una cuchilla para cortarla. Tiene fuertes recuerdos de un dolor enorme, sangrado y, más que nada, tristeza. Ahora que ella misma es madre, siente que la tradición no tiene ninguna base y que debe abandonarse por completo. Por eso no ha mutilado a su hija, que aparece en la fotografía con ella y en el retrato en solitario.

El Fondo de Población de las Naciones Unidas define la mutilación genital femenina como la "alteración o lesión de los genitales femeninos por motivos no médicos, que es internacionalmente reconocida como una violación de los derechos humanos". En la imagen, mujeres y niñas en una escuela de Egipto.

Tabitha, de 15 años, creció en Kenya y vio cómo menguaba poco a poco su grupo de amigas, a medida que estas se sometían a la mutilación genital femenina, dejaban la escuela y se casaban. Pero los padres de Tabitha, Moisés y Susana, estaban informados sobre los daños que se derivan de la mutilación genital femenina, así que la apoyaron a participara en ritos de iniciación alternativos que respetaran la integridad de su cuerpo.

Hasta la fecha, 13 países han prohibido la mutilación genital femenina, y más de 31 millones de personas en más de 21.700 comunidades en 15 países se han comprometido públicamente a abandonar la práctica. Gracias a la labor de UNFPA, de Unicef y de la sociedad civil —que han contado con el respaldo de la Unión Europea— cerca de 3,3 millones de mujeres y niñas tienen acceso a los servicios de protección y prevención. En las imágenes, Kadijah y Sofia Hussein, dos niñas de Etiopía.

Mariame Sakho fue elegida diputada en Senegal en julio de 2017, es una figura destacada en su comunidad de Bakel, en la región oriental de Tambacounda. Hasta hace 19 años, sin embargo, practicó la ablación con sus propias manos a miles de niñas. “Empecé de pequeña, ayudando a mi abuela, que trabajaba de cortadora”, dice. “Las familias de nuestro grupo étnico, los peul, nos traían a las recién nacidas y yo ganaba 2.000 francos cefa (unos tres euros) por cada intervención. Normalmente, extirpamos el clítoris a niñas de uno o dos meses, una edad en la que la herida cicatriza mejor. Yo también sufrí la ablación; entonces era algo normal". Sakhlo prosigue su relato: "Cuando Senegal prohibió la MGF, en 1999, algunas cortadoras fuimos convocadas por un comité de políticos, religiosos y ONG que nos advirtieron que, si seguíamos haciéndolo, nos detendrían. De modo que renuncié y pedí perdón a Alá por todo el mal que había hecho en mi vida, aunque hasta entonces no fui consciente de ello. Pero rezar no era suficiente: quería luchar para detener la mutilación genital femenina, porque en Bakel muchas personas continúan practicándola ilegalmente”.

Mariame era muy respetada como cortadora y hoy mantiene ese crédito, pues es considerada una voz autorizada contra la mutilación genital femenina. Trabaja desde hace tiempo como comadrona en el centro de salud de Bakel, disuadiendo a las madres primerizas de que mutilen a sus recién nacidas. “Les explico que deben rechazar las supersticiones, que no es cierto que la MGF haga que las mujeres sean virtuosas, ni que lleve honra a la familia, y tampoco que la mujer no circuncidada sea impura y no pueda preparar la comida para la familia. Las madres deben saber que la MGF produce hemorragias, dolores durante el ciclo, incluso negación del placer sexual. No es justo que una mujer nunca conozca esta alegría y viva el sexo con su marido solo para procrear”.

Senegal se enorgullece de sus excelentes resultados en la lucha contra esta práctica, de la que se estima que ha sido practicada a unos 200 millones de mujeres en el mundo pese a que está prohibida en la mayoría de los países en los que se realiza. La ONU la ha reconocido como una violación de los derechos humanos de las mujeres y las niñas, pero se lleva a cabo en, al menos, 29 países de Asia, Oriente Medio, América Latina (Colombia) y África, continente donde existe una mayor prevalencia a pesar de que casi todos los Estados la han prohibido. La MGF no produce ningún beneficio para la salud, sino más bien al contrario: causa hemorragias graves, problemas a la hora del parto, complicaciones urinarias, infecciones y aumento del riesgo de muerte del recién nacido.

El porcentaje de mujeres que la han sufrido en Senegal ha caído al 25%, según Unicef, pero las disparidades territoriales siguen siendo enormes: desde el 1% registrado en la región occidental de Diourbel, hasta el 92% en Kédougou al sudeste, cerca de la frontera con Guinea, un país con un índice altísimo de MGF. Entre los peul, el grupo étnico de Mariame, se pasa del 2% de los residentes en Diourbel al 95% en Kédougou. Ya en 1997, el presidente Abdou Diouf condenó públicamente la mutilación genital femenina, y el 31 de Julio de ese mismo año, en la aldea occidental de Malicounda Bambara, las mujeres anunciaron que querían abandonar esta práctica. Desde entonces hasta 2011, se calcula que más de 5.000 comunidades del país han dicho basta a la ablación. La práctica es ilegal desde 1999, gracias a una ley que la castiga con hasta cinco años de cárcel.

Los esfuerzos del Gobierno son continuos, junto a los de los organismos de la ONU, Unicef y UNFPA, pero a pesar de todo, algunas comunidades siguen ancladas a esta tradición. Es simbólico un episodio de 2009, cuando una cortadora fue juzgada por haber practicado una clitoridectomía a una niña de 16 meses. Algunas comunidades y 200 morabitos (predicadores islámicos locales) protestaron, defendiendo a la mujer y la utilidad de la MGF. Según Mariame Sakho, a pesar de los indiscutibles progresos de Senegal, “muchos padres, sobre todo, siguen convencidos de que esta intervención es necesaria para preservar el honor de sus hijas. Todavía nos queda mucho trabajo de sensibilización”.

La Sierra Leona de Fatmata Banguri es una realidad muy distinta. Allí, la ablación del clítoris y de los labios menores es una pieza fundamental de la iniciación a una sociedad secreta solo para mujeres, llamada Bondo, muy influyente en las zonas rurales. Las jóvenes son llevadas a la selva e instruidas sobre la higiene, la educación sexual, la casa y los hijos, y durante esta formación, la MGF es el acto que las convierte en mujeres adultas. Entre vestidos rojos, faldas de paja, caras pintadas de blanco y máscaras rituales, Bondo es el único lugar al que las mujeres del campo pueden viajar sin el permiso de los hombres: las adeptas gozan de gran libertad y, por lo tanto, acaban por percibir la mutilación como un sello de la emancipación de la mujer.

“Yo no sabía nada de esto”, confía Fatmata, mientras su hija Kadiatu, de cuatro años, juega en el salón del centro milanés de solicitantes de asilo. “Soy cristiana, mi familia es ajena a esa secta”. Sin embargo, la madre de Ahmidou, su marido, es sowe, el título de las sumas sacerdotisas Bondo, y su padre gran sacerdote de la sociedad secreta masculina Poro. Fatmata y Ahmidou vivían en la ciudad de Waterloo hasta que, con el estallido del ébola en 2014, se refugiaron en la aldea de la familia de él, que les dio un terreno para cultivar. Luego emigraron a la capital, Freetown, donde Ahmidou encontró trabajo como conductor, pero a menudo regresaban al campo para cosechar. “Un día mi marido fue convocado a una reunión de familia”, explica Fatmata, “y mi suegra le dijo: ‘Ha llegado el momento de iniciar a tu esposa y a tu hija en la sociedad Bondo, con el ritual de la mutilación genital”. Nos negamos los dos: para mí la ablación es algo horrible, y mi marido todavía recuerda a su hermana, que murió a los 10 años durante la ceremonia del corte”.

Fatmata Bangura, junto a su marido y su hija Kadiatu.

Parecía que su suegra se había convencido, “pero un día de abril de 2017 al volver a casa del campo, la pequeña Kadiatu, que normalmente se quedaba con sus abuelos, no estaba. La habían secuestrado y llevado a la selva para circuncidarla. Luego nos enteramos de que la tradición Bondo obliga a reemplazar a un miembro fallecido con otro, y precisamente mi suegra era la encargada de ofrecer a mi hija en sacrificio para reemplazar a una persona muerta. En ese momento grité, estaba fuera de mí. Atravesamos toda la selva hasta encontrar el lugar oculto de la ceremonia. Había docenas de mujeres: una estaba junto a mi hija con un cuchillo en la mano”. Se desató una pelea entre la pareja y las iniciadas, y Ahmidou golpeó a una mujer con un bastón. “Huimos al otro lado de la frontera, a Guinea y luego a Mali”, continúa Fatmata, “porque entretanto la mujer había muerto y la venganza de Bondo contra nosotros habría sido tremenda”. Cruzaron el desierto argelino, llegaron a Libia y pagaron a los traficantes para que los llevaran a Italia en una barcaza, convencidos de que solo en otro continente estarían a salvo. Su solicitud de asilo, aún pendiente, se sustenta en el peligro que corre su vida si regresan a Sierra Leona, y en el riesgo de que su hija sea sometida a la mutilación genital. Mientras tanto, Ahmidou se enteró de que su madre había sido asesinada por las mujeres de Bondo por ser incapaz de apoderarse de su nieta.

En Sierra Leona, la MGF ha resultado hasta ahora muy difícil de erradicar. Unicef cree que su difusión llega al 90% entre la población femenina, hasta un 88% más que en 2014. Excepto los krio, de religión cristiana, todos los grupos étnicos la practican. La ablación es legal, aunque el Gobierno la prohibió temporalmente durante el brote de Ébola de 2014 y 2015, ya que la enfermedad se transmite a través de los fluidos corporales. Además, la nueva ley sobre los derechos de la infancia prohíbe que se practique a las menores de 18 años. “Pero el problema es que son las propias mujeres las que lo quieren”, explicaba Ann Marie Caulker, una conocida activista de Sierra Leona, “y también los políticos. Incluso los médicos la practican; es una costumbre muy arraigada en nuestro país”.

En Mayo de 2017 empezaron a soplar vientos de cambio, cuando cientos de sacerdotisas Bondo, en Waterloo, se comprometieron con el Gobierno a detener la ablación de las menores. Y en Octubre, 295 mujeres de Yoni, al norte, anunciaron que Bondo estaba dispuesta a renunciar a la mutilación para “ver a las niñas ir a la escuela y conquistar un papel en la sociedad”. Los líderes políticos, mientras tanto, mantienen una posición ambigua: “No podemos despertarnos una mañana y decir que a partir de ahora la MGF está prohibida”, declaraba el ministro de Bienestar Social, Charles Vandi. “La gente iría a practicarla al otro lado de la frontera, a Liberia o a Guinea. Es mejor actuar sobre la educación, para que las niñas vayan a la escuela y no sean iniciadas”. Según el presidente de la Comisión de Derechos Humanos, Osman Fornah, el Gobierno está jugando a un doble juego. “La práctica persiste porque los políticos la han fomentado para conseguir votos”, declaraba en Diciembre durante una conferencia. Fatmata Bangura logró ahorrarle todo esto a su hija, aun a costa de huir de su casa, que quién sabe si volverá a ver.

El Día Internacional de Tolerancia Cero con la Mutilación Genital Femenina es el 6 de Febrero.

El Protocolo a la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, más conocido como el Protocolo de Maputo, es un protocolo adicional a la Carta Africana de Derechos Humanos, que garantiza derechos a las mujeres, incluyendo el derecho a tomar parte en el proceso político, el derecho a la igualdad social y política con los hombres, el derecho para controlar su salud sexual y un fin a la mutilación genital femenina. Como sugiere el nombre, fue adoptado por la Unión Africana en la forma de un protocolo a la Carta Africana de Derechos Humanos y de los Pueblos, firmado el 11 de Julio de 2003 y ratificado por 15 naciones de la Unión Africana.

“La escisión no tiene beneficios médicos, y mucho menos psicológicos. Solo produce sufrimiento y, a veces, incluso la muerte. El islam no puede respaldar una práctica que provoca pérdida de vidas humanas y priva a la mujer de una parte de su feminidad. El islam es puro: no debemos manchar el nombre de nuestra hermosa religión”. En 1996, en Abiyán, estas palabras pronunciadas en la mezquita por el imán Cissé Djiguiba, uno de los principales guías espirituales de Costa de Marfil, provocaron un escándalo.

Era la primera vez que en este país africano un líder religioso denunciaba oficialmente la crueldad de la mutilación genital femenina, desencadenando una revolución cultural que, en poco más de 20 años, llevó a una gran disminución de la práctica. En efecto, hoy Costa de Marfil registra un índice de ablación de entre los más bajos de esta zona geográfica, un 38.2%, aunque persisten grandes diferencias territoriales. En el centro y el este del país, el corte prácticamente se ha erradicado, mientras que en el norte, y especialmente en el noroeste, con una mayoría musulmana y animista, todavía tiene una prevalencia cercana al 80%.

El imán Cissé Djiguiba encabezó una delegación de la sociedad civil para solicitar al parlamento de Costa de Marfil que aprobara una ley que prohibiera esta práctica. La norma llegó en diciembre de 1998: condena a entre 1 y 20 años de prisión y una multa de hasta 3.000 euros a quienes violen la integridad de las mujeres. “Por importante que sea, la ley por sí sola no es suficiente: debemos continuar creando conciencia entre las comunidades”, reitera Djiguiba.

Tiene 61 años y nació en el departamento de Odienné, precisamente en el noroeste, donde se practica la mutilación genital femenina. Estudió en Washington y en Arabia Saudí, y es miembro fundador del Consejo Nacional Islámico de Costa de Marfil y del Consejo Superior de Imanes. En 2001 inauguró la radio Al Bayane, que emite en 25 idiomas locales. Recientemente, visitó Roma, para contar su batalla feminista en una conferencia de la ONG No hay paz sin justicia.

Pregunta. ¿Qué le llevó a implicarse en un tema tan delicado como la mutilación genital femenina?

Respuesta. En 1996 me invitaron a una reunión de la Asociación para la Defensa de los Derechos de las mujeres. La presidía la activista Constance Yaï, que más tarde fue nombrada Ministra de Solidaridad y era conocida por sus posiciones sobre la autonomía de las mujeres, la urgente necesidad de igualdad en las instituciones y la violencia doméstica. Nos conocemos desde que éramos pequeños, así que acepté la invitación. Por primera vez, gracias a un ginecólogo que mostró imágenes de la ablación y sus consecuencias para la salud, semejante violencia me llegó al corazón. Pensé en mi hermana, en mi madre, en todas las mujeres, y me dije: “Ahora debo romper el silencio”. El viernes siguiente, en la mezquita, insté a los fieles a que detuvieran la práctica y les prometí: “Mientras quede una sola niña expuesta a la amenaza del cuchillo, mi lucha continuará”. Fue un escándalo. Fue la primera vez que un imán se pronunciaba contra la mutilación genital femenina en Costa de Marfil.

P: ¿Ha recibido ataques de otros líderes religiosos?

R: Desde luego. Después de ese primer discurso, me entrevistaron periódicos y emisoras de televisión, mi mensaje se difundió por todo el país y otros imanes me atacaron con dureza. Argumentaron que esta práctica existe desde hace 1.000 años, que se debe a razones religiosas relacionadas con el Islam, y algunos incluso me trajeron libros de teología. De modo que organicé una reunión con ginecólogos y matronas para mostrar a estos religiosos cómo se practica, y cuáles son las consecuencias a corto, medio y largo plazo para la salud física y psíquica de las mujeres. Y al final les pregunté a los imanes: "¿Es posible que la religión aliente semejante violencia?" Admitieron que no, lo entendieron. También porque en el Corán no hay rastro de escisión. Y me presentaron sus disculpas.

P: ¿Hoy todos los imanes de su país están de acuerdo con usted?

R: Algunos todavía tienen dudas, otros prefieren no hablar de ello, no exponerse, pero sé que no han sometido a sus hijas a la mutilación. Uno de mis detractores más virulentos vino un día en secreto para pedirme ayuda para una familiar, su abertura vaginal estaba tan cerrada que no podía mantener relaciones con su marido, así que le recomendé un médico. En el extremo opuesto, hay otros imanes que son auténticos militantes, y es muy importante porque las comunidades escuchan la voz de los religiosos.

P: ¿Qué ha logrado con su trabajo de sensibilización?

R: Mi fundación ha realizado diversas actividades de concienciación a través de los medios de comunicación, pero también con los alcaldes y los líderes políticos de las regiones. Desde 2001 formamos a todos aquellos que pueden contribuir a detener esta práctica: jefes tradicionales, profesionales de la comunicación, asociaciones de jóvenes y mujeres, escuelas y universidades. De este modo, el porcentaje se reduce hoy al 38,2% en todo el país, porque ahora se habla de ello en todas partes y somos conscientes de que se trata de un problema sanitario, pero sobre todo del derecho a la vida y a la integridad física de las mujeres. Al convertir a los testigos en actores, y lograr que las mujeres pasen de víctimas a protagonistas, los resultados son tangibles. Antes, en muchas comunidades, cuando una niña moría después del corte o una mujer tenía complicaciones ginecológicas, incluida la fístula, no los relacionaban con la escisión; pensaban que se debía a la brujería o a otras enfermedades. Hoy, en nuestro país, nadie puede decir que no sabe, aunque sigue habiendo focos de resistencia.

P: ¿Quién sigue oponiéndose al cambio? ¿Los jefes tradicionales, las cortadoras?

R: Sobre todo las cortadoras, y de hecho, trabajamos mucho para concienciarlas. Hay muchas que no solo han abandonado el oficio, sino que se han unido a nosotros para convencer a otras. Sin embargo, todavía quedan algunas que no quieren dejarlo, porque lo sienten como una tradición heredada de sus madres y abuelas; lo viven como su propia identidad. Sin embargo, si logramos que no haya más familias que les lleven a las niñas, también esa tradición dejará de tener sentido; ese es nuestro objetivo. Los jefes tradicionales, en cambio, ya no son tan analfabetos como antes; muchos han estudiado y es fácil comunicarse con ellos, ya que no se aferran ciegamente a la tradición, sino que entienden que la sociedad debe evolucionar.

P: ¿El hecho de tener una ley que criminaliza la mutilación genital femenina ha servido para cambiar la mentalidad de la gente?

R: El castigo es un elemento disuasorio, desde luego. Tuvimos juicios en 2012, 2013 y 2015, con condenas que sacudieron a la opinión pública. Pero siempre hay alguien que intenta burlar la ley. En el noroeste, sobre todo, tenemos noticias de ablaciones practicadas al otro lado de la frontera con Liberia y de otras realizadas a las recién nacidas. Tradicionalmente, el corte se practicaba a niñas de 12 a 13 años, pero ahora que existe el riesgo de que se hable de ello en la escuela, intentan mutilar a sus hijas cuando son demasiado pequeñas para recordarlo. El camino es largo, pero estamos en un buen punto.

P: ¿Trabaja también con políticos?

R: Sí, es fundamental. Uno de los resultados más importantes fue la inclusión en la nueva constitución de 2016 de la condena a la mutilación genital y la violencia de género. Las autoridades políticas asisten a nuestras conferencias y, en las regiones, los representantes del Estado están alerta. Pero las contribuciones públicas para las actividades de asociaciones y ONG como la nuestra escasean, y a veces no podemos organizar campañas de sensibilización por problemas triviales, como la falta de medios de transporte.

P: ¿Cómo definiría la condición de la mujer en general en su país?

R: Queda mucho por hacer en cuanto a igualdad y salarios justos, pero se han logrado avances, especialmente gracias a la exministra Constance Yaï, que ha realizado un trabajo extraordinario con los derechos de las mujeres, y a otras organizaciones. Respecto a hace 20 años, tenemos más mujeres en las instituciones, pero todavía nos queda mucho por hacer en el ámbito cultural. En África tenemos el caso de Ruanda, con su enorme participación femenina en el parlamento, en el que todos debemos mirarnos. Si involucramos a más mujeres, con sus competencias, el desarrollo será más rápido y se beneficiarán más personas.

P: En su opinión, ¿cuánto tiempo llevará erradicar definitivamente la mutilación genital en Costa de Marfil?

R: Poco más de 10 años, cuando se produzca un cambio generacional. Ya en la actualidad los jóvenes, en todo el país, se apartan de esta tradición. Tengo la esperanza de que la mutilación genital femenina ya no exista en 2030.

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